A currar

Más confío en el trabajo que en la suerte
Proverbio latino

Rico o pobre, poderoso o débil, todo hombre ocioso es un ladrón
Jean Jacques Rousseau (1712-1778)

Trabajar dignifica, trabajar te hace libre, trabajar bla bla bla. Está claro que el trabajo es uno de los grandes temas para el ser humano. Hay quien trabaja por dinero, por placer, por realización personal o por obligación… Hay quien no trabaja, porque no quiere; quien quiere trabajar y no puede… Y hay quien ni siquiera sabe lo que es trabajar. De estos últimos hablaremos.

Los «steven spielbergs»

Centrándonos en el sector audiovisual -que es el que conocemos-, a poco que observemos, veremos que en él concurren animales de muy distinto pelaje. No es lo mismo coger la cámara y marcharse a cubrir la guerra en Crimea, que enrolarse en una teleserie casposa. Allí, en la teleserie, se vive bien -mucho mejor que en Crimea- y se trabaja ciertamente poco. Aunque pudiera parecer que la carga laboral es extenuante, en producciones medianas y grandes, el trabajo está tan estratificado, hay tantas personas implicadas, que la mayor parte del tiempo se pasa esperando. El que se encarga de enfocar no tiene nada que ver con el que dirige a los actores, o con quien los maquilla, los ilumina, o quien elige los escenarios. En Crimea es diferente. El profesional que viaja a una zona en conflicto (por seguir con el ejemplo) debe ser absolutamente autónomo, polivalente -un «hombre orquesta»- y con frecuencia una persona es capaz de obtener mejores resultados por sí sola, que veinte steven spielbergs de aquellos.

Autocomplacencia

Y esto se debe a la percepción que cada uno tiene de su propio trabajo. Para muchos -para demasiados- lo importante del medio audiovisual es lo que éste puede aportar a sus propias vidas, en términos de estatus socioeconómico (fama, prestigio, posición social, riqueza…) En la época del aparentar, hacer cine queda bien, con los amigos, con la familia, con las chicas en el bar; decir que he sido «director de producción» en tal o cual proyecto, ya hace que los demás me perciban como a alguien «importante», «con contactos», como a un «triunfador». Y si consigo engañarme a mí mismo, me irá bien engañando a los demás.

Los pasolinis

Para otros, evidentemente, el trabajo audiovisual es una tarea de responsabilidad y como tal, sacrificada, desagradecida, dura. Lo importante no es la medalla, sino la obra, y las cosas se hacen a base de esfuerzo, desde una intensa formación previa («el oficio») y con una humildad ante el resultado que no es sino reconocimiento a los genios que nos precedieron.

Por eso, a los que día a día nos esforzamos por hacer mucho con muy poco, nos molesta profundamente esa gente con ínfulas que no sabe lo que es trabajar. Nos molesta que consigan engañar a los demás, contándoles milongas, haciéndoles creer que se necesita un equipo de veinte personas para hacer algo que con dos profesionales de verdad se resuelve; que se apropien espacios que no les corresponden, que nos roben las subvenciones a base de fiestas y gin-tonics -para organizar más fiestas y tomar más gin-tonics- y lo peor, lo que más nos duele y molesta, es que estén tan contentos de haberse conocido.

Claro que a los pasolinis nos engañan poco, identificamos a estos especímenes a la primera: basta con ponerles a currar.

Sin novedad en el frente

1

“¡La gente recordará el verano de 1914!”
Stefan Zweig
El mundo de ayer, 1942

El aire era cálido, la música sonaba a lo lejos, los soldados venían desfilando por la calle. Poco a poco aumentaba la intensidad del sonido; desde la ventana veíamos la banda de música precediendo a los soldados que marchaban marciales y contentos entre los vítores de la gente.

El viejo profesor Kantorek nos arengaba, nos comía el coco, exaltaba la grandeza y el honor de la patria, lo que suponía defenderla de sus enemigos. El orgullo de convertirse en héroe de la nación, vistiendo el honroso uniforme militar, para ir a la guerra y volver victoriosos.

Me llamo Paul Baümer (Lew Ayres). Siempre recordaré la última frase escrita en la pizarra, estaba en griego, era el comienzo de la Odisea de Homero:

“Dime oh musa sobre el héroe ingenioso que viajó a lo largo y ancho…»

¡Estamos listos para ir al frente, viva nuestra nación!

El entusiasmo de mis jóvenes compañeros fue multitudinario, salimos a la calle gritando de júbilo, arrojamos los libros al aire y, nos fuimos a alistar.

Éramos muy jóvenes, inconscientes, no entendíamos de vanos sacrificios, lo hacíamos por una causa justa. Nos creíamos invulnerables, eternos. Muchachos fácilmente manipulables por hombres sin conciencia, que siempre nos utilizarán para dominar y satisfacer sus despreciables ambiciones. No sabíamos que íbamos al sacrificio, a la muerte por ellos. Nada ha cambiado. En Europa los hombres iban al matadero, en nombre de sus emperadores, de sus reyes, de sus políticos, de sus generales.

Tras un breve periodo de instrucción, donde Himmelstoss –el cartero de nuestra localidad – nos hizo la vida imposible, llegamos al frente. Hemos conocido a los veteranos. Se han sorprendido al vernos, con nuestra ingenuidad; se lamentan porque nos convertiremos en carne fresca para el matadero. Sin embargo nos acogen con cariño, se han convertido en nuestros camaradas, en nuestros protectores, sobre todo Katczinsky (Louis Wolheim), el alma del grupo, inteligente, astuto, era como un padre protector.

Nuestra primera misión nos pone en contacto con uno de los elementos más terribles de la guerra, las alambradas. Nuestras cabezas, finalmente estaban en el campo del honor, con el canguelo en el vientre y la mierda en el culo. Kat – como llamábamos cariñosamente a Katczinsky -, nuestro veterano protector, nos explicaba cómo deberíamos evitar la muerte.

Pueblos convertidos en escombros, bosques reducidos a astillas, miles de tumbas improvisadas. Mis amigos, mis compañeros van desapareciendo uno tras otro, Müller, Kropp, Tjaden, Werthus, Kemmerich…

Nos enrolamos pensando en que era una aventura heroica, estábamos seguros de que combatíamos por una causa justa, pero la desilusión, la muerte nos golpeaba de tal manera, que nuestro maravilloso mundo va desapareciendo en un instante. Toda una generación quedaría destruida por esta infame guerra.

El olor de la pólvora y de la sangre, los cuerpos reventados, los gritos de los agonizantes, la continuidad en las trincheras, todo nos sacaba de nuestras casillas. No podíamos escapar, estábamos atrapados en esta salvajada, alimentada por un odio en uno y otro bando, hacía ya más de cuarenta años –La Guerra franco-prusiana 1870-1871-.

2

Organizamos las trincheras, teníamos la idea de quedarnos largo tiempo con el objetivo de romper las líneas enemigas, pero no lo pasábamos bien, atrapados por aquella guerra salvaje. Los bombardeos de la artillería, el tableteo de las ametralladoras, en medio del lodazal; nos diezmaban. Nuestro refugio es hediondo, húmedo, glacial en invierno, agobiante en verano; los jergones de paja se convierten en estiércol, las ratas, los piojos, los pedos, los pies, los cadáveres, el hambre, son nuestra mejor compañía. Éramos los futuros muertos de una gloriosa guerra a mayor grandeza de nuestra patria.

En el frente llega el momento para la salida, el toque de silbato y comenzamos a avanzar en una ofensiva definitiva. El enemigo replica y comienza a avanzar mientras nosotros retrocedemos, la artillería nos machaca, y yo debo refugiarme en algún sitio. El cráter de un impacto artillero servirá.

El enemigo se acerca, con tan mala suerte que un poilu –»peludo», así llamábamos a los soldados franceses– saltó sobre mí intentando matarme, pero yo he respondido hundiéndole la bayoneta en el tórax. Su agonía es lenta, bajo la noche lo siento respirar, es desesperante. Cada minuto que pasa, me siento más agobiado, más culpable. ¡Pobre tipo! Me siento responsable y le pido perdón una y mil veces. Él es como yo, un hombre nada más. Murió al amanecer, con mi promesa de escribir a su familia. Ya no le odiaba, la guerra tiene la culpa, la guerra sigue.

Una nueva incursión, me han herido, me siento morir, tiemblo de miedo, el dolor es insoportable, creo que la vida se me va poco a poco.
¡Dios! Estoy en el hospital, tiemblo cuando las manos del doctor tocan mi cuerpo ¿sobreviviré? ¿Me ocurrirá como a mis amigos? Quiero vivir, necesito vivir. He derrotado a la muerte, vuelvo a casa con un permiso.

Antes de la guerra estudiaba, jugaba con mis amigos, coleccionaba mariposas, era un niño amado y mimado. Ahora regreso y soy un hombre triste, he madurado, he crecido rápido y de una manera violenta. Mi casa, mi familia, mi pueblo, la escuela, ya no son lo que eran para mí. En la escuela, el profesor Kantorek pretende que yo aleccione a los jóvenes, no puedo –la guerra es luchar y morir-, y me marcho de allí como un traidor.

Soy un extraño, no es mi lugar, me siento desplazado e incomprendido. El frente es mi verdadero hogar, con mis camaradas, con Katcinsky, son mis camaradas, son mi familia, los vivos y los muertos; deseo regresar cuanto antes.

Mi madre me despide:

“La madre a Paul Baümer: – ¿Tienes mucho miedo?
-No, mamá.
-Quiero decirte una cosa: ten mucho cuidado con las mujeres francesas. Son malas…
-¡Ah madre! Para ti todavía soy un niño… ¿Por qué no puedo apoyar la cabeza en tu regazo y llorar? ¿Por qué siempre he de ser el más fuerte y el más sereno? Yo también quisiera, de vez en cuando, sollozar y ser consolado. En realidad no soy mucho más que un niño; en el armario está colgado todavía mi pantalón corto. ¡Hace tanto tiempo de esto! ¿Por qué ha pasado ya?”

El sueño se había convertido en una pesadilla. Combatíamos y moríamos en una guerra de tales dimensiones, que llegamos a creer que era la definitiva y por tanto sería la última de las guerras. ¡Qué risa me da! La historia del hombre, es una historia llena de conflictos.

Vuelvo al frente, me encuentro con mis camaradas, bueno, los que quedan. La guerra parece no acabar nunca. Además he perdido a mi amigo más querido, Katcinsky. Nadie gana, todos perdemos.

Regreso a las trincheras, vuelta a empezar, mi deber de defender a la patria se desvanece con cada bomba, con cada muerte…
Es un día tranquilo y sereno, la guerra parece que se acaba, está perdida, solo nos queda resistir y esperar el armisticio. Me despisto, la belleza de una mariposa en medio del infierno. ¿Por qué intenté salir de este agujero? Hubiera podido reaccionar de otra manera, soy un hombre, soy un veterano y debería saber que ciertas cosas no se deben hacer; por un momento he vuelto a mi infancia.

Es la hora undécima, del undécimo día, del undécimo mes del año 1918, se firmaba el armisticio, pero yo ya estaba muerto, ya no podía aguantar más…

Finalmente llegó la paz, pero desgraciadamente a esa paz le han sucedido numerosas más. Decían que era la guerra que acabaría con todas las guerras.

3

Celebramos el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el 28 de julio de 1914. Un armagedon provocado por el hombre, que generó la muerte de 10 millones de soldados, debido a una política malintencionada de los hombres. Muchos de los conflictos que se dieron y se dan son por decisiones políticas. La huella de la Gran Guerra llegó y afectó a muchas partes del mundo, precedente de conflictos, Balcanes, Líbano, Irlanda del Norte, Palestina, Irak, Ruanda…

Pero no hay que olvidar que La Gran Guerra fue el origen de las ideologías autoritarias, comunismo, nazismo, fascismo…

Ésta es la historia de un descenso a los infiernos, la historia de unos hombres que murieron por la sinrazón de otros hombres, los poderosos.

“Sin novedad en el frente” (All quiet on the western front), es una soberbia película que se inspiró en la obra homónima del escritor alemán Erich Maria Remarque, pseudónimo de Erich Paul Remark. Novela de orientación antibelicista, fue publicada en Alemania en 1929.

De una obra literaria conmovedora, surgió una versión cinematográfica intensa.

Dirigida por Lewis Milestone, estrenada el 1 de abril de 1930, obtuvo numerosos premios, entre ellos el óscar al mejor director y a la mejor película. Es contundente desde su inicio, intensa en las descripciones, provocadora, con unos personajes que se acercan de una manera inmediata, provocando nuestra compasión, personajes a los que constantemente les ronda la muerte; mostrándonos la destrucción del ser humano cuando va a la guerra.

Es una obra maestra, filmada en blanco y negro, la primera película norteamericana de éxito del cine sonoro. Milestone en su afán perfeccionista, supo mantener el mensaje antibelicista de la novela.

Para la realización de la película, Milestone fue asesorado por veteranos de guerra alemanes. El montaje es espléndido para la época. La cámara sigue en todo momento a los soldados –los travellings laterales son constantes– en sus movimientos en el frente.

Los actores protagonistas no eran conocidos, esto hizo que su trabajo fuera más realista, se muestran sin ningún pudor, sin adornos, sin idealizaciones, es emocionante.

En su belleza, en su elegancia, la película nos muestra lo bueno y lo malo del ser humano, la descripción, la lucha, sin saber por qué lo hacen. Es la historia de una generación que volvió a sus casas con la decepción en sus vidas.

