No me provoque usted, señorita, que no respondo…

He leído en la prensa que Chrissie Hynde, siempre cantante, guitarrista y alma de Pretenders en sus sucesivas reediciones ha prendido la llama de la polémica asegurando, muy a las claras y a la brava, que la culpa de las violaciones recae en la mujer cuando ésta viste y actúa de manera provocativa. Citémosla: «Si se viste de un modo que está diciendo: «ven y…», mejor andar con cuidado», o «Si voy muy honestamente vestida y en actitud recogida y alguien me ataca, diría que tiene la culpa; pero si voy provocando y atrayendo a alguien que está ya desquiciado, no estoy diciéndole que no haga eso. ¡Vamos, es de sentido común!» Y, haciendo gala de un humor que recuerda al del concejal madrileño, señor Zapata, añade: «Ya sabes, si no quieres atraer a un violador, no uses zapatos de tacón alto porque no podrás escapar corriendo».

Según cuenta, ella misma fue violada a los veintiún años. ¿La razón (siempre según ella)? Estaba en una fiesta y se paseaba «borracha y en ropa interior». Y claro hubo que pasársela por la piedra a la fuerza. Me viene a la mente una actuación de un cantante irlandés folk en uno de los muchos pubs musicales que hay en Killarney, capital del condado de Kerry, adonde me llevó mi amiga Ruth O´hara. El cantante presentó la canción «The banks of the Ohio». En ella un irlandés, dotado de su buena psicología nativa y rural, habiendo emigrado a los Estados Unidos, a orillas del río Ohio, comete un crimen pasional. Recuerdo casi una por una las palabras finales de la irónica introducción: «The young man kills his girl-friend because he is afraid of her not loving him and moreover of the fact that there might just be the slightest , the remotest possibility oh her loving in the future another man… (pausa dramática, tras de la cual:) So he has to kill her»

Me gusta Pretenders: buen pop británico, buen ritmo, buenas guitarras, contundente batería, energía y también bellas y suaves baladas, y la voz de Chrissie Hynde, con sus cicatrices, entrecortada, sus golpecitos de glotis, grave y melosa a la vez, adecuada al tipo de música que hacen porque no a todo cantante se le puede exigir técnica belcantista. Chrissie Hynde ha formado y alimentado al grupo, lo ha recompuesto siempre que sus efectivos -tantas veces por muertes por sobredosis o ligadas al consumo de drogas- han causado ominosa baja. Chrissie es una mujer creativa, emprendedora y decidida, una mujer echá p´alante.  Sin embargo, sus declaraciones, la verdad, duelen mucho. Recuerdan a las de los clérigos musulmanes más fanáticos y sexistas; así podría expresarse un talibán. Por ello me pregunto si de verdad cree Chrissie Hynde cuanto afirma o es que está buscando que se hable de ella y suscitar un escándalo que le convenga por razones mercadotécnicas.

Vamos a contar un chiste: en un vagón del metro un señor le pone la mano en el hombre a una bella señorita; ésta le dice: «Caballero, ¿no puede usted poner la mano en otro sitio?», a lo cual el caballero responde, mirándole el pecho: «No me tiente, no me tiente». Aplicando el razonamiento de Chrissie, la señorita está invitando abiertamente al viajero a que se refocile con su delantera y luego… luego, pues ya se sabe. Como decía aquel examinando de reválida al glosar el «Sí de las niñas» de Moratín: «Pues eso, que se enseña a las niñas a decir a todo que sí, a todo que sí… y luego pasa lo que pasa».

Cuando el execrable asesinato de los humoristas gráficos de Charlie Hebdo, hubo voces que dijeron que se lo merecían por provocar, que se lo habían ganado a pulso, que quien juega con fuego, acaba por quemarse, y las palabras del Papa Francisco al respecto fueron de una absoluta torpeza y tan desafortunadas que parecían estar dando la razón a San Pedro desenvainando y cortando orejas. Otro tanto afirma la propia Chrissie Hynde al comentar su propia violación, de la cual se considera totalmente responsable (y supongo que también única responsable), «que si juegas con fuego, te quemas; no es ningún secreto». Los agresores no serían pues responsables; actuarían en defensa propia. Sin embargo, la libertad de expresión (que no puede quedar limitada a lo civil sino que puede, si lo desea, considerar también lo religioso) no puede cuestionarse, a menos que no queramos poner en tela de juicio las libertades (de prensa, de reunión, de manifestación, de prensa, de culto, etc.) sobre las que se sustentan las sociedades libres. Cuando una se viste y se arregla, se está expresando a sí misma. La vestimenta, el maquillaje, el portante son también libertad de expresión personal y estética. La responsabilidad de la agresión es únicamente de quien agrede.

La violada se siente sucia pues ha sido ensuciada; su intimidad ha sido forzada y la han roto y le han rociado por dentro la más vil de las ponzoñas. Sólo le falta que justifiquemos esa suciedad, exonerando a los ensuciadores. Algo similar ocurre con la víctima del terrorismo, que puede acabar por creer que hizo algo malo, que usurpaba un lugar social y físico, que su cometido no respetaba e incluso agredía los derechos inalienables de una comunidad, o incluso, siendo esto lo más grave, que era prescindible y que se le atacó por lo que era, pudiendo ser este «lo que era» el ser extremeño, el ser guardia civil o el no ser nacionalista. Y por ello recibió su merecido castigo.

Si se adopta el punto de vista de Chrissie Hynde, tan sólo las monjas y las musulmanas bien tapaditas, no tendrían culpa de ser agredidas sexualmente. Adiós al bikini, adiós a la minifalda, adiós al maquillaje. En la mediocre película «Bianco, rosso e…», de Alberto Lattuada, Sofía Loren interpreta el papel de una monja; tan sólo manos y cara van descubiertas, pero es tan bella que, claro está, habría que violarla también. Seamos feas para ser decentes. Pervirtiendo aquella famosa canción de los Sirex, proclamemos «¡Que se mueran las feas!». Dime, Chrissie, ¿estás en tu sano juicio o, como se dice, nos estás vacilando?

La mujer tampoco debería ir sola y, si lo hace, que sea al menos durante el día, pero nunca de noche para no ser tomada por una prostituta. Hay un nocturno toque de queda inconsciente en nuestras mentes y mujer que no lo observa, es mujer que busca su condena. Va pidiendo varas. Que no se queje cuando las tome. En definitiva, que si no queremos mancillar el buen nombre de nuestro marido o de nuestras familias, quebrémonos la pata y quedémonos en casa. «La perfecta casada», de Fray Luis de León, aun limitando a la desposada al hogar, es mil veces más razonable y respetuosa con nuestra condición que ese ramplón, violento y miserable «sentido común» que, tan lamentablemente, aún impera en nuestras vidas y en nuestra cultura.

Lástima, Chrissie, que seas mujer pues, de lo contrario, podrías ser clérigo en la mezquita más carca de Arabia Saudí. No, seamos serios, Chrissie, ¿no hubierais podido recurrir, tú o tu representante, a un ardid algo más original y más amable para que se hable de ti o para relanzar tu carrera, quizá algo estancada?

En la mitología greco-romana, Zeus, metamorfoseado en gran cisne, violará a Leda, a orillas del río Eurotas y, tomando la forma de la propia diosa Artemisa, hará otro tanto con la casta Calisto, del cortejo de la diosa virgen y cazadora. Sin embargo, creo que el gran acierto de esa mitología consiste en hacer del violador por excelencia al centauro, que es mitad hombre y mitad caballo, partícipe por tanto de la naturaleza humana y de la animal, significando así lo bestial, lo a-cultural de la violación, pues la civilización, para ser tal, requiere del consentimiento y de un mínimo grado de libertad que rebase la llamada más inmediata del instinto. Es tanto ontogenética como filogenéticamente, por adoptar esta terminología tan frecuente en Freud, el imperio del principio de realidad sobre el de placer. En la celebración de los desposorios entre Pirithoos, rey de los Lapitas e Hipodamia, los centauros, brutales y además, para más inri, borrachos, intentaron violar a la novia y allí se armó la tremolina. Afortunadamente los bestiales centauros serían a la postre derrotados. Más de un héroe y más de un dios, en especial el tan humanamente vil Apolo, siguiendo el ejemplo de Zeus, cegados del bruto accidente, darán también en violar, pero es que los dioses no son más que trasuntos divinizados del hombre y, por ello, no dejan de ser auténticos villanos.

Casanova, también, como bien narra en sus memorias, respetuoso como es él, en general, de las mujeres que seduce, tan opuesto a Don Juan, echará el borrón de violar en más de una ocasión, con el agravante de que ejercerá violencia además sobre niñas. Y entonces se nos hace más que odioso. Ya lo dice el catecismo, al explicar lo que son los «actos impuros»:  «Estos pecados son expresión del vicio de la lujuria. Si se cometen con menores, estos actos son un atentado aún más grave contra su integridad física y moral».

En el cine, la más áspera violación, al menos la que a mí más me ha conmovido y conmocionado como mujer, es la que padecen Cesira (Sofía Loren) y su hija Rosetta en «La Ciociara» (traducido en España por «Dos mujeres»), de Vittorio de Sica. Camino de Roma, con el fascismo en desbandada ante el avance aliado y el hostigamiento partisano, serán asaltadas por todo un pelotón de soldados moros del ejército francés. Sofía Loren, grandiosa, humillada y rabiosa a un tiempo, nos expresa su humillación y su rabia, su inconmensurable dolor.

