Satanás virgen y esteta, condena a eternidad
Les anges impuissants se damneraient pour moi!
Baudelaire, “Les metamorphoses du vampire”
“Mulata de tal”, de Miguel Ángel Asturias, es una de esas novelas hispanoamericanas en que sueño y realidad, vida y muerte, vivos y muertos (que son otro tipo y categoría de vivos), deseo y conducta objetiva, pensamiento y acción, se confunden e imbrican hasta ser una única cosa dentro de una visión mágica de la existencia.
Tierrapaulita es una ciudad crepuscular y sonámbula donde cabe presumir que los demonios precolombinos se han refugiado ante la llegada del cristianismo a América y donde hacen mangas y capirotes y de su capa un sayo y traen además al retortero al único y sufrido capellán… hasta que llega, para quedarse definitivamente, el Diablo, el cristiano, el del Dios Único y Verdadero, el Demonio Civilizatorio y será él, curiosamente, en su ambivalencia religiosa, y no Cristo o su vicario o un santo o un exorcista, quien los expulsará definitivamente y ganará para la Razón, la Cultura y la Religión el último reducto irredento, arrancándoselo a los diablos primitivos y bestiales. Y lo hará desde la líbido, desde el instinto de vida, desde -paradójicamente- el amor (por muy procreativo que éste sea), cayendo así en una primera contradicción, a pesar de que él -y ésta sería su segunda contradicción- no puede generar, por imposibilidad física mas también teológica como efecto del castigo divino a su rebelión.
Y aquí, en este punto, creo que reside, más incluso que en el hecho de que encarne el Mal, la seducción que el Diablo ejerce sobre nuestras mentes, esto es su tremenda complejidad, sus contradicciones sin posible solución, su ambivalencia psíquica y moral, su “cóctel” emocional, al asemejárnoslo tanto; siendo así que lo más nos atraería en él sería precisamente la contemplación de nuestro propio reflejo. El Diablo no es un bellaco de una sola pieza, fácilmente reductible. En efecto limitar la atracción del Diablo a su faceta malvada es, amén de pueril y simplista, casi hollywoodense. Hemos de insistir en ello y concretar aún más: Satanás sería una proyección de nuestra conflictiva y desgarradora presencia en la vida y en el mundo. En esta perspectiva los personajes de Dostoievski (no sólo los de “Los endemoniados”, sino todos) se nos aparecerán como distintas, y siempre más que problemáticas, manifestaciones del Demonio, de nosotros mismos en definitiva, en nuestras atormentadas mentes, conductas y existencias.
Escribe Asturias: “Él, Diablo del Verdadero Dios… daba rienda suelta a sus instintos de macho cabrío, sin engendrar, porque el demonio carece del licor que da la vida.” Frente a él y al atropello que constituye la incitación al amor, a la fecundidad y a la procreación, Cashtoc, el Grande, el Inmenso, temible y espantoso diablo de la tierra, autóctono, indio, precolombino, eleva su voz indignada: “¡A más hombres, según el demonio cristiano, más hombres para el infierno y de aquí que a él le interese la propagación de la especie que nosotros estamos empeñados en destruir!… ¡Para su infierno que confunden con el fuego de los volcanes… no nuestro Xibalbá, nuestro infierno, el de la tiniebla profunda que venda los ojos, el del olvido blanco que venda los oídos, el de la ausencia verde que venda los labios, y el de las plumas rojas y amarillas que venda la sensibilidad.” Así pues parece claro que, frente al Diablo indio de la indiferenciación, la disolución, la ausencia de conciencia y por tanto de responsabilidad y libertad, se yergue nuestro Satanás (nombre que emplearemos como sinónimo de Diablo) como firme representante de la conciencia cristiana, la responsabilidad moral, la autoría plena, la asunción de los actos propios y la individuación.
Satanás es el envés de Cristo: ambos postulan y proclaman nuestra libertad, libertad para condenarnos o salvarnos. El Diablo indio, sin embargo, primitivo y primario, nos la niega y en su concepción, en su Weltanschauung (si se nos permite la expresión), el hombre carece de poder de decisión y queda siempre expuesto, pasivamente, a las insuperables fuerzas demoníacas, reducido ante ellas a la magia -estadio pueril de la moral tanto ontogenética como filogenéticamente- para intentar así congraciárselas o, cuando menos, aplacarlas.