El montaje es excepcional, las trincheras son enormemente veraces, hasta el punto que fueron clausuradas por la inspección sanitaria, los ambientes, la participación de excombatientes alemanes; la fotografía está muy cuidada y estuvo nominada para el óscar –precisamente dicha fotografía contribuye al verismo y la crudeza de la rivalidad humana, los planos son impresionantes y el montaje fue muy puntero para la época-, así como, por el guión. El director de diálogos fue George Cukor, que había comenzado a trabajar en Hollywood en 1929.

4

Ochenta y ocho años han pasado y sigue siendo un auténtico alegato, una película profunda y plenamente actual, conservando su fuerza y su mensaje. Una de las mejores películas bélicas de todos los tiempos.

El film fue boicoteado en Alemania, se arrojaron bombas incendiarias contra las salas de proyección. Los nazis quemaron rollos de la película, al igual que lo hicieron con las obras de Remarque, que tuvo que huir de Alemania, por considerarlo antinazi. Quizás fue el mejor favor que hicieron a esta obra.

La película es totalmente recomendable, y es un buen momento para revisarla, para visionarla.

El horror de la guerra inspiró a muchos hombres, como por ejemplo a J.R.R. Tolkien, que participó en la guerra como oficial de comunicaciones en la famosa Batalla del Somme (1916), hasta que enfermó de fiebre de las trincheras, transmitida por el piojo humano. En su obra “El Señor de los Anillos”, el enemigo está representado por el mal absoluto, que habita en la tierra oscura de Mordor; pudiera ser la representación del frente en la guerra del 14.

La Gran Guerra debería ser un ejemplo para los hombres del presente, para aprender de los errores del pasado, y así poder mirar al futuro desde el mencionado presente, evitando perder las generaciones futuras.

Ficha de la película en: http://www.filmaffinity.com/es/film541905.html

5

Diez obras cinematográficas imprescindibles para conocer la Primera Guerra Mundial:

“Senderos de Gloria” Stanley Kubrick, 1957
“El gran desfile” King Vidor, 1925
“La gran ilusión” Jean Renoir, 1937
“Armas al hombro” Charles Chaplin, 1918
“Johnny cogió su fusil” Dalton Trumbo, 1971
“Capitán Conan” Bertrand Tavernier, 1996
“Adiós a las armas” Frank Borzage, 1932
“La patrulla perdida” John Ford, 1934
“Lawrence de Arabia” David Lean, 1962
“La Reina de África” John Huston, 1951
“La Gran Guerra” Mario Monicelli, 1959

Diez libros imprescindibles para entender la Primera Guerra Mundial:

“El buen soldado Svejk” Jaroslav Hasek, 1922
“Nos vemos allá arriba” Pierre Lamaitre, 2014
“1914-1918, la historia de la Primera Guerra Mundial” David Stevenson, 2014
“Adiós a las armas” Ernest Hemingway, 1929
“El miedo” Gabriel Chevallier, 1930
“Viaje al fin de la noche” Louis-Ferdinand Céline, 1932
“El mundo de ayer” Stefan Zweig, 1942
«Missing of the Somme», Geoff Dyer, 1994
«La belleza y el dolor de la batalla», Peter Englund, 2008
“Poemas de guerra” Wilfred Owen, 2011

J. Antonio Aguiar

«Ocho apellidos vascos» a la luz de El Roto, Mingote… y Sabino Arana

«Envenena la sangre de otros, en tanto que conserva incontaminada la suya propia… Esto lo sabe el judío muy bien y practica por eso sistemáticamente este modo de «desarmar» a la clase dirigente de sus adversarios de raza… Para disimular sus manejos y adormecer a sus víctimas, no cesa de hablar de la igualdad de todos los hombres, sin diferencia de raza ni color. Los imbéciles se dejan persuadir»

«La pérdida de la pureza de la sangre destruye para siempre la felicidad interior: degrada al hombre definitivamente y son fatales sus consecuencias físicas y morales»

«¡UN ESTADO GERMÁNICO DE LA NACIÓN ALEMANA!»

(Adolfo Hitler, «Mein Kampf»)

 

«Etnográficamente hay diferencia entre ser español y ser euskeriano; la raza euskeriana es sustancialmente distinta a la raza española»

«¡Cuándo llegarán todos los bizkainos a mirar como enemigos suyos a todos los que les hermanan con los que son extranjeros y enemigos naturales suyos!»

«¡Ya lo sabéis, Euzkeldunes, para amar el Euzkera tenéis que odiar a España!»

(Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco)

 

A) Sin que pueda recordar los términos exactos, en su catecismo nacionalista, Sabino Arana pregunta cómo se reconoce al vasco (lo que él designa como «vizcaíno» o «bizkaitarra») o quién es realmente vasco. La respuesta es que vasco es aquél que tiene los cuatro apellidos vascos, haciéndose así eco y constituyéndose en epígono de la limpieza de sangre del cristiano viejo español («… y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos…», declara Sancho Panza en el capítulo VIII, segunda parte del Quijote). España, Portugal e Hispanoamérica son, si no yerro, los únicos en que al nombre de pila acompañan los dos apellidos, paterno y materno (invirtiendo el orden en Portugal y Brasil); como la condición o identidad o «esencia» judía se transmite matrilinealmente, era importante conocer también el de la progenitora. Y así, hoy en día, aunque ya de manera inocua, mantenemos aquella ignominia que, digo, ya no lo es y que incluso es realmente práctica puesto que en nuestro país -y especialmente en el antiguo reino de Castilla-, a diferencia de otros, los nombres familiares se repiten demasiado y el disponer de dos nos individualiza mejor.

Había que identificar, para marcarlo, denigrarlo, explotarlo, expulsarlo y, si fuera menester, abatirlo, al intruso, al extraño a la raza. Así, el Roto en su viñeta de El País de 12 de octubre de 1999 dibuja una especie de Guzmán el Bueno que se exclama perplejo: «Hace años, en España, celebrábamos el día de la Raza… ¡Como si fuéramos vascos!»

1

En su viñeta del martes 2 de febrero de 1999 aparecen dos paisanos con boina. Al fondo un áspero paisaje castellano-viejo o alavés. Dice uno de ellos: «Pronto a los no nacionalistas nos llamarán antisociales». Contesta el otro: «Y nos pondrán una estrella».

2

Afirma sabino Arana: «Es preciso aislarnos de los maketos». («Bizkaitarra», nº 19) y «Nosotros, los vascos, evitemos el mortal contagio … de los venidos de fuera». («La Patria», nº 39)

Así pues, si los cuatro apellidos vascos garantizan la esencia y la pureza, ¿qué no será cuando pueda uno ufanarse de nada menos que del doble, esto es de ocho? Exageración: recurso cómico por excelencia. Hay quien se lo ha reprochado a la película, pero es que Martínez Lázaro y su equipo no han elaborado un documental.

El título, ya de por sí, es todo un acierto y promete sarcasmo y diversión. Queda además muy bien sustentado por el cartel con los colores de la ikurriña y humanizado, lejos de toda abstracción, por los cuatro retratos de los cuatro protagonistas, en el que se adivina que el señor del rectángulo superior izquierdo (Koldo, interpretado por Karra Elejalde) no puede ser más que nacionalista por lo hosco, sañudo, receloso y ulcerado, a lo Arzalluz o a lo Egibar, de su gesto. La muchacha del rectángulo superior derecho (Amaia interpretada por Clara Lago) ostenta flequillo banderizo, «como peinado de un hachazo» o consecuencia del «mordisco de un burro», como lo describirá en la película Rafa, el galán de ella enamorado; sin embargo su gesto dubitativo y ansioso presagian un conflicto interno, un dilema, una contradicción en definitiva que anuncian comicidad. La señora del rectángulo inferior izquierdo (la sedicente Anne interpretada por Carmen Machi) y el muchacho de rectángulo inferior izquierdo (Rafa-Antxon interpretado por Dani Rovira) expresan, contrastando con el piso de arriba, alegría y mucha guasa.

cartel

Cuando Rafa llega a las Vascongadas, en expresión propia, esto es cuando es todavía Rafa tout court, antes de que Amaia le persuada a que finja ser su ex-novio y ex-prometido Antxon para no defraudar y tener engañado a su padre, Koldo el arrantzale (pescador), aquél, Rafa, sevillano por los cuatro costados, intuye enseguida que para sobrevivir, ya que no puede alcanzar la invisibilidad, ha de contrahacer el vasco-vasco. Es cuanto expresa El Roto (El País, 8 de octubre de 1999) en aquella viñeta en que una mujer coloca en la coronilla de un señor que se dispone a salir a la calle un plumero, mientras le dice: «¡No salgas sin plumas, no sea que piensen que no eres de la tribu!»

3

Más cáustica aún aquella otra viñeta (El País, 23 de marzo del 2001) en que un individuo de una cierta edad y con boina, tendido en un suelo erizado de púas y con una como fábrica chiriquiana -por más aumentar el clima de desazón e inquietud- al fondo, dice: «Para sobrevivir en el País Vasco, hay que saber hacerse el muerto».

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Y así, Rafa, una vez en el calabozo, rodeado de jóvenes pro-etarras de catadura patibularia («Gran número de ellos -se refiere, claro está a los españoles o maquetos- parece testimonio irrecusable de la teoría de Darwin, pues más que hombres semejan simios poco menos bestias que el gorila: no busquéis en sus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada sólo revela idiotismo y brutalidad». Sabino Arana en «Bizkaitarra», nº 27), para disimular, para «hacerse el muerto», como tan bien expresa El Roto, y no pasar a ser muerto de verdad, fingirá ser un etarra, Iñaki Metralletas, pero que se ha disfrazado de sevillano para mejor llevar a cabo su cometido terrorista. Y, a continuación, adoptará el acento vasco (Dice Arana: «Oídle hablar a un bizkaíno, y escucharéis la más eufórica, moral y culta de las lenguas; oídle a un español y si sólo le oís rebuznar, podéis estar satisfechos, pues el asno no profiere voces indecentes ni blasfemias». «Bizkaitarra», nº 29 -sabido es que el vascuence es la única lengua en que no caben palabrotas ni blasfemias-) e inventará una nueva identidad. Cuando uno lee los apellidos de los etarras, no deja de sorprender el grandísimo número de apellidos maketos que ostentan, en ocasiones mezclados con uno genuinamente vasco, esto es vasco-vasco, y en otras ocasiones contradiciendo ambos el catecismo araniano. Que la Eta acepte a maquetos en sus filas es, ciertamente, un progreso frente al rabioso racismo de Sabino Arana y también, por ejemplo, frente a un nacional-socialismo alemán que nunca aceptaría entre sus filas a un muchacho de «raza inferior», por muy útiles que le resultaran, como a la Eta -bastante más práctica-, para amedrentar, expulsar y matar. Porque Hitler, cabeza cuadrada, no se avino a conferir determinado poder a los ucranianos, por considerarlos inferiores en su condición de eslavos, durante la ocupación alemana del país, redujo sus posibilidades de sujetar a Rusia más tarde; un etarra o un nacionalista vasco, siempre pragmáticos, no le hubieran hecho ascos a una colaboración de este tipo si de ello se siguieran beneficios. Esto es cierto e indudable, y no estoy ironizando, pero no debe hacernos perder de vista que si es así es porque tristemente se ha persuadido a esos jóvenes -y no tan jóvenes- que el único remedio para no ser parias, sospechosos o futuros asesinados, es borrar sus orígenes familiares, abominar de ellos y ser más papista que el Papa. «El roce de nuestro pueblo con el español causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de la inteligencia, debilidad y corrupción de corazón» (Sabino Arana, «Baserritarra», nº 11)

Ahora bien, ¿hay algo más desolador que un descastado?

Que me entierren con espuelas
y el barbuquejo en la barba,
que siempre fue mal nacido
quien renegó de su casta…
(Fernando Villalón, «Romances del 800»)

Por otra parte, difícil sería mantener la pureza de sangre terrorista. Actualmente tan sólo uno de cada cinco vascos tiene los dos apellidos vascos (El País,  5 de julio de 1998,»Juntos y revueltos», artículo de Francisco Peregil)

B) En la película la transformación física de Rafa se lleva a cabo cuando Amaia ha de presentarlo a su padre; entonces Rafa habrá de renunciar, con desgarro de corazón, a su gomina,  a su polo y a su rebeca para cortarse el pelo a lo tiñoso, perforarse la oreja para ostentar un piercing y vestir camiseta sin mangas y pantalones vaqueros avejentados. El Roto, en su viñeta de El País del 25 de septiembre de 1998, presenta, bajo una lámpara circular de quirófano, a un cirujano que, tirando de una cara cadavérica, como de atlas de anatomía, y tocada de boina, dice: «A los que no parezcan muy vascos se les hará gratis la cirugía étnica».

5

Declara Sabino Arana: «Nosotros, los vascos, evitemos el mortal contagio, mantengamos firme la fe de nuestros antepasados y la seria religiosidad que nos distingue, y purifiquemos nuestras costumbres, antes tan sanas y ejemplares, hoy tan infestadas y a punto de corromperse por la influencia de los venidos de fuera». («La Patria», nº 39)

Mordaz, el Roto, en su viñeta del 23 de septiembre de 1998 en El País, ilustra el aserto sabiniano como sigue: en un desolado paisaje invernal, como de campas alavesas, tres individuos montaraces y primarios, simiescos a lo Gutiérrez Solana, y con aire desafiante, de aspecto vagamente carlista, ocupan en plano general la derecha del dibujo; uno de ellos, a caballo, enarbola una ikurriña mientras que otro de los dos de a pie, sujeta no se sabe muy bien si un sable o un palo. A la izquierda, un cartel reza: «Reserva nacionalista de razas autóctonas».

