Las fascinantes mujeres de Bergman
¿Cómo habría sido la película “Persona” si Bibi Andersson no hubiese interpretado a Alma *, y cómo habría sido mi vida si Liv Ullman no se hubiera hecho cargo tanto de mí como de Elisabeth Vogler *? ¿O “Un verano con Mónica” sin Harriett Andersson?
(*personajes de “Persona”)
En el cine de Ingmar Bergman, la mujer deja de ser receptáculo de fantasmas masculinos y proyección de deseos masculinos; deja de ser, y para siempre, la prostituta psíquica –obligada, servil, mantenida- para ser la mujer. Liv Ullman, Bibi Andersson, Harriett Andersson, Ingrid Thulin, Gunnel Lindblom, Eva Dahlbeck, son bellas por y para sí mismas, no para los hombres, ya sean éstos guionistas, directores, productores o la vastedad de los espectadores.
Habla con acentos platonizantes y baudelairianos el paradigmático bohemio español Alejandro Sawa: “Yo miro con infinita ansia hacia la mujer porque de su colaboración aguardo la arribada a la plenitud de los tiempos, la santa Pascua de la dignificación humana. El hombre, en su egoísmo vesánico, ha lisiado el ideal cortándole un ala, la mujer. Yo clamo a ti.” Reverberantes se dejan oír los ecos del mito aristofanesco, expuesto con poesía y también con ironía en “El banquete”, del ser primigenio y completo, esférico –y por tanto perfecto-, mas demediado luego por Zeus en castigo a su impiedad y soberbia y condenado así a la desgracia y a la búsqueda eterna de la parte que le fuera arrancada y hurtada.
Bergman ve en la mujer el igual mental y social del hombre. En sus películas los diálogos –verbales, corporales y simbólicos- entre mujer y hombre son diálogos de iguales en derechos y deberes, mas distintos en sus percepciones y en sus roles y esto desde la realidad innegable de que sus carnes y sus sexos son distintos, en sentido literal y figurado, y por ende de que lo han de ser también sus psiques.
La mujer de Bergman trabaja generalmente; es por tanto dueña económica de su destino pues la primera emancipación, en nada quimérica o simbólica, es la tangible independencia pecuniaria. La mujer de Bergman es consciente de sus derechos y de su valor; no está supeditada al hombre, no se rebaja ante él, no es mero decorado, contorno o aliño. Se sabe su igual y se quiere compañera, la que comparte. Comparte espacio, decisiones, autoridad, cariño. No es la fámula del hombre, degradada. Posee un proyecto de vida propio, que obviamente no ha de estar reñido con querer compartirlo con un hombre, mas, insistamos en ello, es propio y puede existir y desarrollarse por sí solo. Ahora bien, todo lo anterior no sería posible si esta mujer no gozara de una buena formación que le facilitaran la plática y el trato intelectual y afectivo con el hombre. La mujer de Bergman, en definitiva, ha logrado hacerse con la “habitación propia” por que abogara Virginia Woolf. La mujer libre.
De todo lo anterior puede deducirse que el sistema educativo escandinavo tendrá que haber sido francamente bueno, al menos desde principios del siglo XX, por haber hecho posibles unas féminas de estas características. Ya por aquel momento, en varios vibrantes pasajes de “Cartas a un joven poeta”, Rilke expresa su fe en estos países y cifra en ellos su esperanza en lo tocante a la dignificación de la condición femenina. A este respecto no estaría de más recordar que Sacher-Masoch, creador del masoquismo en literatura, pendant del sadismo, concluye en su paradigmática novela “La Venus de las pieles” que la igualdad efectiva entre los sexos, social y sobre todo emocional -que es la que a él más interesa-, sólo podrá venir de la educación. Y él, desde su sensibilidad extrema, enferma y perversa, es perfecto conocedor de lo que es la desigualdad y cuánto sufrimiento genera.
Ingmar Bergman hace teatro en invierno y cine en verano. Los actores y actrices de sus películas son los que él mismo ha dirigido previamente en el escenario hiemal. Paremos mientes en que el teatro ha sido, desde que la Commedia dell´Arte italiana subiera a las tablas y consagrara a la actriz -esa mujer que interpreta papeles femeninos-, hasta bien entrado el siglo XX, el único campo profesional en que mujeres y hombres han compartido trabajo, sueldo, celebridad y dignidad (o indignidad, cabría decir, las más veces, en siglos pretéritos), en absoluta igualdad. El teatro es en Occidente, desde la edad moderna, auténtica escuela de equiparación de sexos, de igualdad en la libertad. Luego vendrán la ópera -que es teatro, como siempre se encarga de recordarnos el maestro Alfredo Kraus-, la danza y por último el cine.
