Satanás virgen y esteta, condena a eternidad

Les anges impuissants se damneraient pour moi!
Baudelaire, “Les metamorphoses du vampire”

“Mulata de tal”, de Miguel Ángel Asturias, es una de esas novelas hispanoamericanas en que sueño y realidad, vida y muerte, vivos y muertos (que son otro tipo y categoría de vivos), deseo y conducta objetiva, pensamiento y acción, se confunden e imbrican hasta ser una única cosa dentro de una visión mágica de la existencia.

Tierrapaulita es una ciudad crepuscular y sonámbula donde cabe presumir que los demonios precolombinos se han refugiado ante la llegada del cristianismo a América y donde hacen mangas y capirotes y de su capa un sayo y traen además al retortero al único y sufrido capellán… hasta que llega, para quedarse definitivamente, el Diablo, el cristiano, el del Dios Único y Verdadero, el Demonio Civilizatorio y será él, curiosamente, en su ambivalencia religiosa, y no Cristo o su vicario o un santo o un exorcista, quien los expulsará definitivamente y ganará para la Razón, la Cultura y la Religión el último reducto irredento, arrancándoselo a los diablos primitivos y bestiales. Y lo hará desde la líbido, desde el instinto de vida, desde -paradójicamente- el amor (por muy procreativo que éste sea), cayendo así en una primera contradicción, a pesar de que él -y ésta sería su segunda contradicción- no puede generar, por imposibilidad física mas también teológica como efecto del castigo divino a su rebelión.

Y aquí, en este punto, creo que reside, más incluso que en el hecho de que encarne el Mal, la seducción que el Diablo ejerce sobre nuestras mentes, esto es su tremenda complejidad, sus contradicciones sin posible solución, su ambivalencia psíquica y moral, su “cóctel” emocional, al asemejárnoslo tanto; siendo así que lo más nos atraería en él sería precisamente la contemplación de nuestro propio reflejo. El Diablo no es un bellaco de una sola pieza, fácilmente reductible. En efecto limitar la atracción del Diablo a su faceta malvada es, amén de pueril y simplista, casi hollywoodense. Hemos de insistir en ello y concretar aún más: Satanás sería una proyección de nuestra conflictiva y desgarradora presencia en la vida y en el mundo. En esta perspectiva los personajes de Dostoievski (no sólo los de “Los endemoniados”, sino todos) se nos aparecerán como distintas, y siempre más que problemáticas, manifestaciones del Demonio, de nosotros mismos en definitiva, en nuestras atormentadas mentes, conductas y existencias.

Hermanos Karamazov por Stephanie Rodríguez. http://www.ascentaspirations.ca/ stephanierodriguez.htm

Escribe Asturias: “Él, Diablo del Verdadero Dios… daba rienda suelta a sus instintos de macho cabrío, sin engendrar, porque el demonio carece del licor que da la vida.” Frente a él y al atropello que constituye la incitación al amor, a la fecundidad y a la procreación, Cashtoc, el Grande, el Inmenso, temible y espantoso diablo de la tierra, autóctono, indio, precolombino, eleva su voz indignada: “¡A más hombres, según el demonio cristiano, más hombres para el infierno y de aquí que a él le interese la propagación de la especie que nosotros estamos empeñados en destruir!… ¡Para su infierno que confunden con el fuego de los volcanes… no nuestro Xibalbá, nuestro infierno, el de la tiniebla profunda que venda los ojos, el del olvido blanco que venda los oídos, el de la ausencia verde que venda los labios, y el de las plumas rojas y amarillas que venda la sensibilidad.” Así pues parece claro que, frente al Diablo indio de la indiferenciación, la disolución, la ausencia de conciencia y por tanto de responsabilidad y libertad, se yergue nuestro Satanás (nombre que emplearemos como sinónimo de Diablo) como firme representante de la conciencia cristiana, la responsabilidad moral, la autoría plena, la asunción de los actos propios y la individuación.

Satanás es el envés de Cristo: ambos postulan y proclaman nuestra libertad, libertad para condenarnos o salvarnos. El Diablo indio, sin embargo, primitivo y primario, nos la niega y en su concepción, en su Weltanschauung (si se nos permite la expresión), el hombre carece de poder de decisión y queda siempre expuesto, pasivamente, a las insuperables fuerzas demoníacas, reducido ante ellas a la magia -estadio pueril de la moral tanto ontogenética como filogenéticamente- para intentar así congraciárselas o, cuando menos, aplacarlas.