6

Porque, por ejemplo, tomándole prestado a Iñaki Arteta el título de su documental, ciñéndonos a uno entre mil, Zamarreño no quiso mimetizarse ni se hizo el muerto como le aconsejaba el instinto de supervivencia consustancial a toda persona, acabó ejemplificando con su parietal esa lección de anatomía comparada que nos brinda El Roto en su viñeta de El País: a la izquierda aparece de espaldas un cráneo incólume. Reza la leyenda: «Cráneo vasco». A la derecha aparece otro idéntico, pero perforado, El texto que le corresponde es ahora: «Cráneo no vasco».

7

Cuando en una de las primeras secuencias de la película, Rafa, desplazándose en autobús rumbo a la tierra de Amaia para declararle su amor y llevársela a Sevilla, y ya en las postrimerías del viaje, dejando las tierras del sol, penetra en un túnel, al fondo del cual se columbra una fenomenal tormenta, propia de una película de terror, y de muy mal agüero,  como si del divertidísimo y a la par escalofriante túnel del horror de las ferias de nuestra infancia se tratase, a la vez que se percibe un cartel que da la bienvenida al País Vasco, el espectador entiende que, desde ese momento, se va a jugar con lo doloroso y sangrante para hacer befa de ello y, en definitiva, catarsis; pero de catarsis se hablará más tarde. Lo que sí interesa resaltar ahora es que, cómica, la película pone el dedo en la llaga y no será, ciertamente, la última vez. En efecto la burocratización autonómica, en España, se ha desarrollado como un cáncer de los más funestos. En todas las mentes está la reciente muerte de la niñita de la Puebla de Arganzón, en el Condado de Treviño, y las palabras del senador nacionalista Olabarría al respecto, según las cuales la criatura no habría muerto de estar integrado el condado de Treviño en Euskadi. Igualmente absurdo e increíble, si bien no trágico esta vez, este post-it que conservo como muestra de la irracionalidad de las actuales Taifas hispánicas: «No se visan recetas de otra comunidad. Debe acudir a su médico de cabecera en Madrid», 9 de diciembre del 2005 – Comunidad de Madrid. Consejería de Sanidad y Consumo, etc.

Puede uno recurrir ahora a la viñeta de Mingote, en el ABC del 17 de febrero del 2012, para ilustrar cuanto se ha afirmado al respecto. En ella se ve cómo una pareja motorizada atraviesa un puente sobre un río, dejando atrás unas tierras mesetarias. El pie reza así: «El ansia viajera y la curiosidad por lo exótico nos impulsan a cruzar por el puente hasta la otra autonomía: otras leyes, otros reglamentos, otra documentación, otras autorizaciones, otro parlamento…

8

Rafa es ya, por obra y gracia del amor, por contentar a Amaia en la farsa que quiere llevar a cabo ante su padre, un vasquísimo vasco. Se van a suceder entonces los tópicos regionales como desencadenantes de hilaridad. Defendamos el tópico. Es elemento fundamental en lo cómico. Defendamos el tópico regional y nacional. Tópicos, y muy divertidos cuando no desternillantes, son, en Shakespeare, el capitán irlandés Mc Morris, un paleto fanfarrón, así como -¡no podían faltar tampoco!- los capitanes escocés y galés, siendo elemento clave de su comicidad sus respectivos acentos («Henry V»); cautivador en su ridícula desmesura es el «fantastical Spaniard», don Adriano de Armado, cuyo nombre es todo un programa y una mofa hiriente a España, nación enemiga por excelencia («Love´s labour´s lost»); encandila también Monsieur Parolles, cuyo nombre ya denuncia la verborrea gala, en su frivolidad y sus falaces argumentaciones hedonistas («All´s well that ends well»); epidérmicamente tópico e hilarante el fingido turco de El Burgués Gentilhombre de Molière, así como los obtusos otomanos en Mozart; magníficos en su delirante jactancia los capitanes españoles de la Commedia dell´Arte… Claro que sí, ¡tópicos! Quien critique a una comedia, sea ésta más o menos satírica, por recurrir al tópico, se equivoca. El tópico es tradición, cultura pues, y es conocimiento e intuición populares.

Veamos algunos de estos tópicos, en los vascos primero y en los andaluces, después. En los vascos encontraremos en primer lugar la frialdad afectiva. A este respecto recuerdo que la señora Goicoechea, de Azcoitia, en la provincia de Guipúzcoa, me refirió cómo, habiendo emigrado uno de sus familiares al estado de Utah, en los EEUU, donde se encuentran, dedicados al pastoreo, tantos descendientes de vascos, al llegar allí, envió un telegrama a su madre con el siguiente texto: «Llegué bien» y ya nunca más volvió a escribir. Así, en la película, han de ocurrir mil y una peripecias para que al final padre e hija, vascos, se abracen y ella llore en el hombro del progenitor. Cuando el sedicente Antxon conoce a su futuro suegro, le da un caluroso abrazo, lo cual genera temor en Amaia a que se descubra el ardid y en Koldo, el padre, una cierta sospecha e incomodidad. Un vasco es más comedido. Además, según la película, por muy extremo que se sea políticamente, en cuestiones sexuales, el vasco se alinearía con la más pura ortodoxia católica en lo referente a la exigencia de virginidad previa al matrimonio.

«Si hubieran estudiado una miaja de geografía política y hubiesen tenido una pizca de sentido común, sabrían que al norte de Marruecos hay un pueblo cuyos bailes peculiares son indecentes hasta la fetidez, y que al norte de este segundo pueblo hay otro cuyas danzas son honestas y decorosas hasta la perfección; y entonces les chocaría que el alcalde de un pueblo euskeriano prohibiese bailar al uso maketo, como es hacerlo abrazado a la pareja, para restaurar en su lugar el baile nacional de Euskeria. (Sabino Arana: «Baserritarra», nº 11). «Con esa invasión maketa… la impiedad, todo género de inmoralidad, la blasfemia, el crimen, el libre pensamiento, la incredulidad, el socialismo, el anarquismo, todo es obra suya». (Sabino Arana: «Bizkaitarra», nº 19)

El vasco no es delicado; su ternura se expresa a la manera de los osos, como cuando Koldo golpea el hombro de Antxon-Rafa, con riesgo de dislocárselo. La vasca es arisca, zahareña, erizada. Antxon-Rafa, irónicamente, cuando ya comienza a estar realmente estomagado de la farsa a que le obliga el amor, pues entre otras cosas no obtiene nada a cambio, dirá que lo que más le atrae en Amaia es «su dulzura».

La comida. El vasco come pantagruélicamente. Come y bebe y nunca parece quedar ahíto. Tanto es así que Rafa no dará crédito al menú, muy largo y muy ancho, del restaurante donde Koldo les invita, a él y a Amaia, y que al final, tras la cena, la indigestión le obligará a arrojar todo cuanto devoró. Koldo y Amaia, sin embargo, ¡como el que lava! y mira que es delgadita la muchacha.

A propósito de la inveterada glotonería vasca, cabe traer a colación la viñeta de El Roto en El País del 6 de junio del 2000 en que un mofletudo hombretón, mientras lee el diario titulado «Euskadi», se desayuna con unas enormes porras con forma de tibias.

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Tópico es también pensar que vasco es sinónimo de excelente cocinero y que en todo vasco -y vasca-, hay un Arzak. Citemos aquí la viñeta de El Roto, publicada en El País con fecha de 22 de septiembre del 2000, en que se presenta un libro de cocina con el perfil de Arzalluz tocado de un gorro de cocinero y que lleva por título: «Cocinar con desperdicios»; bajo el perfil se lee: » Arzakllus & otros»

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Frente a la frialdad vasca, se nos muestra a un sevillano Rafa, caluroso, muy simpático, gracioso y guasón, que, en cuestiones amorosas, gusta de ir al grano y de no dilatar la consecución del placer pues, como un Giacomo Casanova, vive para el placer, y, por otra parte, sus experiencias amorosas están hechas de relaciones efímeras y fáciles. Al parecer, como la vasquita le sale respondona, por ser ello algo inédito e incomprensible para él, Rafa, por contraste, quedará prendado de ella hasta las cachas. Me viene a la memoria esa canción de los sesenta en que los Sirex cantaban : «Con todas las muchachas soy tremendo. / Las beso cuando quiero / y estoy contento. / Si alguna se resiste, / no lo comprendo / y ésa eres tú…. Eres más tremenda que yo», versión española de «Sono tremendo» de Rocky Roberts. El andaluz, español oriental, es ante todo hedonista.

Frente al feísmo del radical vasco, la elegancia gomosa del sureño, afeminada para Sabino Arana: «El bizkaíno es de andar apuesto y varonil; el español o no sabe andar o, si es apuesto, es tipo femenino» («Bizkaitarra nº 29).

A propósito de estos tópicos y, tras su confrontación o comparación, su posterior oposición, citemos el poema de Gabriel Celaya, que lleva por título «De Norte a Sur», escrito en 1960. En él replica a un poeta andaluz que le amonesta («admoniza», como escribe Celaya), aunque bastante cortésmente, la verdad, por practicar la poesía comprometida. El bate sureño presenta a los suyos como indolentes orientales que rinden culto a la belleza: «Nosotros, andaluces milenarios… Lo nuestro es sólo mirar que todo pasa y es inútil la prisa». Celaya carga entonces, en su airada respuesta, contra el hombre del Sur:

«¡Que los pájaros canten! ¡Que en el Sur, los tartesos
se tumben panza arriba
creyéndose de vuelta de todo, acariciando
una melancolía!»,
al que contrapone el hombre del Norte, el vasco:
«Los vascos somos hombres de verdad, no chorlitos
que hacen sus monerías».

Así, frente a la haronía, frivolidad y fatalismo andaluces, el vasco de hierro golpeando a porfía, esforzado siempre, obstinado, erizado, metido en su bandería:

«Los vascos somos serios. Serio es nuestro trabajo.
Seria es nuestra alegría…
declaro altanería … el rayo me rubrica… etc.

Como Rafa, en el calabozo, cautivó con sus bravatas a los otros detenidos, activistas de la kale borroka, no le cabrá otro remedio que tomar parte en una manifestación y además verse compelido a dirigirla y a improvisar, megáfono en mano, un pequeño discurso que encrespe a las masas, así como unos cuantos eslóganes que amedrenten a los españoles, surgiendo así ese memorable «¡Gora Euskadi manque pierda!» (Rafa es hincha del Betis). Escribe Sabino Arana: «Les aterra oír que a los maketos se les debe despachar de los pueblos a pedradas. ¡Ah la gente amiga de la paz!… Es la más digna del odio de los patriotas».

En su viñeta del 16 de marzo de 1999, en El País, el Roto dibuja un incendio propio de un infierno de pintura flamenca. Las llamas revientan las ventanas e invaden las calles; dos siluetas negras de agitadores se destacan contra ellas. Un cartel proclama: «Ámbito vasco de destrucción», remedando la reivindicación nacionalista del «ámbito vasco de decisión»

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La viñeta del 8 de mayo del 2001 nos muestra a un encapuchado que es a la vez un temible perro regañando los dientes y que ladra «La existencia de un conflicto se demuestra armándolo». En un segundo plano, a la izquierda, aparece un montículo sembrado de cruces de cementerio.

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Montículo también, pero éste formado de calaveras amontonadas, como si del osario franciscano de la iglesia romana de Santa María de la Concepción se tratara, auténtico túmulo macabro pues, el que dibuja el Roto en su viñeta de El País de 25 de enero de 1999. La calavera que corona el teso, dice: «Sólo somos matanza, nos falta un cráneo para constituir un genocidio»; a lo cual responde otra de las cabezas: «¡Otra vez será!»

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Uno de los golpes más graciosos de la película es el que toca la cuestión de la lengua, el vascuence. En la herriko taberna, se insta a Rafa-Antxon a ensayar en euskera, aunque sólo sea brevemente, la arenga que habrá de llevar a cabo en la inminente «manifa». El pobre Rafa no tiene ni idea.  Recordé aquella anécdota que me refirió también la señora Goicoechea: en los primeros años de la autonomía vasca, para cubrir no sé qué puesto en la administración, se preguntó a uno de los candidatos que qué palabras conocía en lengua vernácula, con su correspondiente traducción. El examinando dijo que «ongi etorri», que significaba «felpudo».

Antxon- Rafa no sabe cómo reaccionar. Zozobra. Amaia roza el deliquio. Ansiedad en grado sumo… ¿Se descubrirá la impostura? Todo parece entonces que comenzará a hacer agua, pero… ¡no!, que Rafa es un tío de recursos. Acierta a ver en la pared un cartel en vascuence. Lo lee entonces, aun desconociendo su significado. Todos quedan perplejos y le preguntan qué relación tiene el que esté prohibido fumar con la proclama independentista que se esperaba de él. Y aquí, también Rafa-Antxon, con su respuesta, sabrá nadar y guardar la ropa.

El Roto, en su viñeta del 9 de junio del 2001, muestra a un venerable romano destacado contra un acueducto. Dice: «¿Qué sentido encontráis en abandonar griegos y latines y proteger los bables?»

