Macarena ¡aaaah!
Dale a tu cuerpo alegría, Macarena,
que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas.
Dale a tu cuerpo alegría, Macarena, ¡eeeh, Macarena!
Macarena tiene un novio que se llama,
que se llama de apellido Vitorino
y en la jura de bandera del muchacho
se la dio con dos amigos.
Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan los veranos de Marbella.
Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan las movidas guerrilleras.
Macarena sueña con El Corte Inglés,
que se compra los modelos más modernos
y se va a vivir a Nueva York
y se liga un novio nuevo.
No se trata aquí de juzgar musical o artísticamente esta canción de los del Río, tan famosa en España y en el mundo entero. Sencillamente intentaremos una aproximación sociológica y nos aplicaremos a demostrar que esa Macarena, compuesta en 1995, hubiera sido imposible unos años antes y que refleja una nueva mujer española dentro de una nueva sociedad.
I) GENERALIDADES PREVIAS:
«Pepi, Luci y Bom (y otras chicas del montón)», de Almodóvar y con fecha de 1980, refleja ya un cambio, ¡y vaya cambio!, en la figura y representación de la mujer española; ahora bien, era un caso extremo y un tanto fugaz, a pesar de que expresaba meridianamente que la fémina hispana reclamaba libertad, voluntad propia y el derecho a disponer de su vida sin paternalismo ni obstáculo algunos, ya fueren éstos de índole legal, social o moral. La mujer española quería trabajar como el hombre, ganar cuanto gana el hombre, vivir sola o acompañada mas según disponga ella misma, tal y como hace el hombre, mandar como el hombre y que se la respetara y valorara tanto como al hombre. En otras palabras, y con ejemplos, que una mujer pueda vivir sola si le place, pueda disponer libremente de su sexualidad, hasta el desenfreno si así lo desea, pueda auparse en la sociedad según su mérito y no según su sexo; en definitiva, que ella sea dueña de trazar su propio recorrido vital, en lo afectivo, en lo social y en lo profesional, no viéndose condenada ya a ser esposa (ama de casa no remunerada) o a ser cortesana (mantenida) o a ser una auténtica desdichada en razón de su sexo (solterona que se queda para vestir santos, madre soltera, fracasada siempre).
«¡Y antes de verle me dan
esposo! ¡Caso terrible!
¡Que tenga tanto poder
la obediencia y el honor!…
…Sin ver,
¡ He de amar a quien aguardo!»
(Tirso . «La celosa de sí misma»)
Mientras no se diera la independencia económica de la mujer, no se podía producir su auténtica emancipación, esa «habitación propia» que reclamaba Virginia Wolf.
Si bien, bajo Franco, la legislación era claramente machista y tradicionalista (una mujer no podía tener pasaporte, trabajar o abrir una cuenta bancaria sin permiso marital o paterno), ya a partir de los sesenta, con el desarrollismo, la irrupción de los tecnócratas en el gobierno (con la entronización del turismo como fuente de ingresos) y el rumbo americanista y europeísta que el régimen tomaba, la mujer comenzaba a dejarse ver fuera del ámbito familiar, haciéndose notar profesionalmente. Claro está que no se daban las mujeres arquitectos, intelectuales, artistas (salvo la actriz y la cantante), gobernantes o mujeres de negocios; sus labores profesionales eran más modestas (obreras, secretarias, administrativas, etc.), pero eran importantes y, sobre todo, se veían. La mujer dejaba de ser invisible para ocupar, sin bien generalmente en un rango inferior, el mismo espacio físico y profesional que el hombre, en la fábrica, en la oficina o en el ministerio.