El cristianismo es, como muy bien lo recuerda permanentemente Benedicto XVI, una religión histórica, entendiendo por tal que Cristo nace en un día determinado, predica en una región y durante un período bien delimitado y muere luego, todo ello con unas fechas precisas y contrastables. El destino del hombre, desde aquel entonces, penetra y se encauza en un devenir que es irreversible por su carácter lineal, pues ha dejado para siempre de ser cíclico y repetitivo. Dios-Cristo irrumpe en la Historia (Judea, Galilea, dominación romana, Augusto, Tiberio, Herodes, Poncio Pilatos, cultura helenística dominante). Ello ocurrió grosso modo hace dos mil años y no volverá a ocurrir nunca más, en espera de la parusía. Las religiones naturales, fundadas en lo periódico, quedan así abolidas. Se impone el drama cristiano que es no sólo divino (El Hijo de Dios) sino humano (El Hijo del hombre) establecido desde y a partir de acontecimientos concretos y tangibles, históricos, de carácter discontinuo y sin semejanza entre ellos. Como afirma el profesor y crítico literario francés Armand Hoog: “La libertad humana asegura así, a través del pecado, la redención o la muerte, la rigurosa mitad del diálogo” y añade que esta historia “va hacia delante, no gira ya como el molino del antiguo rito”. Insiste: “La magia incluso, esa antigua mecánica milagrosa de repetición, queda desde entonces integrada en una historia que prohíbe los retornos.” ¿Qué significa todo ello? En definitiva que el cristianismo es libertad, que la fatalidad queda abolida, sustituida por el motor histórico de la salvación. Y por ello, como nos recuerda de nuevo Hoog, el cristiano Tacio les espeta a los astrólogos griegos. “¡Estamos por encima del destino!”, lo cual reviste una importancia capital con sólo reparar en que incluso los dioses del Olimpo quedaban sujetos a una fuerza superior, indefinible y ominosa llamada Destino. Y así, porque la existencia ha pasado a ser histórica, será responsable de sí misma y cuanto anteriormente se padecía (la fuerza del Destino, siempre fatal) y por ende nos encubría moralmente, ahora es tan sólo responsabilidad nuestra y en nuestras manos está el salvarnos (o no) según obremos y según amemos, aquello de que “según las obras, habrá el galardón”. Sólo en nuestras manos de seres desgarradoramente libres está el alcanzar la bienaventuranza en la eternidad (o, por el contrario, la eterna condena), que romperá para siempre la linealidad histórica de nuestra existencia, devolviéndonos a la postre a la inocencia previa al pecado original. Y entonces, ya condenados, ya recompensados, no seremos libres nunca más porque la libertad habrá dejado de tener sentido. Nos habremos subsumido en el Amor Eterno y, ciertamente, nuestra conciencia y la conciencia de nosotros mismos no quedará eliminada pero ya no tendremos que optar ni decidir puesto que la gran resolución ya fue tomada. Es de alguna manera una vuelta al Paraíso del Génesis, pero cualitativamente superior pues el Paraíso es ahora celestial y nuestra conciencia, bañando en el Amor, es plena y no ya crepuscular.

Por el contrario, en el Infierno, por la ausencia de Amor, la conciencia sigue manifestándose y lo hace de forma aún más punzante y dolorosa que en vida. En la Jerusalén celestial la conciencia se ilumina del todo en un nuevo Pentecostés, irradia luz y conocimiento. Es goce. En el Hades cristiano, no hay Leteo ni sombras ni duermevelas ni vidas trasoñadas; tan sólo la lacerante percepción absoluta de la ausencia.

Manumitiendo al hombre de las fuerzas de la Naturaleza y de toda fatalidad ciega, Cristo le otorga la dignidad, definitiva e inalienable.

Cashtoc, sin embargo, diablo primitivo y destructivo, puro Mal y tan sólo eso, concibe a los hombres como meros granos de maíz, iguales todos, cosificados, instrumentalizados, arracimados, excrecencias de la tierra, heterónomos, infantilizados a perpetuidad, dependientes, sometidos y amedrentados, contumazmente indignos, una raza de esclavos.

Mulata de tal. Miguel Ángel Asturias. Ediciones Losada

Cashtoc, el diablo indígena, maliciándose por sus poderes naturales que su dominio toca a sus postrimerías a causa de la llegada del diablo cristiano, del Diablo del Dios Verdadero, intuye a la perfección que el cristianismo es sobre todo libertad y que por tanto, irrefragablemente, va a poner en tela de juicio y en peligro de desaparición inminente su arcaico sistema religioso ideado para la esclavitud y contrario al uso de la conciencia y de la responsabilidad individuales, que ni quiere tolerar ni puede concebir.

Cashtoc se pregunta: “¿A qué los hombres? ¿A qué las ciudades?” y en su ánimo está el destruirlas para siempre.

En el capítulo que lleva por título “Los diablos terrígenos abandonan Tierrapaulita”, se exclama Cashtoc: “¡Ha llegado el demonio cristiano y debemos abandonar Tierrapaulita, después de conquistar la plaza, es decir de no dejar habitante ni mansión entera! ¡Para nosotros, conquistar es despoblar! ¡Nos vamos, porque los fines de este demonio cristiano, que fue ángel y no ha perdido su jabonosidad divina, chocan con los nuestros, sus fines y sus métodos, y no podríamos estar juntos, sin que esto se volviera una merienda de diablos!”

Los orígenes son distintos. Satanás fue ángel; su procedencia es celeste, por mucho que, condenado, resida ahora debajo de la tierra, que por otra parte abandona con total libertad. Porque fue ángel bueno y sigue siendo ángel, aunque malo, es bello y forma parte del mundo racional y moral. Sin embargo, los diablos indios son terrígenas en su origen y en su existencia. Son monstruos. Representan el caos y son irracionales e inmorales, o por mejor decir amorales, que es mucho más grave pues representa un estadio de desarrollo inferior. Satanás, superior, es inmoral pues defiende y expande, a conciencia, el pecado.

En cuanto a fines y medios, los de Satanás son la propagación del hombre para que se condene en un número cuanto mayor, mejor, y así poblar y llenar hasta reventar sus calderas eternas donde se castiga el pecado y al pecador. Y allí será el eterno “chirriar de dientes”, en las “tinieblas exteriores”. Cashtoc, sin embargo, sólo busca la aniquilación. Satanás es diablo de vida y Cashtoc de muerte. Satanás es diablo de vida eterna para poder aplicar el castigo, dada su condición de alcaide y de verdugo, representante represivo del orden y ejecutor de la justicia. Cashtoc es diablo de muerte definitiva, sin apelación, de desaparición, un nihilista, un desesperado, un anarquista, que sólo persigue, mediante el caos, la absoluta supresión de la vida, la total ausencia de la vida. Éste es su fin. El caos, el terror, la amenaza, la violencia, son sus medios. Cashtoc, eternidad inconsciente, lo increado.

