Sin novedad en el frente

“¡La gente recordará el verano de 1914!” Stefan Zweig El mundo de ayer, 1942 El aire era cálido, la música sonaba a lo lejos, los soldados venían desfilando por la calle. Poco a poco aumentaba la intensidad del sonido; desde la ventana veíamos la banda de música precediendo a los soldados que marchaban marciales y […]

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“¡La gente recordará el verano de 1914!”
Stefan Zweig
El mundo de ayer, 1942

El aire era cálido, la música sonaba a lo lejos, los soldados venían desfilando por la calle. Poco a poco aumentaba la intensidad del sonido; desde la ventana veíamos la banda de música precediendo a los soldados que marchaban marciales y contentos entre los vítores de la gente.

El viejo profesor Kantorek nos arengaba, nos comía el coco, exaltaba la grandeza y el honor de la patria, lo que suponía defenderla de sus enemigos. El orgullo de convertirse en héroe de la nación, vistiendo el honroso uniforme militar, para ir a la guerra y volver victoriosos.

Me llamo Paul Baümer (Lew Ayres). Siempre recordaré la última frase escrita en la pizarra, estaba en griego, era el comienzo de la Odisea de Homero:

“Dime oh musa sobre el héroe ingenioso que viajó a lo largo y ancho…»

¡Estamos listos para ir al frente, viva nuestra nación!

El entusiasmo de mis jóvenes compañeros fue multitudinario, salimos a la calle gritando de júbilo, arrojamos los libros al aire y, nos fuimos a alistar.

Éramos muy jóvenes, inconscientes, no entendíamos de vanos sacrificios, lo hacíamos por una causa justa. Nos creíamos invulnerables, eternos. Muchachos fácilmente manipulables por hombres sin conciencia, que siempre nos utilizarán para dominar y satisfacer sus despreciables ambiciones. No sabíamos que íbamos al sacrificio, a la muerte por ellos. Nada ha cambiado. En Europa los hombres iban al matadero, en nombre de sus emperadores, de sus reyes, de sus políticos, de sus generales.

Tras un breve periodo de instrucción, donde Himmelstoss –el cartero de nuestra localidad – nos hizo la vida imposible, llegamos al frente. Hemos conocido a los veteranos. Se han sorprendido al vernos, con nuestra ingenuidad; se lamentan porque nos convertiremos en carne fresca para el matadero. Sin embargo nos acogen con cariño, se han convertido en nuestros camaradas, en nuestros protectores, sobre todo Katczinsky (Louis Wolheim), el alma del grupo, inteligente, astuto, era como un padre protector.

Nuestra primera misión nos pone en contacto con uno de los elementos más terribles de la guerra, las alambradas. Nuestras cabezas, finalmente estaban en el campo del honor, con el canguelo en el vientre y la mierda en el culo. Kat – como llamábamos cariñosamente a Katczinsky -, nuestro veterano protector, nos explicaba cómo deberíamos evitar la muerte.

Pueblos convertidos en escombros, bosques reducidos a astillas, miles de tumbas improvisadas. Mis amigos, mis compañeros van desapareciendo uno tras otro, Müller, Kropp, Tjaden, Werthus, Kemmerich…

Nos enrolamos pensando en que era una aventura heroica, estábamos seguros de que combatíamos por una causa justa, pero la desilusión, la muerte nos golpeaba de tal manera, que nuestro maravilloso mundo va desapareciendo en un instante. Toda una generación quedaría destruida por esta infame guerra.

El olor de la pólvora y de la sangre, los cuerpos reventados, los gritos de los agonizantes, la continuidad en las trincheras, todo nos sacaba de nuestras casillas. No podíamos escapar, estábamos atrapados en esta salvajada, alimentada por un odio en uno y otro bando, hacía ya más de cuarenta años –La Guerra franco-prusiana 1870-1871-.

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Organizamos las trincheras, teníamos la idea de quedarnos largo tiempo con el objetivo de romper las líneas enemigas, pero no lo pasábamos bien, atrapados por aquella guerra salvaje. Los bombardeos de la artillería, el tableteo de las ametralladoras, en medio del lodazal; nos diezmaban. Nuestro refugio es hediondo, húmedo, glacial en invierno, agobiante en verano; los jergones de paja se convierten en estiércol, las ratas, los piojos, los pedos, los pies, los cadáveres, el hambre, son nuestra mejor compañía. Éramos los futuros muertos de una gloriosa guerra a mayor grandeza de nuestra patria.

En el frente llega el momento para la salida, el toque de silbato y comenzamos a avanzar en una ofensiva definitiva. El enemigo replica y comienza a avanzar mientras nosotros retrocedemos, la artillería nos machaca, y yo debo refugiarme en algún sitio. El cráter de un impacto artillero servirá.