En esta perspectiva, Bergman aporta al drama unos personajes femeninos, no ya sólo con hondura psíquica y filosófica -que eso ya lo habían hecho los griegos-, sino con igual dignidad social e igual poder decisorio que el personaje masculino. La mujer independiente en definitiva, como ya se ha dicho. El arte como trasunto de una realidad social nueva que toma conciencia de sí misma y que tuvo su arranque en Escandinavia.
Monsieur Thomas, pensador ilustrado francés que medita de forma crítica sobre las costumbres, escribe en 1773 su tratado “Del carácter, costumbres y talento de las mujeres” (el título es ya prometedor pues les atribuye talento). Allí, entre otras cosas, escribe lo siguiente: “Sus virtudes son forzadas, sus satisfacciones tristes e involuntarias; y después de algunos años se hallan con una vejez larga y horrorosa.” Monsieur Thomas habla de las mujeres esclavizadas del Extremo Oriente y del mundo mahometano. Ahora bien, en toda sinceridad, ¿no cabe pensar que la tal descripción pueda aplicarse a la mujer en general, a toda mujer, independientemente de tiempo, espacio y cultura? Es más, concretando, podría corresponderse a la perfección con la mujer española, a falta de la mezquindad, tal y como la describe Blanco White o tal y como se halla en las novelas de Galdós o de Clarín. ¿No es también la mujer que puebla el cine negro americano –excelente por otra parte-, condenada a amar o a hacer que ama a un gángster, violento y sanguinario, o a un duro, machote y justiciero detective, o por el contrario mujer fatal que arrastra al hombre a su perdición y condenación? Mujer siempre dependiente… Incluso en el cine de Buñuel, espléndido, la mujer es tan sólo el objeto de sus fantasmas; es siempre mujer referida a él como hombre que es.
En el imaginario masculino la mujer es o bien infantil y desvalida o bien fatal; o tontita o muy peligrosa.
Bergman emancipa resueltamente a la mujer en el cine, rescatándola de esa auténtica maldición bíblica de la mujer-serpiente, tentadora, la que ofrece la manzana y con ello pierde al hombre; la mujer que es una “lagarta”, otro reptil; la mujer-mantis religiosa que, tras seducirlo arteramente, devora al macho durante la cópula; la mujer-sirena cuyo canto cautivador atrae al hombre para destrozarlo; la mujer-hechicera a imagen de Circe que convierte al varón en cerdo; prototipos y símbolos todos ellos que tan bien han cuadrado al otro sexo para justificar sus demasías, injusticia y sometimiento de la fémina. A propósito de la mujer-bruja, oigamos al siempre interesante Cervantes en “El coloquio de los perros”: “… porque lo que se dice de aquellas antiguas magas, que convertían los hombres en bestias, dicen los que más saben, que no era otra cosa sino que ellas con su mucha hermosura y con sus halagos atraían a los hombres de manera a que las quisiesen bien, y los sujetaban de suerte sirviéndose dellos en todo cuanto querían que parecían bestias.” Y, haciéndole pendant, Mateo Alemán, por boca del áspero y montaraz Guzmán de Alfarache, nos cuenta que “Dicen de Circes, una ramera que con sus malas artes volvía en bestias los hombres con quien trataba cuales convertía en leones, otros en lobos, jabalíes, osos o sierpes, y en otras formas de fieras; pero juntamente con aquello quedábales vivo y sano su entendimiento de hombre, porque a él no les tocaba. Muy al revés lo hace agora estotra ramera, nuestra ciega voluntad, que dejándonos las formas de hombres, quedamos con entendimiento de bestias”.
Tras este leve excursus por nuestro Siglo de Oro, volvamos a las mujeres de Bergman.