El fin de Satanás es doble: comercial, esto es que sus calderas siempre se encuentren repletas a rebosar; y moral, esto es tras la administración de justicia (a cada cual según sus obras y según ello, o galardón o baldón), él es el encargado de dar y ejecutar el baldón… eterno. Satanás, eternidad consciente en el castigo.

En el mismo capítulo leemos cómo Cashtoc expresa su rabia contra el hombre, (auto-)separado de la creación, auto-proclamado distinto y también distinguido de los animales, monstruo de orgullo por quererse y pretenderse niño mimado de los dioses o de Dios, el Único Verdadero. Escuchémosle: “Los hombres verdaderos, los hechos de maíz, dejan de existir realmente y se vuelven seres ficticios, cuando no viven para la comunidad (entiéndase el “Cosmos” mismo como ente mostrenco de indiferenciación) y por eso deben ser suprimidos. ¡Por eso aniquilé con mis Gigantes Mayores, y aniquilaré mientras no se enmienden, a todos aquellos que olvidando, contradiciendo o negando su condición de granos de maíz, partes de una mazorca, se tornan egocentristas, egoístas, individualistas… hasta convertirse en entes solitarios, en maniquíes sin sentido!”

El orgullo del hombre desentona en la Creación y por ello Cashtoc busca su aniquilación, destrucción total, no para castigarlos (eso el lo que persigue el Diablo cristiano, que es un ser moral) sino para que su desaparición reequilibre esa Creación, alterada por la presencia de nuestra especie. Se trata de una operación de higiene, como quien desratiza, desinsecta o desinfecta un lugar. Desentonan los hombres, son petulantes, irrespetuosos con el Gran Todo. Hay que acabar con ellos. Más que de crueldad cabría hablar de higiene y respeto a la Forma Única, o si se prefiere, por ser más acertados, a la total ausencia de forma y estas ratas, estas cucarachas, estos gérmenes infecciosos, padecen de exceso de forma. Satanás, en cambio, no acaba con ellos. Los saca de donde molestaban (y pecaban) y los traslada a otro lugar para aplicarles tormento. Satanás es cruel porque es justo en la aplicación de las sentencias y en la observación del reglamento penitenciario, aplicado en un penal que es eterno.

Cashtoc sólo concibe la destrucción, sin cebarse en ella, una destrucción ingenua como es él. “¡Una polvareda fue la Creación y una polvareda queda de las ciudades que destruimos! ¡No más ciudades! (obsérvese la especial inquina que alimenta contra las ciudades por ser éstas algo opuesto a la Naturaleza, acotándose frente a ella, que es ilimitada, como bien señala Ortega y Gasset; por otra parte repárese en que precisamente en la ciudad no crecen las mazorcas sino que se consumen al resguardo de las inclemencias y de la intemperie, artificialmente.) ¡No más hombres…!…¡Por eso, repito, debe ser destruido el hombre y borradas sus construcciones, por su pretensión a singularizarse, a considerarse fin en sí mismo!” (nótese que precisamente el cristianismo hace de la humanidad y de cada hombre individual un fin en sí mismo y de esta savia se nutrirá el Humanismo; y ello frente a los sistemas que consideran al hombre y a los hombres tan sólo partes de un engranaje despótico o estatal). En definitiva, hay que destruir, aniquilar, la soberbia del hombre.

Cashtoc es ingenuo y en el fondo un infeliz. Tácitamente así lo reconoce al describir al Diablo cristiano como un ser taimado, artero, trapacero, un auténtico pícaro, un verdadero comerciante, un tipo que se las sabe todas, hombre de negocios por excelencia. En la perspectiva de Satanás, denuncia Cashtoc, el hombre es mercancía y, contraponiendo su estrategia -¡tan simple! pues se limita a destruir- a las artimañas y añagazas de Satán, se exclama: “¡Otra, muy otra la estrategia y la táctica desplegada por el demonio cristiano, hijo de la zorrería! ¡Este taimado extranjero concibe al hombre como carne de infierno y procura, cuando no exige, la multiplicación de los seres humanos aislados como él, orgullosos como él, feroces como él, negociantes como él, religiosos a la diabla como él, para llenar su infierno!” El Diablo es pura camándula y, por si fuera poco, encima y además, ahora, ha aprendido a usar la propaganda y la mercadotecnia, consciente de su valor e infalibilidad. Ahora sí que es, real y definitivamente, el “Gran Equivoquista”.

En definitiva, Cashtoc proclama su honradez, su hidalguía podríamos decir, su afán de juego limpio y buena lid frente a lo fulero del Diablo cristiano. Cashtoc se considera superior al hombre pues otorga (y defiende) su conformidad al Gran Todo. Satanás, sin embargo, es tan ruin como el hombre: aislado, orgulloso, feroz. Negociante, religioso sin longanimidad ni largueza, quejumbroso y resentido. Es un blando. Y llega a rebajarse hasta el nivel ínfimo del hombre con tal de convencerlo y mercarlo. Satanás se disfraza con tal de obtener lo que persigue, con tal de satisfacer sus propósitos de negociante. Es maquiavélico: para él el fin justifica la bajeza de sus medios. No así Cashtoc. Si al final va a resultar que aun no siendo diablo moral (¿qué es eso de la moral para él?), frente a Satanás, que sí que lo es como queda dicho, se erige en ser íntegro, escandalizado ante las artimañas y añagazas del satánico mercachifle.