«Las secretarias» de Pedro Lazaga, con La Polaca, Sonia Bruno y Teresa Gimpera, película de 1969, es además de, en parte, una españolada para reprimidos al uso, en la época en que un viejo rijoso (el gran Sazatornil) persigue a las jovencitas y en que éstas, en período de pre-destape, enseñan cacha en plena moda minifaldera, además de ello, digo, es un buen documento sociológico que pone de manifiesto la laboriosidad, diligencia, capacidad resolutiva, implicación profesional y buena preparación técnica de la secretaria española, factotum y alma mater de la empresa en que trabaja. Hay algo además muy significativo y es que cuando la secretaria que encarna Teresa Gimpera se casa, abandona el trabajo (los maridos «quitaban» a las esposas de trabajar) y se aburre lo indecible en el hogar, todo el día sola. Curiosamente, no tiene hijos y aquí la película es profética por cuanto la incorporación de la mujer al trabajo generará un descenso en la natalidad nacional hasta el punto de constituir hoy en día un auténtico problema social, cada vez más acuciante. Sus días transcurren entre el tedio vital y el abatimiento moral. Añora el trabajo y ello hasta tal punto que, tras convencer al reticente marido, vuelve a la oficina, reclamada además por su antiguo jefe que ve cómo el negocio renquea desde su marcha. Una mujer casada que sigue trabajando. Claramente es todo un éxito social y la película tácitamente aplaude el hecho.
En «El movimiento feminista (en España)», cuyo autor es Luis Enrique Otero y que constituye una de las colaboraciones del tomo, coordinado por Jesús A. Martínez, «Historia de España. Siglo XX – 1939/1996», se afirma: «La incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral, a partir de los 50, la universalización de la enseñanza secundaria con la aparición de los estados del bienestar y la masificación de la universidad en los años 60, provocaron una transformación radical en el papel y los roles de la mujer en las sociedades industrialmente avanzadas. La independencia económica adquirida por las mujeres y la elevación de sus niveles educativos contribuyeron de manera decisiva a la ampliación del apoyo social de los movimientos en pro de la igualdad de los derechos de la mujer…»
Recuerdo cómo, siendo yo un muchacho de últimos años de bachillerato, en los primeros de la década de los 70, el Ayuntamiento de Madrid estableció la figura de policía municipal fémina, que nos sorprendió a todos. Se hacían chistes al respecto (machistas, claro, ya malintencionados, ya ingenuamente benévolos y, aunque machistas, no siempre favorables al hombre, extremos estos que parecen no excluirse necesariamente), se especulaba con que la mujer agente no sabría imponerse y se le faltaría al respeto, se incidía en lo incompatible de los encantos femeninos con la práctica represiva y de mantenimiento del orden y del tráfico, etc. Llegó la primera promoción y, como en el soneto cervantino del bravucón, «no hubo nada» y así hasta que bien pronto toda la ciudad se acostumbró a la presencia de las chicas uniformadas y ya nadie reparó más en ello, debido a la fuerza de la «habituación» social o «fuerza de la costumbre», por evitar el empleo de tecnicismos.
Cuando Suárez llega al poder y decide democratizar, europeizar y «desenfranquizar» España, se fija -y así lo expresa en más de una ocasión- como objetivo el llevar al campo legal lo que es práctica habitual en la calle, esto es «normalizar» la vida social, salvar esa zanja entre leyes caducas que no respetan ni representan la realidad y la realidad misma.
Con el evidente retraso con respecto a Europa, España atiende las reivindicaciones feministas y así la Constitución de 1978 sanciona, como no podía ser menos, la igualdad de hombre y mujer, condena toda forma de discriminación por razón de sexo y pone fin a la inferioridad legal discriminatoria para la mujer hasta ese momento. En 1981, el gobierno de la UCD de Suárez aprueba la ley de divorcio. En 1983, el gobierno socialista de Felipe González despenaliza el aborto en tres supuestos y crea el Instituto de la Mujer, que es ciertamente propaganda política y electoralista permanente, pero que también da frutos que no son estériles o ineficaces en cuanto al cambio de mentalidades, siendo éstas en definitiva lo más importante porque sobre ellas se asienta a la postre el edificio social.
Una vez conseguidos el reconocimiento jurídico de la igualdad entre los sexos, la ley de divorcio y la ley del aborto (si bien ésta para la izquierda y para amplios sectores feministas, se quedó corta, tal y como quedó de manifiesto con su ampliación bajo el gobierno de Zapatero), el feminismo abandonó las calles y las ruidosas manifestaciones para movilizarse en otros ámbitos. Recuerdo al respecto cómo, durante una concentración feminista en la madrileña glorieta de Quevedo, allá por 1976 ó 1977, y quizá porque, remedando los eslóganes que las vociferantes milicianas «igualitaristas», comunistas o anarquistas, coreaban en sus revolucionarios desfiles durante nuestra Guerra Civil, nuestras actuales manifestantes gritaran: «Hijos, sí, maridos, no», una portera, dolida en sus creencias bastante más tradicionales, salió a increparlas, diciéndoles: «¿Pero qué es lo que queréis… ¿follar como las perras?»
