Barthes, Brel, Aznavour y Ornella esperan a Godot
Quien espera, desespera.
(Dicho popular)
1) Roland Barthes: la espera
En «Fragmentos de un discurso amoroso», Roland Barthes, tras haber definido la espera como «tumulto de angustia suscitada por la ausencia del ser amado, al albur de pequeños retrasos (citas, teléfono, cartas, regresos)» (recuérdese que cuando Barthes escribe, el teléfono móvil no existe aún), pasa a describir la escenografía de la espera, pues ésta «se representa como una obra de teatro».
El decorado es el interior de un café. La obra consta de prólogo y tres actos en su versión máxima. Ahora bien, en función de las circunstancias, la obra puede acortarse prescindiendo del último o de los dos últimos actos.
Prólogo
El único actor (o actriz) espera al ser amado, constatando que éste se retrasa. Acaba el prólogo con el único actor (o actriz) haciéndose mala sangre y desencadenando la «angustia de la espera».
Primer acto
El paisaje mental es el de las suposiciones y las hipótesis. «¿Habrá habido un malentendido en cuanto al lugar, a la hora?». El actor intenta rememorar el cómo y el cuándo se estableció la cita. Se prodigan las dudas y las oscilaciones anímicas y volitivas: «¿Cambio de café?», «¿Le llamo por teléfono?», «Y si, mientras tanto, ¿llega y, no encontrándome, marcha?», (pues al no haber móviles cuando esto escribe Barthes, es necesario para quien quiera comunicarse el tener que desplazarse hasta el teléfono público, situado en la calle o ubicado generalmente, en las grandes cafeterías, en el sótano, junto a los servicios), así como un largo etcétera de dudas y preguntas…
Segundo acto
El paisaje mental es el de la cólera. El actor ( o actriz) dirige sus vehementes reproches al ausente. «Ya habría podido…», «¡Ah, si lo tuviera aquí delante de mí para poder echarle en cara que no lo tenga aquí delante de mí!».
Tercer acto
El actor (o actriz) alcanza la angustia en estado puro: el abandono. De la ausencia se ha transitado a la muerte. Y el otro, el «esperado» está como muerto. Entonces estalla el duelo.
Y así concluye la obra. Mal, acaba mal. Godot ni ha llegado ni llegará nunca.
Dicho esto, como en el surrealismo, el azar interviene también como autor, o al menos como co-autor y así la obra puede concluir en el primer acto si el esperado da en llegar entonces, con lo cual la acogida de ese esperado por parte del «esperante», es tranquila y bonancible como un día sereno y alegre de mayo. Puede finalizar en el segundo acto si entonces se presenta el esperado, pero se producirá una «escena», debido a una exasperación nerviosa por parte del «esperante». En cuanto al tercer acto, puede no concluirse con la muerte anímica del «esperante» si arriba entonces el esperado. Si ello es así, se dará el «reconocimiento», la «acción de gracias». Evocando la obra de teatro de Maeterlinck, llevada a la ópera por Debussy, escribe Barthes: «Respiro profundamente, cual Pelléas emergiendo del subterráneo y recobrando la vida, el olor de las rosas», pues, para quien no conozca estas obras, digamos que el protagonista Pelléas es amenazado y casi muerto en una gruta por su hermano mayor Golaud, celoso de que entre su joven mujer, Mélisande, y su hermano menor se haya establecido una fortísima corriente de simpatía, rayana en el amor. Mas prosigamos…
Tanto en «Madeleine» de Jacques Brel, como en «Sur ma vie» de Charles Aznavour, o en «L´appuntamento», cuyos autores son los brasileños Roberto Carlos y Erasmo Carlos, pero que en Europa ha popularizado en italiano Ornella Vanoni, acontece la espera del ser amado, llegándose al tercer acto sin que éste comparezca y, por tanto, con la emergencia de la angustia en estado puro, el abandono, por lo que hace al actor o actriz «esperantes».
2) «Madeleine», de Jacques Brel
No es infrecuente en la obra de Brel el personaje infeliz, poca cosa, pobre diablo, incluso algo simple («Yo vengo a ser lo que se llama en el mundo un buen hombre, un infeliz, un pobrecillo… mi carácter pueril e inocentón», Larra, el pobrecito hablador. «¿Quién es el público?»), que es ignorado o aun menospreciado y preterido por otros hombres, con posibles o más listos o aprovechados, por parte de la mujer amada. Y es así desde el principio de su producción; citemos al respecto «Les carreaux. Il pleut» (Los cristales. Llueve)
Les corridors crasseux sont les seuls que je vois, / les escaliers qui montent, ils sont toujours pour moi… Les filles qui vont danser, ne me regardent pas / car elles s´en vont danser avec tous ceux-là, / qui savent leur payer, pour pouvoir s´amuser, / des fleurs de papier ou de l´eau parfumée» (Los pasillos mugrientos son los únicos que yo veo, / las escaleras que suben, son siempre para mí… Las muchachas que van a bailar, no me miran / pues se van a bailar con todos esos / que saben comprarles, para poder divertirse, / flores de papel o agua de colonia).
Otro buen ejemplo de ello serían «Les bonbons» (Los caramelos):
Mais voilà votre ami Léon… si vous voulez que je lui cède ma place» (Mas aquí está vuestro amigo León… si quiere usted que le ceda mi sitio…).
Tampoco pueden dejar de citarse a este propósito esos versos desgarrados de «Amsterdam» que rezan:
«(les marins) pissent , comme moi je pleure, / sur les femmes infidèles» (los marineros se mean, como yo lloro, / en las mujeres infieles).
Y en «La Fanette», cómo olvidar aquello de «Faut dire qu´elle était belle et que je ne suis pas beau» (Digamos que ella era bella y que yo no soy guapo) y, claro, así las cosas, traicionándolo, lo abandona por otro: «Ils ont nagé si bien, ils ont nagé si loin / qu´on ne les revit pas» (Nadaron tan bien, nadaron tan lejos / que no se les volvió a ver nunca más).
En «Madeleine», al ritmo de un charlestón, el actor se nos presenta como un pobre hombre, un pauv´type, sumido en un delirio. El tal delirio consiste en esperar cada día a su amada Madeleine, a pesar de que la experiencia le muestra una y otra vez que la tal Madeleine no acude nunca a la supuesta cita. Dado que el estímulo no obtiene nunca respuesta, la tal conducta de espera debiera extinguirse; sin embargo, el actor, contra viento y marea, mantiene insensata y patológicamente esa conducta pues no en vano el delirio es ajeno a la experiencia y, por tanto, no modifica el comportamiento del delirante ni su esperanza; mientras el delirio persista, silenciada totalmente la voz de la experiencia, el delirante, como se dice familiarmente, «se mantendrá en sus trece» y así no se producirá la extinción de la tal conducta. Ésta se acompaña del rito previo de la compra de un ramo de lilas (flores que simbolizan la declaración de amor y la entrega a la persona amada) para Madeleine y de la prospectiva de ir a comer patatas fritas (frites) e ir luego al cine con ella.
Como en esas historias reales de mujeres (y también de hombres, aunque en menor medida) que esperan al ser amado que desapareció un buen día y no volvió nunca ya, y a pesar de ello y de la negativa del tiempo, mantienen incólume la esperanza del regreso y envejecen ancladas en la espera (Penélope, claro está, mas también muchas otras que pueblan la literatura – la Solveig del «Peer Gynt» de Ibsen, por ejemplo- y la vida real), aunque ésta se vea permanentemente frustrada, tanta es la fuerza del deseo, tan poderoso es éste, al igual de esas historias, decimos, el infeliz decide cada día, tras constatar que se ha hecho ya muy tarde, que el puesto donde sirven las frites ha cerrado ya dado lo avanzado de la hora, que el último tranvía de la línea que habían de tomar ha partido ya y que incluso el cine habrá dado su última sesión, volver a esperarla al día siguiente. «Demain j´attendrai Madeleine / Je rapporterai du lilas…. On prendra le tram 33 / pour manger des frites chez Eugène» (Mañana esperaré a Madeleine / Le traeré de nuevo lilas… Tomaremos el tranvía 33 / para comer las frites en el restaurante de Eugène).
A pesar de todo, el actor toma conciencia de su repetido fracaso pues pasa del «Ce soir j´attends Madeleine» (Esta tarde espero a Madeleine) al «Ce soir j´attendais Madeleine» (Esta tarde esperaba a Madeleine) y concluye, como cada día, que «Madeleine ne viendra pas» (Madeleine no vendrá); empero mañana volverá nuevamente, como cada día, a la carga y así: «Demain j´attendrai Madeleine» (Mañana esperaré a Madeleine).
Esta conducta, que niega permanentemente lo empírico y la experiencia didascálica, queda explicada por el estribillo que machaconamente repite que Madeleine es su «Navidad», su «América», su «horizonte», que Madeleine es «toda su vida».
Al igual que en «L´appuntamento» que analizaremos más tarde, aquí también las manifestaciones climatológicas expresan y refuerzan los hechos y un estado de ánimo; así, la segunda estrofa certifica el fracaso con esa lluvia cayendo inmisericorde sobre el ramo de lilas («Mais il pleut sur mes lilas». Llueve sobre mis lilas). El agua anuncia que el último tranvía parte ya, que el puesto de frites cierra y que se ha hecho ya muy tarde para ir al cine.
Si el actor «esperante» no la esperara, ¿qué sentido tendría su vida? Si no la esperara, moriría. Por otra parte, ¿no hay personas que viven con la esperanza de que alguna vez les tocará la lotería y que ello les cambiará la vida? Sí, ¡la herencia del tío de América que, algún día, llamará a nuestra puerta! Según Freud, otro tanto cabría decir de la «ilusión» (Diccionario de la RAE: «Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos / 2. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo / 3. Viva complacencia en una persona, cosa, tarea, etc.) de la vida eterna, trasunto prospectivo de la vida intrauterina. Vivimos la vida en el delirio de que, tras ella, alcanzaremos otra hecha de dicha eterna. La religión y sus «religiosos», en esta perspectiva, se comportarían como el actor «esperante» de Madeleine.
Así las cosas, lejos de resolverse en melancolía (pretérito: «fue», «esperé»; futuro negativo: «no seré», «no esperaré»; adverbios negativos de tiempo: «jamás, nunca, ya nunca, ya no, nunca más», etc), la canción acaba en futuro afirmativo reiterativo: «Mañana esperaré a Madeleine / Iremos al cine / Le diré «Te quiero» / A Madeleine le gustará». Y la canción concluye bajo el mismo ritmo pimpante, saltarín, desenfadado, alocado, con que se inició.
También Juana la Loca pensó y creyó firmemente, porque tanto lo deseaba, que su Felipe despertaría de su sueño y vagó con su cadáver por los páramos de Castilla. En su mente y en su conducta no había tal fantasma, sino un hombre adorado que, algún día, ¡sí, bien pronto!, volverá a abrir los ojos, a sonreírme y a abrazarme.
Lo dice La Fontaine a propósito de la lechera (la del cuento de la lechera): «Quel esprit ne bat la campagne? / Qui n´a fait châteaux en Espagne?» (¿Qué espíritu no habrá alguna vez desvariado? / ¿Quién no habrá elevado castillos en el aire?)
3) «Sur ma vie» (Lo juré por mi vida), de Charles Aznavour
Como creemos haber mostrado suficientemente en nuestro trabajo «Charles Aznavour: los tópicos y la canción de Maglia», la obra de este autor pone en evidencia al hombre vulnerable, cargado de ansiedad anticipatoria frente a la mujer amada y su (posible, hipotético, potencial) conducta futura (inmediatamente futura o lejanamente futura, poco importa) pues no en vano este ser amado es una mujer más joven, más frívola, más inconsciente y desde luego mucho más bella. Esta mujer amada es una muchacha y él es un hombre ya maduro. El hombre, fragilizado por sus miedos e inseguridades, arrastra en su vida cotidiana el temor constante de la infidelidad y del abandono por parte de la joven amada. Y es que además, por otra parte, Aznavour da siempre la impresión de no haber sido nunca joven… algo así como nuestro Pepe Isbert, que sin duda nació siendo ya abuelito.
En esta canción, el actor, al pie del altar, espera a la novia, ebrio de felicidad. «Face à Dieu qui priait, heureux je t´attendais» (Frente a Dios que rezaba, feliz, yo te esperaba). Se dilata la espera, tanto, que Dios llega a desaparecer pues «tu n´es pas venue» (no viniste) y así ese gran amor que duraría hasta el final de los tiempos, se resuelve finalmente en duelo. Si antes del golpe, «j´ai juré que mon coeur / ne battrait jamais pour aucun autre coeur» (juré que mi corazón / no latiría nunca por ningún otro corazón), ahora «tout est perdu / car il ne bat plus, / mais il pleure / mon amour déçu» (todo se ha perdido / pues ya no late más, / sino que llora / mi amor engañado).
