La mujer que ríe (Hydra de Lerna)
He leído en la prensa que Bülent Arinç, vice primer ministro en el gobierno turco de AKP, perteneciente al islamismo conservador y moderado (no os riáis), cuyo presidente es el Sr. Erdogan, ha hecho las siguientes declaraciones:
“Las mujeres no deberían reírse en público ni hacer movimientos seductores”.
Uno de los asturianos más conocidos, Alejandro Casona, en su obra «La Dama del Alba», escribe, a propósito de la risa, este maravilloso diálogo:
Peregrina: Pero, ¿qué es lo que estoy haciendo? ¿Qué es esto que me hincha la garganta y me retumba cristales en la boca?
Dorina: Es la risa.
Peregrina: ¿La risa? Qué cosa extraña… Es un temblor alegre que corre por dentro, como las ardillas por un árbol hueco. Pero luego restalla en la cintura, y hace aflojar las rodillas… No puede ser… ¡Sería maravilloso y terrible! Qué dulce fatiga. Nunca imaginé que la risa tuviera tanta fuerza.
Para quien no haya leído este texto teatral o visto la obra de teatro, diré que el personaje de la «Peregrina» es la muerte… sin guadaña y con zapatos de tacón, que para eso es mujer y ha de estar arreglada, porque una nunca sabe cuándo convendrá «hacer movimientos seductores».
¡Ahí está! El Sr. Arinç tiene miedo de la fuerza de la risa. Pero solo si nos reímos las mujeres… Los hombres pueden reír y hasta fumar opio, siempre y cuando no permitan a sus mujeres reír, que la risa es muy mala para la salud de las mujeres turcas. ¿Por qué? Pues porque si ríen, son señaladas con el dedo acusador del hombre casto.
El Sr. Arinç asegura que el pueblo turco sufre una “regresión moral” por culpa de los medios de comunicación y por el “uso abusivo de los teléfonos móviles”.
Vamos a ver, Sr. Arinç, usted sí sufre de regresión moral porque, con varios siglos de diferencia, coincide con lo que dijera San Clemente de Alejandría sobre la risa. Bueno, San Clemente y otros santos padres de la Iglesia Católica.
La Patrística abarca los ocho primeros siglos de la era cristiana. En ella, la risa estaba muy mal vista… Normal, como no se reían, no la podían ver. ¿Por qué? Pues porque, según los Evangelios, a Jesucristo no se le conoció ninguna risa. Cabreo sí, pero risa, carcajada, sonrisa torcida… no.
Sr. Arinç, ¿cómo tiene usted pensado evitar que las mujeres nos riamos?
Sr. Arinc, las mujeres llevamos siglos siendo denostadas, vejadas, asesinadas, relegadas, criticadas… Por eso, sus declaraciones me provocan RISA. Porque mientras los hombres estaban (y están) ocupados conquistando, luchando, estafando, mintiendo, enriqueciéndose, las mujeres nos hemos reído de lo lindo pensando en la cantidad de cosas que íbamos a conseguir sin dar ni golpe. Hasta que nos cansamos y decidimos ser nosotras mismas las que hiciéramos todas esas cosas. Y nuestras risas se duplicaron…
«Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría»
Pablo Neruda
Gracias, Sr. Arinç, por darnos tantos argumentos para no dejar de reír durante mucho mucho tiempo. “Nunca imaginé que la risa tuviera tanta fuerza”.
La mujer que ríe (Carmen Cereña)
Pueden reír hasta las vacas, pues eso son los quesitos «La vache qui rit», pero no las mujeres. Y es que he leído en la prensa que Bülent Arinc, vice-primer ministro en el gobierno turco del AKP (islamistas moderados), presidido por el señor Erdogan, ha censurado a las mujeres que ríen en público por falta de decoro y, de alguna manera, las ha conminado a no hacerlo ya más, para preservar así su dignidad. Como buen islamista, llámese moderado o no, una de sus mayores preocupaciones, por no decir que son auténticas obsesiones patológicas, es lo que él y los suyos entienden por «dignidad» femenina. Y, claro, ha de ser él quien nos la preserve, diciéndonos -y de paso obligándonos- cómo ser dignas, sin preguntarnos nuestra opinión. Y hace bien porque no cabe preguntar a los irresponsables congénitos o a los tontos, sobre todo si los tontos somos tontas.
