La mirada de los dioses
«¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Foster?»
Desde Babel, la Arquitectura es un Arte sublime y por tanto peligroso. Dios, en su infinita sabiduría, condenó entonces a los hombres a hablar cientos de lenguas distintas y por ende, a no entenderse, como castigo a su soberbia. Y es que los hombres quisieron construir una torre que les llevara al Cielo, un atajo; quisieron probar qué se sentía al mirar el mundo desde allá arriba, al ser un dios. Y la liaron.
El señor Foster sabe bien cuánto pesa su edificio. Conoce cada uno de los materiales con los que está construido, prevé y prescribe usos para las distintas zonas, programa la incidencia de la luz en unas u otras horas del día, determina las sensaciones que experimentarán quienes lo perciban. No se limita a llegar hasta el cielo; su conocimiento, sus aspiraciones, van mucho más allá. Y por eso se puede decir, sin temor a equivocarse, que el señor Foster es -aunque él declare lo contrario- un dios.
La pregunta no es baladí… «¿Cuánto pesa su edificio?». Tratándose de la Arquitectura de Norman Foster, uno está tentado de responder: «¡Nada, no pesa nada, menos que eso!». Porque lo que más pesa en su obra -cualquiera que la contemple coincidirá con nosotros- es la poesía -esto sí lo reconoce-; y la poesía, como todo el mundo sabe, no sólo no pesa, sino que permite levitar, elevarse, sin moverse del asiento.
El documental así titulado -«¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Foster?»- intenta plasmar su mirada, la de Foster, y casi lo consigue. Cuando uno lo ve, se siente tan pequeño como un microbio en el Himalaya, nanopartícula en un mundo que jamás comprenderá y que otros construirán para él.
La mirada de los dioses, no obstante, es benévola. Con su amor característico, Dios sufre por los diminutos habitantes de este cruel mundo material y su condena es vernos perecer uno tras otro, sin haber entendido nada, o prácticamente. Es la soledad del genio, la preocupación del padre y la añoranza del viudo.
Debemos ver la película. Es el modo de acercarnos a la problemática de los que, impedidos por nuestra materialidad, intentan investirnos de Gracia.