Chrissie, querida Chrissie, aún hay hombres, muchos, demasiados, e incluso -y esto es lo más triste- también mujeres, favorecidos ambos además por las circunstancias y por la mentalidad de que la mujer es siempre culpable, culpable por el simple hecho de ser mujer, hay hombres y mujeres, digo, para quien la mujer va siempre provocando. Por este motivo, tu broma, porque otra cosa no puede ser, no es de muy buen gusto. Para llamar la atención hay recursos mejores y más simpáticos. Recuerdo ahora el de aquellas dos actrices porno italianas (entre las que no estaba Cicciolina) que, para protestar contra la separatista Liga Norte, exhibieron sus esculturales cuerpos desnudos pintados con los colores tricolores de la enseña nacional italiana a la entrada del Parlamento, el palacio de Montecitorio. No ofendieron a nadie (tan sólo a algunos mojigatos), se mostraron, fueron generosas en su reivindicación patriótica, hicieron algo llamativo y estético, tuvieron gracia., mientras que tú… ¡Ay, Chrissie!

No me provoque usted, Carmen Cereña, que respondo…

Chrissie Hynde (la de Pretenders), hizo unas polémicas declaraciones sobre la violacion sexual de las mujeres. Declaraciones que levantaron ampollas entre las feministas y, en general, en la sociedad que nos ha tocado sufrir.

Debo confesar que este texto se me ha atragantado. Que lo he reescrito muchas veces. Que he leído las polémicas declaraciones hasta casi memorizarlas. He contrastado las diferentes publicaciones de la misma entrevista intentando encontrar la pieza que no me encajaba… En fin, que he invertido muchas horas y mucha energía en esta búsqueda. Lo correcto sería decir de ella lo que ya se ha dicho. Posicionarme del lado de lo políticamente correcto para no ser atacada por unos y otras. Tal vez, lo correcto sería decir que estoy de acuerdo con Carmen Cereña. Sería lo correcto y lo fácil. Lo difícil es cuestionar la opinión que tantos tienen en común sobre el tema tabú: la violación.
«Déjenme asegurarles que, técnicamente hablando, sea cual sea el modo en que quieran mirarlo, esto fue todo culpa mía y asumo la completa responsabilidad. No podéis jugar con la gente, especialmente si usan camisetas con leyendas tales como «Me encanta la violación» o «Ponte de rodillas».»
Así, con desnudez, habló de su violación. Ella quería ir a una fiesta. Un grupo de moteros se ofreció a llevarla. Pero no la llevaron a la fiesta que ella quería, la llevaron a una casa abandonada para tener su fiesta (la de ellos). Por supuesto que esas camisetas con esas leyendas eran las de los moteros que la violaron.
Chrissie Hynde estudió Bellas Artes en la Universidad de Kent. Comprometida social y políticamente, el 4 de mayo de 1970, se unió a una protesta en la propia universidad contra la invasión estadounidense a Camboya. La Guardia Nacional cargó contra ellos asesinando a cuatro estudiantes e hiriendo a otros nueve. Uno de los estudiantes asesinados era amigo íntimo de ella. Sobrevivir a semejante brutalidad, a semejante violación, debe de ser algo muy difícil. Ponerle rostro a la muerte es algo impactante. Cuando sientes en tus entrañas que ha llegado tu final pero sobrevives, llega un momento que sientes que ojalá hubieras muerto, porque tu vida se ha convertido en sobrevivir a un día más. Y todas esas emociones llegan porque no estabas alerta. Porque vives en una sociedad de confort.
Chrissie Hynde es una reconocida feminista y defensora de los derechos de los animales. Experimentó con la contracultura, el hippismo, las drogas, el vegetarianismo y la mística oriental.
Una feminista dijo de ella, a propósito de sus declaraciones:
«Hynde ha destruido todo el legado feminista con unas declaraciones espantosas».
Repasemos la Biblia:
Génesis 3:16
«Dijo a la mujer: multiplicaré tus trabajos y miserias en tus preñeces; con dolor parirás los hijos, y estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará».
Deuteronomio 21:10-14
«Si saliendo a pelear con tus enemigos, el Señor Dios tuyo los entregaré en tus manos y los cautivares, y vieres entre los cautivos una mujer hermosa y deseas tenerla por mujer, la introducirás y se rapará el cabello y se cortará las uñas; dejará el vestido con que fue hecha prisionera, y quedándose en tu casa, llorará un mes a su padre y a su madre. Después de esto te juntarás con ella y será tuya. Si andando el tiempo te desagradare, la despacharás libre; no podrás venderla por dinero, ni oprimirla con tiranía ya que la desfloraste».
¿Dónde está aquí el derecho de la mujer a decir «NO»? ¡Ah! Es verdad, las mujeres fuimos despojadas de todo derecho. Es verdad que el hombre se creía con el derecho «divino» de violar. ¡Ufff! Duro, ¿eh?
¿Aún os escandalizan las palabras de Hynde?
Sigamos repasando:
– Bertolucci reconoció que en su película «El último tango en París»,  Marlon Brando violó (por  amor al arte) a una jovencísima María Schneider (19 años). Según el director de la película, ella no fue advertida «porque quería realismo».
María calló y terminó el rodaje.
En una entrevista que le hicieron al cineasta en el año 2013, dijo «Culpable, pero no arrepentido»

 – Bloomingdale’s es una cadena norteamericana de artículos de lujo. En una campaña publicitaria utilizaron el siguiente slogan:
«Échale alcohol (o drogas) al ponche de tus amigas cuando no estén mirando»
– En la película «Cincuenta sombras de Grey» parece que la práctica del BDSM (Bondage y Disciplina; Dominación y Sumisión; Sadismo y Masoquismo) es algo sublime y que te estás perdiendo la experiencia de tu vida.
La diferencia es que el BDSM es algo hablado y consentido por todas las partes que lo practican, y nada tiene que ver con el sadismo criminal.
Para un alto porcentaje de mujeres, la violación es la fantasía sexual más frecuente, aunque hay que aclarar que esta fantasía tiene dos premisas fundamentales:
Primera: que sea alguien que ella desee.
Segunda: que las cosas sucedan tal y como ella imagina.
Los gorilas y los orangutanes violan a las hembras de sus manadas para someterlas. Los chimpancés no lo hacen, pero las maltratan con el mismo fin. Sabiendo esto podríamos pensar que los violadores están más cerca de los primates que del Homo sapiens.
La mente necesita encontrar argumentos para aliviar el dolor. Y en ese buscar hará lo necesario para no encarar lo que te ha destruido, lo que ha marcado y determinado tu vida. La víctima no es culpable, pero entiendo las palabras de Chrissie. Veo el dolor que hay detrás de cada palabra. Veo la necesidad de minimizar los daños. Y veo el reconocimiento implícito de que a la mayoría de las mujeres les gusta el peligroso juego sexual. A la mayoría de las mujeres les gusta excitar sexualmente al hombre porque les hace sentir poderosas cuando dicen «NO». Es una forma de rebelarse de tanta frustración.
Negar la lucha necesaria por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres es de idiotas.  Sobre todo cuando sigue habiendo culturas donde la mujer vale menos que una vaca. Pero, en ese afán de igualdad, hemos llegado a extremos increíbles. Hoy en día un hombre casi no puede ser educado y abrirle la puerta a una mujer o anteponerla en una presentación porque será tildado de machista.
Francamente, no creo que las declaraciones de la de Pretenders fueran para publicitarse. Creo que eran honestas, sinceras y hasta maternales. Eran (sus palabras) una especie de advertencia.
«Si llamas al diablo, no te asustes cuando llegue»
Ya podéis crucificarme…

Gatos (Hydra de Lerna)

ODA AL GATO (Pablo Neruda)

Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.

He leído en la prensa que el gato se está haciendo dueño de las redes sociales. Y no solo…

¿Qué tendrá este animalillo que atrae tanto? Nada. Es una moda, como otras, que sirve para resaltar la cualidad más llamativa del ser humano: la estupidez. Una moda que sirve de recordatorio de lo aburridos que estamos y lo soberbios que somos al pensar que todo es susceptible de ser manejado y/o manipulado por la destructora mano del hombre.
Para los niños, un juguete. Para los adultos, un objeto a dominar, conquistar, doblegar.
Mi retina aún conserva la imagen de un salvaje mostrando un montón de gatos muertos. Había salido de «caza». Despreciable.
Los gatos han sido utilizados en una campaña electoral. ¿Cuál? La primera de PP en el 2016. Un vídeo llamativo por la comparativa pero, sobre todo, por las cualidades que se les atribuyen a unos y otros. Simple, una chica entra en una tienda de comida para animales. Se produce el siguiente diálogo entre ella y el dependiente:

– Quisiera 70kg de pienso para gatos

– ¿70kg?

– Sí, es que tengo 122 gatos

– Le deben de gustar mucho los gatos

– No, en realidad los gatos no me gustan especialmente

– ¿Entonces?

– Es que yo estoy totalmente en contra de los perros. ¿Entiende?

Por si alguien no lo ha visto, aquí está:

 

El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.

Volvamos al principio. ¿Por qué un gato es un éxito asegurado en redes sociales? No tengo la respuesta. Pero el gato, a diferencia del perro, es mucho más fácil de grabar y fotografiar porque suele estar quieto. Porque es elegante, majestuoso. Los perros son más nerviosos y menos chulos que los gatos. Es fácil hacer rabiar a un minino y, cuando lo consigues, sus gestos y posturas son muy divertidas. Al gato se le atribuyen cualidades que en realidad no tiene. Se dice de ellos que son solitarios, desconfiados, huraños, serios… Nada más lejos de la realidad.
Mi abuela tenía muchos gatos (y no era la loca de los gatos de Los Simpson). Podía jugar con ellos al escondite. Al corre corre que te pillo. Con su ronroneo te dicen que están a gusto contigo. Te buscan para acariciarte. Son cariñosos y afables.
«Gafe» es el divertido gato de la divertida película «Los padres de ella». Es un gato Himalayo. «Orion» es un gato pelirrojo, tranquilo y leal, que lleva el peso de la salvación del universo colgado en el cuello, en la película «Los hombres de negro». «Church» es él terrorífico gato de «Cementerio de animales».

Estos son unos pocos ejemplos.

No hay unidad
como él,
no tienen
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.