El enemigo se acerca, con tan mala suerte que un poilu –»peludo», así llamábamos a los soldados franceses– saltó sobre mí intentando matarme, pero yo he respondido hundiéndole la bayoneta en el tórax. Su agonía es lenta, bajo la noche lo siento respirar, es desesperante. Cada minuto que pasa, me siento más agobiado, más culpable. ¡Pobre tipo! Me siento responsable y le pido perdón una y mil veces. Él es como yo, un hombre nada más. Murió al amanecer, con mi promesa de escribir a su familia. Ya no le odiaba, la guerra tiene la culpa, la guerra sigue.

Una nueva incursión, me han herido, me siento morir, tiemblo de miedo, el dolor es insoportable, creo que la vida se me va poco a poco.
¡Dios! Estoy en el hospital, tiemblo cuando las manos del doctor tocan mi cuerpo ¿sobreviviré? ¿Me ocurrirá como a mis amigos? Quiero vivir, necesito vivir. He derrotado a la muerte, vuelvo a casa con un permiso.

Antes de la guerra estudiaba, jugaba con mis amigos, coleccionaba mariposas, era un niño amado y mimado. Ahora regreso y soy un hombre triste, he madurado, he crecido rápido y de una manera violenta. Mi casa, mi familia, mi pueblo, la escuela, ya no son lo que eran para mí. En la escuela, el profesor Kantorek pretende que yo aleccione a los jóvenes, no puedo –la guerra es luchar y morir-, y me marcho de allí como un traidor.

Soy un extraño, no es mi lugar, me siento desplazado e incomprendido. El frente es mi verdadero hogar, con mis camaradas, con Katcinsky, son mis camaradas, son mi familia, los vivos y los muertos; deseo regresar cuanto antes.

Mi madre me despide:

“La madre a Paul Baümer: – ¿Tienes mucho miedo?
-No, mamá.
-Quiero decirte una cosa: ten mucho cuidado con las mujeres francesas. Son malas…
-¡Ah madre! Para ti todavía soy un niño… ¿Por qué no puedo apoyar la cabeza en tu regazo y llorar? ¿Por qué siempre he de ser el más fuerte y el más sereno? Yo también quisiera, de vez en cuando, sollozar y ser consolado. En realidad no soy mucho más que un niño; en el armario está colgado todavía mi pantalón corto. ¡Hace tanto tiempo de esto! ¿Por qué ha pasado ya?”

El sueño se había convertido en una pesadilla. Combatíamos y moríamos en una guerra de tales dimensiones, que llegamos a creer que era la definitiva y por tanto sería la última de las guerras. ¡Qué risa me da! La historia del hombre, es una historia llena de conflictos.

Vuelvo al frente, me encuentro con mis camaradas, bueno, los que quedan. La guerra parece no acabar nunca. Además he perdido a mi amigo más querido, Katcinsky. Nadie gana, todos perdemos.

Regreso a las trincheras, vuelta a empezar, mi deber de defender a la patria se desvanece con cada bomba, con cada muerte…
Es un día tranquilo y sereno, la guerra parece que se acaba, está perdida, solo nos queda resistir y esperar el armisticio. Me despisto, la belleza de una mariposa en medio del infierno. ¿Por qué intenté salir de este agujero? Hubiera podido reaccionar de otra manera, soy un hombre, soy un veterano y debería saber que ciertas cosas no se deben hacer; por un momento he vuelto a mi infancia.

Es la hora undécima, del undécimo día, del undécimo mes del año 1918, se firmaba el armisticio, pero yo ya estaba muerto, ya no podía aguantar más…

Finalmente llegó la paz, pero desgraciadamente a esa paz le han sucedido numerosas más. Decían que era la guerra que acabaría con todas las guerras.

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Celebramos el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el 28 de julio de 1914. Un armagedon provocado por el hombre, que generó la muerte de 10 millones de soldados, debido a una política malintencionada de los hombres. Muchos de los conflictos que se dieron y se dan son por decisiones políticas. La huella de la Gran Guerra llegó y afectó a muchas partes del mundo, precedente de conflictos, Balcanes, Líbano, Irlanda del Norte, Palestina, Irak, Ruanda…

Pero no hay que olvidar que La Gran Guerra fue el origen de las ideologías autoritarias, comunismo, nazismo, fascismo…

Ésta es la historia de un descenso a los infiernos, la historia de unos hombres que murieron por la sinrazón de otros hombres, los poderosos.

“Sin novedad en el frente” (All quiet on the western front), es una soberbia película que se inspiró en la obra homónima del escritor alemán Erich Maria Remarque, pseudónimo de Erich Paul Remark. Novela de orientación antibelicista, fue publicada en Alemania en 1929.

De una obra literaria conmovedora, surgió una versión cinematográfica intensa.