Señalemos cómo cabe establecer un paralelismo inverso entre, por una parte, esta desaparición de Dios debida a la no comparecencia de ella y, por otro lado, la aparición de Dios y el brote espontáneo y súbito de la fe, de la creencia en la existencia de Dios, tal y como se da en la rima XVII de nuestro Gustavo Adolfo: «Hoy la tierra y los Cielos me sonríen / Hoy llega al fondo de mi alma el sol / Hoy la he visto… la he visto y me ha mirado / ¡Hoy creo en Dios!». Dios se manifiesta en ella, Dios está en ella, quedando ella así divinizada., de tal forma que, no ya sólo la creencia en Dios, sino la existencia de Dios, son función de ella, de que esté o no esté, de que me mire o, por el contrario, me muestre indiferencia.
A diferencia de la anterior canción en que el amor correspondido es una quimera y en que el actor espera a que el ser amado acuda a la cita para iniciar la relación, en esta canción, sin embargo, existe la correspondencia amorosa y se ha producido la relación puesto que había de desembocar en matrimonio. No sólo eso, sino que -al menos en la versión o visión del actor «esperante»- el amor ha sido intenso. «Ainsi nous vivions ivres de passion» (Y así vivíamos ebrios de pasión).
Mas ello era el pasado. El presente es su ausencia, la traición de su ausencia pues ella no lleva a cabo su compromiso con él, no acudiendo a la cita suma, la de ella con él ante el altar, ante Dios. Este temible presente, ¿qué futuro, inmediato o lejano, desencadenará? ¿Se dará la muerte física del «esperante» como en una tragedia?, ¿su reclusión de por vida, como en un relato romántico?, ¿de su pecho herido surgirán maldiciones y anatemas despechados contra la que no cumplió con su palabra y contra el malhadado Sino?… La canción habría podido concluir en el presente, mas Aznavour quiere darle un giro, que sea además futuro inesperado. No se engaña como el personaje de Brel, mas no concibiendo la vida sin el ser amado, decide, a pesar de todo («Malgré tout le mal / que tu m´as fait» – A pesar de todo el daño que me has hecho) guardarle ausencia, seguir amándolo «jusqu´au dernier jour de mes jours» (hasta el último día de mis días), tal y como juró antes de la gran decepción; y ahora, tras el desengaño, no obstante no haberse dado el matrimonio, concibe su futuro bajo el signo de la fidelidad. «Et même à présent, je tiendrai serment… Sur ma vie, chérie, / je t´aimerai» (E incluso ahora en el presente, cumpliré mi juramento… Por mi vida, amor mío, te amaré). Él sí tiene palabra.
¿Futuro de amor? En cualquier caso, no de amor activo, sino más bien de amor del pasado, de amor a un fantasma, a una muerta afectiva y, por tanto, también ficción, ilusión, otra forma de delirio, si bien menor. «Enivrez-vous… De vin, de poésie, ou de vertu, à votre guise» (Embriagaos… De vino, de poesía, o de virtud, como os plazca), reza la invitación de Baudelaire. Entonces, «para no sentir el horrible fardo del tiempo que quiebra vuestros hombros y os inclina hacia la tierra», para no sentir, o al menos para aliviar, la espantosa carga del abandono y la ausencia, ¿quién censurará a aquel que tanto esperó, el emborracharse de necrofilia?
4) L´appuntamento (La cita), de Ornella Vannoni
De las tres canciones, es ésta, sin duda alguna, la que más se ajusta a la descripción de Barthes, a esa «escenografía de la espera» tal y como él la describe y glosa, tanto en su desarrollo como en las reacciones emocionales que se suscitan en cada acto de la obra de teatro, que aquí llega hasta el final.
Se da en esta composición una notoria diferencia con respecto a las dos anteriores; consiste ésta en que aquí la actriz parte de la constatación de que se ha equivocado muchas veces en su vida y bajo esta premisa, la del error contumaz, se desenvuelve de principio a fin la canción. Entonces cabría pensar que todo en ella será ausencia de fe y esperanza, mas, sin embargo, no será así pues, como ya hemos señalado, tal y tanta es la fuerza del deseo.
En un primer momento, la actriz lamenta su pasado de errores pertinaces («Ho sbagliato tante volte ormai…» . Me he equivocado ya tantas veces…), lo cual, no se engaña, determinará quasi certamente un nuevo error, un error que ha comenzado ya; y así pone la venda antes de la herida: «… che lo so già / che oggi… sto sbagliando su di te» (que lo sé ya / que hoy también me equivoco contigo». Sí, mas ya de perdidos al río: «ma una volta in più, che cosa può cambiare nella vita mia?» (pero una vez más, ¿qué puede cambiar en mi vida?) y, por otra parte, ¿qué importa que llueva sobre mojado? «Accettare questo strano appuntamento / è stato una pazzia!» (Aceptar esta extrña cita / ha sido una locura). Ya este preámbulo está anunciando prácticamente el fracaso final que culminará el tercer acto. La actriz parte derrotada. Mas que a torear y a probar suerte al menos, parece salir decidida a que la coja el toro.
Se inicia un primer acto anegado de tristeza: «Sono triste tra la gente / che mi sta passando accanto» (Estoy triste entre la gente / que pasa a mi lado), mas «la nostalgia di rivedere te è forte più del pianto» (la nostalgia de volver a verte es más fuerte que el llanto). «Nostalgia», «rivedere te». El esperado ocupa un lugar en el pasado de la «esperante»; dicho lugar es el del fracaso. Como dijimos previamente, llueve sobre mojado.
Mas, ¡ay, la fuerza del deseo!, ¿qué montaña no moverá? o, cuando menos, ¿qué montaña, por alta que sea, no espera poder mover? Surge así, insospechadamente y de repente, en abierta contradicción además con la experiencia previa, el más diáfano optimismo, subrayado por la climatología: «Questo sole accende sul mio volto / un segno di speranza» (Este sol enciende en mi rostro / un signo de esperanza). ¡Sí, él vendrá! «Sto aspettando quando ad un tratto / ti vedrò spuntare in lontananza!» (Estoy esperando cuando de repente / te veré aparecer a lo lejos). Se tiñe entonces el estribillo de impaciencia febril: «Amore, fai presto, io non resisto. / Se tu non arrivi, io non esisto» (Amor, apresúrate, yo no resisto. / Si tú no llegas, yo no existo).
No obstante, ¡oh desabrida realidad!, él, ni de repente ni poco a poco, ni caminando o corriendo, o apeándose de un autobús o saltando abajo de un taxi, él, decimos, no se presenta. Y principia el segundo acto, bajo una nueva climatología, que expresa el nuevo estado de ánimo que la espera insatisfecha inflige en nuestra actriz «esperante»: «È cambiato il tempo e sta piovendo» (Ha cambiado el tiempo y está lloviendo). La cosa pinta mal, mas a pesar de ello y de tanta equivocación previa, ella se queda «ad aspettare» (esperando) pues «non me ne voglio andare» (no quiero irme), indiferente pues a cuanto de ella y su conducta pueda pensar el mundo o pueda murmurar la gente.
No obstante transcurre el tiempo y en su esterilidad va haciendo mella en el ánimo. «Io mi guardo dentro e mi domando, / ma non sento niente» ( Yo miro dentro de mí y me pregunto, / pero no oigo nada) y es así y es entonces cómo comienza a manifestarse la anestesia psíquica, fruto de la decepción. Se da como un acorchamiento moral y físico que nos protege del intolerable dolor causado por la ausencia, por abandono, del ser amado; y para escapar, o al menos amortiguar o adormecer, a la desairada humillación hecha a nuestra dignidad y al insultante desprecio hecho a nuestro amor, en definitiva al rechazo, nos sumimos en un estado letárgico y nuestra conciencia se torna crepuscular. El esperado sigue siéndolo. No se ha resuelto en presente, no se ha actualizado y su potencialidad primera acaba por hacerse negación. «Sono solo un resto di speranza / perduta fra la gente» (Soy sólo un resto de esperanza / perdida entre la gente). Entonces el primer verso del estribillo pasa del «Amore, fai presto, io non resisto» (Amor, ven pronto, yo no resisto) al «Amore, è già tardi e non resisto» (Amor, es ya tarde y no resisto). Van claudicando pues estado de ánimo y esperanza.
Arranca entonces el acto definitivo, el tercero, que se constituye en certificado de defunción. Qué duda cabe que es un acierto de esta canción el establecimiento de un paralelismo entre, por un lado, climatología y momentos o fases del día, y, por otro lado, estado anímico y vivencias del deseo amoroso.»Il giorno muore lentamente» (Muere el día lentamente). Muere el día, muere la esperanza y por ende muere la espera, que deja de tener sentido. Todo es muerte. «Luci, macchine, vitrine, strade, / tutto quanto si confonde nella mente» (Luces, coches, escaparates, calles, / todo se confunde en la mente). Tras la anestesia moral, se da la obnubilación mental: ofuscación, las cosas desdibujándose y aglomerándose, y vistas en un fárrago y como a través de un tul o una nube; un vértigo de estímulos externos, indefinidos, vagos, en totum revolutum fundiéndose en uno solo que acapara el ánimo y parece privarnos de reflexión y hurtarnos toda volición.
Y, como colofón, «la mia ombra si è stancata di seguirmi» (mi sombra se ha cansado de seguirme). Quien pierde la sombra, pierde el alma. Quien pierde el alma en vida, no puede morir. Ésa es su condena. Por ello, el pobre Conde Drácula ni hace sombra ni se refleja en los espejos; por ello, la sorella Morte Corporale lo elude. Ni siquiera es alma errante puesto que se halla privado de alma. Es tan sólo cuerpo errante y no encuentra el descanso. Es, en palabras de su creador, Bram stoker, un undead. Eso es precisamente el abandono. El ser amado, en su ausencia, en su incomparecencia, nos ha arrebatado el alma, puesto que a él se la entregamos. «Questa vita che volevo dare a te, / l´hai sbriciolata tra le dita» (Esta vida que quería darte a ti, / la has desmigajado entre los dedos). Nos queda el cuerpo, triste, desmazalado, enfermo, desorientado y desconcertado, náufrago a la deriva en un mundo, en una vida y en una carne que no reconocemos y que, privándonos ya de la tentación, nos sustrae al pecado. Condenados a la indiferencia, a lo anodino, a la tibieza, aboliremos de nuestra existencia el pecado, no por convencimiento íntimo, no por atrición, sino sencillamente porque no se nos da ya el pecar.
Seremos buenos porque la vida carecerá de estímulos. Nos enclaustraremos en casa porque nos encerraremos en nosotros mismos. «Non mi resta che tornare a casa mia, / alla mia triste vita» (No me queda más que volver a mi casa, / a mi triste vida). Esta espera, condenada al fracaso desde que se contrajo, habrá sido un relámpago en la monótonamente existencia gris de la «esperante». La vida sin esperanza es un anchísimo río que pandea, se engorda y empasta, tardea, haronea y se resiste a abocarse en la mar («que es el morir»). Si un relámpago, por mínimo o ficticio que sea, ilumina la noche desesperada sin luna y sin estrellas, se lo acoge como al bienhadado espolique que, sacudiendo nuestro abatido letargo, anuncia la llegada, allanándole los caminos, de nuestra más dulce esperanza. Esa esperanza de hallar por primera vez o de volver a hallar «su boca sabrosa e la saliva templada».
Dos versos de Apollinaire en «Le Pont Mirabeau» expresan y resumen el espíritu de la canción de Ornella: «Comme la vie est lente / Et comme l´espérance est violente» (Como la vida es lenta / Y como la esperanza es violenta).
El primer verso del estribillo, que en el acto I de esta obra, era: «Amore, fai presto, non resisto» (Amor, apresúrate, no resisto), y que luego cambió, en el acto II, a «Amore, è già tardi e non resisto» (Amor, es ya tarde y no resisto), pasa al definitivo y derrotado «Amore, perdono, ma non resisto» (Amor, perdón, pero no resisto). ¡Y aun se da el perdón por parte del ofendido!… Sí, no será la primera vez en que a la víctima se le exigirá con premura el perdón de las ofensas por parte del victimario. «Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores…».
Según Barthes, si en ese tercer acto hubiera llegado el esperado, se hubiera producido el «reconocimiento», «la acción de gracias», en definitiva el alborozado perdón pues, en llegando él (o ella), todo lo anterior se da por bueno y se echa al olvido. Aquí, incluso se da sin comparecencia; se perdona en ausencia pues… aun rebajado, humillado, escarnecido y expoliado, ¡es tal y tan grande el deseo!
Entonces, el segundo verso del estribillo, que en los actos I y II, fue «Se tu non arrivi, non esisto» (Si tú no llegas, yo no existo), se corona definitivamente de un rotundo RIP: «Adesso, per sempre, non esisto» (Ahora, para siempre, no existo).
En la lúgubre cripta del recuerdo desdichado y la esperanza burlada, revolotean, murciélagos aciagos, los versos de aquella aria de «El Último Romántico» de Soutullo y Vert: «Ven hacia mí, sombra de mujer, / suave placer de lo que soñamos, / quiero vivir por volverla a ver. / Ilusión perdida, quiero recordar / un amor lejano, que no volverá».