Creo, mi querida Carmen Cereña, que el problema está en pretender que todo tenga un uso. Que todo tenga utilidad. Dices que los gatos no sirven para nada. Que los perros tal y cual. ¿Por qué los gatos no sirven para nada?
Es curioso, Carmen, que hables así de los gatos y de los lobos, ambos difíciles de doblegar. Majestuosos, hábiles, inteligentes. Nos das muchas citas. Nos engatusas con tu verbo fácil y nos intentas convencer. Pero no me convences. Y no me convences porque detrás de tus palabras se esconde la mano destructora del hombre. El hombre que todo lo quiere poseer: desde la sabiduría hasta la voluntad del más pequeño ser vivo. No esperaba esto de ti, con ese carácter tan «gatuno» que tienes.

Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

El gato no tiene la culpa de estar de moda. Como tampoco la tuvo el rottweiler. O el toro. La tiranía de la moda es injusta con la belleza de la naturaleza.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.

Gatos (Carmen Cereña)

He leído en la prensa que el gato se está haciendo protagonista indiscutible de las redes sociales y que su «popularidad digital» va incluso a más. En You Tube, al parecer, hacen furor los vídeos en que los gatos prodigan saltos mortales, maullidos extravagantes, así como monerías y travesuras tiernas o desternillantes. Se nos dice que la página web iknowwhereyourcatlives.com es visitadísima y muy completa.
Hay más: a imitación de la lista Forbes o de la del Time, una empresa de artículos para mascotas ha elaborado una clasificación de los gatos más influyentes del mundo. lo cual no deja de ser una espuria contaminación de la inocente inconsciencia del mundo animal -un mundo que desconoce el pecado original- por parte de nuestra odiosa vanidad. «En el hombre existe / mala levadura. / Cuando nace viene con pecado. Es triste. / Mas el alma simple de la bestia es pura», le dice San Francisco al temible lobo de Gubbio en el poema de Rubén.
Según algunos autores, si el gato es protagonista de las redes sociales se debe ello a que constituye la imagen de cuanto querríamos ser: sensuales e independientes, unas cualidades en las que insiste machaconamente la publicidad.
Hablar de gatos conduce  inevitablemente a hablar de perros. Y a comparar. E, inevitablemente, surgen las filias y las preferencias subjetivas y difícilmente sostenibles o argumentables desde la razón. Como para todo enamoramiento, su explicación reside en las capas más profundas de nuestra psique, en los arcanos del mundo inconsciente.
La socióloga Françoise Héran define al gato, en contraposición al can, como «objetor de conciencia», animal emblemático de desapego y distanciamiento con respecto al poder. Subrayando su oposición estructural con respecto al perro, nos muestra cómo los dueños de gatos suelen ejercer labores intelectuales, artísticas o sociales, mientras que los amos de perro suelen pertenecer al mundo de las empresas, el comercio, la artesanía; en definitiva, que se trataría de los defensores del patrimonio económico y del orden. Todo ello, claro está, grosso modo y sin incidir en cada caso particular, siempre espinado de matices, de casuística privada y de condicionantes personales e intransferibles.
El perro guardián, como su nombre indica, vigila y guarda la propiedad, pudiendo llegar a valerse de la violencia legítima en la defensa de los bienes que custodia. El perro policía, ya sea de ataque, ya se trate del adiestrado para, por ejemplo, olfatear la droga, defiende el orden. El perro pastor representa una especie de policía militar que evita y reprime toda indisciplina en el rebaño de su responsabilidad. El mastín se enfrenta, con su carlanca, al lobo y su bandolerismo. «Aquí, perro el de los hierros / a correr la loba parda… Los perros tras de la loba las uñas se esmigajaban…» (romance de la loba parda). El perro cazador, a la carrera o guiándose del olfato, cobra o ayuda a cobrar las piezas. El perro lazarillo guía al ciego en su permanente oscuridad. El galgo corre tras del señuelo móvil y mueve las apuestas. En la conquista de las Indias Occidentales, los españoles se valen de los perros para descubrir al indio agazapado y al acecho. El perro, qué duda cabe, es útil y de él se saca rendimiento.
¿Y el gato? El gato, en esencia, salvo para mantener casas y monasterios limpios de ratones y ratas, no sirve para nada. Decía Ortega que el filósofo sólo pide que se le deje vivir en paz, pensar, soñar… en su inutilidad irrenunciable. Y otro tanto puede decirse del poeta, ¿no es cierto? Y, cómo no, ¡del gato! «Mientras tomemos lo útil como útil, nada hay que objetar. Pero si esta preocupación por lo útil llega a constituir el hábito central de nuestra personalidad, cuando se trate de buscar lo verdadero, tenderemos a confundirlo con lo útil. Y esto, hacer de la utilidad la verdad, es la definición de la mentira». («Verdad y perspectiva». José Ortega y  Gasset). Así, a riesgo de simplificar, digamos que el perro es animal totémico del burgués, del poseedor, del hombre de negocios. Es utilitarismo. El gato representa, por el contrario, la independencia, la ironía, el lujo de la existencia.
El gato es también aislamiento voluntario, soledad, meditación. En una ocasión cayó en mis manos un ensayo sobre Spinoza, que por cierto, que conste, nunca leí… que no quiero dármelas aquí de lista o de gran filósofa. La portada venía ilustrada por una pintura de Rembrandt, «El filósofo en meditación». Envuelto en una atmósfera de prodigiosos e inquietantes claroscuros, tan habituales en el maestro holandés, bajo una misteriosa escalera de piedra en caracol y junto a una ventana en que incide el sol, un filósofo, cogitabundo, está sentado. Sobre la mesa de estudio se halla un gato, como no podía ser menos, alter ego del pausado pensador. Así era mi recuerdo de la imagen. Sin embargo, cuando, años más tarde, contemplé el cuadro en vivo en el Louvre, observé con asombro que me habían robado el gato. Me explico. El tal gato nunca había existido, pero la memoria, como el sueño, aun falseando la realidad, expresa la verdad, al menos la verdad del soñante o de quien deforma el recuerdo. Y es que, en efecto, el filósofo reclama la presencia inexcusable del gato, y la pintura de Rembrandt permanece, así, incompleta… sin él… es el gato filósofo de Baudelaire, el animal preferido por los «sabios austeros».

A Baudelaire le cautivan los gatos. Son dioses, o diosas, de indolente voluptuosidad. Son «poderosos y suaves»; son «frioleros y sedentarios»; son de «nobles posturas»; son «esfinges acostadas en el fondo de las soledades»; «sus riñones fecundos están llenos de chispas mágicas». Elegancia, molicie, altivez.
Y también éxtasis: «como a los pies de una reina un gato voluptuoso» cuyos «ojos salpicados de oro» son «místicos». De ahí que el gato sea amado por los «férvidos amantes».
El gato, en la perspectiva baudelairiana, llega a no ser otra cosa que la mismísima mujer. «Ven, bello gato mío, a mi corazón amante… déjame sumergirme en tus bellos ojos,,, cuando mis dedos acarician a placer tu cabeza y tu elástica espalda y mi mano se embriaga del placer de palpar tu cuerpo eléctrico, veo a mi mujer en espíritu…». La fémina gata. «Un aire sutil, un peligroso perfume nadan torno a su cuerpo oscuro». Misterio, lo inaprensible, lo etéreo, la amenaza, el peligro que atrae como el abismo, el amor fatal…
Para nuestro poeta, el gato, también, puede llegar a ser él mismo. Y así «dentro de mi cerebro se pasea… un bello gato, fuerte, suave y cautivador» de voz «siempre rica y profunda… (que) me llena como un verso tupido y me regocija como un filtro» ¿No es esto la poesía?

El cuarto mandamiento Bushido (Hydra de Lerna)

Shinzo Abe (1954), ministro japonés, hizo unas polémicas declaraciones a la prensa donde instaba a los ancianos a morir por ser una carga económica para el país del sol naciente.

Bueno, luego aclaró sus palabras y las suavizó, pero ya estaban grabadas a fuego en la mente de todos.

Intento entender la razón de estas declaraciones porque no quiero limitarme a poner verde a este señor. Si he de hacerlo, lo haré. Pero teniendo en cuenta que es japonés, cuya cultura nos es tan enigmática como desconocida, prefiero investigar un poco… Empezando por su esposa.

Akie Abe (1962), hija de una rica familia, se educó en un colegio católico. Lo cual no deja de sorprender. Es propietaria de un conocido bar de Tokio. Después de casada con Shinzo Abe, trabajó como disc-jokey en una emisora de radio. Conocida por sus «memorables» juergas, fue pillada por la prensa con un candidato opositor. Se ganó la antipatía de los nipones al rendir tributo a los muertos que produjo el ataque japonés a Pearl Harbour. Sus palabras para excusarse fueron: «No quiero interferir en el trabajo de mi esposo, pero quiero dejar claro a los oponentes que existe otra forma de pensar».

¿Cómo se siente un católico en un país donde se practican religiones tan diferentes? Imagino que, al principio, desconcierto. Luego, defensor a ultranza de su religión para, posteriormente, pasarle lo mismo que a la gran mayoría de los católicos, vivir al margen de las enseñanzas por pura rebeldía.

Su marido, Shinzo Abe, estudió parte de su carrera política en Estados Unidos. Eso ya empieza a darnos pistas de la razón de su actitud.

«SHINTO»

Es una de las religiones más practicada por los nipones. Esta religión está basada, fundamentalmente, en cuatro afirmaciones: tradición y familia, amor a la naturaleza, purificación y celebración de las fiestas.

Todas las religiones tienen sus libros sagrados, menos ésta.

«GIRI»

En Japón, las ideas de «deber», «honor» y «obligación», definen claramente su cultura frente a la cultura individualista occidental. Por eso utilizan una sola palabra que las agrupa: GIRI. El bien común frente al bien individual.

