Sólo es España si es España toda

… Y tiene España una bandera.
Si a mí me quitan de que la quiera,
yo no sería español.
Sería de otra nación cualquiera.
(fandangos naturales)

El independentismo catalán plantea las elecciones del 27 de septiembre como plebiscitarias y, una vez realizadas, parece estar dispuesto a proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña y a continuación ponerse a trabajar en la construcción del nuevo Estado. ¡A tal punto hemos llegado! Quién lo hubiera dicho hace cuarenta, veinte o tan sólo cinco años… Y, sin embargo, porque a todos aquellos que veían venir lo que ocurre actualmente y lo que se avecina de manera inminente les ha correspondido el triste sino de la pobre Casandra que adivina el futuro sin que nadie le haga caso o la tome en consideración, ahora los peores augurios son absolutamente plausibles. La desidia y exceso de confianza del Estado y el gobierno central, la insensatez de Mas y Convergència y el eficaz fanatismo antiespañol de una parte nada desdeñable de la sociedad catalana, amén del -hasta hace bien poco- culpable silencio de la banca catalana, han hecho posible el estado de cosas actual y su irrefragable evolución futura. Veamos uno por uno estos elementos que han dado lugar al problema tal y como se nos presenta en la hora actual.

I) CAUSAS DEL ACTUAL ESTADO DE COSAS

a)La desidia del Estado y el exceso de confianza del gobierno central. La presencia del Estado en Cataluña ha ido menguando hasta hacerse prácticamente irrelevante. El espacio que le correspondía no ha quedado vacío, obviamente. Como era de prever ha sido ocupado, y luego dilatado, por unas fuerzas independentistas que sí se han tomado muy en serio su papel y sus objetivos, si bien sus esfuerzos por desalojar al Estado Central que gestiona y representa a la nación, a España, no se hayan revelado excesivos ni por asomo por haber encontrado el terreno abandonado y con todas las infraestructuras intactas (no se ha dado la política de tierra quemada pues no se cedían pertenencias al enemigo, sino a una región propia) por defección del Estado. En este sentido, y valga como ejemplo, la dejación de obligaciones y la cesión de competencias en materia educativa ha sido letal. Tamaña irresponsabilidad ha dado lugar a numerosísimas hornadas de jóvenes educados en el odio visceral a España.

b) Los sucesivos gobiernos centrales han pecado también de una grandísima incuria, mas sobre todo de exceso de confianza. Aunque conscientes de la deslealtad intrínseca del nacionalismo y de la deriva cada vez más antiespañola que iban tomando los gobiernos autonómicos de la Generalitat, han preferido timoratamente mirar para otro lado, evitar roces y pensar ingenuamente que los nacionalistas nunca osarían ni llevar tan lejos sus pretensiones como para plantear abiertamente y sin tapujos la independencia, ni consumar su traición. Es más, algunos, como Zapatero, no sólo no han puesto traba alguna a la deriva secesionista del nacionalismo, sino que la han alentado.

c) La insensatez de Mas y Convergència, empeñados en resucitar las aventuras de Macià y Companys, incapaces de escarmentar en la cabeza pretérita, que no ajena, de estos dos Presidents y dispuestos a lanzar un nuevo órdago que, esta vez sí, les permita ganar, sea el definitivo.

d) El fanatismo antiespañol, inteligentemente alimentado por la educación pública autonómica y los medios de comunicación mayoritariamente en manos de la Generalitat, apoyado paralelamente con gran entusiasmo por el gobierno vasco y los nacionalistas gallegos que también vivieron un período de un relativo esplendor, ha ido ganando terreno, viendo cómo su principal valedor más radical, ERC crecía como nunca, se fortalecía y ganaba importantísimas batallas como la abolición de la tauromaquia en todo el territorio del Principado. Y esto es tan cierto que el PSC, desde el primer tripartito, fue haciéndose cada vez más nacionalista y, por tanto antiespañol o, cuando menos, ambiguamente antiespañol. En cuanto a IU-Iniciativa per Catalunya, huelgan los comentarios. Por lo que hace al Partido Popular, víctima del torticero, mas eficaz, razonamiento de la equidistancia por el cual tiene este partido tanta culpa de lo que pasa como aquellos que agitan las cosas desde el secesionismo, duda, vacila y acaba por tropezar, desmarcándose también a su manera del fantasma y espantajo del centralismo al proponer melonadas como aquella ideada en 2012 por Alicia Sánchez Camacho del «autonomismo diferencial». ¿Y  Ciutadans? No se han estrenado con responsabilidades de gobierno realmente relevantes, mas sería mezquino no concederles que han sido capaces, desde la nada, de levantar un partido que, dentro de Cataluña, defienda a España y su integridad.