“El silencio”. 1962. Gunnel Lindblom e Ingrid Thulin, como actrices principales. Habla el propio Bergman: “… habíamos decidido ser desenfrenadamente impúdicos. Ahí hay una voluptuosidad cinematográfica que aún contemplo con alegría… Además las actrices eran brillantes, disciplinadas y estuvieron casi siempre de buen humor… Que “El silencio”, en cierto modo, fuese su desgracia, eso es harina de otro costal. La película las convirtió en codiciados nombres en el mercado cinematográfico internacional. Y el mercado extranjero, como de costumbre, malinterpretó la peculiaridad de sus talentos.” No es necesario especificar cuál es ese “mercado extranjero”, ¿verdad? Gunnel Lindblom protagoniza una áspera secuencia de sexo con un desconocido en un país extranjero -¿una ficticia Yugoslavia o una ficticia Albania, quizá?- y en la oscuridad de un teatro, si no voy errado en mi recuerdo. El “mercado extranjero”, superficial, tan sólo retuvo de aquel largometraje el sexo, descontextualizándolo y, claro está, desacralizándolo. La gran belleza de ambas actrices hizo el resto en eso de “malinterpretar la peculiaridad de sus talentos”, posiblemente porque de ese talento, del auténtico, quería saber bien poco. A título de ejemplo ilustrativo pensemos, aunque se trate de un hombre, en el actor bergmaniano Max Von Sydow (“¿Cómo hubiera sido “El séptimo sello” sin Max Von Sydow?”, se pregunta Bergman con ánimo de elogiarlo). Tras cruzar el charco, ¿qué ha hecho que sea interesante, que valga la pena?, ¿”El exorcista”?
Preguntémonos cómo es la mujer hollywoodiense, obligándonos así a sintetizar quizá demasiado, a forzar y simplificar, ciertamente, pero esto es inevitable. En lo físico: rubia, sexy, bastante maquillada, belleza y medidas estándar, un ente bastante estereotipado. En lo psíquico: mujer generalmente urbana, más bien superficial, seductora, generalmente sofisticada; profesionalmente, secretaria o rica por herencia o artista o furcia (son muchos los personajes de prostitutas por la atracción que ejercen sobre el hombre, que es quien suele manejar los hilos del cine); un ente también aquí bastante estereotipado que, quizá esto que sigue sea lo más importante, cifra su razón de ser en la relación afectiva con el hombre, generalmente en términos de dependencia.
Ahora preguntémonos por la mujer bergmaniana. En lo físico: gran naturalidad, no es necesariamente rubia por muy escandinava que sea, atractiva y bella aun no siendo ni un bombonazo ni un sex symbol, pues precisamente esas belleza y atracción entroncan con su psique, no son meramente físicas. En lo psíquico: gran naturalidad aquí también; pudiendo ser urbana y siéndolo generalmente, se muestra no obstante cercana al campo, a la naturaleza; honestidad y coherencia afectivas; conciencia de los propios sentimientos; connivencia e incluso satisfacción con su ser más íntimo, aun en situaciones de sufrimiento; emparejado con ello, fortaleza moral e integridad; intelectual a veces y nunca intelectualoide -que eso se quede para las mujeres del cine francés-; laboralmente, la profesión liberal mayormente o empresarial o artística. En definitiva, autenticidad y aquí entronca lo físico con lo moral: es bella sobre todo “desde dentro” pues esa conciencia íntima de su dignidad personal irradia al cuerpo. En la relación afectiva con el otro sexo, sobresale el deseo de complementariedad, el afecto sincero y la igualdad.
Perdóneseme el tono, pero la cosa no es baladí ni frívola a pesar de las apariencias y es como sigue: que de una actriz bergmaniana nunca se dirá que “está buena” pues ello las reduciría a tan sólo un cuerpo y, por tanto, las cosificaría, cuando ellas son mucho más.
Dicho todo lo anterior, es el momento de hacer una aclaración y es que igualdad no es sinónimo de armonía; es más puede incluso ser motivo de disonancia en tanto que dos voluntades libres pueden chocar y aun repelerse. El cine de Bergman no presenta precisamente situaciones, relaciones o vínculos de entendimiento y paz, sino más bien, en su intimismo y penetración en las relaciones entre los sexos, de lucha, conflicto y guerra. Sí, pero en ese enfrentamiento, incluso a cara de perro, la relación dramática se establece entre un hombre y una mujer libres e iguales, no entre un varón y su criada. Esto es lo que importa a nuestro discurso.