«AOKIGAHARA»

También conocido como «Mar de Árboles», es un bosque situado en el monte Fuji. Según la mitología japonesa, es un bosque lleno de demonios. De hecho, hay poemas con más de 1000 años que hablan del bosque como «el bosque maldito».

Perderse en este bosque es muy fácil por su frondosidad. Hay habilitados caminos para los turistas y se les recomienda no apartarse del camino. Hay carteles para los suicidas con el siguiente mensaje:

«Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada por tus padres. Por favor, piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, busca ayuda y no atravieses este lugar solo».

Este bosque os sonará porque ya hay una película de terror basada en su historia: «El bosque de los suicidios».

El Golden Gate de San Francisco también es un lugar emblemático para suicidas, como también lo es el puente sobre el Yangtze de Nanjing, en China.

«UBASUTE» «OYASUTE»

Significan, literal y respectivamente, «abandono de una anciana» y «abandono de un padre o un familiar».

En el Japón antiguo existía, supuestamente, la costumbre de abandonar a un pariente enfermo o anciano en algún lugar remoto. Las personas abandonadas se dejaban morir para dejar de ser una carga.

Shichiro Fukazawa se inspiró en esta leyenda para escribir su aclamada novela «La balada del Narayama».

«BUSHIDŌ»

Significa «El Camino del guerrero». Es un código ético muy estricto, que exige lealtad y honor a todos los que deciden abrazarlo. Es el código por el que se guían los SAMURAI.

La palabra BUSHI significa «caballero armado». Según he leído, los verdaderos guerreros no eran llamados Samurai, se llamaban «BUSHI», un término mucho más digno para ellos.

El BUSHIDŌ es mucho más que un código ético, es una forma de vida. No es solamente una lista de reglas a seguir, es un conjunto de principios que preparan, tanto a hombres como a mujeres, a luchar sin perder humanidad. A dirigir y liderar sin perder los valores básicos.

Estos nobles guerreros practicaban el «SEPPUKU» o «suicidio ritual». Esta era una práctica por la que «el guerrero podía expiar sus crímenes, excusarse de sus errores, escapar al deshonor, rescatar a sus amigos o probar su sinceridad», según cuenta Inazo Nitobe en su libro «El Camino del guerrero». También dice que era como «la purificación del acto de despedirse de la vida».

Son siete los mandamientos del BUSHIDŌ:

– GI-Justicia

– YU – Coraje

– JIN -Benevolencia

– REI -Respeto

– MAKOTO -Honestidad

– MEIYO -Honor

– CHUUGI -Lealtad

«Una vez el guerrero está preparado para el hecho de morir, vive su vida sin la preocupación de morir, y esconde sus acciones basado en un principio, no en el miedo».

«KEIRŌ NO HI»

Es el día en el que Japón rinde pleitesía a sus mayores. Es un día de celebración. En el país del Sol Naciente, se venera y respeta a los ancianos. Son los que tienen mayor experiencia y han contribuido a la construcción de su sociedad. Es el día en que los jóvenes preparan comidas y fiesta para ellos, les muestran su respeto y agradecimiento.

SHINZO ABE

Historia, leyendas o mitos, todo forma parte del ADN de los nipones. Tal vez, en el Japón moderno, ya no existan esos «guerreros», porque los tiempos han cambiado. Pero la gran mayoría sigue aplicando esos mandamientos en su vida. Los que ahora son ancianos en Japón, siguen creyendo firmemente que el bien común está por encima del individual. Y así viven, aplicando normas de las que otros se aprovechan.

Ahora, después de haber leído mucho sobre su cultura, sí me siento preparada para opinar sobre sus palabras.

Ahora sí puedo decir que es usted soberbio y prepotente, señor Abe. Egoísta, hipócrita, desleal, ha utilizado los principios de sus mayores para deshacerse de ellos. En vez de buscar soluciones, busca atajos. Miente y utiliza ese tan arraigado «bien común» para no tener que cumplir con su deber. Es usted, verdaderamente, y tanto desde mi cultura como de la suya, despreciable. Ha cogido lo peor de su cultura y lo peor de la cultura occidental. Usted ya no merece mi respeto, ni como político ni como persona. Carece de todos y cada uno de los mandamientos del BUSHIDŌ. Su dignidad la perdió el día que despreció El Camino de sus antecesores.

«Si preparando correctamente el corazón cada mañana y noche, uno es capaz de vivir como si su cuerpo ya estuviera muerto, gana libertad en El Camino. Su vida entera estará sin culpa, y tendrá éxito en su llamado»

 

El cuarto mandamiento (Carmen Cereña)

Honra a su padre y a su madre quien los ama, reverencia y obedece… como Jesús amó y obedeció a la Virgen María y a San José… debemos también honrar a los mayores en edad, dignidad y gobierno (Catecismo de la doctrina cristiana)

He leído en la prensa que el ministro nipón de Hacienda ha invitado, incluso quizá instado, a los viejos de su país a morirse. Son demasiado onerosos para las arcas públicas.

Cuando yo era niña, en mi Córdoba natal, mi padre, militar de carrera, tuvo como chófer durante un año largo a un recluta del barrio de Chamberí, en Madrid, nacido según contaba con orgullo en la calle Sandoval. Se llamaba Braulio. Era muy bromista (de un «humor bonito», como decía él mismo) y muy cariñoso con mis hermanas y conmigo; y siempre, el pobre, procuraba traernos algún caramelo o alguna gollería, dentro de los muy estrechos límites de su economía. Mi padre, con frecuencia, deseoso de oír sus chanzas y chascarrillos lo invitaba a subir a casa y le ofrecía un refresco, un vino, una cerveza o una caña de buena manzanilla de nuestra tierra andaluza con alguna tapa o golosina, que él siempre agradecía. Recuerdo cómo nos contó una vez que sus padres, también de la calle Sandoval, dos castizos, tenían más de ochenta y ocho años ambos y que estaban para el arrastre. Adoptando entonces una irónica perspectiva inhumanamente utilitarista, afirmaba que como los viejos no trabajan ya, pero comen y gastan en luz y agua, y son por tanto una carga superflua para las familias y para el Estado, había que soltar lastre matándolos a todos y que «muerto el perro, se acabó la rabia» y «todos tan contentos»: las arcas públicas se verían así aligeradas de gastos superfluos, las familias quedarían libres de sus pesos muertos, siendo además así los propios viejos los más favorecidos por quedar exonerados ya de sus alifafes, reúmas («reomas», como decía el propio Braulio), artrosis y de esa enfermedad crónica que va siempre a más y que se llama vejez. Y «a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga».

Mi madre, mi padre y mi hermana mayor sonreían divertidos. Yo, debido a mi corta edad, ajena a toda ironía, estaba escandalizada. ¡Cómo Braulio, siendo tan cariñoso y tan amable, tan simpático, podía abrigar tales pensamientos y declararlos así, con tan brutal cinismo! El colmo fue cuando mi padre, fingiendo seriedad, le dijo que siempre podía contar con su pistola reglamentaria para «cargárselos», que estaba a su permanente disposición. ¡Qué monstruo! Mi hermana, entonces, la primogénita, volvía su rostro hacia mí y con su mirada parecía querer decirme «¡qué boba eres, niña!»

Ignoro si el ministro del Imperio del Sol Naciente habrá visto «La balada del Narayama», de su compatriota Shohei Imamura, pero en cualquier caso parece impregnado de las secuencias e imágenes que allí se recrean. En esta película que narra las muy duras condiciones de vida de una aldea japonesa, una vieja se avergüenza de que, a pesar de su avanzada edad, posea aún todos sus dientes. Ella es consciente de que su tiempo ha pasado ya, de que es un estorbo y ansía que sus familiares, como es tradición, la trasladen al monte Narayama donde, sola, morirá de hambre y frío. Mas su lozana dentadura la retiene en el mundo de los vivos, de los que trabajan penosamente para llevarse algo al estómago; y así, golpeándoselos con una piedra, acabará por quebrárselos. Una boca menos que alimentar. Se ve que a la vieja la habían ganado las tesis de Braulio, quien, por otra parte, haría un excelente secretario de Estado en el gobierno japonés.

Al parecer, según he leído, ya en Atapuerca se cuidaba altruistamente de enfermos y viejos. Ya se daban la piedad y la caridad para con el débil. «Honrarás a tu padre y a tu madre». En una perspectiva cínica, el cuarto mandamiento de la Ley de Dios es una hábil estratagema por parte del menguado para obligar moralmente al fuerte a protegerlo y ampararlo, a prodigarle atenciones mientras viva. Es curioso que a Nietzsche, tan dado a interpretaciones en estos términos y a despotricar contra la religión, no se le hubiera ocurrido… El mandamiento en cuestión representa un seguro de vida para el futuro, para cuando el que es todavía joven o maduro desemboque en las ásperas orillas de la vejez; es un plan de pensiones previsor, madrugador, grabado en el frontispicio del templo de la cultura y a fuego en nuestro inconsciente.

Cyrano de Bergerac, el escritor (no el homónimo personaje de Rostand), movido por su inteligentísimo y crítico ánimo de poner en tela de juicio todo cuanto la costumbre nos hace percibir como natural y por tanto inmodificable, en su «Estados e Imperio de la Luna», concibe una sociedad al revés en que es el joven quien manda, mientras que el viejo obedece. Argumenta que la energía, la decisión. el espíritu emprendedor corresponden al joven y que por tanto el respeto se le debe a él; el viejo, por el contrario, mermado y desmedrado, anquilosado y entumecido, tan sólo es capaz de actos timoratos y repetitivos que nos alejan del progreso. Tanto que, en un momento determinado del relato, exasperado ante las majaderías de su anciano padre, un hijo le suministrará horrísona bofetada.

La tradición consagra a la ancianidad identificándola a la sabiduría. Consejo de Sabios, Consejo de Ancianos. En su «libertinaje» intelectual, el osado Cyrano se mofa de toda idea recibida y preconcebida que la razón no haya analizado y ponderado.