e) El silencio de la banca catalana. Hace unos años, cuando Mas tomó el poder y declaró sin ambages cuál era su objetivo, el actor Ramón Fontserè, con gran lucidez, señaló que la concreción, o no, en hechos de los despropósitos de Artur Mas y de Convergència i Unió dependerían en gran medida de la postura que tomara La Caixa. La Caixa, sin embargo, hasta hace escasísimos días, no ha dicho esta boca es mía y hasta entonces sin duda ha hecho bueno aquello de que «quien calla, otorga». La opinión desfavorable a la secesión por parte del señor Fainé, posiblemente, llegue algo tarde.

II) LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y AUTOCENSURA PARA NO OFENDER

Antes de proseguir, permítaseme poner en evidencia la descompensación (o doble rasero) entre las declaraciones y propósitos de los separatistas, por un lado, y los de aquellos que defienden la unidad de España, por otro, llegándose al extremo de que el independentista declara abiertamente que romperá la Constitución, por creerse con derecho a ello, mientras que si alguien, a pesar de toda la timidez y cautela con que lo haga, sostiene que la Constitución no puede ser rota y apunta, como ha hecho Morenés, el ministro de Defensa, a preguntas de periodistas, que no motu proprio, que una de las misiones del Ejército consiste en defender la unidad de España, los independentistas lo tomen como una declaración de guerra. Así, por ejemplo, Ramón Tamames, por no citar directamente el caso catalán, en su artículo «Prim y la nación española» (ABC. 28/3/2013), alude a la Guerra de Secesión americana en los siguientes términos, como quien dice «dejándolo caer»: «… en la (constitución) de EEUU… no se incluyó ningún derecho de secesión. De modo que al enarbolar la bandera de la Confederación siete estados del Sur, en 1861, el presidente Lincoln no vaciló en plantear la reconstrucción de la unidad nacional, recurriendo al legítimo uso de las armas, en su calidad de comandante supremo». Los independentistas juegan con ventaja en el terreno de las declaraciones y de la expresión de las ideas. En efecto, ellos pueden decir cuanto quieran; sus enemigos, sin embargo, no, pues todo cuanto no sean paños calientes servirá tan sólo para encrespar más los ánimos, atizar la hoguera y ser siempre tachado de intolerable por el separatismo. En definitiva, que la batalla de la información la tienen ellos ganada de antemano. Ellos pueden decir y dicen cuanto quieran; por el contrario, los que creen en España han de andar con pies de plomo. Así pues, altavoces para los independentistas y rubores para los defensores de la unidad. ¿Qué es romper la patria sino un golpe de Estado, tal y como ya lo intentara en su día Companys? No obstante, ¡ay de quien invoque al Ejército para preservar esa unidad!, que es por otra parte cuanto ocurrió en 1934, en plena Segunda República Española, a la hora de abortar la rebelión secesionista de la Generalitat. Se le motejará de franquista, de fascista, de golpista y hasta de genocida.

III) INCONVENIENTES DE LA INDEPENDENCIA PARA LOS CATALANES

Sobre la posible, o probable (o ¿cierta?) independencia catalana se ha argumentado en su contra que:

a) económicamente, empobrecería grandemente a Cataluña. Lo ha sostenido el gobierno nacional actual hasta la saciedad e incluso da la impresión de que Mariano Rajoy haya sido, en este aspecto, monotemático. Llevan razón el gobierno y su presidente. Que la renta per cápita, entre otras claras desventajas, se retraería, es una evidencia. Sin embargo, por mucho que se diga que los catalanes son «fenicios» y muy apegados al dinero, no parece que ese empobrecimiento amilane al nutrido sector independentista, lo cual prueba que es un error cifrarlo todo en lo económico. En efecto, el sentimiento de patria va mucho más allá por ser eminentemente emocional. Algo más de ello se dirá más adelante.

b) Cataluña se vería fuera de la Unión Europea y así pues fuera también del sistema monetario europeo, fuera del tratado de Schengen, etc., y además, con el veto de eso que quedara de España pendiendo a modo de espada de Damocles sobre ella, nunca podría ingresar como tal nación catalana en la Europa comunitaria. Aunque, personalmente, crea yo que si se produjera la independencia, Cataluña a la postre acabaría por ingresar como Estado nacional en la UE, es también bien cierto que no se haría de manera inmediata y que habrían de ser muchos los años, con sus consiguientes penalidades, que hubieran de transcurrir antes de su verificación.