5) Conclusión
Quizás la espera amorosa sea mayormente la circunstancia vital en que se manifiesta en toda su crudeza nuestra vulnerabilidad y, en caso de no verse satisfecha la esperanza que esa espera abriga, nuestro desamparo. Y es uno entonces, mezquino, la triste víctima del amor, la desbaratada víctima de sí mismo.
La cita amorosa engendra grandes expectativas y uno acude a ella con la certeza de que el ser amado acudirá. Pasa el tiempo y esa certeza va desfalleciendo, tornándose incertidumbre, cada vez más angustiosa, tanto que a la postre acaba por ser nueva certidumbre, mas en este nuevo caso, muy tiste certidumbre: el amado o la amada, el ser deseado, no vendrán porque no nos quieren. Podríamos pues definir este trayecto afectivo de la espera frustrada tal y como sigue: 1) certidumbre ufana y positiva; 2) incertidumbre ansiógena en aumento progresivo; 3) angustia suma y 4) certidumbre deprimida y negativa.
«Passent les jours et passent les semaines / Ni temps passé / Ni nos amours reviennent» (Pasan los días y pasan las semanas / Ni tiempo pasado / Ni nuestros amores vuelven. ) (Apollinaire, «Le pont Mirabeau»). Sobre el puente queda el poeta como un desmayado estafermo abandonado, mientras las aguas que vieron su dicha, ubi sunt? Muy lejos mar adentro o incluso resueltas ya en nubes, ¿no es cierto? «Vienne la nuit sonne l´heure / Les jours s´en vont je demeure» (Venga la noche suene la hora / Los días marchan yo permanezco).
Las quimeras del amor, qué duda cabe, ponen en entredicho nuestra racionalidad y buen entendimiento. La afectividad nos expone, nos desnuda, nos deja inermes. Dependemos del otro y quedamos a su merced; y ese otro puede, desde zaherirnos a enterrarnos en vida, tras habernos despojado de nuestra dignidad.
Omnia si perdideris famam servare memento ( Y aunque todo perdieres, la honra pondrás a salvo), reza el lema de los Aguirre. Mas… ¿incluye ese todo (omnia) lo más importante, aquello sin lo cual ni se puede ni merece la pena vivir…?, ¿no quedará ese todo algo cojo?, es decir ¿ese todo incluye el amor? Con tal de no perder el amor, uno incluso se resuelve a perder aquellas dos cosas que nunca jamás ni se han de extraviar ni se han de confiar a nadie y para cuya salvaguarda ningún esfuerzo será excesivo o torpe, y que se llama la honra y que se llama el alma.
Ya lo canta el pintor Juan Luis en «El huésped del sevillano», del Maestro Guerrero… (¡y eso que poco ha de esperar el buen muchacho pues su amor bien pronto se verá correspondido por la judeo-cristiana de Toledo, la airosa Raquel, la de la trenza morena… !): «Por ti perdiera vida y honor«.
Triste, bien triste es cuando se percata uno de que Cupido y Caco son el mismo.
Nota: Ante la imposibilidad de hallar un vídeo de Alfredo Kraus en plenas facultades físicas interpretando esta aria, nos vemos obligados a recurrir a esta grabación en la que el maestro, tocado ya de muerte por el cáncer que lo llevaría a la tumba un año más tarde, si bien despliega toda su técnica, su grandeza interpretativa y su pasmosa sensibilidad, no se encuentra desde luego en un momento físico privilegiado, sino por el contrario muy menguado ya por su mortal enfermedad.
Anexo: citas
El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La verdad es lo que es
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
(Antonio Machado, «Proverbios y Cantares», XXX)
Échale un galgo (expresión popular)
Pasó un día y otro día,
un mes y otro mes pasó,
y un año pasado había,
mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió
(Zorrilla, «A buen juez, mejor testigo»)
… je vous avais promis de vous rejoindre à la Comédie, ou que, si quelque raison m´empêchait d´y aller, vous vous étiez engagé à m´attendre dans un carrosse au bout de la rue… ne fût-ce que pour vous empècher de vous y morfondre pendant toute la nuit. (Abbé Prévost, «Manon Lescaut) (… os había prometido de reencontrarme con vos en la Comedia, o que, si alguna razón me lo impedía, os habíais comprometido a esperarme en una carroza al final de la calle… aunque sólo fuera para evitaros el aburrimiento por tener que esperarme durante toda la noche)
Anexo: letras
1) Madeleine (Jacques Brel): letra y traducción
Ce soir j´attends Madeleine
J´ai apporté du lilas
J´en apporte toutes les semaines
Madeleine elle aime bien ça
Ce soir j´attends Madeleine
On prendra le tram trente-trois
Pour manger des frites chez Eugène
Madeleine elle aime tant ça
Madeleine c´est mon Noël
C´est mon Amérique à moi
Même qu´elle est trop bien pour moi
Comme dit son cousin Joël
Ce soir j´attends Madeleine
On ira au cinéma
Je lui dirai des «je t´aime»
Madeleine elle aime tant ça
Elle est tellement jolie
Elle est tellement tout ça
Elle est toute ma vie
Madeleine que j´attends là
Ce soir j´attends Madeleine
Mais il pleut sur mes lilas
Il pleut comme toutes les semaines
Et Madeleine n´arrive pas
Ce soir j´attends Madeleine
C´est trop tard pour le tram trente-trois
Trop tard pour les frites d´ Eugène
Et Madeleine n´arrive pas
Madeleine c´est mon horizon
C´est mon Amérique à moi
Même qu´elle est trop bien pour moi
Comme dit son cousin Gaston
Mais ce soir j´attends Madeleine
Il me reste le cinéma
Je lui dirai des «je t´aime»
Madeleine elle aime tant ça
Elle est tellement jolie
Elle est tellement tout ça
Elle est toute ma vie
Madeleine qui n´arrive pas
Ce soir j´attendais Madeleine
Mais j´ai jeté mes lilas
Je les ai jetés comme toutes les semaines
Madeleine ne viendra pas
Ce soir j´attendais Madeleine
Tiens! Le dernier tram s´en va
On doit fermer chez Eugène
Madeleine ne viendra pas
Madeleine c´est mon espoir
C´es mon Amérique à moi
Sûr qu´elle est trop bien pour moi
Comme dit son cousin Gaspard
Ce soir j´attendais Madeleine
C´est fichu pour le cinéma
Je reste avec mes «je t´aime»
Madeleine ne viendra pas
Elle est pourtant tellement jolie
Elle est pourtant tellement tout ça
Elle est pourtant toute ma vie
Madeleine qui ne viendra pas
Demain j´attendrai Madeleine
Je rapporterai du lilas
J´ en rapporterai toute la semaine
Madeleine elle aimera ça
Demain j´attendrai Madeleine
On prendra le tram trente-trois
Pour manger des frites chez Eugène
Madeleine elle aimera ça
Madeleine c´est mon Noël
C´est mon Amérique à moi
Tant pis si elle est trop bien pour moi
Comme dit son cousin Joël
Demain j´attendrai Madeleine
On ira au cinéma
Je lui dirai des «je t´aime»
Madeleine elle aimera ça
Esta tarde espero a Madeleine
He traído lilas
Las traigo todas las semanas
A Madeleine le gustan mucho
Esta tarde espero a Madeleine
Tomaremos el tranvía treinta y tres
Para comer patatas fritas en el restaurante de Eugène
A Madeleine le gustan mucho
Madeleine es mi Navidad
Es mi América
Incluso si está demasiado bien para mí
Como dice su primo Joël
Esta tarde espero a Madeleine
Iremos al cine
Le diré «te quiero»
A Madeleine le gusta mucho
Es tan guapa
Es tan qué sé yo
Es toda mi vida
Madeleine a quien estoy esperando
Esta tarde espero a Madeleine
Pero llueve sobre mis lilas
Llueve como todas las semanas
Y Madeleine no llega
Esta tarde espero a Madeleine
Es muy tarde ya para el tranvía treinta y tres
Demasiado tarde para las patatas fritas de Eugène
Y Madeleine no llega
Madeleine es mi horizonte
Es mi América
Incluso si está demasiado bien para mí
Como dice su primo Gaston
Pero esta tarde espero a Madeleine
Me queda aún el cine
Le diré «te quiero»
A Madeleine le gusta mucho
Es tan guapa
Es tan yo no sé qué
Es toda mi vida
Madeleine que no llega
Esta tarde esperaba a Madeleine
Pero he tirado mis lilas
Las he tirado como todas las semanas
Madeleine no vendrá
Esta tarde esperaba a Madeleine
¡Vaya! El último tranvía se va
Estarán cerrando en el restaurante de Eugène
Madeleine no vendrá
Madeleine es mi esperanza
Es mi América
Sí, desde luego está demasiado bien para mí
Como dice su primo Gaspard
Esta tarde esperaba a Madeleine
¡A estas horas a ver quién va ya al cine!
Me quedo con mis «te quiero»
Madeleine no vendrá
Es sin embargo tan guapa
Es sin embargo tan yo no sé qué
Es sin embargo toda mi vida
Madeleine que no vendrá
Mañana esperaré a Madeleine
Traeré lilas
Las traeré toda la semana
A Madeleine le gustarán mucho
Mañana esperaré a Madeleine
Tomaremos el tranvía treinta y tres
Para comer patatas fritas en el restaurante de Eugène
A Madeleine le gustarán mucho
Madeleine es mi Navidad
Es mi América
Qué importa si está demasiado bien para mí
Como dice su primo Joël
Mañana esperaré a Madeleine
Iremos al cine
Le diré «te quiero»
A Madeleine le gustará mucho
Sur ma vie (Charles Aznavour): letra y traducción
Sur ma vie je t´ai juré un jour
De t´aimer jusqu´au dernier jour de mes jours
Et le même mot
Devait très bientôt
Nous unir devant Dieu et les hommes.
Sur ma vie je t´ai fait le serment
Que ce lien tiendrait jusqu´à la fin des temps.
Ainsi nous vivions
Ivres de passion
Et mon coeur voulait t´offrir mon nom.
Près des orgues qui chantaient,
Face à Dieu qui priait,
Heureux je t´attendais.
Mais les orgues se sont tus
Et Dieu a disparu
Car tu n´es pas venue.
Sur ma vie j´ai juré que mon coeur
Ne battrait jamais pour aucun autre coeur
Et tout est perdu
Car il ne bat plus,
Mais il pleure mon amour déçu.
Sur ma vie je t´ai juré un jour
De t´aimer jusqu´au dernier jour de mes jours
Et même à présent
Je tiendrai serment
Malgré tout le mal que tu m´as fait.
Sur ma vie,
Chérie,
Je t´aimerai.
Un día te juré por mi vida
que te amaría hasta el último día de mis días
Y la misma palabra
Debía unirnos bien pronto
Ante Dios y los hombres.
Te juré por mi vida
Que este vínculo duraría hasta el final de los tiempos.
Y así vivíamos
Ebrios de pasión
Y mi corazón quería ofrecerte mi nombre.
Junto a los órganos que cantaban,
Frente a Dios que rezaba,
Feliz te esperaba yo.
Mas los órganos callaron
Y Dios desapareció
Pues tú no viniste.
Por mi vida te juré que mi corazón
No latería jamás por otro corazón.
Y todo se ha perdido
Pues dejó de latir
Y tan sólo llora ya mi amor burlado.
Un día te juré por mi vida
Que te amaría hasta el último día de mis días
E incluso ahora
Mantendré mi palabra
A pesar de todo el daño que me has hecho.
Por mi vida
Amor
Te querré.
L´appuntamento (Ornella Vanoni): Letra y traducción
Ho sbagliato tante volte ormai che lo so già
che oggi quasi certamente
sto sbagliando su di te,
ma una volta in più ¿che cosa può cambiare nella vita mia?
Accettare questo strano appuntamento
è stato una pazzia.
Sono triste tra la gente
che mi sta passando accanto,
ma la nostalgia di rivedere te
è forte più del pianto.
Questo sole accende sul mio volto
un segno di speranza.
Sto aspettando quando ad un tratto
ti vedrò spuntare in lontananza!
Amore, è già tardi, io non resisto…
Se tu non arrivi, non esisto, non esisto, non esisto.
È cambiato il tempo e sta piovendo,
ma resto ad aspettare.
Non m´importa cosa il mondo può pensare.
io non me ne voglio andare.
Io mi guardo dentro e mi domando,
ma non sento niente.
Sono solo un resto di speranza
perduta fra la gente.
Amore, fai presto, io non resisto…
Se tu non arrivi, non esisto, non esisto, non esisto.
Luci, macchine, vitrine, strade,
tutto questo si confonde nella mente.
La mia ombra si è stancata di seguirmi.
Il giorno muore lentamente.
Non mi resta che tornare a casa mia,
alla mia triste vita.
Questa vita che volevo dare a te,
l´hai sbriciolata fra le dita.