El cristianismo es, como muy bien lo recuerda permanentemente Benedicto XVI, una religión histórica, entendiendo por tal que Cristo nace en un día determinado, predica en una región y durante un período bien delimitado y muere luego, todo ello con unas fechas precisas y contrastables. El destino del hombre, desde aquel entonces, penetra y se encauza en un devenir que es irreversible por su carácter lineal, pues ha dejado para siempre de ser cíclico y repetitivo. Dios-Cristo irrumpe en la Historia (Judea, Galilea, dominación romana, Augusto, Tiberio, Herodes, Poncio Pilatos, cultura helenística dominante). Ello ocurrió grosso modo hace dos mil años y no volverá a ocurrir nunca más, en espera de la parusía. Las religiones naturales, fundadas en lo periódico, quedan así abolidas. Se impone el drama cristiano que es no sólo divino (El Hijo de Dios) sino humano (El Hijo del hombre) establecido desde y a partir de acontecimientos concretos y tangibles, históricos, de carácter discontinuo y sin semejanza entre ellos. Como afirma el profesor y crítico literario francés Armand Hoog: “La libertad humana asegura así, a través del pecado, la redención o la muerte, la rigurosa mitad del diálogo” y añade que esta historia “va hacia delante, no gira ya como el molino del antiguo rito”. Insiste: “La magia incluso, esa antigua mecánica milagrosa de repetición, queda desde entonces integrada en una historia que prohíbe los retornos.” ¿Qué significa todo ello? En definitiva que el cristianismo es libertad, que la fatalidad queda abolida, sustituida por el motor histórico de la salvación. Y por ello, como nos recuerda de nuevo Hoog, el cristiano Tacio les espeta a los astrólogos griegos. “¡Estamos por encima del destino!”, lo cual reviste una importancia capital con sólo reparar en que incluso los dioses del Olimpo quedaban sujetos a una fuerza superior, indefinible y ominosa llamada Destino. Y así, porque la existencia ha pasado a ser histórica, será responsable de sí misma y cuanto anteriormente se padecía (la fuerza del Destino, siempre fatal) y por ende nos encubría moralmente, ahora es tan sólo responsabilidad nuestra y en nuestras manos está el salvarnos (o no) según obremos y según amemos, aquello de que “según las obras, habrá el galardón”. Sólo en nuestras manos de seres desgarradoramente libres está el alcanzar la bienaventuranza en la eternidad (o, por el contrario, la eterna condena), que romperá para siempre la linealidad histórica de nuestra existencia, devolviéndonos a la postre a la inocencia previa al pecado original. Y entonces, ya condenados, ya recompensados, no seremos libres nunca más porque la libertad habrá dejado de tener sentido. Nos habremos subsumido en el Amor Eterno y, ciertamente, nuestra conciencia y la conciencia de nosotros mismos no quedará eliminada pero ya no tendremos que optar ni decidir puesto que la gran resolución ya fue tomada. Es de alguna manera una vuelta al Paraíso del Génesis, pero cualitativamente superior pues el Paraíso es ahora celestial y nuestra conciencia, bañando en el Amor, es plena y no ya crepuscular.
Por el contrario, en el Infierno, por la ausencia de Amor, la conciencia sigue manifestándose y lo hace de forma aún más punzante y dolorosa que en vida. En la Jerusalén celestial la conciencia se ilumina del todo en un nuevo Pentecostés, irradia luz y conocimiento. Es goce. En el Hades cristiano, no hay Leteo ni sombras ni duermevelas ni vidas trasoñadas; tan sólo la lacerante percepción absoluta de la ausencia.
Manumitiendo al hombre de las fuerzas de la Naturaleza y de toda fatalidad ciega, Cristo le otorga la dignidad, definitiva e inalienable.
Cashtoc, sin embargo, diablo primitivo y destructivo, puro Mal y tan sólo eso, concibe a los hombres como meros granos de maíz, iguales todos, cosificados, instrumentalizados, arracimados, excrecencias de la tierra, heterónomos, infantilizados a perpetuidad, dependientes, sometidos y amedrentados, contumazmente indignos, una raza de esclavos.