Posiblemente, para evitar encontronazos con las porteras (que al fin y al cabo son compañeras de sexo), el feminismo trasladó su ámbito de acción y de movilización a los mass media. El objetivo era hacer visible a la mujer, que se contara con su presencia y, en el orden de los hechos concretos, lograr que en el campo laboral la sociedad se comprometiera a unos mínimos de presencia femenina, cifrados en porcentajes claros. Era lo que se dio en llamar la «discriminación positiva», tan discutida y discutible; y así el PSOE, por ejemplo, en 1988 se comprometió a reservar un mínimo del 25 % a la mujer en las listas electorales. Seguirían casi todos los demás partidos.
Paralelamente se producía la invasión pacífica de la universidad por parte de la mujer en los años 80. Si ya en el bachillerato, el éxito de las chicas se hacía notorio cosechando mejores resultados que los chicos, el siguiente paso no podía no producirse y así en los 90, las estudiantes superaban el 50 % de los matriculados. Medicina y Derecho se feminizaron y, con ello, reos de una visión machista de los hechos, se devaluaron socialmente. La instrucción también, pero es que el mundo de la enseñanza ya estaba bastante más feminizado y, por tanto infravalorado, desde hacía bastante más tiempo.
¿Se debe el actual descrédito o al menos indiferencia hacia casi toda práctica profesional al hecho de que la mujer va incorporándose a los feudos profesionales tradicionalmente privativos del hombre, e incluso acaparándolos (cada vez, por ejemplo, hay más mujeres arquitectos, ingenieros, periodistas o políticas) o se debe más bien a que nuestra sociedad sólo valora lo mediático, lo efímero, el relumbrón (cantantes de moda, famosos, gentes de la televisión, futbolistas, etc.) y desprecia y arrumba cuanto es esfuerzo, formación, práctica responsable y disciplinada, auténtico compromiso social, desempeño laboral sordo y sin sobresaltos ni gancho «provocador» o escandaloso?… que es, por otra parte, cómo y lo que aprendió la mujer cuando era criada del esposo y niñera y cocinera y tantas cosas más en la familia, esto es el no darse importancia, la modestia, la paciencia, la perseverancia, la prudencia y la discreción, virtudes aplicadas ahora a la vida profesional. ¿Que es poco feminista cuanto acabamos de afirmar, amén de discutible? Como es cuanto pienso, no por temor a que se me tache de no sé qué, debo dejar de decirlo.
Y la mujer española comenzó también a brillar en el mundo de los deportes que hasta entonces fue coto privado de los hombres. Las consejas según las cuales la mujer menstruante debía abstenerse de hacer ejercicio por estar poniendo en serio riesgo su salud, o que la práctica deportiva masculinizaba indefectiblemente, o que un golpe en los pechos producía cáncer de mama, etc. fueron pasando al olvido, revelándose tan caducas como aquella prohibición expresa del franquismo que, desde 1939 a 1963, negó a la mujer la práctica del atletismo. Tanto es así que hoy las deportistas españolas brillan en distintas modalidades. ¿Quién lo hubiera podido sospechar hace tan sólo treinta años? Cabe reseñar aquí a Carmen Valero, pionera del atletismo femenino, quien logró proclamarse campeona en los Mundiales de cross en 1976 y 1977, siendo además, en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, la primera atleta olímpica española.
