«Debemos» y la buena casta

Debemos. Y debemos porque podemos y porque nos toca.

Debemos hablar de esa nueva generación que gobernará España dentro de poco. Se trata de personas que hablan muy claramente y que saben lo que dicen. Personas muy bien preparadas -muy versadas, mucho más que nuestros gobernantes actuales- que intentan aplicar lo que nos enseñaron sobre la Democracia en la escuela. Todo eso de los Derechos Humanos, del Estado Social y de la libertad bien entendida. Debemos hablar de ellos y debemos hablar bien, porque son muchas las voces que claman en su contra, sin razón.

Más allá de lo realizable o no de sus políticas, la perspectiva que arrojan el partido «Podemos» y su dirigente Pablo Iglesias, son ciertamente esperanzadoras, en tanto en cuanto marcan el camino de la moral justa y del sentido común. Y su relación con los medios es buen ejemplo de esto. Un político, en la era de Internet, no puede actuar como si estuviéramos bajo Franco. Bajo Franco, la información, los medios de información, eran pocos y estaban muy controlados; las voces contrarias eran silenciadas, nadie podía opinar públicamente, a no ser que transmitiera los mensajes del Régimen y los periodistas éramos correveidiles que apenas pintábamos nada. Pero esto ha cambiado.

Ahora, con mayor o menor eco, cualquier voz puede alzarse para opinar. El ciudadano tiene a su alcance más información de la que puede procesar y el conocimiento de la Humanidad avanza de manera exponencial. Sirva el siguiente gráfico desarrollado por «Tall & Cute» para hacernos una idea de dónde estamos.

atlas-del-conocimiento-mundial

Y es que esto avanza muy rápido, señores. Los tiempos nuevos son para personas nuevas, dicho esto con todo el respeto hacia nuestros mayores. Los esquemas mentales de la generación que ahora a regañadientes se jubila, ya no son válidos para el mundo actual. Es preciso, no sólo para gobernar, sino también para desenvolverse en el entorno laboral, incorporar la tecnología, entender las sociedades desde el punto de vista que arroja la Ciencia moderna, darse cuenta de que la actitud del cacique tradicional ya no se sustenta y actuar como verdaderos ciudadanos, no como súbditos.

Pablo Iglesias no será un santo, pero tampoco lo pretende. Es cierto que su figura taciturna, su faz barbilampiña, su manía de chascar la lengua cuando habla y la contundencia de su mensaje generan antipatía. Pero al menos no es una comadreja que se ande ocultando de la ciudadanía. Pablo Iglesias es ese tipo que no tiene miedo a decir lo que piensa, a exponerse, porque de verdad, honestamente, cree en ello.

Y por eso, conduce un programa de entrevistas que se llama «Otra vuelta de tuerka», cuyas bases se ven representadas en una bella y oportuna paradoja que hoy os traemos: Iñaki Gabilondo, periodista de «buena casta», entrevistado por dicho candidato a la Presidencia. Es decir, que estamos asistiendo a un fenómeno sin precedentes en nuestro país: un político entrevistando a un periodista.

Debemos pronunciarnos. Debemos porque es urgente que los cargos públicos sean personas con espíritu de servicio público. Porque el mapa de la corrupción en España es inaceptable (ver mapa en elmundo.es). Y porque es hora de que apliquemos todo lo bueno que aprendimos de nuestros mayores, todo lo que heredamos de la buena casta, al gobierno de nuestras propias vidas.

Ver entrevista de Pablo Iglesias a Iñaki Gabilondo

Ver entrevista de Jordi Évole a Pablo Iglesias

Macarena ¡aaaah!

Dale a tu cuerpo alegría, Macarena,

que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas.

Dale a tu cuerpo alegría, Macarena, ¡eeeh, Macarena!

Macarena tiene un novio que se llama,

que se llama de apellido Vitorino

y en la jura de bandera del muchacho

se la dio con dos amigos.

Macarena, Macarena, Macarena,

que te gustan los veranos de Marbella.

Macarena, Macarena, Macarena,

que te gustan las movidas guerrilleras.

Macarena sueña con El Corte Inglés,

que se compra los modelos más modernos

y se va a vivir a Nueva York

y se liga un novio nuevo.

No se trata aquí de juzgar musical o artísticamente esta canción de los del Río, tan famosa en España y en el mundo entero. Sencillamente intentaremos una aproximación sociológica y nos aplicaremos a demostrar que esa Macarena, compuesta en 1995, hubiera sido imposible unos años antes y que refleja una nueva mujer española dentro de una nueva sociedad.

I) GENERALIDADES PREVIAS:

«Pepi, Luci y Bom (y otras chicas del montón)», de Almodóvar y con fecha de 1980, refleja ya un cambio, ¡y vaya cambio!, en la figura y representación de la mujer española; ahora bien, era un caso extremo y un tanto fugaz, a pesar de que expresaba meridianamente que la fémina hispana reclamaba libertad, voluntad propia y el derecho a disponer de su vida sin paternalismo ni obstáculo algunos, ya fueren éstos de índole legal, social o moral. La mujer española quería trabajar como el hombre, ganar cuanto gana el hombre, vivir sola o acompañada mas según disponga ella misma, tal y como hace el hombre, mandar como el hombre y que se la respetara y valorara tanto como al hombre. En otras palabras, y con ejemplos, que una mujer pueda vivir sola si le place, pueda disponer libremente de su sexualidad, hasta el desenfreno si así lo desea, pueda auparse en la sociedad según su mérito y no según su sexo; en definitiva, que ella sea dueña de trazar su propio recorrido vital, en lo afectivo, en lo social y en lo profesional, no viéndose condenada ya a ser esposa (ama de casa no remunerada) o a ser cortesana (mantenida) o a ser una auténtica desdichada en razón de su sexo (solterona que se queda para vestir santos, madre soltera, fracasada siempre).

«¡Y antes de verle me dan

esposo! ¡Caso terrible!

¡Que tenga tanto poder

la obediencia y el honor!…

…Sin ver,

¡ He de amar a quien aguardo!»

(Tirso . «La celosa de sí misma»)

Mientras no se diera la independencia económica de la mujer, no se podía producir su auténtica emancipación, esa «habitación propia» que reclamaba Virginia Wolf.

Si bien, bajo Franco, la legislación era claramente machista y tradicionalista (una mujer no podía tener pasaporte, trabajar o abrir una cuenta bancaria sin permiso marital o paterno), ya a partir de los sesenta, con el desarrollismo, la irrupción de los tecnócratas en el gobierno (con la entronización del turismo como fuente de ingresos) y el rumbo americanista y europeísta que el régimen tomaba, la mujer comenzaba a dejarse ver fuera del ámbito familiar, haciéndose notar profesionalmente. Claro está que no se daban las mujeres arquitectos, intelectuales, artistas (salvo la actriz y la cantante), gobernantes o mujeres de negocios; sus labores profesionales eran más modestas (obreras, secretarias, administrativas, etc.), pero eran importantes y, sobre todo, se veían. La mujer dejaba de ser invisible para ocupar, sin bien generalmente en un rango inferior, el mismo espacio físico y profesional que el hombre, en la fábrica, en la oficina o en el ministerio.

«Las secretarias» de Pedro Lazaga, con La Polaca, Sonia Bruno y Teresa Gimpera, película de 1969, es además de, en parte, una españolada para reprimidos al uso, en la época en que un viejo rijoso (el gran Sazatornil) persigue a las jovencitas y en que éstas, en período de pre-destape, enseñan cacha en plena moda minifaldera, además de ello, digo, es un buen documento sociológico que pone de manifiesto la laboriosidad, diligencia, capacidad resolutiva, implicación profesional y buena preparación técnica de la secretaria española, factotum y alma mater de la empresa en que trabaja. Hay algo además muy significativo y es que cuando la secretaria que encarna Teresa Gimpera se casa, abandona el trabajo (los maridos «quitaban» a las esposas de trabajar) y se aburre lo indecible en el hogar, todo el día sola. Curiosamente, no tiene hijos y aquí la película es profética por cuanto la incorporación de la mujer al trabajo generará un descenso en la natalidad nacional hasta el punto de constituir hoy en día un auténtico problema social, cada vez más acuciante. Sus días transcurren entre el tedio vital y el abatimiento moral. Añora el trabajo y ello hasta tal punto que, tras convencer al reticente marido, vuelve a la oficina, reclamada además por su antiguo jefe que ve cómo el negocio renquea desde su marcha. Una mujer casada que sigue trabajando. Claramente es todo un éxito social y la película tácitamente aplaude el hecho.

En «El movimiento feminista (en España)», cuyo autor es Luis Enrique Otero y que constituye una de las colaboraciones del tomo, coordinado por Jesús A. Martínez, «Historia de España. Siglo XX – 1939/1996», se afirma: «La incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral, a partir de los 50, la universalización de la enseñanza secundaria con la aparición de los estados del bienestar y la masificación de la universidad en los años 60, provocaron una transformación radical en el papel y los roles de la mujer en las sociedades industrialmente avanzadas. La independencia económica adquirida por las mujeres y la elevación de sus niveles educativos contribuyeron de manera decisiva a la ampliación del apoyo social de los movimientos en pro de la igualdad de los derechos de la mujer…»

Recuerdo cómo, siendo yo un muchacho de últimos años de bachillerato, en los primeros de la década de los 70, el Ayuntamiento de Madrid estableció la figura de policía municipal fémina, que nos sorprendió a todos. Se hacían chistes al respecto (machistas, claro, ya malintencionados, ya ingenuamente benévolos y, aunque machistas, no siempre favorables al hombre, extremos estos que parecen no excluirse necesariamente), se especulaba con que la mujer agente no sabría imponerse y se le faltaría al respeto, se incidía en lo incompatible de los encantos femeninos con la práctica represiva y de mantenimiento del orden y del tráfico, etc.  Llegó la primera promoción y, como en el soneto cervantino del bravucón, «no hubo nada» y así hasta que bien pronto toda la ciudad se acostumbró a la presencia de las chicas uniformadas y ya nadie reparó más en ello, debido a la fuerza de la «habituación»  social o «fuerza de la costumbre», por evitar el empleo de tecnicismos.

Cuando Suárez llega al poder y decide democratizar, europeizar y «desenfranquizar» España, se fija -y así lo expresa en más de una ocasión- como objetivo el llevar al campo legal lo que es práctica habitual en la calle, esto es «normalizar» la vida social, salvar esa zanja entre leyes caducas que no respetan ni representan la realidad y la realidad misma.

Con el evidente retraso con respecto a Europa, España atiende las reivindicaciones feministas y así la Constitución de 1978 sanciona, como no podía ser menos, la igualdad de hombre y mujer, condena toda forma de discriminación por razón de sexo y pone fin a la inferioridad legal discriminatoria para la mujer hasta ese momento. En 1981, el gobierno de la UCD de Suárez aprueba la ley de divorcio. En 1983, el gobierno socialista de Felipe González despenaliza el aborto en tres supuestos y crea el Instituto de la Mujer, que es ciertamente propaganda política y electoralista permanente, pero que también da frutos que no son estériles o ineficaces en cuanto al cambio de mentalidades, siendo éstas en definitiva  lo más importante porque sobre ellas se asienta a la postre el edificio social.

Una vez conseguidos el reconocimiento jurídico de la igualdad entre los sexos, la ley de divorcio y la ley del aborto (si bien ésta para la izquierda y para amplios sectores feministas, se quedó corta, tal y como quedó de manifiesto con su ampliación bajo el gobierno de Zapatero), el feminismo abandonó las calles y las ruidosas manifestaciones para movilizarse en otros ámbitos. Recuerdo al respecto cómo, durante una concentración feminista en la madrileña glorieta de Quevedo, allá por 1976 ó 1977, y quizá porque, remedando los eslóganes que las vociferantes milicianas «igualitaristas», comunistas o anarquistas, coreaban en sus revolucionarios desfiles durante nuestra Guerra Civil, nuestras actuales manifestantes gritaran: «Hijos, sí, maridos, no», una portera, dolida en sus creencias bastante más tradicionales, salió a increparlas, diciéndoles: «¿Pero qué es lo que queréis… ¿follar como las perras?»

Posiblemente, para evitar encontronazos con las porteras (que al fin y al cabo son compañeras de sexo), el feminismo trasladó su ámbito de acción y de movilización a los mass media. El objetivo era hacer visible a la mujer, que se contara con su presencia y, en el orden de los hechos concretos, lograr que en el campo laboral la sociedad se comprometiera a unos mínimos de presencia  femenina, cifrados en porcentajes claros. Era lo que se dio en llamar la «discriminación positiva», tan discutida y discutible; y así el PSOE, por ejemplo, en 1988 se comprometió a reservar un mínimo del 25 % a la mujer en las listas electorales. Seguirían casi todos los demás partidos.

Paralelamente se producía la invasión pacífica de la universidad por parte de la mujer en los años 80. Si ya en el bachillerato, el éxito de las chicas se hacía notorio cosechando mejores resultados que los chicos, el siguiente paso no podía no producirse y así en los 90, las estudiantes superaban el 50 % de los matriculados. Medicina y Derecho se feminizaron y, con ello, reos de una visión machista de los hechos, se devaluaron socialmente. La instrucción también, pero es que el mundo de la enseñanza ya estaba bastante más feminizado y, por tanto infravalorado, desde hacía bastante más tiempo.

¿Se debe el actual descrédito o al menos indiferencia hacia casi toda práctica profesional al hecho de que la mujer va incorporándose a los feudos profesionales tradicionalmente privativos del hombre, e incluso acaparándolos (cada vez, por ejemplo, hay más mujeres arquitectos, ingenieros, periodistas o políticas) o se debe más bien a que nuestra sociedad sólo valora lo mediático, lo efímero, el relumbrón (cantantes de moda, famosos, gentes de la televisión,  futbolistas, etc.) y desprecia y arrumba cuanto es esfuerzo, formación, práctica responsable y disciplinada, auténtico compromiso social, desempeño laboral sordo y sin sobresaltos ni gancho «provocador» o escandaloso?… que es, por otra parte, cómo y lo que aprendió la mujer cuando era criada del esposo y niñera y cocinera y tantas cosas más en la familia, esto es el no darse importancia, la modestia, la paciencia, la perseverancia, la prudencia y la discreción, virtudes aplicadas ahora a la vida profesional. ¿Que es poco feminista cuanto acabamos de afirmar, amén de discutible? Como es cuanto pienso, no por temor a que se me tache de no sé qué, debo dejar de decirlo.

Y la mujer española comenzó también a brillar en el mundo de los deportes que hasta entonces fue coto privado de los hombres. Las consejas según las cuales la mujer menstruante debía abstenerse de hacer ejercicio por estar poniendo en serio riesgo su salud, o que la práctica deportiva masculinizaba indefectiblemente, o que un golpe en los pechos producía cáncer de mama, etc. fueron pasando al olvido, revelándose tan caducas como aquella prohibición expresa del franquismo que, desde 1939 a 1963, negó a la mujer la práctica del atletismo. Tanto es así que hoy las deportistas españolas brillan en distintas modalidades. ¿Quién lo hubiera podido sospechar hace tan sólo treinta años? Cabe reseñar aquí a Carmen Valero, pionera del atletismo femenino, quien logró proclamarse campeona en los Mundiales de cross en 1976 y 1977, siendo además, en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, la primera atleta olímpica española.

En cualquier caso, dejando al margen la política ultracatolicista de separación de sexos en la enseñanza, hoy en día, en España, se acepta y se vive con absoluta normalidad la total igualdad intelectual de los sexos y su coexistencia en un mismo ámbito profesional o académico. Las mentalidades del presente no conciben ni la segregación por razón de sexo ni la existencia separada. Niños, muchachos y padres no coinciden ya con eso de «los chicos con los chicos y las chicas con las chicas». Ya lo cantaban los Bravos, a finales de los 60: «Los chicos con las chicas tienen que estar / Las chicas con los chicos han de vivir / y estando todos juntos, deben cantar… La edad de piedra ya pasó… y hasta los viejos van a comprender / que tú has de vivir…» («Nosotros reflejábamos una especie de liberación en la etapa del franquismo; cantábamos «Los chicos con las chicas», que estuvo al borde de la censura», comentaba Mike Kennedy, cantante y voz líder del grupo musical Los Bravos». Rioclaro en You Tube, publicado el 30 de junio del 2012)

La liberación sexual. Cuando yo era adolescente y luego fui joven, se empleaba mucho el término de «estrecha» para calificar a la muchacha que no se entregaba con facilidad, que «se reservaba», que, por emplear la terminología taurina, «tardeaba», «manseaba», «no quería tomar varas», «se escupía al hierro», «no entraba al trapo» y un largo etcétera. «Estrecha» era toda aquélla que rechazara «acostarse conmigo». «Estrecha» o «generosa», sin embargo, la mujer quiso ser dueña de su sexualidad, mediante el uso de los métodos anticonceptivos, en el aspecto fisiológico, y dueña absoluta de su elección de pareja y de elección de afines; dueña en definitiva de su voluntad, sacudiéndose las influencias y presiones religiosas y morales tradicionales. ¡Cuán lejanas se nos antojan las dudas y los pensamientos de la galdosiana Fortunata considerando cómo, si bien no le quiera, desposando al pobre de Maximiliano, dejará de ser una arrastrada para convertirse en mujer decente, con un nombre y una familia!

Claro está que lo anterior supuso (y supone) un descenso -alarmante, como ya se dijo- de la natalidad en España, entre otras cosas también por el retraso de la maternidad, difícilmente compatible con la vida profesional y heroica socialmente si se tiene en cuenta la inapreciable ayuda e inapreciable fomento que recibe desde los poderes públicos, siendo el nuestro uno de los países europeos con una más deficiente política social al respecto. «Sobre el envejecimiento de la población española se ha impuesto un extraño silencio, me temo que por razones ideológicas emanadas del Mayo del 68, poco amigo de la fertilidad…» (Ignacio García de Leániz. El Mundo. mayo 2014)

Dice Luis Enrique Otero: «Las nuevas generaciones de mujeres habían conquistado su autonomía personal y no estaban dispuestas a resignarse al tradicional, dependiente y subordinado papel de esposa y ama de casa que había predominado veinte años antes (en los años previos a los 70)»

La sociedad española, desde la muerte de Franco, ha experimentado numerosísimos cambios que la hacen a veces irreconocible. España es, de los países occidentales, el que más lo ha hecho en los últimos cuarenta años. En muy gran medida, esas novedades son consecuencia de la nueva visión y rol sociales de la mujer y España, en muchas cosas, ha cambiado para bien gracias a la mujer y a su emancipación. Lo negativo de las modificaciones sociales producidas en nuestro país son ajenas a la mujer: desnacionalización de la nación, terrorismo, partitocracia, fuerte deterioro de la instrucción pública, incultura de masas propiciada por las distintas televisiones que nos convierten a los españoles en auténticas porteras, corrupción desbordante, codicia financiera, desprotección progresiva del trabajo, despilfarro, sistema impositivo apabullante para el contribuyente y la pequeña empresa, etc. Por el contrario, la mujer ha aportado: igualdad, libertad, discreción, disciplina, responsabilidad.

En definitiva, que la mujer modificó sustancialmente con su impulso no sólo las esferas oficiales jurídicas e institucionales, sino además y sobre todo nuestro sistema de valores y nuestras conductas, colectivas e individuales. Como concluye Otero: «una de las mayores y más profundas transformaciones registradas por la sociedad española del último tercio del siglo XX».

En situaciones de postración económica y política, máxime si incluso se habla de miseria, la mujer lleva las de perder frente al hombre: estará más postrada que él, más explotada y será aún más miserable. «Lo esencial del saber, lo que saben los niños y los paletos, ella lo ignoraba, como lo ignoran otras mujeres de su clase y aun de clase superior… aquella incultura rasa». (Benito Pérez Galdós . «Fortunata y Jacinta») Es en las sociedades prósperas o en vías de serlo, en que la mujer no sólo hallará su tabla de salvación, sino su pleno desarrollo y su empuje y sus ansias de libertad serán acicate, espuela de prosperidad y libertad para el conjunto de la sociedad. Es cuanto ha sucedido en España.

II) MACARENA:

Ya va siendo hora de que nos ocupemos de Macarena… La canción refleja a su manera y con su sesgo comercial a la nueva mujer española, mucho más cercana a la Carmen de Mérimée que no a la doña Estefaldina de Valle-Inclán. «Doña Estefaldina teje su calceta / puesta de mitones, cofia y pañoleta, / en el saledizo de su gran balcón. / Doña Estefaldina nunca fue casada… / Doña Estefaldina… reprende a las mozas si tienen galán…» (Ramón María del  Valle-Inclán. «La infanzona de Medinica»). Decimos esto de Carmen pues, evidentemente, siendo como es «Macarena» una canción dirigida a las masas en un período en que todo ha de hacer alusión o abordar directamente el sexo, en que el sexo es obligación social, el sexo y lo sexual impregnarán forzosamente todo el texto y el sentido de la canción. Pero es que es precisamente en este ámbito donde mejor se puede calibrar el cambio cualitativo y cuantitativo de la mujer española y de la sociedad española en su conjunto.

  • La mujer es dueña de su cuerpo, no se avergüenza de él (ni de sus «enfermedades» o «suciedades» como lo fuera tradicionalmente la menstruación y a ello no poco ha contribuido la industria farmacéutica y de la higiene -tampón, absorbentes, etc.- y su inteligente propaganda llevada a cabo por excelentes publicistas amigos de la mujer, aunque de ello, obviamente, obtengan beneficios), no lo esconde ni sacrifica; al revés reivindica como derecho su disfrute, que puede ser sexual o no (deportivo, lúdico, expresivo, yoga-meditativo, etc.). Por ello cantan los del Río: «Dale a tu cuerpo alegría, Macarena». Macarena quiere divertirse: salir con amigos y amigas, bailar, bañarse en la playa luciendo palmito, ser admirada casi desnuda recuperando una fe y una visión vitalistas y paganas que la venguen de una opresión corporal y sexual judeo-cristianas. «Cuerpo pagano», llama el pintor Juan Luis a la bella Raquel en «El huésped del Sevillano», significando con ello que Raquel nació para dar y procurarse placer. «Que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas», o sea placer, palabra clave que destruye la vergüenza del sometido (sometida en este caso) y hace añicos un muy arraigado tabú. Como cantaba Jean Ferrat en 1975, irónicamente claro, «une femme honnête n´a pas de plaisir» (una mujer decente no tiene placer).
  • ¿Qué son pues esas «cosas buenas», esto es en qué se cifran? En fiestas con amigos y botellones, en macro-fiestas, en macro-conciertos, en discotecas, en el consumo de drogas (si bien con cierta moderación y más bien ocasionalmente), en relaciones sexuales que pueden ser tan efímeras como de una sola noche, en vacaciones al sol, bronceándose y bailando de noche, etc. La mujer no tiene por qué anclarse en una relación fija, o sea enamorarse; incluso el matrimonio, sacramento para la Iglesia, puede ser roto civilmente; incluso puede uno (una) casarse por lo civil; incluso puede una ni casarse siquiera, sin por ello ser una barragana o ser una furcia, sin perder su dignidad ni consideración social.
  • La mujer se permite ser infiel, como siempre se lo permitió ser el hombre. Entre otras cosas, el adulterio quedó despenalizado a la muerte de Franco. La mujer puede, si quiere, tener más de una relación y despachar a pretendientes, novios y amantes. Carmen: «J´ai des amants à la douzaine, mais ils ne sont pas à mon gré… Mon amoureux? Il est au diable; je l´ai mis à la porte hier». («Cuento los amantes por docenas, pero no son de mi agrado… ¿Mi enamorado? Al diablo lo envié; ayer le di puerta») («Carmen» de Bizet). Y así:

 «Macarena tiene un novio que se llama,

que se llama de apellido Vi(c)torino

y en la jura de bandera del muchacho

se la dio con dos amigos»

Mientras, anacrónicamente, el novio cumple con sus deberes patrios (una mili que será abolida por Aznar para dar paso a un ejército profesional), mientras el hombre queda anclado en el pasado, Macarena le es infiel sin remordimiento alguno. En lugar de presenciar la jura de bandera del muchacho, un acto social otrora importantísimo y auténtico rito de madurez de nuestra sociedad que convocaba y emocionaba, casi con el mismo rango que una boda, a toda la familia y a la prometida, Macarena da la espalda a lo rancio y decide divertirse ¡y con dos amigos a la vez! Y el pobre Vi(c)torino queda, como Fonseca, triste y solo, amén de coronado como gran cornudo. Cuando se compuso la canción, los toros de Victorino Martín, el «paleto de Galapagar», estaban en su apogeo popular. Recuérdese al respecto la «corrida del siglo», de 1982, en Las Ventas en que los tres matadores, Ruiz Miguel, Esplá y Palomar, acompañados de Victorino Martín, salieron por la Puerta Grande.

Anteriormente, también una mujer podía tener varios amantes, jugar con ello, ser infiel, etc., pero o era una cortesana a la Marguerite Gautier, la Dama de las Camelias, la Violetta de La Traviata, o bien se movía en los ámbitos de la vida airada, de ambientes sórdidos e incluso violentos o sencillamente tristes y desconsolados, como una María la O, personaje propio del crudo naturalismo teñido de sentimentalismo popular, del que la copla española, la canción mexicana o la inconmensurable Édith Piaf nos brindan tantos ejemplos. Carmen, por otra parte, en su mundo de delincuencia y contrabando, sería  también buena ilustración de ello. En ocasiones, el lujo y despilfarro de las más solicitadas cortesanas parisinas del Segundo Imperio y de la Tercera República fueron tales que no podían contentarse con un solo amante para mantener su disipado y desaforado tren de vida. La diferencia estriba ahora en que Macarena no es ni una dama de las camelias, ni es María la O. Es una chica que estudia, ya sea bachillerato, ya sea un módulo de Formación profesional, o una carrera universitaria, o ejerce ya de fisioterapeuta, de monitora de gimnasio, de médico, de dependienta, de diseñadora o de farmacéutica; pertenece a la muy nutrida ya clase media que no frecuenta ni los bajos fondos ni las altas esferas, que actúa con total naturalidad y que no está pues en ningún disparadero u ojo del huracán social. Macarena es una más y tiene muchas amigas que piensan y se comportan a su modo, sin tener que explicarse o justificarse a cada paso.

