De la familia

¿Qué es la familia? Según la Declaración Universal sobre Derechos Humanos, la familia es “El elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”. Hay leyes que amparan y protegen la familia. Pero nadie se pone de acuerdo en un término que sirva para definir […]

¿Qué es la familia? Según la Declaración Universal sobre Derechos Humanos, la familia es “El elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”. Hay leyes que amparan y protegen la familia. Pero nadie se pone de acuerdo en un término que sirva para definir qué es la familia. Porque claro, la familia no se elige. Cuando uno nace, llora. Nos cuentan la milonga de que lloramos porque los pulmones tienen que expandirse. Ya… Lloramos por la incertidumbre de la familia que nos habrá tocado en suerte.

Y así comienza nuestro periplo (en su acepción de “Viaje o recorrido, por lo común con regreso al punto de partida”). Porque de la familia uno nunca puede escapar. Y cada vez es más grande (nuevos miembros). Y te olvidas de cumpleaños. Y te importa un bledo lo que le pase a tu primo de Chiclana de Abajo, porque es un primo lejano. Y es lejano no porque viva a 1000 Km. de ti, es lejano porque ya ni se sabe dónde comienza el parentesco. Pero eso sí, hay una especie de “unión mística”. Un día, alguien decide reunir a todos los miembros de uno de los dos apellidos que nos marcan. Se sienta frente al ordenador y escribe en Google: “personas con apellido Trabuco”. Y el puto Google, le devuelve una lista de 80 personas que tienen ese apellido en primer o segundo lugar. Y en esa lista estás tú. ¿Pero quién me ha puesto en esa lista? ¿Quién le ha dado permiso a Google para incluirme? Y en esa lista, aparece tu nombre (con apellidos, claro), tu dirección, tu número de teléfono…

Y un día, recibes una llamada telefónica de un desconocido que, con voz tintineante, te pregunta si eres Fulanita Trabuco Recortado, que vive en la calle del Suplicio nº 20-3º A de Chungueiros. Y tu mente se dispara y ella – la mente-, sierva siempre, comienza a hacerse preguntas. Tímidamente dices “sí”. Y ya estás perdido. Ahí, en ese triste “sí”, termina tu libertad.

Ontogénesis. Filogénesis. Senescencia. Pero, vamos a ver, ¿de verdad son necesarias tantas discusiones para llegar a la certeza de que la familia es un invento? Pero hay más, mucho más…

Lévi-Strauss (antropólogo francés), fue el fundador de la Antropología estructural. En 1955, publicó “Tristes tópicos”. Una maravillosa obra en la que narraba sus viajes etnográficos a Brasil:

“El conjunto de las costumbres de un pueblo es marcado siempre por un estilo; dichas costumbres forman sistemas. Estoy persuadido de que esos sistemas no existen en número ilimitado y de que las sociedades humanas, como los individuos –en sus sueños, sus juegos o sus delirios- jamás crean de forma absoluta, sino que se limitan a elegir ciertas combinaciones en un repertorio ideal que resultaría posible reconstituir. Si se hiciera el inventario de todas las costumbres observadas, de todas aquellas imaginadas en los mitos así como de las evocadas en los juegos de los niños y de los adultos, de los individuos sanos o enfermos y de las conductas psicopatológicas, se llegaría a una especie de tabla periódica como la de los elementos químicos, donde todas las costumbres reales o simplemente posibles aparecerían agrupadas en familias y donde nos bastaría reconocer aquellas que las sociedades han adoptado efectivamente”.

– Disculpa que te llame a estas horas (eran las once de la noche). Mi nombre es Serapio Nomellames Trabuco.

– Ya… ¿y?

– Pues nada, que somos familia.

– ¿Familia?

– Sí, ¿no te has dado cuenta de que mi segundo apellido es igual que el tuyo?

– Tengo tres vecinos que se apellidan González y no tienen nada que ver entre sí.

– Ya, bueno, pero González es un apellido común, y Trabuco no lo es.

Bueno, ¿qué hago? Llega con su mejor sonrisa, con la mano tendida (en el mejor de los casos, en el peor, dispuesto a darte un beso que llene de babas tu mejilla). Le dejas pasar a tu reino. Toda tu intimidad queda a su disposición. Mira tus fotos, tus libros (que son muchos), tu cuarto de baño. Se sienta en tu sofá y sigue observando todo lo que su vista puede alcanzar.

Comienza el turno de preguntas. Respondes –a regañadientes- a las tres primeras. A la cuarta, le “envías” mensajes subliminales de tu incomodidad. Pero su parte “Nomellames” no está preparada para recibir ese tipo de señales. Se nota su peso genético. Porque claro, si pesara más su parte “Trabuco”, se daría cuenta inmediatamente. Llega la temida “quinta” pregunta, a pesar de estar rezando para que no llegara. Esa pregunta incómoda que no se le hace a nadie que vive solo. Nunca. Jamás. ¿Por qué? Pues porque si vive solo por elección, se añaden muchas más preguntas –y la duda sobre si serás o no homosexual-. Y si vivir solo es el producto de una relación fallida, para qué más… Porque después de los 30, todo se ve envuelto en una especie de halo misterioso. La gente –si son parientes, más-, necesitan saber las razones por las que vives solo.

– Vaya, veo que te gusta leer.

– Pues sí.

– Y qué te gusta leer?

– Pues ya ves…

– Se nota que tienes tiempo para hacerlo. Si tuvieras pareja, no lo tendrías.

– ¿Por qué? ¿Es incompatible?

– ¡No hombre! Simplemente porque hay que hacer más cosas en casa. Y luego está eso de compartir tiempo y aficiones. Porque no tienes pareja, ¿verdad?

La Ontogénesis se refiere a los procesos biológicos desde la fecundación hasta su madurez.

La Filogénesis se ocupa de la evolución de los seres vivos. Es decir, desde la forma de vida más sencilla hasta la aparición del hombre actual.

Y llegamos a la maravillosa palabra “Senescencia”. Si la repites, podrás incluso ver su color y oler su aroma.

Senescencia se refiere a la vejez. Viene del latín senex (viejo). Por eso, en biología, senescencia se refiere a  las células que han dejado de proliferarse. Leonard Hayflick (1928), descubrió que las células humanas solo se duplican 52 veces antes de morir. A este proceso se le llama Límite de Hayflick.

De pronto, Serapio se descubre como un experto en tu árbol genealógico. Y cuando tú te has perdido en la segunda generación, él sigue parloteando: “¡¡Mira, aquí estás tú!!”.

– ¿Yo?

Y te rindes ante la evidencia. Y le miras fijamente sin escuchar, pensando que perteneces a un gran clan. Y que -soledad al margen- es bueno sentir que, aunque solo sea para comidas familiares, puedes contar con el clan. Y sientes que el amor se universaliza. Y te da igual lo mucho que se ha escrito sobre las diferentes familias. Al fin y al cabo, es la que te ha tocado.

Hay un documental estupendo titulado “Tierra de mujeres”. En él podéis encontrar una visión distinta a la nuestra del significado “familia”.

Sed felices con la familia que os ha tocado en suerte. Y escoged con cuidado la que creáis…

1 comentario

  1. Isa dice:

    Muy buena reflexión sobre la familia; para bien o para mal…¡todos tenemos una!

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