En esta controversia, se erige en concepto fundamental el de cantidad: cuanto más mejor, en la visión del negociante; ninguna, en la consideración primaria del diablo primitivo que sólo cree en la unidad sin fisuras de un Todo superior por muy inarmónico que se nos aparezca. También resulta fundamental el hecho, la determinación, o no, de subsumirse en ese Todo sin aristas, donde nadie pueda sobresalir o evidenciarse. Por ello Cashtoc denuncia la individuación, hija de la soberbia, mientras que Satanás la reivindica y fomenta pues por ella y desde ella cada hombre se rige como ente ajeno y diferenciado de la existencia de los otros hombres y de las fuerzas naturales y cósmicas, negando que las existencias todas de los hombres sean parte de la existencia de los dioses. Brama Cashtoc su indignación: “¡A más hombres, según el demonio cristiano, más hombres para el infierno y de aquí que a él le interese la propagación de la especie que nosotros estamos empeñados en destruir!”. Así, en el “Creced y multiplicaos” se aúnan Dios y Satán, uña y carne frente al “¡Desapareced!” de Cashtoc.

No hay pues posibilidad alguna de conciliación entre ambas fuerzas demoníacas y ello tanto por su disparidad de origen, como de medios, de fin absoluto perseguido, de espíritu y concepción de las cosas, concepción del hombre y concepción de la Creación.

Tánatos. Templo de Artemisa en Éfeso. Museo Británico.

En la perspectiva freudiana, Cashtoc es Thanatos, fuerza nostálgica del estado primitivo del no-ser, de la nada, de la inacción, de aquel vacío que precedió la agitación dolorosa que da comienzo con la concepción. “Quaeris quo jaceas post obitum loco? / Quo non nata jacent” (“¿Que dónde estarás después de morir? Donde están los que no han nacido”), escribe Séneca en “Las troyanas”. Cashtoc, además de esa fuerza, de ese “instinto de muerte”, es esa misma muerte, estado de absoluto reposo, indiferenciación y confusión amorfa en el Caos. Es el caos que precede a la Creación y la añoranza mítica de la Naturaleza que, ciegamente y sin lograrlo nunca del todo, tiende a volver a esas tinieblas primigenias.

Nuestro diablo cristiano, Satanás, es su opuesto y enemigo. Es sobre todo diferenciación, multiplicación y disgregación. Para ello se requiere el amor, la “obligación del amor”, como establece Freud, para “satisfacer a la vida la deuda que desde nuestro nacimiento pesa sobre nosotros”. Y si bien es cierto que en el acto amoroso uno se pierde, fundiéndose y disolviéndose, antes y después se requiere individuación y conciencia. Estos antes y después constituyen la conciencia dolorosa del ser. Representan el sufrimiento de saberse, de ser consciente de uno mismo o, por ser más precisos, su exacerbación y así, que nadie piense, como suele decirse jocosamente, que en el Infierno, condena eterna, todo será orgía. Al revés. La orgía, el carnaval, son confusión, borrachera, desaparición de límites, abolición de fronteras; en ellos todo está en todo y se subsume en el todo. Es caos. El Infierno, y esto es cuanto han expresado los dos últimos papas, es ausencia de amor y soledad absoluta. El alma condenada anhela la fusión amorosa con Dios, superadora de la contradicción entre caos primigenio y conciencia, pero sabe que nunca jamás la podrá obtener y de ahí emana su insufrible padecimiento. En definitiva el Infierno es conciencia punzante de la separación eterna, diferenciación radical. El precito se sabe separado, aislado de todos y de todo y sin ningún consuelo ni lenitivo y así ¡para siempre! Desgajado de Dios, se arranca también de sus congéneres pues olvidó ese “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” que establece la unidad en el Amor, sin distinción posible entre amor a Dios y amor al prójimo. Porque lo rechazó en vida, el réprobo se halla privado para siempre del amor que es lo único que hubiera podido salvarle al brindarle la superación tanto de su diferenciación y radical soledad como de su anhelo de fusión carnal y espiritual. Tan sólo el amor y el Amor, llamas de goce, le hubieran brindado no sólo el no añorar ese antes oscuro de la vida, sino incluso ignorarlo.

Sólo si hay conciencia hay libertad. Como se dijo anteriormente Dios-Cristo es el haz y Satanás el envés. Haz y envés de la conciencia, de la voluntad y de la acción.

Insistamos: el Infierno no es inconsciencia. Todo lo contrario: es exasperación insostenible de la conciencia. Y el Cielo es superación de la contradicción conciencia-inconsciencia, o si se prefiere una conciencia que, trascendiéndose a sí misma por el Amor, se niega y se destruye transfigurándose en entidad mística superior. Algún barrunto de ello tuvieron Pedro, Juan y Santiago en el Monte Tabor.

En realidad, la conciencia nacería con la rebelión del que luego sería Príncipe de las Tinieblas en su rechazo adolescente al Padre y a la seguridad jerarquizada y opresiva que Éste le brindaba. Satanás se da entonces unas formas bien definidas frente al carácter un tanto amorfo, anodino y vicario en que existía por decisión del Sumo Hacedor.