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A propósito de romanos y latines, cabe citar aquí de nuevo a Sabino Arana: «Nosotros odiamos a España con nuestra alma, mientras tenga oprimida a nuestra Patria con las cadenas de la esclavitud. No hay odio que sea proporcionado a la enorme injusticia que con nosotros ha consumado el hijo del romano». («Bizkaitarra», nº 16)

Sigamos con griegos, romanos y latines. En su viñeta del ABC del 29 de julio del 2011, Mingote, en una bellísima acuarela, bajo el título de «La semana nacionalista», nos muestra una cerca separando un mismo paisaje; a la derecha del muro divisorio pasea una pareja romántica que mira con curiosidad y un punto de asombro también al personaje que queda a la izquierda de la frontera: un aizcolari cortando a hachazos, no un árbol, sino una columna acanalada jónica. En el imaginario nacionalista se pretende siempre exaltar todo lo pre-romano, así como lo mitológico pre-cristiano, lo supuestamente genuino y autóctono, lo prehistórico y lo bárbaro, como lo prueba, por ejemplo, la exaltación pagano-romántico-wagnerista del germanismo nacional-socialista alemán.

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En su viñeta de El País del 17 de mayo del 2000, unos niñitos, siniestros y compungidos, que parecen huerfanitos de una película de terror, se encuentran bajo el dintel de una ikastola. A la izquierda reza un cartel: «Prohibido hablar en español y pensar en cualquier idioma. La dirección».

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No podían faltar los curas vascos. El padre Ignaxio es amigo de Koldo y, a instancias de éste, será quien haya de casar a Amaia con Rafa-Antxon. Antes de la boda, el buen padre tiene un coloquio con ambos, previo a la confesión a cada uno. En ella, a Rafa le resulta ya insostenible su impostura y revela al cura la verdad. Éste queda horrorizado, no ante la farsa que Rafa, conchabado y a instancias de Amaia, está perpetrando, sino ante el hecho de que no sea vasco y de que Amaia, con DOC, pueda unir su vida a él… ¡ante Dios y por su ministerio como sacerdote oficiante de la boda! Casi le da un telele. Posiblemente resuenen en su cabeza las palabras de Sabino Arana: «Ya hemos indicado, por otra parte, que el favorecer la irrupción de los maketos es fomentar la inmoralidad en nuestro país; porque si es cierto que las costumbres de nuestro Pueblo han degenerado notablemente en esta época, débese sin duda alguna a la espantosa invasión de los maketos, que traen consigo la blasfemia y la inmoralidad». («Bizkaitarra», nº 10). O estas otras: «Si fuese moralmente posible una Bizcaya foral y euzkeldun, pero con raza maketa, su realización sería la cosa más odiosa del mundo, la más rastrera aberración de un pueblo». («Bizkaitarra», nº 4), heraldos de las siguientes: «Conste que desde luego que de ese roce del maketo con el bizkaíno sólo brotan en este país irreligiosidad e inmoralidad». («Bizkaitarra», nº 6 bis)

De la falta de cristianismo de tanto sacerdote vasco, antes nacionalistas que cristianos, en definitiva de su contumaz celotismo,                                                                                                                                                                       se hace eco Mingote en la siguiente viñeta de ABC:

En otro momento de la película, durante una cena familiar en que Koldo se halla más que achispado, declara mascullando que eso de la independencia, con Franco, pues que sí, que él lo veía, pero que en los tiempos actuales… sí, pero todo menos retractarse explícitamente o instar al inminente yerno a deponer su actitud belicosa. Acude a la mente la viñeta de El Roto, de El país del 28 de junio de 1998, en la que Arzalluz, alzando el dedo índice (¿amenaza, afirmación, admonición a España?), dice: «La gente de ETA son unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta». La pertenencia, la adscripción, la sangre, por encima de la razón y de la caridad. (Arzalluz quizá, superando a otros destacados nacionalistas, sea el más despiadado de los políticos no terroristas de la historia reciente de España) Todo un programa político preclaro, ilustrado, ¿no es cierto?

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En cualquier caso, qué duda cabe que el PNV es maestro consumado en la ambigüedad jesuítica; tanto que eso de, por ejemplo, la «dirección de intención», que tan bien atacara Pascal en sus «Provinciales» pues es un medio de justificar los pecados al hallarles una intención pura, o que las monjas de «Boule de Suif» de Maupassant esgrimen ante la prostituta para persuadirla a acostarse con el rijoso prusiano y así poder proseguir su viaje la caravana repleta de buenos franceses -entre los cuales se cuentan ellas-, parece un invento del partido… Así lo expresa Mingote en ABC, por boca de Ibarretxe:

C) Se quiera o no, por muy poco que agrade, al País vasco se asocia indefectiblemente el terrorismo, cifrado en la ETA. Nuestros políticos, mayormente preocupados por la macro-economía, por ser mediáticos y por captar votos, y secundados por sus coros turiferarios de la prensa y los medios de comunicación, repiten siempre eso tan bonito de que el terrorismo no ha conseguido nada y que de nada, políticamente, ha servido, más que para enrarecer y dañar la convivencia con su reguero de muertos y heridos y hogares deshechos por el camino. Señores, ¡qué falacia! El terrorismo ha conseguido mucho, muchísimo y, si no todo, como pretende y tan magníficamente expresa la viñeta de El Roto de 30 de noviembre de 1998, está cerca de alcanzar la victoria total.

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Sí, ciertamente, nuestras sufridísimas fuerzas de seguridad, con la colaboración de Francia, han derrotado -creamos y esperemos que definitivamente- el terrorismo, pero la guerra política y social la estamos perdiendo.

Sabino Arana es epígono vasquista del delirio paranoide-racista del francés Gobineau, teorizador, en 1853, del ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas y estableciendo -científicamente, claro- la supremacía de la blanca y dentro de ésta, la germánica, por encima de celtas, eslavos, mediterráneos y, obviamente, judíos. Dentro de esa perspectiva han de inscribirse los errores, nunca malintencionados, del doctor Down, investigador del mongolismo, así como la teoría racial pangermanista de Chamberlain y, evidentemente, el racismo nacional-socialista del ministro hitleriano Rosemberg. No es creíble que el actual PNV y los de Josu Ternera sostengan, hoy en día, tamañas barbaridades, que han quedado arrinconadas en el Occidente en grupúsculos de extrema-derecha. Ya se ha dicho cómo el terrorismo vasco y los partidos nacionalistas vascos aceptan en sus filas apellidos maquetos. Y es que el Eje perdió la guerra y, con ello, se desvaneció la ilusión de raza dominadora, en una Alemania o en un Japón, pero ¿y si hubiera triunfado Hitler, como pareció ser en el inicio? A ese respecto recuérdese ese intento del primer lehendakari, José Antonio Aguirre, por crear un protectorado alemán en Euskadi, desgajado de España. Ya puede el PNV disimular, edulcorar, contextualizar, de forma comprensiva, socio-cronológicamente la paranoia sabiniana, que en su base teórica, como prueban hemerotecas y bibliografías, late el odio al español y la exaltación de la pureza racial vasca. «La fisionomía del bizkaíno es inteligente y noble; la del español inexpresiva y adusta. El bizkaíno es nervudo y ágil; el español es flojo y torpe. El bizkaíno es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a cualquier contratista de obras y sabréis que un bizkaíno hace en igual tiempo tanto como tres maketos juntos… El bizkaíno es laborioso; el español, perezoso y vago». («Bizkaitarra», nº 29)

En el País vasco, por parte de algunos, se ha fijado un objetivo: la independencia, y unos medios para obtenerla: la acción directa, esto es el terrorismo como eje central, apoyado por hostigamiento permanente a los distintos e invasores, extorsiones como medio de financiación, amedrentamiento, disturbios y violencia callejeras, asalto a las instituciones, penetración en las instituciones, adoctrinamiento de la infancia y juventud, envenamiento de la vida social mediante la creación de un clima de silencio mafioso, de temor, de delación, de recelo permanentes, etc. Es esto último lo que tan bien expresó Mingote en aquella célebre viñeta del ABC en que se ve, junto a un cadáver, a un niño llorando que dice: «Han matado a papá». Dos individuos le oyen y uno dice al otro: «Hay que ver, tan pequeño y ya chivato»

Por desistimiento crónico del Estado, ese objetivo y esos medios han ido cobrando mayor importancia y mayor apoyo social hasta el punto de que cabe una toma de poder y una secesión por la vía de las urnas. El terrorismo ha cumplido su cometido. El terrorismo ha servido.

Matar a uno, amedrentar a mil, reza un proverbio chino. Mediante el asesinato, ya sea selectivo, ya sea atentado indiscriminado, se genera el miedo, entre los miembros de una población, a ser la próxima víctima y entonces uno se achanta y no se pronuncia y opta, de forma pancista, por pasar desapercibido y hacerse invisible; o decide dejar la tierra, emigrar en busca de nuevos pagos donde su vida no corra peligro y donde exista la libertad de opinión real; o se adhiere al proyecto, con mayor o menor entusiasmo, pues es siempre más incómodo defender lo hostigado y lo que lleva las de perder que militar en el bando agresor, que esgrime la razón tiránica de la fuerza, como hace el lobo que bebe del mismo río que el corderito en la fábula de La Fontaine: «La raison du plus fort est toujours la meilleure… il faut que je me venge» («La razón del más fuerte es siempre la mejor… (dice el lobo:) «tengo que vengarme» y se come al corderito).  «Entre el cúmulo de terribles desgracias que afligen a nuestra amada Patria, ninguna tan terrible y aflictiva, juzgada en sí misma cada una de ellas, como el roce de sus hijos con los hijos de la nación española». («Baserritarra», nº 11) Así las cosas, habrá que evitar el roce o intentar ocultarlo por todos los medios, pues nos puede ir en ello la mismísima vida.

En la viñeta de El Roto (El País de 20 de octubre de 1999), un personaje barbudo y con turbante, de muy siniestra catadura, con unos templos griegos al fondo, dice: «Ya os dijimos que la democracia no funcionaría si votasen los esclavos y los maquetos». Los talibanes se han apropiado la democracia y pontifican ahora. Sabino Arana lo expresa así: «En pueblos tan degenerados como el maketo y maketizado, resulta el sufragio universal un verdadero crimen, un suicidio». («Bizkaitarra», nº 27)

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Y así, matando y poniendo en fuga, estableciendo un riguroso control mafioso de la omertà en el pueblo, van quedando tan sólo los que piensan lo que se ha de pensar, llegándose al triunfo electoral y a la conquista del poder municipal, primero, en las Diputaciones y provincias, después, y en toda la autonomía (las autonomías pues desde luego Navarra es tierra irredenta) luego hasta, pasando por la desobediencia civil, proclamar unilateralmente la independencia y confiar que, a la postre, poco a poco, las naciones, España incluida, vaya aceptando el nuevo estado de cosas, irreversible ya.

Las viñetas de El Roto ilustran el proceso:

1) 3o de septiembre de 1998: rechazo de la Constitución y de la nación común española: Arzalluz, como un hombre del saco, abre y muestra un gran talego. Dice: «No cabéis en la Constitución, pero no os preocupéis, que yo os llevaré en mi zurrón».

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2) 23 de octubre de 1998: se hace campaña psicológica reivindicando la pureza e incitando al recelo, cuando no al odio, contra los elementos extranjeros perturbadores y contra los traidores, que siendo nuestros, no piensan como nosotros: Un individuo lee un cartel que reza: «Defiéndete de los intrusos. Vota Cromagnon».

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3) 24 de octubre de 1998: la campaña política se apoya en la violencia para ser realmente efectiva: una pistola de marca «Cromañón» queda convertida en urna electoral. Recuérdese la necesidad, invocada por los etarras, de implantar la «socialización del sufrimiento».

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4) 1 de diciembre de 1999: «El muerto al hoyo y el vivo al voto», dice una gigantesca cabeza magrittiana sin cuerpo que causa una parecida desazón a la  del Coloso de Goya. Abajo, de espaldas, se encuentra una figura algo encorvada tocada de chapela. El muerto, el expulsado o el exiliado (o el timorato que, aun no convencido, vota con la mayoría) no cuentan pues no votan. Vota tan sólo el vivo, que es nacionalista y que por eso ha quedado vivo. ¡Hemos ganado! Y además por las urnas, democráticamente. Nuestra victoria es legítima.

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5) Si surge algún conato de oposición, cada vez más improbable y apagado, cada vez además menos numeroso, se vuelven a empuñar las armas un poquito, de forma disuasoria, para tirotear a unos cuantos, pocos esta vez, tan sólo para que baste, sin levantar ampollas en la opinión internacional y en las instituciones supranacionales(viñeta de 2 de diciembre de 1999).

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6) Ya está creado definitivamente el ámbito etarra, llamado «vasco», de decisión (viñeta de 8 de diciembre de 1999). Ha costado mucho, pero ha merecido la pena y, en cualquier caso, nos ha costado infinitamente menos que a los enemigos, a quienes hemos dado matarile o amargado la existencia en caso de haberlos dejado vivos. Ya gobernamos en los municipios. (recuérdese al respecto lo que supuso la Asamblea de Municipios Vascos, agitación secesionista desde la base de los gobiernos locales y cuya cerrazón y fanatismo tan bien describe el Roto en su viñeta de El País del 26 de enero de 1999)

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Ya gobernamos también en las diputaciones y en el parlamento autonómico, con mayorías inapelables. El censo ha quedado depurado de todo elemento de raza inferior, así como de traidores. ¿Que algunos no nos apoyan sinceramente? No importa pues, como a nadie le agrada ser perdedor, se subirán al carro de la apoteosis nacionalista  y el miedo, la propaganda oficial y la corriente de opinión harán el resto. Es el momento soñado de convocar ese referéndum por la independencia, ganado de antemano. Resplandecerá un «sí» abrumador.

«Ese camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro que el que llevan los que se dicen amantes de los Fueros, pero no sienten rencor hacia el invasor» (Sabino Arana: «Bizkaitarra», nº 22)

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En definitiva, que sólo votarán los nuestros, que es cuanto expresa Mingote en la viñeta en la que aparece Ibarretxe enarbolando una ikurriña y afirmando que: «El pueblo vasco ejercerá su derecho a decidir en cuanto yo ejerza mi derecho a decidir quiénes son el pueblo vasco y quiénes no».