No son desdeñables estas trabas y a pesar de ello el independentismo sigue adelante sin que sus posibles votantes parezcan temerlas. Frente a la ausencia de un patriotismo español y alimentándose de ese vacío, se erige, poderoso y en expansión el nacionalismo catalán.

IV) LA CUESTIÓN DEL PATRIOTISMO

¡El patriotismo español!… La gran cuestión. En cuántas ocasiones los equidistantes no nos habrán dicho aquello de que sí, que de acuerdo, que los nacionalismos vasco -con novecientos asesinatos a la espalda- y catalán son lo que son, pero es que también hay un nacionalismo español que los quiere eliminar… Como el capitán pirata de Espronceda, «¡yo me río!». ¡Cómo va a haber un nacionalismo español cuando ni siquiera hay un patriotismo español! Por desgracia. Es nuestro gran vacío nacional, nuestra gran falla.

Soy consciente de que el vocablo «patriotismo» goza de funesta fama. Remite generalmente a la exaltación no muy razonada que del concepto hiciera Mussolini y luego los distintos fascismos hasta que, en el caso alemán, el nacional-socialismo se lo incorporara y, haciéndolo partícipe del racismo, lo identificara a sus horrendos crímenes. En España el franquismo abusó del término, asociándolo al nacional-sindicalismo y al nacional-catolicismo (Falange, carlismo, tradicionalismo, etc.). De ahí que la gran mayoría de nuestros intelectuales, con pusilanimidad, al hablar de la necesidad de un patriotismo español, le hayan añadido siempre el adjetivo «constitucional» o «constitucionalista». Sin embargo, el patriotismo no es reductible a un régimen, a una fórmula política por mucho que ésta consagre las libertades, entre otras cosas porque la patria es previa a la constitución. El patriotismo desborda esos márgenes políticos, siempre estrechos, por muy generosos que sean y, además, siempre puramente intelectuales. El patriotismo es algo emocional, es el amor al pasado histórico, a los antepasados que fueron conformando nuestro ser nacional (¿definiría ahora Kant, como hiciera en su día, a España como «la tierra de los antepasados»?), a nuestra cultura (que puede ser diversa, no necesariamente monolítica) y nuestras lenguas y hablas, a nuestros paisajes, a nuestras diversas gentes con quienes convivimos y conformamos nuestro país; es un proyecto de convivencia actual y para el futuro que busca mantener lo propio, enriqueciéndolo y mejorándolo en lo por venir. Todo ello dentro siempre de una visión aérea, de una perspectiva profundísima y anchísima, en las antípodas del patrioterismo de campanario y del apego primario al terruño.

El patriotismo tiene, como mínimo, un punto de irracionalidad, como toda manifestación afectiva (enamoramiento, amistad, simpatía, efusión lírica, afinidad, fe y religión, misticismo, etc.). Sobre esa base irracional conviene construir un edificio racional, entre otras cosas para que el patriotismo no degenere en nacionalismo pues éste, para vivir, requiere de uno o varios enemigos que alimenten permanentemente su odio, motor de su existencia. El patriotismo suma; el nacionalismo fragmenta.

España, en palabras del historiador vasco Fernando García de Cortázar, necesita «una tranquila pasión nacional».

