Muerte del uno a manos de los muchos (versión Hydra)

He leído en la prensa que  Roberto Narcis Danceanu, de origen rumano, murió a causa de los golpes que recibió en una pelea. Era portero en una discoteca de Adeje (Tenerife).

No murió en el acto. Murió tres días después. Roberto recibió “varios puñetazos” en la cara que le provocaron “una fractura de suelo de órbitas”. La autopsia determinó como causa “última” de la muerte “un cuadro de edema agudo pulmonar”.

Roberto medía 1’90 y pesaba más de 125 Kg. En su juventud, fue boxeador. Murió por intentar mediar entre los que luego serían sus asesinos y su cuñado.

M.R. de 39 años y conocido luchador de kick boxing, junto con otro joven tinerfeño, fueron las manos ejecutoras que truncaron las ilusiones de Roberto.

Asesinos y asesinado tenían madre. Probablemente mujer e incluso hijos. Estoy triste, muy triste. No solo por la muerte violenta de un ser humano a manos de otro ser humano, también por sentir que nos estamos deshumanizando. Que el valor de una vida ya no tiene valor.

Me pregunto si la intención del asesino era matarlo o hacer gala de sus conocimientos de un deporte de contacto. ¿Es esto importante? Sí, porque los deportes de contacto deben ir acompañados de una mente en armonía. Porque una persona que practica este tipo de deporte (kick boxing, kárate, etc, etc.), debe estar en línea con el Universo. Saber que sus puños y sus piernas son armas y, por lo tanto, él está en superioridad de condiciones. Los que practican este tipo de deporte saben que un golpe puede ser mortal.

Y luego están los espectadores. Aquellos que, viendo lo que estaba sucediendo, no hicieron nada.

¿Qué sentirán la madre de uno y las madres de los otros? ¿Qué sentirán? Dolor. Un dolor desgarrador porque a una le han quitado la vida que ella creó. Y  las otras porque nunca podrán entender que aquellos bebés que parieron hayan sido capaces de semejante atrocidad. Se preguntarán en qué se equivocaron. En qué punto del camino les perdieron. Se culparán. Pero ellas no son culpables. Necesitarán buscarlos porque el dolor las ofuscará. Y no atenderán a razones. Porque para una madre, un hijo siempre es ese niño pequeño al que enseñó a caminar…

Y no entenderán que la culpa está repartida entre toda la sociedad: unos por activos y otros por pasivos.

Y no entenderán que aquella frase que les dijeron siendo niños “si te pegan, pega”, es como una semilla que, con el tiempo, germina.

Y echarán la culpa a “la mala influencia de los amigos”. A las fiestas en el parque. A la muchacha que le rompió el corazón cuando lo dejó por otro.

Le echarán la culpa al inmigrante… pero nunca tendrán en cuenta que fue una lucha desigual. Que no fue un “cuerpo a cuerpo”.  Porque para “tumbar” a un hombre de 1’90 y 125 Kg. hace falta algo más que fuerza: hace falta ser mayoría.

La noticia no habla del cuñado, origen de la disputa. Ni de las razones de ésta.

¿Y qué pasará ahora? Los rumanos ¿buscarán venganza? Porque la venganza no es simple. La venganza es un modo de recordar a los demás que deben tomarte muy en serio. Las personas más vengativas son aquellas que están motivadas por el poder, por la autoridad o por el deseo de mantener un determinado estatus social. Las personas menos individualistas están también más predispuestas a sentir deseos de venganza cuando alguien ofende a una persona que forma parte de su grupo, porque un daño a esa persona (con quien tiene una identidad compartida) se considera como un daño a uno mismo.

Pero la venganza solo hace daño al vengador porque, lejos de sentir alivio, crece en su interior el sentimiento de rencor.

“Me quedaré en España, compañero, me dijiste con gesto enamorado. Y al final, sin tu edificio tronante de guerrero, en la hierba de España te has quedado”. Elegía segunda de Miguel Hernández

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