Un paso al frente (Carmen Cereña)

He leído en la prensa que, por haber escrito una novela como pretexto para mostrar y denunciar la corrupción dentro del ejército, un oficial ha sido condenado por la justicia militar. El libro en cuestión se llama «Un paso al frente». Este título me trae a la memoria aquel chiste de mi infancia en que el recluta Martínez había perdido a la madre y había que comunicárselo, pero como el tal turuta Martínez resultaba ser una persona muy sensible, no se sabía a ciencia cierta cómo hacérselo saber, sin que su delicado corazón se resintiera. El sargento, personaje bronco por antonomasia, dice haber dado con la solución. Forma a todos los soldados y les dice: «Quien no tenga madre, que dé un paso al frente». Martínez, desconocedor aún de su desgracia, no se ha movido. Le grita entonces el sargento: «Martínez, dé un paso al frente».

Mi padre es militar, retirado ya desde hace muchos años. Me dice no estar al tanto de la cuestión, pero que no obstante existen unas vías perfectamente legales para que cualquier miembro del ejército pueda denunciar cualquier irregularidad que perciba y que siempre obtendrá respuesta por parte de las autoridades competentes, abriéndose una investigación cuando se estime oportuno. El recurso a la novela, asegura, es un ejercicio de deslealtad y un enmascaramiento cobarde de la indisciplina.

¡La indisciplina! «Disciplina» es un término apestado en nuestra lengua, por haber quedado asociado a represión y a autoritarismo. Sin embargo, la disciplina es la base de todo trabajo bien hecho. La perseverancia, la continuidad y el progreso se basan en la disciplina y quien no sea disciplinado, por mucho talento que posea, producirá destellos, fogonazos, sí, pero no se mantendrá y ni siquiera mejorará o evolucionará. Es aquello de «Se levantó el perezoso. Prendió fuego al palomar».

En una España tan pigre, tan laxa, tan egoísta, me admira la disciplina militar y el espíritu de sacrificio y, en general, los dos cuerpos más vilipendiados y despreciados, esto es el Ejército y la Iglesia, despiertan en mí un gran respeto, a pesar de sus inevitables lados oscuros y escándalos; por ello, insisto, he escrito «en general». Además, contra-argumentando al militar autor de la novela, digamos que aquellos tiempos pretéritos del caso Dreyfus o de los abusos de, por ejemplo, un Papa Borgia, son historia, pasado.

El oficial castigado dice amar el ejército; sin embargo el recurso a la novela me resulta poco gallardo y sospecho que su finalidad no es otra que hacerse notar… mediante el escándalo. Sin embargo mala cosa es denunciar el escándalo con la misma arma, el escándalo también. Es puro infantilismo… pero, claro está, se crea una polémica, se sale en la prensa y en la televisión, en las redes sociales se toma partido, a favor o en contra, se hacen declaraciones suficientemente hipócritas, se da la réplica y la contrarréplica, la indignación, se mima la expresión del villano ofendido y, así, todo habrá merecido la pena pues uno se ha hecho famoso. Es nuestra triste España actual conformada por «yoes» muy débiles pero agitados por la manía de figurar como sea y aparecer donde sea, «yoes» espasmódicos incapaces de someterse a una disciplina o de integrarse en un proyecto común útil a todos los demás, a la colectividad. Son los «yoes» estériles y sandios de la más necia vanidad y de la fragmentación más erizada.

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