Cashtoc, el diablo indígena, maliciándose por sus poderes naturales que su dominio toca a sus postrimerías a causa de la llegada del diablo cristiano, del Diablo del Dios Verdadero, intuye a la perfección que el cristianismo es sobre todo libertad y que por tanto, irrefragablemente, va a poner en tela de juicio y en peligro de desaparición inminente su arcaico sistema religioso ideado para la esclavitud y contrario al uso de la conciencia y de la responsabilidad individuales, que ni quiere tolerar ni puede concebir.
Cashtoc se pregunta: “¿A qué los hombres? ¿A qué las ciudades?” y en su ánimo está el destruirlas para siempre.
En el capítulo que lleva por título “Los diablos terrígenos abandonan Tierrapaulita”, se exclama Cashtoc: “¡Ha llegado el demonio cristiano y debemos abandonar Tierrapaulita, después de conquistar la plaza, es decir de no dejar habitante ni mansión entera! ¡Para nosotros, conquistar es despoblar! ¡Nos vamos, porque los fines de este demonio cristiano, que fue ángel y no ha perdido su jabonosidad divina, chocan con los nuestros, sus fines y sus métodos, y no podríamos estar juntos, sin que esto se volviera una merienda de diablos!”
Los orígenes son distintos. Satanás fue ángel; su procedencia es celeste, por mucho que, condenado, resida ahora debajo de la tierra, que por otra parte abandona con total libertad. Porque fue ángel bueno y sigue siendo ángel, aunque malo, es bello y forma parte del mundo racional y moral. Sin embargo, los diablos indios son terrígenas en su origen y en su existencia. Son monstruos. Representan el caos y son irracionales e inmorales, o por mejor decir amorales, que es mucho más grave pues representa un estadio de desarrollo inferior. Satanás, superior, es inmoral pues defiende y expande, a conciencia, el pecado.
En cuanto a fines y medios, los de Satanás son la propagación del hombre para que se condene en un número cuanto mayor, mejor, y así poblar y llenar hasta reventar sus calderas eternas donde se castiga el pecado y al pecador. Y allí será el eterno “chirriar de dientes”, en las “tinieblas exteriores”. Cashtoc, sin embargo, sólo busca la aniquilación. Satanás es diablo de vida y Cashtoc de muerte. Satanás es diablo de vida eterna para poder aplicar el castigo, dada su condición de alcaide y de verdugo, representante represivo del orden y ejecutor de la justicia. Cashtoc es diablo de muerte definitiva, sin apelación, de desaparición, un nihilista, un desesperado, un anarquista, que sólo persigue, mediante el caos, la absoluta supresión de la vida, la total ausencia de la vida. Éste es su fin. El caos, el terror, la amenaza, la violencia, son sus medios. Cashtoc, eternidad inconsciente, lo increado.
El fin de Satanás es doble: comercial, esto es que sus calderas siempre se encuentren repletas a rebosar; y moral, esto es tras la administración de justicia (a cada cual según sus obras y según ello, o galardón o baldón), él es el encargado de dar y ejecutar el baldón… eterno. Satanás, eternidad consciente en el castigo.
En el mismo capítulo leemos cómo Cashtoc expresa su rabia contra el hombre, (auto-)separado de la creación, auto-proclamado distinto y también distinguido de los animales, monstruo de orgullo por quererse y pretenderse niño mimado de los dioses o de Dios, el Único Verdadero. Escuchémosle: “Los hombres verdaderos, los hechos de maíz, dejan de existir realmente y se vuelven seres ficticios, cuando no viven para la comunidad (entiéndase el “Cosmos” mismo como ente mostrenco de indiferenciación) y por eso deben ser suprimidos. ¡Por eso aniquilé con mis Gigantes Mayores, y aniquilaré mientras no se enmienden, a todos aquellos que olvidando, contradiciendo o negando su condición de granos de maíz, partes de una mazorca, se tornan egocentristas, egoístas, individualistas… hasta convertirse en entes solitarios, en maniquíes sin sentido!”
El orgullo del hombre desentona en la Creación y por ello Cashtoc busca su aniquilación, destrucción total, no para castigarlos (eso el lo que persigue el Diablo cristiano, que es un ser moral) sino para que su desaparición reequilibre esa Creación, alterada por la presencia de nuestra especie. Se trata de una operación de higiene, como quien desratiza, desinsecta o desinfecta un lugar. Desentonan los hombres, son petulantes, irrespetuosos con el Gran Todo. Hay que acabar con ellos. Más que de crueldad cabría hablar de higiene y respeto a la Forma Única, o si se prefiere, por ser más acertados, a la total ausencia de forma y estas ratas, estas cucarachas, estos gérmenes infecciosos, padecen de exceso de forma. Satanás, en cambio, no acaba con ellos. Los saca de donde molestaban (y pecaban) y los traslada a otro lugar para aplicarles tormento. Satanás es cruel porque es justo en la aplicación de las sentencias y en la observación del reglamento penitenciario, aplicado en un penal que es eterno.