Macarena puede tener novio, incluso para casarse, o sea prometido, pero en vacaciones puede marchar con unas amigas o incluso sola a la costa: Cullera, Torrevieja, Benidorm, Marbella, y si dispone de posibles, ¡Ibiza!… y ¡a desfasar de lo lindo!, que es, por otra parte, lo que la canción quiere significar con eso de que a Macarena le «gustan las movidas guerrilleras», esto es el «desmadre». Es revelador al respecto cuanto se afirma en la revista que edita el famoso complejo ibicenco de diversión turística, el «Ushuaïa»:  «Ibiza is where beautiful people consume an underwear-revealing mix of drink, drugs and electronic music» (Ibiza Ushuaïa magazine. nº 2. 2014)

«Macarena, Macarena, Macarena,

que te gustan los veranos de Marbella.

Macarena, Macarena, Macarena,

que te gustan las movidas guerrilleras…

¡Aaaah!»

En la época de la canción, la Marbella de Gil y Gil, estaba también en su apogeo de popularidad.

  • Macarena es coqueta. La canción surge en un momento de gran expansión comercial de El Corte Inglés, que, además, en su sección de moda, cobija las mejores marcas. De ahí que Macarena sueñe que «se compra los modelos más modernos». La clase media española ha crecido tanto que los grandes almacenes lo han hecho también cuantitativamente y han mejorado cualitativamente. Macarena no compra en la Milla de Oro, ni tampoco en la Place Vendôme, pero sí en el democratizador Corte Inglés, del cual por otra parte hay distintos tipos según la zona en que se hallen, adaptándose comercialmente a la clase media alta, media media o media baja.
  • «Y se va a vivir a Nueva York». Los viajes aéreos transatlánticos también se han vuelto mucho más asequibles, se han democratizado. Nueva York es, junto con Hollywood-California y Miami, la ciudad americana que más atrae al joven europeo, por su ambiente de libertad, de creatividad, por ser icono cinematográfico, por existencia mediática (el «I heart-love NY»). En Nueva York Macarena culminaría sus ansias de independencia.

Si para una chica de provincias, Madrid o Barcelona, asegurándole el anonimato dadas sus grandes dimensiones y debido también al hecho de que en las ciudades muy pobladas cada cual va a lo suyo y se despreocupa de los demás, le brindan una grandísima autonomía de movimientos y de conducta y acrecientan su sentimiento de emancipación, qué no será en una Nueva York, tan poblada, tan cosmopolita, tan inter-étnica, tan artística y tan liberal. Sí, porque Macarena es muy individualista y abomina de ataduras.

«En una casa tal vez

suelen vivir ocho o diez

vecinos, como yo vi,

y pasarse todo un año

sin hablarse, ni saber

unos de otros…

Pues que (en Madrid)…

está una pared aquí

de la otra más distante

que Valladolid de Gante»

dice el provinciano don Sebastián abundando en lo anónima que resulta la vida en el Madrid del Siglo de Oro (Tirso.»La celosa de sí misma»). Si ello era así hace ya cuatrocientos años, ¿qué no será ahora y qué no será en Nueva York?

  • «Y se liga un novio nuevo». Claro, no podía faltar. ¿Será yanqui ese muchacho? No necesariamente, que en Nueva York hay de todos los colores y para todos los gustos, pero será nuevo, eso sí. El novio aquel de la primera estrofa, ya lo vimos, se le quedaba anticuado y angosto, por estrechez de miras (seguro que hasta era celoso y todo), a Macarena que quiere gozar de la vida. No le daba alegría y ella quiere divertirse y no tener que dar explicaciones a nadie. Presumiblemente, tras este nuevo novio neo-yorquino, vendrán otros.

¡Caramba con Macarena y cómo han cambiado la mujer y la sociedad españolas!

Conclusión: Macarena es pues una muchacha:

  • consumista (El Corte Inglés, la moda)
  • individualista (antepone el propio placer a los «deberes», sin auto-reproches: «se la dio con dos amigos»
  • de ansias cosmopolitas con claro predomino de lo americano (Nueva York)
  • muy influida por las modas (Macarena, muy posiblemente, esté tatuada en más de un lugar y exhiba piercings.
  • muy  influida por los mass media (televisión, revistas de moda y cotilleo, redes sociales, etc.)
  • muy erotizada (como lo expresa la canción en su totalidad): «dale a tu cuerpo alegría y cosas buenas», esto es sexo, claro está, y quizá incluso de vez en cuando alguna droga, ya excitante, ya narcótica.
  • profundamente hedonista (ligoteo, playa, discotecas, «desfases»)
  • frívola y liviana, corolario de todo lo anterior. Por ejemplo, no es de esperar que Macarena lea buena literatura ni vea buen cine. Le gustarán, muy probablemente, Angelina Jolie y Brad  Pitt, las series españolas de televisión y los best-sellers americanos y españoles.

Coda: Existe, como se sabe, una versión electrónica internacional de Macarena que, imagino, se habrá vendido aún mejor que la versión primera, original y auténtica. En aquella versión, en la electrónica, por ser música de masas y música discotequera, todo es reducción. Quedan los del Río degradados a meros comparsas que cantan sólo el estribillo y queda la letra constreñida al estribillo, con lo cual la canción se vuelve aún más pachanguera, paupérrima y aún más comercial, perdiéndose así toda la información sociológica que la letra transmite. Macarena queda así encanijada bajo forma de mamarracho discotequero exhibiendo masificación universal y clamando vulgarmente por el sexo a raudales.

¡Eeeh, Macarena! ¡Aaaah!

La(s) tercera república(s) ¿española(s)? El nuevo apocalipsis

Repúblicas 1

ya está liadita la guerra
Alegrías, popular

Todas las partes de mi monarquía se encuentran en terrible estado, y hay guerras y disturbios en cada rincón.
Carta de Felipe IV a su confidente Sor María de Ágreda en junio de 1645

Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada.
Apocalipsis 6, 4

1) españa

Así, con minúscula, para ir haciéndonos a la idea de su desaparición. La desposeemos de la inicial en mayúscula y luego, poco a poco, le vamos arrancando letritas: spaña, spañ, pañ, añ, ñ… ¡Y se acabó!

Con motivo de la abdicación del Rey y la posterior coronación de su hijo, Felipe VI, más de una voz se ha alzado exigiendo un referéndum que nos permita escoger entre monarquía o república, proclamando la necesidad moral de esta última y ensalzando sus virtudes.

Imaginemos que, por las circunstancias que fueran, se proclamara la Tercera República Española… Cuanto sigue es un relato de política-ficción. Que el lector se pregunte, si llega hasta el final, si cuanto en él se expone resulta tan descabellado como podría pensarse. Para ello habrá de hacer acopio de valentía y deslindar bien el deseo de la realidad, que aquél, con su buena voluntad o con su pensamiento mágico, no contamine a ésta.

Acaba de proclamarse la Tercera República. Esta república nace medio muerta ya y por mucho que se la traslade a la incubadora, tiene los días, cuando no las horas, contados. Y no por la amenaza de un golpe de Estado Militar, que es ya algo imposible en nuestro país, sino por otra forma de Golpe de Estado, civil éste, y desde luego mucho más eficaz. Hablamos, claro está, de los golpes de Estado nacionalistas.

2) Cataluña

Ésta sí, con letra inicial mayúscula e incluso, por qué no, con mayúsculas toda ella:

CATALUÑA.

Cataluña, en efecto, llevará a cabo su declaración unilateral de independencia, proclamando -como ya lo hiciera Companys durante la Segunda República Española- la República Soberana Catalana. Inmediatamente después, pues no puede ser menos, el País Vasco hará otro tanto. ¿Galicia? Quizá a esta región, convertida ahora en nación, le cueste un poquito más, pero como nadie quiere irles a la zaga a las otras y, además, Galicia posee lengua propia y fue Reino independiente, si bien fuera por muy poco tiempo, durante el siglo XI del Medioevo hispano. Así pues lo tiene todo a su favor.

Vemos pues que, de esta guisa, no podrá hablarse con propiedad de la República Española, sino de repúblicas ex-españolas. ¿Cuántas? Formulemos la pregunta bajo una nueva luz. ¿Cuántas autonomías componen nuestro Estado de las Autonomías? Diecisiete, más las plazas africanas de Ceuta y Melilla. ¿Se darán entonces diecisiete repúblicas ex-españolas y, además, anti-españolas? Sí, tras las repúblicas de las» nacionalidades históricas», surgirán muchas más, que es cuanto se  irá viendo en el transcurso del relato.

Antes de proseguir, cabe preguntarse qué hará el Ejército en estas circunstancias. La respuesta no puede ser más fácil ni sencilla. No hará nada. Temeroso de que lo acusen de genocida, permanecerá en sus cuarteles (de invierno, claro está); por otra parte, a ver qué ejército puede luchar en diecisiete frentes a la vez. Pero sobre todo, y ésta es la cuestión fundamental, ¿el ejército de qué país o región o república? Como España habrá dejado de existir, el ejército nacional también. Cada república habrá de intentar, lo mejor que pueda, recomponer su propio ejército nacional con lo que encuentre.

3) La hora de Marruecos                                      

Así las cosas, mutilado y desmembrado el Estado y en pleno desconcierto ex-nacional, Marruecos -como ya procediera en el pasado con el Sáhara Español- aprovechará el estado general de debilidad y confusión políticas para ocupar Ceuta y Melilla. El ejército recibirá la orden de no oponer resistencia y de entregar las armas. Como ya se ha dicho, lo que no se sabrá exactamente es de quién recibirá esa orden pues no estará claro quién (qué persona)manda, pero sobre todo desde dónde se manda, esto es desde cuál de las repúblicas. En cualquier caso, a ningún militar de estas dos plazas se le ocurrirá hacer uso de la fuerza u oponer una resistencia numantina, abocada  de antemano al fracaso y que produciría luego una auténtica escabechina entre los ex-españoles. A la población civil de estas dos ciudades africanas se le planteará el siguiente dilema: permanecer como comunidad extranjera en el Reino de Marruecos  e intentar convivir con una morisma muy crecida y hostil (con el riesgo de que se reproduzcan, pero a la inversa, claro, los hechos que acontecieron a los árabes del Reino de Granada una vez conquistado por los Reyes Católicos, o a los moriscos bajo Felipe III), o bien emigrar a la Península. A las Canarias, no, por aquello de que por saltar de la sartén, se da en caer en las brasas, por cuanto ahora se referirá.

Si nuestros ceutíes y melillenses optasen por abandonar sus hogares, sus trabajos, sus negocios, sus hábitos y querencias, su tierra, para reencauzar sus vidas en la Península, plantearían un problema similar, cualitativa y moralmente, si bien menor cuantitativamente, al que tuvo que afrontar Francia con sus pieds-noirs tras la independencia de Argelia, con el agravante de que, como España como tal no existirá ya, no se sabrá quién, cuál de las repúblicas, asumirá la responsabilidad de realojarlos. Posiblemente ninguna quiera cargar con ese muerto (ya las antiguas comunidades autónomas ofrecieron soberbios ejemplos del egoísmo más mezquino) y así ex-ceutíes y ex-melillenses se verán condenados a vagar como el judío o el holandés, errantes ambos, por lo que antes fuera la España peninsular, desconociendo a quién dirigirse o a quién reclamar. Como siempre, en el caso de que la tengan, la parte de familia peninsular o algún pariente no muy lejano, o un muy buen amigo peninsulares puedan echarles una manita. Y si no, siempre queda Cáritas, pero, claro, cuál de ellas: ¿la Cáritas, pongamos por caso, murciana, o la Cáritas asturiana?

Mohamed VI. Huffington Post

Envalentonada, Marruecos se hará a la mar océana y ocupará asimismo las Islas Canarias, que en el imaginario magrebí son también tierra irredenta.  Aguarán así la fiesta a la nueva República Canaria, proclamada unos días antes, circunstancia esta que debilitó aún más la posición del archipiélago y alentó la aventura marítima del reino alauí. Sí, pues, ante la nueva situación política y las proclamaciones de las «nacionalidades históricas» como repúblicas independientes, Coalición Canaria, apelando a la incuestionable identidad nacional de las islas, tras negar la existencia de la nación española, y repitiendo los términos recogidos en su ponencia ideológica del congreso de noviembre del 2008, expresa su voluntad de ser el «vehículo de la construcción democrática de la Nación Canaria» y clama por  «la defensa de su identidad y el ejercicio de su autogobierno». «Canariedad».  Lástima que el español genocida acabara con la lengua guanche, pues qué duda cabe que ello, junto a su condición insular y su «africaneidad», les hubiera conferido mayor carácter exótico que incluso a los harri jazoizatleak vascos. Ahora bien, ya había advertido el alcalde canarista de la Orotava, preocupado por la magnitud de la cuestión migratoria, que, por culpa de la despreocupación de Madrid, sus compatriotas quedaban permanentemente a merced de que «el  moro venga un día y nos lleve por delante»; en su opinión la solución al problema residía («no queda otra alternativa») en la constitución de gobiernos nacionales en las administraciones canarias. (ABC, 1/12/2008). En un dominical de El Mundo de, si no voy errado, principios del 2007, por otra parte, se presentaba un magnífico dossier periodístico sobre los movimientos independentistas canarios. Había quien proponía, para empezar, la independencia de todas y cada una de las islas, para luego formar, a través de negociaciones, las confederaciones que fuera menester. Reminiscencias del MPAIAC del buen Cubillo. «A merced del moro». Ahora sí, pero no del pobre morito que llega para que cavar zanjas y acarrear ladrillos, sino de toda una Armada y de un todo un ejército que se sabe vencedor de antemano y asistido de razón patriótica. A pesar del tímido apoyo, meramente simbólico, de Argelia a la nueva república oceánica, el archipiélago dejará de ser independiente. Además, al parecer, la mar canaria tiene petróleo y Marruecos lo necesita. Los ex-españoles ya pusieron las infraestructuras; ahora toca al marroquí explotar las reservas de su nueva provincia oceánica. La verdad es que Marruecos ha crecido lo indecible en detrimento de España: primero, con la anexión del Sáhara, y con la ex-España luego, incorporándose Ceuta, Melilla y ahora las Canarias. Gracias a la desaparición de nuestro país, el fervor patriótico marroquí está en su apogeo, tanto como el nacionalismo árabe se halla pletórico de activa energía. ¿Dónde queda aquello que tanto se oyó durante la Transición de la «españolidad» de las Islas Canarias, cuestionada por Cubillo y los magrebíes, no sólo marroquíes? Mais où sont les neiges d´antan?

Como con los habitantes de las plazas norteafricanas, ¿qué ocurrirá con los canarios? Súbitamente empobrecidos, ¿adónde dirigirán sus pasos? Ante una España que no puede ya ni protegerlos ni darles cobijo, pues ya no hay España, y si no quieren soportar los previsibles desmanes y desafueros del amo marroquí, como no tomen el barco hasta Madeira o las Azores, intentando allí rehacer sus alteradas y menguadas existencias…

Bien, ya ha visto fenecer sus días, amén de las plazas norteafricanas, toda una señora república y todo un archipiélago soberano. Nos hemos quedado en dieciséis.

4) Nuevamente CATALUÑA. La gran CATALUÑA

Repúblicas 2

Volvamos a Cataluña. Ésta, bajo el delirio ultranacionalista e irredentista de sus dirigentes, sólo aspira a retrotraerse al pasado y revivir los gloriosos tiempos de la Corona Catalano-aragonesa, cuando aquello de que, en aquel entonces, desde un chipirón hasta una ballena tenían que pedir permiso a Barcelona para dar aunque sólo fuera una brazada en el Mediterráneo. Si bien, de momento al menos, el Alguero  queda fuera de sus reivindicaciones expansionistas, se habrán de incluir en la República Catalana las Baleares, el País Valenciano y, aunque renunciando también de momento al grueso de Aragón, se le reclamará a ésta la franja oriental catalanoparlante, sin olvidar la Catalunya Nord, que pertenece a Francia, a la República Francesa, complicándosele así las cosas al pan-catalanismo por el poder y la claridad de ideas de los gabachos.

Imaginemos que, mediante un hábil golpe de mano, las fuerzas pro-catalanistas baleáricas, aprovechando la confusión y la perplejidad reinantes y el, intrépido, «viaje del toro» de sus poderosos primos catalanes, logran hacerse con el poder del archipiélago, desarmando todo posible conato o iniciativa de resistencia al expansionismo catalán. Quienes no se muestren satisfechos con la situación, ya sea por pancismo, ya sea por sentirse incapaces de luchar y vencer con unas mínimas garantías de éxito, se resignarán ante este nuevo estado de cosas y, así, las Baleares formarán parte, desde aquel momento, de la República Catalana, la cual les habrá garantizado formalmente una cierta autonomía, aunque sólo sea, por estar inmersos en un espíritu histórico-medievalista que les lleva a rememorar aquello del Reino de Mallorca. Bien, ya ha desaparecido otra república. Quedan quince. Las dos desaparecidas corresponden a archipiélagos, están en medio del mar. Se ve que ese aislamiento insular, lejos de favorecerlas como históricamente sucedió con Inglaterra, les ha hecho inviable su independencia.

Hasta ahora hemos hablado de ocupación o de invasión, las que Marruecos llevarán a cabo en el océano y en las plazas españolas norteafricanas, mas no aún de guerra propiamente dicha. Ha llegado el momento, no obstante. En una entrevista de Blanca Torquemada, en el ABC del 16 de octubre del 2011, a José Manuel Otero Novas, antiguo ministro de la UCD, se le formula la siguiente pregunta: «El deterioro de la unidad territorial al que hemos llegado tiene aún arreglo?» y el ex-político responde lacónicamente: «Cada vez es más difícil». Luego Otero Novas explica la necesidad, para recomponer la unidad nacional, de una gran coalición entre las dos fuerzas nacionales mayoritarias, para a renglón seguido, expresar su escepticismo ante esa posibilidad; sugiere entonces el nacimiento de una fuerza política cuyo único objetivo político sea precisamente el de la unidad; por último apunta «otra posibilidad», afirmando que «la solución de esto puede venir también por algún drama». La periodista la coge al vuelo y le pregunta entonces: «¿No es descartable que acabemos en guerra por esta cuestión nacional?», Nueva respuesta más lacónica y tajante aún que la primera citada: «No lo es».

Ciertamente este tipo de opiniones no abundan pues el solo hecho de imaginarlas ya pone espanto en quien las formula y en quien las escucha o lee. Recordemos, llegados a este punto, la afirmación de Ortega por la cual «toda realidad ignorada prepara su venganza». No hace mucho, pero ya no recordamos ni por parte de quién exactamente, con sus nombre y apellido, ni en qué medio, un historiador o pensador, alguien -que, desde luego, no era un tonto- afirmaba que, en caso de independencia de Cataluña, la guerra entre Castilla y Cataluña estaba servida y que no podía ser de otra manera. En nuestro relato hay guerras, pero no precisamente entre los dos antiguos grandes reinos peninsulares, como se explicará en su momento.

Artur Mas. Valenciaplaza.com

Volvamos al relato. El País Valenciano. Aquí también los catalanistas llevarán a cabo sus maniobras para, lo más rápidamente posible, silenciar toda resistencia, pero una gran parte del pueblo valenciano no se avendrá a la nueva realidad pan-catalanista y hará frente, sacudirá coces y dará cornadas, echándose al monte parte de su población, reivindicando entre otras cosas su lengua propia, que sostienen -científicamente- es distinta al catalán, y una inalienable idiosincrasia que se les quiere ahora arrebatar. No sabemos entonces si se revivirán los tiempos gloriosos de la antigua corona de Aragón con aquello del chanquete y el pez espada pidiendo permiso al monarca catalán, pero sí, desde luego, se recrearán los tiempos broncos de las partidas carlistas. Habrá guerra. No será la de Irak, ciertamente, pero en toda guerra hay muertos y el sino de esta guerra es la de extenderse, balcanizarse y poder emular a la de la fragmentación yugoslava.

El País Valenciano, además, no lo olvidemos, posee unas comarcas occidentales y meridionales donde sólo se habla castellano; esas comarcas, económicamente importantes y muy pobladas también, rechazarán aún con mayor saña la dominación catalana y se echarán al monte, jugando a las dos barajas del apoyo y alianza con las fuerzas valencianistas y recabando, o al menos intentando recabar, el apoyo de Castilla, tentada así con una expansión de sus fronteras hacia el Este peninsular.

¡Castilla!, ¡Aragón! ¡Qué bello! En cuanto que mencionemos el Reino de Navarra y reconstruyamos uno nuevo de Granada, ya estamos otra vez en la Baja Edad Media…

Así pues dejamos a la República Valenciana, si no desaparecida del todo, sí, al menos, herida, desgarrada y dividida, sin gozar de plena soberanía, por quedar contestada desde muchos frentes, incapaz de mantener la autoridad del flamante Presidente «che», de tal manera que en la práctica podemos decir que es inexistente o no suficientemente consistente. Ya sólo quedan catorce de las antiguas comunidades autónomas de nuestro ex-país.

No queda aquí la cosa. Son franceses desde hace siglos, desde la Paz de los Pirineos que siguió a la Guerra de los Treinta Años en que la Corona Española quedó desposeída de ellos, el Rosellón, el Vallespir y la Cerdaña. Cataluña ha de reconquistarlos, pero surge un problema y es que Francia no es España, o más bien que Francia no es ex-España; no, Francia es un pan entero, ya sea baguette u hogaza, y no migajas de pan revenido… (¡Cómo no estará de rancio y revenido lo ex-español que es bajomedieval y todo!) Este hecho de la realidad francesa opone una absoluta dificultad a la labor irredentista del independentismo catalán.  Por otra parte, no resulta muy claro a los catalanes franceses eso de pasar a ser ahora ciudadanos de una república pequeñita, por mucha expansión a la que aspire y que se encuentra además en francas dificultades. Si bien Barcelona les ha garantizado que pueden seguir organizando corridas de toros (con la única exigencia de que se les llame «curses de braus»), los catalanes franceses, tan buenos aficionados, no acaban de fiarse. No obstante, alentados por su independencia recién estrenada, las nuevas autoridades republicanas catalanas llevarán a cabo una labor permanente y contumaz de zapa y propaganda activa y agresiva del catalanismo en aquellos pagos irredentos con ánimo de sumárselos. Habrá incluso sabotajes y partidas de trabucaires operando en suelo francés. Llegarán a tanto en su osadía que Francia, verdadera república, habrá de responder. Militarmente, claro. Llevará a cabo acciones de castigo rápido e incluso podrá, para garantizar sus fronteras, seguridad y unidad nacional, llegar a ocupar partes importantes  y extensas del Principado. Los franceses, además, han adquirido una gran práctica en el África negra y los vastos Sáhara y Sahel, y serán tan eficaces que llevarán a cabo una auténtica satelización de la República Catalana, reverdeciendo aquella otra que ya realizaran bajo Mazarino, arrebatando Gerona y Barcelona a Felipe IV, cuando comenzaba el declinar de España.

Como podemos apreciar, los catalanes estarán atareadísimos con tanto frente abierto, sí, pues habrán de considerar además otro nuevo, el de Aragón. En efecto, la República de Aragón habrá de garantizar su integridad territorial y no tolerará la ocupación de su franja oriental por muy catalano-parlante que sea, entre otras cosas porque ya demostró,  no hace mucho, el Parlamento aragonés que allí lo que se habla es lapao, esto es una lengua aragonesa. También aquí habrá conflagración bélica. Los aragoneses no tolerarán que se les recorte territorio. Además se mostrarán muy celosos de su pasado pues la antigua corona se llamaba precisamente de Aragón, esto es como su actual República. Aragón, pues, aunque haya de afrontar dificultades, no desaparecerá como república, con lo cual seguimos manteniendo las catorce. De momento.

Si recordamos bien fue Marcelino Iglesias, a la sazón presidente de la extinta comunidad autónoma de Aragón, quien, con motivo de la guerra del agua peninsular, declaró algo así como que el Ebro, a su paso por Aragón, era propiedad de los aragoneses, pero que los no-aragoneses no se preocuparan pues él no consentiría, a pesar de no ser baturros, que se murieran de sed. Conmovedora solidaridad inter-autonómica. Ahora, constituida en república, dueña al fin de su destino, puede Aragón, mediante un ambicioso proyecto de presas y pantanos, frenar el avance del río justo antes de la frontera, condenando al enemigo catalán a un cauce seco y, así, doblegando su altivez, obligarle a desistir de su política expansionista. Queda probado con este ejemplo cuánto no deben  las nuevas repúblicas a las sacrificadas autonomías y, por tanto, no será de extrañar que muchos de sus actuales presidentes hayan ostentado y ejercido, previamente, el cargo de presidente autonómico.

Hay algo que beneficia, y mucho, económicamente a la República Aragonesa. Como los pasos tanto de La Junquera-Port Bou como de Irún-Hendaya se han vuelto muy inseguros, se ha impuesto la necesidad de reabrir el paso de Canfranc con Francia. Los gobernantes aragoneses no pueden estar más ufanos, pues ello supone importantes ingresos en derechos de aduana y de peajes. No hay mal (ajeno)  que por bien (propio) no venga.

¿Y Andorra? Las razones por las cuales permanecerá libre de toda agresión o iniciativa anexionista resultan tan meridianamente claras, más que el agua aun tras el reciente, que no el primero, escándalo Pujol, que no vamos a extendernos en ellas.