7) No debemos olvidar tampoco que el terrorismo ha conseguido además obtener la comprensión de importantes sectores de la izquierda nacional y, en concreto, de todo un presidente del Gobierno, dispuesto a negociar en términos de igualdad con aquellos que quieren destruir la nación común, el mismo presidente que dice aquello de que «el concepto de nación es discutido y discutible» frente a unos nacionalistas para los cuales el concepto de su nación no sólo no se discute, sino que a aquél que lo discute se le neutraliza o se le quita de en medio. Nunca llegó tan alto el terrorismo ni se mostró tan satisfecho el terrorismo como con el «talante» pactista (reservado por otra parte a izquierdas y nacionalistas) de Zapatero, bajo cuyo mandato el Pacto Antiterrorista y la Ley de Partidos se volatilizaron. «La negociación era para ellos (algunos socialistas como Zapatero), no tanto una solución pragmática o el fruto de su obsesión por la paz, sino el reflejo de la comprensión histórica de las razones del terrorismo antifranquista y ultranacionalista de ETA». (Edurne Uriarte, «Culpadas, difamadas, silenciadas», ABC-10 de abril del 2011).

Haciéndose eco de tanta bajeza moral y de tanto despropósito «buenista», Mingote resume la situación en su viñeta de ABC el 6 de mayo del 2011, en que un guardia civil acaba de detener a un etarra encapuchado y le apunta con su pistola; el etarra, envalentonado por las circunstancias y la actitud del gobierno nacional, le espeta: «¡Usted no sabe con quién está hablando!».

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Pero ¡eso sí!, no ha conseguido nada el terrorismo… Miles son los casos concretos en que el terrorismo se salió con la suya, doblegó al Estado imponiendo lo que quería y defendía con las bombas y los disparos, en definitiva en que obtuvo y consiguió, satisfaciendo su voluntad: para empezar, que Guipúzcoa sea ahora «Gipuzkoa»; que no se instalara una central nuclear en suelo patrio (que los maquetos generen energía para nosotros); la imposibilidad y desvío consiguiente de autopistas programadas, previstas e iniciadas; la supresión del servicio militar obligatorio pues el Estado no puede hacer ya frente a una insumisión desbocada que le dejaba demasiado en evidencia, denunciando su debilidad y manifestando el hecho de que dentro de él se había enquistado y creado otro Estado que quería expulsarlo de sus dominios ; que el por entonces obispo de Bilbao, ese «tal Blázquez» en palabras de Arzalluz -pues no era vasco- y actualmente presidente de la Conferencia Episcopal Española, consultara a los sacerdotes de su diócesis, en un intento por adaptarse a las circunstancias y al «hecho diferencial vasco», si veían oportuno que asistiera a los funerales de las víctimas del terrorismo; que los diputados y concejales no nacionalistas, amén de empresarios, profesores, periodistas, deportistas, etc. hayan de llevar permanentemente escolta y se muevan por sus pueblos y ciudades como los conquistadores españoles en tierras ignotas y amenazantes, «la barba sobre el hombro» (que es cuanto denuncia Mingote en aquella viñeta en que un niño y una niña, escolares ambos, están hablando. Le dice la niñita al niñito: «Eso de que ahora todos los vascos vamos a ser iguales, ¿quiere decir que mi padre llevará como lo lleva el tuyo, un escolta para que no lo maten?»); y, porque la enumeración se haría interminable, un larguísimo etcétera.

Pero el terrorismo no consigue nada… No, ¡quia!, tan sólo, poco a poco, la ansiada secesión y ahora, además, ya de maneras democráticas, sin bombas y con el aval inatacable de las urnas.

La sedición, no sólo no va a encontrar auténtica oposición por parte del Estado, sino  además unas ciertas facilidades         , porque los políticos y medios de comunicación han asumido y hecho propios, legitimándolos así, los enunciados y dogmas nacionalistas cuya base y meta es el desprestigio, aislamiento y eliminación de España y que ésta y los españoles no sólo no deban ni puedan oponerse  a los planteamientos nacionalistas, sino ni tan sólo opinar sobre ellos y aceptarlos siempre y ceder y ceder y ceder ante ellos hasta que se consume su inanidad propia como españoles, paso previo a su desaparición. El vacío que deje España y los vacíos de los ciudadanos españoles irán siendo ocupados sistemática y organizativamente por Euskadi, Catalunya, etc. Es cuanto expresa Mingote en su viñeta en que el vasco y el catalán, sentados esperando su turno para la apertura inminente de la secesión, ven cómo, satisfecho, se les acerca el gibraltareño, preguntándoles quién da la vez.

Zapatero se prestó a ello con entusiasmo, contribuyendo activamente con su «talante». «El socialismo y el nacionalismo volvían a confluir tras aquella unidad antiterrorista del PP y del PSOE que dio lugar al Pacto antiterrorista y la Ley de Partidos, dos de los mayores logros políticos de la movilización social. Pero algunos socialistas como Zapatero, herederos de la izquierda antifranquista que apoyó a ETA, nunca creyeron, en realidad, en su derrota (de la ETA)». (Edurne Uriarte, «Culpadas, difamadas, silenciadas» ABC 10 de abril del 2011)

Que los terroristas llevan las de ganar ante las víctimas, queda perfectamente ilustrado por la viñeta de El Roto en El País del 9 de septiembre de 1999 en que una sombra, caminando por la calle y paralelamente a un coche de la policía, dice: «Esperemos que en el día del Juicio Final, los criminales no resuciten antes que sus víctimas»

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Efectivamente, el relato del pasado se tergiversa y se manipula la historia para consolidar la patraña del conflicto como consecuencia inevitable de la opresión de una nación sobre otra. Y el antiguo terrorista, liberado o amnistiado u obtenida su libertad por mor de la conquistada independencia, se consagra como héroe y, porque ha vencido y ostentará ya el poder para siempre, puede incluso mostrarse condescendiente con sus víctimas, que en realidad eran sus agresores y que le forzaron a él a defenderse matando. Ilustrativa es al respecto la viñeta de Mingote del ABC del 25 de noviembre del 2011, en que una pareja, sentada en una roca, contempla el Cantábrico; dice uno de ellos: «Hoy he coincidido en el ascensor con el que asesinó a mi padre. Me ha dicho que si prefiero subir por la escalera, lo comprenderá»; entre otros casos acude a la mente el de Pilar Elías, viuda de Ramón Baglietto, obligada a ver cómo el asesino de su marido instala una cristalería en los bajos del edificio en que ella vive, o más bien sobrevive a amenazas e intentos de que deje de molestar.

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¿De quién aprendería Zapatero ese arte envidiable que consiste en proyectar en el rival o enemigo las propias intenciones arteras y modificar  la percepción de las personas haciéndoles ver que es así, como él dice, esto es que lo que no es a todas luces, acaba por serlo, es. ¿De la sibilina y jesuítica hipocresía del PNV, quizás?… Dice Jon Juaristi, hablando del caldo gordo que el PNV hace a la ETA y al terrorismo: «… como el flamante cretino Josu Jon Imaz (no olvidaré las acusaciones de terrorismo que repartía entre los fundadores del Foro Ermua)… indeseables como el consejero Balza, el valedor de ETA…» (Jon Juaristi: «Contra el nacionalismo vasco», El País-22 de septiembre del 2000), si bien creo errado el término de «cretino» aplicado a Imaz, al cual conviene mejor  la expresión de, por mantenernos dentro de los límites de los buenos modales, «arteramente protervo» o «protervamente artero».

En la viñeta de El Roto del 1 de marzo del 2000, Arzalluz se dirige en un mitin a los fieles. Su micrófono es el hueso largo de, sin duda, un muerto.

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Cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco, cuando parecía que se tambaleaba la sinrazón, cuánto no se apresurarían y afanarían Ardanza y Setién, poder político y espiritual, para afeitarle los cuernos al toro de Ermua. «Que todo vuelva  a ser como antes», algo así dijo el por aquel entonces obispo de San Sebastián.

Lo que sí que dijo, desde luego, Iturgaiz, tras uno de tantos atentados, antes de ser secretario general del PP vasco, fue: «¡Nos están matando como a conejos!». Había que erradicar a la UCD primero, luego al PP y, por último, convencer mediante el miedo a los socialistas. En cuanto a las fuerzas de seguridad, había que ¡desmembrarlas!

En la viñeta de El Roto del País de 27 de septiembre de 1998, una señora, a quien falta una pierna, frente al televisor, con las manos en posición de oración, dice: «Yo, antes de ver los telediarios, siempre rezo por las víctimas».

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En la del 29 de noviembre de 1998, se ve a un hombre y una mujer de espaldas. Dice él: «¡Ojalá sea posible la liberación de los presos…»; a lo cual ella responde: «… y la resurrección de los muertos!»

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La ETA y los nacionalistas todos nos han hecho la vida imposible al resto de los españoles con sus atentados, con sus caprichos de nenes mimados y sanguinarios, carentes de escrúpulos, con su victimismo saca-perras, con sus mentiras, con su adoctrinamiento de la juventud y manipulación de la Historia, con su odio visceral y vesánico a España. «Ya lo sabéis, Euzkeldunes, para amar el Euzkera tenéis que odiar a España» («Bizkaitarra», nº 31)

Reveladora la viñeta de Mingote en ABC, del 18 de enero de 1997, en que un exaltado blande una antorcha mientras corre y vocifera «¡Libertad para Euskadi!». Bajo él, bajo tierra, dentro de un diminuto cubo que le impide erguirse, está Ortega Lara, sentado en el suelo sujetándose las rodillas y hundiendo la cara en los antebrazos. A la izquierda, un tocón como un muñón; a la derecha una culebra, la de la ETA, horadando la tierra como un gusano de pudridero.

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D) Siendo y estando así las cosas, puede decirse que esta sociedad nuestra necesitaba una auténtica catarsis como la que le brinda la película que aquí se comenta. Que en cuatro fines de semana, casi cuatro millones y medio de espectadores la hayan visto, que lleve recaudadas ya casi 25 millones en ese período de tiempo, que sea la película en español más taquillera de la historia y que, internacionalmente, se halle en el puesto quince de filmes más vistos (una hazaña teniendo en cuenta lo que son los mercados angloparlantes e hindú), sólo se explica por esta necesidad de limpieza y de purificación a través de la risa, frente al miedo que durante tantos años nos tuvo atenazados.

El miedo es ambivalente; por una parte, es instrumento de supervivencia por cuanto que detecta el peligro y permite la reacción que conserva la integridad del individuo y del grupo; pero, por otra parte, es causa de angustia y cuando ésta se hace mayúscula, dificulta y pone en peligro esa misma supervivencia. Se trata pues de eliminar esa angustia y, como hablamos tanto de supervivencia como de angustia colectivas, la solución también habrá de ser colectiva. Nos dice Antonio Fava: «La representación de los temores lleva a la solución momentánea de las angustias, tanto privadas como colectivas, generadas por el propio temor» y añade: «La repetición y sistematización de las representaciones de los miedos generan un régimen de equilibrio entre «ineluctabilidad/continuo retorno» de los miedos y el «modo de gestionar/soportar» esos mismos miedos». Es así como nacen las artes escénicas. «Ocho apellidos vascos» tiende a la catarsis, a la superación de las angustias. Aunque refiriéndose al teatro cómico en general, cabe aplicarle a la película (cómica al fin y al cabo) este comentario de Fava: «libera de angustias con una eficacia y una rapidez ignotas a los otros géneros (tragedia, drama, épica, etc.)»

En las salas de proyección de nuestra película, se desencadena una risa que quiere sacudirse de encima, ¡por fin y para siempre!, el temor a los asesinos, el temor a defender España, el temor a decir la verdad. La risa es llave que abre al espectador las puertas de la libertad de opinión y de la libertad de conciencia, amordazadas hasta entonces por los asesinos, los matones y los beatíficos hipócritas. Qué bellas se nos aparecen estas palabras de Fava: «Il comico sbriciola letteralmente le paure scatenando la gioia della comunità espressa nella fragorosa risata liberatoria collettiva. L´attore comico (léase aquí, la comedia, esta película) non suscita emozioni né solleva problematiche ma: esponendole alla loro destruzione, le risolve. Lo spettatore che ride è rasserenato. È salvo» (Lo cómico desmiga literalmente los temores desencadenando la alegría de la comunidad expresada en la estrepitosa risa (carcajada) liberatoria colectiva. El actor cómico -léase aquí, la comedia, esta película- no suscita emociones ni eleva problemáticas sino que, exponiéndolas a su destrucción, las resuelve. El espectador que ríe queda serenado. Es salvo»· (todas las citas de Antonio Fava han sido tomadas de su libro «La maschera comica nella Commedia dell´Arte»).

El espectador español puede, al fin, reírse de lo vasco, del nacionalismo y del terrorismo, sin temor a que le tachen de reaccionario o de anti-vasco. ¡Si hasta parece un milagro: me río del vasco como de cualquier otra persona!

El espectador percibe inconscientemente la conquista, su conquista, y se siente feliz, sí, pues ha ido incluso más allá de lo meramente apotropaico, que es la conjura de una amenaza. Ha conquistado su libertad de ciudadano.