En cualquier caso, en el mundo animal, el viejo ejemplar sucumbe en total soledad; en el hombre primitivo, obligado a desplazarse en pos de la caza y sujeto por tanto al nomadismo, siempre expuesto a la falta de alimentos, qué duda cabe que el viejo es una carga. El cuarto mandamiento representa una humanización de la existencia, de la misma manera que lo es la ley del Talión por poner límites precisos a la venganza. Quizá tan sólo una sociedad sedentaria y agrícola pueda cumplir y hacer observar ese «honra a tu padre y a tu madre». Si consideramos que el Antiguo Testamento constituye el testimonio y la sanción literaria del paso de una sociedad de pastores nómadas a otra de tipo agrícola y de residencia fija en la «Tierra Prometida», no cabría extrañarse ante la formulación de ese cuarto mandamiento, que se hace así posible.

No es cuestión baladí que tras ese «padre» venga la «madre». Teniendo en cuenta cómo la Historia y las sociedades nos han solido tratar a las mujeres, el hecho de que en la consideración de la progenitura y sus derechos, se ponga en pie de igualdad a los dos sexos, no deja de ser algo digno de admiración, de aprecio y deudor de profundo agradecimiento.

A pesar de todo, la relación padres – hijos es de una gran ambivalencia, como siempre ocurre en los afectos muy fuertes y sobre todo en los que se generan en la infancia (que, por otra parte, informarán luego a todos los adquiridos posteriormente), desde el vientre materno, podríamos decir. Quien conozca el mundo del inconsciente, sabe de lo difícil y erizado de toda relación afectiva familiar. Respecto a los padres, el odio, junto al amor, hace acto de presencia. El Súper-yo, revestido de moral, religión y deberes, reprime toda emoción de rechazo y de agresión hacia los padres, disociándola, sepultándola en el inconsciente junto con todo lo inconfesable y pecaminoso que anide en nuestra vida psíquica, dando lugar a los fantasmas, los síntomas, las somatizaciones, la desazón, junto a lo contradictorio, absurdo e irracional de nuestras conductas. Y es que todo avance moral y civilizatorio supone una profundización en ese «malestar de la cultura», que tan magistralmente denunciara el viejo Freud.

«Los viejecitos son una lata». Creo que así se titulaba una comedia de Álvaro de Laiglesia. El título, desde el punto de vista psicoanalítico, representaría toda una liberación, a través de la risa, de una contradicción y de una represión psíquica. El arma cómica es, paradójicamente, venganza civilizada y cultural del primitivo y del niño narcisista que todos llevamos dentro, contra la opresión que tanto filogenética como ontogenéticamente ejercen la educación, la vida social y el progreso moral.

Porque «los viejecitos son una lata», Alphonse Daudet, en sus «Cartas desde mi molino», siente como un auténtico engorro la visita que, por compromiso, ha de hacer a los abuelos (o ancianos padres, ya no recuerdo bien) de un amigo suyo. Acude a regañadientes, rezongando y arrastrando los pies; sin embargo, descubrirá una pareja de ancianos tan tierna, tan afectuosa, tan inocente y tan agradecida que todo su enojo por anticipado se trocará en alegría por haberlos conocido, y bendecirá a su amigo por haberle felizmente forzado a conocerlos. Creo que es una de las páginas más bellas, más líricas y más humanas, e incluso optimistas, de cuanto se haya escrito sobre los viejos.

«Les vieux» (Los viejos), de Jacques Brel, es también muy conmovedora canción. El estribillo recrea el reloj de péndulo que ronronea en el salón y que constantemente les dice a los viejos, como agorero recordatorio, que «os espero». Y todos sabemos que el reloj es el Tiempo, inexorable, y que el péndulo no es otra cosa que la guadaña que siega las vidas. Todo viejo, ya sea Creso u Onassis, es pobre por el simple hecho de ser viejo. Todo viejo, ya viva en París o en Nueva York, queda condenado a vivir en la más provinciana de las atmósferas, pues a los más golosos estímulos no puede dar ya respuesta adecuada y todo se le hace inalcanzable. Y así «Aun ricos, son pobres. / Aun viviendo en París, viven todos en provincias / cuando se vive demasiado tiempo». Todo viejo asiste a la progresiva mengua y encogimiento vitales, así como al constante deterioro de sus facultades, y su campo de acción y su mundo tórnanse cada vez más ridículamente restringidos. «De la cama a la ventana, luego de la cama al sillón y luego de la cama a la cama». La vida, el impulso vital, las reacciones corporales, las sacudidas intelectuales se van alejando cada vez más, la vida se les escapa tan aprisa como finísima y célere arena entre los dedos. «Los viejos ya no sueñan, sus libros se adormecen, / el gatito murió, el moscatel del domingo no hace que canten ya. / Su mundo es demasiado pequeño». Faltos de fuerza y de energía, la poca vida que aún les resta, pesa lo indecible y todo se vuelve exasperadamente lento, desesperadamente al ralenti.

Y al final el estribillo se dirige no ya sólo al viejo, sino a todos nosotros, que también seremos viejos, y no dice ya que os espera, sino que nos espera.

¿Obedecen a un conjuro esos discursos que proclaman la belleza serena de la vejez, lo pausado de sus tempos, el reposo de la memoria, la vida que profundiza los recuerdos y un larguísimo etcétera de embustes bienintencionados? Puro mecanismo de defensa, pura racionalización. «Murió la bestia», proclama con alivio Borges; pero es que la «bestia» es la vida.

No, seamos sinceros: la juventud es bella; la vejez es fealdad.

La vejez es sobre todo profunda humillación.

En su celebérrimo monólogo, Hamlet considera que es «el horror de poder hallar un algo tras de la muerte» el que necesariamente aturde y detiene el brazo amigo del suicidio, dejándonos así reducidos a resignarnos ante nuestros males, uno de los cuales, claro está, no es otro que el de «las lacerantes burlas del tiempo».

«La bella armera», de François Villon, se lamenta al confrontar su lozanía de antaño, que nada le devolverá ya, con su decrepitud actual. Y así desgrana el ubi sunt de sus virtudes físicas cuando era moza (frente pulida, blondos cabellos, hombros donosos, pequeños pechos, caderas carnosas y altas, muslos firmes que encierran el jardín secreto), a las que contrapone la ruina actual (frente arrugada, cabellos canosos, mirada apagada, orejas colgantes, chepa, tetas y caderas retraídas, muslitos mermados y en cuanto al jardín secreto… ¡mejor ni nombrarlo ya!). Y, ganada también a las tesis de Braulio, la vieja de «La balada del Narayama» y el ministro de Hacienda nipón, la que otrora fuera bella, exclamará: «¡Ah!, vejez felona y soberbia, / ¿Por qué tan pronto me abatiste? / ¿Quién me impide que yo misma no me hiera, / y acabe por matarme?»

Incapaces ya de amar, han de vivir el amor vicariamente. Urdidoras de tercerías, son personajes grotescos, despreciables y menospreciados: Trotaconventos y Celestina. O esas alcahuetas diabólicas, corrompidas hasta el tuétano del alma que pululan con sigilo y astucia en los más siniestros caprichos de Goya.

La versión cazurra de estas lamentaciones de «la belle heaumière» de Villon nos la dan esos azulejos chuscos, y en ocasiones chocarreros, que se venden en los bazares turísticos de las ciudades españolas: «La mujer es como el mundo: a los veinte años como África, casi sin explorar; a los treinta, como la India, cálida y misteriosa; a los cuarenta, como América, técnicamente perfecta; a los cincuenta, como Europa, toda una ruina; a los sesenta, como Siberia, se sabe dónde está, pero nadie quiere ir a ella» Y, para evitar la acusación de machismo y completar el cuadro, existe la versión masculina, en que el hombre es comparado a un tren, que a los sesenta años es enviado al depósito de chatarra.

En un largo poema, dedicado a Víctor Hugo, Baudelaire recrea la ruina de esas «petites vieilles» que pueblan París. «Seres singulares, decrépitos, monstruos rotos, jorobados o torcidos… trotan como marionetas; se arrastran como animales heridos, o bailan, sin querer bailar, pobres cascabeles… avergonzadas de existir, sombras anquilosadas, acobardadas, encorvadas, pegadas a la pared; y nadie os saluda ya». No, pues «a vosotras que fuisteis la gracia o la gloria, nadie os reconoce»; y sin embargo «fueron antaño mujeres». Mas ya no lo son. En su expolio la vejez nos roba hasta el sexo. No sólo eso sino que la vejez parece complacerse en jugar a confundir los sexos y así «La mujer barbuda» de Ribera constituye cruelísimo, espantoso y exacerbado ejemplo de ello: la mujer ostenta muy lengua barba y el hombre parece más una vieja que un viejo.

La vanguardia animalista (Carmen Cereña)

He leído en la prensa que en la Comunidad Autónoma de Cataluña se pretende prohibir la presencia de animales en el circo. Desde luego lo de los nacionalistas es prohibir. Para evitarles la tortura a manos de un verdugo sádico se legisló la interdicción de los toros. Ahora, para evitarles la explotación y la degradación, hay que impedir que elefantes, tigres, leones, osos, focas, monos, perros y caballos participen en los números circenses. Esta prohibición les llevará algo más de tiempo pues no siendo algo específicamente español o hispano ni el circo ni sus animales, no hay por qué darse tanta prisa.