Satanás. En el Infierno hay un tablao. La Troupe del Cretino. Foto: Jenízaro

Por todo lo anterior, que reputo un tanto abstruso y temo se nos muestre por ello poco nítido, en nuestra obra de teatro “En el Infierno hay un tablao”, Satanás lee “La Razón”, que es el diario más conservador del mercado español. Remitiendo y amparándonos en el ensayo de Josep Pla, “Perquè sóc conservador” (en el que civilización se contrapone radicalmente a naturaleza, esto es orden a caos, creación a destrucción, paz a guerra, estatus y statu quo a revolución), Satanás es fuerza cultural y definitoria de la conciencia individual y colectiva. Por el papel que le ha tocado interpretar, Satanás está condenado a la más absoluta ambivalencia. Ha de luchar contra Dios e incluso intentar tentar a su Hijo, ha de alimentar la duda, el ateísmo -o cuando menos la agnosis-, la iconoclastia, el anticlericalismo, la quema de templos y el martirio, sí, pues es su inalienable deber; pero al mismo tiempo ha de precaverse y obrar de tal manera que la destrucción de Dios en las conciencias nunca sea total puesto que su propia existencia, como tal Diablo, depende de la de su enemigo. Si Dios desapareciera, indefectiblemente, él también. Sólo puede haber Mal si hay Bien. Sólo puede haber Diablo si hay Dios. Dependencia pues, o más bien interdependencia. La independencia no es posible pues sólo conduciría a la desaparición. En efecto si Satanás obtuviera la aniquilación de Dios, que nadie ya creyera en Él, también irreparablemente se dejaría de creer en el Diablo.

Así las cosas, la figura transgresora y subversiva del Diablo queda muy relativizada, tanto que en realidad su antagonismo no sería más que una pose, una exigencia del guión, una apariencia, un disimulo, casi un juego, un disfraz o una máscara.

Además, Satanás se sabe de antemano derrotado. Siempre lo será, tanto coyuntural como permanentemente, hasta la segunda venida de Cristo y, definitivamente, desde ésta. Así pues, si no se ha jubilado, si no se ha rendido incondicionalmente, es porque es consciente de su deber que consiste en ser reverso permanente de Cristo, su antagonista en este auto sacramental que es la historia del hombre desde su creación hasta la consumación de los tiempos.

En el fondo Satanás se ríe y desprecia a todos los satánicos, libertinos, sadistas, románticos y byronistas, góticos, nihilistas, anarquistas, nacional-socialistas, comunistas, ateístas beligerantes, paganistas y panteístas y demás, por tomarse en serio su propia causa y tomárselo en serio a él. Y así lo expresa al principio en nuestra obra mientras va leyendo y glosando la sección de Religión del diario. Satanás es un guasón. Desesperado, sí, porque en el uso de su libertad, de la libertad, que él inauguró, renunció a la Salvación y porque en su orgullo no cabe el arrepentimiento. Guasón desesperado. Eso es cuanto quizá sea la comedia en esa su insoslayable, a pesar de las apariencias engañosas, vertiente trágica. Y es sabido que la comedia es género diabólico.

Luzbel. En el Infierno hay un tablao. La Troupe del Cretino. Foto: Jenízaro.

Mas ya es hora de que, tras tanta disquisición, digresión y excursi, volvamos al propósito de este escrito, que pretende ser de crítica teatral , autocrítica en este caso. Así, en la mencionada obra nuestra “En el Infierno hay un tablao”, en un momento determinado uno de los personajes diabólicos que allí aparecen, Satanás en algunas representaciones y Luzbel en otras -pues no nos atenemos ni a un texto ni a una estructura cerrada o fija, sino que cada momento preciso de cada representación, y el azar también, nos marcan una u otra opción-, afirma que “este es nuestro triste sino: incitar al pecado, pero no poder pecar. No olviden que, aunque caídos, somos, seguimos siendo ángeles y que éstos, ya sean celestiales, ya infernales, carecen de sistema endocrino. Aquí radica nuestra condena, en ser únicamente y por imposibilidad de acción hormonal, en ser únicamente, repito e insisto, estetas.” Carece de ese “licor que da la vida” en palabras de Cashtoc. La estética, búsqueda siempre insatisfecha… El artista desafiando a Dios en su soberbia, pretendiéndose dios y creador él también, mas condenado a no saciar jamás su anhelo exacerbado de perfección, de Belleza, escultor de sombras que la primera luz del alba desbarata.

Mariano Aguirre
Actor, dramaturgo, productor teatral y director de “La Troupe del Cretino”

Stéphane Hessel, el indignante

Su opúsculo “Indignez-vous” (Indignaos) está en el origen de los actuales movimientos de indignación social, acordes con una sociedad ultramediática, generadora y dependiente de noticias espectaculares y someras a la vez -condiciones ambas necesarias- y que tengan un impacto globalizante y globalizador, condición esta suficiente de por sí.

Stéphane Hessel denuncia cómo los grandes principios democráticos que brillaron tras la derrota de los totalitarismos fascistas (que no del comunista) y cuya máxima expresión se culminó con la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la que él mismo, como tanto gusta de recordar -y tiene motivos para sentirse orgulloso- tomó parte, se han ido desvirtuando progresivamente en una sociedad que ha ido sancionando, de facto y de espaldas a sus propios principios y proclamas retóricas, la desigualdad y la injusticia sociales. Hessel habla y analiza, con bastante liviandad por otra parte, desde una perspectiva humanista, cargada de buenas intenciones. Hasta aquí sus virtudes.

Pasando a los defectos, digamos que su visión es bastante simplista y su discurso, carente de unidad y de auténtica coherencia, se muestra falto de una auténtica visión de conjunto o de sentido de la historia. A este respecto su volátil explicación de Hegel y del progreso es menos que escolar, menos que de Telediario. Otro tanto ocurre con la explicación de su supuesta contrapartida, cifrada por él en Walter Benjamin: pobre y casi estrambótica, con un dibujo de Paul Klee de por medio, traído por los pelos.

Peor que todo ello es que de sus líneas emana un optimismo natural que recuerda demasiado al “optimismo antropológico”, insustancial y fantasmagórico, que bien conocemos por estos pagos.