Amore, perdono, ma non resisto…
adesso per sempre non esisto, non esisto, non esisto.
Me he equivocado tantas veces ya que sé bien
que hoy casi con toda certeza
me estoy equivocando contigo,
pero una vez más, ¿qué puede cambiar en mi vida?
¡Aceptar esta extraña cita
ha sido una locura!
Estoy triste entre la gente
que me está pasando al lado,
pero la nostalgia de volverte a ver
es más fuerte que el llanto.
Este sol enciende en mi rostro
un signo de esperanza.
Estoy esperando, ¡cuando de repente
te veré aparecer a lo lejos!
Amor, apresúrate, yo no resisto…
Si tú no vienes, no existo, no existo, no existo…
Ha cambiado el tiempo y está lloviendo,
pero me quedo esperándote.
No me importa lo que el mundo pueda pensar,
yo no quiero irme.
Yo me miro dentro y me pregunto,
pero no oigo nada.
Soy sólo un resto de esperanza
perdido entre la gente.
Amor, es ya tarde, yo no resisto…
Si tú no llegas, no existo, no existo, no existo.
Luces, coches, escaparates, calles,
todo se confunde en mi mente.
Mi sombra se ha cansado de seguirme.
El día muere lentamente.
Tan sólo me queda volver a mi casa,
a mi triste vida.
Esta vida que yo quería darte a ti,
la has desmigajado entre los dedos.
Amor, perdono, pero no resisto…
Ahora y para siempre no existo, no existo, no existo.
Foto cortesía: Cordula Treml
El porqué de la huida de Puigdemont a Bélgica, a la luz de Jacques Brel
Periodista: ¿Es usted valón o flamenco?
Eddy Merckx: Soy belga.
En la sección de «Cartas al director» del diario El País, del día 25 de octubre (si no recuerdo mal), un lector afirmaba -¡desde México!- que su bebé se había arrancado a hablar, pero que su primera palabra no había sido ni «mamá» ni «papá», sino… «¡Puigdemont»! Y es que, a todas horas, en cualquier circunstancia o situación, Puigdemont está en boca de todos. Desde luego, ha batido un récord que deja muy atrás los que otrora alcanzaron un Tejero, un Ruiz Mateos, un Roldán o, más recientemente, un Bárcenas. Este tipo nos va a volver locos de remate a todos y, de hecho, bastante chavetas nos tiene ya, hasta el punto de que en este último Giligüín (vulgo Halloween), el disfraz de Puigdemont fue el más vendido y el más exhibido. Y es que, sí, efectivamente, hay mucho de enterrador en el personaje. En lo físico y en lo moral: su permanente traje negro y su muy frecuente corbata negra también, su siniestro y a la vez cómico cabello, a lo familia Monster, su muy frecuente risilla entre la del conejo y la sardónica, sus ojillos miopes y malévolos, como en críptica y soterrada connivencia con fuerzas diabólicas. Y además, aunque no se le vea, pues al igual que esconde en el zapato -negro, claro está- su pezuña caprina, Puigdemont oculta, en una de las perneras de su pantalón, una pala de enterrador, con la que pretende enterrar España, después de haberla descalabrado con el canto de esa misma pala. El ataúd lo colocará del revés, como en uno de los siniestros relatos de Poe, de tal modo que si, aún no cadáver del todo, España atravesara un episodio de catalepsia y al despertar lograra abrir la tapa para salir al aire libre, no haría en realidad más que zahondar su propia tumba. Así de artero es don Carles Puigdemont, amén de despiadado, en su condición de secesionista, pues mamó desde siempre la leche ¡tan agria! del nacionalismo…
¡Ah, Puigdemont, que Dios te confunda! Hago votos porque pronto, bien pronto, dejemos de hablar de ti las veinticuatro horas del día, lleguemos a dejar de hablar de ti y de obsesionarnos con tus satánicas marrullerías aunque sólo sea por un rato algo largo; alcancemos, cuando menos por unas horas, a concentrarnos en nuestro trabajo, volver a leer una novela o una colección de poemas, o el Marca, o El Caso, o el Cuore, y no sólo y exclusiva y permanentemente las páginas de los diarios dedicadas al «desafío independentista». Que acertemos -y lo que viene a continuación es deliberado exabrupto, pero es que uno requiere de una mínima válvula de escape para que no se le reviente la hiel en el cuerpo- a cagar de nuevo en paz, sin sobresaltos.
Dicho esto, tras este desahogo, absolutamente necesario para mantener un cierto equilibrio psíquico, vayamos a la cuestión que aquí nos ocupa, intentando por tanto justificar el título de este modesto escrito.
¿Que Puigdemont es un cobarde, como afirma Felipe González, por haber huido?… ¿Cobardía o nueva táctica dentro de la estrategia separatista? En esta cuestión cabe considerar dos aspectos:
1) que Puigdemont no ha huido a Laos, como hiciera Luis Roldán, para ocultarse en un país muy lejano y camuflar su identidad; tampoco ha querido esconderse en Brasil, como el Dioni, que incluso, mediante la cirugía plástica, modificó su fenotipo para no ser reconocido.
2) que la fuga a Bruselas de Puigdemont obedece a una decisión pactada y tomada en el seno de Junts pel Sí (la coalición formada por Convergència, actualmente rebautizada como Partit Democrâtic Europeu de Catalunya -mismos perros y distinto collar-, Esquerra Republicana de Catalunya, Omniun Cultural, l´Associació Nacional Catalana e independientes soberanistas), tal y como, sin ningún rubor, afirmó el señor Xuclà, coordinador del PdeCat entre el Congreso y el Senado, en una entrevista para el programa 24 horas, de TVE, en la noche del domingo 5 de este mes de noviembre. Resulta evidente que, más que eludir a la justicia española (que también), Puigdemont busca, sobre todo, «internacionalizar el conflicto».
Puigdemont no da puntada sin hilo.
Parte del Govern, con Junqueras al frente, ha ido a prisión, interpretando el papel de víctima de la represión del Estado español, reforzando así los argumentos del movimiento secesionista para intentar suscitar en el electorado más tibio o indeciso, o incluso indiferente, un sentimiento de agravio que lo lleve a decantarse ya claramente por la opción de la independencia. En cuanto a los huidos, se convierten en protagonistas -aún más- de todos los informativos nacionales, europeos y mundiales; se habla de ellos y de su lucha, desde el exilio, por la dignidad vejada de su pueblo, perseguidos como se hallan por el Estado fascista (Puigdemont dixit) tan sólo por ser demócratas y fieles al mandato de unos electores y de todo un pueblo. No hay que darse por vencidos. Al Estado se le sigue retando y echándole un pulso. Tiene más fuerza bruta que nosotros, sí, pero las añagazas y las trapacerías no son armas desdeñables. Con ellas se puede vencer.
¿Ridículo el señor Puigdemont?, ¿cobarde don Carles? Sí, en cierta medida. También era bien ridículo el histrión de Benito Mussolini, hinchando su torso de atleta y adoptando el prognatismo para su mandíbula, pero eran cientos de miles quienes lo aclamaban en Piazza Venezia. También lo era Adolf Hitler, con ese estrambótico bigotito y esos arrebatos de vesania en aquellos discursos paroxísticos que le atiplaban casi cómicamente la voz, pero eran millones quienes se enajenaban al oírlo. Eso es el pasado, se nos podrá replicar, pero, ¿y Hugo Chávez y Maduro? ¿No son patéticamente ridículos, aunque sólo sea por su nula solvencia intelectual? Chávez murió, pero don Nicolás , con mayor o menor dificultad, sigue aguantando el tipo, a base de añagazas, desvergüenza, amenazas y crueldad, que son las mismas armas con que la República Catalana se impondría. Y en cualquier caso, por muy ridículo (o cobarde) que fuera, Puigdemont es, sobre todo, insolente, taimado, manipulador, encizañador, intrigante, hipócrita, frío, muy intenso en sus creencias, tenaz, por no decir tozudo, como el mordisco de un perro de presa, tan contumaz como una garrapata hincada con ahínco en la carne de su pobre víctima. Y otro tanto puede afirmarse de Junqueras. Y de Forcadell. Y de Romeva… ¡y de todos! Lo han demostrado con creces. En cualquier caso sus fines y su estrategia general obvian todo valor hidalgo de dignidad personal, franqueza y auténtico valor. Para los suyos, que son muchos, haga lo que haga el Molt Honorable President en el exilio, su conducta y su persona siempre expresarán dignidad y mostrarán arrojo pues, frente al indigno y opresor Estado español y la malvada España, persiguen la independencia.
Puigdemont, mártir de la libertad escarnecida, de la democracia vapuleada y del derecho a decidir, tan lacerado, de todo un pueblo, se postula una vez más en las próximas elecciones, desde las listas de su partido, para Presidente de la Generalitat, con el firme propósito de volver a convertirse, pero no ya por unas horas, en President de la Nova República Catalana y, como un nuevo Companys, se aparece a los suyos como un héroe en el exilio.
La fuga de Puigdemont aumenta la confusión. En la teoría post-marxista del conflicto, enunciada por el argentino Ernesto Laclau, todo movimiento revolucionario ha de fomentar el caos y la confusión de los espíritus, así como desenraizar y destruir las creencias asentadas y sobre las que se ha cimentado la sociedad. Ponerlo todo del revés y patas arriba, romper la Constitución, generar un nuevo país, instaurar un nuevo régimen… ¿hay algo más revolucionario? El conflicto generado deliberadamente favorece los propósitos independentistas. Cuanto más revueltas bajen las aguas, mayores posibilidades tendrá el secesionismo de imponerse y, en cualquier caso, hay que evitar que esas aguas se remansen y se estanquen.
Bruselas es, por otra parte, la capital de Europa. Cuanto allí haga Puigdemont y cuanto allí le hagan, tendrá siempre una gran repercusión mediática. Hay más y es que Bélgica -país reciente surgido de la revolución de 1830- es una nación muy desgarrada lingüística y políticamente; Bélgica es un país que padece en un muy alto grado la enfermedad identitaria. La religión católica, frente a los Países Bajos protestantes, hizo la unidad, pero Bélgica posee dos identidades bien diferenciadas: la valona y la flamenca. A lo largo del siglo XIX y hasta las revueltas estudiantiles de los años 60 del siglo pasado, la lengua francesa fue la predominante, como no podía ser de otra manera, dada su importancia intrínseca, esto es por ser lengua cualitativamente (cultural, económica y políticamente) de primerísimo orden, y además porque la burguesía flamenca y toda persona culta flamenca la dominaba. Piénsese en esos autores de primerísima fila, flamencos de origen, pero que se expresaron en lengua francesa, tales como Maeterlinck, Verhaeren, Rodenbach o Ghelderode. Por otra parte, y además, la lengua flamenca distaba mucho de haber sido sistematizada en un corpus gramatical unitario y se aparecía más bien como un mosaico de innumerables dialectos. Sin embargo, todo cambiará en la década de los 60 cuando un poderoso movimiento nacionalista flamenco cobre una importancia social real, manifieste abiertamente su sentimiento de agravio frente a la cultura francófona, la denuncie por opresora y se plantee la secesión del país.
Por movimiento flamingant, ya activo desde el siglo XIX, se entiende el compromiso político nacionalista flamenco, organizado en uno o varios partidos políticos soberanistas, que defiende a ultranza la lengua y los valores flamencos y se opone a toda influencia francesa en el territorio de Flandes.
Jacques Brel, en su canción «Les Flamingants», fustiga a éstos, satirizándolos sin piedad y sin que le tiemble por ello un pelo. Lo que Charles Baudelaire achacó a todo belga sin excepción, ya fuera valón o flamenco, en su libelo «Pauvre Belgique», esto es su torpeza física e intelectual, su zafiedad y tosquedad, su zonza mentalidad y fealdad absolutas, Brel se lo aplica en exclusiva a estos nacionalistas flamencos. En realidad, el título de la canción no es «Les Flamingants», sino «Les F….», como cuando en todo rótulo en que aflora una palabra malsonante, se recurre a los puntos suspensivos. Y así «La p… respectueuse», obra de teatro de Sartre, para evitar la palabra «putain», que es palabrota; o el actual «F… me. I am famous» del pinchadiscos David Jeta.
Transcribamos aquí la traducción de la letra de la canción en cuestión:
Señores flamingants,
quiero deciros dos palabras:
Hace ya mucho tiempo
que me tenéis frito
por soplaros en el culo
para convertiros en autobuses;
ahora sois acróbatas,
pero en realidad solamente eso.Nazis durante las guerras
y católicos entre ellas,
osciláis sin cesar
del fusil al misal.
Vuestras miradas son lejanas,
vuestro humor es exangüe,
aunque haya calles en Gante
que meen en las dos lenguas.¿Lo veis? Cuando pienso en vosotros
quiero que no se pierda nada.
Señores flamingants,
¡que os den por el ojete!Ensuciáis Flandes,
pero Flandes os juzga.