V) ARGUMENTOS INÉDITOS CONTRA LA INDEPENDENCIA DE CATALUÑA

A continuación querría desplegar  una serie de argumentos contra la independencia de Cataluña que, creo, no han sido nunca esgrimidos por nadie, a excepción del primero, que sin embargo tampoco ha sido profundizado. Quizá hayan sido pensados, pero, que yo sepa al menos, nunca explicitados, algunos de ellos porque anuncian auténticas catástrofes. Son, por tanto, absolutamente inéditos. Mas antes de pasar a exponerlos, hemos de detenernos a considerar, aunque sólo sea por un momento, que España, desde el punto de vista territorial, es la suma de todas sus regiones. Quiere esto decir dos cosas:

1) Que los habitantes de ninguna de esas regiones, por más que se llamen «nacionalidades históricas» (en el caso que nos ocupa, los catalanes) tienen derecho a plantear unilateralmente la separación. La parte no puede imponerse al todo. Es el todo el único que puede decidir sobre sí mismo o sobre una o varias de sus partes. A esta conclusión llegó, por otra parte, el Tribunal Constitucional Canadiense, tras la agitación independentista del Quebec y sus referéndums para la secesión.

Tan sólo en caso de invasión, ocupación, de maltrato contumaz, de explotación, la parte ultrajada podría hacer valer sus derechos. Por ello, en estos casos, la ONU reconoce el «derecho de autodeterminación» a los pueblos colonizados y oprimidos. Como sería francamente ridículo que una región, o si se prefiere nacionalidad histórica, miembro de un Estado occidental de la Unión Europea, quisiera hacer valer ese derecho reservado a países como, por ejemplo, Timor Oriental o Sudán del Sur, la trapaza del nacionalismo consiste en modificar el nombre del derecho, denominándolo más descafeinadamente, y también más progresistamente, «derecho a decidir».

Por mucho que quieran engañarnos incluso historiadores de prestigio como Josep Fontana, Cataluña está con todos nosotros desde el principio. La Historia de España no se concibe sin Cataluña. Cataluña confluye naturalmente en España con el destilar lento de la Historia, de los hechos relevantes y de los hechos cotidianos y rutinarios, de la expansión imperial, de las guerras contra el extranjero (vg la Guerra de la Independencia o Guerra del Francès, como se llamó en Cataluña), de las iniciativas económicas, de las fusiones de toda índole, etc. «Y quien dijere lo contrario, miente».

2) Que España es, desde el punto de vista territorial, toda España. Por tanto hablar de Cataluña versus España («Espanya contra Catalunya» fue el título de un congreso de Historia organizado y amparado por las autoridades catalanas, en concreto por el Centre d´Història Contemporànea del Departament de Premsa de la Generalitat) o de las relaciones entre España y Cataluña como quien habla de las relaciones entre Bélgica y el Congo Belga (la metrópoli y la colonia) o entre Francia y España (dos Estados soberanos), es una peligrosísima falsedad. Si se ha de hablar con propiedad, aunque sea más largo, se habrá de decir «Cataluña y el resto de España».

Falso es también hablar de una futura España sin Cataluña, no porque Cataluña no pueda independizarse, sino sencillamente porque España, sin Cataluña, no puede ser ya España y, por tanto, en buena ley, no podrá seguir llamándose España. Habría que rebautizarla. Sin Cataluña y los catalanes (como sin El País Vasco y los vascos o sin Galicia y los gallegos), con inmenso dolor, no podríamos considerarnos más que «ex-españoles» y habría que buscar una nueva denominación para la mermada comunidad de huérfanos en que nos convertiríamos.

Habiendo aclarado estas cuestiones, podemos pasar ya a exponer los argumentos contra la independencia que presentábamos como inéditos.

a) El taifismo: A nadie en su sano juicio se le puede escapar que si Cataluña se independizara, a continuación vendría el País Vasco y, luego, Galicia. Muy probablemente no quedaría ahí la cosa: Andalucía seguiría y posteriormente alguna región más. ¿Canarias? Canarias, junto con Ceuta y Melilla, serían ocupadas por el reino de Marruecos. ¿Con qué fuerza lo que quedara de España podría oponerse al extranjero cuando ni siquiera puede llamar al orden a la más pequeña de sus regiones, pues todas, además, se le insubordinan y se le declaran ajenas?