Éste, y no otros meramente coyunturales o incluso peregrinos, es el motivo del éxito de «Ocho apellidos vascos». Lo que ocurre es que los lodos de los rubores que nos asaltan a los españoles, y sobre todo a periodistas, pensadores, intelectuales y políticos, pesan mucho aún y el tabú nacionalista es, cuando menos, ponderoso. El propio director, Martínez Lázaro, a quien no hay sólo que felicitar sino además agradecer profundamente el regalo que nos ha hecho a los desgarrados españoles con su película, incurre en estos sonrojos: «… me gustaría ver si por parte de los españolistas más exaltados se admitiría una parodia así. Me da la sensación de que no». (entrevista en El País, de 6 de abril del 2014. Autor: Jesús Rey Montilla) ¡Ya salió aquello del españolismo!… Como nuestro director padece del ruborizante temor de que, por reírse del nacionalismo, le motejen de franquista, ha de recurrir a esa especie de nefasta «equidistancia». ¡Españolismo!… Pero si en España, por no haber, no hay ni patriotismo. A los no nacionalistas y a los maquetos los han arrojado a las tinieblas exteriores del fútbol cuando no les han pegado un tiro en la nuca. Creo que, aunque tan sólo en parte, Jon Juaristi  («Vasco-andaluza», en el ABC de 30 de marzo del 2014) acierte al afirmar a propósito de la película: «Es cierto que ha cosechado el favor de la inmensa mayoría que no está con las víctimas ni con Bildu, pero eso no supone coincidir con la moral de la democracia, sino con la amoralidad de la equidistancia, algo a lo que el cine español nos tiene acostumbrados en tu tratamiento del terrorismo etarra desde los orígenes mismos de la transición». Y digo en parte pues creo que atañe sobre todo a los creadores de opinión (artistas e intelectuales en general) y no tanto al espectador ingenuo. Si en el espectador se diera equidistancia -otra cosa es que nuestro compromiso cívico no sea siempre el que debiera ser-, la película no desataría tales carcajadas ni habría obtenido tamaño éxito.

Una última cuestión. Afirmaba Iñaki Arteta, autor entre otros del documental «Trece entre mil»,  mucho antes de la realización de esta película, que la herida del terrorismo sigue muy viva aún en el País Vasco y en el resto de España como para convertirla en comedia; que era algo que él, hoy por hoy, veía difícil de llevar a cabo. De la misma opinión es Jon Juaristi, tal y como expresa en el mismo artículo previamente citado: «La tragedia de ETA sigue formando parte del paisaje cotidiano del País Vasco, y se resiste a su transformación en comedia. El tiempo no ha empezado a desgastarla». Sin embargo, y quizá me equivoque, la realidad parece desmentir sus apreciaciones.

Añade Juaristi que «muy significativamente, la película de Martínez lázaro ha irritado tanto a las víctimas del terrorismo como a la izquierda abertzale por un mismo motivo -la visión cómica de la kale borroka-, aunque por razones distintas, evidentemente».  Con respecto a las víctimas, creo que han de hacerse a la idea de que no se trata de un documental, sino de una comedia tout court, esto es no es comedia satírica, y que por tanto no moraliza tanto ni condena tan abiertamente, sino que lo que persigue es crear situaciones de quid pro quo, circunstancias ridículas, enredos, que susciten la risa. Creo sinceramente que la película (otra cosa es lo que declare su autor toreando, según cree él conveniente, para la galería en la entrevista de El País) no es equidistante, sino de clara mofa de lo irracional, insensato, absurdo, injustificado, feo y mezquinamente tribal del nacionalismo y que esta clara mofa acaba por diluir esa primera oposición cómica de tópicos entre el andaluz y el vasco. Está claro que la película, afortunadamente, va mucho más allá. La película se va decantando y toma partido por la razón. Si no, no podría darse esa catarsis de la que se habló anteriormente y que me resulta innegable. No debe confundirnos el hecho de que, aunque el objetivo de la película cómica sea la purificación y por tanto se trate de un elevado objetivo, la obtención de esta catarsis se lleva a cabo en niveles psicológicos bajos mediante personajes y situaciones ridículas, pero ello no supone trivializar, por ejemplo, la violencia, sino rebajarla, desvestirla de su envoltorio y argumentaciones falaces, desmitificarla, mostrarla en su auténtica faceta absurda y profundamente ridícula, desposeerla de cuanto nos atemoriza.

En cualquier caso, esta comedia observa el precepto, cómico, de que, tras del caos in crescendo, la realidad y la vida vuelvan a sus cauces naturales: que triunfe la primavera, que triunfe el amor de todo obstáculo. En esta película, esa traba no viene dada por un pretendiente viejo que impida el emparejamiento de la juventud, sino por unos prejuicios -más que viejos, decrépitos-, los prejuicios nacionalistas, que son vencidos al final, anunciada ya esta victoria por la aceptación por parte de Koldo de tener nietecitos del Betis y culminada por la aparición de Amaia en Sevilla montada en un simón y jaleada por las sevillanas de los del Río. Amaia acaba, aunque mucho haya costado, por sacudirse las pieles viejas de Euskal Herria y del antiespañolismo, como una serpiente mudando de piel en primavera, y vestirse de libertad.

El balance pues, en mi opinión, es más que positivo. No obstante, creo que hay algo que lastra la película y que hace que, con el transcurso de los días, en lugar de aumentar su atractivo, su interés y su recuerdo, éstos vayan menguando. Creo que ello se deba a que su planteamiento, por lo que al guión se refiere, remite más a la teleserie que al auténtico cine y así se resienta posiblemente de una visión un tanto miope frente a la mirada de halcón o de águila del largometraje genuino y dé, además, en una cierta inconsistencia de los actores que atiendan quizá más al gag o golpe que a una auténtica construcción maciza del personaje, etc. Ya dijo Fellini que la televisión carece de estilo y nunca podrá poseerlo.

Éric Rohmer y el catecismo

Parole, parole, parole; parole, parole, parole; parole, parole, parole; soltanto
parole; parole fra di noi… parole, parole, parole…

Mina

Cuando en España, antaño, claro está, se proyectaba una película de Rohmer en un cine que no fuera de aquéllos reservados a los inteligentes, las célebres salas de «arte y ensayo», sino que se daba en un recinto convencional cualquiera, ¡había que oír las reacciones del público una vez se encendían las luces y los espectadores iban levantándose de sus asientos! Al respetable le incomodaba profundamente la falta de acción de la película, pero le dolía aún más la locuacidad de los personajes. El público se sentía estafado y mascullaba improperios o incluso a plena voz acres denuestos contra Rohmer, en particular, y contra los gabachos, en general. Bastante de eso hay en la siguiente afirmación, bastante frívola y efectista por otra parte, de Juan Manuel de Prada, que leo hoy, lunes 20 de enero del 2014, en su artículo «El adulterio en Francia», dentro de su sección «El ángulo oscuro», en el diario ABC: «Más recientemente la burguesía francesa se sacó del magín la nouvelle vague, para endosarnos -a modo de psicoterapia- sus tabarrones de adúlteros provincianos que disfrazan su compulsión (del contexto del artículo se entiende que la tal compulsión es al adulterio) con una facundia agotadora (Rohmer) o incluso con accesos homicidas (Chabrol)».

Y es que, en efecto, el cine de don Éric es muy poco espectacular y no da en lo trágico. Al espectador ordinario, que es siempre «epidérmico», no puede más que aburrirle y disgustarle. Rohmer es el cineasta de lo cotidianamente normal. Tanto por lo que hace a los personajes como a las situaciones dramáticas.

Personajes: Son personas sencillas, desprovistas de toda heroicidad y de toda excepcionalidad. Se trata de gente de clase media, preocupaciones medias y vidas medias. Es gente ni extremadamente pobre ni extremadamente rica; gente que trabaja y que vive de su trabajo, sin robar, sin matar, sin extorsionar, sin embaucar o engañar, desde un cartero a un pequeño empresario, pasando por un político de pueblo o un profesor. Es gente normal, ni excesivamente bella, pero tampoco exacerbadamente fea; incluso ni demasiado alta ni demasiado baja. Es gente generalmente urbana; podría ser del medio rural, pero es que, en un país de economía moderna, el sector primario es minoritario, y a Rohmer le interesan las mayorías… ¿silenciosas? Pues sí, claramente, las mayorías silenciosas y discretas, que no hacen aspavientos y que evitan los terremotos. Es gente generalmente joven o madura y, si bien es cierto que en nuestras sociedades occidentales los viejos son cada vez más numerosos, no lo es menos que, precisamente debido a su provecta edad, son los menos dados a cambios sentimentales y por tanto a expresarlos y, como veremos y ya hemos apuntado, el verbo es de extrema importancia en la producción de Rohmer.

En definitiva, que se trata de gente común, «gens du commun», el común de los mortales, el 90% o más de la población, con las características, las relaciones y los problemas que nos afectan a todos. No se trata, como en tantas otras películas «espectaculares», de asesinos, terroristas, activistas, víctimas de la violencia o de las guerras, secuestrados, damnificados de catástrofes naturales, drogadictos, enfermos terminales, locos, delincuentes, etc., esto es personas límite en situaciones límite, como enfrentamientos étnicos, revoluciones, tsunamis o tramas rocambolescas o inquietantemente kafkianas.

Situaciones: Son las propias de cualquier persona común: enamoramientos, bodas, infidelidades, hijos, relaciones de amistad y de trabajo, sin vehemencias extremas, amenazas insostenibles, etc. No, tan sólo contratiempos, tribulaciones o, por el contrario, alegrías y goces compartidos. Todo ello en ambientes ordinarios, sin exoticismos, sin romanticismos a ultranza.

Foto: SMDL (Wikipedia)

Como afirma el propio Rohmer en una entrevista concedida a Olivia de Lamberterie y Michel Palmieri para la revista Elle en el año 2000: «Me gusta hablar de la gente, de la vida».

En esto de «hablar de la gente», de la gente normal, y de la «vida», de la vida también normal, reside una de las características de Rohmer frente a otros cineastas que construyen sus películas sobre gente como ellos mismos, esto es artistas, y asentándolas en situaciones vitales que son trasunto o remedo o fantasías sobre las que ellos viven. No  todas, evidentemente, ni mucho menos, pero sí son muchas (¿demasiadas?) las películas de autor de calidad suficiente que reflejan las preocupaciones, dilemas y cuitas del propio realizador, en las que el personaje principal es o un escritor, o un pintor, o un actor, o incluso un director de cine, muchas veces alcoholizados o desnortados o habiendo de soportar un período de esterilidad creativa que los acongoja. Y aquí tenemos, nos guste o no, a un Bergman, a un Antonioni, a un Fellini, a un Truffaut, a un Godard, etc. De ahí que Rohmer, con respecto a sus colegas, pueda afirmar: «Tengo con la vida una relación más íntima y más directa, haciendo como hago un cine que no es narcisista, sino personal». Y lleva más razón que un santo. Generalmente, quién osa dudarlo, el director es narcisista o, cuando menos, egotista, y consagra con su hacer la declaración del personaje de Dostoievski en el inicio de «El hombre del sótano»: «Y, por otra parte, ¿de qué puede hablar una persona como Dios manda para extraer de ello el máximo placer? De sí mismo… así pues, yo hablaré de mí mismo, claro está».

No es que Rohmer reproche ni se sienta en absoluto mejor o superior («No me estimo superior, pero sí algo diferente»), sino que sencillamente busca el definirse y el definir mejor su espacio y su arte, y para ello no le queda otra opción que compararse y, así, diferenciarse. Como quiere retratar «la gente y la vida», sus películas habrán de ser naturales y, aquí sí, reprochará por ello a sus colegas su vida artificial, compuesta de rodajes, festivales, entrevistas, amistades con actores, productores y otros directores, conversaciones monotemáticas sobre el oficio… vidas que, como satélites, giran en torno al astro rey del Cine con mayúsculas. «Je ne veux pas … ne parler que de cinéma avec des gens de cinéma. Je ne dis pas que ce n´est pas bien de le faire, je dis que cela ne m´intéresse pas. Cet été, par exemple, je n´ai pas vu un seul film ni dit un mot de cinéma. D´ailleurs, j´ai oublié «L´Anglaise et le Duc» en particulier et le cinéma en général!» (No quiero… no hablar más que de cine con gente de cine. No digo que no esté bien, digo que no me interesa. Este verano, por ejemplo, no he visto una sola película ni dicho una palabra de cine. Es más, he olvidado «La inglesa y el Duque» (su película que se proyectó en el 2000, que es cuando tiene lugar la entrevista mencionada).

Así, sin negarle su grandísimo valor pues, entre otras cosas, sería como blasfemar, Rohmer recriminará al gran Fellini el haberse distanciado de lo cotidiano y de lo real, de la realidad diaria. «A fuerza de rodar películas sobre los rodajes y de poner en escena directores de cine («mettre en scène des metteurs en scène»), el cine acaba por morderse la cola». Denuncia así Rohmer cómo el cine de calidad puede acabar por convertirse en «metacine» y, por ende, sus autores y hacedores varios en personajes sofisticados, vanos y amanerados. Como Narciso, pueden acabar sumergiéndose y ahogándose en la propia contemplación de la propia belleza o interés. «(El cine) tiene que ser algo más que contemplarse a sí mismo. El cine no está hecho para mirarse, sino para mirar la vida… no me gusta el mundo del cine. Llevo una vida muy sencilla y es en ella, por otra parte, de donde extraigo mi inspiración». ¡Aire, aire fresco!, parece decir Rohmer para así escapar a la monomanía del artista obsesionado consigo mismo y con su propio arte.