Y está, se nos dice, el magnífico ejemplo del Circo del Sol que triunfa en todo el mundo y que no exhibe nunca ni un solo bicho. Ahí reside el problema: en que tanto Circo del Sol como prohibicionistas son rematadamente cursis y no saben exactamente lo que es el circo. El circo, en su desarrollo, es teatro de variedades puesto que no cuenta una historia, rehúye todo intelectualismo y aspira a ser tremendamente vital y desprovisto, como género, de todo amaneramiento. Por todo ello el teatro de variedades fue tan celebrado por Marinetti y los futuristas fascistas. El Circo del Sol, sin embargo, aspira a contar una historia de principio a fin, traicionando -superando, dirán ellos- la sucesión lineal y la yuxtaposición de números independientes los unos de los otros. Y con el agravante de que sus guionistas desarrollan torpemente un argumento de por sí insustancial y tan azucarado que es un puro jarabe estomagante. El Circo del Sol es intelectualoide y sentimental, siempre edulcorado cuando precisamente la bello del circo lo constituye su carácter enormemente popular e incluso algo bronco. Y no sólo no es vital, sino que por el contrario se muestra anémico y lleno de dengues y de remilgos como gazmoña damisela. ¿Que sus artistas son unos profesionales como la copa de un pino? Sí, cómo negarlo, pero eso es otro cantar, que aquí no hace al caso.

Bien cierto es que para algunos de los animales circenses, el circo no es precisamente Bizancio. Recuerdo vívidamente cómo, siendo yo niña, un circo ambulante se anunciaba por toda Córdoba paseando dentro de una jaula un enorme tigre desmazalado y tristísimo. Si en el célebre episodio en que el ingenioso hidalgo trocó su nombre de Caballero de la Triste Figura por el de Caballero de los Leones, el rey de la selva no ataca a don Quijote sino que se limita a bostezar y luego le da la espalda, es porque la cautividad lo ha desnaturalizado, ha hecho de él una sombra de león.  Bien cierto es que la prisión impuesta al animal salvaje lo rebaja. A pesar de ello, qué emoción, sobre todo para el niño, contemplar bestias salvajes rugiendo a dos metros de sus narices y plegándose a la voluntad del domador o de la domadora. ¡Y qué próximo se siente un crío al animal! Sólo si un adulto moralista y moralizante adoctrina al niño, sólo entonces el niño rechazará el número de los leones o los tigres. Cosa distinta es que el adulto bienintencionado -y no hay ironía alguna en el adjetivo empleado- considere a la luz de la razón que el animal tiene unos derechos y le resulte vejatoria la actividad que ha de desarrollar entre las rejas frente al público. Otro tanto puede decirse del antitaurino razonable. Sus argumentos llevan parte de razón, si bien sólo contemplen parte de la cuestión, obviando consideraciones no sólo artísticas sino rituales, mágicas y religiosas en el sentido más lato del término, y por tanto pequen de miopía. En cualquier caso son absolutamente respetables.

En un relato de la Pardo Bazán, una señorita, solitaria, inabordable por zahareña, y un tanto extravagante, da en enamorarse de un león de circo. Una tarde se produce la tragedia: en la función aquel león mata a su domador. Y ella aplaude. Hay mujeres y hombres que también se congratulan de que el toro coja e incluso eventualmente mate al torero y con ello no quiero decir que todos los antitaurinos sean de esta laya ni mucho menos.

Nadie, que yo sepa, eleva su voz contra la doma de delfines y los espectáculos que protagonizan, a pesar de ser el delfín, de partida, animal salvaje y, no obstante, vivir en la cautividad de acuarios y zoológicos. ¡Se le ve tan ufano, tan pimpante, tan pletórico de alegría y confianza en sí mismo! Sin embargo, por qué no, se le está humillando. El león salta por el aro y el delfín también.

Todo cambia, creo, al considerar los animales domesticados por el hombre. En primer lugar, el elefante. Nunca he visto uno africano en un circo. El artista es el asiático, poderosísima bestia de carga en el Sureste de aquel continente. Es indudable que el paquidermo circense vive bastante mejor que su congénere que arrastra y empuja colosales troncos de árboles en la jungla. Aníbal cruzó los Alpes a lomos de altísimos y ponderosos elefantes africanos con la intención de someter a Roma. Habría que borrarle de los libros de texto de Historia. Le castigó dios en su soberbia dando la victoria final a los romanos que sólo domesticaron caballos. Sí, lo castigó Dios por explotador de elefantes y Roma emitió el fatal veredicto de «Cartago delenda est».

Qué emoción no sentiría yo de niña al ver los elefantes y los leones, tan enormes unos, tan bellos otros. No sólo no los despreciaba sino que, muy por el contrario, los reconocía superiores a todo ser humano, ya se tratase de mi padre, de mi madre, de mi hermana mayor o de Lanzarote del Lago. Es cuanto siento aún de adulta en una plaza de toros: la apabullante superioridad de la Naturaleza frente a nosotros, hombres y mujeres, animales dotados a la vez de racionalidad e irracionalidad. Y aplaudimos al Padre Toro que es un ascua de Sol incandescente.

El caballo tira aún de simones y turísticos coches de paseo en nuestras ciudades andaluzas y también, por ejemplo, en Roma. Practicamos equitación. Es deporte olímpico. A caballo va el mayoral por los predios. A caballo se lleva a cabo el acoso y derribo. A caballo se caza. A caballo se juega al polo, tan de moda últimamente. Y nadie clama contra ello (contra la caza, sí, no obstante). Justo es pues que también el caballo participe activamente, con su elegancia y velocidad, en el circo. Écuyères, cosacos, indios, tártaros, gitanos, girando vertiginosamente en la pista, sin trampas ni cartón, arriesgando el pellejo en los saltos y en la carrera… y ¿quién no recuerda las cautivadoras amazonas de Toulouse-Lautrec?

¿Y la cabra? Esmeralda, gitanilla en París, baila con su cabra Djali. Porque la tiene amaestrada se la acusa de bruja. ¿Qué sería de Esmeralda sin su cabra? ¿Qué será de los domadores cuando les quiten sus animales? ¿Qué pensarán cuando oyen y leen que hay ya ciento treinta y tres municipios en España que rechazan la utilización de animales en el circo y que, por tanto, los quieren enviar al paro y a la porra?

Los gitanos que toquen la trompeta cuanto quieran, pero sin cabra. Que la Legión desfile chula y marcial, pero sin su carnero.

¿Y el mono, tan humano, ya sea el minúsculo tití, ya sea el capuchino, ya sea el grandote chimpancé? En «El circo» de Charlot, una película que encandila a todos los públicos y a todas las edades, que hace reír como ninguna, es memorable aquella secuencia en que Charlot, impostor equilibrista, ha de recorrer de cabo a rabo la cuerda bajo la cual se abre el abismo, asediado como se encuentra por más de seis monitos traviesos que se le suben a la cabeza y llegan a morderle la nariz. No creo que el mono sea infeliz en el circo. Mi cuñada Rosa, que vivió su infancia en el África negra como hija que era de un médico de la OMS, tenía un monito, el monito Lechuzo. Me cuenta sus trastadas, sus añagazas, sus números de fenomenal funámbulo y aún río, al cabo de tantos años.

El chimpancé es un mono de gran envergadura, sin llegar a ser el orangután o el gorila. «El planeta de los simios», quizá, nos lo haya hecho temer y aborrecer. En el circo, sin embargo, muestra su faceta más humana, haciéndonos reír. ¿Que lo disfrazan ridículamente? No creo que sufra mucho por ello, la verdad. Todas las damas cursis llevan a sus chihuahuas, yorkshires y king charles ataviados como señoritas remilgadas. También el payaso se disfraza para mejor hacernos reír. ¿Que el clown se ridiculiza a sí mismo por voluntad propia, mientras que al mono no se le da la opción? Sí, cómo disentir, pero también cómo no ver que el mono nunca decidirá por sí mismo.

¿Y el perro? Recuerdo aún la expectante ansiedad con que asistía a esos partidos de fútbol con globo en lugar de balón, que enfrentaba a los bóxers del Córdoba con los bóxers del Madrid e impepinablemente, como en la realidad, ganaba siempre el Madrid. Estoy convencida de que los perros disfrutaban.

Los caniches caminaban sobre los cuartos traseros, repulidos y sensuales, sofisticados como personajes de una película de Visconti. Estoy convencida de que sus amos, los artistas, se los estiman casi como a hijos y les prodigan mil y una atenciones.

Los cazadores que ahorcan a sus galgos viejos; los cazadores que, sin llegar a estrangularlos, los cuelgan dejando que sus patas de atrás rocen apenas la tierra para que vayan muriendo de hambre, de sed, de asco y de incredulidad ante la mayor de las ingratitudes; los monos que los iraníes de la dictadura teocrática lanzan al espacio -la otra opción sería que enviaran a una mujer-; el can de «Él nunca lo haría», perplejo y vacío en su abandono; el toro de la Vega cobardemente alanceado en Tordesillas; el asno de Villanueva de la Vera cuya suerte, creo, cambió a raíz de una sabia, discreta y eficaz visita de la Reina Sofía; la cabra despeñada desde el campanario; los gallos colgados boca abajo en la plaza mayor de la Alberca para que los mozos, a galope, les arranquen de cuajo la cabeza desde sus monturas, tal como nos narra Buñuel en «Las Hurdes, tierra sin pan»… Basta así. Ojalá que ocurra cómo ocurriera a San Juan Hospitalario, extremadamente cruel con los animales hasta que un ciervo, símbolo de Cristo, lo maldijera y así trocara su vida sanguinaria por la difícil senda de la santidad.

El circo es otra cosa. Ramón, en su libro «El circo», dice de éste que es lugar edénico. Por su luz tamizada, como lo era el Paraíso bajo los grandes árboles en la hora de la siesta.; por la proximidad entre el hombre y el animal, siendo éste siempre amistoso y sereno, tan apacible como bonancible es la meteorología paradisíaca; y, consecuencia de lo anterior, por lo ligeros de ropa que andan siempre los artistas, casi tan desnudos como nuestros primeros padres.

Ni toros, ni animales circenses. ¿Cuál será la próxima prohibición en este mundo cada vez más clónico, más plano y más asaúra?