Frente aragonés, frente francés, frente valenciano… Son tantos los conflictos armados que Cataluña no sólo podría ver en entredicho su expansión, sino que incluso vería mermar su territorio continental. Además, en este contexto de debilidad catalana, en las Baleares podrían atreverse a surgir ya voces claramente discrepantes, dispuestas a restablecer la abolida República Balear, reminiscencia actualizada del medieval Reino de Mallorca, como ya se dijo, puesto que, como vemos, se trata ahora de reverdecer, modernizándolos bajo forma de república, los antiguos reinos medievales hispanos. Habrá incluso voces eruditas que reclamarán para las Baleares la antigua capitalidad de Perpiñán, pero sin llegar a formar una escuadra naval para su desembarque y reconquista. Permanecerá en el imaginario, eso sí, del irredentismo baleárico.

5) Euskal Herria

Cuanto acontezca en Cataluña, encontrará su réplica en el País Vasco. En efecto, el pan-vasquismo animará desde el primer día la República de Euskal Herria. La antigua reivindicación del Reino de Navarra se activará. La zona norte navarrica, dominada por el etarrismo, se sumará alegre a la nueva nación. El problema residirá en el resto del territorio. Toda la rabia, arrumbada y en sordina durante tanto tiempo contra el pan-vasquismo que ha asesinado, extorsionado y amedrentado, estallará de repente y con gran violencia, y ambas tierras de carlismo exasperado y ásperos requetés se enzarzarán en una lucha a muerte. Dicha lucha a muerte entre territorios hallará su pendant entre los lugareños de cada uno de los territorios considerados por separado pues no es imposible que, dentro del País Vasco, por razones idénticas a las que muevan a muchos navarros a empuñar las armas contra el abertzalismo, sean bastantes quienes ya no puedan contener más una impotencia y una humillación prolongadas durante demasiado tiempo y yergan cabeza, puños y fusil en busca, más que de venganza, de afirmación violenta de una dignidad escarnecida. Se acabó la contención y el temor. «Si hay que morir, muramos matando», se dirá más de uno. Y otros añadirán: «Sí, es hora de hablar de una vez y de responder a las armas con las armas». En este caso no nos retrotraemos a la Edad Media, sino a nuestra reciente Guerra Civil, con sus paseos y ajustes de cuentas en la retaguardia. Es cuanto pasa cuando se hunde el Estado de Derecho, que ostenta el monopolio de la violencia y contiene venganzas y luchas fratricidas. Lejos quedará la admiración de propios y extraños ante la prudencia y la renuncia a la venganza por parte de unas víctimas que sólo reclaman justicia.

Obviamente, el condado de Treviño, al segundo de proclamarse la República Vasca, pasará a ser ocupado y absorbido. Castilla no moverá un dedo por el enclave burgalés en tierra vasca, pues no dejan de ser unas tierrucas anecdóticas y, además, ganadas ya, a base de amenazas, a la causa pan-vasquista. La batalla se da de antemano por perdida y, por tanto, no se libra.

Por otra parte, como el hábito se convierte en segunda naturaleza, y han sido tantísimos los años de bombas, secuestros, palizas, insultos y amenazas de muerte, quienes los practicaron y jalearon, se verán llamados a ejecutar de nuevo esos actos que daban un sentido a sus vidas, requeridos por el fondo violento que impregna el País Vasco. Es más, incluso llevados de la inercia, no es descabellado pensar que pongan alguna bomba en la República de Madrid, aunque ya nada tengan que litigar con ella. La fuerza de la costumbre.

Al igual que para Cataluña, también existe un País Vasco Norte, secuestrado por Francia. Los constantes hostigamientos, acosos e incursiones en Euskadi Norte, moverán también a la República Francesa a intervenir en la República Vasca, ocupando zonas de importancia estratégica y castigando bases de operaciones vasquistas, de tal manera que también la República Vasca, lejos de expansionarse, menguará. Sí, pues ahora no ocurrirá como en 1638, en plena Guerra de los Treinta Años, en que la ofensiva francesa contra territorio español por Guipúzcoa fracasara y Fuenterrabía fuera liberada. Eso tan folklórico del Alarde dejará de celebrarse y ya no tendrá sentido pronunciarse a favor o en contra de que las mujeres tomen parte en él puesto que ya ni un sexo ni el otro lo harán.

Por otra parte, tanto en Catalunya como en Euskal Herria, los franceses, tan versados ya en castigar el terrorismo yihadista en el África, se encontrarán en las dos mencionadas repúblicas como pez en el agua, y además al lado de casa, que les bastará, como quien dice, alargar un poco la pierna y ya disponerse a repartir.

La Rioja. A una república tan pequeña, mono-provincial y tan penetrada del humor vasco, navarro y castellano, le será muy difícil sobrevivir. Bien pronto se verá desgarrada, ocupada, contra-ocupada y, al fin, se habrá de certificar su defunción definitiva por desmembramiento. Y, así, ya sólo quedan trece.

6) Al Andalus

La República Andaluza. Con Ceuta y Melilla anexionadas por el Reino Alauí, los andaluces han puesto sus barbas en remojo. Al cabo de tantos siglos, un nuevo Tarik podría cruzar el Estrecho y enseñorearse de nuevo del Sur peninsular ante la abulia e indiferencia fatalista de los habitantes, tal y como dicen ya ocurriera con una población visigótica desalentada que no opuso resistencia al avance de la media luna. Pues ahora, por no haber, no se dará ni batalla de Guadalete.

Aunque Al-Andalus, como Sefarad, designe toda la península (y las Baleares), generalmente se da un uso restrictivo de la palabra, acotándola en los límites de la actual Andalucía. Córdoba, Granada, Sevilla aún excitan el imaginario del irredentismo musulmán. Si ya Al-Qaeda encontró en España un magnífico campo de acción debido no sólo a su pasado árabe-musulmán, sino además y sobre todo a su debilidad como nación, esto es a su desnacionalización, ahora en que España no existe, sus planes se habrán vuelto mucho más fáciles y audaces. Desde el otro lado del Estrecho, Marruecos proyecta su sombra sobre Andalucía y se la mira con deseo. Tanto, tan grande es en cuanto a territorio y, por otra parte, tan enclenque es esta República Andaluza, desnortada y desorganizada, que Marruecos, poseedora ya de Ceuta, Melilla y, no lo olvidemos, las Canarias, comienza a ocupar, como tanteando primero y luego ya con mayor seguridad, las tierras de la República Andaluza. No se atreve a poner el pie en el Sur de Portugal pues la República Portuguesa, si bien no represente ciertamente una gran potencia, no es un espantajo, y un ataque a un país miembro de la UE y de la OTAN no sería consentido por Occidente. España, sin embargo, es otra cosa pues ya no existe. España perteneció a la OTAN y a la UE, pero no las repúblicas emanadas de su seno, que no han tenido tiempo todavía de nada, más que de enzarzarse en guerras.  En efecto los añicos de España son un imprevisible, vanidoso y belicoso enjambre, fuente de permanente inestabilidad por quien nadie apuesta un duro y que habría que sujetar. Y en el Sur, se ve que esa sujeción corresponde a una aliada de los EEUU, que no es otra  que la morisma marroquí, satisfaciéndose así sus reivindicaciones históricas, reafirmando el poder real, asegurando, con el nuevo orden surgido tras la desagregación de España, la estabilidad en el Mediterráneo y dando ejemplo a los otros países musulmanes de cómo hay que hacer las cosas: siendo amigo de los americanos, siendo una monarquía y teniendo algo de democracia, esto es advirtiendo a los otros países árabes aquejados de «primavera» y mostrándoles cómo la prudencia es la madre de la política, a la par que invitándoles a desechar esas peligrosas alferecías que los sacuden y que sólo pueden ser fuente de su propia ruina. Hay más, y es que Marruecos le hace el trabajo sucio a Europa restableciendo el orden mediante la coerción, la ocupación militar y, si fuera menester, la violencia, algo que Europa rehúye como la peste.

Al Qaeda. Frontpagemag.com

La República Andaluza ha dejado de existir. Ahora es provincia marroquí. Ya sólo nos quedan doce.

Hablábamos de la necesidad de estabilidad. Al-Qaeda, sin embargo, no lo entiende así. Al Qaeda no renuncia a Al Andalus e insiste en ello. Insiste como ella suele insistir: con las bombas y la crueldad más despiadada. En ocasiones podrá aliarse con el Reino Alauí; en otras, podrá combatirlo, siempre en función de sus perentorias necesidades. Al Qaeda sabe que la instauración de un primer Califato Islámico en Europa constituye los cimientos de la futura conquista de Occidente, de la mundialización del Islam y su victoria final. Andalucía representa el primer paso. Andalucía vivirá aterrorizada. A la población sólo le quedará abrazar la nacionalidad marroquí, convertirse a la religión mahometana, o huir. Sí, pero ¿adónde?

Murcia. La república de Murcia. La cabra tira al monte. Reviviendo los más heroicos episodios del cantonalismo, la República pija se romperá al instante en mil y una republiquillas. Si ya por ser república mono-provincial, Murcia mostraba gran flaqueza, siendo ahora un buen número de liliputienses Estados, presentará algo más que debilidad: exhibirá un estado terminal y será absorbida por el Califato, con las manos libres para hacer y deshacer sin tener que componer u oponerse a Marruecos. De lo que puedan opinar los murcianos, si es que en su terror pueden alcanzar un pensamiento, a los de Al-Qaeda no se les da un adarme. Se extinguió la República de Murcia. Quedan once.

7) Galicia

Volvamos por un momento a Galicia. La República no padece de irredentismo enquistado. Tan sólo se han producido algunas escaramuzas con la vecina República Asturiana por la disputa de los pueblos agallegados de la parte más occidental de esta última, aquélla que hace frontera con la República Gallega. Sólo ha habido un muerto, del que nadie se responsabiliza pues al parecer se mostró excesivamente torpe en el manejo de una granada que acabó por estallarle en las manos, pero que ha obligado a sentar a ambos bandos, a ambas repúblicas, a una mesa de negociación, trazando una nueva frontera que incluye en la República Gallega a dos pueblos y tres aldeas de tendencia mayormente galleguista y galaicófona, tal y como quedó demostrado en el referéndum al modo de Crimea que se improvisó a tal efecto. Hablaron las urnas y Asturias tuvo que ceder por no ser tachada de anti-democrática.

El Presidente de la República Gallega ha presentado la negociación como una gran victoria de la democracia, la Razón, Galicia y, claro está , él mismo. El Presidente asturiano le ha quitado hierro al asunto, asegurando, para justificarse, que nada ha perdido Asturias pues, en realidad, la inclusión de aquellas localidades en el mapa asturiano correspondía a un falaz trazado de fronteras franquista, que él ya tenía pensado reconsiderar -pero se le adelantaron los acontecimientos-; por otra parte, él y los asturianos, sus compatriotas, sólo abogan por la libertad de los pueblos y que en buena ley -«hay que reconocer las cosas como son»- aquello es Galicia y no Asturias. Además, de esta manera, gracias a su largueza de espíritu y a su ecuanimidad, la República Asturiana pasa a ser homogénea y sin elementos espurios. Y, apagando el micrófono e inclinándose sobre el hombro de su ministro de Defensa, añade, susurrándoselo al oído, que «los villorrios de marras se los pueden meter esos paletos por el culo porque no valen ni un duro».

No obstante, la República Gallega, a pesar de la victoria obtenida a expensas de la vecina República de Asturias y de su estabilidad pues, entre otras cosas, no se halla expuesta a los desgarramientos de sus repúblicas hermanas, Cataluña y Euskadi, con quienes formara en el pasado, cuando aún existía el Estado opresor español, la hermandad internacional de Euskaga (Euskadi o Euskal Herria, Catalunya y Galicia); a pesar de todo ello, digo, es consciente de su aislamiento e inanidad. Por ello vuelve los ojos hacia el Sur, hacia Portugal, e incluso se rumorea con que ha planteado a los lusos la creación de una confederación. De hecho ha solicitado su ingreso, como miembro de pleno derecho, en la Comunidade dos Países de Lingua Portuguesa (CPLP), para codearse no sólo con Brasil, sino con Angola, Cabo Verde, Mozambique, Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Timor Oriental. Por otra parte ha podido llevar a cabo, ¡por fin!, aquella antigua reivindicación de los nacionalistas gallegos, consistente en alinear su horario con el de Portugal y Reino Unido, diferenciándose así un poco más del resto de la Península («Son las cinco en Galicia y Portugal; una hora más en España»).

Galicia organiza mil y un congresos, mil y un premios, mil y un juegos florales y encuentros literarios galaico-portugueses, mil y una reediciones de su antigua producción literaria medieval y de la obra de Rosalía de Castro. En todas las ocasiones corre a raudales el albariño Martín Códax. Los intelectuales, escritores, poetas, oradores y artistas varios de uno y otro lado del Miño, acuden encantados a todos los actos y congresos celebrados en los paradores nacionales (gallegos), donde se ponen las botas y son tratados a cuerpo de rey,  y sin pagar un duro. Sin embargo, Portugal, el Estado Portugués, sin nunca mostrar un rechazo abierto, sin querer desairar, recibe todos aquellas aproximaciones y lisonjas con una cierta frialdad, sin comprometerse nunca. Cierto es que no ha renunciado a Olivenza, pero no le compensa mover guerra por tan poco, que estas cosas no sabe nunca nadie cómo acaban. Portugal ignora los nacionalismos en su seno (¡bendita sea!), ve lo que está  ocurriendo en lo que otrora fuera España y no quiere introducir en casa ponzoña alguna. Envía representantes de su cultura a los congresos a que den un abrazo de parte del Presidente de la República al apóstol Santiago, financia algunos proyectos para cumplir el expediente y no indisponer al amable vecino del Norte que se desvive por sus vecinos del Sur, publicita, por corresponder, en la Unión Europea, así como en Angola y en Guinea-Bissau los mariscos gallegos y la queimada; a cambio, Galicia se compromete a hacer propaganda con entusiasmo de la queixada y de la brandada de bacalao entre los gallegos. Y poco más.

En cualquier caso, para Portugal, aunque España ya no exista, los gallegos siguen siendo españoles y prefieren no tener mucho que ver con ellos. En la memoria colectiva del país genera aún una gran desazón la unión que otrora les impusiera España, bajo Felipe II. ¡Qué gran alivio cuando, en 1668, por el Tratado de Lisboa, a España no le quedó otro remedio que reconocer la independencia de Portugal! «¡Glorioso San Sebastián, que de Cristo fuisteis paje, / libradme de este salvaje que me come todo el pan!» … un alivio, en fin, que surge de nuevo ahora como un profundo suspiro del pecho del buen portugués. ¡Qué buena fortuna no estar en ese fregado! Pero ¿y Olivenza?… Que se quede donde está por mucho tiempo.

8) Asturias

Asturias. Asturias, Galicia, la Montaña, el País Vasco, Extremadura, Andalucía, Murcia, Castilla, en definitiva el antiguo Reino de Castilla, tan poderoso otrora. Ya hemos visto qué ha sido de Andalucía, de Galicia, del País Vasco. Le toca el turno ahora a Asturias. Asturias, aunque sólo sea por aquello de que «Asturias es España; lo demás, tierra conquistada», por ostentar el título de cuna de la Reconquista, por orgullo patrio en definitiva, no puede someterse a la humillación de ser una provincia más, un ente anodino. Por otra parte, Asturias ya hizo sus pinitos regionalistas con el FAC, el partido asturianista de Álvarez Cascos. Carece, ciertamente, del entrenamiento exhaustivo de una Cataluña y un País Vasco e incluso de una Galicia,  pero, en fin, está lo suficientemente desentumecida gracias, citémosle una vez más, a Francisco Álvarez Cascos.

La República Asturiana existe pues y, además, como ya hemos visto, no está sujeta ya a conflictos bélicos. Su problema reside en su reducido tamaño, amén de su empobrecimiento de las últimas décadas y su pérdida de población. Es, junto con Galicia, tierra de gran tradición migratoria, pero ¿adónde van a emigrar ahora los asturianos? A la República Asturiana sólo le cabría la dependencia de la República Castellana (de la que luego se hablará), pero esa posibilidad se rechaza de plano por lo indicado más arriba. Asturias sería a Castilla lo que Bielorrusia a Rusia, a escala liliputiense, claro está. Ahora bien, la cuestión estriba en saber si cabe la mínima comparación entre España y Rusia y, por tanto, con mayor razón, entre Rusia y Castilla. En ambos casos los rusos se desternillarían.

9) La Montaña 

Aunque algo costara, cuando tras la muerte de Franco se debatía la nueva organización territorial, Cantabria logró obtener su reconocimiento como comunidad autónoma. Se daba, así y por fin, la puntilla a esa oprobiosa dependencia cifrada en el dicho de «Santander, mar de Castilla». Además, si Asturias tuvo su Álvarez Cascos, los montañeses pueden alardear desde mucho antes del Presidente Hormaechea, quien fuera presidente autonómico durante bastante más tiempo y que, consciente de sus responsabilidades patrias, afirmó aquello de que era deber suyo convertir Cantabria en problema para España, parejamente a lo que ya era el País Vasco. Los cántabros, por tanto, no se encuentran mal preparados para mantener y defender la independencia de su flamante república frente al codicioso castellano. Se encuentran, no obstante, aquejados del mismo problema o misma limitación que los asturianos y que no es otro que el tamaño de su patria. Por ello Santander y Cantabria miran hacia Inglaterra, mas el Imperio Británico y el Reino Unido ya no son lo que eran. Tampoco han caído tan bajo como España puesto que sigue vivo el Reino, pero de ahí a esperar la creación de una especie de protectorado o algo similar en Cantabria, hay mucho trecho.

10) Extremadura

Extremadura tampoco acepta integrarse en la República Castellana. La República Extremeña tiene su propia personalidad, incontrastable, que no han de ser en balde tantos años de calentamiento autonómico y de exaltación de los productos de la tierra, de la cultura y de la historia extremeñas. Su dificultad reside, no obstante, en su tamaño y en su situación geográfica, justo al Norte del Al Andalus árabe-marroquí. Quizá, a imagen y semejanza de los Estados-tampón bálticos, marcas defensivas contra el comunismo, a la República Extremeña le corresponda un papel similar, de tal manera que pueda garantizar su existencia, si bien de facto sea «extremeñadamente» dependiente de las decisiones foráneas. Ahora bien, su Presidente y sus dirigentes se darán buenas trazas para ocultar esta situación de vasallaje y saber ensalzar, en cambio, la dignidad castúa, que sólo puede garantizar su república soberana. Y, en cualquier caso, de lo que se trataba era de no ser ya españoles, de no serlo nunca más, y ello se ha conseguido sobradamente.

Incluso cabe imaginar que Extremadura llegue a organizar unos Juegos Olímpicos en Mérida y en el Guadiana. Para los deportes necesariamente marítimos, ya se negociaría con Portugal -obviando el contencioso de Olivenza- que queda al lado y, sobre todo, habla otra lengua, evitando así toda interpretación malévola que vincule a los castúos con los españoles, o lo que sean ahora. En dichos Juegos se incluirían nuevas modalidades de deportes populares propios de la tierra extremeña, que hagan posible la obtención de medallas y el refuerzo de la auto-estima patria. Uno de ellos podría ser la parada de ruedas de molino en movimiento con un sola mano, rememorando y rindiendo homenaje a Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, más fuerte que cinco gevos vascos juntos. Ganaría quien la tuviera detenida durante más tiempo.

Bien cierto es que, próximas como se hallan a la raya de Portugal, en algunas localidades se habla portuñol e incluso portugués. Dichas poblaciones se marginarán de la República Extremeña y solicitarán su ingreso en la portuguesa, pero ésta, como ya se ha dicho, considera con extremado recelo todo cuanto ocurre en la Península al este y al norte de sus fronteras: un magnífico y sanguinario guirigay, un caos de colosales dimensiones; por lo cual declinará, eso sí con suma cortesía retórica portuguesa, la oferta de inclusión en la patria lusa por parte de esos pueblos, que, por otra parte, habiendo ya dado el paso, no querrán reconocer su fracaso y, a la manera del Conde Lozano de «Las Mocedades del Cid» de Guillén de Castro («pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla» -frase definitoria del hombre español, según Unamuno-), sostendrán y no enmendarán y se constituirán en un nuevo Kosovo, menos aún que liliputiense pues su territorio quedará comprendido entre el del Vaticano y el de San Marino. Dicho nuevo Kosovito vivirá del contrabando y del tráfico de armas de las que las nuevas repúblicas ex-españolas andan tan necesitadas. La República Extremeña debería darles una buena lección y reconquistarlas, pero, sabedora de que una guerra interna, la debilitaría y pondría en peligro su subsistencia, rehuyendo los ejemplos vasco y catalán, e imitando la prudencia portuguesa, decidirá, siempre por el bien de «los extremeños y extremeñas», mirar para otro lado.

11) Castilla        

Y llegamos a Castilla. En la perspectiva de la generación del 98, Castilla se impone como la esencia y la explicación de España. Sabido es que tanto para Unamuno como para Ortega, Castilla hizo a España y Menéndez Pidal atribuye al español las características psíquicas que supuestamente tanto adornan como dan baldón al castellano. Sea como fuere, qué duda cabe que Castilla ha sido elemento aglutinador de la nación española y, aunque mermada económica y socialmente, es más exhausta desde mediados del siglo XVII, es siempre referente cultural y político y su importancia no puede ser ni preterida, ni menospreciada, ni obviada.

La cuestión es que, tras la era autonómica, hay tres Castillas en liza. Ni Castilla la Vieja, ni Castilla la Nueva. Ahora se dan Castilla-León, Castilla-La Mancha y Madrid.

León. Lo de León viene de muy atrás. Lo de León se veía venir, que «antes que Castilla leyes, León tenía reyes». León proclama su propia república, desgajándose de Castilla, esa advenediza. Es república mono-provincial pues, aunque le duela, sabe que no puede recomponer territorialmente su antiguo reino; al menos ha logrado su propio Estado. (Ya se ha dicho: ¡Qué bella es la Edad Media!) El Presidente de la República Leonesa no es ningún tonto. Sus ministros, tampoco, y, aunque lo disimulen a los votantes para no defraudarlos, son bien conscientes de lo arduo que se le hará a la nueva república el, aunque sólo sea, sobrevivir. Sí, mas aquello de que «de la necesidad se hace virtud», tan castellano (en este caso, tan leonés), le ofrecerá la solución al problema. León, frío, inhóspito, despoblado, sin atractivo turístico de masas, sin industria, puede convertirse en tierra de acogida para las denostadas centrales nucleares que nadie quiere ver ni en pintura y ceder así sus páramos no sólo a las ciclópeas torres que tanto fuman por sus enormes bocas, sino también a los vertederos de residuos de todo tipo de toda la Unión Europea. Con ello obtendrá pingües beneficios y sus raros habitantes podrán darse la vida padre. El proyecto, que será realidad, se presentará a los leoneses como una magnífica, y única, oportunidad para convertir la nueva república, ex-española y ex-castellana, en la Suiza mesetaria.

Además, de esta guisa y desmintiendo así a los agoreros que sólo ven reducción del originario número de diecisiete repúblicas soberanas, gracias a la gallardía de los leoneses, hemos aumentado su número con respecto a las démodées autonomías. Gracias a esta nueva república, a esta realidad insoslayable ahora, pero que el opresor Estado de las Autonomías había soslayado hasta entonces, las once repúblicas que nos quedaban, pasan a doce. No son las diecisiete primigenias, ciertamente, pero el daño, la merma, quedan algo amortiguados y disminuidos. Por otra parte, consideremos el Kosovo extremeño que describimos anteriormente. Es minúsculo, sí, pero existir, existe; y así, gracias a él, nos ponemos en trece.

Segovia. Ya quiso, al igual que Cantabria, contar en el momento de la reorganización territorial del antiguo Estado de las Autonomías, hogaño abolido por los hechos, con su propia autonomía; mas su situación geográfica interior -frente a la periférico-marítima de Santander y su provincia-, su semejanza a las provincias vecinas y, sobre todo, la envidia y la proterva intención de aquellos legisladores (que no en vano García de Enterría era cántabro y arrimó el ascua a su sardina del Cantábrico), la condenaron a la sumisión y a ser una más del montón. Mas ha llegado ahora el tiempo del desquite. Segovia proclama su independencia y se erige en república. Una más. Vamos ahora ya por las catorce. La tendencia se va revirtiendo. Tres más y habremos reequilibrado la situación, alcanzando el guarismo del inicio, a despecho de los moros.

A Segovia le sucede cuanto a León, mas, como a grandes males aplicará grandes remedios, competirá con León en aquello de la cuestión nuclear y de los residuos, dividiendo así eso de la Suiza mesetaria en dos: media Suiza para León y la otra media para Segovia. Felizmente, ambas repúblicas no se tocan pues, de ser vecinas, la guerra entre ambas se haría inevitable para dirimir cuál de las dos se lleva la Suiza al agua.

Hay más y es que, por la gestión y posesión del Parque Natural del Guadarrama, la República Segoviana y la República Madrileña (de la que luego se hablará) han roto las hostilidades. «La culpa», aseguran los segovianos, «es de los madrileños, que empezaron primero». No les falta razón pues recordamos perfectamente cómo, allá por 1992, en el puerto de Guadarrama, bajo una señal de «prohibido aparcar», la Comunidad de Madrid había añadido que esa interdicción tan sólo se aplicaba a los vehículos no radicados en Madrid y su territorio. Así es que el conflicto viene de antiguo, de cuando las matrículas exhibían la primera letra de la provincia correspondiente. Bien, inexplicablemente, la ONU ha intervenido en esta ocasión, acordonando el territorio, de tal manera que ya nadie, ni segovianos ni madrileños pueden gozar del Parque, tan sólo los oficiales y soldados canadienses, suecos e italianos de la fuerza internacional de contención, que se pasan el día esquiando. La población de osos y lobos ha aumentado de forma alarmante, adentrándose en ambas repúblicas de Segovia y Madrid y devorando ovejas y pastorcicas. «Eso no ocurría antes de las repúblicas de marras», reflexionan algunos lugareños, pero nadie los escucha y los dos o tres gatos que, sin escucharlos, los oyen a su pesar, los motejan de «paletos reaccionarios, nostálgicos del franquismo».