En cualquier caso, dejando al margen la política ultracatolicista de separación de sexos en la enseñanza, hoy en día, en España, se acepta y se vive con absoluta normalidad la total igualdad intelectual de los sexos y su coexistencia en un mismo ámbito profesional o académico. Las mentalidades del presente no conciben ni la segregación por razón de sexo ni la existencia separada. Niños, muchachos y padres no coinciden ya con eso de «los chicos con los chicos y las chicas con las chicas». Ya lo cantaban los Bravos, a finales de los 60: «Los chicos con las chicas tienen que estar / Las chicas con los chicos han de vivir / y estando todos juntos, deben cantar… La edad de piedra ya pasó… y hasta los viejos van a comprender / que tú has de vivir…» («Nosotros reflejábamos una especie de liberación en la etapa del franquismo; cantábamos «Los chicos con las chicas», que estuvo al borde de la censura», comentaba Mike Kennedy, cantante y voz líder del grupo musical Los Bravos». Rioclaro en You Tube, publicado el 30 de junio del 2012)
La liberación sexual. Cuando yo era adolescente y luego fui joven, se empleaba mucho el término de «estrecha» para calificar a la muchacha que no se entregaba con facilidad, que «se reservaba», que, por emplear la terminología taurina, «tardeaba», «manseaba», «no quería tomar varas», «se escupía al hierro», «no entraba al trapo» y un largo etcétera. «Estrecha» era toda aquélla que rechazara «acostarse conmigo». «Estrecha» o «generosa», sin embargo, la mujer quiso ser dueña de su sexualidad, mediante el uso de los métodos anticonceptivos, en el aspecto fisiológico, y dueña absoluta de su elección de pareja y de elección de afines; dueña en definitiva de su voluntad, sacudiéndose las influencias y presiones religiosas y morales tradicionales. ¡Cuán lejanas se nos antojan las dudas y los pensamientos de la galdosiana Fortunata considerando cómo, si bien no le quiera, desposando al pobre de Maximiliano, dejará de ser una arrastrada para convertirse en mujer decente, con un nombre y una familia!
Claro está que lo anterior supuso (y supone) un descenso -alarmante, como ya se dijo- de la natalidad en España, entre otras cosas también por el retraso de la maternidad, difícilmente compatible con la vida profesional y heroica socialmente si se tiene en cuenta la inapreciable ayuda e inapreciable fomento que recibe desde los poderes públicos, siendo el nuestro uno de los países europeos con una más deficiente política social al respecto. «Sobre el envejecimiento de la población española se ha impuesto un extraño silencio, me temo que por razones ideológicas emanadas del Mayo del 68, poco amigo de la fertilidad…» (Ignacio García de Leániz. El Mundo. mayo 2014)
Dice Luis Enrique Otero: «Las nuevas generaciones de mujeres habían conquistado su autonomía personal y no estaban dispuestas a resignarse al tradicional, dependiente y subordinado papel de esposa y ama de casa que había predominado veinte años antes (en los años previos a los 70)»
La sociedad española, desde la muerte de Franco, ha experimentado numerosísimos cambios que la hacen a veces irreconocible. España es, de los países occidentales, el que más lo ha hecho en los últimos cuarenta años. En muy gran medida, esas novedades son consecuencia de la nueva visión y rol sociales de la mujer y España, en muchas cosas, ha cambiado para bien gracias a la mujer y a su emancipación. Lo negativo de las modificaciones sociales producidas en nuestro país son ajenas a la mujer: desnacionalización de la nación, terrorismo, partitocracia, fuerte deterioro de la instrucción pública, incultura de masas propiciada por las distintas televisiones que nos convierten a los españoles en auténticas porteras, corrupción desbordante, codicia financiera, desprotección progresiva del trabajo, despilfarro, sistema impositivo apabullante para el contribuyente y la pequeña empresa, etc. Por el contrario, la mujer ha aportado: igualdad, libertad, discreción, disciplina, responsabilidad.
En definitiva, que la mujer modificó sustancialmente con su impulso no sólo las esferas oficiales jurídicas e institucionales, sino además y sobre todo nuestro sistema de valores y nuestras conductas, colectivas e individuales. Como concluye Otero: «una de las mayores y más profundas transformaciones registradas por la sociedad española del último tercio del siglo XX».