Ved cómo el Mar del Norte
ha huido de Brujas.Dejad ya de hincharme
mis viejos cataplines
con vuestro arte flamenco-ítalo-español.
Sois tan, tan rematadamente,
pero tanto tantísimo, tan pesados
que cuando en las noches de tormenta
algún chino culto
me pregunta de dónde soy,
respondo ya cansado
y con lágrimas en los dientes:
«Ik ben van Luxembourg». (Soy luxemburgués)
Y si a las muchachas
se les osa cantar un aire flamenco,
alzan el vuelo soñando
con los pájaros rosas y blancos.Y os prohíbo
que en Londres podáis esperar
que bajo la lluvia
os tomen por ingleses.
Y os prohíbo que en Nueva York o Milán,
mis buenos señores,
eructéis en otra lengua que no sea el flamenco.
Y así no pareceréis gilis.
No, realmente, no pareceréis gilipollas del todo.
Y yo me prohíbo
decir que me importa un bledo.
Y os prohíbo
que obliguéis a nuestros hijos,
que no os han hecho nada,
a ladrar flamenco.
Y si mis hermanos se callan,
pues peor para ellas (sic).
Yo canto, persisto y firmo:
Me llamo Jacques Brel.
(estos últimos cuatro versos nos traen a la memoria aquellos versos hugolianos de «Ultima verba», en «Les Châtiments», en que tras ver Víctor Hugo cómo muchos exiliados han vuelto a Francia tras la promulgación de la amnistía y la suavización del régimen autocrático del Emperador Napoleón III, exclama con orgullo indomable: «Et s´il n´en reste qu´un , je serai celui-là!»).
Los flamingants, durante las dos ocupaciones alemanas de Bélgica en las dos guerras mundiales del siglo pasado, se inclinaron, claro está, del lado teutón. Los alemanes dividieron Bélgica en dos partes, tomando la lengua como criterio diferenciador. Flandes, de habla germánica, sería así un satélite de la Gran Alemania. Los flamencos, por fin, tendrían su desquite, amén de sus propias instituciones flamencas, ajenas a las francófonas. Claro está que en la segunda guerra, el alemán era nacional-socialista y, por ello, la postura colaboracionista del movimiento flamingant no sale muy airoso del paso y procura que su postura no quede muy evidente en la Historia.
Puigdemont ha llegado a Bélgica. Se ha puesto en manos de un picapleitos experto en trapacerías legales, antiguo defensor de terroristas etarras. Sea o no sea Puigdemont extraditado a España, este nuevo procés «en el exilio» se extenderá meses en el tiempo. Con ello Puigdemont y los suyos conseguirán que se siga hablando de ellos, que el «problema catalán» siga bien vivo. Además, en caso de victoria nacionalista en las elecciones del 21 de diciembre, la prisión de unos y el exilio de otros, reforzará la posición independentista. En caso de que no se diera esa victoria, se achacaría a la represión del gobierno fascista español. Al menos, eso es cuanto esperan y, además, es que en su argumentario, los nacionalistas siempre salen ganando, pues incluso perdiendo, al erigirse entonces en víctimas, mantienen viva la llama e incluso atizan el fuego pues la derrota en una batalla no supone la derrota en la guerra. Y la guerra ha de perpetuarse, aunque en ciertos períodos se pongan en sordina las muy variadas armas de nacionalismo, hasta que se gane.
Puigdemont ha escogido Bélgica, un país fracturado. Puigdemont espera que el movimiento nacionalista flamenco le apoye, le dé su aliento y le ría las gracias. Al igual que, por ejemplo, el asesino De Juan Chaos huyó a Irlanda para, recabando el apoyo del IRA, ocultarse y que nunca más se supiera de él, el ex-President solicita la amistad de los belgas que piensen como él y lo miren con buenos ojos, esto es los nacionalistas de Flandes. Cierto es, no obstante, que hasta la fecha (estamos transcribiendo estas líneas en el ordenador el viernes 10 de noviembre), excepto alguna voz aislada de algún miembro del gobierno belga, Puigdemont no está cosechando grandes éxitos en ese sentido pues el Vice-Presidente del propio gobierno belga, nacionalista flamenco, ha mostrado su contrariedad por la presencia en el país de don Carles y que incluso el parlamento flamenco le haya abiertamente desairado al rechazar mayoritariamente una declaración de apoyo a él y a su gobierno desmantelado, que impulsaba uno de los partidos flamingants, al parecer el más extremista de todos, situado en la extrema derecha.
Dicho esto y no obstante todo ello, no hemos de olvidar que Puigdemont lleva el conflicto por doquier porque el conflicto es el medio que el nacionalismo, junto a los populismos, agita, explota y domina para conseguir sus propósitos. Puigdemont ha prendido en España la llama del conflicto. Ahora lleva esa misma llama a un país conflictivo en sí mismo, Bélgica. Tanto es así que el gobierno belga, integrado en parte por nacionalistas flamencos, podría, con el tiempo, llegar a mostrar divisiones con respecto a la presencia del ex-President en el reino de Bélgica. Así, si el Vice-presidente del gobierno belga, flamenco, expresó su rechazo al día de establecerse allí Puigdemont, unos días después no sé ya cuál ministro, flamenco también, mostró su apoyo. De estos resquicios, la estrategia de Puigdemont consistirá en convertirlos en grietas, primero, y luego en fallas. Recordemos además que poco antes de la huida del ex-President, el primer ministro belga, Charles Michel, manifestó una cierta simpatía o comprensión hacia el procés. Y ahora, con Puigdemont en el país, mientras algunos rechazarán su presencia y lo considerarán un estorbo, otros criticarán al Estado español y la aplicación del artículo 155 por parte del gobierno español. Ya hay contradicción, ya hay división, ya hay conflicto. Esto va bien. Puigdemont ha instaurado el conflicto en Cataluña y lo ha llevado luego a Bélgica, desde donde atizar los rescoldos del resentimiento flamenco. Satanás anda suelto por la vieja Europa y Puigdemont es, sin duda aguna, su mejor agente, el mejor de los demonios. Puigdemont quiere romper España, luego Bélgica y por último la Unión Europea. Nuestra voluntad y nuestro deber han de ser el impedirlo.
Estrambote: Que podamos volver pronto a leer de nuevo el Cuore con tranquilidad, sin respingos; que podamos volver a hacer de vientre como Dios manda. Que, tan sólo de vez en cuando, como quien recuerda vagamente una pesadilla añeja, evoquemos a Puigdemont, sin duda alguna el político más pelmazo de lo que llevamos de siglo XXI, por delante incluso de Nicolás Maduro, ¡que ya es decir, eh, que ya es decir!
Mi abuela Visi (Visitación), ante situaciones de agobio, recitaba con humor lo siguiente:
Glorioso san Sebastián,
que de Cristo fuisteis paje,
libradme de este salvaje,
que me come todo el pan.
Remedando a mi abuela, improviso, sin rima ni métrica -que estoy ya harto de este tío y no quiero dedicarle ni un segundo más-, esta jaculatoria en la que impetro la ayuda de Nuestro Señor:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, líbranos de este posma antes de que nos dé algo. ¡Ten piedad de nosotros!
Anexo: «Problème linguistique en Belgique, pensée réfléchie de Jacques Brel». En este vídeo, Jacques Brel se pregunta, en primer lugar, por la «esencia» del flamenco y rechaza que la lengua pueda constituir esa esencia pues, como arguye con humor, un mongol, ¿por qué no?, puede hablar perfectamente el flamenco. Cuenta luego Brel cómo, por ser de origen flamenco y, sin embargo, cantar en francés, ha recibido críticas de diversa vehemencia. También expone, ¿boutade?, su propuesta de que la mitad del servicio militar tenga lugar en Valonia para los jóvenes flamencos y a la inversa para los jóvenes valones, y que esas estancias sean en familias de acogida, pues, como sostiene Brel, así se comprobaría y comprobarían todos esos jóvenes que «a todo el mundo le duelen los dientes de la misma manera, que todo el mundo mira a su madre o a una mujer de la misma manera, que a todo el mundo le gustan o no las espinacas de la misma manera». Y añade que «todo lo demás es política de baja laya, bastante sórdida por otra parte». Y concluye: «Creo que Bélgica vale más que una disputa lingüística».
Charles Aznavour, los tópicos y la canción de Maglia
Charles Aznavour, Aznamour, como se le llamaba en un espectáculo a él dedicado en el festival Off de Aviñón de 1987, sigue cantando a sus noventa y dos años. En la pasada temporada, en 2015, cantó en Madrid y en el presente año de 2016, con fecha de 29 de julio, lo ha hecho en Marbella. El 31 de enero de 2017, vuelve a Madrid. Ha declarado que, mientras viva, seguirá cantando las innumerables canciones, más de seiscientas cincuenta, que ha compuesto a lo largo de su fructífera existencia.
El presente estudio se divide en dos partes: en la primera se abordará la faceta de Aznavour como creador de canciones de éxito popular y gran difusión, basadas en el tópico literario (carpe diem, ubi sunt, el viaje como huida y descubrimiento o incluso odisea, la vuelta a Ítaca, la añoranza del amor perdido, etc.) y el arquetipo literario (el héroe vencido o imagen de Patroclo derribado, la madre como anima junguiana, la Bohemia y el bohemio, el cómico como símbolo de la libertad despreocupada a lo zíngaro, etc.).
En la segunda, se abordará la esencia del amor -con sus accidentes- que preside sus canciones (cómo es este amor, de qué tipo de amor se trata, cuál es su origen y cuál es su destino) tratando de justificar así el título de este estudio.
Obviamente, de esas más de seiscientas cincuenta canciones, sólo consideraremos unas cuantas, aquéllas que, en nuestra opinión, mejor reflejan el mundo aznavouriano cifrado, por un lado, en los tópicos y, por otro, en su concepción y experiencia narrada del amor.
I) AZNAVOUR Y EL TÓPICO EFICAZ:
«… nous causâmes tout d´abord de lieux communs, c´est à dire des questions les plus vastes et les plus profondes» (…charlamos en primer lugar de lugares comunes, es decir de las cuestiones más vastas y más profundas)
( Charles Baudelaire, «Salon de 1859»)
a) Movimiento pendular del arte:
La literatura, y el arte en general, se mueve permanentemente, en movimiento pendular, entre la tradición – conservadora – y la innovación – originalidad, ruptura -. El arte que no innova, «academizándose», se anquilosa e inmoviliza, deja de fluir. El arte debe evolucionar, no sólo adaptándose ineluctablemente a los cambios sociales, sino proponiendo nuevos caminos. Ahora bien, un arte excesivamente vanguardista, distanciando en exceso la comprensión popular del producto nuevo, puede generar el divorcio entre el espectador o el público, por una parte, y el creador, por otra. A este respecto, cabe citar al gran Eugenio d´Ors: «Lo que no es tradición, es plagio». El arte, so pretexto de revolucionario, no puede dar en lo ininteligible e inane y ha de tener presente que, le guste o no, el hombre es un ser mortal, sujeto a unos condicionantes biológicos y culturales que lo determinan, limitan, mas también exaltan. El arte no puede deshumanizarse, al menos no del todo.
Baudelaire define o caracteriza bien, con su clarividencia habitual en él y con su sentido musical de la poesía, esta ambivalencia del arte, esta tensión permanente, tanto en el creador como en el público, entre el estímulo securizante, por un lado, y el deseo de novedad, por otro lado: «… le rythme et la rime répondent dans l´homme aux immortels besoins de monotonie, de symétrie et de surprise» (… el ritmo y la rima responden en el hombre a las inmortales necesidades de monotonía, de simetría y de sorpresa). Y en efecto los dos factores constitutivos de toda canción (ritmo y rima) se asientan tanto en la necesidad conservadora cifrada en la monotonía y la simetría, como en la necesidad innovadora cifrada en la sorpresa.
Charles Aznavour es cantante popular; canta ante muy nutridos auditorios; su música se difunde por radios, televisión, internet, etc., para las multitudes; su aspiración, legítima, es gustar, y también vender, y en ambos casos cuanto más, mejor. Aznavour no es, ni lo pretende, Schönberg – por citar a un compositor de acceso difícil, un autor sin estribillos, digámoslo de esta manera -, y así rehúye el arte de minorías.
Si aspira a llegar al mayor número posible de gentes, de espectadores o auditores potenciales, habrá de cantar las cosas «eternas», sin extravagancias o rupturas. ¿Convencional, facilón? No, tradicional. Aznavour va a moverse siempre dentro de los márgenes, bastante amplios por otra parte, de la tradición más clásica, sin ensanchar sus aguas hasta la personalísima y apasionada originalidad de un Jacques Brel o hasta el esprit paillard (espíritu popular y picante) sublimado tanto poética como cómicamente de un Brassens, pero, claro está, sin naufragar en los convencionalismos ramplones de un Julio Iglesias o las torpes pseudo-innovaciones sentimentaloides y lacrimógenas de un José Luis Perales. El diccionario recoge más de una acepción para la palabra «tópico»: «perteneciente o relativo a la expresión trivial o muy empleada», lo que popularmente se llama «topicazo», mas también «lugar común que la retórica antigua convirtió en fórmulas o clichés fijos y admitidos en esquemas formales o conceptuales de que se sirvieron los escritores con frecuencia» (diccionario de la RAE, 1992). Al «topicazo» quedan condenados los cantantes convencionales, cursis y romanticoides (que no románticos); por el contrario, el tópico en la segunda acepción citada es arte y en él se mueve nuestro Aznavour.
