Las conexiones uterinas
“Estoy conectada con mi útero y sé cuándo voy a sangrar”… Esta frase martillea mi cabeza con fuerza. ¿Qué significa eso de la conexión con el útero? ¿Soy menos mujer por no sentir esa conexión?
Algunas mujeres aseguran que la mala relación que tenemos con la menstruación es por culpa del hombre. ¡Cómo no! Que la menstruación es una renovación. Que el cuerpo se limpia con el sangrado menstrual. Que no hay que usar compresas, ni tampones, porque son creaciones del hombre para hacernos sentir inferiores. ¿Cómo? Hay que estar muy frustrada para decir estas cosas.
Yo soy mujer. Menstrúo y no me siento inferior al hombre en nada. Ningún hombre de mi entorno me ha hecho sentir diferente por menstruar. Sin embargo, reconozco que el tabú existe.
Simone de Beauvoir, en su libro “El segundo sexo”, recopiló una gran variedad de creencias en torno a la regla:
- Paraliza las actividades sociales.
- Agría la leche y las cremas.
- Corta la mayonesa.
- Avinagra el vino.
- Impide la fermentación de la sidra.
- Posee poderes maléficos.
- Marchita las flores.
- Si mantiene relaciones durante la menstruación, el varón se vuelve estéril.
Estos son algunos ejemplos de los mitos que rodean a la menstruación. Lo más sangrante es lo que dice la Biblia al respecto:
“Quien toque a una mujer durante sus 7 días de impureza, será impuro”.
La Biblia también prohíbe todo contacto con mujeres que tengan el período. Así, condena tanto a hombres como a mujeres “a ser extirpados de entre su pueblo”. ¡Toma ya!
Las leyes de Manú (según el Hinduísmo, Manú es el antepasado de toda la humanidad), son aún mucho más severas:
“La sabiduría, la energía, la fuerza vital de un hombre que se acerque a una mujer con las excrecencias menstruales, perecen para siempre”.
¡Qué barbaridad!. Entre unos y otras, es para desquiciarse…
Volvamos a la recopilación de Beauvoir. Analicemos cada uno de los puntos:
- Paraliza las actividades sociales. ¿Por qué? ¿Acaso el sangrado femenino salpica a todos los de alrededor? Ni que fuera un aspersor. Pero, si esto es cierto, seguro que la mano del hombre se esconde detrás.
- Agría la leche y las cremas. ¿Por qué? ¿Hay alguna posibilidad de que gotas de sangre vayan a caer dentro de la botella de leche o en el cazo? En ese caso, se les daría color, ¿no? Pero, si es cierto, la culpa, sin duda alguna, es del hombre.
- Corta la mayonesa. ¿Qué sentido tiene esto? Lo único que se me ocurre es que, debido al sangrado, la mujer esté débil y coja con menos fuerza y energía la varilla con la que hace la mayonesa. Pero lo más probable, es que el huevo (de gallina) esté frío (¿?). Pero, si se corta por la presencia de una mujer en plena regla, seguro que es por culpa del hombre (podría haberla hecho él).
- Avinagra el vino. Hasta donde yo sé, la fermentación acética es la que avinagra el vino. Y -hasta donde yo sé- la bacteria Acetobacter (es la bacteria que transforma el alcohol en ácido acético), no forma parte de la menstruación de la mujer. Pero puedo estar equivocada. Y, si lo estoy, sin duda, es por culpa del hombre.
- Posee poderes maléficos. Ya lo creo. Como que si no tienes la regla (en época fértil), en nueve meses tendrás un dolor de cabeza para el resto de tu vida. Y esto sí es por culpa del hombre, ¿no?
- Marchita las flores. ¡Caray! Esto sí es maléfico de verdad. O eso, o que no has regado la planta y por eso se ha marchitado. La culpa, nuevamente, del hombre (debería haber estado atento).
- Si mantiene relaciones durante la menstruación, el varón se vuelve estéril. Bueno, ¡esto es una mentira cochina! ¡El hombre no menstrúa! Eso lo sabe todo el mundo (incluidos varones). ¿Quién tiene la culpa? ¡Exacto! ¡El hombre!
Según la Biblia, tenemos una madre, Eva, salida, por supuesto, de la costilla de Adán. Segundona en el plano creacionista. Y, además, pecadora. Vamos, que según eso, todos somos unos hijos de puta. Además fue condenada a parir con dolor por librepensadora. María, la madre cristiana, ya estaba advertida y, lista ella, no pecó. Pero sí parió (¿con dolor?). Todo un misterio.
El llamado “feminismo de igualdad”, perdió su norte cuando creyó que lo peor del patriarcado era que las mujeres no pudiéramos acceder al trabajo remunerado, al derecho al voto, al poder político y económico. La emancipación de la mujer no sólo es económica. La liberación femenina -y masculina- es un camino hacia nuestro interior. A asumir, y no a negar, nuestra propia biología y nuestras emociones.
El ser humano necesita una madre sexual, feliz en su propio cuerpo, y capaz de sentir placer al concebirle, gestarle, parirle, amamantarle y abrazarle.
“Estoy conectada con mi útero…”
Mi problema es que tengo dos úteros. ¿Con cuál de ellos debería comunicarme? ¿Debería comunicarme con los dos? ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Con una conexión en red? Puede que mi conexión falle por la membrana que separa mis úteros. Aunque, si se diera, ¿cómo sabré cuándo la comunicación es con el derecho o con el izquierdo? Porque, claro, ellos -mis úteros- no saben su posición en mi cuerpo. Aunque, si lo supieran, me preguntarían ¿tu derecha o la mía? ¡Qué lío!
Y la culpa de esto la tiene, primero, mi padre que, como hombre, me hizo con dos úteros. Después, el ginecólogo que, asombrado, me dijo que tenía una anomalía. ¿Anomalía? ¡Qué coño! ¡Soy una privilegiada! Para anomalía tu cara, que un ojo mira a Sevilla y el otro a Cuenca.
Soy feliz con mis dos úteros, a pesar de no estar conectada a ellos. A pesar de que mi sangrado menstrual siempre me pilla fuera de casa y por sorpresa (a traición). No siento sobre mis órganos la pesada carga de siglos de rechazo al sangrado de la mujer. En definitiva, ni la Iglesia ni el hombre hacen que me sienta culpable por el hecho de sangrar cada 28 días (más o menos). Y mucho menos, unas mujeres que teniendo su útero “en red” marcan –ellas sí- esas diferencias que, siendo biológicas, parecen estigmas.
Nota:
En Facebook, hay un grupo (antes abierto, ahora cerrado), de mujeres que mantienen conexión con sus úteros. Éste es el enlace (que sepáis que la cruz que aparece está pintada con sangre de menstruación):
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