En situaciones de postración económica y política, máxime si incluso se habla de miseria, la mujer lleva las de perder frente al hombre: estará más postrada que él, más explotada y será aún más miserable. «Lo esencial del saber, lo que saben los niños y los paletos, ella lo ignoraba, como lo ignoran otras mujeres de su clase y aun de clase superior… aquella incultura rasa». (Benito Pérez Galdós . «Fortunata y Jacinta») Es en las sociedades prósperas o en vías de serlo, en que la mujer no sólo hallará su tabla de salvación, sino su pleno desarrollo y su empuje y sus ansias de libertad serán acicate, espuela de prosperidad y libertad para el conjunto de la sociedad. Es cuanto ha sucedido en España.
II) MACARENA:
Ya va siendo hora de que nos ocupemos de Macarena… La canción refleja a su manera y con su sesgo comercial a la nueva mujer española, mucho más cercana a la Carmen de Mérimée que no a la doña Estefaldina de Valle-Inclán. «Doña Estefaldina teje su calceta / puesta de mitones, cofia y pañoleta, / en el saledizo de su gran balcón. / Doña Estefaldina nunca fue casada… / Doña Estefaldina… reprende a las mozas si tienen galán…» (Ramón María del Valle-Inclán. «La infanzona de Medinica»). Decimos esto de Carmen pues, evidentemente, siendo como es «Macarena» una canción dirigida a las masas en un período en que todo ha de hacer alusión o abordar directamente el sexo, en que el sexo es obligación social, el sexo y lo sexual impregnarán forzosamente todo el texto y el sentido de la canción. Pero es que es precisamente en este ámbito donde mejor se puede calibrar el cambio cualitativo y cuantitativo de la mujer española y de la sociedad española en su conjunto.
- La mujer es dueña de su cuerpo, no se avergüenza de él (ni de sus «enfermedades» o «suciedades» como lo fuera tradicionalmente la menstruación y a ello no poco ha contribuido la industria farmacéutica y de la higiene -tampón, absorbentes, etc.- y su inteligente propaganda llevada a cabo por excelentes publicistas amigos de la mujer, aunque de ello, obviamente, obtengan beneficios), no lo esconde ni sacrifica; al revés reivindica como derecho su disfrute, que puede ser sexual o no (deportivo, lúdico, expresivo, yoga-meditativo, etc.). Por ello cantan los del Río: «Dale a tu cuerpo alegría, Macarena». Macarena quiere divertirse: salir con amigos y amigas, bailar, bañarse en la playa luciendo palmito, ser admirada casi desnuda recuperando una fe y una visión vitalistas y paganas que la venguen de una opresión corporal y sexual judeo-cristianas. «Cuerpo pagano», llama el pintor Juan Luis a la bella Raquel en «El huésped del Sevillano», significando con ello que Raquel nació para dar y procurarse placer. «Que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas», o sea placer, palabra clave que destruye la vergüenza del sometido (sometida en este caso) y hace añicos un muy arraigado tabú. Como cantaba Jean Ferrat en 1975, irónicamente claro, «une femme honnête n´a pas de plaisir» (una mujer decente no tiene placer).
- ¿Qué son pues esas «cosas buenas», esto es en qué se cifran? En fiestas con amigos y botellones, en macro-fiestas, en macro-conciertos, en discotecas, en el consumo de drogas (si bien con cierta moderación y más bien ocasionalmente), en relaciones sexuales que pueden ser tan efímeras como de una sola noche, en vacaciones al sol, bronceándose y bailando de noche, etc. La mujer no tiene por qué anclarse en una relación fija, o sea enamorarse; incluso el matrimonio, sacramento para la Iglesia, puede ser roto civilmente; incluso puede uno (una) casarse por lo civil; incluso puede una ni casarse siquiera, sin por ello ser una barragana o ser una furcia, sin perder su dignidad ni consideración social.