Los más preclaros castellanistas, reunidos con carácter de urgencia en Villalar de los Comuneros, consideran con preocupación estos procesos separatistas y el desmembramiento de la patria. Renuncian por unanimidad a intervenir militarmente y devolver por la fuerza al redil a estas ovejas díscolas. Se saben asistidos por la razón, pero no desean, recurriendo a las armas, actuar  con respecto a las provincias secesionistas -ahora en que se ha reconstituido la patria castellana- de la misma manera en que las distintas monarquías y Franco actuaron con respecto a su conjunto, esto es reprimiendo a Castilla entera y obligándola contra su voluntad a formar parte de España. ¡Por qué demonios perderían la guerra los intrépidos Comuneros! ¡Maldita sea la…! Además, forzosamente han de renunciar al uso de la fuerza por sus firmes convicciones pacifistas y asimismo porque han asumido desde el primer momento, como si fuera el Primer Mandamiento de la Ley de Dios,  el «derecho a decidir» de los pueblos y de cualquier hijo de vecino, por mucho que les perjudique. Eso sí es longanimidad, señores míos. El pueblo, los descendientes de los míticos comuneros, emocionados, aplauden. Para acabar, los preclaros castellanistas, comuneristas de pro, redactan un manifiesto en castellano (que no en español), repleto de buenos propósitos y, esperanzados, de recomendaciones para que vuelvan a casa un día los hijos pródigos. Y luego se disuelven.

Castilla-La Mancha, por su parte y para mayor desesperación de los castellanistas preclaros, no acepta hermanarse bajo el mismo techo republicano que Castilla-No León (pretextan que en la Vieja Castilla hace mucho frío), sino que genera tres repúblicas soberanas: La Alcarria, la Mancha y otra que reúne en su seno a La Sierra, la Manchuela, los Montes y ya no sé cuántas comarcas más. Estas tres repúblicas establecen una confederación a la helvética, manteniendo cada una su propio gobierno, su propio parlamento, su propia Hacienda, sus propias leyes de educación, su propia sanidad, sus propias costumbres y su propia parla. La presidencia de la Confederación se ejerce de manera rotatoria entre las tres repúblicas por un período de tres años. Hay que evitar a toda costa que la más poderosa de las tres, la Mancha, llegue a dominar a las otras dos. José Bono, que sigue hecho un chaval, ostenta de forma vitalicia la Presidencia honorífica y ejerce de moderador, en caso de litigio entre las tres repúblicas.

Ya tenemos diecisiete repúblicas pues. Hemos reequilibrado la situación. Una más tan sólo y, aunque por poco, habremos ganado.

Ahora bien, ¿de qué van a vivir estas tres nuevas repúblicas confederadas? Porque, claro, eso de la Suiza mesetaria y nuclear ya está muy visto, no da más de sí y, como León y Segovia se les adelantaron -Segovia los plagió, según aseguran con saña los leoneses-, ya han llegado tarde y es mejor que ni lo intenten. Realmente, por mucho que uno se devane los sesos, no logra dar con nada que les aclare y asegure el porvenir y como lo de José Bono es sólo honorífico… Se podrá intentar de nuevo llevar a cabo aquel proyecto tan bello del parque temático de Don Quijote, con su aeropuerto y su campo de golf, etc., pero parece que no hay ninguna fe en ello y ni siquiera se intenta. Quizá la solución estribe en que la Confederación, al igual que la República Extremeña,  se especialice en Estado-tampón frente al islamismo y alcance de esta forma a vivir subvencionada por las potencias occidentales, interesadas en contener el Islam lo más lejos posible de sus fronteras.

La República de Castilla la Vieja. Está tan mermada la pobre, tan despoblada, que del machadiano «Envuelta en tus harapos, desprecias cuanto ignoras», sólo le queda lo de envolverse en sus harapos -si es que no va desnuda- pues no le quedan ya ni fuerzas ni ganas para despreciar a nadie ni a nada.

Ya vimos cómo abandonó el Condado de Treviño. Y León se le desgajó. Y luego Segovia. A pesar de estas defecciones, frente a la fragmentación de Castilla la Nueva, ostenta el título de Castilla, Castilla a secas -como secos son sus páramos-, sin añadirle ningún adjetivo. Sus fronteras son seguras, no se ven cuestionadas y la guerra en que están sumidas las repúblicas nororientales le quedan relativamente lejos. Ello va a favorecer, según sus gobernantes, su prosperidad, si bien habrá de ganarse la buena voluntad de una recelosa Cantabria para asegurarse una salida al mar. ¿Prosperidad?  Sí, hay que ganar votos, pero lo cierto es que nadie cree en su posibilidad y tanto gobernantes como gobernados caminan apesadumbrados y melancólicos, como Unamuno por los claustros de la Universidad de Salamanca, caviloso y hundido en sus meditaciones.

Como se dijo ya , no sabemos qué historiador o pensador afirmaba que, en el caso de que se diera la independencia de Cataluña, la guerra entre ésta y Castilla estaba servida. La cuestión es que Cataluña está inmersa en varias con todos sus vecinos y ya tiene bastante. Castilla, por otra parte, ha decidido enterrarse en su mediocridad y rechaza toda aventura. Castilla se retraerá aún más, azorrándose en su prolongado invierno vital.

Entonces, de aquello que más arriba afirmábamos, a propósito de Castilla, de que, por razones históricas, debido a que fuera elemento aglutinador de España y permanente referente cultural y político, etc., de todo ello ¿qué queda? ¡Nada! y así, a pesar de lo dicho y de su pasado, sí que puede ser preterida y dejada de lado. «¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras / de las eras… paramentos, bordaduras, / e çimeras?»

12) Madrid

Nos queda Madrid, la República de Madrid. Madrid lleva tantos siglos siendo capital, que ha llegado a ser distinta  y algo más que Castilla a secas o que Castilla la Nueva, a la que pertenecía administrativamente. La cuestión es que Madrid ha pasado a ser ahora capital de nada y anda por ahí como alma en pena, sin saber a qué aplicarse. No obstante, por mucho que le cueste, ha de hacer de tripas corazón y adaptarse a la nueva situación de proliferación de repúblicas soberanas. Por otra parte, también Madrid posee tradición pues fue declarada autonomía y como tal ejerció, pero tras unos cuantos avatares. En un primer momento se dudó de si dotarla de plena autonomía o si integrarla en Castilla-La Mancha. Tamames, por aquel entonces, era comunista y esgrimió que no se debía desgajar Madrid, por ser de izquierdas, de Castilla la Nueva, por ser ésta en su conjunto de derechas, lo cual suponía favorecer las predilecciones personales políticas a la coherencia territorial y, por tanto, un despropósito pues precisamente se trataba de organizar el país en función de criterios exclusivamente territoriales, ajenos por tanto al binomio derecha-izquierda. Sea como fuere y dejando en paz a Tamames, Madrid fue autónoma y, lo que son las cosas, bien pronto Castilla-La Mancha se erigió en feudo socialista, mientras que algo más tarde, Madrid lo sería de la derecha. Mas todo aquello, ahora, importa bien poco. El principal problema actual de Madrid es su encaje como república independiente. En la Confederación alcarreño-manchego-etcétera, no se la admite y Castilla, a secas, le da la espalda pues recela en ella el antiguo -si bien felizmente superado- imperialismo español que tanto daño le hiciera. Madrid, que lleva siglos gestionando, como queda dicho, no tiene actualmente qué gestionar. Se ha estrechado tanto su horizonte, constreñida ahora entre la Sierra y el Jarama, que sólo abarca de Titulcia a Buitrago, postrada como se halla, mano sobre mano, aburrida y melancólica. Se la ve condenada a morirse de asco. «Ancha es Castilla», sin embargo, pero aquí ponemos el dedo en la llaga pues Madrid ya no es Castilla. Además, como Madrid ha oprimido a todos, ha robado y esquilmado a todos, ha menospreciado a todos y de todos ha hecho befa, como todos los males de las que ahora son repúblicas tienen su origen en Madrid, nadie quiere bailar ni el schotís ni los respectivos bailes nacionales con la República Madrileña.

La economía. Madrid ha desarrollado un tejido industrial, es centro financiero y tiene al Real Madrid, pero esas industrias y esas finanzas eran en función de un Estado que ya no existe. También lo era el Real Madrid, que sólo encuentra potencial competidor de nivel en el Atleti, pero tanto Madrid como Atleti están en el dique seco porque la Liga Ibérica que proponía el antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, el independentista señor Laporta, y que iba a agrupar a Portugal, España y Cataluña, no acaba de cuajar,  con tanta guerra y tanta difidencia como hay. El fútbol necesita éxitos permanentes y este desfallecimiento deportivo se prolonga demasiado. Quizá el futuro de Madrid se cifre en convertirse en paraíso fiscal. Bien asesorada y dirigida por los políticos ex-españoles, a los cuales se debería otorgar la doble nacionalidad (madrileña y otra ex-española, la que fuera) para que pudieran actuar con total libertad en beneficio no sólo de la República Madrileña mas sobre todo de ellos mismos, podrá hallar en ello una fructífera senda futura. Las infraestructuras las posee; la buena voluntad y la fe de los políticos ex-españoles en su conjunto, también y de sobra. Por aire está excelentemente comunicada y por tierra, como la República Aragonesa ha reabierto el paso de Canfranc para asegurarse un presente y un futuro, las mercancías podrán llegarle sin peligro, evitando así la guerra noroccidental, que se libra entre el País Vasco y Navarra y bajo forma de guerra civil en su seno, así como la guerra nororiental que tiene lugar en Cataluña. Habrá de pagar peajes a Aragón y a Castilla, pero los políticos ex-españoles darán pruebas de longanimidad y pagarán sin rechistar.

Por otra parte, quién sabe, podría reactivarse el proyecto de Eurovegas en Alcorcón. Atraería muchas inversiones y un turismo de posibles.

13) Consideraciones finales

Manifestamos nuestra desazón por haber quedado, en este tiempo de guarismos y estadísticas omnímodas, en un empate entre el número de comunidades autónomas previas y el de repúblicas, pues hubiéramos deseado que, en aras del progreso (que es siempre más), éstas se presentaran más numerosas que aquéllas. Si hubiéramos hecho un poco más de caso, hubiéramos prestado una mayor atención a aquellos circunspectos intelectuales y lúcidos políticos nuestros de antaño que reclamaban, para lo que un tiempo fue España, la fórmula federal asimétrica o cualquier otra tan bienintencionadamente contradictoria y falaz, otro gallo nos cantaría ahora y las repúblicas hubieran batido por paliza a las antiguas comunidades autónomas, sin llegar a este mediocre empate; pero nadie quiso escuchar a aquellos sabios, más leídos que Ortega, más indagadores que Américo Castro, más sesudos que Claudio Sánchez-Albornoz, más curiosos que Salvador de Madariaga… y, claro, de aquellos polvos, estos lodos…. pero… ¡No!, ¡Sí!… ¿Sí? ¡Sí! ¡Eureka! ¡Dadnos albricias, ex-compatriotas todos! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Aunque por la mínima, un gol, habremos ganado… ¡El Valle de Arán! El Valle de Arán proclamará su propia república, no acatará la catalana -desacato que aprendió precisamente de quien ahora se escinde- y le creará un nuevo frente y un auténtico quebradero de cabeza. La República Aranesa buscará el crear lazos con la Francia de lengua occitana. No le harán mucho caso, pero el parentesco lingüístico reafirmará su espíritu patriótico. «No estamos solos. No somos los únicos».

¡Lo logramos! Hemos ganado. Dieciocho repúblicas por diecisiete comunidades autónomas. La cosa tiene su mérito, máxime cuando por el camino nos han escamoteado más de una y más de dos repúblicas.

No dejará de haber, ciertamente, quien , confiando en que las condiciones de bienestar que han caracterizado a la sociedad española, no sólo en los últimos tiempos sino desde el desarrollismo bajo Franco, hayan curado al español de su temeridad y facilidad para empuñar las armas y salir a matar a otros españoles, descarte, por más que improbables, las lindezas que aquí se narran. Respondamos que la cabra tira al monte, que el pasado pesa y el pasado español, desde el siglo XIX, es de enfrentamientos armados; que la irracionalidad suele triunfar, al menos momentáneamente, pero para cuando la Razón despierta, el mal no sólo está hecho, sino que no puede ya enderezarse y tan sólo, y no siempre, se puede intentar paliarlo; que precisamente las crisis llevan a los agotamientos de los sistemas y, precipitando su caída, suscitan el caos; que… pero basta así pues podríamos eternizarnos. Con recordar cuanto están azuzando contantemente en Cataluña los nacionalistas, uno puede darse cuenta de hasta qué punto la emoción más irreflexiva, el sentimentalismo más viscoso y el odio más exacerbado nublan el entendimiento. Poco importa que descienda el nivel de vida, que el nuevo país quede aislado, que todo se le ponga cuesta arriba… Lo importante, lo único importante, es dejar de ser españoles.

Por otra parte, estimamos que este proceso de desintegración no podrá dejar indiferente a Hispanoamérica, quien lo considerará con perplejidad no disimulada y creciente. Que España, origen de lo que son esos países, se vaya al garete, no puede por menos que intranquilizarlos y agitarlos y quién sabe si nuestras sacudidas no los alcancen, resucitando agravios, avivando rencores y excitando a la guerra, en definitiva fragmentándose ellos también.

Tampoco queremos imaginar qué sería de la lengua española. Mauricio Wiesenthal, con toda razón, dijo que «el español es más moderno que el castellano». Ahora, con la muerte de España, se pondrá en entredicho su presente pujanza universal y su esplendente futuro. ¿Quién recogería el testigo, qué nación? ¿México?… Difícilmente.

Afirmó Ortega, en una de sus frases aparentemente paradójicas y siempre de gran efecto que América era el origen, y no al revés, de la nación española.

14) Conclusión (épica)

Para acabar, digamos que hemos conseguido importar a nuestras tierras el avispero balcánico, que pasará a llamarse ahora hispánico. Saldremos en los papeles, como ya hiciéramos en el 36, mostrando nuestras auténticas conducta y personalidad, conformadas por la envidia, la intolerancia, el totalitarismo, el egoísmo más ruin, la violencia y el odio sectario y nacionalista. Como en los programas de Tele 5 saldremos diciéndonos de todo y tirándonos los trastos a la cabeza unos a otros, pero tirando a matar de verdad y matando de veras. Paradójicamente, queriendo dejar de ser españoles, reafirmaremos nuestra españolidad  hecha de sangre y cruezas, para regocijo de los nuevos Hemingway, Montherlant, Malraux y Huxley que vengan a visitarnos en busca de emociones fuertes. ¿Quién recordará ya esa Serbia, esa Croacia, esa Eslovenia, esa Bosnia-Herzegovina, ese Montenegro, esa Macedonia, ese Kosovo, incluso esa Voivodina, espejos de naciones gloriosas, como Amadís lo fuera de caballeros andantes? Nuestros ex-compatriotas pueden más y mejor e, incluso, en eso del genocidio o escabechina del enemigo (todo el que no sea de los míos o como yo), podríamos superar el récord Guinness de Srebrenica.

El avispero balcánico – la desmembración de Yugoslavia, en catalán. Diario «AVUI»

¡Ha muerto España! ¡Por fin! ¡Sí, por fin la Guerra!

¡Vivan la pequeñez y la mezquindad! ¡Viva lo ínfimo!

¡Viva el derecho inalienable a decidir! ¡Viva el derecho inaplazable a separar, romper y descuartizar! ¡Viva la desunión! ¡Viva el caos! ¡Viva la Guerra y viva la Muerte! ¡Vivan las Repúblicas ex-españolas!

Eneas y Anquises

Por qué del Bosque es noble

_ ¿Ha asistido a alguna reunión social como marqués de del Bosque?

_ Sólo cuando nos nombró el Rey. Fui a una comida. Y lo de marqués, que se lo agradecí al Rey, sirve como ironía a mucha gente para llamarme «marquesito», y lo dicen con un retintín… Pero qué vamos a hacer.

(La Razón – 4/11/2013)  

En España siempre ha apasionado el fútbol y nunca le han hecho sombra otros deportes, como si pudiera darse en cierta medida en el caso del Reino Unido y de Irlanda o en el de Francia, con el rugby; y, para probarlo, remitimos al entusiasmo que siempre ha suscitado, por ejemplo, un Torneo de las Cinco Naciones, hoy en día ampliado a seis con la incorporación de Italia. También podría ser el caso de Grecia con el baloncesto. Por otra parte, el Real Madrid es el club más importante de la Historia. Sin embargo, en lo tocante a las competiciones de selecciones nacionales, nuestro palmarés era más bien magro: un cuarto puesto en el Mundial de Brasil 1950, el del célebre gol de Zarra ante la «Pérfida Albión», glosado y celebrado por Matías Prats, así como un único Campeonato de Europa en 1964, con el gol de la victoria de Marcelino ante la Unión Soviética (o Rusia, como siempre se dijo), en el Bernabéu, en presencia del Jefe del Estado, Francisco Franco. El desfase entre afición por el fútbol en la sociedad española y los éxitos de nuestra selección era demasiado grande y, la verdad, difícil de explicar. Recuerdo al respecto cómo, tan sólo dos años antes de que muriera Franco en 1975, un francés me expresaba su sorpresa ante lo que acabamos de describir. Decía no comprender cómo, con el entusiasmo suscitado por el balón esférico y su práctica casi unánime por niños y jóvenes, España no fuera primera potencia y brillara tanto como un Brasil, una Italia, una Argentina o una Alemania, en lugar de ser potencia media que, por ejemplo, difícilmente pasaba de cuartos en un Campeonato del Mundo y por la que nadie, en su sano juicio, apostaría nunca para, no ya un título, sino tan siquiera una semifinal y menos aún, claro está, una final.

Era también triste ver cómo, en las cuatro últimas décadas del siglo XX, en un contexto de fútbol ya muy internacionalizado, contradiciendo ese entusiasmo generalizado entre la población, se contaban con los dedos de una mano los futbolistas españoles que descollaran internacionalmente y aún menos aquéllos que militaran con todos los honores de figura en algún club extranjero. Tan sólo Luis Suárez, que yo recuerde, brilló en el Inter milanés y, si tampoco aquí voy errado, únicamente Amancio, llamado por ello el «Fifo», jugó en una selección internacional ideal. España contaba con buenos jugadores, excelentes a veces, como, por poner tan sólo dos ejemplos, Gento, en el Madrid, y más tarde Gárate, en el Atleti de Madrid, pero España, sin embargo, no sólo no exportaba, sino que importaba jugadores, a los cuales recibía a bombo y platillo y llenaba de oro. Recuerdo a este respecto cómo el fichaje de Johan Cruyff, por parte del Barcelona, pulverizó todos los récords. Llegaron así a España, amén de numerosísimos argentinos, brasileños y uruguayos, Netzer, Stielike, el propio Cruyff, Krankl, Maradona luego, etc., que venían a reemplazar a los Kopa, Kubala, Puskas, di Stefano, etc. que los precedieron. Hay un chiste de Mingote, datado de 1958, revelador de aquella situación. En un paso de frontera español, por el arco de salida se ve abandonar el país a toreros y bailaoras (también hubieran podido ser obreros españoles, con su boinica, mano de obra barata para Europa); por el arco de entrada van desfilando futbolistas extranjeros. En España, desde luego, no valorábamos lo nuestro, tal y como lo probaban innumerables chistes en que, si bien podíamos salirnos con la nuestra a base de picaresca y de «mucha sal», quedábamos bastante mal parados con la exposición pública de nuestras deficiencias.

Antonio Mingote

Antonio Mingote (1958)

Antes de que Miguel Muñoz se hiciera cargo de la selección nacional y, con él, se produjeran buenos resultados, como por ejemplo el subcampeonato europeo de 1984, tras perder en la final ante el anfitrión, Francia (con un vibrante partido clasificatorio entre Alemania y España, de esos que crean afición), antes de Miguel Muñoz, digo, recuerdo las bochornosas andaduras de tres entrenadores nacionales:

  • Santamaría, en los mundiales de 1982, celebrados precisamente en España, en que nuestra selección, a duras penas y con ayuda de los árbitros -como queda dicho, éramos país anfitrión- supera la primera fase para quedar eliminada en la siguiente. Al finalizar cada partido, el míster repetía hasta la saciedad que los nuestros «habían sudado la camiseta».
  • Kubala, entre 1969 y 1980. Como di Stefano, es un caso de excelente jugador que luego pasa a ser mediocre entrenador. Con él, España nunca ganó nada. España jugaba, bajo su batuta, a empatar. Con eso lo hemos dicho todo.
  • Doctor Toba, en 1968, predecesor del anterior. Aún peor. España jugaba a no perder. Por ello Kubala representó un innegable progreso.

Da la impresión en España, y esto al menos desde que tengo uso de razón, de que los clubs llegan a ser más importantes que la propia selección, no sólo por lo que se refiere a las finanzas y a los negocios, sino -siendo esto lo realmente grave- por lo que atañe a los sentimientos de la afición. Qué duda cabe que el gran problema de España, por encima de circunstancias económico-sociales, es la de la desnacionalización progresiva. Regionalismos y nacionalismos son, necesariamente, fuerzas centrífugas. Hace años, antes de que Luis aragonés, el «sabio de Hortaleza» o «Zapatones» como le conocía la afición colchonera debido a su forma de caminar y correr por lo plano de sus pies, tomara las riendas de la selección y España pasara a dominar el fútbol internacional, el diario «El País» preguntaba a una serie de «entendidos», profesionales del fútbol todos ellos, por qué, en su opinión, España no triunfaba como selección cuando parecía tenerlo todo a favor para ello (dinero, gran afición, infraestructuras, calidad de sus jugadores, etc.). Frente a razones retóricas como las expuestas por Valdano u otras cerriles o acríticas o sencillamente simplonas y anodinas, del Bosque argumentaba que la falta de una auténtica conciencia nacional alimentaba la calidad y la adhesión a los distintos clubs de las distintas ciudades, provincias o regiones, mientras lastraba a la selección, ayuna, muy posiblemente, de una verdadera voluntad colectiva. Es cuando menos curioso que precisamente cuando arrecian las exigencias nacionalistas y las desafecciones a España, nuestra selección se alce con la Copa del Mundo (y luego con la de Europa de nuevo, tras la obtenida con Luis Aragonés). La sabiduría y la templanza de del Bosque tendrá mucho que ver con ello.

Recuerdo cómo bajo Franco se decía, en los círculos opuestos al régimen, que el fútbol era el opio del pueblo y que, arrojándonos carnaza futbolística, se nos adormecía e impedía reflexionar y criticar la situación política. La progresía era anti-fútbol. Sin embargo, si se fuera sincero, habría de reconocerse que en esto sí que Franco ha ganado la batalla después de muerto o, si se prefiere, que sus sucesores al frente de España lo han hecho mucho mejor, superando con creces al maestro, y rizando el rizo los nacionalistas con sus clubs que son, no ya sólo selección, sino nación, sustituyendo aquello del partido único por el único club. Nunca olvidaré cómo en la tarde del 23 de febrero de 1982, encendí la radio y ¡estaban dando fútbol! No sólo eso sino que además estaban comentando la Segunda B. Aquello fue aún más triste, si cabe, que el propio acontecimiento del golpe de Estado. Hoy en día, el desapego hacia la casta política es tan grande, la desconfianza tan inmensa y el hastío, esa mezcla de estómago levantado y desesperanza, tan poderosa que, cuando leo los diarios, lo primero que hago es ir a las páginas del fútbol y creo, ¡que me estoy viendo venir!, que acabaré por comprar exclusivamente el «Marca». Desde 1990 no veía un partido de fútbol televisado (fue la final del Mundial Argentina – Alemania, en que se impuso esta última) y, desde 1985, uno en directo, la final de la Copa del Rey que enfrentó a los dos Athletics en el Bernabéu y en que los colchoneros se impusieron a los leones por 2 a 1. Ahora procuro no perderme ninguno de España, aunque sea contra Bielorrusia o incluso Tahití.

Que hoy en España todo va muy mal, es algo tan evidente que no nos detendremos en ello. Que todos, salvo quizá uno o dos sin estrenar aún, nuestros políticos están desprestigiados y que no se espera nada de ellos ni de la «partitocracia» que representan, manipulan a su antojo y conveniencia y parasitan, es algo obvio también. Que todos los personajes públicos españoles chapoteen en la charca mezquina y sucia de la indiferencia o en la ciénaga del desprecio e incluso odio de la ciudadanía, también lo es. Qué poquitos se libran de ello. El más representativo y de mayor nombre es Vicente del Bosque. Es de lo poquísimo que nos queda. Y por ello, por valor intrínseco y por contraste, del Bosque es admirable y queremos admirarlo.

En España, hoy, se juega al fútbol mejor que nadie. España cuenta con jugadores de grandísima calidad y son muchos los que juegan también en clubs extranjeros de postín y en las mejores ligas de Europa. Es más, tengo la impresión de que en colegios, patios y parques, niños y jóvenes juegan mejor que antes, son más técnicos y más cerebrales. Aquello de la «furia española» pasó a mejor vida. Afortunadamente, pues no era más que el consuelo (falaz) del pobre.