Hay algo muy significativo y que abunda en cuanto llevamos dicho, que es el gran número de películas de Bergman en que ellas, o bien son las únicas protagonistas y ellos quedan en un segundo plano, relegados y casi extranjeros, o bien, cuando menos, ellas son las protagonistas indiscutibles. Se trata de: “Tres mujeres”, 1952; “Un verano con Mónica”, 1952; “Sueños”, 1954-55; “En el umbral de la vida”, 1957; “Como en un espejo”, 1960; “El silencio”, 1962; “Persona”, 1965; “Gritos y susurros”, 1971; “Cara a cara…al desnudo”, 1975. Todo ello constituye la quinta parte de la prolija producción de Ingmar Bergman. Incluso en largometrajes que no encajan dentro de estas características, como puedan ser “Fanny y Alexander”, se recrea, en palabras del autor, “un mundo en que hay un dominio masivo de las mujeres”.
En la recensión crítica que Pasolini lleva a cabo de “Gritos y susurros”, describe así el físico y las circunstancias vitales de sus personajes femeninos, que, por otra parte, como él mismo declara, aun sintiéndolos ajenos, le cautivan: “…de glúteos, senos, pantorrillas monumentales, y sin embargo tan débiles, como elefantes heridos que buscan desorientados su cementerio…” Sus palabras pueden inducir a confusión; entre otras cosas tanto Bibi Andersson como Harriett Andersson, presente ésta en la película en el papel de hermana enferma, son menuditas y, en cualquier caso, nunca una actriz de Bergman es gruesa o hercúlea, salvo la excepción de Kari Sylwan, en el papel de criada, precisamente en este largometraje. Mujer corpulenta donde las haya, exhibe en un determinado momento esos senos y esas pantorrillas monumentales que parecen obnubilar a Pasolini y llevarle a tomar una parte -excepcional- por el todo –habitual-. Otra explicación posible es que Pasolini proyecte en lo físico las virtudes interiores que tanto atraen en esas actrices, en esos personajes femeninos, en esas mujeres, revistiendo simbólicamente sus cuerpos de medidas titánicas. En lo psíquico, habla de “debilidad”, de “herida”. Y es que el cine de Bergman, como hombre de teatro que es, no lo olvidemos, es heredero de esas obras con esos personajes de la burguesía decimonónica, dolientes e insatisfechos, que pueblan la dramaturgia de Strindberg, Ibsen y también Chéjov.
Oigamos al propio Bergman glosando la presencia femenina en la película “En el umbral de la vida”, por ser sus palabras válidas y aplicables a toda su producción: “Lo más importante seguirán siendo las actrices. Cómo en la mayoría de las situaciones tensas, las actrices mostraron presencia de ánimo, imaginación y una inquebrantable lealtad. Capacidad para reír en la aflicción. Fraternidad. Consideración.” Y añade, con respecto a los actores: “Los actores son por cierto un capítulo aparte y no sé si soy lo bastante competente para aclarar su influencia en el nacimiento y el aspecto final de mis películas.”
Liv Ullman: maternal, acogedora, lúcida, sensata, íntima. Es el vientre.
Bibi Andersson: solar, alegre, cordial, cariñosa, fraternal, fresca, alígera, gran sentido del humor. Los senos.
Ingrid Thulin: adusta, parca, cerebral, severa, agobiada, clarividente, adivinatoria, prudente, rigor intelectual. La mirada. Como Atenea. Como su lechuza.
Harriett Andersson: frágil, lunar, inestable, solitaria, distante, misteriosa, impenetrable, arcánica. La nuca.
Gunnel Lindblom: sensual, saludable, frutal, carnal, curiosa, felina, arrogante, dominadora, retadora, satisfacción siempre insatisfecha. Los muslos.
Eva Dahlbeck: elegante, señera, irónica, estable, ponderada, respetable, organizadora, facilitadora, didáctica. El talle.
Para acabar, dejémonos hechizar por un exaltado Rimbaud en la “Segunda carta del vidente”: “Cuando se haya quebrado la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva para ella y por ella… ¡la mujer también será poetisa! ¡La mujer encontrará lo desconocido! ¿Diferirá su mundo de ideas del nuestro? La mujer encontrará cosas extrañas, insondables, repugnantes, deliciosas; las tomaremos, las comprenderemos.”
Sin embargo, según Platón, en el proceso transmigratorio de las almas, quien haya vivido comportándose bien, alcanzará el astro que se le asignara; quien mal, se convertirá en mujer; y si se mostrara contumaz, en bestia. Nos cuenta Lévi-Strauss de una tribu de la áspera y árida Rondonia brasileña en que, cuando muere un hombre, su alma halla acomodo en las carnes de un animal noble y en que, cuando muere una mujer, su alma va ascendiendo por el aire, descomponiéndose poco a poco, volatilizándose, hasta desaparecer por completo.
