Al rico café (Hydra de Lerna)

He leído en la prensa que un estudio científico de la prestigiosa Universidad de Harvard apoya los beneficios del café para la salud mental.  El estudio fue publicado en The World Journal of Biological Psychiatry.

El Instituto de Información Científica sobre el Café ha puesto en marcha una página web con información actualizada sobre el café, la cafeína y la salud. La página se llama “Coffee and Health”.

Francamente, el café me importa poco. En casa lo suelo tomar descafeinado soluble con leche. En el bar, corto de café y la leche sin espuma. Cuando digo “corto de café” significa con poco café en el pocillo de la cafetera. Lo confieso y entono el mea culpa: no soy amante del café. Lo que de verdad me gusta es la leche. Me gusta notar su sabor cuando me pido el café con leche. Me gusta notar el sabor de la leche cuando tomo cacao soluble. El chocolate también me gusta con leche. Y me gusta el té americano… pero no voy a hablar de la leche –a pesar de estar en la mejor tierra para hacerlo-, voy a hablar del café (aunque no me guste). Lo único que me gusta del café es el aroma.

En casa de mis abuelos, cuando despertábamos por las mañanas, el rico aroma del café inundaba toda la casa. En su casa, de hecho,  los aromas culinarios eran una característica. Mi padre nunca tomaba café en casa. Él desayunaba pan tostado con aceite y zumo de naranja. En cambio mi madre, nada más levantarse, se metía en la cocina a prepararlo con el mismo ritual: molía el café, lo olía, miraba por la ventana y decía “nada como un rico café para comenzar un bonito día”. Daba igual si fuera hacía sol, o llovía a cantaros. Para ella era un bonito día. De los tres hermanos que éramos, solo la pelirroja era adicta al café café. Mi hermano y yo éramos adictos a la leche. Mi abuela preparaba café y luego hacía granizado con él. Con el café también preparaba unas riquísimas tartas que eran devoradas con fruición por todos nosotros. El café del pocillo lo guardaba y, una vez secaba un poco, se lo ponía en la tierra de las plantas como pesticida. También lo usaba para frotarse las manos y los pies porque era un buen exfoliante. Y éstas son las propiedades del café que yo conozco.

Ahora, recordemos un poco la historia del café.

Sabido es que el café es una de las bebidas más consumidas en todo el mundo (supongo que la más consumida será el agua). El café tiene su origen en África. Las tribus nativas tenían la costumbre de mezclar las bayas de café molido con grasa animal en pequeñas bolas, que luego eran utilizadas para dar energía a los guerreros durante las batallas. En esos tiempos, se creía que las propiedades estimulantes del café eran una especie de éxtasis religioso.

En el siglo XV comenzó el cultivo de café y la provincia de Yemen en Arabia se convierte en la principal proveedora del mundo. Los granos del café salían del puerto de Mocha en Yemen. Todo estaba muy controlado. Pero los peregrinos de la Meca fueron más listos y consiguieron sacar del país plantas de café y comenzaron a cultivarlas en la India.

El café llega a Europa a través de Venecia, en la conocida Ruta de las Especias. Los holandeses, en el siglo XVII, introdujeron el café en sus colonias en Indonesia y los franceses hicieron lo propio en Latinoamérica.

Pros

  • Combate la celulitis.
  • Es un buen antioxidante.
  • Un magnífico exfoliante (y no solo porque lo dijera mi abuela).
  • Es digestivo.
  • Disminuye las ojeras.
  • Mejora el rendimiento deportivo.

Contras

  • Provoca  ansiedad y el estrés.
  • Puede producir deshidratación.
  • El exceso daña tu corazón.
  • Reduce la fertilidad.
  • Puede ser adictivo.
  • Se desaconseja en mujeres embarazadas.

Cuando me despierto por las mañanas, no echo de menos el café, de verdad os lo digo. Echo de menos el aroma. Porque, para mí, el aroma del café está íntimamente ligado al hogar. Y eso sí que tiene todos los beneficios y ninguna contraindicación…

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