El circo (Hydra de Lerna)

He leído en la prensa que en la Comunidad Autónoma de Cataluña se pretende prohibir la presencia de animales en el circo. ¿La razón? Velar por su seguridad y bienestar.

Si un circo cumple con todos los requisitos, permisos, supera las inspecciones, etc. ¿existe la posibilidad de que se produzca maltrato animal? ¿Qué aspectos de bienestar animal cubre nuestra legislación? La modificación de la ley de protección animal tiene como objetivo mostrar un avance en la ética social, pero ¿es este un acto hipócrita, cuya última finalidad es derivar la atención del ciudadano para que no se ponga el acento en otros sectores donde sí existe un verdadero desprecio por su bienestar? Hay sectores donde el maltrato animal es innegable pero tiene una mayor presencia popular y, por ende, mayor presencia política.

En el año 2010, la Generalitat Catalana galardonó con el Premio Nacional de Cultura y con el Premio Ciutat de Barcelona, a “Le sort du dedans”, un espectáculo circense-teatral contemporáneo en el que participaban caballos. ¿No es esto irónico a la par que hipócrita? Sobre todo porque el proyecto de ley sobre la prohibición ya estaba sobre la mesa…

¿Debemos entender que “Arte” influye sobre lo que se entiende como “Bienestar”?

Puede ser que la diferencia radique en el tipo de animal que se utilice para el espectáculo. ¿El malestar de una cabra en el circo es comparable con el de un tigre?

ORIGEN DEL CIRCO

El circo es uno de los espectáculos más antiguos del mundo. El circo es la unión de muchas disciplinas: danza, música, oratoria, comicidad, drama…

A lo largo del tiempo, el circo ha mantenido su forma circular y la interacción con el público. Sus raíces las encontramos en el occidente de 3500 años AC, cuando los egipcios dejaron, en las paredes de Beni-Hassan, pinturas que representaban  a sus malabaristas.

La palabra “circo” proviene del griego “kirkos”, que significa “círculo”. El Estadio Olímpico griego y el Circus Maximus romano, marcaron la historia del arte circense con sus actuaciones: cuadrigas, carreras a caballo, domadores, luchadores, atletas. El arte de la improvisación llegaría de la mano de los trashumantes: trovadores, recitadores, flautistas, etc.

Philip Astley, caballista y acróbata, fue el primero en concebir un espectáculo de pista. Británico de nacimiento, en 1774 se estableció en París, y en 1782 fundó, con su hijo, el “Amphitèâtre Anglois Astley”. También fundó una compañía de equilibristas y acróbatas.

Huges, que había sido alumno suyo, creó su propia compañía y, por primera vez, se utilizó el nombre de “circo” para presentar su espectáculo.

DE LA LEGISLACIÓN

No he podido encontrar ley alguna que recoja las condiciones de bienestar de los animales de circo. Incluso he preguntado a un prestigioso abogado sobre el tema. “No hay nada legislado” me dijo. Sin embargo sí está legislada la importación, comercio y movimientos entre estados miembros. Me habló de la Convención sobre CITES (Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora), y que fue creado en 1963 por la IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Este convenio que fue implantado en 1975, consiste en un acuerdo entre los gobiernos del mundo que intentan salvaguardar la flora y la fauna para que no se vea amenazada por causa del comercio internacional. Y aquí he de hablar de los snobs. Esa “raza” de gente que, con total desprecio, adquieren animales y/o plantas, por “seguir” la moda, para después desprenderse de ellos, poniendo no solo en riesgo a los propios animales, sino también el hábitat natural de la zona.

DE LAS LEYES

“No podrá realizarse el transporte de animales si éstos no se hallan en condiciones de realizar el trayecto previsto y si no se han adoptado las disposiciones oportunas para su cuidado durante el mismo y a la llegada al lugar de destino. Los animales enfermos o heridos no se considerarán aptos para el transporte”.

“Cuando deba interrumpirse el transporte de animales durante más de dos horas, deberán adoptarse las disposiciones necesarias para el cuidado de los mismos y, en caso necesario, para su descarga y alojamiento”.

El Código Penal, en su artículo 337, establece que:

“El que por cualquier medio o procedimiento maltrate injustificadamente a un animal doméstico o amansado causándole la muerte o lesiones que menoscaben gravemente su salud, será castigado con la pena de tres meses a un año de prisión e inhabilitación especial de uno a tres años para el ejercicio de profesión, oficio o comercio que tenga relación con los animales”.

EL CIRCO EN LA CIUDAD

Se oyen voces anunciando la llegada del Gran Circo. Un vehículo con carteles pegados en sus puertas y un gran megáfono lanzando su música circense, nos anuncia que ya están preparando el gran espectáculo. Unas enormes carpas se levantan en las afueras de la ciudad. Garantizan una experiencia mágica.

Mis ojos de niña ya no podían abrirse más. Estaba emocionada ante semejante desfile de personas con uniformes de colores brillantes. El olor de las palomitas de maíz. Los palos de algodón de azúcar…

Por fin, el maestro de ceremonias anuncia el comienzo del espectáculo. Ante nosotros desfilan todos los que van a participar. Payasos, acróbatas, danzarinas, magos… perros, serpientes, loros, caballos, cebras y… ¡las fieras salvajes! Se oye un clamor al contemplar a los hermosos tigres. O los feroces leones. O los mansos elefantes. O los enormes osos… Y yo, con mi inocencia, me aferro al brazo de mi padre, temerosa de esos enormes animales que mostraban sus blancos colmillos y sus afiladas garras.

El mago encierra a una chica guapísima en una caja de vidrio y la cubre con una tela negra. Al levantar la tela… ¡la chica ha desaparecido! En su lugar, un hermoso tigre que no puede moverse en el pequeño habitáculo, gime. Sí, gime. Mira a su pérfido captor. Y yo también. Sin poder evitarlo, grito desesperada pidiendo que lo suelten porque no “cabe”. Mi padre me miró entre abrumado y orgulloso, creo.

Le llega el turno a los elefantes. Iban disfrazados con unas ridículas capas y tobilleras de colores vivos. Su domador les hace subir a unas tarimas muy pequeñas. Levantan su patas delanteras hasta quedar sostenidos por sus cuartos traseros. Levantan sus trompas mientras las chicas saludan desde sus espaldas, a un público entregado.

Aplaudo con tristeza.

Luego llegan los acróbatas. Me sentí entusiasmada. ¡Era un espectáculo tan increíble! ¡Esas volteretas en el aire… ese saltar de mano en mano… ese doble salto mortal! Estaba absolutamente impactada.

Luego llega el número del domador. Le sigue el de los caballos y el de los perros…

RAZONAMIENTO

Me planteo cómo surge la aparición de los animales en el circo. La razón por la que son utilizados. Tal vez se debe a la pérdida de interés que sufrimos las personas cuando lo que es “nuevo” perdura demasiado tiempo y se convierte en algo cotidiano. El afán lucrativo. Las rivalidades. El deseo morboso del espectador por ver a un ser humano enfrentarse a la fiera salvaje.

Es inevitable plantearse si hay que diferenciar, a la hora de juzgar el uso de animales en los circos, entre los exóticos y los domésticos.

La clave está en la educación. Educar en el respeto hacia los animales. Ver el circo como un espectáculo donde el animal pueda coexistir con el hombre. Porque mientras el hombre escoge libremente, el animal no.

No quiero que desaparezca el circo con animales. Pero quiero que el circo con animales sea un ejemplo para todos.

Al rico café (Hydra de Lerna)

He leído en la prensa que un estudio científico de la prestigiosa Universidad de Harvard apoya los beneficios del café para la salud mental.  El estudio fue publicado en The World Journal of Biological Psychiatry.

El Instituto de Información Científica sobre el Café ha puesto en marcha una página web con información actualizada sobre el café, la cafeína y la salud. La página se llama “Coffee and Health”.

Francamente, el café me importa poco. En casa lo suelo tomar descafeinado soluble con leche. En el bar, corto de café y la leche sin espuma. Cuando digo “corto de café” significa con poco café en el pocillo de la cafetera. Lo confieso y entono el mea culpa: no soy amante del café. Lo que de verdad me gusta es la leche. Me gusta notar su sabor cuando me pido el café con leche. Me gusta notar el sabor de la leche cuando tomo cacao soluble. El chocolate también me gusta con leche. Y me gusta el té americano… pero no voy a hablar de la leche –a pesar de estar en la mejor tierra para hacerlo-, voy a hablar del café (aunque no me guste). Lo único que me gusta del café es el aroma.

En casa de mis abuelos, cuando despertábamos por las mañanas, el rico aroma del café inundaba toda la casa. En su casa, de hecho,  los aromas culinarios eran una característica. Mi padre nunca tomaba café en casa. Él desayunaba pan tostado con aceite y zumo de naranja. En cambio mi madre, nada más levantarse, se metía en la cocina a prepararlo con el mismo ritual: molía el café, lo olía, miraba por la ventana y decía “nada como un rico café para comenzar un bonito día”. Daba igual si fuera hacía sol, o llovía a cantaros. Para ella era un bonito día. De los tres hermanos que éramos, solo la pelirroja era adicta al café café. Mi hermano y yo éramos adictos a la leche. Mi abuela preparaba café y luego hacía granizado con él. Con el café también preparaba unas riquísimas tartas que eran devoradas con fruición por todos nosotros. El café del pocillo lo guardaba y, una vez secaba un poco, se lo ponía en la tierra de las plantas como pesticida. También lo usaba para frotarse las manos y los pies porque era un buen exfoliante. Y éstas son las propiedades del café que yo conozco.

Ahora, recordemos un poco la historia del café.

Sabido es que el café es una de las bebidas más consumidas en todo el mundo (supongo que la más consumida será el agua). El café tiene su origen en África. Las tribus nativas tenían la costumbre de mezclar las bayas de café molido con grasa animal en pequeñas bolas, que luego eran utilizadas para dar energía a los guerreros durante las batallas. En esos tiempos, se creía que las propiedades estimulantes del café eran una especie de éxtasis religioso.

