De cambios y climas

En muy raras ocasiones se produce un fenómeno como el que vamos a describir. Se trata de algo muy interesante para los apasionados del documental, porque demuestra claramente que este género informativo ha alcanzado una posición en la sociedad difícil de superar.

En el año 2007, la Academia de los Oscar concedía el galardón a Mejor Documental a «Una verdad incómoda», del director estadounidense Davis Guggenheim. Como es bien sabido, el documental muestra al antiguo Vice-Presidente de los Estados Unidos, Al Gore, en su actividad divulgativa a propósito del cambio climático.

«Una verdad incómoda» propone una perspectiva sobre las conflictivas relaciones «seres humanos- medioambiente», explota las cualidades de Gore como orador -como político, como humorista- y muestra la documentación de manera muy gráfica y sencilla.

Tratamiento

No obstante, la sensación que queda, después de verlo, es la de haber asistido a una conferencia de este señor. Es decir, en el documental sólo resuena una voz, la suya: nadie más habla. Para hacerlo un poco más llevadero -y distinguirlo de un vídeo promocional puro-, Gore cuenta algunos sucesos autobiográficos y explica sus motivaciones personales. Pero, en todo momento, él es la estrella y si alguien dice algo, es a través de sus labios.

Vaya por delante que no nos consideramos expertos -ni mucho menos- en Meteorología, y que esta crítica no puede -por ello mismo- arrojar luz sobre la veracidad de los datos expuestos en el documental. Sin embargo, hablaremos acerca del tratamiento de la información, en contraste con otro documental sobre el mismo tema: «La gran mentira del calentamiento global».

Este segundo documental, dirigido por el británico Martin Durkin para Channel 4, sostiene que el cambio climático no se está produciendo por causa del ser humano. «¡Qué descabellado!» -dice uno inmediatamente-. De hecho, la reacción automática es de rechazo frontal. Probablemente, pensaremos que «hay quien se empeña en negar la evidencia», o bien que «el documental ha sido producido por una línea dura» de capitalistas carentes de escrúpulos.

Pero si conseguimos apartar nuestros prejuicios por un momento y seguimos prestándole atención, veremos que el documental no está hecho por aficionados «ultras», sino por periodistas profesionales. Descubriremos que los entrevistados no son lunáticos, sino reputados científicos en activo. Y que no proponen talar los árboles, contaminar los ríos, o llenar el mar con residuos nucleares. Ni siquiera niegan que el planeta se esté calentando. Simplemente dicen que las emisiones de CO2 de nuestras fábricas y coches no son las responsables de ese calentamiento.

No desvelaremos más datos sobre la película, porque merece ser vista, pero hemos de decir que el tratamiento de la información en «La gran mentira…» es mucho más serio que en «Una verdad…».

El mero hecho de dejar hablar libremente a científicos de distintas disciplinas, provenientes del MIT, del Observatorio Internacional del Ártico, de la Asociación Americana de la Meteorología, o de darle voz al co-fundador de Greenpeace – cuando habla en contra del fundamentalismo de la organización- supone un ejercicio del periodismo mucho más riguroso que el practicado en «Una verdad incómoda».

Diálogo

Paradójicamente, ha calado tan hondo lo que Durkin denomina «la teoría del cambio climático antropogénico» que las corrientes políticas de izquierda, los mayores defensores -teóricos- de la libertad de expresión, se han echado las manos a la cabeza al ver este documental y han protestado contra lo que consideran «desinformación», «propaganda» o «manipulación». Se acusa a los entrevistados de estar a sueldo de las multinacionales y al director de sesgar los datos. Los mismos entrevistados niegan esta asociación en el documental y reivindican su condición de científicos imparciales.

Sea como fuere, ambos documentales parecen honestos. Tanto Gore (y Guggenheim) como Durkin y los científicos entrevistados aparentemente creen en lo que están diciendo, no mienten en sus afirmaciones. Simplemente, lo que sucede es que no están de acuerdo entre sí.

Y ésta es la grandeza del documental como género. Constituye la herramienta contemporánea para dialogar con la sociedad. La utilizan tanto los altos mandatarios como los científicos para decirle al mundo: «mirad, no estamos de acuerdo en esto». Y se hace de un modo desapasionado, desde los hechos; se contextualiza, se desmenuza la realidad.

En un momento en que parlamentos, informativos y otros foros de expresión adolecen seriamente de esta ponderación y de esta voluntad de entendimiento, que el documental se erija en unidad mínima de comunicación es un gran orgullo y un motivo de satisfacción para todos los que, de una manera u otra, tenemos que ver con ello. Aunque sólo sea como espectadores.