Hasta cierto punto, Aznavour, en esta perspectiva, podrá llegar a mostrarse impersonal por necesidad de universalidad. Si acentuara el lado más personal, estrecharía su margen de acción y de intervención en el gran público. Podría incluso hablarse de un cierto parnasianismo en Aznavour respecto a los temas -universales- que tratan sus canciones, sin dar en lo subjetivo o en la visión acentuadamente personal. Eso sí, maticemos esto del parnasianismo: sus canciones, claro está, a diferencia de un poema, por ejemplo, de Leconte de Lisle, buscan emocionar, aspiran a una belleza en y de los sentimientos.
Afirma Jung que la literatura universal se funda en los arquetipos. Las canciones de Aznavour, también, y además abordan esos arquetipos con la calidez universal necesaria, con la necesaria equidistancia -repitámoslo- entre el subjetivismo y la originalidad, por un lado, y la facilidad rutinaria y banal.
b) Las canciones «universales» de Aznavour:
Pasemos a glosar algunas de esas canciones universales que abordan temas «de siempre».
Un par un (Uno a uno): Con su voz quebradiza y descolocada -que es como si acabara de despertarse de la siesta y anduviera aún buscando, sin encontrarlo nunca, el tono adecuado-, canta Julio Iglesias en «La vida sigue igual»: «Pocos amigos que son de verdad / Cuánto te halagan si triunfando estás / Y si fracasas, bien comprenderás / Los buenos quedan, los demás se van». Mensaje trivial y pobremente expresado, de apabullante inanidad. Aznavour es capaz, sin embargo, de infundir cuerpo y vigor al lugar común de la amistad aprovechada, de la lisonja que busca sacar partido al poderoso, de ese – por expresarlo mediante feliz ripio popular – «Por interés te quiero , Andrés». La canción narra la ruina y desahucio de un millonario que lo ha perdido todo en el juego de la noche a la mañana, y cómo aquellos que lo adulaban lo abandonan ahora a su triste suerte, «uno a uno» y «como las ratas de un barco en peligro» («tels les rats d´un navire en péril»); las mujeres que tanto decían amarlo huyen también pues lo que en él buscaban realmente, esos «diamantes de veinte quilates» («les diamants de vingt carats»), ya no lo pueden hallar. Y así, la canción, compuesta por un expresivo juglar, se llena de vida con la enumeración de las propiedades del acaudalado personaje antes de la catástrofe (ejército de criados, chófer, autos, joyas, caballos, etc.), con esos amigos y amigotes tan divertidos que se beben su whisky y que le piden prestado un dinero que nunca le devolverán, claro está, y con ese coro de féminas compuesto de bailarina clásica, actriz, histéricas e ingenuas, que se le meten entre las sábanas. Y uno ve cómo los agentes judiciales se llevan uno a uno sus Renoir, sus Derain, sus tapices, sus muebles, etc. Todo ello expresado, mediante chispeantes rimas, con un dinamismo y una energía que arrastran al espectador-oyente en la bulliciosa corriente de la canción.
Se trata, en definitiva, del eterno tema del ser y el poseer. Es cuanto plantea el lúcido e implacable Pascal: ¿dónde reside el ser?, ¿en qué se distingue del tener?, pues si te amo por tu belleza, la viruela picará tu rostro y así dejaré de amarte; si lo que amo en ti es, por el contrario, tu espíritu, y no ya la apariencia, una apoplejía derribará tu inteligencia, y entonces ¿qué quedará en ti que pueda yo apreciar y seguir amando?
La letra de esta canción, como prácticamente todas las suyas, es densa en expresión, rica en vocabulario, larga, evitando toda repetición. La repetición innecesaria es el recurso de todo letrista falto de inspiración. No es el caso de Charles Aznavour, que sabe escribir y sabe decir.
Reverberan en la memoria los versos del poeta medieval Rutebeuf: «Se sont ami que vens enporte, / Et il ventoit devant ma porte, / Ces emporta…) (Son amigos que el viento lleva / Y soplaba ante mi puerta, / Se los llevó)
La Mamma: Todos tenemos en la mente la imagen de la mamma italiana, protectora, sacrificada, excelente cocinera, que incluso en familias divididas por las rencillas, es la única en concitar adhesiones y generar armonía. La madre elevada a divinidad pagana o a alter ego de la Virgen María, que se venera y que prodiga siempre favores y beneficios, cuando no obra incluso prodigios.
Manolo Escobar, en su conocida canción dedicada a «quien le dio el ser», cita a su propia madre, «marecita María del Carmen». Aunque plagada de topicazos, la canción está bien escrita y, si bien convencional, exhibe una muy andaluza (y eso es siempre algo bueno literariamente) riqueza en su expresión. Ahora bien, recurrir a la propia madre, usando el vocativo, se nos antoja algo demagógico y facilón que suscita en el público la sensiblería. Aznavour, sin embargo, y afortunadamente, describe el drama-tragedia vital de la madre que agoniza, desde su posición de narrador empático, desde una distancia que sin embargo deja traslucir el calor humano y la piedad. Es esta posición, más objetiva – si bien no fría o indiferente – que subjetiva, lo que le permite arrancar a la canción ese grito final de dolor ajeno a toda sensiblería ratonera. «¡Nunca, nunca nos dejarás!»
Por otra parte, nada falta para lograr el «color local», otro tópico, tan estimado por los románticos: los acordes de guitarra y los punteos como de mandolinata; los hijos y nietos torno al lecho de muerte sin que falte -italianidad obliga- el hijo maldito, la oveja negra de la familia; la invocación a la Virgen – arquetipo del anima materna y maternal, al que se remite la figura de la mamma -; las canciones locales entonadas por las mujeres; el calor; el vino… sin que lleguen a aparecer los espaguetis, demasiado cómicos en este contexto; además, el beber es lirismo, mientras que el comer es animalidad y rompería el encanto de la atmósfera creada.
Un punto negro, a pesar de todo, un ripiazo insufrible: «Sainte Marie pleine de grâce / Dont la statue est sur la place» (Santa María llena de gracia / Cuya estatua está en la plaza). Y es que el mejor escribano echa un borrón.
La Bohème: No es fácil, después de «La Bohème» de Puccini o de «Bohemios» de Vives – quién sabe si Aznavour no la haya escuchado, al menos en parte -, recrear en una canción el Montmartre de los artistas libertarios, despreocupados, atolondrados incluso, idealistas. Juventud y amor. «Amor y libertad», como canta en la taberna el bajo de la zarzuela.
A propósito de tópicos, tanto la ópera de Puccini como la zarzuela del maestro Vives se basan y recrean hasta la saciedad el tópico de la vida bohemia, con absoluta eficacia, sin caer nunca en lo dengoso; de hecho podría decirse que el mundo de la ópera es el mundo del tópico, más que ninguna otra arte. Por ello, cuando un sedicente genio escenográfico pone la casa patas arriba en aras de la originalidad ultrancista, el tópico queda despanzurrado y la ópera -o la zarzuela- quedan no sólo desvirtuadas, sino saqueadas y para el arrastre, víctimas de la impostura y del narcisismo de un pseudo-artista que, para más inri, no gusta de la ópera y por ello se cree en el deber de destriparla. Por ello Alfredo Kraus ha tenido que proclamar y defender lo contrario: que el público va a la ópera, entre otras cosas, a soñar, a vivir por unas horas en un mundo mágico, fuera de la realidad; por tanto, esos montajes desajustados, brutales, chocantes, traicionan la ópera y burlan la buena fe del espectador.
Volvamos a nuestro cantante. Se hace evidente que Aznavour, cuyo objetivo es siempre llegar al gran público, evitará -como por otra parte también el maestro Vives y en gran medida Puccini- la sordidez bohemia de un Verlaine, de un Baudelaire, de un Henri Murger o de nuestros Valle Inclán, Gómez Carrillo, Sawa o Emilio Carrere, en su crudeza y fatal miseria. Abundando en la idea de irrealidad de la ópera, sostiene también el maestro Kraus que los espectadores de ópera llevan al teatro la ilusión de presenciar un cuento de hadas, por mucho que éste se resuelva finalmente en tragedia. Otro tanto puede decirse del ballet y, en cierta medida, de quienes acuden a un concierto de Charles Aznavour. En definitiva, estilización e idealización.
Con la salvedad, por las razones ya expuestas, de los temas más crudos como, por ejemplo, la enfermedad y la muerte o el alcoholismo y las drogodependencias, todos los maravillosos lugares comunes de la Bohemia se hallan expresados en la canción: La Butte (Montmartre), el hambre crónica por falta de ingresos, la modelo que posa desnuda, la libertad y la felicidad en permanente relación dialéctica, el frío del invierno, las noches en blanco retocando un cuadro; el café y el bistrot parisienses, etc.
El acierto argumental de la canción reside en la sucesión de sus dos tiempos: el pasado juvenil evocado desde el presente, desde fuera, por un antiguo bohemio ya fatalmente aburguesado. ¿Ha triunfado en el mundo de la pintura? No lo sabemos; en cualquier caso ya no es bohemio. Aznavour suele cantar esta canción con un pañuelo blanco entre las manos, con el que parece limpiarse los dedos, tal y como hacen los pintores con sus extremidades fatalmente embadurnadas de colores. Al final de la canción, «La Bohème, la Bohème, ça ne veut plus rien dire du tout» (La Bohemia, la Bohemia, ya no quiere decir nada de nada), lo arroja al suelo con ademán que es a la vez rabia e impotencia. Entonces la música se acelera en forma de torbellino y esa espiral expresa el desolado vértigo del recuerdo.
«Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar… Pero aquéllas que el vuelo refrenaban / tu hermosura y mi dicha al contemplar / aquéllas que aprendieron nuestros nombres, / ésas ¡no volverán!». Siempre habrá artistas jóvenes soñando ideales, pero nosotros ya no somos jóvenes y hemos dejado de soñar. Y nuestro pañuelo, nuestra bohemia, nuestras ansias…ubi sunt? ¿Qué fueron sino verduras de la eras?… como las lilas de Montmartre con que arranca la canción, que rozaban las ventanas de las casas y talleres de los bohemios, pero que, al final, en la última estrofa, se hallan ya marchitas. Como establece Loïc Clotard a propósito de la novela de Murger, «Escenas de la vida de Bohemia», el final de la Bohemia se corresponde con el final de la juventud y puede desembocar tanto en el fracaso y la muerte como en el éxito, pero este éxito representa una apostasía del ideal de juventud. «La Bohemia, la Bohemia, quería decir tenemos veinte años». En la ópera de Puccini, cuando Rodolfo se separa de Mimì, exclama: «Ah Mimì, mia breve gioventù!» (¡Ah, Mimì, mi breve juventud!).
«La Bohème» es una obra maestra de la canción popular, por sus virtudes musicales y por su valor literario y teatral – que es lo que estamos estudiando aquí -; efectivamente hallamos tensión dramática, sentimientos arrebatados pletóricos de juventud, progresión y giro argumentales, así como, cuestión clave que estamos tratando, la sinceridad con que se expresan sus tópicos.
Además, el espíritu bohemio y las condiciones de vida que le son propias se expresan con la rudeza terrenal que requiere el tema («Toi qui posais nue» (Tú, que posabas desnuda); «Nous ne mangions qu´un jour sur deux» (Sólo comíamos un día de cada dos); «Et quand quelque bistrot / Contre un bon repas chaud / Nous prenait une toile» (Y cuando alguna taberna / pagándonos con una buena comida caliente / se quedaba con un lienzo), contrastando felizmente con la expresión del ideal, de lo celeste, no por implícita, menos presente en toda la canción.
El lenguaje de la canción es una inteligente mezcla de expresiones familiares («l´humble garni qui nous servait de nid, ne payait pas de mine»(la humilde casa que nos servía de nido, no era Jauja) con un vocabulario refinado («le galbe d´une hanche» (la curva o contorno de una cadera); es también esa crudeza expresada en «avec le ventre creux» (con la tripa vacía), contrastando con «Moi qui criais famine» (Yo que gritaba hambre), que expresa la misma idea, mas de un modo mucho más poético e incluso vanguardista. Esa oposición dota a la canción de relieve, de una gran flexibilidad y de esa auténtica elegancia, nunca hierática, que para Galdós no es otra cosa que el auténtico desgaire, ese descuido afectado en las maneras y la vestimenta, que es mucho más una elegancia desenfadada y un tanto provocadora que desaliño. Sí, el desgaire, tan propio, por otra parte, de los bohemios.
