Transparencia, visibilidad y porno de fondo
A menudo, nuestro trabajo consiste en convencer a nuestros clientes de que la arruga es bella.
Porno de fondo
Internet lleva con nosotros, con los españoles, menos de dos décadas. Antes, las películas porno, en VHS, circulaban de mano en mano entre los adolescentes. Eran tan escasas y su demanda tan fuerte, que uno se veía obligado a pedir la vez, como en el mercado, si quería optar a tan indudable beneficio.
Se aprendía mucho con esas películas. Ya no sólo de «técnica sexual» -esa gran desconocida-, sino también de cine, de hacer cine, de cómo hacer cine. Y precisamente, se aprendía tanto, porque las películas porno, por lo general, eran de ínfima calidad: se veía el truco.
Transparencia
De manera que los realizadores de aquellas abominables producciones (y no por abominables menos deseadas), en su pereza, en su incompetencia, o quizás en su paroxismo, se mostraban -fielmente reproducidos en su obra- tal y como eran: unos chapuzas.
Y aquello le daba más encanto a la cosa, porque en el sexo, si bien la seducción marca la pauta -y la seducción es engaño, media verdad y maquillaje-, lo que de verdad excita es la sinceridad. Uno no quiere que le regalen el oído -o la vista, en este caso- con fraseos manidos, con ojos en blanco, con gritos heréticos, con mentiras. Uno quiere ver -y escuchar- una excitación real en el otro. Uno quiere sentirse deseado por lo que de verdad es. Y uno quiere encontrarse con el otro, en plena desnudez, en el placer mutuo.*
Aquellas pelis tenían mucho de realidad. De hecho, podrían analizarse como ingenuos documentales: erráticos, sin propósito historiográfico, pero fieles al objeto: transparentes. Y entre tanta transparencia, a veces, con suma satisfacción, un observador atento podía, al fin, atisbar un destello -en ellas, claro, en las actrices- de sincero placer robado.
Visibilidad
Con la publicidad sucede lo mismo. El espectador de hoy está tan saturado de mentiras -engaños, medias verdades, maquillajes- que busca desesperadamente algo real, que le muestre que la empresa con la que va a contratar está gestionada por seres humanos de verdad, y no por una máquina de construir falsedades, aunque sean bellas. Quiere gente honesta, gente de la que pueda fiarse. Gente normal.
Y aquí aparece de nuevo Internet, ese medio que lo ha cambiado todo, empezando por la pornografía. Internet permite no sólo que el ex-novio resentido publique una grabación de su antigua amada en circunstancias poco decorosas, sino también que todas las empresas tengan una página web, que publiquen sus fotos y vídeos, que establezcan una relación continuada con los clientes… Que se muestren, en definitiva.
Cómo mostrarnos es una decisión que hoy todos debemos tomar. Y todos somos todos, desde los individuos hasta los gobiernos, pasando por las familias, las instituciones, y por supuesto, las empresas. Mostrarlo absolutamente todo no parece razonable, ni siquiera de buen gusto (pensemos en la moda y en sus regímenes de visibilidad), pero de ahí a construir una gran mentira de nuestra empresa… ¿Queremos ofrecer una imagen de algo que no somos? ¿Eso nos beneficia? Y la gran pregunta: ¿lo lograremos?
Lo más probable, si intentamos engañar al espectador, es que no lo consigamos. Porque el espectador -recordemos- no se cree nada, y siempre -desde su más párvula infancia- está buscando la verdad detrás de la mentira, como un incansable detective, que quizás no detecte siempre el engaño, pero que con frecuencia sí detecta la verdad, la verdad que no se le ha querido contar. Y, por eliminación, pensará que todo lo demás es mentira.
Nuestra posición ante esto, ya lo decíamos al principio, se resume en la frase «la arruga es bella». Señores, que todos envejecemos, que todos somos humanos, que todos morimos, y que nadie es perfecto: acéptense, apuesten por ustedes mismos, ¡quiéranse!, identifiquen sus fortalezas y debilidades, sus deseos y expectativas, sus principios y valores, y cuéntenselos al mundo, sin miedo, sin medias tintas. El mundo les querrá por ello.
Notas
Foto de portada: «Aullido» por Miguel Peláez
*Aquí cabe un análisis mucho más profundo, vinculado a la Antropología y a la Psicología -pulsiones inconscientes, relaciones de poder…- en el que no entraremos ahora, pero sí en futuros artículos.
Golpe de mano
Tras la denominada «masacre de Toulouse», en la que -supuestamente- Mohamed Merah, un «terrorista» francés de origen argelino, asesinó a siete personas, el Presidente francés, Nicolas Sarkozy anunciaba el endurecimiento del Código Penal para permitir que los usuarios habituales de páginas web filoterroristas sean condenados. La medida es equivalente a la ley francesa que castiga con multas de hasta 30.000 euros y dos años de cárcel a usuarios de sitios web que alojen pornografía infantil.
El momento elegido para anunciar la medida no es casual: una reforma de esa envergadura exige que los motivos sean proporcionales. Pensemos que, para que el Estado conozca el número de veces que un usuario ha visitado cierta página web, éste debe «monitorizar» la actividad de los ciudadanos en la Red. Los instrumentos para hacerlo serán unos u otros, pero el resultado es que nuestra actividad online será objeto de seguimiento. Y ¿quién no está dispuesto a ceder un poco de privacidad, si con ello se evitan asesinatos en masa?
El pasado domingo, el Sunday Times anunciaba que Gran Bretaña aprobará una ley que permitirá «monitorizar» en tiempo real las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes en redes sociales y las visitas a páginas web de todos los usuarios de Internet, con el fin de evitar delitos. Google, sin ir más lejos, se ha escandalizado ante la medida, por lo que implica de ataque a la intimidad.
Y es que, técnicamente, resulta posible hacer estas cosas. No piensen que para ello se precisa una legión de espías conectados a nuestras líneas telefónicas: basta con algunas aplicaciones informáticas. Gmail, por ejemplo, analiza los contenidos de nuestros correos electrónicos y nos ofrece automáticamente publicidad relacionada con ellos. De ahí a establecer un sistema policial de vigilancia, en función del contenido de nuestros mensajes, hay un solo paso: el legal.
En España aún no se han implantado medidas equivalentes, aunque se está avanzando en ese sentido. La Ley Sinde no penaliza al usuario de páginas web delictivas, pero lo que sí hace es culpar a los propietarios de páginas web del contenido enlazado con ellas. Es decir que, si en uno de nuestros artículos, por ejemplo, enlazamos un vídeo que pueda considerarse ilegal -porque incumpla los derechos de autor, porque difame a alguien, porque haga apología de la violencia, o por cualquier otro motivo-, estaríamos incurriendo en un delito, aunque ese vídeo no haya sido producido, ni alojado, ni subido a Internet por nosotros, y aunque no estemos de acuerdo con su contenido y lo incluyamos como mera cita.
Tener «mano izquierda» significa poseer la habilidad o astucia para resolver situaciones difíciles. Sarkozy ha demostrado mucha «mano izquierda» en tanto en cuanto frente a una crisis nacional, como la masacre de Toulouse, ha conseguido no sólo no pagar el precio político de la supuesta «liquidación» de Merah (se decía que podría tener un pasado en el servicio secreto), sino también aprobar una ley que nos llevará a la cárcel por visitar páginas web ilegales, es decir, por descargar películas pirata. En términos militares, a esto se le llama un «golpe de mano».