- La mujer se permite ser infiel, como siempre se lo permitió ser el hombre. Entre otras cosas, el adulterio quedó despenalizado a la muerte de Franco. La mujer puede, si quiere, tener más de una relación y despachar a pretendientes, novios y amantes. Carmen: «J´ai des amants à la douzaine, mais ils ne sont pas à mon gré… Mon amoureux? Il est au diable; je l´ai mis à la porte hier». («Cuento los amantes por docenas, pero no son de mi agrado… ¿Mi enamorado? Al diablo lo envié; ayer le di puerta») («Carmen» de Bizet). Y así:
«Macarena tiene un novio que se llama,
que se llama de apellido Vi(c)torino
y en la jura de bandera del muchacho
se la dio con dos amigos»
Mientras, anacrónicamente, el novio cumple con sus deberes patrios (una mili que será abolida por Aznar para dar paso a un ejército profesional), mientras el hombre queda anclado en el pasado, Macarena le es infiel sin remordimiento alguno. En lugar de presenciar la jura de bandera del muchacho, un acto social otrora importantísimo y auténtico rito de madurez de nuestra sociedad que convocaba y emocionaba, casi con el mismo rango que una boda, a toda la familia y a la prometida, Macarena da la espalda a lo rancio y decide divertirse ¡y con dos amigos a la vez! Y el pobre Vi(c)torino queda, como Fonseca, triste y solo, amén de coronado como gran cornudo. Cuando se compuso la canción, los toros de Victorino Martín, el «paleto de Galapagar», estaban en su apogeo popular. Recuérdese al respecto la «corrida del siglo», de 1982, en Las Ventas en que los tres matadores, Ruiz Miguel, Esplá y Palomar, acompañados de Victorino Martín, salieron por la Puerta Grande.
Anteriormente, también una mujer podía tener varios amantes, jugar con ello, ser infiel, etc., pero o era una cortesana a la Marguerite Gautier, la Dama de las Camelias, la Violetta de La Traviata, o bien se movía en los ámbitos de la vida airada, de ambientes sórdidos e incluso violentos o sencillamente tristes y desconsolados, como una María la O, personaje propio del crudo naturalismo teñido de sentimentalismo popular, del que la copla española, la canción mexicana o la inconmensurable Édith Piaf nos brindan tantos ejemplos. Carmen, por otra parte, en su mundo de delincuencia y contrabando, sería también buena ilustración de ello. En ocasiones, el lujo y despilfarro de las más solicitadas cortesanas parisinas del Segundo Imperio y de la Tercera República fueron tales que no podían contentarse con un solo amante para mantener su disipado y desaforado tren de vida. La diferencia estriba ahora en que Macarena no es ni una dama de las camelias, ni es María la O. Es una chica que estudia, ya sea bachillerato, ya sea un módulo de Formación profesional, o una carrera universitaria, o ejerce ya de fisioterapeuta, de monitora de gimnasio, de médico, de dependienta, de diseñadora o de farmacéutica; pertenece a la muy nutrida ya clase media que no frecuenta ni los bajos fondos ni las altas esferas, que actúa con total naturalidad y que no está pues en ningún disparadero u ojo del huracán social. Macarena es una más y tiene muchas amigas que piensan y se comportan a su modo, sin tener que explicarse o justificarse a cada paso.
Macarena puede tener novio, incluso para casarse, o sea prometido, pero en vacaciones puede marchar con unas amigas o incluso sola a la costa: Cullera, Torrevieja, Benidorm, Marbella, y si dispone de posibles, ¡Ibiza!… y ¡a desfasar de lo lindo!, que es, por otra parte, lo que la canción quiere significar con eso de que a Macarena le «gustan las movidas guerrilleras», esto es el «desmadre». Es revelador al respecto cuanto se afirma en la revista que edita el famoso complejo ibicenco de diversión turística, el «Ushuaïa»: «Ibiza is where beautiful people consume an underwear-revealing mix of drink, drugs and electronic music» (Ibiza Ushuaïa magazine. nº 2. 2014)
«Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan los veranos de Marbella.
Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan las movidas guerrilleras…
¡Aaaah!»
En la época de la canción, la Marbella de Gil y Gil, estaba también en su apogeo de popularidad.
- Macarena es coqueta. La canción surge en un momento de gran expansión comercial de El Corte Inglés, que, además, en su sección de moda, cobija las mejores marcas. De ahí que Macarena sueñe que «se compra los modelos más modernos». La clase media española ha crecido tanto que los grandes almacenes lo han hecho también cuantitativamente y han mejorado cualitativamente. Macarena no compra en la Milla de Oro, ni tampoco en la Place Vendôme, pero sí en el democratizador Corte Inglés, del cual por otra parte hay distintos tipos según la zona en que se hallen, adaptándose comercialmente a la clase media alta, media media o media baja.
