Entusiastas

El entusiasmo es ese furor, esa exaltación, que sentimos cuando nos topamos con algo que nos maravilla. Decía el doctor Marañón que «la capacidad de entusiasmo es signo de salud espiritual». Y no seremos nosotros quienes le contradigamos.

Para el entusiasta, el Universo entero se apaga y emerge entonces, como unidad brillante, su objeto entusiástico. Puede ser cualquier cosa, un árbol en la estepa, la risa de un niño, los colores de una pluma, el sello impreso a dos tintas, o una idea revolucionaria. El entusiasmo es libre, infinito, y cada uno es atrapado por él a través de objetos diferentes.

Mirado sin entusiasmo, el mundo parece, en cambio, «vengarse de nosotros volviéndose mudo, erial e inhóspito» (Ortega y Gasset). Aquello que nos entusiasma es lo que nos permite vivir, lo que nos da fuerzas, porque «siempre es más fecunda una ilusión que un deber». Movidos por el entusiasmo, somos capaces de cualquier cosa, no hay responsabilidad ni mandato que se le compare: el sacrificio deja de ser tal y se convierte en minucia. Y sin él, no somos nada.

Al entusiasta, sin embargo, se le confunde con el loco. Quizás sea por esto mismo, porque, preso de excitación, el entusiasta no repara en peligros o dificultades; el miedo no existe para él, como tampoco el dolor o el pesar. El entusiasmo es éxtasis puro -en su definición etimológica-, es trascendencia.

Treadwell

Timothy Treadwell era un entusiasta. En su caso, fueron los enormes osos grizzly de Alaska quienes consiguieron «arrebatarle». Durante 13 años convivió con ellos en su territorio, sin armas, solo, en estado salvaje. Este «guerrero amable» -como él se denominaba-, supo imponer su presencia pacífica a unos animales a los que adoraba -en el sentido estricto de la palabra- y por los que habría muerto sin dudar.

Durante el invierno, Treadwell viajaba por escuelas de Estados Unidos impartiendo charlas a los niños y cuando se aproximaba el verano, instalaba su campamento en Alaska -compuesto por poco más que una tienda de campaña- y se dedicaba a convivir con los osos. Sus propósitos no quedaban del todo claros, ya que no era un biólogo que estudiara el comportamiento de la especie, no era un director de cine que editara sus propios documentales, y tampoco era, en el sentido estricto, un activista que presionara para modificar las políticas de conservación. No era nada de esto, y sin embargo, lo fue todo, porque creó una fundación llamada «Grizzly People» -que se dedica a la defensa y preservación de los osos-, porque se convirtió en un importante referente para la Etología -nadie como él había realizado semejante trabajo de campo- y porque durante los últimos tres años documentó en vídeo -minuciosamente- sus estancias en Alaska.

Treadwell era, como decimos y ante todo, un entusiasta. No sabía muy bien por qué o para qué, pero sabía que quería estar allí. Lo deseaba tanto, que su propia vida se convirtió en un precio asequible. Y no es que no conociera los peligros de vivir con osos. No es que no tuviera miedo. Es, simplemente, que el miedo no le impidió hacer lo que quería hacer.

Treadwell murió en el año 2003, devorado por un oso. Pero, durante sus últimos trece años de vida -no antes-, llevado por el entusiasmo, entregado a él -rendido- fue, a pesar de dolores y desdichas, frente a miedos, penurias, calamidades y agonías, lo que popular, sencillamente se conoce como una persona feliz.

Herzog

Werner Herzog es uno de los directores de cine más importantes del mundo. Con decenas de películas a sus espaldas, es difícil que alguien no haya visto alguna de sus obras. «Aguirre, o la cólera de Dios» y «Nosferatu» -con el polémico Klaus Kinski como protagonista en ambas- quizás sean las más célebres, pero su extensa producción de documentales es verdaderamente remarcable.

«Grizzly Man», rodado en el año 2004, analiza la figura de nuestro entusiasta. Narrado con voz en off por el propio Herzog, el documental se adentra en la historia personal de Treadwell a través de sus propias grabaciones de campo. Las imágenes de Treadwell son -ni que decir tiene- impresionantes. Constituyen un documento único de contacto con los osos y un verdadero elogio a la grandeza de lo salvaje.

En cuanto a entrevistas y declaraciones, éstas son sencillas, pero decisivas: amigos y familiares de Treadwell, profesionales de diverso corte y un inquietante médico forense que, en conjunto, ofrecen un contexto moral para la actividad del «guerrero amable». Pero Herzog no se limita -y esto es muy característico en este documental- a utilizar los «cortes finales», es decir, las declaraciones limpias, sino que también incluye imágenes de los entrevistados -y del propio Treadwell- en los momentos de preparación antes de la entrevista, en las tomas falsas, etc. De este modo, lo que consigue es crear una película desnuda y honesta, que busca comprender en profundidad, sin juzgar, dialogando.

El espectador

Y el espectador reacciona. Lo excesivo de la conducta de Treadwell es interpretado como demencia y rechazado, su éxtasis criticado, denostado, y toda su figura cuestionada. Parece que, al buscar justificación racional a sus acciones, nosotros, adultos pragmáticos, perdemos la posibilidad de entenderlo. Porque el entusiasmo no se entiende. No se justifica. No se razona o argumenta. El entusiasmo se experimenta.

Treadwell entusiasmado era un niño: insolente, imprudente, radical. Y como el niño que todos fuimos, pura vida.