Cashtoc sólo concibe la destrucción, sin cebarse en ella, una destrucción ingenua como es él. “¡Una polvareda fue la Creación y una polvareda queda de las ciudades que destruimos! ¡No más ciudades! (obsérvese la especial inquina que alimenta contra las ciudades por ser éstas algo opuesto a la Naturaleza, acotándose frente a ella, que es ilimitada, como bien señala Ortega y Gasset; por otra parte repárese en que precisamente en la ciudad no crecen las mazorcas sino que se consumen al resguardo de las inclemencias y de la intemperie, artificialmente.) ¡No más hombres…!…¡Por eso, repito, debe ser destruido el hombre y borradas sus construcciones, por su pretensión a singularizarse, a considerarse fin en sí mismo!” (nótese que precisamente el cristianismo hace de la humanidad y de cada hombre individual un fin en sí mismo y de esta savia se nutrirá el Humanismo; y ello frente a los sistemas que consideran al hombre y a los hombres tan sólo partes de un engranaje despótico o estatal). En definitiva, hay que destruir, aniquilar, la soberbia del hombre.
Cashtoc es ingenuo y en el fondo un infeliz. Tácitamente así lo reconoce al describir al Diablo cristiano como un ser taimado, artero, trapacero, un auténtico pícaro, un verdadero comerciante, un tipo que se las sabe todas, hombre de negocios por excelencia. En la perspectiva de Satanás, denuncia Cashtoc, el hombre es mercancía y, contraponiendo su estrategia -¡tan simple! pues se limita a destruir- a las artimañas y añagazas de Satán, se exclama: “¡Otra, muy otra la estrategia y la táctica desplegada por el demonio cristiano, hijo de la zorrería! ¡Este taimado extranjero concibe al hombre como carne de infierno y procura, cuando no exige, la multiplicación de los seres humanos aislados como él, orgullosos como él, feroces como él, negociantes como él, religiosos a la diabla como él, para llenar su infierno!” El Diablo es pura camándula y, por si fuera poco, encima y además, ahora, ha aprendido a usar la propaganda y la mercadotecnia, consciente de su valor e infalibilidad. Ahora sí que es, real y definitivamente, el “Gran Equivoquista”.
En definitiva, Cashtoc proclama su honradez, su hidalguía podríamos decir, su afán de juego limpio y buena lid frente a lo fulero del Diablo cristiano. Cashtoc se considera superior al hombre pues otorga (y defiende) su conformidad al Gran Todo. Satanás, sin embargo, es tan ruin como el hombre: aislado, orgulloso, feroz. Negociante, religioso sin longanimidad ni largueza, quejumbroso y resentido. Es un blando. Y llega a rebajarse hasta el nivel ínfimo del hombre con tal de convencerlo y mercarlo. Satanás se disfraza con tal de obtener lo que persigue, con tal de satisfacer sus propósitos de negociante. Es maquiavélico: para él el fin justifica la bajeza de sus medios. No así Cashtoc. Si al final va a resultar que aun no siendo diablo moral (¿qué es eso de la moral para él?), frente a Satanás, que sí que lo es como queda dicho, se erige en ser íntegro, escandalizado ante las artimañas y añagazas del satánico mercachifle.
En esta controversia, se erige en concepto fundamental el de cantidad: cuanto más mejor, en la visión del negociante; ninguna, en la consideración primaria del diablo primitivo que sólo cree en la unidad sin fisuras de un Todo superior por muy inarmónico que se nos aparezca. También resulta fundamental el hecho, la determinación, o no, de subsumirse en ese Todo sin aristas, donde nadie pueda sobresalir o evidenciarse. Por ello Cashtoc denuncia la individuación, hija de la soberbia, mientras que Satanás la reivindica y fomenta pues por ella y desde ella cada hombre se rige como ente ajeno y diferenciado de la existencia de los otros hombres y de las fuerzas naturales y cósmicas, negando que las existencias todas de los hombres sean parte de la existencia de los dioses. Brama Cashtoc su indignación: “¡A más hombres, según el demonio cristiano, más hombres para el infierno y de aquí que a él le interese la propagación de la especie que nosotros estamos empeñados en destruir!”. Así, en el “Creced y multiplicaos” se aúnan Dios y Satán, uña y carne frente al “¡Desapareced!” de Cashtoc.