b) La guerra: Cuán ingenuo sería todo aquél que pensara que, una  vez fragmentada España, aunque triste y desolado, el panorama quedaría estabilizado ya por muchos años o incluso por siglos. Al revés. Se iniciaría un período de fenomenal inestabilidad porque el irredentismo de los nuevos países se manifestaría con irresistible pujanza. Una Cataluña crecida y eufórica reclamaría el conjunto de los Países Catalanes (País Valenciano en su totalidad, las Baleares y la franja catalano-parlante aragonesa; tan sólo, por lejanía, l´Alguer (Alghero) quedaría fuera de la reclamación pancatalanista). Una Euskal Herria pletórica de pujante ardor buscaría la anexión de toda Navarra. ¿Se llevarían a cabo estos Anschluss también sin derramamiento de sangre por tenerlo todo previamente atado y bien atado? ¿Todos los valencianos, baleares y navarros lo aceptarían? ¿Las franjas castellano-parlantes quedarían de brazos cruzados o apelarían a Castilla (lo que quede de ella) en su defensa? Guerra, desplazamientos de poblaciones, refugiados, enorme confusión. Crímenes y barbaridades en el más puro estilo hispánico-balcánico. Reviviríamos los ex-españoles aquellas crueldades y venganzas fratricidas (ahora ex-fratricidas) de nuestras edificantes guerras carlistas y guerra civil. Las partidas, las guerrillas, los milicianos, los facciosos, ¡echarse al monte!

Sin contar que Euskadi Norte y Cataluña Norte pertenecen a Francia y que también se verían hostigadas por el irredentismo. ¿Permanecería Francia de brazos cruzados?

Europa, los Estados Unidos de Norteamérica, acabarían por haber de intervenir, poniendo más que en solfa la nueva soberanía, recién adquirida, de los nuevos Estados nacionales.

c) Un país cualquiera: Supongamos que Cataluña deje España; lo que quede -que, repito, no es España pues España es todo y no puede por tanto seguir llamándose «España»- será, como la propia Cataluña independiente, algo bien pobre y menguado, algo bastante birria, la verdad. Sin ánimo de ofender y honni soit qui mal y pense atribuyéndome dementes obsesiones de un dominio habsbúrguico periclitado ya, aun cediendo a todo patriotismo el mismo valor cualitativo, creo que, desde el punto de vista cuantitativo, hay dos categorías de patriotismo: el de las grandes naciones y el de las otras naciones, respetables ambas categorías, como no podía ser menos, pero con mayor peso específico la primera, que corresponde, como ya se ha dicho, a aquellos países grandes y de gran cultura que política, militar y culturalmente han hecho la Historia conformando el mundo tal y como es. Entre ellos hallamos a Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Rusia, recientemente los EEUU y, claro está, España.

Si Cataluña marchara, nos dejaría desamparados. Tanto mis hermanos catalanes, por su lado, como mis hermanos ex-españoles no catalanes, por otro lado, ¿qué serían ya?, ¿qué tipo de naciones conformarían? Algo equiparable a una Letonia o un Luxemburgo (pero mucho más pobre), o una Finlandia (y, por favor, que no se me ofendan los nativos de esos países; apelo a su sentido racional de la objetividad). Países pequeños. Los independentistas hablan a propósito de una Cataluña independiente como de «la Dinamarca mediterránea». Un país pequeño.

Ofendidos, humillados y, para más inri, menguados. Como descendiente de españoles, como heredero de la Reconquista y de la unión de las coronas hispanas, salvo la de Portugal, no puedo ni quiero tolerar que se me expolie y se me rebaje desde mi condición de español, condición histórica grande, a la de persona histórica de segundo orden y, probablemente, a menos aún, a la de auténtico pelagatos, junto al ex-compatriota catalán, en las esferas internacional e histórica.

d) Mutilación: Si se nos arranca Cataluña, cómo no hablar de mutilación y ¡de las más importantes! No es ablación de un dedo o del lóbulo de la oreja, sino de un brazo, del diestro además. No obstante, aunque disminuido y tullido, el manco sigue vivo e incluso puede, a base de voluntad, aprender a ser zocato. Por otra parte su alma, aunque acongojada al principio y muy dolida por la pérdida del miembro, ha quedado intacta, pudiendo incluso, con paciencia e inteligencia, recobrar la plenitud.

