El sexo que me hace feliz
Hablemos un poco de sexo, de género, y de la madre que lo parió, que hay un lío tremendo con esto…
La semana pasada, un colegio de Málaga saltaba a la palestra por negarse a permitir que uno de sus alumnos -nacido varón- vistiera uniforme femenino. La madre, que asegura que su hijo es exacerbadamente femenina, pide que sea tratado como cualquier otra alumna. La fiscal andaluza de «violencia contra la mujer y discriminación sexual de género» se ha dirigido al colegio solicitando que adopte las medidas necesarias para respetar la identidad de género de la menor. Y la Junta de Andalucía ha advertido que sancionará al colegio si no respeta dicha identidad de género.
El sexo
Vamos a intentar esclarecer un par de conceptos, porque ya va haciendo falta. Y para ello, para iluminar en lugar de oscurecer, nos inspiraremos en algunos estudios antropológicos, eminentemente los publicados en el libro «Antropología de la sexualidad y diversidad cultural». Estudios cuya lectura recomendamos encarecidamente a fiscales, jueces, profesores, padres y/o psicólogos, antes de que sigan liando la cosa.
Sexos hay dos, pese a quien pese. Y esto es así. A excepción de algunos casos de hermafroditismo humano (personas que nacieron con genitales tanto masculinos como femeninos), todos los seres humanos hemos nacido o con genitales masculinos o con genitales femeninos, y esto determina nuestro sexo. Podemos elegir entre los términos «femenino y masculino», «varón y hembra», «hombre y mujer» -o los que más nos plazcan- para distinguir a las de un sexo de los del otro sexo, pero no podemos evitar haber nacido con el sexo que nos ha tocado en suerte. Y lo mismo para los demás animales.
La sexualidad
La sexualidad, en cambio, está relacionada con las prácticas sexuales de cada uno. Los gustos y orientaciones varían infinitamente, y así pueden gustarnos tímidas, calvos, inteligentes, sencillas, gordos, sofisticadas, sumisos, negras, o vaya usted a saber. Lo que cada cual elija es cosa suya. Practicar sexo, no practicarlo, practicarlo siempre con la misma persona, cada vez con una distinta, en soledad… son opciones que no vienen necesariamente determinadas por el sexo con el que hayamos nacido, sino que dependen de otros muchos factores en los que no entraremos. Digamos sencillamente que todas las opciones para desarrollar la sexualidad son respetables, mientras que haya consentimiento de la otra parte: la violación es siempre censurable, así como las prácticas zoofílicas, pedófilas y tantas otras.
La sexualidad no es como el sexo, que nacemos con él. La sexualidad se desarrolla a lo largo de la vida de la persona y muy especialmente tras la pubertad. Es en la pubertad cuando las hormonas se desatan (valga la expresión) y el adolescente experimenta con nitidez unos deseos y pulsiones que hasta entonces apenas había atisbado. De ahí que a los niños se les considere «presexuales», porque no han tenido ocasión de desarrollar su sexualidad (no es que no tengan sexo, es que no han desarrollado su sexualidad). Y de ahí que la pederastia sea tan execrable.
El género (o la fiesta de disfraces)
Ahora viene lo bueno. El humano es un ser social y las sociedades se ordenan gracias a las culturas, que son construcciones simbólicas. Pero pongamos algún ejemplo:
Un médico es aquél que está facultado para practicar la medicina. Para ser médico, en nuestra sociedad, hay que titularse en la Universidad, hacer el MIR y mil cosas más. Lo que la sociedad pretende con todas estas pruebas es que nadie se llame a sí mismo «médico» si no tiene los conocimientos necesarios para sanar: ése es el requisito fundamental.
Un alcohólico es aquél que no puede prescindir del alcohol. Podrá no beber, durante años, durante toda su vida incluso, pero en la medida en que lo necesite, lo desee y condicione su existencia, será alcohólico.
Un heavy es aquél que no sólo escucha música heavy, sino que además utiliza una indumentaria determinada, se comporta de una determinada manera, etc.
Como vemos, los humanos en sociedad tendemos a diferenciarnos de los demás pareciéndonos a otros a los que consideramos nuestros iguales, nuestros pares. Esto es lo que se llama «género social». Soy punk, soy independentista catalán, soy fontanero, soy pederasta: el género determina nuestra identidad.