En el siglo XV comenzó el cultivo de café y la provincia de Yemen en Arabia se convierte en la principal proveedora del mundo. Los granos del café salían del puerto de Mocha en Yemen. Todo estaba muy controlado. Pero los peregrinos de la Meca fueron más listos y consiguieron sacar del país plantas de café y comenzaron a cultivarlas en la India.

El café llega a Europa a través de Venecia, en la conocida Ruta de las Especias. Los holandeses, en el siglo XVII, introdujeron el café en sus colonias en Indonesia y los franceses hicieron lo propio en Latinoamérica.

Pros

  • Combate la celulitis.
  • Es un buen antioxidante.
  • Un magnífico exfoliante (y no solo porque lo dijera mi abuela).
  • Es digestivo.
  • Disminuye las ojeras.
  • Mejora el rendimiento deportivo.

Contras

  • Provoca  ansiedad y el estrés.
  • Puede producir deshidratación.
  • El exceso daña tu corazón.
  • Reduce la fertilidad.
  • Puede ser adictivo.
  • Se desaconseja en mujeres embarazadas.

Cuando me despierto por las mañanas, no echo de menos el café, de verdad os lo digo. Echo de menos el aroma. Porque, para mí, el aroma del café está íntimamente ligado al hogar. Y eso sí que tiene todos los beneficios y ninguna contraindicación…

Tres cosas hay en la vida: café, café y café (Carmen Cereña)

En pocos meses y con breves lapsos de tiempo he leído en  la prensa, por tres veces, de las bondades del café. Tres universidades, griega, americana y sueca (falta una española y ya tendríamos el principio de uno de esos chistes en que los hispanos nos mortificamos a nosotros mismos y con que tanto nos reíamos en nuestra infancia y juventud) han demostrado respectivamente que el café prolonga la vida, potencia la memoria y es eficaz contra la aparición del Parkinson.

¿A buenas horas, mangas verdes?… Quizá, pues se han proclamado tanto y siempre las maldades del café, sus desastrosos efectos, que quizá estos nuevos descubrimientos lleguen algo tarde y no consigan restituir al denostado y vilipendiado amigo nuestro en la dignidad, bien alta, que a nuestros ojos merece.

En la literatura previa al siglo XVIII no creo que se mencione el café. En la del siglo de la Ilustración, florecen los cafés como establecimientos. Montesquieu, en sus «Cartas Persas», elogia en especial a uno de París por su excelente preparación y elaboración de la infusión. Casanova se regala con el moca y con el chocolate casi tanto como con las mujeres. Abomina, no obstante, del café y chocolate españoles, pero, afortunadamente, no de nosotras.

Al parecer, el café se popularizó en Europa tras el asedio de Viena por los turcos, quienes al levantarlo habrían abandonado u olvidado un saco conteniendo el precioso  grano y una cafetera con el precioso líquido. Ello explicaría que, antes, no pudiera hacerse eco del café nuestra literatura.

Y sin embargo, créanme, compadezco a vieneses y europeos  en general por haber descubierto el café a la turca. Es como un recuelo, casi se masca y deja posos que son más bien las horruras de un río de avenida. Claro que no podían comparar. La elaboración del café se ha perfeccionado tanto gracias, como no podía ser de otra manera, a los italianos que media infranqueable abismo entre un ristretto ordeñado de una Saeco, una Faema o una Salvarani y el café aquel que se les cayó a los otomanos de una alforja al dar la espalda a Viena.

La historia del café y de los cafés ha sido la historia de la literatura durante los siglos XIX y XX. Ramón, en sus escritos sobre Madrid, lleva a cabo una magnífica glosa de los cafés literarios, en el que no podía faltar su entrañable Pombo con su tertulia, retratada por Gutiérrez Solana con ese abetunamiento montaraz que le es tan característico.

Dos canciones había en mi infancia tremendamente populares y ya lo eran mucho antes de que yo naciera. La primera establecía que en la vida había tres cosas: salud, dinero y amor. La segunda le decía a una «niña hermosa» que le iba a dar una cosa, «una cosa que yo sólo sé: ¡café!». Adoro el café, tanto, que mi mente ha compuesto una canción sincrética (de fusión, como se diría ahora) que reza así: «Tres cosas hay en la vida: café, café y café».

¡Cómo disfruto uno, dos o tres ristretti seguidos, de pie en la barra de «La Tazza d´Oro» junto al Pantheon, cerca de la Bolsa de Roma! Allí también toman uno Monica Vitti y Alain Delon en «L´eclisse» («El eclipse») de Antonioni.

En España aún se extrañan en ciertas cafeterías de que yo, siendo mujer, beba cafés tan cortos y tan cargados, sin leche ni azúcar; y luego encima, en ocasiones -pero sólo en invierno y digo la verdad- me meta entre pecho y espalda, y de un trago, un vasito de aguardiente.

Sí, adoro el café. Lo primero que hago, al despertarme, después de lavarme la cara, es prepararme un buen café bien corto y bien cargado en mi Saeco de brazo. Es el rito de inauguración del día.

Y, sin embargo, cuántos cafés tan malos, execrables, abominables, tan inmensamente intragables, no habré tomado en mi vida, por castigo de mis muchos pecados, sin duda alguna:

-En España. En un restaurante de Cádiz. Mostraba un color verdoso y sabía a chipirón. Creo que lo habían hecho con agua del grifo, ¡de un grifo de la costa sur española!, con lo que se dice todo. Evidentemente, le di un medroso sorbo y allí quedó, para el padre de la camarera que me lo sirvió.

-En España también. En una cafetería de Burgos, durante una estancia con mis hermanas. Aquel café era puro laxante. La cafetería (que así osaba llamarse el establecimiento aquel) era más bien de tamaño reducido, de tal manera que la carrera desde la ingesta del nauseabundo líquido al retrete, por hacerse en muy breve espacio de tiempo, no ponía en jaque la dignidad del consumidor, como hacían los camicie nere con los políticos que no eran de su cuerda. Desde aquel día, a ese café de mohatra lo llamamos mis hermanas y yo «café Dulco Laxo».

-En Inglaterra. Hacíamos excursiones a pie por los serenos paisajes de Lake District el chico con quien salía por aquel entonces, Trevor, y yo misma. Una tarde hicimos un alto en una granjita donde vendían artesanía y daban infusiones. Pedimos café. Nos dieron un mejunje de bruja de Goya elaborado, sin duda, a base de cortezas de roble, haya y fresno, que son los árboles más abundantes en aquellos parajes. Trevor lo bebió entero sin rechistar. Creo que, aunque nunca se lo preguntara pues temía la respuesta que me diera, creo que incluso le agradó. «Fue desde aquel día que me dispuse a quererla», nos dice el navarro don José a propósito de Carmen, la gitana, en el relato de Mérimée. Fue desde aquel día, escribo yo, que me dispuse a detestarlo. De verdad. Para mí había dado la ínfima medida de cuanto era. Me vino a la memoria aquel legionario británico del célebre «Astérix legionario» que se regala, arrebañando incluso el plato, con el infame rancho de la tropa y luego, con ansia, reclama más. Al volver ambos, Trevor y una servidora, de Cumbria a Londres, nos separamos y nunca más quise volver a verle y nunca más le vi.

-En Grecia. Mi amiga gerundense Núria, pariente lejana de Josep Pla, y yo misma habíamos alquilado un coche y conducíamos por el Peloponeso, parando donde se nos antojara. Un buen día, decidimos detenernos en un pueblecito cuyo nombre he olvidado. Entramos en un café, todo él de madera, posiblemente exactamente igual que cuando se abriera tras la expulsión del turco aleve. Pedimos un café a la griega (si se pide a la turca, que es lo que es realmente, se enfadan y mucho los helenos). Entre el humo de los cigarrillos negros tipo Ideales o «caldo de gallina» de los mozos que allí estaban bebiendo y jugando a las cartas con puerta y ventanas cerradas, las miradas con que nos asaetaban (mi amiga Núria es extremadamente bella y de rasgados ojos color del ámbar) esos paletos que, sin atemorizarnos ni por asomo, sí nos violentaban e incomodaban, pero sobre todo porque el café aquel era como cieno, se me puso un mal cuerpo tal que rogué a Núria pagara ella pues si yo no salía pronto de aquel lugar cerrado y ahumado a la plaza fresca y despejada, creo que hubiera vomitado. Núria pagó ¡seis euros! por aquella ponzoña. Bien está que el cantinero quisiera tomar cumplida venganza del turco aleve, pero nosotras, pobres españolas que no éramos de esa guerra, ¿qué le habíamos hecho?

-Polonia. Lucyna y su hermana Ola, en coche me enseñaban Polonia. Lucyna y Ola son unas guasonas tremendas y esta vez me tocaba a mí ser la víctima de sus chanzas. En una aldea paramos a tomar el, según me dijeron, «típico café polaco», y me lo alabaron mucho. Yo, la verdad, desconfié pues, rigiéndome por lo basto de la gastronomía polaca, hube de colegir que el café no podía ser más que malo o muy malo. Sí, por cómo había comido hasta la fecha, tan sólo podía deducir que aquel café sería bronco y casi tartárico; decidí pues armarme de valor y apretarme bien los machos como un Nicanor Villalta. Felizmente estaba prevenida y aquello no me tumbó, pero mi mohín debió de ser tal que Lucyna, Ola ¡y hasta la camarera! se desgonzaban literalmente de la risa.

Café, creo que el mejor café solo que he tomado en toda España ha sido el de la cafetería Estay, un establecimiento de campanillas en la calle Hermosilla, tan bueno como el mejor de los itálicos. Café, amigo bueno. En cuanto que acabe estas líneas, como que hay Dios, que me tomo uno.