Una sombra en la canción. Con «Je vous parle d´un temps / Que les moins de vingt ans / Ne peuvent pas connaïtre» (Os hablo de un tiempo /que los de menos de veinte años / No pueden conocer) arranca la canción; más tarde se dirá: «La Bohème, la Bohème, / ça voulait dire on a vingt ans» (La Bohemia, la Bohemia, / Quería decir que tenemos veinte años). Estrictamente hablando, no se da contradicción, pero, confrontando ambas frases, no puede uno por menos que sentirse molesto ante esa tosquedad y falta de cuidado. Bastaba con releer atentamente y qué duda cabe que se hubiera encontrado algo mejor…
Que c´est triste Venise (Venecia sin ti): Junto con la anterior, constituye probablemente la canción más conocida de Aznavour en el mundo entero. A mí, personalmente, me resulta algo acartonada y encorsetada. Aun así, ostenta una gran calidad. En «Hasta Venecia», el letrista de la canción que canta Raphael nos va diciendo que para amar no es necesario revivir o poner en acto todos los topicazos romanticoides tales como la puesta de sol, el ruiseñor, las rosas trepando por el balcón, Venecia, etc., para rematar diciéndonos en tono de cursillo pre-matrimonial católico que «… en el amor / lo único que importa para no fallar / es la clemencia y saber entregar, / no exigir y evitar causar dolor, / no hace falta ya más, / no es preciso marchar / los dos hasta Venecia». Aznavour, claro está, no dará en la moralina de vuelo gallináceo, sino que se aproximará con mayor elegancia al tópico del tempus fugit (irreparabile) barriendo el tiempo feliz que, ¡ay!, ya no volverá, tal y como queda expresado en la Barcarola, canción de los gondoleros venecianos, de «Los cuentos de Hoffmann», de Offenbach. «Le temps fuit et sans retour / Emporte nos tendresses / Loin de cet heureux séjour / Le temps fuit sans retour» (Huye el tiempo y no vuelve atrás, / llevándose nuestras ternuras /Lejos de este feliz lugar / Huye el tiempo y no vuelve atrás). Atmósfera crepuscular y acuática en ambos casos, Offenbach y Aznavour. Melancolía. Nostalgia anticipada en Offenbach; añoranza a posteriori en Aznavour, mas en ambos casos, anunciado o constatado, se expresa el ocaso de la pasión, el naufragio del amor. Sobrevuela la canción de Aznavour el regret, ese lamento por lo que fue e irremediablemente se perdió para siempre. Todo baña en una luz de postrimerías, hastiada y desengañada, desahuciada, decadentista incluso en su triste exasperación, como en una novela de Gabrielle D´Annunzio.
Sin el amor, la belleza pierde su encanto y su brillo y deja incluso de ser bella pues nuestra percepción, siempre subjetiva, se ha teñido de dolor, tanto que incluso Venecia, por triste, ha dejado de ser hermosa. Lo que antes quedó asociado al estímulo embriagador del amor, ese marco incomparable de la ciudad de Venecia, ofrece ahora tan sólo vacío y, azuzando así la ausencia, nos incendia de dolor. Algo similar tiene lugar en «Madrid, de corte a checa», de Agustín de Foxá: el protagonista acaba de romper con su novia y entonces todo aquello que previamente contemplara , diera marco alegre o cobijara íntimamente sus amores, queda degradado y desmazalado y así las fuentes parecen no cantar ya, los pájaros enmudecen, los paseos y alamedas pierden todo sentido y tórnanse superfluos… «… pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres» (Mateo 5, 13)
Como letrista, Aznavour hace gala de su dominio de la lengua francesa con bellas imágenes abstractas y contraposiciones conceptuales tales como «lorsque les barcarolles ne viennent souligner que les silences creux» (cuando las barcarolas no subrayan más que los hueros silencios), o bien con ese dramático y casi cinematográfico «quand on cherche une main que l´on ne vous tend plus» (cuando se busca una mano que no se nos tiende ya). Y la lacerante ironía como refugio último del desengañado: «Et que l´on ironise /devant le clair de lune / pour tenter d´oublier / ce que l´on ne se dit pas» (Y cuando se ironiza / ante el claro de luna / para intentar olvidar / lo que no nos decimos). El enamorado, exultante y siempre ingenuo (o iluso) en su enamoramiento, nunca ironiza. Ama. La ironía, el sarcasmo son el desdichado desquite de quien amó mucho y se encuentra luego solo como un perro.
Obviamente, todo cuanto antecede se refiere al texto original; la traducción al español es bastante ratonera. Prueba de ello es que aparece el adjetivo ¡»romántico»!
Les comédiens (Los cómicos – en el sentido de actores -): En la canción de Víctor Manuel, «Cómicos», donde también se da un buen uso del tópico, hallamos un aparentemente digno equivalente de la canción de Aznavour; este «aparentemente» se justificará algo más lejos. En Víctor Manuel, los cómicos «beben la vida a tragos», bella expresión. Cómicos de la legua y zíngaros; el eterno viaje. Es cuanto Apollinaire expresa tan visualmente en «Mai» (Mayo): «Un ours un singe un chien menés par des tziganes / Suivaient une roulotte traînée par un âne» (Un oso un mono un perro que llevaban unos gitanos / Seguían una caravana que arrastraba un burro). Meláncolica libertad que compensa de la pobreza crónica. Hay mucho también de los artistas circenses de Picasso en todo ello, lejos del áspero realismo cervantino a la hora de describir los zafios actores que viajan de un pueblo a otro en el Quijote.
Como un sueño halagüeño que nos visitara una noche, llegan los cómicos junto a músicos y magos y crean un mundo casi sobrenatural, que, por un breve espacio de tiempo, nos arranca a la rutina y nos mete de lleno en una atmósfera de fantasía y de asombro permanente.
Con su prudencia habitual y su gran intuición para gustar y no inquietar, Aznavour evita el crimen pasional, lugar común en obras protagonizadas por comediantes, ya sea el «Pagliacci» de Leoncavallo o «Las golondrinas» del maestro Usandizaga, y se limita a exponer lo agradable en una atmósfera de fiesta que, en gran medida, parece corresponder a un recuerdo de infancia, tal y como acontece en las películas de Fellini con respecto al circo; sólo que aquí sin el exuberante subjetivismo del italiano. En su poema «Saltimbanques» (Saltimbanquis), Apollinaire se hace eco de ello: se alejan los farsantes «…et les enfants s´en vont devant / Les autres suivent en rêvant» (… y los niños se van delante de ellos / Los otros los siguen, soñando).
Uno de los méritos de la canción es su cronológica descripción de los hechos: la llegada de los cómicos a la población, su instalación, su propaganda del espectáculo, la función y la partida, con esos dos bellísimos versos finales que inciden en el viaje: «… ils traversent dans la nuit / D´autres villages endormis» (… atraviesan en la noche / Otros pueblos dormidos). El estribillo, chispeante, refleja a las mil maravillas la vivacidad de los cómicos y del espectáculo nervioso que representan. Los versos de las estrofas son cortos, como aguzados; el ritmo tanto de la letra como de la música, apremiante. La impresión que de ello se desprende es la de vivacidad. Energía chispeante en los artistas y en cuanto representan o interpretan, así como carácter veloz y efímero de su presencia, como si de genios alados y halagüeños se tratara, que derramaran venturas sobre los mortales, mas pronto se partieran y con su ausencia sus beneficios anímicos, tales como la alegría, la despreocupación, la risa, la ensoñación, se desvanecieran.
Frente al orden y la claridad de Aznavour, encontramos el desarbolado caos del texto de Víctor Manuel, que procede como a sacudidas, por no decir a coces. La canción del asturiano, mucho más desgarrada, naturalista casi (pero esto no es ningún defecto; es tan sólo una opción) adolece de pesadez, de ser repetitiva, de letra farragosa, de tufillo marxistoide de facultad («Codo con codo se hará / la cultura popular»), amén de, precisamente por ese prurito progre, insertar en el argumento una confusa asamblea por parte de los cómicos, previa a la función, para decidir si se da o no la función. Triunfa el no, pero luego cuanto se dice es tan oscuro que el oyente duda de si ha habido representación o no, si la ha habido por imposición de la autoridad y si se ha escarnecido a los cómicos por parte de esa misma autoridad. Bien cierto es que la canción se compuso en 1975, año de la muerte de Franco, en apoyo a una huelga de actores y que, obviamente, hasta algo más tarde las cosas no se podrían decir ya a las claras, sino con sinuosidades, y el no querer verlo sería producto de la mala fe. Dicho esto, se podría componer y escribir mejor. Si la canción tuvo éxito, fue debido al contexto político (elemento ajeno al arte), a su música y a un estribillo eficaz, aunque ripioso. En cualquier caso, precisamente en gran medida por ese compromiso político, la canción del español ha envejecido frente a la del francés, que conserva su lozanía.
Emmenez- moi (Llevadme): Nadie como Baudelaire ha evocado los puertos del mágico y lejano, idealizado Oriente, donde «Todo no es más que orden y belleza, lujo, calma y vouptuosidad» («Là tout n´est qu´ordre et beauté, / Luxe, calme et volupté» – «L´invitation au voyage»). Tan hipnótico es el estribillo que aletarga placenteramente, como una adormidera. Es tan bello el poema que uno ha de hacer verdaderos esfuerzos por no transcribirlo en su totalidad; en un alarde de voluntad restrictiva, limitémonos a la última estrofa: «Vois sur ces canaux / Dormir ces vaisseaux / Dont l´humeur est vagabonde; / C´est pour assouvir / ton moindre désir / Qu´ils viennent du bout du monde. / Les soleils couchants /Revêtent les champs, / Les canaux, la ville entière, / D´hyacinthe et d´or; / Le monde s´endort / Dans une chaude lumière» (Mira en estos canales / Dormir esos bajeles / De vagabundo humor; / Es para saciar / Tu mínimo deseo / Que llegan del otro extremo del mundo. / Los soles de poniente / Revisten los campos, / Los canales, la ciudad entera, / De jacinto y oro: / El mundo se adormece / En una cálida luz), donde, por cierto, los últimos versos anuncian ya al grandísimo Verlaine.
Otro tópico: el europeo, paradójicamente adocenado por su industrialismo, su positivismo, su aceleración vital, extraña, desde el inconsciente colectivo, la indolencia y el fatalismo orientales sumidos en una naturaleza lánguida y húmeda. Según Dalí, se trataría de la añoranza atávica de la Era Terciaria (del Plioceno sobre todo), anclada en el hombre. Las boutades de Salvador Dalí, nada inocentes y bien lúcidas.
En la canción, un pobre descargador de muelles, que tan sólo ha conocido «el cielo del norte», anhela «desembadurnar ese gris / virando de bordo» («J´aimerais débarbouiller ce gris / En virant de bord») y suplica a esos barcos que «vienen de los extremos del mundo» («Ils viennent du bout du monde»), cargados de «ideas vagabundas» («Apportant avec eux des idées vagabondes»), que traen «reflejos de cielo azul, de espejismos que arrastran el perfume salpimentado de países desconocidos y de veranos eternos, donde se vive casi desnudo, en las playas» ( «Aux reflets de ciel bleu , de mirages / Traînant un parfum poivré / De pays inconnus / Et d´éternels étés, / Où l´on vit presque nu, Sur la plage», que lo lleven con ellos. Desde el primitivismo de Gauguin, el occidental apresurado sueña con la Polinesia.
«Quand les bars ferment et que les marins / Rejoignent leurs bords, / Moi, je rêve jusqu´au matin, /Debout sur le port» (Cuando los bares cierran y cuando los marineros / vuelven a bordo, / Yo sueño hasta la mañana / De pie en el puerto). El soñador noctámbulo. Hay mucho de esa ansiedad, ingenuidad y ternura del pobre protagonista dostoievskiano de «Las noches blancas». Las ensoñaciones de quien suplanta la acción por la imaginación feraz y feliz. Sí, a pesar del vigor de las imágenes, tal y como se expresan en el siguiente párrafo: «Je perds la notion des choses / Et soudain ma pensée m´enlève et me dépose / Un merveilleux été, sur la grève / Où je vois, tendant les bras, / L´amour qui comme un fou, court au devant de moi / et je me pends au cou de mon rêve» (Pierdo la noción de las cosas / Y de repente mi pensamiento me levanta y me deja, por un maravilloso verano, en la arena / donde veo, tendiéndome los brazos, / al amor que, como un loco, corre a mi encuentro / y yo me cuelgo al cuello de mi sueño», sabemos bien que el pobre obrero de los muelles nunca dejará su puerto gris, de cielos húmedos como en una tintada romántica. Como en un eco lejano se oye la voz sabia, por escéptica y desengañada, de La Fontaine: «Quel esprit ne bat la campagne / Qui ne fait châteaux en Espagne?» (¿Quién no sueña lo imposible? / ¿Quién no levanta castillos en el aire?).