Sin embargo, la pérdida de Cataluña sí que afectaría indefectible y permanentemente al alma. Sería una ausencia, un vacío, enormes, permanentes e insoslayables. De ahí, por tanto, que no se deba ni se pueda hablar de mutilación física, mas sí de mutilación, de cuajo, del alma.

e) Desnaturalización:

«… y para ello, es necesario forzosamente, que todos nos desnaturalicemos de los reinos de España donde nacimos, neguemos la obediencia al rey don Felipe, señor de ella, pues es claro que nadie puede servir a dos señores, y porque no se pongan dilaciones en cosa tan importante y útil a todos, haciendo yo principio, digo que me desnaturalizo desde luego de los reinos de España, donde era natural y que si algún derecho tenía a ella, en razón de ser mis padres también naturales de aquellos reinos y vasallos del rey don Felipe, me aparto totalmente de este derecho, y niego ser mi rey y señor, y digo que no conozco ni quiero conocerlo, ni obedecerlo por tal…

La impresión fue profunda. Ya no eran palabras, eran visiones las que pasaban ante los absortos ojos de aquellos hombres zarandeados en las más profundas fibras de su sentimiento y de su ser. Era la majestad del rey bajo la que habían nacido y que se confundía para ellos con la bendición de Dios. Era la visión de sus pueblos, en un rincón de España, como cubiertos y arrasados por un fuego de maldición. Eran sus padres, sus barcos, sus caballos, sus canciones, borrados y ennegrecidos de pronto por una azufrada bocanada de infierno. Muchos cerraron los ojos y se persignaron».

Este pasaje corresponde a la novela de Uslar-Pietri, «El camino de Eldorado». En él, el loco Aguirre o Aguirre el traidor, como él mismo a sí mismo, sin asomo alguno de hipocresía, se denominaba, acaba de proclamar como nuevo rey a don Fernando de Guzmán y, para consumar su traición, con arrojo de malvado shakespeariano, decide desvincularse totalmente de su patria para, así, libre y vacío de todo, mejor acometer la nueva conquista del Nuevo Mundo, arrebatándoselo a sus antiguos compatriotas. Para ello, necesita de la desvinculación afectiva total de todos sus soldados, quienes se ven así forzados a la desnaturalización.

Cuando a uno lo fuerzan a ser apátrida, que es lo que ocurriría con nosotros si Cataluña se independizara, ¿qué le espera? El vacío afectivo, la mengua cultural, el palpar de ciego, la más profunda de las melancolías, el sentimiento vicario de traición pues la traición, consumada por los felones, recaerá inevitablemente sobre el traicionado, creándole esa impresión desazonadora de estar moralmente sucio.

Pienso en mí (y no es egolatría; soy sólo la muestra de todos los forzados a la desnaturalización) y observo que ya no soy español, que es lo que constituye mi ser, y que por tanto se me impide la generosidad, la amplitud de miras, la fraternidad con quienes fui criado en la españolidad. ¿Qué me queda? ¡Ser castellano! ¡Qué belleza!… Ser mucho menos de lo que soy ahora, de lo que todavía soy. Y, así, renunciar a los mares de mi patria, a las montañas periféricas, a las culturas y a las artes cantábricas y mediterráneas, a la comunión hispánica para de esa manera ¡regresar al Medioevo! No, no puedo tolerar que los enemigos de España me reduzcan y regredan a la condición pre-española, superada por la Historia, de «castellano». Yo nací en Castilla y mi lengua materna es la castellana, sí, mas rechazo con toda la fuerza de mi corazón que mezquinamente se me encierre en los estrechos límites de mi región, de mi arcaísmo. No puedo tolerar que se me arrebate lo que es mi ser, lo que me legaron mis antepasados de tantas regiones de España y la Historia de mi patria.

Sin rubores, con fe, con patriotismo, proclamo que soy ¡español!

1 comentario

  1. Jorge Piñel dice:

    Mariano, felicidades. Gran exposición. Llena de clarividencia y lógica. También, como no podía ser de otra manera viniendo de ti, llena de sentimiento y corazón.
    Los dirigentes que hemos sufrido en España en los últimos años, han sido indolentes con el nacionalismo. Sólo se preocupaban de su propio corral y de repartir el botín y los cargos entre todos ellos, independientemente de su ideología.
    Si un padre no le dice nunca un «no» a un hijo durante 30 años cuando ve un comportamiento que es nocivo para la familia, no pretenderá que está a tiempo de decírselo a esa edad.
    Alé amigo…. Que ahora lo arreglen los americanos…
    Salud y a confiar que este país puede con todo.
    Un abrazo

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