No hay pues posibilidad alguna de conciliación entre ambas fuerzas demoníacas y ello tanto por su disparidad de origen, como de medios, de fin absoluto perseguido, de espíritu y concepción de las cosas, concepción del hombre y concepción de la Creación.
En la perspectiva freudiana, Cashtoc es Thanatos, fuerza nostálgica del estado primitivo del no-ser, de la nada, de la inacción, de aquel vacío que precedió la agitación dolorosa que da comienzo con la concepción. “Quaeris quo jaceas post obitum loco? / Quo non nata jacent” (“¿Que dónde estarás después de morir? Donde están los que no han nacido”), escribe Séneca en “Las troyanas”. Cashtoc, además de esa fuerza, de ese “instinto de muerte”, es esa misma muerte, estado de absoluto reposo, indiferenciación y confusión amorfa en el Caos. Es el caos que precede a la Creación y la añoranza mítica de la Naturaleza que, ciegamente y sin lograrlo nunca del todo, tiende a volver a esas tinieblas primigenias.
Nuestro diablo cristiano, Satanás, es su opuesto y enemigo. Es sobre todo diferenciación, multiplicación y disgregación. Para ello se requiere el amor, la “obligación del amor”, como establece Freud, para “satisfacer a la vida la deuda que desde nuestro nacimiento pesa sobre nosotros”. Y si bien es cierto que en el acto amoroso uno se pierde, fundiéndose y disolviéndose, antes y después se requiere individuación y conciencia. Estos antes y después constituyen la conciencia dolorosa del ser. Representan el sufrimiento de saberse, de ser consciente de uno mismo o, por ser más precisos, su exacerbación y así, que nadie piense, como suele decirse jocosamente, que en el Infierno, condena eterna, todo será orgía. Al revés. La orgía, el carnaval, son confusión, borrachera, desaparición de límites, abolición de fronteras; en ellos todo está en todo y se subsume en el todo. Es caos. El Infierno, y esto es cuanto han expresado los dos últimos papas, es ausencia de amor y soledad absoluta. El alma condenada anhela la fusión amorosa con Dios, superadora de la contradicción entre caos primigenio y conciencia, pero sabe que nunca jamás la podrá obtener y de ahí emana su insufrible padecimiento. En definitiva el Infierno es conciencia punzante de la separación eterna, diferenciación radical. El precito se sabe separado, aislado de todos y de todo y sin ningún consuelo ni lenitivo y así ¡para siempre! Desgajado de Dios, se arranca también de sus congéneres pues olvidó ese “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” que establece la unidad en el Amor, sin distinción posible entre amor a Dios y amor al prójimo. Porque lo rechazó en vida, el réprobo se halla privado para siempre del amor que es lo único que hubiera podido salvarle al brindarle la superación tanto de su diferenciación y radical soledad como de su anhelo de fusión carnal y espiritual. Tan sólo el amor y el Amor, llamas de goce, le hubieran brindado no sólo el no añorar ese antes oscuro de la vida, sino incluso ignorarlo.
Sólo si hay conciencia hay libertad. Como se dijo anteriormente Dios-Cristo es el haz y Satanás el envés. Haz y envés de la conciencia, de la voluntad y de la acción.
Insistamos: el Infierno no es inconsciencia. Todo lo contrario: es exasperación insostenible de la conciencia. Y el Cielo es superación de la contradicción conciencia-inconsciencia, o si se prefiere una conciencia que, trascendiéndose a sí misma por el Amor, se niega y se destruye transfigurándose en entidad mística superior. Algún barrunto de ello tuvieron Pedro, Juan y Santiago en el Monte Tabor.
En realidad, la conciencia nacería con la rebelión del que luego sería Príncipe de las Tinieblas en su rechazo adolescente al Padre y a la seguridad jerarquizada y opresiva que Éste le brindaba. Satanás se da entonces unas formas bien definidas frente al carácter un tanto amorfo, anodino y vicario en que existía por decisión del Sumo Hacedor.