Stéphane Hessel es indignante. Doblemente. En primer lugar porque su opúsculo ha creado indignados, esto es personas que muestran su indignación. En segundo lugar porque, cuando aborda la cuestión del terrorismo, sus argumentos habrán de crear en el lector desasosiego, primero, y luego, verdadera indignación. Se ha dicho que el movimiento indignado era, en el fondo, acrítico. Creo que sea crítico con parcialidad. Como el propio Hessel.

A raíz de una reciente visita suya a Gaza, condena la política israelí. Habría mucho que matizar, pero su postura es legítima en términos generales o absolutos. El problema, junto con nuestra duda o sospecha, surge cuando afirma: “Lo sé, Hamás, que había vencido en las últimas elecciones legislativas, no ha podido evitar el lanzamiento de cohetes contra ciudades israelíes, como respuesta…” “No ha podido evitar”…Merece un SIC con mayúsculas y sin paréntesis.

La mención de este conflicto y su rápida descripción le meten de lleno en harina. Tomando como referente a Sartre, afirma: “Y es aquí donde me sumo a lo expresado por Sartre: no se puede excusar a los terroristas que ponen bombas. Se les puede comprender.”

¿Qué esconden estas palabras? Hay varias posibilidades y desde luego la siguiente lista no es exhaustiva:

• Yo no pongo bombas, yo no mato; respeto la vida del prójimo… pero digo yo que por algo se pondrán bombas.

• Como no participo del problema, que lo veo de lejos, tan sólo opino y enjuicio, no actúo; ahora bien, quien esté allí, donde se cuece el conflicto, hace bien en poner bombas y asustar un poco.

• Yo mataría, pero me asustan las consecuencias de mi acto: cárcel, tortura, muerte propia, etc. y por tanto me abstengo de la acción directa.

• Podría matar, incluso debería, pero no lo hago por comodidad; no me compensa.

• Yo no voy a matar porque es muy desagradable, pero desde mi despacho, desde mi cátedra, desde mis artículos o libros, desde mis discursos, etc. voy a animar a que otros atenten por mí; tiraré la piedra dialéctica, pero esconderé la mano para que otros tiren la piedra real.

¡Cuántas veces no habremos escuchado eso de que “no comparto el terrorismo, pero lo comprendo”, a propósito de la OLP o de Hamás o de Hezbolá; o del IRA; o de “Sendero Luminoso”; o de la “Baader-Meinhoff” y las Brigadas Rojas; o de nuestra ETA… incluso.

La acción directa, el atentado, el terrorismo son lo propio, según nos enseña Ortega y Gasset, del totalitarismo y del hombre-masa, base social y consecuencia política de ese mismo totalitarismo. El hombre-masa no reflexiona, es violento y expeditivo; quiere resultados tangibles y los quiere y exige deprisa pues la paciencia requiere reflexión, respeto, estudio. El hombre-masa es radicalmente inmoral: no se pregunta por los medios; su fin, el fin compartido con los demás hombres-masa, es cuanto le afecta e importa.

Se gana o se pierde, mas siempre habría de ser en buena lid, con fair play, con deportividad, como diríamos ahora. Es la postura hidalga ante el rival, ante el enemigo, ante el problema, ante la división de opiniones, ante el conflicto, ante la guerra, ante cualquier lucha, sea de la índole que sea. Es la postura que reivindica el moral Montaigne, quien comentando cómo el romano Lucio Marcio venció a Perseo, rey de Macedonia, valiéndose de una treta, dice: “Los ancianos del Senado (romano), pues recordaban las costumbres de sus padres, denunciaron esa práctica como enemiga de las formas de antaño, que eran las de combatir desde la virtud, no desde la astucia, ni por sorpresa o mediante emboscadas nocturnas, ni por huídas fingidas o escaramuzas inopinadas, no trabando guerra más que después de declararla e incluso después de haber asignado hora y lugar de la batalla.” Moral del auténtico soldado frente a toda marrullería, siempre cobarde, siempre traición.

Montaigne, estoico, tan sólo concibe el ataque “en corto y por derecho”, por emplear la terminología taurina; atacar y defenderse de frente y con arrojo. Trasladando las palabras y las opiniones del pensador francés a nuestros tiempos, si ya la guerrilla es claramente censurable, ¿qué no diría del terrorismo? “La contrariedad y diversidad tensan y aprietan en uno mismo la conducta recta y la inflaman por el celo de la oposición y de la gloria”. La ética del estoico, la nobleza del hombre cabal y una auténtica estética, la conciencia del comportamiento bello, el sentido de lo bello. En la masa y en el hombre-masa, ni ética ni estética. Pero claro, Montaigne escribe en el siglo XVI; Ortega en pleno apogeo de totalitarismos comunista y fascista, y en los albores del nacional-socialista.

