Reaccionarios y gilipollas
Hay palabras que no significan nada. Y hay otras que significan tantas cosas que, al final, tampoco significan nada.
Con los colores no pasa esto. «Negro» significa negro y «verde» significa verde: a nadie se le ocurre llamar «negro» al blanco, o «verde» al rojo; sería un lío tremendo. Bueno, sí, a los daltónicos, pero queda claro que se trata de un defecto genético, así que nadie les hace mucho caso.
Sin embargo, en otros órdenes de la vida, utilizamos algunas palabras porque sí. No sabemos muy bien qué significan (nadie lo sabe), pero tienen una fuerza arrolladora, así que nos apoyamos en ellas cuando nos conviene. Como la palabra «gilipollas», por ejemplo, que se aplica igual si nos referimos a un adolescente apretando -a la hora de la siesta- su ruidosa vespino, o a ese lascivo obispo cazado en la piscina con una muchachita (¡qué boludo!). Son realidades bien diferentes, pero «gilipollas» tiene ese poder omnicomprensivo.
«Reaccionarios» es otra de estas palabras. Sin dejar de ser un insulto, no es tan vulgar como «gilipollas», así que se emplea frecuentemente -con el mismo objetivo que «gilipollas»- en un entorno donde la falta de mesura está muy mal vista y donde los ambages son moneda de cambio: en la palestra política.
Reaccionar
Reaccionar no está mal, ¿no? La fiebre, por ejemplo, nos puede salvar la vida, y no deja de ser una reacción de nuestro cuerpo. El aplauso es la reacción del público ante un concierto que le satisface. Y así sucesivamente, la reacción a un beso puede llegar a ser otro beso, e incluso, mirado con perspectiva, un bodorrio.
Reaccionar no está mal, no. La reacción es una respuesta a un estímulo y, dentro de la infinita gama posible de estímulos y respuestas, habrá unos y otras que nos gustarán más que menos, pero la reacción, en sí misma, no es algo malo, no es condenable. Desde esta perspectiva, todos reaccionamos, todos somos reaccionarios.
Progresar
Pero históricamente el término «reaccionario» se ha aplicado a aquellos que se resistían al cambio, y aquí queríamos llegar. El cambio, en sí mismo, tampoco es algo malo o bueno -aunque también habrá cambios que nos gusten más que otros-. El progreso debería consistir en cambiar aquello que es necesario cambiar y en mantener aquello que está bien así, tal cual. El cambio por el cambio no tiene sentido, del mismo modo que la resistencia a un cambio necesario es incongruente.
El término «reaccionario» empezó a usarse durante la Revolución Francesa y esto es muy interesante. Lo curioso es que se aplicó en primer lugar a los contrarrevolucionarios y después ¡a los propios revolucionarios! Es decir, la burguesía, que protagonizó la revolución, tachó a la aristocracia de «reaccionaria». Y poco tiempo después, la misma burguesía fue tachada a su vez de «reaccionaria» por los jacobinos. Una locura.
El caso es que se llama «reaccionario» a quien rechaza lo que uno propone, aunque lo que uno proponga no tenga ningún sentido. Si uno dice, por ejemplo, que a partir de ahora estará prohibido beber agua (eso es una guarrería, el agua es para lavarse), cualquiera que se resista a aceptar ese cambio podrá ser llamado «reaccionario». Y así con todo. ¿Que no te gusta que privaticemos los colegios? Eres un reaccionario. ¿Que te resistes a poner el letrero de tu peluquería en catalán? Eres un reaccionario. ¿Que no quieres talar este bosque y convertirlo en un campo de golf? Reaccionario. Cabrón. Gilipollas (estos dos últimos en bajito).
Decía el Marqués de Tamarón -quien por cierto es un intelectual como la copa de un pino- que estaba de acuerdo en que se le llamara «conservador», porque «hay muchas cosas que conservar». Qué sabiduría en estas palabras, ¿verdad? El problema es que, en el mundo del fútbol, de las izquierdas y las derechas, de los arribas y los abajos, o eres de los míos o eres de los otros. Y ser «conservador» está muy mal visto por los «progresistas», del mismo modo que ser «progresista» está muy mal visto por los «conservadores». Pero, si unos y otros miraran bien sus propios ombligos, verían que ni quieren conservarlo todo, ni quieren cambiarlo todo, porque no todo es susceptible de cambio, ni todo digno de conservación.
Mientras tanto, mientras que sigamos anclados en esta visión bipolar, maniquea (y atención a lo progresista de estas palabras), seremos unos gilipollas. Y es que, puestos a insultar, no nos vamos a quedar a medias.