Dicho esto, aclaremos que Rohmer tampoco es naturalista pues ya hemos visto cómo le repelen los extremos y el naturalismo recrea los espacios sociales fronterizos de bajos fondos, determinismo social y conductas enfermizas o claramente patológicas. Rohmer es y quiere ser, sencillamente, natural. Clase media, burguesía, razón y sensatez, como ya se ha señalado, si bien esta razón y esta sensatez, sedicentes ambas, quedarán bien pronto desde el inicio de la película y ya permanentemente hasta el final, en entredicho, constituyendo el drama propiamente dicho; pero de esto se hablará más tarde. Afirma Rohmer con campechanía que «mi cine queda fuera del cine». Rohmer evita las extravagancias y, como Diderot, podría afirmar que «il n´aime pas les originaux», que le disgustan los excéntricos, los estrafalariamente originales, amén de pícaros y granujas.

Ahora bien, por mucha naturalidad, sentido común, clase media, etc. que busque reflejar y recrear, en ausencia de conflicto, no puede haber trama ni drama y por tanto no se puede construir una película, a menos que no sea ésta un documental o una muestra de cine puro-purísimo asentado exclusivamente en la imagen en movimiento, desprovisto de argumento. Por tanto habrá drama, sí, pero nunca tragedia. Tragedia será la de las películas de los otros cineastas: como ya se dijo, un suicidio, un asesinato, un naufragio en la droga, el alcohol o la demencia, un accidente, un incendio, un naufragio, etc., en fin lo que nutre la sección de sucesos de un diario. Los dramas de Rohmer no salen en «los papeles» pues son achares, son cuitas de amor, son peleas incruentas, son enamoriscamientos, son juegos galantes, en ellos no llega la sangre al río. Son esas «depres» que nos toman y cuyo relato, pelmazo, le largamos a un sufrido amigo o a una sufrida amiga por teléfono (y ojalá haya tarifa plana si no queremos añadir a la congoja sentimental la inquietud económica), o en el rincón más recoleto (si ello es posible) de una fiesta, o en una cafetería; ese relato de posma que, además, con gran frecuencia, es narración mutua, de posma a posma, que nos acude a los labios cuando el alcohol nos proporciona la desinhibida locuacidad, o incluso verborrea, requerida. En la plasmación de esta mediocridad de nuestras vidas, en la mezquindad de nuestros dolores, brilla nuestro autor y cómo no reconocer el mérito de hacer arte con esos tan, al menos a priori, paupérrimos mimbres.

Bla, bla, bla. Rohmer es tan inteligente que es capaz de exhibir «mirada extranjera» en su propio país, que es Francia, esto es observar las cosas de los franceses como si viniera de tierras forañas, como un persa de Montesquieu, sí, pero un persa que se guardara su opinión y sus juicios de valor o al menos que no los hiciera explícitos. Si bien, como se verá más adelante, pueda encontrarlos excesivamente estéticos, al espectador francés no le repatean los diálogos de las películas de Rohmer ni el fundamento psíquico y social que sustenta esa dialéctica, puesto que constituyen su «pain quotidien». Rohmer, insisto en ello, es capaz de considerarlos en la perspectiva del forastero; Rohmer es capaz de inducirse a sí mismo el «dépaysement», intraducible término que expresa la desorientación, el desnorte de quien se halla en tierra desconocida. Extrañándose en la propia tierra, evidenciará la extrema facundia del francés, su desenvoltura verbal, su argumentación intelectualoide, lo cuantitativa y cualitativamente abrumador de su labia. Cuantísimas veces, en sus películas, los personajes envuelven la nada en una verbosidad que es ricos ropajes, «estudio de paños» como se dice en el cine, abrumadoras escenografías, espectáculos de «son et lumière», enmascarando el vacío. En, creo no ir errado pues hablo de memoria, «Conte d´hiver», durante un buen rato, se oye la radio. Un individuo, un intelectual, imagino, está hablando sobre lo «imponderable». Es de no creer su mágica capacidad, sobrehumana cuando menos, para lucubrar sobre algo tan etéreo e inaprehensible, sin titubeo alguno, con un aplomo, una riqueza de vocabulario, una facilidad de palabra, un don de la expresión, una dicción, una oratoria tan admirables y además durante tanto tiempo. Tanto es así que, recuerdo, mi mujer, entre desconcertada y dubitativa, se inclinaba a pensar que Rohmer había creado aquella intervención radiofónica ex profeso, que era ficción pues, que nadie podía expresarse así, máxime sobre cuestión tan aérea y volátil, que ninguna emisora, en cualquier caso, emitiría tal cosa, que aquello era chanza. Yo, sin embargo, modestamente, pues claro está que puedo equivocarme, soy de la opinión de que se trataba de la pura realidad, que ese soliloquio radiado era más que plausible en Francia y que, precisamente, por su carácter tan absurdo, el guasón de Rohmer, habiéndolo oído en algún momento, lo habría seleccionado como «fondo musical» del diálogo y la situación dramática de aquel momento, caricaturizándolos, reflejándolos jocosa y monstruosamente como hacen los espejos de la madrileña calle del Gato con todo aquél que se mire en ellos.

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Rohmer, con la pobreza de medios que le caracteriza, se limita a trasladar a la pantalla lo que se dicen los franceses, sin exagerar, sin recurrir a efectos especiales, o a intensos primeros planos, o a «chachachachanes», o a músicas incidentales desbordantes de pathos.

A Rohmer los franceses, curiosamente, le han reprochado sus diálogos demasiado literarios. Él lo niega. En sus películas, los personajes hablan como se habla en la realidad. Y lo prueba: antes de rodar, platica con los actores, sobre todo con las actrices, sobre los personajes y el argumento; luego recoge muchas de las expresiones, giros y aproximación dialéctica al problema, en los diálogos que escribe para la película. «Il est curieux qu´on m´ait souvent reproché mon style trop écrit, trop littéraire, alors qu´il est empreint de conversations. Un jour quelqu´un m´a dit; «Une fille de cet âge ne dirait pas ça», alors que c´était précisément une phrase que j´avais empruntée à une jeune fille. «Le rayon vert» est entièrement composé d´improvisations de Marie Rivière». (Es curioso que a menudo se me haya reprochado mi estilo demasiado escrito, demasiado literario, cuando en realidad está impregnado de conversaciones. Un día alguien me dijo: «Una chica de esa edad no diría tal cosa» y se trataba precisamente de una frase que había tomado de una jovencita. «El rayo verde» está completamente compuesto de improvisaciones de (la actriz) Marie Rivière). Les ocurre pues a los franceses lo que a todo cristiano que oye su voz en una grabación, no sólo que no se reconoce, sino que además le «suena» horrible, mientras que quienes le conocen, no ven en ello nada que les sorprenda.

Llegamos así a la justificación del título de este ensayo, que no se debe a que nuestro cineasta sea católico. El catecismo de la Iglesia Católica, a la pregunta de «¿Qué relación existe entre las acciones y las palabras en la celebración sacramental?» (238), contesta: «En la celebración sacramental, las acciones y las palabras están estrechamente unidas. En efecto, aunque las acciones simbólicas son ya por sí mismas un lenguaje, es preciso que las palabras del rito acompañen y vivifiquen estas acciones. Indisociables en cuanto signos y enseñanza, las palabras y las acciones litúrgicas lo son también en cuanto realizan lo que significan«.

Y es que, denunciando la ornamentada facundia de la sociedad francesa, Rohmer pone también de manifiesto la contradicción. Entre el discurso y la conducta. Lo que decimos -lo que tan bien dicen los franceses- no se corresponde con lo que hacemos. Y el desfase puede ser, de tan grande, infranqueable; a pesar de ello, no lo acusamos, ni lo vemos por aquello de que no hay mejores o mayores sordos y ciegos que quienes no quieren ver u oír. Nuestras palabras son pura racionalización en el sentido psicoanalítico de la palabra (la «racionalización» como mecanismo de defensa), esto es una justificación inconsciente y a posteriori de unos actos que nos disgustan o que no le cuadran a nuestra economía psíquica pues reflejan una personalidad que rechazamos o que nos incomoda o inquieta; en definitiva, que se trata de una filfa.

Desde lo local, Francia y los franceses, Rohmer ha pasado a lo universal, el género humano.

Creemos ser lo que decimos cuando en realidad somos lo que hacemos (o no hacemos) y cuando, además, este «hacemos» no es precisamente para extraer de él vanagloria alguna, sino todo lo contrario. Lo curioso, no obstante, es que nos lo creemos nosotros mismos y, además, si bien generalmente sin mala intención ni afán consciente de dolo, logramos que se lo crean los demás.

«Entre el dicho y el hecho, hay mucho trecho». Con ello se manifiesta cuantísimo media entre la formulación de un propósito y su efectiva realización, y cómo, con frecuencia, nos faltan las fuerzas o la voluntad y todo queda en mera declaración. La intención no se materializa y, en muchos casos, es tan sólo bravata que no se sostiene. Rohmer evidencia ese trecho entre dicho y hecho, pero en otra perspectiva; no ya en el de la volición, sino en el de la coherencia psíquica. ¡Cuánto y cómo no nos engañaremos! Rohmer hace bueno el equivalente italiano de nuestra expresión, «Fra il dire e il fare, c´è in mezzo il mare» (Entre el decir y el hacer, en medio está el mar), llevándolo al terreno del encaje psicológico. Es un tan grande «mare», que es más bien océano.

De ahí que seamos todos, en general, unos malos oficiantes en las celebraciones sacramentales de nuestras existencias puesto que «acciones y palabras» se hacen la guerra, distan de ser «indisociables» y bien raramente «realizan lo que significan».

Se trata ahora, como ya se ha dicho, de cuestión antropológica y no ya de socio-psicología diferencial de los pueblos; ya no estamos ante un rasgo privativo del francés. Lo que ocurre es que, contra el fondo galo, la figura de la contradicción humana destaca más y mejor. Contra, por ejemplo, el cazurrismo, brusquedad, zafiedad y casi afasia del español, el contraste hubiera sido mucho menos dramático y por tanto menos aprovechable artísticamente.

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A pesar de su absoluta falta de espectacularidad y a despecho de su gran normalidad, el cine de Rohmer es rentable, tanto más cuanto que no goza de subvenciones, lo cual otorga al maestro una gran libertad de pensamiento, concepción y acción. «Soy comercial», dice con sorna Rohmer, quien cuenta con un público, restringido, sí, ciertamente, pero insobornablemente fiel.

Su cine es, además, ejemplo de buena economía. Una obra bastante complicada como pueda ser «L´Anglaise et le Duc», rodada en el 2000, costó sólo poco más de 6 millones de Euros. Hasta ese momento, las películas de Rohmer solían manejar un presupuesto de unos 600.000 Euros. En ese aspecto también habrá de residir el carácter rentable de su cine. Su ausencia de megalomanía le favorece y preserva su libertad creativa. Rohmer, coherente en sus planteamientos, nunca cuenta con estrellas, que desequilibren las posibilidades financieras. Le disgusta claramente el «star system», lo cual dice mucho a su favor. Tan sólo una excepción clara: Jean-Louis Trintignant en «Ma nuit chez Maud». De ello, además, no sólo se extraen beneficios económicos, sino artísticos, tales como una mayor frescura y ductilidad en los actores y una mayor proximidad al espectador.

Para concluir, tan sólo una cuestión: la problemática presencia en sus películas de la actriz Arielle Dombasle, por cuanto, debido a su sofisticación y amaneramiento sumos, parece estar contradiciendo cuanto más arriba se haya expresado a propósito de la naturalidad y normalidad del cine de Rohmer. Creo que la explicación pueda residir en que, precisamente a través de la personalidad tan afectada de la actriz, tan artificial ella, Rohmer quiera poner de manifiesto lo artificioso de las relaciones humanas, fatuas, falsas y mendaces, lo que vendría a reforzar la idea central de la famosa y dichosa contradicción humana.

El código del buen juglar

¿Para qué sirve un actor?

Si nos remontamos un poco -un poco bastante-, veremos que, en la Grecia clásica, antes incluso de que se inventara la escritura, los actores servían para comunicar unos pueblos con otros, ofreciendo información de lo que por allá acontecía; para transmitir una serie de usos y costumbres (una moral); pero fundamentalmente, para entretener, para divertir.

Aquellos «aedos» griegos -pues así se llamaban- tenían en el pueblo la consideración, si no de dioses, sí de enviados de los dioses. Era magnífica su capacidad para recordar aquellas largas historias en verso (verso no rimado: el verso era un truco mnemotécnico), y constituía un privilegio tratar con alguien tan cercano a las musas.

Después, llegó la escritura. Y los actores fueron progresivamente perdiendo ese halo de sacralidad, para convertirse en comunes mortales, en profesionales que -con mayor o menor fortuna- encarnaban un personaje.

Hoy, la ciencia mercadotécnica impone, frente a esas concepciones previas, el actor de «casting». No es ya una entidad sagrada que trae un mensaje de lo divino. No es tampoco un profesional de la escena que representa a un personaje. El actor de casting es, en sí mismo, el personaje. Si necesito a un calvo, contrataré a un calvo. Si necesito a un tonto, contrataré a un tonto.

El juglar

De manera que el actor profesional, el actor serio, que se plantea estas cosas y que quiere dignificar su trabajo, hoy lo tiene crudo:

-Puede intentar jugar al «star system», que lo convertirá -si tiene suerte, contactos y «da el perfil»- en un enviado de los dioses (¡oh, George Clooney!) y en un transmisor de la moral prescrita (los ejecutivos vestimos de Armani).

-O puede jugar a ser libre.

Boadella

Y el perfecto ejemplo de lo segundo, lo tenemos en Boadella. Jugó desde siempre a ser libre, a dignificar su trabajo, a convertir el arte en Arte. A divertir.

Sí, pero también a hacer pensar… Y a ver qué pasaba.