Los orígenes del terrorismo podrían cifrarse en los primeros atentados del nihilismo ruso, movimiento “endemoniado”, que es el título (“Los endemoniados”) que da Dostoievski a la estremecedora novela en que describe a esos sus protagonistas en sus actos y en su contexto social. Toma el relevo el anarquismo internacional pues hay que hacer tabula rasa del mundo antiguo para construir el nuevo y para ello hay que destruirlo todo previa e inevitablemente. Con los totalitarismos luego, el terrorismo se afina, tornándose sibilino y calculador. “Matar a uno para amedrentar a mil”, reza un proverbio chino. “Doctor Mabuse”, de Fritz Lang, es la traslación a la ficción del ascenso del nacionalsocialismo en la realidad. La multiplicación de atentados genera tanto temor en la población que ésta se entregará en cuerpo y alma al primero que le garantice la seguridad de sus vidas, en primera instancia, y a ser posible también de sus haciendas. Llegamos luego a los terrorismos nacionalistas y de “liberación” patriótica: palestino, irlandés. Mayo del 68 generará la banda Baader-Meinhoff alemana y las Brigadas Rojas italianas cuya alma mater será un profesor universitario. En España tenemos a la ETA. Surge también el terrorismo teocrático: todos los que no habiendo sido ajusticiados ya o no estén pudriéndose en las cárceles del país, por haber podido escapar a tiempo, todos los que con Jomeini derribaron al Sha, con intención de fundar una Persia democrática, serán eliminados uno a uno por la larga mano del Teherán teocrático e inquisidor. No olvidemos tampoco el espantoso terrorismo de extrema izquierda, generalmente de inspiración maoísta, en Hispanoamérica, que a su vez generará contraterrorismo no menos brutal por obra de paramilitares. Y dejando en pañales a todos, el fundamentalista islámico actual: Al Qaeda en primer lugar, talibanes, espontáneos afines y el checheno que no ha respetado ningún tabú de “inocentes” pues se ha cebado en enfermos y viejos (secuestrando y matando en un hospital), así como en niños (secuestrando y matando en una escuela).

Ahora bien, en una amplia perspectiva histórica, el más claro precedente del terrorismo como tal es el magnicidio, que existe desde que hay hombre y desde que hay poder. No en vano, para Freud, la culpa, el sentimiento de culpa, nace filogenéticamente con la muerte del macho dominante a manos de los otros machos, más jóvenes e inferiores en rango. En pleno siglo XVI, el prestigioso teólogo jesuita padre Mariana, en su obra “La institución de la dignidad real”, teoriza sobre el tiranicidio. Partiendo de la premisa de la libertad inalienable del pueblo y argumentando que el sistema monárquico es el mejor por ser el más conforme al gobierno de la naturaleza y aunque el asesinato sea siempre un crimen, postula que, a falta de otros medios, dejará de serlo e incluso pueda glorificarse si se da muerte a un rey injusto y violento, convertido en tirano pues que “los reyes son para la sociedad y no la sociedad para los reyes”. Y entonces, frente el monarca sublevado ante sus obligaciones, la sociedad no sólo tiene ya el derecho, sino el deber, de castigarle. Mediante la muerte incluso.

El padre Mariana es un intelectual. Vive en las alturas. Su constructo es teórico, su argumentación es la de la razón crítica. ¿Pensó él realmente, previó él que su obra pudiera dar pie a una materialización, al acto en sí? ¿Pudo prever Nietzsche que su superhombre, ente personal, íntimo, aguerrido, voluntad de poder frente a sí mismo, fuera tan mal y aviesamente malinterpretado por el nacionalsocialismo y convertido en mito racial y ultranacionalista, irracional, colectivo, voluntad de poder asesina y popular. (A este propósito puede ser muy ilustrativa la película de Hitchcock, “La soga”, en que dos estudiantes, de gran torpeza intelectual y fanatismo en definitiva, deciden eliminar a un compañero “inferior” para llevar a la práctica (asesina, claro) las ideas, asaz nietzscheanas y teóricas, de su profesor de facultad.) Las ideas de Mariana, privadas de su sustancia teórico-intelectual, arrancadas a su contexto universitario y teológico, llegan a oídos de seres vesánicos e intransigentes para quienes todo se reduce a que hay que matar para salvar a un pueblo amenazado -que, por otra parte, suele ser el elegido-, o una idea -siempre la justa-, o una religión -la única y verdadera-. Y así Jacques Clément asesinará a Enrique III de Francia y Ravaillac al buen cínico de Enrique IV. Para salvar al catolicismo. Tanto es así que el libro de Mariana se quemará públicamente en París pues se pensó que pudo haber sido causante y justificación de aquellos dos regicidios.

Sea como sea, y a pesar de todo, el jesuita padre Mariana es un intelectual como la copa de un pino.

Tornemos a Hessel: “No se puede apoyar a los terroristas… No es eficaz y el propio Sartre acabará por preguntarse al final de sus días por el sentido del terrorismo y acabará también por dudar de su razón de ser. Decirse que “la violencia no es eficaz” es mucho más importante que saber si se debe condenar o no a quienes la practican. El terrorismo no es eficaz.”

1967. Un año antes del célebre mayo del 68. Godard rueda “La chinoise”. Un grupúsculo maoísta ha de llevar a cabo un asesinato político. La protagonista se entrevista en un tren con un profesor de la facultad en la que estudió, ¿en alusión a Jean-Paul Sartre? La terrorista en ciernes quiere su opinión. El profesor le desaconseja el atentado porque lo considera ineficaz e incluso contraproducente para la revolución. No obstante lo llevará a cabo, pero lo que aquí interesa es que el profesor tan sólo considere el acto bajo el prisma práctico, esto es si sirve o no para la causa, que desde luego no se cuestiona por ser verdad irrebatible, la de la revolución, la del mundo nuevo. La perspectiva moral, la del padre Mariana, ni se vislumbra. No es pertinente. ¿Es lícito matar? ¿Habría una casuística del magnicidio? Eso son cosas de cura reaccionario. Sólo hay una moral y es la revolucionaria. Y es lícito pues eliminar todo obstáculo y esto sea como sea y al precio que sea. Sin sentimentalismos. (Cabe aquí sacar a colación la película de Marco Bellocchio, “Buongiorno, notte” (2003), que recrea el secuestro y posterior asesinato de Mariano Rumor, a cargo de las Brigadas Rojas. Los breves diálogos entre el político y sus captores evidencian no sólo la sensatez de aquél y la sinrazón de éstos, sino también cómo el político secuestrado representa realmente al pueblo, mientras que los raptores sólo se representan a sí mismos.)