Por todo lo anterior, que reputo un tanto abstruso y temo se nos muestre por ello poco nítido, en nuestra obra de teatro “En el Infierno hay un tablao”, Satanás lee “La Razón”, que es el diario más conservador del mercado español. Remitiendo y amparándonos en el ensayo de Josep Pla, “Perquè sóc conservador” (en el que civilización se contrapone radicalmente a naturaleza, esto es orden a caos, creación a destrucción, paz a guerra, estatus y statu quo a revolución), Satanás es fuerza cultural y definitoria de la conciencia individual y colectiva. Por el papel que le ha tocado interpretar, Satanás está condenado a la más absoluta ambivalencia. Ha de luchar contra Dios e incluso intentar tentar a su Hijo, ha de alimentar la duda, el ateísmo -o cuando menos la agnosis-, la iconoclastia, el anticlericalismo, la quema de templos y el martirio, sí, pues es su inalienable deber; pero al mismo tiempo ha de precaverse y obrar de tal manera que la destrucción de Dios en las conciencias nunca sea total puesto que su propia existencia, como tal Diablo, depende de la de su enemigo. Si Dios desapareciera, indefectiblemente, él también. Sólo puede haber Mal si hay Bien. Sólo puede haber Diablo si hay Dios. Dependencia pues, o más bien interdependencia. La independencia no es posible pues sólo conduciría a la desaparición. En efecto si Satanás obtuviera la aniquilación de Dios, que nadie ya creyera en Él, también irreparablemente se dejaría de creer en el Diablo.
Así las cosas, la figura transgresora y subversiva del Diablo queda muy relativizada, tanto que en realidad su antagonismo no sería más que una pose, una exigencia del guión, una apariencia, un disimulo, casi un juego, un disfraz o una máscara.
Además, Satanás se sabe de antemano derrotado. Siempre lo será, tanto coyuntural como permanentemente, hasta la segunda venida de Cristo y, definitivamente, desde ésta. Así pues, si no se ha jubilado, si no se ha rendido incondicionalmente, es porque es consciente de su deber que consiste en ser reverso permanente de Cristo, su antagonista en este auto sacramental que es la historia del hombre desde su creación hasta la consumación de los tiempos.
En el fondo Satanás se ríe y desprecia a todos los satánicos, libertinos, sadistas, románticos y byronistas, góticos, nihilistas, anarquistas, nacional-socialistas, comunistas, ateístas beligerantes, paganistas y panteístas y demás, por tomarse en serio su propia causa y tomárselo en serio a él. Y así lo expresa al principio en nuestra obra mientras va leyendo y glosando la sección de Religión del diario. Satanás es un guasón. Desesperado, sí, porque en el uso de su libertad, de la libertad, que él inauguró, renunció a la Salvación y porque en su orgullo no cabe el arrepentimiento. Guasón desesperado. Eso es cuanto quizá sea la comedia en esa su insoslayable, a pesar de las apariencias engañosas, vertiente trágica. Y es sabido que la comedia es género diabólico.
Mas ya es hora de que, tras tanta disquisición, digresión y excursi, volvamos al propósito de este escrito, que pretende ser de crítica teatral , autocrítica en este caso. Así, en la mencionada obra nuestra “En el Infierno hay un tablao”, en un momento determinado uno de los personajes diabólicos que allí aparecen, Satanás en algunas representaciones y Luzbel en otras -pues no nos atenemos ni a un texto ni a una estructura cerrada o fija, sino que cada momento preciso de cada representación, y el azar también, nos marcan una u otra opción-, afirma que “este es nuestro triste sino: incitar al pecado, pero no poder pecar. No olviden que, aunque caídos, somos, seguimos siendo ángeles y que éstos, ya sean celestiales, ya infernales, carecen de sistema endocrino. Aquí radica nuestra condena, en ser únicamente y por imposibilidad de acción hormonal, en ser únicamente, repito e insisto, estetas.” Carece de ese “licor que da la vida” en palabras de Cashtoc. La estética, búsqueda siempre insatisfecha… El artista desafiando a Dios en su soberbia, pretendiéndose dios y creador él también, mas condenado a no saciar jamás su anhelo exacerbado de perfección, de Belleza, escultor de sombras que la primera luz del alba desbarata.
Mariano Aguirre
Actor, dramaturgo, productor teatral y director de “La Troupe del Cretino”