Frente a ello, el poeta Louis Aragon proclama que “la mujer es el porvenir del hombre”, entendiendo por “hombre” tanto el sexo masculino como la especie humana.
Para Bergman es ya el presente. Y Rimbaud, el propio Bergman y la mujer se funden en un abrazo de tres, fraternal.
Mariano Aguirre
Actor, dramaturgo, productor teatral y director de “La Troupe del Cretino”.
Amy Winehouse, la sabiduría de Sileno (Amy Winehouse 1)
Il faut toujours être ivre… enivrez-vous sans cesse! De vin, de poésie ou de vertu, à votre guise. Mais enivrez-vous. Baudelaire, “Petits poèmes en prose”
Don Juan de Mañara asiste a su propio entierro. Y, claro está, acoquinado, cambia inmediatamente de vida, agacha por fin la indómita cabecita, entra en religión y se reconcilia con el Señor. Mérimée, en la novela “Las ánimas del Purgatorio”, y Zorrilla, en el romance del “Capitán Montoya”, narrarán, cada cual a su manera, el episodio sobrenatural. En el vídeo-clip de “Back to black”, Amy también ha de presenciar, desdoblada como en una pesadilla, y por mayor autenticidad en blanco y negro, su entierro, con su comitiva fúnebre a la inglesa, tan grávida y pomposa: ponderosos Rolls, el cementerio ominoso y sublime como un ocaso y la que se intuye postrera cremación de su cuerpo exhausto y caquéctico, calcinación de los huesos. La última imagen recoge la urna conteniendo las cenizas, sujeta por los dedos galgueños y emaciados de la propia Amy. Reza la inscripción: “Here lies Amy´s soul”
Mas Amy, a diferencia de don Juan, no se enmienda. En aquél, la advertencia divina, por inesperada, pondrá espanto. Don Juan, además, cree en Dios. Amy, sin embargo, no puede sorprenderse ante la muerte pues convive con ella desde hace ya mucho tiempo en una relación ambivalente e insoluble de “ni contigo ni sin ti”. Por otra parte, ¿cree Amy en Dios?
No obstante, se tenga o no fe, ¿cómo negar la aseveración metáfórica del rezo católico a María en que se nos llama “los desterrados hijos de Eva” que se hallan “gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”? La vida es exilio, qué duda cabe, y prueba de ello es nuestra añoranza del Edén, llámese Tierra del Preste Juan, Santo Grial, Eldorado, Edad de Oro o ideal de “belleza sin igual” como proclama el libre pirata de Espronceda. Ante esta realidad, ante la miseria inevitable de la existencia y el “malestar en la cultura”, sólo caben o bien la resignación civilizatoria con su tristísimo señuelo de Progreso, ya sea social, científico o de cualquier índole; o bien, por el contrario, la conducta asocial, desviante y, si se me apura, parasitaria. Dicha conducta presenta, a su vez, dos vertientes, independientes entre sí, mas ambas profundamente pesimistas: la cínica y la desesperada.
La primera, la cínica, es la del pícaro, tan certeramente expresada por nuestra literatura española y que con tanta clarividencia desengañada resume Guzmán de Alfarache en su “Nacido soy. Paciencia y barajar, que ya está hecho.” Una postura asimismo bien teorizada y expresada por Pasolini en su admiración por el subproletariado, quintaesenciado en el lumpen de Roma, con su célebre lema vital de “Con la Francia o con la Spagna, pur che si magna” (Con Francia o con España, con tal de que se coma)
La segunda, la desesperada, es la del sátiro Sileno. Divinidad de manantiales y fuentes, posee el conocimiento profundo de la existencia que tan sólo otorgan las entrañas de la tierra. Es, no lo olvidemos, el preceptor de Dionisos, dios del vino y la embriaguez hasta perder el sentido.
Para tribulación del rey Midas, Sileno declarará que la vida es siempre mala, que, anticipándose así al Segismundo calderoniano, la mayor desgracia del hombre es la de haber nacido y su mayor dicha la de desaparecer cuanto antes. Consecuente con ello, anda él borracho perpetuo, mas para su desgracia, debido a su esencia divina, está condenado a vivir por siempre.
Amy es discípula de Sileno; Amy es un Sileno con suerte además puesto que es mortal y, si se aplica, podrá morir pronto. Como Sileno procurará estar siempre bebida y drogada, aturdida y olvidada de sí misma. El estado de sobriedad, la cordura, ¿cómo y quién podrá encajarlos?