Erdogan se ha propuesto que de Kemal Ataturk no queden ni las pestañas. Mustafá Kemal Ataturk, turco muy bien agestado, morenazo y de magníficos mostachos, gran porte y penetrantes ojos claros, creó un Estado moderno -eso sí, imponiéndolo de forma dictatorial y de golpe- liberador para la mujer, prohibiendo entre otras cosas el uso del velo. Kemal Ataturk era hombre de fuste y brío; seguro que por ello no nos temía a las mujeres. Quería féminas libres y a cara descubierta, cultas y estudiosas; y no hembras que se tapan como leprosas, avergonzadas de su sexo y esclavizadas. Erdogan siempre se lamenta de que sus hijas no puedan estudiar en su patria y las tenga que enviar al extranjero para que vayan decentes a la universidad, esto es portando velo. Al menos les da estudios, que ya es mucho; reconozcámoselo. Qué duda cabe que entre él y un talibán, cabría calificarlo incluso de feminista. Erdogan se ha empeñado en que sus hijas puedan sacarse la carrera en casa sin dejar de ser dignas y acabará, si es que no lo ha hecho ya, por otorgar a la mujer la opción de cubrirse la cabeza o no, a la espera de imponer la obligación absoluta de cubrírsela en cualquier circunstancia. La esposa de Erdogan lleva siempre velos muy monos. Estoy imaginando la escena: una reunión de alto nivel entre Erdogan y Angela Merkel. Erdogan y Merkel debaten de cosas importantes de hombres de Estado. La señora Erdogan y el señor Merkel, dama y señor oficiales respectivamente, se intercambian recetas de cocina turca y germana también respectivamente. Ambos llevan velo, eso sí de diseño italiano. Son una cucada.
Para la mujer la vida no puede ser cosa de risa. Y menos si se ríe de un hombre. Ya lo dice el protagonista de «Doña Francisquita», del maestro Vives, que «de Fernando Soler no se puede reír ninguna mujer». Y, sin embargo, a las mujeres nos pirra burlarnos de los varones. Es un pequeño desquite frente a toda una Historia narrada e interpretada por nuestro amo, el sexo fuerte. Por ello más de una novela provenzal, «Flamenca» por ejemplo, el Decamerón y Las Mil y Una Noches son bellísimas revanchas literarias frente al padre, el hermano, el marido, el pretendiente y, claro está, el sacerdote. Nos chifla reírnos de los tontos y los petulantes. «Insolente, presumido, fanfarrón y pendenciero», cantan a dúo en «El huésped del sevillano», del maestro Guerrero, el pintor de corte Juan Luis y la judía Raquel para describir al prepotente don Diego, que corteja a la hebrea. En el galdosiano «Episodio Nacional» titulado «Un cortesano de 1815», la jovencita Presentación urde magnífico plan para ridiculizar ante el rey y la corte al protagonista Pipaón por «tunante, cobarde, pillo, traidor y al… (cahuete)». Y vaya si lo consigue. Cuando da con el cuerpo del farsante en el agua, desacreditándole a ojos de todos, ríe a carcajadas y con ella todos los presentes.
En un bellísimo poema de Rimbaud, «Roman», aquél de «No se es serio cuando se tienen diecisiete años», la bella jovencita adorada por el joven ingenuo se mofa de él por iluso y papamoscas y ríe de los sonetos por él compuestos y a ella dedicados. En «La corza blanca», la bella Constanza, esa muchacha noble y bruja a la par, que trueca de noche su cuerpo de mujer en el de una grácil corza blanca, gusta de reír con «sonora y estridente carcajada» de los majaderos y los enamorados, que vienen a ser una única cosa. Enamorarnos para luego mejor atarnos muy corto y trabarnos las piernas, como a las cabras, en la cocina.
Porque Carmen, en palabras propias, tiene amantes por docenas y cuando quiere envía a su enamorado al Infierno y porque Carmen se ríe, don José tiene que matarla. En la zarzuela verista «Las golondrinas» del maestro Usandizaga, la malvada y egoísta trapecista Cecilia, la «bella Miss Nelly», busca su revancha frente al titiritero Puck quien, en una ocasión, porque ella le manifestó su deseo de abandonarle y porque él era hombre y ella sólo mujer, es decir porque sí, porque le dio la gana, le arreó un buen guantazo. Al cabo de los años, ella, rica y mantenida, se tropieza con aquel su primer amor, con el titiritero, y se ríe de su cariño. ¡Se ríe! Puck enloquece entonces y la estrangula. «¡Reía! ¡Reía!», canta desesperado en la desgarrada aria en que confiesa su crimen.
«Osama» es magnífica película afgana de producción internacional. En ella una niña ha de fingirse niño en el Afganistán de los talibanes para que su familia formada exclusivamente por féminas pueda sobrevivir pues a las mujeres se les prohíbe trabajar como profesionales en todo el país. La madre, único sustento de la casa, era médico y fue expulsada del hospital en el que ejercía; la abuela es vieja y la otra hermana tan sólo una chavalita de corta edad. Se descubre la impostura al fin, esto es que quien decía llamarse Obama no es niño sino niña y así esta niña será vendida o más bien regalada a un viejo en cuyo harén ejercerá tanto de cocinera como de fregona o de prostituta. ¡Maravillosa interpretación de la religión para mejor dotarnos de dignidad!
Si en Turquía nos quitan ahora la risa, díganos, señor Erdogan, ¿cuál será el siguiente latrocinio?