Según San Isidoro de Sevilla, «noble» significa «insigne, famoso, célebre, muy conocido o nombrado». Nos dice a su vez don Mariano Madramant, en 1740, en su «Discurso sobre la nobleza de las armas y las letras» que «cuando se iban formando las sociedades civiles, agradecidos los hombres a los que en su obsequio hicieran algún bien político, o extraordinarios servicios en la guerra (el subrayado es nuestro), les correspondieron por lo regular con su respeto y veneración, y los miraron… como Nobles». «Extraordinarios servicios en la guerra»… El etólogo Konrad Lorenz insiste en cómo el deporte en general, y el fútbol en particular, constituyen símbolos y prolongaciones por vías pacíficas, esto es son sustitutivos, de las luchas cruentas y de las guerras. Es más: son, podríamos decir, «sublimaciones» de la guerra. Qué duda cabe que la selección que triunfa en la Copa del Mundo es, en gran medida, como si hubiera ganado la guerra, una guerra, además, absolutamente mundial, a la que no se sustrae ninguna nación puesto que hay una fase clasificatoria que abarca a todos los países de los cinco continentes. Son, por otra parte, numerosos los anuncios publicitarios en que los futbolistas aparecen como guerreros o paladines. Y así el entrenador no podrá ser otro que su general o rey, que hasta Carlos V, inclusive, los monarcas tomaban parte en las batallas y las dirigían; eran «entrenadores-jugadores». Así pues, por sus victorias, a del Bosque se le profesa «respeto y veneración».

Prosigue don Mariano: «Por la experiencia que tenían de su probidad y valor, depositan en ellos su confianza, encargándoles la felicidad común, que consiste principalmente en la buena administración de justicia y en la defensa contra los enemigos de la patria». Porque a del Bosque se le considera «probo» y «valeroso», la sociedad deposita en él su confianza y le encomienda la felicidad común que, en su caso, consistirá en «la defensa contra los enemigos (futbolísticos) de la patria», esto es los rivales en las lides deportivas, trasunto de las marciales. Concluye al respecto Madramant: «Esta celebridad y opinión del pueblo fue el común origen de la nobleza». Y es que la nobleza, en su origen, es «nobleza moral» y ésta «tiene su cuna sólo en la virtud del que la adquiere»; así la nobleza sería, en primera instancia, una virtud personal e intransferible, muy apreciable e inalienable, que, en segunda instancia, desde esa base acomete una acción admirable en beneficio de la colectividad u obtiene un triunfo útil, importante y saturado de emoción para un pueblo entero. El primer noble es ante todo un héroe. No obstante, dicha nobleza heroica o noble heroicidad, para adquirir naturaleza oficial, habrá de ser sancionada explícitamente por la más alta de las autoridades. Como nos señala Madramant, «la nobleza pasa a la clase de civil o política cuando el Príncipe la confirma con expresa gracia y declaración». En definitiva, que el Príncipe no hace más que consagrar al oficializar, otorgando «ejecutoria de nobleza» y recompensando así simbólicamente el mérito o los servicios personales, esto es una virtud y una acción extraordinaria, sustentada en esa virtud, que por sí misma y porque así lo ha percibido el pueblo, eran «nobles». Así define el término la Real Academia: «Preclaro, ilustre, generoso / Principal en cualquier línea, excelente o aventajado en ella / Aplicado a lo irracional e insensible, singular o particular en su especie, o que aventaja a los demás individuos de ella / Honroso, estimable, como contrapuesto a deshonrado y vil». Alfonso X el sabio establece que la nobleza que «nuevamente se gana (lo es) por las virtudes o hechos militares y políticos del que da principio al esplendor de su casa y familia». Así pues la nobleza es siempre, en su primer momento, adquirida y otorgada u «oficializada» por el Príncipe; luego se transmite a los descendientes y por ello se llama «de linaje». «La nobleza heredada se debe a la dicha y a la casualidad; la personal sólo al mérito y a los servicios: el que la adquiere honra a sus ascendientes; el que degenera, los afrenta», asevera Madramant.

El dogma de la Inmaculada Concepción, esto es que María estaba exenta de pecado original, se remonta tan sólo a 1854 y al Papa Pío IX. Sin embargo, desde hacía muchos siglos, y sobre todo en España, esta «singularidad o particularidad», esta excepcionalidad sobrenatural, esta «nobleza» era creencia popular arraigadísima, certeza para las gentes; el Sumo Pontífice no vino más que a sancionarla al «confirmarla con expresa gracia y declaración». El pueblo es siempre el primero. Es aquello de «Voz del pueblo, voz del Cielo». El pueblo necesitaba de la pureza de la Virgen, a quien ha llamado «Purísima». Como reza una letra de «campanilleros»: «Dos pastores corrían pa un árbol / huyendo´e una nube que se alevantó. / Cayó un rayo, a nosotros nos libre / y a uno de ellos lo acarbonizó, / pero al otro no, / que llevaba la estampa y reliquia / de la Virgen Pura de la Concepción». La prez es término muy empleado en el lenguaje medieval y, por ende, en las novelas de caballerías («caballero de alta prez»). Por «prez» se entiende la fama y la consideración que se ganan con una acción gloriosa, que sólo alguien muy virtuoso puede acometer y de la cual salir honroso. «Paladín», «hombre de pro», esto es el íntegro, leal, virtuoso y noble, «de ley» (del latín probus) y también el bravo y denodado, en una sociedad de esencia aristocrático-teocrática como es la medieval, con una división y compartimentado tan rigurosos y rígidos en sólo tres clases, de las cuales queda exenta la burguesía por llegar tarde y no tener ya cabida en el reparto; «de pro» puede serlo tanto el guerrero batallador como el hombre de religión, tanto el que toma una fortaleza al enemigo y al infiel como, por ejemplo, el santo ermitaño que ora y hace ayuno riguroso y orienta las almas de sus semejantes. Corresponde al «preux» de los franceses. Existen distintos tipos de proezas, esto es de acciones heroicas llevadas a cabo por la persona «de pro». La mayor, sin duda, para una persona será la de dar a luz al mismo Dios. Dicha proeza se sustenta sobre otra, la de la humildad, la aceptación y la fe: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». Y dicha proeza, suma, posibilitará proezas menores, como la de salvar la vida al pastor devoto de la Purísima que lleva colgada «la estampa de la Virgen Pura de la Concepción».

¿Qué son beatificaciones y canonizaciones sino ennoblecimientos religiosos, el «pendant» espiritual del ennoblecimiento, que es político? Porque San Saturio, pongo por caso, el de la ermita cantada por Antonio Machado, lleva vida de santo, forma a San Prudencio, obra prodigios y hace milagros, el pueblo de Soria le otorga oficiosamente ejecutoria de santidad; luego, aunque sea con siglos de retraso (pero es que la Iglesia, al trabajar para la eternidad, nunca tiene prisa), vendrá la oficialización de esa santidad por parte de Roma e incluso San Saturio se convertirá en patrón de la ciudad y dará nombre a unas excelentes yemas y a un pastel que, imagino, estará también buenísimo.

Hoy en día en que en Europa se ha ahuyentado el fantasma de la guerra, los triunfos y desfiles de la Victoria corresponden a victorias deportivas, ya sean éstas de clubs o de selecciones. El pueblo aclama a los soldados-deportistas victoriosos, quienes desfilan por las vías principales, para ser luego recibidos por las autoridades civiles e incluso luego por las religiosas con motivo de la ofrenda y acción de gracias a la divinidad, ya sea ésta local o nacional. En Roma, el general victorioso era vitoreado por el pueblo entusiasta y recibido con toda la pompa requerida por la nobleza y el Senado. Como esos triunfos podían encender en el corazón del vencedor así aclamado la vanidad rayana en el ensoberbecimiento, para impedir su endiosamiento, al pie del carro triunfal iba un esclavo representándole la condición humana, sujeta al decaimiento, la corrupción y la desaparición, así como la caprichosa inconstancia de la mudable fortuna. Que ese esclavo, el vencido, el desheredado de la fortuna, el humillado, le inspire la modestia.

¿Quién posee un palmarés como el de Vicente del Bosque, con un Mundial y una Eurocopa de selecciones nacionales y, ya en competiciones de clubs, una Copa Intercontinental, una Supercopa de Europa, dos Ligas de Campeones («Champions»), dos Supercopas de Europa y dos Ligas españolas? Y, a pesar de ello, don Vicente sigue siendo la modestia misma. ¿Por qué? En parte, creo yo, porque en sus triunfos siempre está presente su hijo Álvaro, afectado del síndrome de Down, y Álvaro es, a guisa de símbolo barroco como esas calaveras que adornan los antros de santos y santas penitentes, permanente recordatorio de la fragilidad de la gloria, del carácter voluble y veleidoso de la diosa Fortuna, de nuestra, en definitiva y a la postre, miserable condición y de que todo habrá de pasar. Como reza la letra de una célebre saeta: «Toítas las mares tienen penas…» Nosotros añadimos: «… y los pares también».

En la perspectiva personalista de la personalidad, resultaría claro que si Vicente del Bosque es como es, se deba ello a sus características intrínsecas, independientemente de sus circunstancias vitales y de las situaciones y vicisitudes personales, sociales y políticas que le hayan tocado vivir o en las que se haya hallado inmerso. En la perspectiva situacionista de la personalidad, sin embargo, serían las circunstancias, las situaciones vitales, quienes hubieran conformado su patrón de reacciones, respuestas y conducta. Ahora bien, esto de situacionismo versus personalismo recuerda en parte a la dicotomía platonicismo – aristotelismo, con el filósofo atleta señalando con el índice hacia arriba y el peripatético, al revés, mostrando el suelo o la tierra, tal y como los representa Rafael en el célebre fresco «La escuela de Atenas» de las Estancias Vaticanas. Más aún, nos lleva a la evocación del chiste aquel en que un estudiante que ha estudiado poco y sabe aún menos, se presenta al examen de filosofía con dos enormes pilas de libros sobre cada palma de la mano; a cada pregunta que se le hace, contesta que, «según los platónicos» y señala con la cabeza los libros de la izquierda, es «tal cosa», pero que «según los aristotélicos» y señala con el mentón los de la derecha es «tal otra». Cuando se harta ya el catedrático, le espeta que «lo que pasa es que usted no tiene ni idea», a lo cual responde el estudiante: «En eso están de acuerdo tanto los platónicos como los aristotélicos».

Con todo ello quería decir que, si bien el temperamento de del Bosque sea indudablemente el del flemático y entre sus características se halle la santa paciencia y el no encalabrinarse, el del sosiego y la templanza y, aunque entre sus virtudes «naturales» se cuente la de la modestia, ajena a endiosamientos, vanidades y excentricidades egocéntricas, no es menos cierto que la realidad informa y forma (o deforma) nuestra personalidad. Del Bosque sabe no sólo que en cualquier momento se puede fracasar, sino además que el fracaso puede presentarse inmediatamente después del triunfo como bien nos advierte el dicho de «Pan para hoy, hambre para mañana», que algunas victorias, por pírricas, llegan a ser derrotas y que el ejemplo de Aníbal no es el único en la Historia; además, que incluso triunfando, la memoria es flaca, las personas somos injustas e irracionales y que la apariencia es lo que más cuenta en nuestra sociedad de mercadotecnia, consumo rápido, escándalo y bulimia de noticias tontas. De ahí que a del Bosque no le renueve el contrato Florentino Pérez, un hombre de negocios obsesionado con la «imagen», tiranía hodierna, y la «beautiful people» pues, a pesar de la lealtad y en especial de los inmejorables resultados obtenidos por el Madrid bajo su batuta, del Bosque le resulta demasiado «de casa», cazurro, feo y viejo (representa del Bosque más edad de la que realmente tiene), con un cráneo demasiado a la vista; es además muy serio, sesgo incluso, ¡si casi parece un retrato del Greco!, amén de formal, honrado, buen burgués, conciliador, razonable, trabajador… Hay que echarle y sustituirle por alguien con un ego descomunal, que proporcione titulares, creando conflictos, encizañando, un «mediático» en definitiva, a la manera de una Miley Cyrus o de un Nicolás Maduro.

Porque Mario, igual que el historiador Salustio, quien narrara sus avatares políticos y militares, es de origen humilde, se queja de cuán injustamente pueden llegar a comportarse los que se atribuyen la nobleza a sí mismos por la virtud ajena, la de sus antepasados, esto es la nobleza heredada, negándosela a él, merecedor como es de ella por su propia virtud. La «nobleza heredada», en el caso de don Florentino Pérez tiene un nombre: fortuna personal o riqueza. Los «florentinos» constituyen la «nobleza de linaje» actual. En «Jugurtha», de Salustio, se lamenta así Mario: «Desprecian en mí la falta de nobleza; yo en ellos la sobra de flojedad. A mí se me echa en cara mi nacimiento; a ellos sus maldades. Bien que, según entiendo, la calidad es una y general en todos y el que tiene más valor, ése es el más noble… Si tienen pues razón para despreciarme a mí, desprecien también a sus antepasados, cuya nobleza, así como la mía, comenzó en ellos por su valor. Si me envidian el honor que tengo, envidien también mis trabajos, mi conducta y los peligros en que me he visto, pues por tales medios lo he adquirido…puedo referir mis hazañas… Ved, pues, cuán injustos son los que se atribuyen ellos a sí por la virtud ajena, no quieren concedérmelo a mí por la propia». Claro está que luego Mario acabará bastante mal, víctima de su ambición, su envidia, sus malas artes y su violencia, pero eso ya es harina de otro costal. «El destino del hombre es su carácter», según nos dice Heráclito. El carácter, frente al temperamento que depende de nuestra disposición orgánica y de nuestro aparato o sistema endocrino, resulta de una decisión o de una formación psíquica, y el de del Bosque, siendo como es cabal, no dará nunca en esos excesos.

Otra «situación» vital de del Bosque que es también un revés y que asimismo, posiblemente, le haya enseñado a no engreírse, sea la de su paso por el Besiktas de Estambul. El 27 de enero del 2005, después de que le «echaran» del Madrid y antes de que se hiciera cargo de la selección nacional, tras ocho meses como entrenador del equipo turco, del Bosque fue relevado en el cargo. El Besiktas no sólo fue eliminado de la Copa Uefa, sino además del campeonato de Copa de Turquía y se hallaba ya a catorce puntos de distancia del primer clasificado en la Liga. Tras los triunfos sonados con el Madrid, del Bosque recibía un jarro de agua fría en Constantinopla. Yo creo que ese fracaso se debió no tanto a errores técnicos o falta de conocimientos futbolísticos -la cosa resulta bastante obvia-, sino sobre todo a lo que podríamos llamar carácter «reciamente local» de nuestro personaje y que explica en parte la desairada decisión de Florentino Pérez. Vicente del Bosque pertenece a una generación de españoles que todavía no sale fuera, que es pobre y bastante provinciana, que no habla idiomas, que se siente a disgusto y fuera de lugar en tierras extrañas. Guardiola, en esta perspectiva, sería todo lo contrario, perteneciente ya a una España que ha cambiado mucho, plenamente integrada en Europa, que va al extranjero, que procura hablar idiomas, que tiene labia y que, habiendo aprendido de los otros países, ha asimilado la importancia de la «imagen» y sabe venderse.

No, del Bosque es de una hornada que sólo puede desenvolverse en España. Obtiene triunfos internacionales, los más encumbrados, los más importantes, sí, pero trabajando en casa y desde casa, en un contexto, en un ambiente, en una realidad tozuda y genuinamente españolas. Posiblemente el fracaso de del Bosque , allí en Turquía, se debiera a falta de sentido práctico a la hora de aplicar conocimientos y conceptos en tierras forañas. Florentino Pérez lo tacharía de «paleto» y Florentino Pérez requiere de «internacionalidad» al máximo, si bien luego -y hasta ahora, al menos- en el pecado haya llevado siempre la penitencia y, a este respecto, recuerdo unas declaraciones de Beckham en que afirmaba que le «gustaría ganar algo con el Madrid». Para justificar y argumentar la salida del club de del Bosque, Florentino dijo: «Cada técnico tiene su librillo. Del bosque tiene uno más bien clásico. Es muy tradicional. Buscaremos algo más moderno». Son palabras rezumantes de desprecio y eso que empleó «técnico» en lugar de «maestrillo», sin atenerse a la ortodoxia formal del refrán. Resulta claro que nunca se hubiera atrevido a usar esos términos para describir, pongamos por caso, a un Mourinho o a un Ancelotti, a pesar de no poder presentar unos CVs tan ricos cuantitativa y cualitativamente. Es el lenguaje que emplea el mundo -y no olvidemos que el Diablo es el Príncipe del Mundo- a la hora de juzgar la disciplina, la laboriosidad y la virtud.

Creo que del Bosque y Guardiola sean en este sentido antitéticos, no tanto por características personales, sino por ser ambos productos o reflejos de dos Españas, histórica y socialmente, distintas. Ya es significativo que Guardiola, tras dejar el Barcelona como jugador, militara en el extranjero (en el Brescia, la Roma y Qatar), mientras que del Bosque colgara las botas dentro del Madrid y permaneciera dentro del club, en labores técnicas. Posiblemente le resultara estrambótica cualquier otra posibilidad. Guardiola triunfa, inigualable e inmejorable, en el banquillo del Barça y luego se concede un año sabático. Marcha a Nueva York. Eso del «año sabático» resulta muy moderno y reciente. En la España de la infancia y juventud de don Vicente, no se concebía, si bien no sea menos cierto que hoy hemos vuelto a dejar de concebirlo de nuevo. Se trabajaba duro para salir adelante. Se era un país pobre y aislado y además dado de lado por el entorno, que sólo nos visitaba el rey Faiçal y nuestro Jefe del Estado sólo salió de España en una ocasión… ¡a Portugal! «Año sabático… ¿qué es eso?», se hubiera preguntado del Bosque a la edad de Guardiola otorgándoselo a sí mismo. Y con él, un Amancio o un Pirri y, si se le hubiera forzado a ello, no habría ido desde luego a Nueva York (como en el schotis del señor Macario, se hubiera preguntado: «¿Y qué haces tan temprano en Nueva York?») a ver, por ejemplo, las mamarrachadas del MOMA, sino que, como alma en pena o como licántropo noctívago, hubiera vagado por su Salamanca o por los pasillos de su piso tan próximo a la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, tachando, como un preso de penal o un recluso del Purgatorio, los días que le faltasen para recobrar la perdida libertad del trabajo y zafarse de la condena de la libertad absoluta. Buen proletario. Como esos obreros españoles de toda la vida que llegan a la fábrica o a la obra treinta o cuarenta minutos antes y, los domingos o en vacaciones, o bien hacen chapuzas remuneradas o bien las hacen en casa, a destajo casi, y, como presos en un penal o reclusos del Purgatorio, van tachando con ansiedad los días que les faltan para alcanzar de nuevo la ansiada libertad, la auténtica para ellos, y no el señuelo de la jubilación, bostezo condenatorio a la tristeza de la inactividad improductiva, más triste que la propia muerte.

Alfonso X el sabio, nuevamente en sus «Partidas», establece que las cualidades necesarias en un buen caudillo son: la sabiduría, el valor y el buen seso. Veamos:

  • Buen seso: «fiel a su imagen de hombre alejado de escándalos y polémicas, de la boca de del Bosque no sale en público ni una sola palabra sobre el presidente (Florentino Pérez) ni sobre su club (el Real Madrid) en el que tiene una hoja de servicios de más de treinta años» (Jorge A. Moreno, ABC – 14/10/2013); «un estilo de coaching sereno y equilibrado, razonable y maduro» («La fuerza tranquila» – Ignacio Camacho, ABC – 20/1/2013)
  • Sabiduría: «del Bosque representa el paradigma del jefe que todo el mundo desearía tener; sensato, moderado, apacible, discreto, cooperativo, juicioso, integrador… un líder moral sosegado que emana la jerarquía intangible del prestigio e inspira con su temple una confortante, alentadora confianza» (Ignacio Camacho, ABC – 20/1(1013)
  • Valor: Como siempre se ha insistido en la modestia, flema y temple torero de don Vicente, cabe preguntarse por su valor. ¿O es que tan sólo «se le supone», como figura en la cartilla de todo soldado español? Quizá resida éste precisamente, pues no debemos dejarnos engañar por las apariencias, en que sin bravatas, ni arbitrariedades, ni exabruptos, sino con absoluta naturalidad, cree, mantenga o mejore un estilo de juego basado en la técnica individual -de altísimos vuelos, como nunca se había dado antes en España- , toque y posesión casi obsesiva del balón, así como una elegancia de juego, una estética innegable asentada en el talento y en la coordinación del conjunto en el que afortunadamente no destaca nadie por encima de los demás ni hay ningún figurón.

Valor ha sido el, a pesar de las críticas, mantener ese estilo hasta la fecha, con las mejores estadísticas que nunca se hayan dado anteriormente con otros seleccionadores nacionales. «Toda la vida hablando de que no tenemos estilo y cuando encontramos uno, despotricamos» (ABC – 1/7/2012)

A Vicente del Bosque se le ha llamado «anti-héroe». Es que el valor de del Bosque es tranquilo. Recuerdo que, cuando era jugador, del Bosque podía llegar a desesperar. Era centrocampista, cerebro, organizaba el juego con su visión de conjunto, pero si perdía el balón, lejos de replegarse raudo o disputarlo, parecía desentenderse entonces. Era muy frío. Era muy cerebral. Era, por contraponerlo a otro jugador de su mismo club y equipo, el opuesto de Pirri, «purisito corasón», que diría un mexicano. Qué duda cabe que esa «sangre gorda» es también en gran medida la de la selección española, lo cual unido a que ejecuta pocos tiros -poquísimos desde fuera del área-, observa con frecuencia el «gili-córner», galopa raramente al contraataque y que, salvo en raras ocasiones como en la final contra Italia en la última Eurocopa en que se ganó por goleada, las victorias son exiguas (en general por un solo gol de diferencia), puede desesperar ella también a más de uno. Dicho esto, si a los hechos y a los datos y no sólo a los resultados, sino también al juego nos remitimos, habrá que dar la razón al míster. «… el triunfo se ha ido extendiendo de año en año, sin mermas y sin bajar un ápice. Por el contrario, y después del partido ante Italia (1/7/2012, final de la Eurocopa), da la sensación de que la máquina va más engrasada cada año» (José Manuel Cuéllar, ABC – 3/7/2012). Éste es el valor de del Bosque: el trabajo, la perseverancia, la disciplina y la regularidad. Como decía Hernán Cortés: «El sufrimiento, ese segundo valor». De la explosión, del brote vehemente, virulento o audaz, del golpe de genio, todos, en un momento determinado y en mayor o menor medida, somos capaces. De mantenerlo, a fuerza de tiempo y sacrificios, de «sufrimientos», eso es otro cantar. ¡Dios nos libre de las inspiraciones del momento! Como dice el refrán: «Ya se levantó el perezoso. Prendió fuego al palomar». El valor de del Bosque no será nunca temeridad. No va con él cantar eso de «Nadie sabía en el Tercio / quién era aquel legionario / tan valiente y temerario…»

Recientemente se quejaba, con sorna, el entrenador de la selección española de hockey sobre patines, Carlos Feriche, de que, a pesar de su palmarés ¡invicto siempre! y de la conquista de todo cuanto una selección pueda apetecer, a él no se le hubiera hecho marqués. A pesar del tono de soca de sus palabras, qué duda cabe que lleva razón. Como razón habría que conceder a quien denunciara que, por ejemplo, a Amaya Valdemoro (o incluso a Marta Domínguez antes de que saltara el escándalo) no se le haya concedido ni nunca se le concederá el Premio Príncipe de Asturias del deporte. Sin embargo, la realidad bien poco sabe de justicias y de equiparaciones. Hay un deporte que encandila a todos y ése es el fútbol, y los demás, todos sin excepción, a él confrontados, se convierten en minoritarios, muy minoritarios o mediáticamente inexistentes ( y por ende inexistentes), de tal manera que, indefectiblemente, serán siempre más rápidos y sensibles los afectos futbolísticos que cualesquiera otros aciertos o frutos cogidos u obtenidos en otras lides.

Hay sabios que se escandalizan de que se admire a del Bosque, a Iniesta o a Xavi Hernández y se tenga en bien poco, al menos frente a ellos, a un Arsuaga o a un Barbacid o al hispanoamericano Patarroyo. No pidamos peras al olmo, entre otras cosas porque como decía Tono «estará prohibido». Don Mariano Madramant argumenta con razón que «el beneficio de las victorias nos hace más pronta y más viva impresión que el que se origina de las sabias leyes, de la administración de justicia y de la buena política porque los progresos de su utilidad son más lentos y para conocerlos es menester recurrir a las reflexiones en que por lo común no suelen detenerse los hombres». Claro está que Madramant, del siglo XVIII, no se refiere al fútbol, sino a la guerra y a la vida militar, pero es que nosotros sabemos ya, gracias a Konrad Lorenz, que el deporte, y por encima de todos el fútbol, es guerra pacífica, enfrentamiento incruento, con vencedores y derrotados, con países que ganan y países que pierden, y también sabemos que el fútbol es deporte de masas en que éstas vuelcan sus afectos.

En su prudencia y reflexión de los avatares y cosas de la vida, del Bosque es consciente de lo aleatorio y caprichoso que es todo, amén de lo arbitrario que también pueda llegar a ser. Tras ser jugador del Real Madrid, pasa al equipo técnico del club merengue, donde se dedica a las categorías inferiores. El primer equipo no obtiene los resultados requeridos o apetecidos. Se despide al míster, Toshack, y se echa mano del personal de la casa. Del Bosque es nombrado entrenador. Llegan entonces, sin apelación, los éxitos, pero uno se pregunta qué hubiera ocurrido si no hubieran despedido a su predecesor o si hubieran recurrido a otro de relumbrón y, a ser posible, extranjero. Del Bosque hubiera proseguido en el anonimato, desarrollando su labor sorda, de limitados sufragios populares y sin eco mediático alguno. A la Ocasión, ya se sabe, la pintan calva, pero con un exiguo mechón de cabellos que hay que agarrar con fuerza y decisión y no soltar ya. No obstante, se puede seguir cavilando e hipotetizando: ¿y si, a pesar de todo, por las circunstancias que fuesen, su trabajo al frente del primer equipo del Madrid no hubiera cuajado?… Del Bosque habría permanecido en su oscura labor, eso sí sin queja alguna por su parte, y tan sólo los madridistas o los no madridistas dotados de memoria crítica, le hubieran recordado, pero con moderación, sin grandes entusiasmos, como se recuerda, por ejemplo, a un Grosso o a un Velázquez, jugadores importantes, sí, pero que no marcan una época y que se achican en la perspectiva del tiempo ante un Pirri o un Amancio.