- «Y se va a vivir a Nueva York». Los viajes aéreos transatlánticos también se han vuelto mucho más asequibles, se han democratizado. Nueva York es, junto con Hollywood-California y Miami, la ciudad americana que más atrae al joven europeo, por su ambiente de libertad, de creatividad, por ser icono cinematográfico, por existencia mediática (el «I heart-love NY»). En Nueva York Macarena culminaría sus ansias de independencia.
Si para una chica de provincias, Madrid o Barcelona, asegurándole el anonimato dadas sus grandes dimensiones y debido también al hecho de que en las ciudades muy pobladas cada cual va a lo suyo y se despreocupa de los demás, le brindan una grandísima autonomía de movimientos y de conducta y acrecientan su sentimiento de emancipación, qué no será en una Nueva York, tan poblada, tan cosmopolita, tan inter-étnica, tan artística y tan liberal. Sí, porque Macarena es muy individualista y abomina de ataduras.
«En una casa tal vez
suelen vivir ocho o diez
vecinos, como yo vi,
y pasarse todo un año
sin hablarse, ni saber
unos de otros…
Pues que (en Madrid)…
está una pared aquí
de la otra más distante
que Valladolid de Gante»
dice el provinciano don Sebastián abundando en lo anónima que resulta la vida en el Madrid del Siglo de Oro (Tirso.»La celosa de sí misma»). Si ello era así hace ya cuatrocientos años, ¿qué no será ahora y qué no será en Nueva York?
- «Y se liga un novio nuevo». Claro, no podía faltar. ¿Será yanqui ese muchacho? No necesariamente, que en Nueva York hay de todos los colores y para todos los gustos, pero será nuevo, eso sí. El novio aquel de la primera estrofa, ya lo vimos, se le quedaba anticuado y angosto, por estrechez de miras (seguro que hasta era celoso y todo), a Macarena que quiere gozar de la vida. No le daba alegría y ella quiere divertirse y no tener que dar explicaciones a nadie. Presumiblemente, tras este nuevo novio neo-yorquino, vendrán otros.
¡Caramba con Macarena y cómo han cambiado la mujer y la sociedad españolas!
Conclusión: Macarena es pues una muchacha:
- consumista (El Corte Inglés, la moda)
- individualista (antepone el propio placer a los «deberes», sin auto-reproches: «se la dio con dos amigos»
- de ansias cosmopolitas con claro predomino de lo americano (Nueva York)
- muy influida por las modas (Macarena, muy posiblemente, esté tatuada en más de un lugar y exhiba piercings.
- muy influida por los mass media (televisión, revistas de moda y cotilleo, redes sociales, etc.)
- muy erotizada (como lo expresa la canción en su totalidad): «dale a tu cuerpo alegría y cosas buenas», esto es sexo, claro está, y quizá incluso de vez en cuando alguna droga, ya excitante, ya narcótica.
- profundamente hedonista (ligoteo, playa, discotecas, «desfases»)
- frívola y liviana, corolario de todo lo anterior. Por ejemplo, no es de esperar que Macarena lea buena literatura ni vea buen cine. Le gustarán, muy probablemente, Angelina Jolie y Brad Pitt, las series españolas de televisión y los best-sellers americanos y españoles.
Coda: Existe, como se sabe, una versión electrónica internacional de Macarena que, imagino, se habrá vendido aún mejor que la versión primera, original y auténtica. En aquella versión, en la electrónica, por ser música de masas y música discotequera, todo es reducción. Quedan los del Río degradados a meros comparsas que cantan sólo el estribillo y queda la letra constreñida al estribillo, con lo cual la canción se vuelve aún más pachanguera, paupérrima y aún más comercial, perdiéndose así toda la información sociológica que la letra transmite. Macarena queda así encanijada bajo forma de mamarracho discotequero exhibiendo masificación universal y clamando vulgarmente por el sexo a raudales.
¡Eeeh, Macarena! ¡Aaaah!