Por otra parte, desde la “lucidez abismal” de los románticos y el uso, abuso, teorización y exaltación de los estupefacientes por parte de los post-románticos decimonónicos, a Amy no le es menester reivindicar ya la droga como tópico artístico indiscutible pues su estatus goza de inamovible solidez y su esencia es objeto de incuestionable idolatría.
Llama poderosamente la atención lo anacrónico de Amy Winehouse: su voz; el género que cultivara: el soul; así como su apariencia física. Todo en ella es deliberadamente retro. Es un desafío por su parte y una forma más de mostrar su profundo desasosiego e incorfomidad. Veamos, uno a uno, sus ingredientes de anacronismo. Su voz: es de verdad; in maschera, negra, densa, caliginosa, pulposa y a la vez cimbreña, muy sugerente, con buenos reguladores y holgura en la messa di voce, de impecable fraseo, sin recursos a falsetes, portamentos o engolamientos. Su registro, además, puede llegar al de poderosa contralto. Recientemente, en Radio 3, Patricia Kraus, conocedora irrebatible de lo que es la voz tanto cantada como hablada, reivindicaba la facilidad extrema y la calidad de la de Amy. El soul: no hace un pop estólido o convencional. Sus letras no son precisamente amables, sino desgarradas y en ocasiones brutales. Su peinado y maquillaje excesivos nos remiten a pasadas décadas: el moño “Arriba España”, el exagerado rabillo de ojo que deja bien atrás al de faraones y divinidades egipcias, su asilvestrada y semita abundancia capilar. Por otra parte nada hay en ella de los rutinarios contoneos de furcia que exhiben machaconamente las cantantes-estrella al uso. Añádasele lo extremado y enteco de su cenceña menudez frente a lo orondo de cirugías y foto-shops imperante.
Sus canciones son lacerantes: alcohol a raudales y melopeas; drogas; francachelas tristísimas y derrotadas de antemano; amaneceres desangelados y tiritando; las míseras disputas de amor y éste siempre perdedor, humillado y ofendido; el sexo acerado y siempre, siempre, el colofón insoslayable de la soledad más atroz, en fin la sabiduría soterraña de Sileno.
No es pues de extrañar que un escritor católico, apostólico y romano como es Juan Manuel de Prada glosara, e incluso reivindicara, con emoción su figura en un artículo que hizo llorar a mi mujer.
Añadamos algo más a lo que son sus letras. A veces, incluso, como es el caso de You should be stronger than me, Amy se hace eco de forma muy personal e inteligente de la dificultad en la relación hombre-mujer dentro del nuevo contexto de efectiva emancipación económica, social y sexual de la fémina. Una confusa Amy, que en otra canción es aperreada por su chico hasta el extremo de encajar de él una patada en las posaderas, le espeta aquí a su actual amor un incorrecto, ¡y soberbio!, are you gay? (Una curiosidad: su “Fuck me pumps” nos remite claramente en el tono y en el personaje descrito de muchacha esnob y fashionable al “20th Century Fox” de los Doors.)
Por todo ello cuesta comprender cómo una artista tan personal y de tanta calidad haya podido cosechar tanto éxito, especialmente entre los jóvenes, en la era de la mercadotecnia, lo barato, lo repetidamente anodino e insustancial y lo obligatoriamente sexy, hebén siempre e industrializado, esto es cortado siempre por el mismo beocio patrón y reproducido en una cadena taylorista de montaje.
Un amigo mío, aquejado de crónica bilis negra, un melancólico, un depresivo, al levantarse cada mañana, quizá tras una noche encamada pero insomne, se decía antes de asearse, harón, y partir hacia la diaria condena del triste trabajo: “Un día más a ponerse la máscara.” Acabó por suicidarse. Silenista genuino. ¡La máscara! La palabra persona es máscara en latín. Per sonare, pues la máscara antigua, por su boca embudada, contribuía a mejor proyectar la voz.
Amy, tú ya te has desprendido de la máscara. Ya no suenas. Ya no cantas. Y ya no te drogas. Ya puedes decir como en tu canción “Wake up alone”: at least I´m not drinking. Definitivamente.
Profesor es quien tiene alumnos. Maestro, entre otras cosas, quien tiene discípulos. Sileno, buen maestro y maestro tuyo, se sonríe y te sonríe, Amy.
Mariano Aguirre
Actor, dramaturgo, productor teatral y director de “La Troupe del Cretino”.