Del Bosque, por otra parte, lleva en la sangre el escepticismo y sabe cuán «presto se va el placer» y «como después de acordado, da dolor»; cuán pronto, con cuánta celeridad, y más en el mundo tan competitivo del fútbol, ávido de éxitos y de frutos inmediatos, en que nadie puede ni quiere esperar a que el árbol crezca y madure, se pasa de la aclamación a la indiferencia o al vituperio. Un entrenador no sólo ha de ser bueno, sino mejor que los demás y ha de ganar siempre. Si ya es difícil ser mejor que los otros, ¡cuán no será serlo de forma permanente! Ahora bien, nada es para siempre; todo responde a ciclos. Sí, es bien cierto que un entrenador reputado gana mucho dinero y es admirado; no es menos cierto, sin embargo, que trabaja en unas condiciones de ansiedad y agobio, sólo comparables, creo yo, a las que haya de afrontar un Presidente de Gobierno, con la ventaja para éste de que acabará, salvo circunstancias excepcionales, su mandato, o casi en el caso de que convoque elecciones anticipadas. Por otra parte, la intensidad, frecuencia y recurrencia de los episodios ansiógenos es mayor, con dos y a veces incluso tres ocasiones por semana, para el míster.

Si del Bosque fuera filósofo, abrazaría el estoicismo. Sólo el desprendimiento y la ataraxia nos tornan inmunes a los rudos y desconsiderados golpes de la diosa Fortuna y garantizan nuestro equilibrio mental y afectivo.

Alharacas, ringorrangos, extroversiones, delirios y emotividad o labilidad le son ajenos, afortunadamente, a del Bosque. Hemos hablado de estoicismo a propósito de del Bosque. Vamos a establecer un ligamen entre el maestro salmantino y Séneca, a través de S.M. el Viti y Manolete. A Vicente del Bosque le gusta la tauromaquia y, al parecer, según he leído, su torero preferido es su paisano Santiago Martín «Viti». Desde luego ambos se asemejan: semblante serio, cuando no adusto, temple y templanza, valor desde la técnica sin temeridades ni heterodoxias. Sobriedad. Me decía mi padre que quien hubiera conocido a Manolete, como era su caso, sin llegar a minusvalorarlo, relativizaría la valía del diestro de Vitigudino; o, a la inversa, que quien hubiera visto torear al Viti, podría hacerse cabal idea de cómo toreaba Manolete. El Viti representó el clasicismo castellano reinterpretando el hieratismo y la prestancia del cordobés. Córdoba no es Sevilla; Córdoba no es Cádiz. «Córdoba. Lejana y sola», tal y como la describiera Lorca. «La muerte me está mirando / desde las torres de Córdoba». Reza un aserto andaluz: «De Sevilla, señoritos; de Córdoba, señores; de Málaga, gente». Córdoba, en su estoicismo, es senequista como Cordobés fuera Séneca. Córdoba es la más castellana de las ciudades andaluzas. «Y como Cuauhtemoc, cuando estoy sufriendo, / en vez de rajarme, me aguanto y me río», canta el mexicano de «Yo soy mexicano» de Esperón y Cortázar, lo cual no deja de ser extroversión y orgullo, explicitado éste con su punto de histrionismo. Séneca, el estoico, y Vicente del Bosque, «cuando están sufriendo», tan sólo aguantan, procurando que no se les tuerza el gesto ni se les demude el semblante. «J´aime la majesté des souffrances humaines» («Amo la majestad de los sufrimientos humanos»), escribe Alfred de Vigny, romántico estoico donde los haya. Su lobo así se expresa:

… Si tu peux, fais que ton âme arrive,
À force de rester studieuse et pensive,
Jusqu´à ce haut degré de stoïque fierté
Où, naissant dans les bois, j´ai tout d´abord monté.
Gémir, pleurer, prier est également lâche.
Fais énergiquement ta longue et lourde tâche
Dans la voie où le Sort a voulu t´appeler,
Puis après, comme moi, souffre et meurs sans parler» (La mort du loup)

(Si puedes, haz que tu alma alcance,
A fuerza de permanecer estudiosa y reflexiva,
Ese alto grado de estoico orgullo
Al que yo, naciendo en los bosques, presto subí.
Gemir, llorar, rezar es igualmente cobarde.
Haz con energía tu larga y pesada tarea
En la vía en que la Suerte dispuso ponerte.
Luego, como yo, sufre y muere sin hablar») (La muerte del lobo)

Como bien se ve, acabamos de demostrar científicamente la relación directa entre Séneca y nuestro personaje. Y desafío a cualquier universidad americana, por muchos dólares con que cuente, a poder hacer otro tanto.

Don Vicente, charro de nacimiento, es muy castellano. Dice Cela, gallego, en «Viaje a la Alcarria» que «el pueblo de Castilla es institucional y sacramental y hay dos cosas que no perdona ni por error: el que los ricos se salten los mandamientos de la ley de Dios (y esto va por Florentino Pérez) y el deleite de llamar siempre, con toda crueldad, al pan, pan y al vino, vino». Por una conciencia aguda que sabe distinguir lo negro del blanco y lo justo de lo injusto, a del Bosque se le atraganta el baldón que le dieron el poder y la riqueza, entronizados en la presidencia del club merengue y encarnados en el plutócrata Florentino Pérez. Lorenzo Sanz, quien fuera antes que él presidente de la entidad blanca, refiriéndose a aquel desaire con que se despreció su figura y su trabajo en el Madrid, afirma: «… aunque no es rencoroso, Vicente está muy dolido porque nunca se le ha valorado lo que hizo en su momento (en el Real Madrid)». Todo ello porque, a toro pasado, la directiva del Real Madrid, en marzo del 2011, menos de un año más tarde de la obtención del Campeonato del Mundo por parte de la selección española bajo la égida de del Bosque, acordó por unanimidad concederle la medalla de oro del club, la más alta distinción que pueda otorgar el Real Madrid. Resulta evidente que si del Bosque no hubiera triunfado con el conjunto nacional o, tras dejar el Madrid y su infructuosa estancia en el Besiktas, hubiera caído en el ostracismo, el Madrid lo habría olvidado para siempre.

No era la única concesión. Junto a él se confería aquella distinción a Plácido Domingo y a Rafa Nadal, lo cual diluía en gran medida el reconocimiento a su persona, a su figura y a su trabajo. Lo suyo, lo propio, lo realmente justo, ético y estético, hubiera sido un homenaje en el Bernabéu, con él y con su inseparable equipo técnico de ayudantes (Toni Grande, Javier Miñano y Francisco Jiménez), como el matador homenajeado, rodeado de su cuadrilla, compartiendo generosamente con sus subalternos las mieles del triunfo y del afecto de los aficionados, en el centro del campo, recibiendo la condecoración, dando luego la vuelta al ruedo y propinando la patada de honor que da inicio a ese partido festivo que enfrenta al Madrid y a otro buen equipo, o a una selección o a un buen combinado internacional. No es para menos. Como dijo Toni Grande, mozo de espadas y hombre de confianza del maestro: «El homenaje debiera ser sólo a Vicente; llega demasiado tarde y es frío… merecía el aplauso individual en el centro del Santiago Bernabéu y no en un salón de actos». Sentenció del Bosque diplomáticamente, achacando a sus «rarezas» el no recoger esa medalla y, por tanto, su rechazo: «Entiendo perfectamente el cariño del club y de la gente hacia mí, pero yo también tengo mis rarezas, entonces que me permitan tomar una decisión que llevo en lo más profundo de mí». En «El Economista.es», del 16/2/2012, puede leerse: «Una salida fea: La decisión en lo más profundo de su ser llega tras su distanciamiento con Florentino Pérez, presidente del club blanco entonces y, tras una pausa, también ahora. Después de dos Champions ganadas y un día después de ganar su última Liga, el Real Madrid comunica a del Bosque que no le renovaría el contrato en busca de un «nuevo estilo»… La medida que ya había sido aireada por todos los medios de comunicación, dolió al míster blanco que fue el último en enterarse de manera oficial de la medida y cuando su sustituto, Carlos Queiroz, estaba casi en la sala de prensa».

¿Rencor? No, Lorenzo Sanz lleva razón al afirmar que del Bosque no es un resentido. De serlo, qué fácil no le hubiera sido, con sus declaraciones, cuestionar y mancillar al presidente blanco. No, como el lobo de Vigny, del Bosque sufre y calla. Imagino que tras largas deliberaciones consigo mismo y tras sopesar ponderosa y sesudamente la cuestión, habrá tenido que dolerle su decisión final por, además y sobre todo, temor a que la afición, siempre manipulable, pudiera tomarla como desprecio al club y a ella misma. No, no se trata de resentimiento, sino de la sensatez y la coherencia de que del Bosque hace gala pues, de aceptar la distinción, se estaría plegando y sancionando la hipocresía, el cálculo interesado y el oportunismo. Que yo sepa, Cristo nunca se acomodó ni a las camándulas de los fariseos y saduceos, ni se avino jamás a las seducciones de filisteos con sus becerros de oro. Cristo no tuvo acepción de personas. ¡La verdad por delante, siempre, señores cristianos!

Esto por lo que hacía a la primera de las cosas que, según Cela, no perdona ni por asomo ni se salta un castellano. En cuanto a la segunda… aquí no podemos ser tan categóricos con respecto a del Bosque pues, debido a su profesión y a su cargo, la sinceridad descarada le queda vetada. Y del Viti habrá aprendido a tener mano izquierda. El duelo deportivo entre Madrid y Barça, convertido en trifulca y azuzado por quien acostumbra a pescar en río revuelto y por un periodismo amarillista e irresponsable o sencillamente porque, careciendo de toda vida interior, el encizañador sólo puede vivir hacia afuera, curioseando impertinentemente o malquistando a unos con otros porque eso es cuanto estimula su anodino decurso vital, ese duelo o trifulca, digo, es peligroso toro a que agarrar por los cuernos. Ayudado por la buena voluntad de Casillas y Xavi Hernández, a del Bosque tocó enderezar una situación torcida y con su triaca limpiar la ponzoña y ligar las llagas. Sólo alguien con autoridad suficiente y respetado por los jugadores, entre otras cosas por ser él mismo el primero en respetar, puede desbastar, limar, pulir y hacer que las piezas encajen de nuevo. Algebrista era llamado antaño el práctico que encajaba los huesos dislocados o rotos. Del Bosque es algebrista.

A propósito de Castilla, cabe citar aquí a don Antonio Machado, andaluz en la meseta más áspera. «Hay un breve aforismo castellano, que yo lo oí por primera vez en Soria, que decía así: «Nadie es más que nadie». Nunca olvido al viejo pastor de cuyos labios oí ese magnífico proverbio, donde, a mi juicio, se condensa toda el alma de Castilla, su gran orgullo y su gran humildad, su experiencia de siglos y el sentido imperial de su pobreza. Esa magnífica frase que yo me complazco en traducir así: Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre».

Del Bosque sabe, o cuando menos intuye, que cuanto nos diferencia y jerarquiza son disfraces y que, una vez quitados, todos nosotros, en nuestra desnudez radical y desvalimiento, somos iguales. Qué duda cabe que el proverbio expresa a nuestro personaje y que la glosa del poeta también puede aplicársele. Donde dice «siglos» léase «años» y donde dice «sentido imperial», pues… la verdad, yo lo dejaría porque, espero haya quedado ya suficientemente claro, el fútbol es guerra en la paz y sustituto pacífico de la guerra, así como, por tanto, política y, por ende, la selección que triunfa, allana reinos y funda imperios, si bien el dicho imperio sea relativamente efímero y haya de intentar renovarse cada cuatro años.

Este «nadie es más que nadie» tiene un genial estrambote acuñado por Rafael Ortega, el Gallo, el Divino Calvo, y es el de «que naide se meta con naide«, que también informa y expresa a del Bosque, hombre pacífico y respetuoso.

Y entramos así en la cuestión de los valores, un tema excesivamente manoseado en nuestra sociedad, lo cual es prueba de su crisis, de su mengua o incluso de su ausencia. Del Bosque ha insistido hasta la saciedad en que el juego había de ser limpio y de que era menester la humildad. En prácticamente todas las entrevistas, del Bosque manifiesta que «el día en que nos lo creamos, dejaremos de ganar». Recordemos también que a nuestra selección se le ha reconocido oficialmente su fair play al concedérsele el Premio Fifa Mundial 2010 al Juego Limpio y, si no voy errado, bajo del Bosque, tanto en la Eurocopa como en el Mundial, España ha sido el conjunto con menos tarjetas y creo no errar al decir que nunca ha sufrido el baldón de una expulsión, que es algo que ha de mancillar siempre a todo equipo y más aún a uno ganador. Frente a aquel famoso «ganar como sea» de di Stefano, del Bosque, en su hidalga censura de ratimagos, fullerías y trampas, se alinearía con las tradicionales formas militares de vencer de que blasonaban los romanos, opuestos, como nos dice Montaigne, «à la Grecque subtilité et (à l´) astuce Punique, où le vaincre par force est moins glorieux que par fraude» (a la sutileza griega y a la astucia púnica, en que el vencer por fuerza es menos glorioso que por fraude). No, del Bosque hace suya la afirmación del pensador gascón por la que «celuy seul se tient pour surmonté, qui sçait l´avoir été ny par ruse ny de sort, mais par vaillance, de troupe à troupe, en une loyalle et juste guerre» (sólo se sabrá vencedor quien haya obtenido la victoria por valentía, y no mediante ardides o por buena fortuna, sino de ejército a ejército, en una guerra leal y justa). Vencer lealmente, ganar en buena lid.

Cuando Benedicto XVI, antes de ser Papa, era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió sobre el fútbol considerándolo «acto universal que une a los hombres de todo el orbe en un mismo estado de ánimo», aproximándolo así, en cierta medida, a la eucaristía. Prosigue: «Esto pone de manifiesto que se debe estar tocando algo originariamente humano», lo cual no significa más que el fútbol, como diría Peter Brook, es «teatro sacro», religión por tanto, en el sentido más lato de la palabra. En cuanto a los valores propiamente dichos, el Cardenal Ratzinger se expresa así: «El fútbol obliga al hombre, ante todo, a disciplinarse a sí mismo. También le enseña a colaborar con los demás; por último, a enfrentarse con ellos limpiamente». (Joseph Ratzinger: «Cooperadores de la verdad») Ciertamente no es ello privativo del fútbol puesto que puede aplicarse a todo deporte de grupo, sí, pero, lo repetimos, el fútbol es deporte universal, de masas, y cargado de afectividad. Por otra parte, cabe preguntarse si puede producirse «transferencia» desde el fútbol y desde la actividad deportiva en general a otros campos de la vida; en cualquier caso, dudo que esa «transferencia» se opere de manera automática.

Del Bosque es consciente de la admiración que, tanto en niños y chicos de ambos sexos, suscitan los futbolistas de la selección y de cómo se erigen en modelos de conducta. En una entrevista previa a la final de la Eurocopa 2012, que ganara el primero de julio frente a Italia, Vicente del Bosque se expresa así en el ABC: «Este grupo (los jugadores de la selección) disfrutan de una corriente de simpatía grande en la sociedad española… Tenemos que aprovechar eso, que estos chicos son modelos para los chavales jóvenes y deben ser ejemplares». Esta ejemplaridad ha de sustentarse en el talento individual y colectivo, la labor de conjunto y conjunción de los jugadores, el juego limpio y el respeto al rival. El otrora cardenal Ratzinger concluye esperanzado: «Tal vez sea posible aprender nuevamente a vivir a partir del juego: la libertad del hombre se nutre de reglas y de disciplina». Sus palabras, llenas de buena voluntad, nos resultan, por desgracia, seráficas y utópicas. Entre otras cosas, el fútbol, amén de ser deporte, es también (¿sobre todo?, ¿únicamente?) negocio…

También del Bosque aspira a que el fútbol sea escuela de bellos valores. Recuerdo un documental que rememoraba de forma bastante crítica el Mundial de Argentina, jugado en 1978, en que el país anfitrión se alzó con la Copa ante Holanda. Menotti, autodefinido como «filósofo del fútbol», seleccionador argentino, justo antes de la final, en los vestuarios, aleccionaba a los suyos (ese excelente equipo de Marito Kempes, Ardiles, Villa, Bertoni, etc.) a exhibir juego limpio. Las cámaras y los micrófonos estaban tomando acta de aquel acontecimiento y había que causar buena impresión. Ese mismo documental mostraba luego, tras la arenga en el vestuario, las marrullerías y suciedades disimuladas a que recurrieron los vencedores. Creo que en del Bosque no se da esta contradicción, tan farisea, en definitiva esta hipocresía, entre palabras y hechos. Letra y espíritu van en él de la mano. A del Bosque, además, le han de asquear profundamente esos grupos violentos de hinchas, alimentados ¡y financiados! por más de uno y más de dos presidentes de club. Kevin Keegan, capitán de la selección inglesa en el Mundial de 1982, mostró su rechazo sin ambages y expresó su condena sin excusas al hooliganismo nacional que mancillaba el nombre de su selección y de su país.

Ahora bien, si del Bosque suscribiría sin pestañear las palabras de quien fuera luego Papa, no incurre en su ingenuidad pues, aunque Benedicto sea bastante mayor que él, del Bosque lleva en el fútbol desde niño y es perro viejo y, por tanto, ladra echado, y más sabe el diablo por viejo que por diablo. Del Bosque es consciente de que sólo puede ser modelo para los demás quien triunfa porque esto es fútbol y no vida espiritual y nadie va a indagar móviles o a reconocer victorias sobre uno mismo o sobre el mundo. En el fútbol nadie triunfa como Cristo, clavado en una cruz. El fútbol, espectáculo mundano, rechaza ese escándalo. Se admirará y querrá ser como el mejor, como el que gana y alza la copa frente a la hinchada. Por ello insiste del Bosque en que sus chicos hayan de ser humildes y solidarios («caritativos», diría Ratzinger) pues él, hombre escéptico, hombre estoico, hombre desengañado, sabe mejor que nadie, y así lo afirma, que «lo que pasa es que ya sabemos que dicha ejemplaridad va relacionada con el triunfo. Cuando se pierde…» Mejor que nadie lo sabe él que, incluso triunfador, ¡ aun así!, recibió una patada en el trasero.

«Este equipo es el reflejo de la España ideal», ha dicho del Bosque y, por si la cosa no quedara lo suficientemente clara, añade: «Aquí no se nota que hay catalanes, vascos, madrileños…» (ABC – 1/7/2012). Lo bello y lo propio hubiera sido acabar la frase con un «sólo españoles» o con «pues, a la postre, son todos españoles», pero del Bosque ha de ser conciliador por obligación, amén de serlo por carácter, y, a tal punto hemos llegado en «este país» nuestro que, en determinadas, muchas , demasiadas circunstancias, es mejor, tristemente mejor, no usar el término «español» o «España». Sí, para no ofender. En cualquier caso, don Vicente tiene el valor de mentar a España, hablando incluso de «España ideal». Claro, diría un extranjero de un país normal, cómo no nombrarla si es precisamente su entrenador. Lo que posiblemente no sepa ese extranjero, dada su normalidad, es que Francia es Francia, sin problemas, y Alemania también es Alemania, pero que España… ya se lo dijo Arzallus a Mayor Oreja, que España nunca sería Francia o Alemania, queriéndole representar así, como acertadamente lo interpretó el antiguo ministro del Interior, que ya se encargarían él y todos los nacionalistas de toda laya de lastrar lo suficientemente a nuestro país para que nunca sobresaliera.

Es evidente, aunque sólo sea por sensatez, que a del Bosque esto de los nacionalismos, con las mediocridades, odios y conflictos, ¡y guerras!, que genera, le tiene que repatear, que él querría una España unida y respetuosa con todos porque, también por sensatez, guste o no guste, los regionalismos son, en comparación con otras naciones, cuestión insoslayable en nuestro país desde bien atrás. «Siamo tutti una sola famiglia», canta emocionado el coro de conspiradores hispánicos en «Ernani» de Verdi, invocando y reclamando la unión de Iberia.

Pero, claro, una cosa es el deseo y otra la realidad. Y para no divorciarlos hasta romperlos ambos, está y se impone el sentido práctico. Un mes entero y más han de convivir los jugadores de la selección española en un país extranjero, compartiendo entrenamientos, hotel, mesa y ocio. Son chicos procedentes, profesionalmente, de distintos clubs y, por origen, de distintas regiones. Muchos de ellos militan en el Barcelona -pues no en vano se trata del mejor equipo español actual- y son catalanes de origen, se han criado dentro de una enseñanza oficial que busca crear y suscita el odio a España, y se ven sometidos a un asedio nacionalista que no da tregua -¿hay algo más terco que un nacionalista?- y que exige una madurez y un espíritu críticos casi sobrehumanos para permanecer, no ya ajeno, sino inmune o casi a sus insidias, mentiras, manipulaciones e inquinas obsesivas. Aquí reside, en mi opinión, un auténtico mérito de del Bosque al que nunca se aludirá, para no «molestar» a nadie y que es el de saber neutralizar la insensatez y la peligrosísima vesania de nuestra sociedad en el seno de la selección, llegando a crear, asentándola en esa neutralización previa, un conjunto de iguales y de hermanos en que todos juegan para todos y para el triunfo sin apelación del grupo. A ese grupo, algunos le dirán «España», otros «el Estado», otros incluso la «cosa»… como el jugador vasco del Athletic, Susaeta, quien dijo, el 14 de noviembre de 2012, que «representamos a … una cosa». No se atrevió a decir «España». Aunque lamentable, es excusable. De vuelta a su pueblo, a su club, se le hubiera mirado mal. Por otra parte, cómo extrañarse de ello cuando en la televisión vasca, al menos bajo mandato del PNV, se prohíbe la palabra «España» y su derivado, «español». Por ello, cuando en la televisión,tras la derrota frente a Brasil en la última Copa Confederaciones, se le pidió una valoración, a pie de campo, de lo que había supuesto aquel campeonato, del Bosque contestó que «se quedaba con lo positivo: un mes de muy buena convivencia entre todos»

Así están las cosas… pero, acotados y dirigidos por la sabiduría del veterano del Bosque, los jugadores someterán sus talentos al conjunto. ¡Cuántas tonterías y despropósitos no habrá tenido que escuchar el pobre del Bosque, sin poder replicar, tragando, como buen lidiador que es, para ir sacando pases y hacer faena, buena faena, con un toro que salió abanto, pero que luego rompió en el caballo de su santa paciencia, se hizo bueno y embistió como un bravo. En fin, la mano izquierda de que hablamos anteriormente. La influencia charra de Su Majestad el Viti…

Si ya se mostrara admirable Luis Aragonés a quien tocó trabajar, con sus chicos, en una época de plan Ibarretxe, tripartitos, pactos de Perpiñán, un botarate intelectual y badulaque moral como presidente del gobierno central que llega a cuestionar su propia nación, Oleguers independentistas que no quieren jugar en la selección española, etc. ¡Cómo no maravillarse pues ante el temple y tesón y entereza, dignas de un Santo Job, de del Bosque, que ha ostentado el cargo durante los últimos cinco años y medio de creciente tensión y amenazas nacionalistas, de clima irrespirable que, lejos de remitir, va a más. No sólo eso sino que se ha atrevido a firmar su renovación que le llevará al frente de la selección hasta el 2016. Y es que en los últimos meses las cosas han ido tan a peor con un Mas desquiciado, una burguesía catalana furiosamente enloquecida que desmiente un día sí y otro también aquello que resulta ya tan falso del seny, una Esquerra que es odre purulento de odio y maldad y que no cabe en sí de gozo exacerbando con éxito los conflictos por ella misma creados, y una sociedad ahogándose en delirio colectivo, vilmente manipulada desde la escuela y los medios de comunicación, con una corriente de opinión que es un crecido torrente de totalitarismo llevándose consigo y por delante todo cuanto encuentra a su paso, y un larguísimo etcétera, que es como para desalentar al más bravo. En estas circunstancias, uno se pregunta hasta qué punto del Bosque será capaz esta vez de domeñar hercúleamente hidras de Lerna, toros de Creta, canes Cerbero del Hades y demás monstruos.

Sin ir más lejos, hoy, día 8 de enero del 2014, oigo las declaraciones del diputado general de Vizcaya, el nacionalista peneuvista José Luis Bilbao a propósito de la posibilidad de que San Mamés acoja la Eurocopa de naciones del año 2020. En ellas se muestra contrario a que la selección española juegue en Bilbao. Me viene a la memoria cómo, con la constitución del gobierno autonómico vasco no nacionalista, con Patxi López como presidente, tras las elecciones regionales de marzo del 2009, esperanzada y esperanzadoramente se consideró la celebración de algún partido de la selección en el País Vasco, cosa que no ocurría desde 1967. Incluso el alcalde socialista de Baracaldo ofreció para ello el estadio de su ciudad. Sí, pero ahora han vuelto a gobernar los de Arzalluz… Tras manifestar con el gesto ulcerado propio de los nacionalistas que España no debe jugar en San Mamés, el señor Bilbao escupe unas, más que avinagradas, emponzoñadas palabras, por las cuales insiste en su obsesión, pero matizando que nuestra selección sí podría hacerlo siempre y cuando se enfrentara a Euskadi y que, así las cosas, como visitante, incluso sería tan bien recibida como Alemania o Francia, por ejemplo. Sabedor de la dificultad que entraña la materialización de su deseo, esto es el rechazo y la censura futbolística a España, arroja entonces biliosamente por la boca que «si eso supone que San Mamés no es sede de la Eurocopa 2020, pues que no lo sea, porque hay cosas más importantes que salvaguardar». Son palabras inefablemente incalificables, ¿no es cierto?¿Qué habrá pensado del Bosque, no ya sólo como español y como seleccionador campeón del mundo, sino sencillamente como ser humano? ¿Cabe algo similar en el presidente de, por ejemplo, Baviera, negando a Alemania la celebración de un partido en Múnich, o en el de la Provenza hurtándole el estadio de Marsella a la selección francesa y de paso insultando a la propia nación? ¡Cuantísimo odio! Si hasta resulta imposible pensar que sea cierto…¡Qué difícil se lo ponen a del Bosque! Es algo mucho peor que la frivolidad de Florentino. Es algo peligrosísimo. 