Y pasó que fue despreciado, obstaculizado, censurado, encarcelado, exiliado, amenazado de muerte, agredido y al final, cuando hubo resistido todo ello, nombrado director artístico de los teatros del Canal.

También fue aplaudido, sí. Pero no mezclemos.

Ver documental

Herzog, el budismo, los símbolos y el caos

«Gnosis-Kalachakra», o «La rueda del tiempo», es el título del documental que hoy os traemos. Bueno, en realidad no os lo traemos, pero está en Youtube, así que podéis ir a buscarlo. Nosotros, eso sí, lo comentaremos:

Se trata de un documental firmado por Werner Herzog -y eso ya es mucho decir-, en el año 2003. Supone un acercamiento sin precedentes al budismo, no tanto como cuerpo de creencias, como religión, sino como conjunto de rituales, y ahí está lo interesante: no en analizar el dogma, sino en retratar a la gente que lo practica.

El símbolo

Los rituales, todos los sabemos, son mundos simbólicos. Y los símbolos mueven el mundo… Pero pongamos algún ejemplo…

Besar la bandera es un ritual, un juramento. Tras el beso a la bandera, se muere por la bandera -o eso significa ese beso-. Otra cosa es que juremos en falso -que no besemos como la española, «que besa de verdad»-, o que la bandera, tras un cambio de régimen, por ejemplo, ya no nos represente. Pero ese ritual, ese beso casto, es un símbolo, un pequeño gesto que dará sentido a la vida.

La primera comunión es un ritual. Tras la ingesta del Pan ácimo, uno contrae un compromiso, con Dios y con el prójimo -o eso significa la Eucaristía-. A partir de ese momento, el Amor se superpondrá a todas las demás emociones, será la guía principal, de manera que la comunión habrá dado sentido a la vida.

Ir al fútbol es un ritual: uniformes, himnos, pinturas en el rostro… es la guerra, una guerra representada, una guerra simbólica, pero guerra. Ganar o perder dará sentido a las vidas de oficiantes y feligreses.

Sentarse a la mesa, ir al cine, ir a la discoteca, o a la biblioteca, o al cementerio. Dar mi palabra a alguien, comprometerme. Son rituales, mundos simbólicos, que se realizan siguiendo normas prescritas (negociadas entre todos) y que proponen un sentido para la existencia, un orden dentro del caos.

Y no, en la mesa no se habla con la boca llena.

El caos

La cultura nos protege contra el caos. Como el «manual de instrucciones para la vida» que es, la cultura está ahí para ofrecer respuestas a nuestros interrogantes. Saber hacer nudos marineros puede salvarte la vida.

Y el budismo

Es otra cultura más, una propuesta de sentido, que parece haber conectado especialmente bien con la esencia de la espiritualidad, mejor que otras religiones, en tanto en cuanto habla de la energía que nos compone (llamada «Ki») y educa a los fieles para que la perciban y la controlen. Ni Islam, ni Cristianismo, ni Judaísmo, parecen haberse ocupado específicamente, a lo largo de sus siglos de evolución, de esta dimensión energética del ser. Y ahora es la ciencia quien da la razón al budismo y a otros cultos orientales, reconociendo que sí, que somos energía, y que éstos se adelantaron a todos los demás.

Herzog, frente a este panorama, no dice ni pío. En su documental, no pretende hacer una comparativa de las religiones, ni crear un compendio de preceptos budistas. Ni siquiera pregunta al Dalai Lama por la reencarnación, por el exilio, o por otras cuestiones que suelen suscitar bastante interés entre el público, qué va: Herzog se queda más acá, en el sentido común, y se limita a preguntarse por qué la gente hace lo que hace. Frotarse contra una columna, pelear por unas pelotas de cebada, dibujar durante semanas un mandala con arena de colores, para después destruirlo, recorrer miles de kilómetros postrándose a cada paso… Podría parecer que esta gente está loca. Podríamos incluso apiadarnos de ellos. Pero en realidad, si lo pensamos bien, esas «locuras» dan sentido a sus vidas y eso, en este mundo del escaparate, de la traición al pueblo, en esta España huérfana de cultura, que no cree ni en sí misma, más que pena, da envidia.

Y es que, sin símbolos, estamos perdidos.

Sin miedo

«En los ojos del joven arde la llama, pero, en los del viejo, brilla la luz». (Víctor Hugo, «La leyenda de los siglos»)

«Juliette Binoche, una mirada íntima» es el título del documental que hoy os traemos. Aunque la traducción del título no sea muy acertada (hubiera sido mejor «Los ojos de Juliette Binoche»), no os dejéis engañar, porque la película es muy valiosa.

Se trata de uno de los acercamientos más honestos a un personaje público que podemos concebir. Pensemos que los grandes rostros del cine, por lo general, cuentan con un margen de maniobra muy estrecho: determinadas apariciones públicas (otras no), asociación a ciertas marcas (y a otras no), etc.

En familia

Pero lo que hace tan singular a este documental es que ha sido dirigido por la propia hermana de Juliette, Marion Stalens, y por tanto arroja una mirada sobre la actriz que traspasa el mito y casi la carne, podría decirse.

¿Qué tiene Juliette? ¿Es sencillamente una mujer bonita? ¿Es la fama acaso? ¿Podría ser una mera cuestión de técnica teatral, o un éxito de la ciencia mercadotécnica? Nuestra respuesta es categórica: no. Y la mirada que su hermana posa sobre ella viene a corroborarlo.

Mirar

Cuando uno mira, al final ve, y Juliette Binoche mira constantemente. Se trata de una cuestión de voluntad, en última instancia, de querer saber, de desear comprender aquello que está fuera de su entendimiento. Y en ese proceso, crece, se hace mayor, evoluciona.

Pero para comprender de verdad, es necesario desprenderse de estereotipos, de prejuicios, de falsas cosmologías que se interponen entre el observador y lo observado. Hay que desnudarse, ser humilde, olvidarse de uno y nacer en el otro.

Mostrarse

Y eso hace Juliette con sus personajes: los explora hasta hacerlos suyos, hasta que no hay diferencia entre ella y su otra ella, hasta que consigue una total identidad entre lo que siente la actriz y lo que siente el personaje.

Obviamente, Juliette Binoche es una profesional: sabe posar, conoce la técnica, domina su cuerpo, y lo aprovecha, pero su grandeza no radica tanto en eso -en su oficio-, como en la capacidad que tiene para mostrarse con humildad. Porque la cámara da miedo -ella misma lo reconoce-, se adentra en la persona, la cámara capta la verdad, y si queremos transmitir amor, por ejemplo, o ternura, no podemos sentir miedo.

Iluminar

Y así, todo su trabajo se llena de luz. Baile, pinte, actúe o cocine, da igual, Juliette es brillante, su entrega es total, verdadera, íntima. No es el cuerpo lo que apasiona de ella, es el alma. No es la boca, sino la sonrisa, no los ojos, la mirada. Un alma tan pura que se ve en todo lo que hace y que sí, sencillamente, permea, con naturalidad, todo lo que toca.

Ver documental en la web de TVE

Morena ingrata

«No sabe actuar. No sabe cantar. Y además está ligeramente calvo. Puede bailar un poco».

Cuenta la leyenda que eso escribieron de Fred Astaire, en los estudios de RKO, tras uno de los castings a los que hubo de presentarse. Menos mal que al final le dejaron bailar un poco…

Morena ingrata

Así se refería Isaac Albéniz a España, como esa «morena ingrata» que no veía -ni por supuesto agradecía- lo que el genial compositor estaba haciendo por la música española. Se fue a Francia, Albéniz, y a Inglaterra, que allí lo valoraban. Y no volvió a España sino a morir al sol (y ni eso, que falleció en el lado francés de los Pirineos).

Conocer

Para muchos pueblos, el conocimiento es riqueza. A un dowayo (y de esto sabe mucho Nigel Barley) no se le puede preguntar por su cultura alegremente: pedirá un pago, una contraprestación, por compartir con nosotros su experiencia. Un curandero -ya no sólo dowayo, sino de múltiples etnias- exigirá una ofrenda a cambio de indicarnos qué yerba sanará nuestros males: las plantas están ahí, no son de nadie, pero conocer sus efectos exige dedicación, estudio, trabajo. Y el trabajo se paga.

En España parece que nos hemos olvidado de esto. Durante un tiempo, no fue así: apreciábamos el conocimiento y luchábamos por igualar a nuestros hermanos cultos de Europa -franceses, alemanes, ingleses-, quienes, al no haber vivido la cerrazón y la estrechez de miras características de la dictadura franquista, nos daban veinte vueltas (en todo). Y casi lo conseguimos. Pero ahora, miserere nobis, volvemos a las andadas: a menospreciar el conocimiento, la cultura, a pisotear el legado; a infravalorarnos en definitiva.

Y el agravio comparativo se hace más patente aún. Nuestros vecinos cultos fichan en España a ingenieros, biólogos, médicos, arquitectos, fotógrafos, actores, cineastas, músicos, escritores… mejor formados que los suyos, y más baratos de mantener y, a cambio, magnates estadounidenses nos convierten en el lupanar europeo, previa excepción de nuestro estado de derecho. No es posible concebir un mayor desprecio por lo propio; no se puede ser más ruin.

Innovar

Con este panorama, ¿quién se atreve a innovar en España? Sabiendo como sabemos que el mundo es otro, que ha cambiado, y que tenemos que adaptarnos al nuevo medio -es decir, sabiendo que la innovación es clave para la supervivencia-, ¿quién se arriesga? Innovar, sí, es una necesidad, pero implica un esfuerzo y un riesgo con frecuencia inasumibles, mucho más en la tan injustamente castigada España. ¡Que inventen ellos!, que diría Unamuno.

Ahora bien, si por lo menos supiéramos reconocer el valor, el arrojo, el heroísmo -¡la grandeza!- de nuestros emprendedores, la cosa iría bien encaminada, pero a menudo, ni siquiera. Los tenemos a nuestro lado, son nuestros amigos pobres, ésos a los que tenemos que invitar a café -porque ni para eso sacan-, ésos que dedican años a trabajar en proyectos que no terminan de prosperar, ésos que cada vez están más locos… y más solos.

Homenajear

Así que no rendiremos hoy homenaje a los que arrimaron el ascua a su sardina y huyeron de España -«pobrecitos»- cuando el temporal empezó a arreciar. El premio al ingeniero emigrado está en su cuenta corriente, con eso debería bastar (además de haberlos formado, no pretenderán que les agradezcamos la estampida).

En cambio, sí nos descubriremos ante aquellos que apostaron por sí mismos -es decir, por su pueblo- y se quedaron a construir una patria de la que sentirse orgullosos.

El secreto de la colmena

Con este título -y con la apostilla «Retratos de innovación»-, acaba de publicarse una serie de cortometrajes documentales dirigida por Carmen Comadrán. Los podéis ver gratis, en Youtube, y probablemente os sirvan de inspiración.

Carmen es una emprendedora que constituyó, pocos años atrás, una productora audiovisual en Asturias. A base de mucho esfuerzo y gracias a su valía personal y profesional, está consiguiendo lo imposible: es presidenta de la Asociación de productoras, miembro promotor del Cluster Audiovisual de Asturias, ganadora de uno de los premios del Festival de Cine de Gijón y ahora ha conseguido arañar una ayuda de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT) para realizar -junto a Pisa- «El secreto de la colmena». Y resulta que, con toda humildad, en estos «retratos de innovación», Carmen cede la palabra a emprendedores de distintos puntos de España, para que orienten a los demás, para que los animen, como si lo suyo estuviera exento de mérito.

Carmen, para ti nuestro homenaje… Tu trabajo es muy valioso, merece la pena, no te rindas… El precio que pagas es muy alto y -quién sabe- quizás nunca nadie te lo agradezca… España, es verdad, es esa «morena ingrata» de la que hablaba Albéniz… Fred Astaire -quién lo duda- bailaba como los ángeles… Y descuida, que tú no estás loca… Y no, tampoco estás sola.

Ver «El secreto de la colmena – Retratos de innovación»

Web oficial «El secreto de la colmena»

Future Shorts

No sin grandilocuencia, llega a Asturias «Future Shorts», el autodenominado «festival de cine de la próxima generación». Se trata de una red que selecciona y proyecta cortometrajes en distintos puntos del planeta para potenciar este tipo de producciones audiovisuales. «Bone shaker», «La huida», «The pirate of Love», «The hidden smile», «Irish folk furniture» y «Volume» son los títulos que se proyectarán en esta ocasión, primero en el Centro de Cultura Antiguo Instituto (día 3 de septiembre a las 20:00) y posteriormente en los centros integrados de El Coto (día 5, 19:30), Ateneo La Calzada (miércoles 18, 19:30) y El Llano (martes 24, 19:00).

Reseñas de los cortometrajes

Web oficial

Las mujeres primero

Los amantes del fotoperiodismo tienen una cita ineludible en Gijón, puesto que el Centro Integrado Pumarín-Gijón Sur acoge, desde el día 4 y hasta el 25 de septiembre una exposición titulada «First Ladies» (juego de palabras que puede significar «Primeras Damas» o «Las mujeres primero»), dedicada a los millones de mujeres víctimas de conflictos en todo el mundo. Con fotografías de Pim Ras, Venus Veldhoen y Corb!no, la muestra ha sido organizada por Médicos Sin Fronteras y el Ayuntamiento, con la colaboración del Instituto Asturiano de la Mujer.

El sábado 21, además, se proyectarán -a las 20:30, con entrada libre- dos cortometrajes, «Criminales invisibles», dirigido por Wim Wenders, y «The Positive Ladies Soccer Club», por Joanna Stavropoulou.

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