Trilogía de la soledad

Hace algunos años, en el programa «Me lo dices o me lo cuentas» de Telemadrid -el cual con tanta gracia conducía la psicóloga Lorena Berdún- preguntaron a Eduardo Punset que cuál era su fantasía sexual. La pregunta tiene retranca, puesto que  Punset no es precisamente el perfil de entrevistado a quien uno preguntaría por su sexualidad. Pero Punset respondió. Y lo hizo con esta elegancia:

Mi fantasía sexual es la de viajar unos cuantos millones de años en el tiempo, a esa época en la que éramos organismos unicelulares y de un único individuo surgían dos. No como ahora, que tenemos que unirnos dos para crear uno.

Triste destino del animal incompleto, que busca su otra parte en algún rincón del planeta.

Trilogía de la soledad

José Antonio Quirós es un director asturiano de cine. «Pídele cuentas al Rey» quizás sea su película más conocida. Quirós lleva desde el año 2009 trabajando en una serie documental que trata sobre la soledad y cuyo último episodio acaba de publicarse. La trilogía bucea -con naturalidad, pero con profundidad- en esta lucha nuestra por no estar solos. Y muestra un panorama, cuanto menos, desolador. Sus principales protagonistas son tres hombres de más de 50 años con el corazón ciertamente resquebrajado. El miedo a la vejez inminente, las manías, el duelo por los desengaños vividos y una carencia -un vacío- esencial, son elementos profusamente documentados en la trilogía. Una mirada limpia, por otra parte, que no juzga, sino busca comprender -con curiosidad- y que retrata con maestría la situación de tantos y tantos hombres en esta cruda posmodernidad, es el común denominador de la serie.

Primera entrega: «Objetivo Braila»

«Porque quien encontró el amor no lo buscaba tanto». (Bunbury. «Porque las cosas cambian»)

«Objetivo Braila» es la historia de un taxista que ha medrado y ahora, a sus cincuenta y muchos años, busca una compañera que le atienda durante el resto de sus días. Literalmente: que le atienda. Fracasado en sus relaciones anteriores, este taxista exige mucho más de lo que entrega y así reclama de los demás una dedicación que no están dispuestos a prestarle. Es el caso del egocéntrico, que se cree autosuficiente -pero que se sabe vulnerable- y que sufre al ver que a los demás les importa poco su soledad.

En un alarde de [añadan el sustantivo que prefieran], Manuel -el taxista- se embarca en un viaje -en coche- a Rumanía, donde aspira a encontrar a quien él considera el amor de su vida: una chica a la que conoció en un club de alterne. Con él viaja un amigo que será testigo de quebrantos y pesares y padecerá estoicamente la injusta ira de quien culpa a los demás de sus propios errores.

Es un documental intrigante que comparte con el resto de la trilogía ese desánimo tan característico, una perspectiva resignada, parecida a la de aquel que mira a la muerte directamente a los ojos.

Segunda entrega: «Desde Rusia con dolor»

Si has venido a comprarme, lárgate. Si vas a venir conmigo, agárrate. (Bunbury. «Apuesta por el Rock n’ Roll»)

En este segundo documental, los protagonistas son otros. Aunque el hilo conductor sigue siendo el taxista y su sempiterna búsqueda, la película se centra muy especialmente en la experiencia de una mujer rusa que accede a vivir con él. Una mujer relativamente culta, aparentemente bondadosa, que intenta infructuosamente iniciar un romance con este hombre. Conforme ella va descubriendo quién es Manuel en realidad, el espectador se hace una idea mucho más clara de lo difícil que resulta el encuentro. Y es que no se puede recibir sin dar.

Pero hay otro personaje que resulta esencial en la trama: la directora de la agencia matrimonial que los ha unido. Al estilo de Tiresias, o del Oráculo de Delfos, esta señora es capaz de pronosticar el futuro. Entiende la problemática por completo, los choques culturales, los caracteres enfrentados y pone el acento en aquello que resultará decisivo. Un peso de sus declaraciones bien compensado y entradas a punto constituyen uno de los mayores aciertos de la película.

La agencia matrimonial, por otra parte, ofrece una imagen bastante saneada -aunque probablemente lo correcto sería decir «lavada»- de este negocio, de modo que, en apariencia, los clientes, tanto hombres como mujeres, abarcan prácticamente todos los estratos sociales. Es decir, no se trata de un fenómeno de «trata de blancas»; no es que hombres viejos y adinerados compren mujeres jóvenes y pobres, sino que el principal motor -también para ellas- es vencer a la soledad.

En cualquier caso, en estas relaciones, científicamente estudiadas, analizadas -frías- el amor es una quimera. Son contratos comerciales y sus cláusulas se negocian con antelación. Y si el producto no me convence, lo cambio por otro.

Tercera entrega: «Despoblados»

El tiempo no cura nada, el tiempo no es un doctor. (Bunbury. «Un bastón para tu corazón»)

Y así llegamos al último documental de la trilogía. Es el mejor de los tres y quizás debiera verse el primero, porque ofrece un contexto del que los otros adolecen.  En «Despoblados» ya no aparecen mujeres. En «Despoblados» sólo aparecen hombres solos. Ellos y sus estrategias para sobrevivir. La guitarra de uno, el acuario del otro… Se intuye un uso de la prostitución, un uso de las drogas, del alcohol. Una partida con los amigos, la fabada a fuego lento, el libro en el autobús… cada cual a lo suyo. Vacíos rellenos.

En el año 1991 (según el INE) el 10 por ciento de la población española vivía sola. En el año 2010, casi el 20 por ciento. Los protagonistas de esta película declaran que están bien solos. Que no les hace falta nadie…

Y uno, tristemente, recuerda a Punset y sus fantasías sexuales.