El reflejo de la España ideal… Desde luego cuántos del Bosque no harían falta en nuestro país para poder sentirnos tranquilos y satisfechos y que la zanja entre ideal y realidad menguara y se cerrara como se liga la carne sajada.

Dentro de seis meses, y estando así las cosas, España y del Bosque tienen ante sí un auténtico reto: tras dos Eurocopas y un Mundial, volver a alzarse con este último campeonato. Es harto difícil. El grupo clasificatorio en el que se encuentra España es de armas tomar, si bien del Bosque, con razón declare que eso «es bueno para la mentalidad. Cuando hay rivales más flojos, nos cuesta concentrarnos» (El País, 7/12/2013). Del Bosque ya advirtió, hace algo más de un mes, que es descabellado pensar que España vaya a ganar, lo cual no significa ni por asomo que España no pueda volver a ganar. La derrota por 4 a 1 ante Brasil, en la final del 15 de junio de la Copa Confederaciones y los dos últimos partidos amistosos en tierras africanas, no son como para echar las campanas al vuelo. Se dice que nadie puede mantener un ritmo de victorias por tiempo indefinido, que castillos más altos acabaron por caer, que los jugadores van acusando ya la edad, que llegarán cansados a la cita del Mundial…

Yo confío en el, este sí auténtico, seny de don Vicente.

Hago votos, como español, para que venza mi selección. Además ello consagraría a del Bosque, no ya como oficialmente noble, pues ya lo es, no ya como mito, pues también lo es, sino como auténtico santo (milagroso) o semi-dios, que para el caso es lo mismo. Créanme, don Vicente se lo merece.

La salvación alienígena

Con los extraterrestres, uno nunca sabe… Ahora resulta que sí, que existen, y no sólo existen, sino que han contactado con nosotros, o al menos eso dice el antiguo ministro de Defensa de Canadá. Además, son bonachones y quieren enseñarnos a vivir, que a nosotros se nos da un poco mal.

Según ha declarado este señor, llamado Paul Hellyer, hay cuatro especies alienígenas distintas conviviendo con nosotros y los Gobiernos de múltiples países están colaborando con ellos. Con ellos, con los extraterrestres, no con nosotros, con los humanos, a los que en teoría estos Gobiernos se deben, pero a quienes no dicen ni palabra sobre el asunto.

Deus ex machina

Aunque, tras «La guerra de los mundos» o «Independence Day», ¿quién se fía? ¿No sacarán un rayo cósmico que nos pulverice? Uno quiere pensar que no, que las intenciones de estas entidades -a las que podríamos considerar divinas- son buenas. Uno quiere pensar que los extraterrestres nos van a traer la solución a tanto desahucio, a tanta estafa, a tanta desigualdad creciente y asumida; a tanto mamoneo, vaya.

Como en las tragedias griegas. Cuando la cosa se liaba demasiado y el autor no sabía muy bien cómo cerrar la historia, tiraba de Deus ex machina, es decir, sacaba a escena a un actor que decía ser Zeus y asunto resuelto. Zeus, claro está, no se andaba con minucias: tú allí, tú acá, tú acullá y yo me vuelvo al Olimpo. Y todos tan contentos.

Pero no todo va a ser tan fácil, ¿o creéis que sí? ¿De verdad alguien cree que este embrollo en el que andamos inmersos se va a resolver de la noche a la mañana y sin que hagamos nada? Difícilmente. Y por eso, en Turquía, en Brasil, ¡en España! hay quienes han optado por tomar la palabra y reivindicar, para los humanos, gobiernos humanos.

Y por eso, nosotros, si bien damos la bienvenida a los extraterrestres amistosos, tampoco callamos.

Ver declaraciones de Paul Hellyer (en inglés)

Dibujo de portada: «Stoned Alien Face» de Jesus-at-art (CC)

Archienemigos

Con todos los esfuerzos que estamos haciendo por levantar el país, bien podría el pueblo agradecer nuestros desvelos. Nosotros, que estamos enteramente entregados a la causa pública, a la Constitución, a los Derechos Humanos, ¡a la libertad!; que apenas cobramos y que no anhelamos ni poder ni gloria. Nosotros, que mantenemos a raya a los verdaderos enemigos, que procuramos la bonanza económica, que velamos por los necesitados, deberíamos ser, si no alabados, sí al menos reverenciados.

Archienemigos

Y mientras tanto, mientras que nosotros levantamos el país, otros se lucran en la sombra. Trapaceros que hinchan sus bolsillos gracias a nuestra impecable gestión, vagos que fingen investigar y que encima piden becas, huraños ávidos de negocio, vendedores de cualquier cosa a cualquier precio… Archienemigos de la Patria, eso son, avariciosos miserables venidos a más. Los conocemos como «trabajadores autónomos», pero deberíamos llamarlos «demonios», «diablos», «Belcebú en persona», porque no existe mal mayor.

Afortunadamente, hemos encontrado el modo de frenar sus ansias expansivas. En el Reino Unido aún no se han dado cuenta, pero el mejor modo de deshacernos de esta panda de emprendedores es fijar unas tasas que impidan su actividad. Luego también podemos complicar los trámites, despojarles de su derecho a un subsidio de desempleo, negarles el crédito, y cosas así.

Y de este modo, abatiendo a nuestros archienemigos, conseguiremos por fin implantar un nuevo régimen en el que nosotros, los elegidos, ocupemos el lugar que nos corresponde.

«Ágora», de Amenábar, no es una película anticristiana

El Señor atestigua un rechazo radical de toda forma de odio y de violencia a favor de la primacía absoluta del ágape. Por tanto, si en la Historia ha habido o hay formas de violencia en nombre de Dios, no deben ser atribuidas al monoteísmo, sino a causas históricas, principalmente a los errores de los hombres. Es el olvido de Dios el que lleva a una forma de relativismo, que inevitablemente genera violencia.

(Benedicto XVI, “Fe y violencia”, 7/12/2012)

1.

En su crítica de “La dolce vita”, Pasolini argumenta cómo, según él, esa película de Fellini es católica, a pesar de las apariencias y de las opiniones que en su contra vierten el órgano del Vaticano, “L´osservatore romano”, así como personas ligadas a la Iglesia. “Soltanto delle goffe persone senza anima -come quelle che redigono l´organo del Vaticano-, soltanto i clerico-fascisti romani, soltanto i moralistici capitalisti milanesi, possono esser così ciechi da non capire che con La dolce vita si trovano davanti al più alto e al più assoluto prodotto del cattolicesimo di questi ultimi anni: per cui i dati del mondo e della società si presentano come dati eterni e immodificabili, con le loro bassezze e abbiezioni, sia pure, ma anche con la grazia sempre sospesa, pronta a discendere: anzi, quasi sempre già discesa e circolante di persona in persona, di atto in atto, di immagine in immagine.”

Sin participar de la banderiza belicosidad de Pasolini, vamos a intentar rebatir y mostrar lo contrario que lo proclamado desde los “púlpitos” más o menos oficiales del catolicismo y por parte de esos católicos que más ofendidos se han sentido por la última película de Alejandro Amenábar. Quizá no probemos nada; tómese entonces lo que sigue como una interpretación.

Se nos podría reprochar que tardemos tanto en “dar la cara” ya que la dicha película se estrenó hará ya poco más de tres años. A ello puede replicarse, por una parte, que esta sección, “El ojo de Polifemo”, tiene tan sólo algo más de un año de existencia, pero sobre todo que en ella no se trata de hacer crítica de actualidad, sino que, por el contrario, se persigue una reflexión que sólo una perspectiva dilatada en el tiempo puede proporcionar; por otra parte, y esto redunda en honor de la película en cuestión, si a pesar del tiempo transcurrido, la recordamos aún -y mucho-, ello significará que el tal filme es de calado, que no es uno más de tantísimos productos cinematográficos actuales, españoles o hollywoodenses, que se disuelven como nube de verano, más o menos insustanciales, más o menos ruidosos y molestos, pero tan efímeros como una mariposa, o, por decirlo con palabras de Jorge Manrique, que no son “sino verdura de las eras” que muy pronto ve fenecer sus días, más aún que no son “sino rocío de los prados”.

2.

Cuando se estrena en España “Ágora”, numerosas fueron las voces católicas que se alzaron en su contra, obsequiándola con el remoquete de furibundamente antirreligiosa y motejándola de tópicamente anticristiana. En mi opinión, sin embargo, dicha percepción corresponde a una visión bastante miope y a un juicio asaz somero, limitados ambos a las apariencias “más aparentes”, evitándose así el profundizar y el discurrir. Se trataría de un nuevo ejemplo de aquel inefable “lejos de nosotros, Majestad, la funesta manía de pensar”.

Ciertamente, en “Ágora”, se narra, teniendo a la Alejandría de inicios del siglo V de nuestra era -y por tanto bajo dominación romana- como decorado arquitectónico y como contexto cultural, la sustitución virulenta y cruenta del paganismo por el cristianismo, así como, posteriormente, la exclusión de la vida pública de los anatemizados judíos. En la película, ciertamente, los cristianos son presentados como tipos fanatizados, feroces e implacables, de esos que quieren ganar siempre y además ganar “como sea”, y cuya victoria representa o la eliminación intelectual del otro (asimilándoselo, aunque el asimilado lo haga por dentro a regañadientes), o su eliminación física; o, en el mejor de los casos, su marginación e incluso exclusión, o aun la expulsión. Se podría echar en cara a Amenábar el no haber presentado a cristianos bondadosos, respetuosos, tolerantes, realmente fraternales (a pesar de esos actos de ayuda respecto a los pobres, que son en realidad más estrategia socio-política y ejecución mecánica de obligaciones, a la manera farisea, que conductas realmente motivadas por la caridad), dotados de esas virtudes que debieran informar y adornar a todo cristiano. Ahora bien, ¿es esto realmente reprobable? Sólo en apariencia ya que si bien sea cierto que no aparece ni un solo cristiano santo, ni siquiera bueno, esto es ningún cristiano que sea o quiera ser cristiano en definitiva, Cristo está presente de principio a fin de la película. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo?

“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra…Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia porque suyo es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira…” (Mateo 5, “Bienaventuranzas” o “Sermón de la montaña”).

En efecto, aunque no se le vea, Cristo está encarnado, a lo largo de la película, en muchos sufrientes, e incluso mártires, mas también y sobre todo en la propia protagonista, la filósofa Hipatia, que es personaje cristológico y que hace que este filme quede todo él tinto en cristología. ¿No es Hipatia mansa, pacífica y misericordiosa, muy limpia de corazón? ¿No llora y padece hambre y sed de justicia por padecer persecución, insultada y ultrajada como será, hasta tener que apurar las heces del martirio? No olvidemos que Cristo está en todos y cada unos de los que padecen y que el amor a Cristo desemboca necesariamente en amor al prójimo.

“Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; peregriné y me acogisteis; estaba denudo y me vestisteis… En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 35-40).

Recordemos que todos somos “hermanos”, no sólo los “nuestros”, sino también el samaritano, la mujer cananea e incluso el enemigo, representando esto último uno de los aspectos más escandalosos del cristianismo. Por ello, cabe presumir que Cristo diría a aquellos cristianos que tanto vociferan en Alejandría y a lo largo de la película: “Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de iniquidad.” (Mateo 7, 23). Por el contrario, Hipatia “no disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas” (Mateo 12, 19). Hipatia es silencio estudioso y genésico. Mas sobre la Hipatia cristológica volveremos más adelante.

En cualquier caso es innegable que Amenábar muestra a la perfección, de manera seria y sin dramatismos superfluos, cómo una idea, o un ideal, ya sea religioso, político, racial, etc. puede imponerse desde la violencia y con la aquiescencia o cobardía de los tibios y los medrosos, esto es de la inmensa mayoría, aprovechando que la autoridad o el poder responsables de velar por la seguridad y libertad de sus súbditos o ciudadanos, hace dejación de sus obligaciones, esto es se muestra tibia también, contemporiza y, de esta manera, alimenta al monstruo hasta que el tal monstruo acabe por engullirlo todo. “Ágora” narra aquellas circunstancias históricas, sí, pero que son también las del nacionalsocialismo en la Alemania de entreguerras o las de nuestro tristísimo País Vasco actual, por citar tan sólo dos ejemplos próximos en el tiempo y que se presentan en el seno mismo de nuestra cultura, si bien no sean de índole religiosa.

En nuestra época tan cursi y tan falseadora de la historia, que erige “a toro pasado” determinados períodos de la historia como pináculos de la tolerancia, es bueno que un Amenábar agarre el toro por los cuernos y muestre cómo la coexistencia pacífica no era posible en aquella Alejandría pretérita, dado que los cristianos quieren imponer su religión, forzar a la conversión a los paganos y eliminar a quienes rechacen la cruz como única guía de sus vidas y así hasta proclamarla religión de Estado, en detrimento de las otras, condenadas a la desaparición. Se habrían de esta manera invertido los términos. Ya no serán los paganos quienes den suplicio, por ejemplo, a Santa Catalina, sino que serán, desventuradamente, los partidarios y herederos victoriosos de ésta quienes, ignorando todo del espíritu cristiano, se dediquen ahora a eliminar idólatras. Nuestro director muestra una realidad: el fanatismo. ¿Se le puede tachar de anticristiano por ello? Obviamente no; es más, presentando lo que no debiera ser, denuncia una falta y una traición al auténtico cristianismo; poniendo en evidencia lo que fue, expresa lo que no debiera haber sido y resalta, por contraste, lo que debiera ser y que se ha mancillado, tergiversado, olvidado y despreciado. Quizá alguno se sienta con autoridad para reprocharle el no haber mostrado ni un mínimo elemento positivo y esperanzador, de haber reducido a los cristianos a una turbamulta, pero es que, además de ser ello harto difícil en aquellos tiempos históricos, no puede hablarse de ocultación sino de una realidad que el director no quiere falsear. ¿Se le puede acusar de anticristiano por mostrar las conductas anticristianas de los propios cristianos? Hay más: por no mostrar a los santos, a los hombres de paz, por no hacer una hagiografía, ¿se le puede motejar de antirreligioso? Amenábar rueda una película sobre las circunstancias históricas que envuelven a Hipatia, no sobre Francisco de Asís y, en este hipotético caso mucho me temo que los mismos acusadores de hoy le censurarían por hacer una película “contra Roma” o “contra el Papa”. En cualquier caso, no es negando u ocultando una carencia o un problema o una falta cómo se alcanza una solución, sino que precisamente el percatarse de ella, definirla y acotarla es primer paso y paso necesario, si no suficiente, para no incurrir en el mismo error.

“¿Cómo callar tantas formas de violencia perpetradas también en nombre de la fe? Guerras de religión, tribunales de la Inquisición y otras formas de violación de los derechos de las personas… Es preciso que la Iglesia, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, revise por propia iniciativa los aspectos oscuros de su historia, valorándolos a la luz de los principios del Evangelio.” (Juan Pablo II, 1994)

En definitiva, que no sólo no cabe atacar a Alejandro Amenábar, sino más bien agradecerle el que nos ayude a reflexionar y a limpiar…

3.

Los hechos narrados en la película nos remiten a la Antigüedad, a las postrimerías del poder de Roma. ¡Si no habrá diluviado desde entonces! Y desde que se quemara a Giordano Bruno, ¡si no habrá llovido a mares! Hoy en día el poder temporal del Papa es inexistente; la herejía -¿pero existe eso aún?- no es susceptible ni tan siquiera de un benévolo capón y, además y sobre todo, la cristiana es la confesión más hostigada en el mundo y así, a pesar de la escasa cobertura mediática que se da a la persecución contra los cristianos, muchos son los acosados e incluso también los martirizados por sus creencias evangélicas en países no sólo de mayorías musulmanas, sino también por parte de hindúes y de comunistas imperantes. Egipto, Irak, Siria, Sudán y Nigeria son candente y triste actualidad por cuanto aquí denunciamos, mas asimismo se debe recordar cuanto ocurre en Pakistán (con su triste “ley de la blasfemia”), la India, Vietnam y China, sin silenciar tampoco la horrenda decapitación de los monjes trapenses del Atlas a manos de la milicia fundamentalista argelina en 1996, tal y como refleja la magnífica y reciente película de Xavier Beauvois, “De dioses y hombres”.

Así, en la realidad mundial actual, los cristianos serían lo que en el mundo antiguo, cuando la religión del crucificado acabará por imponerse, fueran los paganos: unas víctimas del fanatismo, de la fe única, de la intolerancia más feroz… allí quedan, para dar fe de ello, las persecuciones y martirios de cristianos a manos de Diocleciano y tantas otras en que los victimarios eran quienes luego serían víctimas, configurándose así una rueda infernal de alternancias en un brutal toma y daca de agresiones. Hecha esta aclaración, podemos preguntarnos quiénes son, hoy en día, los “cristianos” del entonces narrado en la película, esto es quiénes son los peligrosos fanáticos. La respuesta es bien fácil: los islamistas (que no los islámicos), desde el talibán hasta el hermano musulmán, pasando por el salafista. No sólo Bin Laden y sus malhechores secuaces de Al Qaeda conminaban y apremiaban a Obama y a Sarkozy a abrazar la fe de Mahoma, sino que el coronel Gadafi, ¡en la misma Roma!, instaba a la vieja Europa a hacerse, ¡toda ella!, mahometana. Y mil un lamentables ejemplos más que no caben aquí y que le erizan a uno los cabellos.

Así pues, aun siendo el fanatismo religioso uno, puede adoptar distintos rostros y pelajes. Ahora es el turno del islamismo. Y así, qué ingenua resuena en nuestros oídos la voz del buen Ramón Lulio, desconsolado por predicar en el desierto la conversión de los sarracenos:

“Aquest es lo “Desconhort” que mestre Ramon Llull féu en sa vellesa, com viu que lo Papa ne los altres senyors del món, no volgueren metre orde en convertir los infeels, segons que ell los requerí moltes e diverses vegades… se donàs de nostra fe tan gran exalçament / que els infeels venguessen a convertiment.”

Todo occidental acepta hoy en día con total indiferencia, por otra parte, que el proselitismo no islámico está prohibido y severamente castigado en los países musulmanes. ¿Qué cristiano, actualmente, empuña o empuñaría siquiera las armas por, pongamos por caso, reconquistar el Santo Sepulcro?

“… les malheurs de la Terre Sainte. / … / Même si un homme vivait cent ans, / il ne pourrait gagner autant de gloire / qu´en allant, plein de repentir, / reconquérir le Sépulcre.”

¿Qué cristiano cree, hoy en día, que empuñándolas y teniendo la fortuna de morir en la refriega, ganará el cielo?

“On peut actuellement gagner le Paradis / facilement, grâce à Dieu! (tomando parte en la cruzada que el rey San Luis de Francia está organizando, en la que éste morirá y que será la última de la historia) /… / heureux celui qui outre-mer mourra! / … / Pour moi, pourvu que mon corps puisse sauver mon âme, / peu m´importe ce qui peut arriver, / prison, bataille, / ni de laisser femme et enfants.” (Rutebeuf, “La desputizions dou croisie et dou descroisie”, siglo XIII).

Ningún cristiano, ni siquiera los cismáticos de monseñor Lefèbvre, conceden el mínimo crédito a lo que hoy en día no podemos llamar más que locura. En el otro lado, sin embargo, son bastantes -y da la impresión de que cada vez son más- quienes no sólo la persiguen sino que incluso se vanaglorian y hacen alarde de esta creencia y de sus actos, incluyendo el acto terrorista, claro está. Amenábar pone el dedo en la llaga y nos advierte de un peligro actual, mas trasladándolo a un período en que los bestiales fanáticos éramos nosotros mismos. A esto se le llama honradez intelectual y todo cristiano debiera agradecérselo.

Abundando más en la cuestión, cabría plantearse entonces, con pesimismo, si la historia de las religiones no sería más que un sucederse de imposiciones y de violencias, hasta preguntarse si la religión lleva en sí el fanatismo, así como lo que entendemos hoy en día por totalitarismo; y si éstos no son los mensajes del propio Amenábar. Desde luego puede interpretarse de esta manera; otra visión, sin embargo, distinta y cuando menos tan válida y plausible como la anterior, sería que la película nos previene de un peligro real como pueda serlo el de un islamismo iluminado, muy musculado, dotado de una fe inquebrantable e indoblegable en su absoluta e inconmovible verdad, irredentista y dotado de arma poderosísima, como es un terrorismo de autoinmolación cuyo precedente histórico no sería otro que el de los secuaces del Viejo de la Montaña y que nos deja absolutamente a su merced.

“Quiconque aura sa vie à mespris, se rendra toujours maistre de celle d´autruy – Quienquiera que desprecie su propia vida, se hará dueño de la de los otros. (Montaigne, “Essais 1”)

Y todo ello frente a una sociedad -y una cultura- occidental, descreída, pigre, apoltronada e inerme.

Los sucios, ignorantes, barbudos, desarrapados y entrapajados cristianos toman y saquean la biblioteca de Alejandría y la convierten en muladar. ¿Qué cristiano haría hoy tal cosa? Sin embargo, ¿no es esto cuanto haría un talibán? (y a las pruebas de tantos ejemplos nos podemos remitir). A este respecto se puede recordar el chiste gráfico de Plantu en “Le Monde”, en que, tras el asesinato más arriba mencionado de aquellos trapenses sabios en la Argelia librada a la guerra civil entre el Ejército y los muhaidines, se veía a un fraile frente a un ulema; tras del monje, estanterías colmadas a reventar de volúmenes, mientras que tras del clérigo mahometano, estanterías vacías, pues eso es cuanto pretenden aquéllos que, proclamándose sus defensores, no hacen más que dar baldón permanente a su religión y a la religión en general.

4.

En un momento determinado de la película, cuando en la cúspide del enfrentamiento religioso, los paganos, viendo que llevan claramente las de perder, refugiándose tras los muros protectores de su templo del saber, que es la celebérrima biblioteca de Alejandría, se encuentran haciendo guardia, un muy raudo, portentoso y cósmico zoom out empequeñece hasta lo microscópico no sólo Alejandría y sus habitantes -ya sean gentiles, cristianos o judíos-, sino el Mare Nostrum, el planeta entero e incluso el sistema solar. ¿Quiénes somos y qué somos? Nada. Y sin embargo morimos, y lo que es peor matamos, con la convicción de ser algo, mucho, muchísimo; esa creencia es la que nutre nuestro derecho y sacrosanta obligación de acabar con el infiel y éste es siempre quien no es fiel como nosotros lo somos, a nuestra manera única e intransferible. Más de uno ha querido ver en este zoom out que concluye en plano más que general, pues en realidad es “universal”, una especie de manifiesto ateísta, o cuando menos agnosticista, en formato visual, por la imagen, por parte de Amenábar, esto es una nueva y cinematográfica “Apología de Raymond Sebond” del escéptico Montaigne, expresada en una sola toma de límites inabarcables. Quizá. Modestamente, percibo yo más bien una denuncia de nuestra vanidad, de nuestra ridícula presunción, de nuestra prepotente petulancia de rana hinchándose -y reventando- en buey. Por otra parte, no olvidemos cómo el verdadero cristiano insiste siempre en la apabullante pequeñez material del hombre… contrarrestada por el hecho de que nuestra alma participa de la naturaleza de Dios y, de esta guisa, nos hace inmortales e inconmensurables, sustrayéndonos a lo endeble y a lo pigmeo de nuestra condición. Sí, es bien cierto, pero a esta convicción se llega tras insistir y poner en evidencia lo mortal, corruptible, efímero y frágil del suspiro de nuestra existencia. Esta insignificancia en lo físico o material se ve aumentada por nuestra situación de desamparo, expuestos como estamos al sufrimiento, a la decrepitud y a la posterior desaparición, como magníficamente refleja el monólogo de Hamlet, pero también los versos de la Salve, tan certeros, tan descarnados, tan dolientes: “… los desterrados hijos de Eva… gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. En definitiva que somos lo ínfimo y lo grandioso a la vez. Creo sinceramente que este alejamiento de vértigo por parte de la cámara de Amenábar, desde nuestra irrisoria escala hasta la abrumadora cósmica, habría hecho las delicias de Pascal, quien describiera como pocos la situación del hombre mortal entre “esos dos abismos del infinito y de la nada”.

“L´homme dans la nature est… un néant à l´égard de l´infini, un tout à l´égard du vivant, un milieu entre rien et tout. Infiniment éloigné de comprendre les extrêmes, la fin des choses et leur principe sont invinciblement cachés dans un secret impénétrable, également incapable de voir le néant d´où il est tiré, et l´infini où il est englouti.”

No en vano el pensador y físico francés aspiraba con sus “Pensées” a atraer a los hijos pródigos que abandonaron la religión y le dieron la espalda, para que volvieran a la casa del Padre.

“… era preciso hacer fiesta y alegrarse porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado.” (Parábola del hijo pródigo, Lucas 15, 32)

y “Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de ella.” (Lucas 15, 7).

Los medios a los que recurre Pascal para lograr su fin no son otros que la razonada humillación de la ensoberbecida razón humana y el espanto puesto en la imaginación impresionable y generosa del hombre. Ya no recuerdo en cuál de sus “Romances”, Zorrilla, tras evocar un humilladero en el claro de un bosque, por una noche incierta y desabrida de invierno, pregunta que quién sería capaz de blasfemar en esas circunstancias. Espanto en la imaginación… Recuerdo -si bien esto no sea en definitiva más que un recuerdo personal y por tanto algo prescindible en estas reflexiones- cómo, durante mi adolescencia, durmiendo al raso en un prado de la Sierra, por una noche estival sin luna, contemplando escalofriado la bóveda nocturna, “espantado” y sobrecogido, me preguntaba si fuera posible negar la existencia de la divinidad. Algo parecido puede adivinarse en esa imagen de la película que desemboca en un estremecimiento.