Dirigida por Lewis Milestone, estrenada el 1 de abril de 1930, obtuvo numerosos premios, entre ellos el óscar al mejor director y a la mejor película. Es contundente desde su inicio, intensa en las descripciones, provocadora, con unos personajes que se acercan de una manera inmediata, provocando nuestra compasión, personajes a los que constantemente les ronda la muerte; mostrándonos la destrucción del ser humano cuando va a la guerra.

Es una obra maestra, filmada en blanco y negro, la primera película norteamericana de éxito del cine sonoro. Milestone en su afán perfeccionista, supo mantener el mensaje antibelicista de la novela.

Para la realización de la película, Milestone fue asesorado por veteranos de guerra alemanes. El montaje es espléndido para la época. La cámara sigue en todo momento a los soldados –los travellings laterales son constantes– en sus movimientos en el frente.

Los actores protagonistas no eran conocidos, esto hizo que su trabajo fuera más realista, se muestran sin ningún pudor, sin adornos, sin idealizaciones, es emocionante.

En su belleza, en su elegancia, la película nos muestra lo bueno y lo malo del ser humano, la descripción, la lucha, sin saber por qué lo hacen. Es la historia de una generación que volvió a sus casas con la decepción en sus vidas.

El montaje es excepcional, las trincheras son enormemente veraces, hasta el punto que fueron clausuradas por la inspección sanitaria, los ambientes, la participación de excombatientes alemanes; la fotografía está muy cuidada y estuvo nominada para el óscar –precisamente dicha fotografía contribuye al verismo y la crudeza de la rivalidad humana, los planos son impresionantes y el montaje fue muy puntero para la época-, así como, por el guión. El director de diálogos fue George Cukor, que había comenzado a trabajar en Hollywood en 1929.

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Ochenta y ocho años han pasado y sigue siendo un auténtico alegato, una película profunda y plenamente actual, conservando su fuerza y su mensaje. Una de las mejores películas bélicas de todos los tiempos.

El film fue boicoteado en Alemania, se arrojaron bombas incendiarias contra las salas de proyección. Los nazis quemaron rollos de la película, al igual que lo hicieron con las obras de Remarque, que tuvo que huir de Alemania, por considerarlo antinazi. Quizás fue el mejor favor que hicieron a esta obra.

La película es totalmente recomendable, y es un buen momento para revisarla, para visionarla.

El horror de la guerra inspiró a muchos hombres, como por ejemplo a J.R.R. Tolkien, que participó en la guerra como oficial de comunicaciones en la famosa Batalla del Somme (1916), hasta que enfermó de fiebre de las trincheras, transmitida por el piojo humano. En su obra “El Señor de los Anillos”, el enemigo está representado por el mal absoluto, que habita en la tierra oscura de Mordor; pudiera ser la representación del frente en la guerra del 14.

La Gran Guerra debería ser un ejemplo para los hombres del presente, para aprender de los errores del pasado, y así poder mirar al futuro desde el mencionado presente, evitando perder las generaciones futuras.

Ficha de la película en: http://www.filmaffinity.com/es/film541905.html

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Diez obras cinematográficas imprescindibles para conocer la Primera Guerra Mundial:

“Senderos de Gloria” Stanley Kubrick, 1957
“El gran desfile” King Vidor, 1925
“La gran ilusión” Jean Renoir, 1937
“Armas al hombro” Charles Chaplin, 1918
“Johnny cogió su fusil” Dalton Trumbo, 1971
“Capitán Conan” Bertrand Tavernier, 1996
“Adiós a las armas” Frank Borzage, 1932
“La patrulla perdida” John Ford, 1934
“Lawrence de Arabia” David Lean, 1962
“La Reina de África” John Huston, 1951
“La Gran Guerra” Mario Monicelli, 1959

Diez libros imprescindibles para entender la Primera Guerra Mundial:

“El buen soldado Svejk” Jaroslav Hasek, 1922
“Nos vemos allá arriba” Pierre Lamaitre, 2014
“1914-1918, la historia de la Primera Guerra Mundial” David Stevenson, 2014
“Adiós a las armas” Ernest Hemingway, 1929
“El miedo” Gabriel Chevallier, 1930
“Viaje al fin de la noche” Louis-Ferdinand Céline, 1932
“El mundo de ayer” Stefan Zweig, 1942
«Missing of the Somme», Geoff Dyer, 1994
«La belleza y el dolor de la batalla», Peter Englund, 2008
“Poemas de guerra” Wilfred Owen, 2011

J. Antonio Aguiar

1 comentario

  1. mariano aguirre - Troupe del Cretino dice:

    Mis felicitaciones a José Antonio Aguiar por el conmovedor artículo.
    En la lista de obras literarias, yo añadiría «Le feu» de Henri Barbusse y los poemas de Apollinaire y de Siegfried Sassoon.

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