Psiquiatría, cienciología y mala vida
«Odio ser bipolar: es una experiencia maravillosa» (Chascarrillo popular)
La CCHR (Comisión Ciudadana en Defensa de los Derechos Humanos) es un «grupo de presión» -o «lobby», si se prefiere- vinculado a la Iglesia de la Cienciología. Su objetivo, desde su constitución en 1969, es investigar y denunciar violaciones de los Derechos Humanos en el campo de la Psiquiatría. Cuenta con unas 300 sucursales en todo el mundo.
En el año 2006, este grupo de presión publicaba el documental propagandístico «Psiquiatría: una industria de la muerte» el cual, como su nombre indica, ataca a esta rama de la Medicina. CCHR tacha a la Psiquiatría de pseudo-ciencia, la alinea con el nazismo, con las peores dictaduras y guerras de la Historia, con el asesinato, el genocidio y la tortura; acusa a los psiquiatras de narcotraficantes… Y lo peor de todo es que tiene motivos para ello.
Desde sus primeros orígenes, vinculados a los manicomios y casas de orates, la Psiquiatría no sólo se ha mostrado altamente ineficaz para sanar a los pacientes, sino que además sus técnicas han estado estrechamente vinculadas al dolor físico, a la mutilación y a la merma de capacidades del individuo -electro-shock y lobotomía son dos buenos ejemplos de esto-. Por otra parte, la reclusión y el tratamiento forzosos del enfermo -como consecuencia de su falta de juicio- la convierten en una disciplina autoritaria e ineluctable.
Si, después de esos primeros años -o siglos- de «tanteo», la Psiquiatría se hubiera convertido en lo que anhelamos que sea, es decir, en una Ciencia que diagnostica, trata y cura enfermedades reales, quizás podría disculparse su desmañado origen. Pero, desgraciadamente, no es así. Y ya no es porque lo diga esta película, que denuncia una «invención» continua de nuevas enfermedades sin más fundamento que el de la venta de narcóticos (por intereses comerciales y de control social), sino porque la Psiquiatría está, aún hoy, absolutamente desorientada. Y es muy peligrosa.
En esta entrevista, el psiquiatra gijonés Guillermo Rendueles denuncia con contundencia la actual situación de la Psiquiatría. Asegura, basándose en sus 30 años de ejercicio, que hoy en día se prescriben toneladas de narcolépticos para males que no tienen base médica, sino social, económica, o existencial. La desintegración del tejido familiar y de las redes sociales -y no nos referimos precisamente a Facebook, sino más bien al grupo de amigos de toda la vida- han provocado que las personas acudamos al médico, al psiquiatra, en busca de un apoyo que no le corresponde prestarnos. Y el psiquiatra, motivado por diferentes intereses -entre los que destaca el económico- prescribe antidepresivos y ansiolíticos a mansalva. El paciente no se cura -pues no hay cura médica contra la infelicidad-, pero afronta su cruda situación personal con una distancia que le permite sobrellevarla.
No incurriremos aquí en el mismo error que el «documental» al que nos referimos. Ni se nos ocurriría afirmar que la enfermedad mental no existe y tampoco demonizaremos a un sector completo, respetable, como el de los psiquiatras, porque no lo merecen. Muchos de ellos se esfuerzan por sanar a sus pacientes del mejor modo posible, investigan las causas de sus males, son íntegros, competentes, cabales. Los trastornos mentales son una realidad muy dura que afecta no solo a los pacientes, sino muy especialmente a sus familiares. Y negar que estos trastornos existen, o que muchos especialistas están comprometidos en su cura, sería tremendamente injusto. Pero hay que poner las cosas en su contexto. Y para ello, la entrevista a Rendueles -cuya lectura recomendamos enfáticamente- y este documental -cuyo visionado recomendamos con menos énfasis- pueden resultar útiles, siempre y cuando no nos volvamos locos y nos dé por hacernos cienciólogos.