Dicho esto qué duda cabe que hay en ella una gran ambigüedad. ¿Se trata de un estremecimiento emparentado con el que uno recibe extasiándose ante la Capilla Sixtina y más concretamente ante el Juicio Final y la bóveda miguelangelescas…

(“ (En) la Capilla Sixtina… es la luz de Dios la que ilumina los frescos … aquella luz que, con su potencia, vence el caos y la oscuridad para dar vida en la Creación y en la Redención, para decir, con evidencia, que el mundo no es producto de la oscuridad, del azar, del absurdo, sino que procede de una Inteligencia, de una Libertad, de un supremo acto de amor” (Benedicto XVI, 8-11-2012, en la conmemoración del quinto centenario de la Capilla Sixtina)

… o por el contrario ese estremecimiento se da precisamente ante la evidencia, o desembocando en la evidencia, de que el mundo y el Cosmos son oscuridad, azar y absurdo y de que no hay Salvación?, ¿o incluso ambas cosas a la vez?… Amenábar plantea una pregunta que atemoriza y cuya respuesta es incierta. Amenábar no adoctrina, como un Eisenstein o un Renoir, estomagantes cuando nos señalan clarísimamente, sin interpretación, desviación o ambigüedad posibles, lo que tenemos que pensar. Se ve que Amenábar cree en el libre albedrío y eso es bueno, ¿o no?

De todo lo anterior creo que se desprende meridianamente, no sólo que la película en cuestión no es plana, unívoca, adocenada, sino además que no sólo no es anticristiana, sino tampoco antirreligiosa. “Ágora” se abre al misterio, está penetrada toda ella de misterio sacro. Por otra parte digamos que Papas tan actuales como Pablo VI o Benedicto XVI demandan permanentemente interlocutores inteligentes e inquietos, no meapilas acríticos que digan amén a todo.

Ya puestos, incluso algo embalados, permítaseme seguir ejerciendo no sé bien si de abogado del diablo, a secas, o si de abogado del diablo ultracatólico. En otra secuencia de la película, mediante otro ejemplo, cinematográfico obviamente, de titánica “perspectiva de Dios” (en palabras del historiador del Arte, Miguel Etayo), a partir de un nuevo, y también vertiginoso, distanciamiento vertical de la imagen, los cristianos que transitan por entre los corredores de la biblioteca, se antojan, vistos desde tan alto y tan aplanados cenitalmente, auténticas cucarachas. Y volvemos a lo de antes: ¿es que Amenábar está explícitamente asemejando el cristiano al repugnante bicho? Sería, creo, tomar el rábano por las hojas. Lo que sí está evidenciando nuestro director es que la ignorancia y el odio nos vuelven nocivos y pestilentes, rebajándonos desde lo que debiera ser trono de la razón y afán de racionalidad (“complemento necesario de la fe”, en palabras de Benedicto XVI) a la condición de insecto de sentina y desagüe, defección palpable de esa “a imagen y semejanza de Dios”. “Ágora” es película que espeja el triste fanatismo, religioso en el caso que nos ocupa, del hombre y la desolación de la Historia.

“Es tanto el furor de sus espíritus turbados y fuera de madre que creen apaciguar a los dioses sobrepasando las crueldades de los hombres” (San Agustín, “Ciudad de Dios”, VI, 10).

5.

Ignoro si Amenábar recibió en su infancia y su adolescencia una educación cristiana, ya fuese familiar, ya fuese escolar, o ambas. Me inclinaría a pensar que sí pues en esta película suya se percibe ese aliento de cultura religiosa que -al margen de que se crea o no- configura junto con otras, el rasgo del hombre occidental; también me inclino a pensar que sí a juzgar por su edad de cuarenta años, si no voy errado, pues hace unas décadas, el laicismo aún no lo impregnaba prácticamente todo -incluso el ámbito religioso-, como sucede hoy en día.

La filósofa Hipatia es Cristo. Me explico: Hipatia persigue la Verdad, contra viento y marea. No se trata de una verdad religiosa, sino científica. Y la búsqueda de esta Verdad alienta y guía insobornablemente su existencia. Mundo, demonio y carne no la apartarán ni un ápice de la recta senda que ha tomado, a pesar y a sabiendas de que su rectitud y su empeño molestan a muchos, pues sus pasos no discurren por el “derecho” camino impuesto que pisan todos los demás, y es por ello por lo que se verá abocada indefectiblemente al martirio.

Hipatia da al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios y su dios es la ciencia. Sabe que la existencia en sociedad exige de nosotros contrahacer al menos hasta cierto punto un sometimiento y un mimetismo, que ella acata, mas que para ella son de puro carácter externo y que ni siquiera comprometen al cuerpo consciente, pues sencillamente obligan a unos rituales socialmente estereotipados. Como Cristo, Hipatia paga sus impuestos. Aun siendo, como lo es, consciente de todo ello, Hipatia, por conocer, en su honradez profesional y personal, que la auténtica libertad es la de la conciencia y que la recompensa mayor en un ser libre es precisamente el disponer de una conciencia libre, y puesto que no cree en lo que es ya la religión oficial, mas también porque sus intereses van por otros derroteros, y todo ello a pesar de saber con certeza que el aceptarla la salvaría, Hipatia, digo, rechaza en todo momento la farsa de bautizarse. Hipatia no está dispuesta a ceder en su creencia interior pues ése es el dominio de su libertad y en él cifra todo su interés vital y su auténtica fe. Ella sabe también que, de alguna manera, como buena filósofa que es, su “reino no es de este mundo”.

Hipatia es, además, de una inalienable largueza espiritual. No sólo instruirá y manumitirá a su joven esclavo, sino que, de manera absolutamente sincera, natural y espontánea, como iluminada por la Gracia, le perdonará de todo corazón la grave ofensa que le infligió. Y ello en un contexto de odio religioso en que no se excusa nada y en que el más nimio pretexto o descuido es motivo de condena y posterior ejecución.

Hipatia tiene también, como Cristo, su traidor. Cabe imaginar a un Judas ambivalente, admirador a la par que envidioso de Jesús, atraído por él y a la vez rechazándolo e incluso odiándolo. Son exactamente los sentimientos encontrados que hallamos en su joven esclavo, con la particularidad de que en el caso del esclavo el amo es ama. Él hace caudal de su ama, deslumbrado por su ciencia, pero también la desea con motivo de su belleza. Sin embargo, y de consuno, se muestra celoso de su superior inteligencia y, codiciándola, le duele sobremanera su espíritu tan libre pues él nunca podrá, no ya sólo alcanzarlo, sino rozarlo siquiera, mezquino y cobarde como es, bellaco que está permanentemente al “viva quien venza”, cediendo su independencia al fanatismo triunfante de turno. “… para fundar el imperio temporal, donde Judas espera ser uno de los amos. Es envidioso además de avaro; envidioso como todos los avaros…” (Giovanni Papini, “Historia de Cristo”: capítulo “Ha amado mucho”).

Judas traiciona a Hipatia, despojándola, besándola y restregándose licenciosa y abusivamente contra ella. Hipatia, tras ser escarnecida groseramente por aquellos execrables cristianos al igual que Cristo lo fuera por soldadesca y sayones, también entregará su alma, no crucificada sino descuartizada, sin oponer resistencia alguna, sin pleitear como Cristo mudo en el Sanedrín ante sus inicuos acusadores y luego ante el juez-prefecto romano de Judea, Poncio Pilatos. En la muerte de Hipatia está la propia muerte de Cristo, como en la de tantos otros en los que Él sufre primero y luego expira.

“Y yo, sin estar libre de pecado, no dejo de tirar piedras a mis hermanos desde mi particular juzgado, y cuando así hago, en ellos te alcanzo y te hiero a Ti (Cristo)” (Arzobispo de Oviedo, abril 2012).

Cristo se retira frecuentemente a orar, sabe de lo necesario que es el silencio y de sus virtudes genésicas, que en silencio y en el silencio, tras de morir, ya sea la semilla de sus parábolas, ya sea su propio cuerpo, se germina y se vuelve a la vida. Escuchemos de nuevo a Blaise Pascal, en sus “Pensées”:

“(l´être humain) tremblera dans la vue de ces merveilles (de la Nature); et je crois que sa curiosité se changeant en admiration, il sera même plus disposé à les contempler en silence qu´à les regarder avec présomption.”

Es el silencio respetuoso y admirado de Hipatia ante lo inmenso, lo desconocido, lo inabarcable. Es, qué duda cabe, un silencio penetrado de sacralidad.

6.

No es baladí señalar que Amenábar renunció a la producción y distribución americano-hollywoodiense para zafarse de la imposición de una historia de amor al uso que hubiera pervertido y banalizado el sentido de la película. Dejó así, él de ganar dinero, y su película, de adquirir celebridad. No se traicionó. Como su protagonista, ¿no es cierto?

Y ya para rematar la faena, y como último argumento, preguntémonos si Alejandro Amenábar busca la polémica por la polémica, si va de enfant terrible, de progre, de estrella rutilante de la gauche divine, si le agrada “salir en los papeles”, si es gratuita y dogmáticamente anticlerical, un mangiapreti, un miliciano “apiolador” de curas. La respuesta es que Amenábar no es Almodóvar.

“Encuentro unas declaraciones de Pedro Almodóvar cargando contra el papa y el conservadurismo de la Iglesia católica… (Almodóvar) pertenece a un grupo de gente previsible en el terreno de las opiniones porque trabaja para una clientela de inclinaciones sectarias con principios inalterables desde mayo del 68. Existe un automatismo irrefrenable entre la “inteligencia” izquierdista que les hace estar pendientes constantemente de lo que dicen las jerarquías católicas para así poder mostrar públicamente su oposición… (se trata) de crear espectáculo en su propio beneficio a base de disparar contra un adversario que, de antemano, ya se sabe lo que va a decir… Esta clase de pretorianos del poder intelectual izquierdoso buscan siempre la publicidad de sus inventos lanzándose sobre un adversario fácil en nuestros tiempos… El asunto no tiene la mínima emoción frente a una doctrina que manda poner la otra mejilla. Claro que una cosa muy distinta hubiera sido hace sólo un par de siglos. Ahora, casi resultan enternecedores… La imagen de campeones de la solidaridad, la tolerancia, la alianza de las civilizaciones… Vamos, lo de siempre.” (Albert Boadella, “Diarios de un francotirador”, 7 de agosto del 2009).

¡Hombre, que Amenábar es persona seria! Busca, ateniéndonos a su producción artística y a su discreción, expresar unas convicciones cinematográficas, en primer lugar, y luego unas ideas, una verdad, que es la suya, que es lo que ha de intentar todo artista. Sí, repitámoslo, como su heroína. Que no se le lapide ni descuartice (metafóricamente, claro está) desde el ultracatolicismo, que se aclare éste la vista primero para juzgar mejor después.

El quinto (y único) poder

Lo vemos todos los días, el dinero manda. Allá por la época de la Ilustración (mil setecientos y pico), vivió en Francia un tal Montesquieu, cronista, filósofo, pensador, que se hizo un hueco en la Historia, sobre todo, por su idea de la «división de poderes». Montesquieu proponía una alternativa al poder absoluto de los reyes, quienes tradicionalmente habían aglutinado en su persona todas las decisiones de Estado. Él decía que juzgar, legislar y gobernar eran tres cosas muy distintas y que estos poderes no debían recaer en la misma persona.

Al final, se le hizo caso, a Montesquieu. Las sociedades vieron que lo mejor era no poner todos los huevos en el mismo cesto, así que decidieron que, a partir de ese momento, los jueces juzgarían, pero no podrían legislar ni gobernar, los legisladores harían lo suyo y los gobernantes lo propio, sin mezclar churras con merinas.

La idea parece buena y de hecho, por aquel tiempo fue revolucionaria. Tan revolucionaria, que a finales de ese mismo siglo se desató la Revolución Francesa, ahí es nada. Pero claro, de eso hace ya un par de siglos.

El cuarto poder

Y pasó el tiempo. Y nos fuimos acostumbrando a eso de que hubiera tres poderes -el ejecutivo, el legislativo y el judicial-, así que tuvimos que inventarnos otro, «el cuarto poder». Bueno, no fue exactamente así, en realidad lo que pasó fue que vimos claramente que los medios de comunicación tenían una relación muy estrecha con los otros poderes (quizás demasiado estrecha) y que eran (o parecían) el único estamento capaz de hacer temblar a jueces, legisladores y gobernantes; tenían tanto poder como ellos. Y de ahí lo de la etiqueta.

Sin embargo, en este caso no se estableció un sistema de incompatibilidades: un juez podía perfectamente escribir en un medio de comunicación, y un diputado, y un ministro; no estaba prohibido, aunque sí mal visto, ya que resultaba evidente que, según el tema a tratar, tarde o temprano surgirían conflictos de intereses.

El quinto (y único) poder

Y así llegamos al quinto poder, que había pasado desapercibido a la hora de repartir la tarta. Un poder en el que Montesquieu no reparó. Un poder, forjado en las llamas del abismo, que se utilizó para dominarlos a todos. El omnímodo poder económico.

Porque, en un sistema capitalista, el dinero es necesario para todo. Los propios gobiernos lo necesitan para gobernar, es decir, no están por encima de ese quinto poder, sino sometidos a él. Es el dinero el que limita sus acciones, el que motiva sus decisiones, el que les alumbra en las frías noches de invierno. El Congreso tiene que pagar la factura de la luz. Y los sueldos de sus empleados.

Algunos escépticos dirán que esto no es así, porque claro, el Gobierno puede tomar la decisión de imprimir más dinero. Pues responderemos que en España, ni eso. Imprimir más dinero depende, hoy, del Banco Central Europeo. O repondrá que los jueces son imparciales y no están influidos en sus decisiones por cuestiones económicas. A eso responderemos, primero, que un juez cobra, y si no cobrara, no trabajaría. Segundo, que todo el sistema judicial se sostiene con dinero (en concreto, en 2012, con 1.440 millones de euros, según los presupuestos generales del Estado). Y tercero, que si la Justicia es tan lenta, es por culpa del dinero, porque no se ha invertido, por ejemplo, en informatizarla, o en crear más juzgados.

Pero es que, además, el quinto (y único) poder es tan fuerte y está tan mal repartido, que puede modificar las leyes de un país, las políticas de sus gobernantes y las sentencias de sus jueces. Los ejemplos abundan, pero uno reciente sería el de Eurovegas en Madrid.

Incompatibilidades

Y claro, uno piensa que debería ponérsele algún freno al quinto (y único) poder, establecer algún sistema de incompatibilidades, controlarlo de algún modo. Pero de esto nadie habla.

La Familia Real española, con muy buen criterio, estableció la regla tácita de no intervenir en empresas, de no buscar el lucro personal, porque se entiende que su posición es de algún modo incompatible con la actividad empresarial. Los Príncipes de Asturias, por ejemplo, desde su papel de «embajadores», promocionan la «marca» España, apoyan con su presencia a ciertos sectores de la población, a instituciones de relevancia, pero -en teoría- no tienen participación en ninguna empresa. Urdangarin se saltó esa regla y ahora es la oveja negra. Y puede hasta que vaya a la cárcel.

En un mundo en el que el dueño de una empresa tiene más capacidad de acción que varios países juntos, no pensar en ponerle freno al quinto (y único) poder, es no querer ver el problema.

¿Qué freno? Pues habrá que estudiarlo, pero alguno habrá. ¿Verdad, Montesquieu?

Demoliciones kármicas

Grupos de ayuda mutua, terapias teosóficas, Yoga, Chi Kung, Ayurvedha y hasta mil disciplinas están de acuerdo. Existe algo, a lo que comúnmente se denomina «Karma», que hace las veces de balanza, una ley universal de retribución por las obras hechas en vida. Creamos o no en la reencarnación, los humanos tenemos algo así como una noción primigenia -instintiva- de lo que está bien o mal. Estaremos de acuerdo en que aquello que construye, aquello que beneficia a los demás tanto como a uno mismo, es positivo, es bueno. En cambio, lo que destruye, lo que perjudica a los demás (aunque con ello se beneficie uno mismo) es negativo, es malo.

La burbuja

Pensaba uno, iluso, hace años, que la famosa burbuja inmobiliaria, al final, traería algo bueno, al menos para el pueblo. Si los constructores, ávidos de riqueza, se ponían a edificar como locos, por lo menos, cuando acabaran, habría pisos para todos. Esto podría incluso redundar en su karma: llevados por la avaricia, sí, pero construyendo. Ay, amigo.

La burbuja estalló y esto fue un «sálvese quien pueda». Los bancos se vieron con suficientes pisos como para desterrar la famosa batería de cocina y cambiarla por apartamentos en Benidorm (eso sí que sería «fresh banking»), pero ningún publicista consiguió convencerlos de ello. Ni siquiera bajaron los precios, qué va. Chulos ellos, potentes y potentados, dijeron «¿no compráis los pisos? Pues no los compréis». Ea.

Y siguen igual. Con miles de pisos inhabitados, vacíos. Algunos nuevos. Algunos sin terminar, expropiados a constructores que quisieron ordeñar la vaca un poco más, a última hora («que sí, que aquí yo hago dos mil pisos y me los quitan de las manos»). El caso es que no los venden ni a tiros, los bancos, porque se niegan a bajarlos de precio. Y como se niegan a bajarlos de precio -y no los venden- están al borde de la bancarrota. Y como los bancos no pueden quebrar -debido no sé a qué ley kármica-, pues los españoles hemos pedido a Europa un crédito de unos cien mil milloncejos para que estos bancos puedan seguir sin bajar el precio de sus pisos. Bien, ¿eh? Fácil.

¿¿Karma??

Y llegamos a la noticia esa. Sí, la de los irlandeses, la que dice que han decidido derruir los pisos que no se venden. Como lo oyen. La Ministra de Vivienda dice que, claro, «como nadie quiere vivir en ellos, lo más práctico es demolerlos». Qué bien pensado. Qué argumento. Demoledor.

Pasaba con la fruta. Si un año venía mucha fresa, y se veía que el precio iba a bajar, pues la tirábamos al mar. Lo importante era mantener el precio. No dar de comer al hambriento. No dar cobijo al indigente, no. Lo importante es mantener el precio.

A ojos de un niño -párvulo, casi inmaculado-, aquellos agricultores que tiraban la comida eran monstruos. De hecho, ver en el mismo informativo a una negra y raquítica mujer, muriendo de hambre bajo el inclemente sol africano, y a un grupo de blancos y orondos agricultores, tirando toneladas de fresas al mar, era motivo suficiente como para despreciar al conjunto de la especie humana (¿al conjunto?). Pero eso era años atrás, sí, cuando éramos niños. Ahora, de adultos, comprendemos que lo importante es mantener el precio, hombre no, faltaría más. Y si no tienes dinero para comprar un piso, pues a la (p***) calle.

Monstruos, por lo menos.

Pero nos queda el Chi Kung, hombre. Tenemos el karma (menos mal que somos budistas). Y si no, que se lo digan a Jorge Cordero, que lleva más de dos meses en huelga de hambre en la Plaza de la Escandalera de Oviedo, asceta él. O a ese 21 por ciento de la población española -y creciendo- que vive en riesgo de pobreza, con un techo de uralita que cualquier día miras y no está. Si no fuera por nuestra confianza en un Orden superior que -antes o después- pone a cada cual en su sitio, estaríamos tentados de demoler -esta vez sí, con razón- la casa de la propia ministra irlandesa.

¿Cómo se puede tener la desvergüenza de decir que la gente «no quiere» los pisos? ¿Que si los regalan los rechazamos acaso? ¿Cómo un Estado -«la Verde Erín», por cierto- que proclama el Derecho Universal a una vivienda digna, puede permitirse siquiera tontear con esa idea?

España es la próxima, eso está claro: el karma nos la trae al pairo. Aunque el Censo de 2011 aún no está acabado, un avance de los datos dice que tenemos entre cinco y seis millones de viviendas vacías. Y recordemos que no cuentan las «segundas viviendas». Cinco millones de casas sin habitar: va a hacer falta una fuerte inversión para derruirlas. Y se pregunta uno, ya no tan niño, ya no tan iluso, nada inmaculado… ¿convocarán ayudas europeas para la demolición? ¿Las sacarán a concurso?

El pan y la sal

Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles. Y no desde la perspectiva de los grandilocuentes políticos y economistas (¿qué narices es eso de la prima de riesgo?), sino desde nuestra perspectiva: la perspectiva del pueblo. Un pueblo humilde, que no entiende muy bien las artimañas mediante las que está siendo robado, pero que tiene clarísimo que está siendo robado.

Hablamos de una España propia a la que, con muchísimo cariño y respeto, podríamos llamar «acogotada». Porque ha pasado hambre. Porque conoce la emigración (la huida). Y porque conoce la represión. Quizás el español de 20 años no haya experimentado eso, pero sus padres y abuelos sí. Y son miedos que se impregnan en nuestra manera de pensar, y en la de nuestros hijos y nietos.

Sabemos a lo que nos referimos cuando hablamos de la «España acogotada», ¿verdad?

El pan

Muchos lectores conocerán esta vieja costumbre: la de besar el pan cuando éste cae al suelo, o cuando -duro ya- se tira a la basura. Hay que besarlo, por pequeño que sea el pedazo, por duro, sucio o correoso que esté. Y así, besar el pan se convierte en un modo de conectar con el hambre de nuestros antepasados, con el hambre de los hambrientos actuales, y con el hambre que posiblemente pasaremos -nosotros mismos- en un futuro.

No se trata, como podría pensarse, de un rito cristiano (por aquello de «Este pan es mi cuerpo»). Ni siquiera se trata de una conducta relacionada con la religión o con la superstición más infundada, sino que este acto humilde, este beso casto, es pura cultura. Cultura de persona cabal, sencilla y consciente. Cultura de hambriento en potencia, descendiente de hambriento, vecino de niños hambrientos que mueren y matan por un poco de pan duro, o sucio, o correoso, o mojado en agua caliente.

Besar a diario el pan que se tira implica no separar nunca los pies de la tierra: saber dónde está lo esencial, la base desde la que lo demás se construye. Si no besas el pan que te sobra, no sabes quién eres.

La sal

Y con la sal sucede más o menos lo mismo. Cuando la sal se derrama, la tradición dice que debemos lanzar una pizca por encima de nuestro hombro izquierdo (el siniestro, por cierto). Y esto, que también se considera una superstición, en realidad es un signo de humildad y conciencia social. Porque la sal es muy valiosa. La sal se utiliza para conservar los alimentos, cuando no hay nevera, cuando no hay electricidad. La sal es difícil de extraer y de conseguir. No todas las sales son buenas. Y la buena sal es oro en tiempos de guerra.

Si accidentalmente se derrama la sal -este bien tan preciado-, o si tiramos la que nos sobra, debemos lanzar una pizca sobre nuestro hombro. Es un imperativo cultural. Es un modo de no quedarnos indiferentes, impasibles ante el derroche. Es un gesto que nos recuerda a diario que quizás no siempre haya sal cuando la necesitemos.

Los rituales privados

En privado. Estas cosas se hacen en la intimidad. No hay nada de vergonzoso en ello pero parece que, cuando uno manifiesta sus creencias en público, se está dando golpes en el pecho: alardea. Es como llorar. Llorar solo no es lo mismo que llorarle a alguien. Llorar solo es llorar; llorar de verdad.

Y España está llorando. Es tal el miedo, el desánimo que nos invade, que uno se derrumba por completo. A veces, una lágrima sorda brota sin sollozo, sin lamento, perdiéndose en un rostro ajado por los años, seco hasta el gesto, vacío de esperanza.

España se echa la culpa. La poderosa -la España rica, ladrona- dice que hemos vivido muy bien, sin merecerlo, que todo esto es culpa nuestra. La acogotada -aunque conozca y reconozca el saqueo- se lo cree. Porque es humilde, porque piensa que, durante años, ha tirado pan a diario y que quizás no debió hacerlo.

Pero, de verdad, no se trata de eso. Han sido otros quienes nos han arruinado. No el crédito que pidió ese peluquero para comprarse un coche. No el pisito en Benidorm del empresario medio. No las plazas de garaje arrendadas por el portero de la finca. Ni siquiera las chapuzas del fontanero que trabaja y no factura. Nada de eso. Nos han arruinado otros. Y lo peor es que sabían que iban a arruinarnos.

Los rituales públicos

Y llegamos a las manifestaciones. De dolor, de impotencia, de rabia, de indignación. La España que llora en privado comienza a gritar en público. Está desunida, pero se reúne. Cada uno protesta por su ultraje -profesores con camisetas verdes, funcionarios con camisetas negras, mineros con casco y bombilla, doctores con bata…- y los mensajes son muchos, pero también, en el fondo, es sólo uno: «El pan y la sal».

En un comunicado del 13 de julio, el ejército dice que su capacidad de aguante tiene un límite. Y que va a ser «totalmente beligerante contra todas aquellas medidas que sin suponer un ahorro económico supongan pérdida de derechos conquistados». Totalmente beligerante es totalmente beligerante.

Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles (esta frase me suena). Parece que nos dirigimos hacia una situación en la que no tendremos ocasión de besar el pan que nos sobre, porque nada sobrará. Quizás, una situación en la que nos veamos forzados a recuperar la sal como conservante, porque no tendremos ni nevera ni electricidad. Una situación en la que la muerte se vuelva mucho más cotidiana y en la que el dinero recupere su condición natural (de metal o papel inútil) frente a gallinas y gatos, bienes éstos mucho más codiciados.

Parece -decimos- que esa carrera se está acelerando y uno se pregunta…  ¿no hay más opción? ¿De verdad queremos la guerra?

Fotografía: «Muerte de un miliciano». Robert Capa. 1936