Se puede ser médico y alcohólico, todo a la vez, pero cuanto más seamos de lo uno, menos podremos ser de lo otro (¿quien quiere que su cirujano beba?).
Visto así, hay tantos géneros como queramos construir porque, efectivamente, el género es una construcción puramente simbólica, cultural. Aunque no todos los géneros están al alcance de cualquiera: para ser de cierto género hay que cumplir ciertos requisitos (para ser millonario, hay que tener mucho dinero, para ser soldado, hay que jurar la bandera…) Y esto no se aplica menos cuando la sexualidad entra en juego.
Llegados a este punto, se ve el tremendo lío en el que estamos inmersos. Llamamos gay al hombre que tiene sexo con otro hombre, lesbiana a la mujer que tiene sexo con otra mujer, travesti al hombre que se viste con ropa de mujer, etc, etc, etc. Pero estos géneros son tremendamente equívocos, no como el género del médico, o el del alcohólico, que están perfectamente demarcados. ¿Un hombre es gay desde el momento en que besa a otro hombre? ¿O desde el momento en que tiene una relación sexual con él? ¿Y si no la vuelve a tener? Entonces es «bi«, ¿no?. ¿O queer? ¿¿O qué?? A ver, aclarémonos… ¿qué es un transexual? ¿Alguien que consume hormonas químicas? ¿Alguien a quien han extirpado sus genitales? ¿Alguien que prefiere el sexo homosexual? ¿O simplemente es un término que no sirve para nada, porque está tan vacío e indefinido que nadie sabe qué significa? Más bien eso, sí.
El transexual presexual
Y volvemos al colegio de Málaga, en el que un varón de seis años, presexual por tanto, quiere vestir falda. Y los adultos, como no entendemos nada, como lo confundimos todo, aprovechamos la coyuntura para hacer proselitismo, defender esto y aquéllo, insultarnos, llamarnos «carcas», «desviados», «hijoputas» y armar una ensalada mental en el chaval que le perseguirá toda la vida. Y ahí que van gobernantes y fiscales, con menos entendimiento si cabe, a marear la perdiz.
Vamos a ver… ¿Tiene genitales masculinos? Sí. Pues entonces el sexo de la criatura lo tenemos claro. ¿Que no le gusta haber nacido varón? Mala suerte. Si uno nace blanco y quiere ser negro, poco puede hacerse, excepto aceptarlo. Y ésa es la cuestión… ¿Estamos educando bien al niño si no le enseñamos a aceptarse a sí mismo (con su pene y todo)?
En segundo lugar… ¿El niño ha desarrollado su sexualidad? No, está en ello, y hasta su adolescencia aún faltan diez años. Entonces ¿¿¿cómo podemos decir que es transexual??? ¡Si no tiene deseo sexual ni hacia los hombres ni hacia las mujeres! Será todo lo exacerbadamente femenina que quiera su madre («porque le gustan las diademas y el rosa») pero decir que es transexual implica, al menos, que sea sexual y no, no lo es: es presexual.
En tercer lugar… ¿De verdad no se nos ocurre una solución al tema de los uniformes y los baños? ¿A ningún colegio se le ha ocurrido implantar un uniforme unisex y dejar de distinguir aseos masculinos de femeninos?
Y para terminar… Señora madre que parió al niño: El colegio, religioso para más señas, bebe de una normativa interna, de unas creencias, de una visión del mundo, de una CULTURA que existía antes de que su hijo naciera y que usted ahora, unilateralmente, quiere modificar. El colegio se ha negado a cambiar su visión del mundo -una visión simplista, sí: los niños son marineros y las niñas princesas, pero una visión lícita al fin y al cabo- y usted debe aceptarlo, del mismo modo que su hijo debe aceptar la protuberancia que emerge de su entrepierna. Seguro que encuentra algún colegio en el que, a base de fiestas de disfraces, enseñen a su hijo a relativizar el género (a no darle más importancia de la que tiene), que es lo que parece necesitar. Su hijo, usted, y la fiscal, porque vaya tela.