Recuerdo que al principio de los años 80 nuestra ETA asesinó por equivocación a una persona. El M.C. (Movimiento Comunista), de inspiración maoísta, con una cierta implantación en el ambiente universitario de la época y que luego se integraría en el País Vasco en la trama de la ETA, lamentó la confusión. Eso fue todo. De lo cual se concluye que hubiera sido lícito matar a la persona indicada, es más, que fue lástima haber errado el tiro tan torpemente.

En una asamblea de mi facultad para tratar de no recuerdo ya qué agresión, ante la afirmación de uno de los allí presentes de que había que condenar los crímenes de ETA, el “moderador”, que era del M.C., afirmó “sin que se le moviera un pelo” que no se podían equiparar las agresiones del poder represivo con las llevadas a cabo contra los agentes de esa misma represión y que el pueblo tenía que hacer por defenderse.

Y basten ya los recuerdos personales.

Para el señor Hessel no es cuestión de condenar el terrorismo como tal y por lo que supone: asesinato, desprecio de la vida y de la libertad en general como valores absolutos, así como de la vida del prójimo en particular, amén de ser la más fehaciente muestra de intolerancia posible. No, El señor Hessel es maquiavélico: el fin justifica los medios. El terrorismo es ineficaz, no vale para la consecución de los objetivos marcados y por tanto debe dejar de practicarse; mas entonces, si fuera eficaz, nada debería impedir el ejercerlo. El recurso al terrorismo quedaría justificado.

Todo terrorismo, por totalitario, conduce inexorablemente a una dictadura. Quizá se trate entonces de llegar a ella con mayor efectividad. Quizá haya otras maneras mejores de generar pánico puntual que se convierta en temor generalizado luego; quizá haya otras maneras para pudrir moralmente a la sociedad. Ambos son medios que abocan a la tiranía, el fin último.

Que el terrorismo sea también intoxicación moral que nubla la capacidad de distinción entre el bien y el mal, tampoco es relevante. Lo que importa es ser prácticos. Por otra parte, quizá palabras y conceptos como bien y mal carezcan de glamour progresista, huelan demasiado a carca.

Al final del opúsculo, y contradiciéndose, Hessel afirma: “Ha sonado la hora de que la preocupación ética, de justicia… sea prevaleciente.”, pero son palabras que llegan tarde y que por ello suenan a falsedad. Por ello, cuando usted recalca que nada con violencia y en sus declaraciones a televisiones y prensa insiste en ello, amonestando a los jóvenes contra la tentación de la agresión, sus bienintencionadas palabras carecen de crédito, tanto moral como intelectual. Citemos a Benedicto XVI: “(las conductas terroristas son) patologías que irrumpen por necesidad cuando la razón se reduce hasta el punto de que ya no le interesan las cuestiones de la religión y de la ética.” Obviamente, la religión sólo obliga al creyente en las cuestiones de la fe, pero la ética obliga a todos. El obviarlo resulta indignante.

Por otra parte, cómo puede afirmarse que el terrorismo no sea eficaz. No se lo achaco a mala fe, sino a peligrosa ingenuidad. El terrorismo claro que es eficaz. Muchísimo. Si no lo fuera, ya hubiera dejado de practicarse, sobre todo porque es costoso. No es el momento ni el lugar de refutar en la teoría y en la práctica, mediante casos concretos, la liviandad de la afirmación de Stéphane Hessel, pero permítanseme los dos breves ejemplos siguientes, de lo más pedestre y evidente, sin citar otros que requerirían interpretaciones y que no suscitarían quizá unanimidad. Allá van: El terrorismo etarra (amenazas, robos, bombas, secuestros y asesinatos) impidió la construcción y puesta en marcha de la central nuclear de Lemóniz; como también obligó a modificar el trazado inicialmente previsto de la autovía vasca. Basten estos irrebatibles botones de muestra.

Por cierto me extrañó no verle a usted con Gerry Adams, Pierre Joxe y el bueno de Koffi Annan en la conferencia por la paz que tuvo lugar en San Sebastián hace unas pocas semanas. Al fin y al cabo usted piensa que la condena (o no) de los terroristas por sus actos, es cuestión baladí. ¿Qué mejor contexto que aquél para manifestarlo? Y para invitar a Josu Ternera y sus muchachos a deponer las armas porque se han vuelto contraproducentes para la independencia de Euskal Herría ¡Qué ocasión para la gloria que perdió usted! Hubiera sido bello, en una conferencia de prensa posterior, oírle a usted disertar sobre la eficiencia de los medios. Debiera usted haberse dedicado a la economía o a los negocios.

Y ahora en serio, señor Hessel, muy en serio. Usted no es ningún terrorista. Usted realmente ansía el bien para toda la humanidad, pero al escribir ha sido usted víctima de falta de rigor y por ello su opúsculo se resiente, y mucho, de la carencia de dimensión ética verdadera. ¿No ve usted que en ese contexto, sus admirados y también muy admirados por mí y por millones de personas, el general De Gaulle y Jean Moulin, quedan mancillados, por establecer usted con ellos una filiación política o intelectual, dentro de ese contexto de amoralidad? E insisto: lo suyo es achacable a atolondramiento, no a maldad, pero en esto no se puede proceder frívolamente por querer seducir a los jóvenes.

Mariano Aguirre
Actor, dramaturgo, productor teatral y director de “La Troupe del Cretino”.