Literariamente, esta canción es de una gran calidad, alimentada por un poderoso numen, robusta, con resonancias hugolianas y baudelairianas («Oú les filles alanguies», «Donde las muchachas languidecientes»; o bien «où le poids et l´ennui me courbent le dos», (donde el peso y el hastío me inclinan la espalda»). Además, porque Aznavour sabe escribir letras y domina la lengua, no hay repeticiones, sino que la gran longitud de la letra se desarrolla con gran fluidez e ímpetu. El ritmo de la canción es nervioso, traduciendo así a la perfección el anhelo, la ansiedad de este soñador; el estribillo ( «Emmenez-moi au bout de la terre / Emmenez-moi au pays des merveilles … «, «Llevadme a la otra punta de la tierra / Llevadme al país de las maravillas…) posee un vuelo arrebatado, pletórico de nervio.
«Ces beaux et grands navires, imperceptiblement balancés (dandinés) sur les eaux tranquilles, ces robustes navires, à l´air désabusé et nostalgique, ne nous disent-ils pas dans une langue muette: Quand partons-nous pour le bonheur?» (Estos bellos y grandes barcos, balanceándose ( contoneándose) imperceptiblemente en las aguas tranquilas, estos robustos barcos, de aspecto desengañado y nostálgico, no nos están diciendo: ¿cuándo zarpamos para la felicidad?) (Baudelaire, «Mon coeur mis à nu»)
Le toréador (El torero): Al parecer, según me contó en su día un profesor de música de una escuela inglesa de arte dramático, cuando Bizet y su letrista idearon el personaje del torero Escamillo, con su aria de presentación pretendían suscitar la sonrisa irónica en el público, divertido supuestamente ante las fanfarronerías de un personaje bravucón. Y sin embargo, para su gran sorpresa, los espectadores tomaron en serio el personaje y en lugar de al matachín vieron al héroe viril.
Curiosamente no han sido numerosas las canciones españolas protagonizadas por el torero, posiblemente porque ese cometido y esa función las hayan asumido los pasodobles. Cuando sí se han dado esas canciones, nos han presentado una imagen esclerotizada en sandios lugares comunes cuya máxima expresión se halla en esa broma de mal gusto que representa el «Torero» cantado por Chayanne: «Torero / Poner el alma en juego … Me juego la vida por ti».
«Les taureaux», de Jacques Brel, en que los toros «se aburren el domingo cuando se trata de correr y luego de morir para nosotros», es una sabrosa y sarcástica canción que se pregunta, entre otras cosas, qué piensan los toros cuando en el ruedo levantan la vista y descubren los cuernos de los cornudos. La crítica social, cuasi omnipresente en las canciones del belga, y prácticamente ausente en las de Aznavour, ridiculiza las conductas sociales épicières (propias de tenderos), pequeño-burguesas y engreídas, que, por efecto mágico del redondel y de ese sol inmisericorde de las cinco de la tarde (hora solar)que embriaga y desinhibe, opera ridículas transformaciones psíquicas en los espectadores; y así, en esa progresión argumental acompañada en paralelo de otra de carácter psíquico y conductual , tan característica de Brel, marcada por los tres tiempos de la corrida establecidos por su autor (inicio; aparición de picador y matador; muerte del toro), el tendero irá tomándose sucesivamente por Don Juan, Lorca y Nerón, mientras que las inglesas, también sucesivamente, se creerán Montherlant, la Carmencita y Wellington. Curiosamente, tras un mínimo acorde inicial de pasodoble, la canción «taurina» es un tango, ritmo y baile ajenos al mundo taurino, algo que sin duda Brel sabía. Quizá su elección se deba a lo desgarrado y pasional del tango, que, en la percepción de Jacques Brel, concuerde con el espíritu de la corrida. ¿Quién sabe?
Montherlant, Henri de Montherlant. A este autor y a su libro «Les Bestiaires» (Los Bestiarios), donde canta con pasión la fiesta de los toros, a Andalucía y también a la Francia taurina del Midi, hay que remitirse para comprender el «Toréador» de Aznavour, quien no busca desde luego la sátira ni se permite la liviandad del folklorismo más paleto, ni el repulsivo convencionalismo discotequero de un Chayanne.
Desde los románticos (Víctor Hugo, Musset y sobre todo Théophile Gautier con su «España» y Prosper Mérimée con su «Carmen», así como el pintor Manet – cuya Lola de Valencia entusiasmara a Baudelaire hasta el punto de que le dedicaría un cuarteto -, seguidos por el escritor Maurice Barrès, seducido por Toledo y la pintura de El Greco, así como por el gran hispanista Maurice Legendre, junto al ya mencionado Henry de Montherlant y luego los escritores franceses que combaten en nuestra Guerra Civil, tales como Malraux y Bernanos, la cultura francesa se impregna de un hispanismo romántico y novelesco, exoticista, primero, científico luego. «… si jamais enfin je vous revois, / Beau pays dont la langue est faite pour ma voix, / Dont mes yeux aimaient les campagnes, / Bords oú mes pas enfants suivaient Napoléon, / Fortes villes du Cid! Ô Valence, Ô Léon, / Castille, Aragon, mes Espagnes!» (… si algún día volviera a veros, / Bello país cuya lengua está hecha para mi voz, / Cuyos campos tanto amaran mis ojos, / Orillas por donde mis pasos seguían a Napoleón, / ¡Plazas fuertes del Cid! ¡Oh Valencia, oh León! / ¡Castilla, Aragón, mis Españas!» («Laissez. _ Tous ces enfants sont bien là», «Dejad. _ Todos esos niños están bien allí», en «Les feuilles d´automne» , «Las hojas de otoño») – No olvidemos que el niño Victor Hugo llegó a España en compañía de su padre, el general Hugo, cuando las tropas del Emperador de los franceses ocuparon nuestro país –
Dada su grandísima afición a la tauromaquia, doblada de sólidos conocimientos técnicos -que, según el recientemente fallecido fotógrafo taurino Canito, sin embargo escaseaban en Hemingway- y dada su religiosa – en el sentido más lato de la palabra – comprensión del arquetipo del héroe que tan bien encarna el matador, Montherlant pone en bandeja a Aznavour su trágico relato, empapado en sangre.
Sí, claro está, en la canción de Aznavour se dan los elementos folkloricistas. También los hay en Lorca y también los hallamos en Julio Romero de Torres, por ejemplo, mas no se trata de charros protagonistas, sino de elementos que crean el decorado y esa atmósfera tan especial porque la sobrevuela la muerte. Nada de folklorista , por otra parte, se encuentra en esa sobrecogedora foto de Campúa en que Ignacio Sánchez- Mejías, consternado, contempla desde la cabecera del lecho mortuorio el cadáver de Gallito, que tan huérfano dejó al toreo.
La canción de Aznavour representa un bellísimo canto épico que describe magníficamente la figura del héroe divinizado y, a pesar de todo, porque la carne es débil, sujeto al tributo del miedo («C´est un curieux mélange de peur et de fierté» (Es una curiosa mezcla de miedo y de orgullo), inserto en el marco, idealizado y trágico, de una Andalucía viva que existe, y que pueblan «bailarinas en trance» («ces danseuses en folie») y cantaores de patéticas voces («ces chanteurs de flamenque aux pathétiques voix»). «No verás ya más» («Tu ne reverras plus») y «No sentirás ya más» («Tu n´éprouveras plus»), repetidos como mágico conjuro de maldición, conforman la creencia de lo fatalmente ineluctable, de lo trágico del destino escrito de antemano y al que el héroe, en su dimensión de protagonista de gesta, no puede sustraerse.
La canción, un pasodoble, se inicia con el torero tendido ya en la camilla de la enfermería de la plaza, expirante. Hasta él llegan los vítores que aclaman a otro matador, su rival en la epopeya del ruedo y ello le duele aún más que su propio dolor. Entonces se evocan esos aspectos de la vida profesional y anímica del matador de toros que no comparte con ningún otro mortal (el sol inmisericorde requemando el ruedo, las aclamaciones de las encantadoras muchachas, el miedo parejo a la altanería mientras un pasodoble puntúa su paseíllo). Se vuelve luego a la agonía del héroe, evocando la cogida del toro y la derrota del torero. La muerte se inclina ya sobre él: «Et seul, abandonné, / Tu vois venir la mort, / Cette fille d´amour / Qui te colle à la bouche / Pour mieux voler tes jours / En possédant ton corps» ( Y solo, abandonado, / Ves venir la muerte, / Esa muchacha de amor / Que te sella la boca / Por mejor robar tus días / Poseyendo tu cuerpo). En su vencimiento, el torero es inerte objeto de pasividad. Y nuevamente, con imágenes distintas a las de la primera evocación, se menciona lo que el muerto no verá ya ni disfrutará nunca más. Si la muerte es certera y fiel en su contumacia, la gloria, sin embargo, es tornadiza y, con total displicencia y frivolidad inhumanas, desnudándose de lo que es ya tan sólo un cadáver, se reviste de un nuevo cuerpo, el cuerpo del rival.
La canción, como suele ser habitual en Aznavour, es larga. Se compone de ocho estrofas donde nada se repite, cuando lo habitual es que las canciones tengan un máximo de tres estrofas y un estribillo rengaine (machacón) con que rellenar una música que generalmente al letrista, alicorto de imaginación, de rimas, de vocabulario y de cultura, se le hace eterna. Desde luego no es, ni por asomo, el caso de Aznavour. Como muestra de su riqueza de vocabulario, citemos un tanto al azar los siguientes versos: (el traje de luces se halla) «avili de poussière et maculé de sang» (envilecido de polvo y con máculas de sangre); «La bête a eu raison de ta fière prestance» (La bestia pudo con tu altanera prestancia); «Ta merveilleuse allure et ta folle arrogance sont tombées dans la sciure et le sable rougi» (Tu porte maravilloso y tu loca arrogancia han caído en el serrín y el albero enrojecido); «Tu as perdu la face et soldé ton destin» ( Perdiste el prestigio y saldaste tu destino), etc.
Aunque, entre otras cosas por falta de conocimientos, no sea nuestro propósito analizar musicalmente las canciones de Charles Aznavour, digamos tan sólo que ésta basa su dramatismo sonoro en el acertado contraste entre las estrofas que describen al héroe derribado -aceleradas, ansiosas- que tan bien expresan las bascas de la muerte, y aquellas otras estrofas – de majestuoso vuelo y empaque lírico- en que se describe lo que el torero agonizante no verá ya nunca más.
Digamos algo de «La hora», interpretada por Raphael desde su falsete más cursi. Haciéndose eco de esos maletillas que, como el jovencísimo Belmonte, de noche, aprovechando la oscuridad, cruzaban a nado el Guadalquivir para torear, desnudos y solapadamente, toros en un predio, la canción comienza evocando los inicios de un torerillo que torea a la luz de la luna, bajo la protección del astro («La luna en el campo al chiquillo / Con quites de luz lo ayudó»); luego, con el chiquillo convertido ya en torero, llegará el día en que un mal presagio, expresado en el sonido agudo del clarín clavándosele como un puñal en el alma, inundará su ánimo de inquietud y zozobra; entonces el torero volverá su pensamiento a la luna que su corazón había olvidado, posiblemente porque el éxito, endiosándolo, lo volvió desmemoriado e ingrato; mas ¿dónde está la luna a las cinco de la tarde bajo un sol despiadado? (Recordemos a este propósito cómo, si no voy errado, en «Eloísa está debajo de un almendro», de Jardiel Poncela, dice uno de los personajes que la luna está siempre tan pálida porque sólo sale de noche) La luna no responde. Llega la noche. La luna contempla entonces la arena. «Tenía claveles de sangre» y luego «llorando se marchó». La canción narra de manera un tanto críptica, pero en general poéticamente, con una evocación muy misteriosa de la noche, la muerte del torero. Se presenta mucho más sintética que la de Aznavour, tan dilatada; es casi simbolista en sus planteamientos, aproximándose a los nocturnos oliváceos y arcánicos de un Romero de Torres. La música es envolvente, un tanto hipnótica, llena de presencias mágicas; sin embargo la letra, a pesar de aciertos, incurre en rimas muy pobres, tipo «ayudó – olvidó», «miró – dejó», así como en una sintaxis algo confusa al no distinguir con claridad los sujetos de dos acciones distintas («clavó» para el clarín frente a «buscó» para el torero), amén de caer en la contradicción: «Buscó (el torero) sin saber para qué /Bajo un cielo de sol a su luna de ayer»; ¿cómo que sin saber para qué?… ¡claro que sabe para qué! ¿Para qué ha de ser sino para invocar nuevamente de ella su protección frente al ominoso clarín, de tan mal agüero? Lo que ocurre es que el letrista buscaba una rima y, feliz por haberla encontrado – a pesar de lo miserable que es -, no dudó en crear un contrasentido; posiblemente, con las prisas, ni repararía en ello… Todas estas cosas son ajenas al buen hacer de don Charles Aznavour.
Sur le chemin du retour (En el camino de vuelta): Como en «Les berceaux» (Las cunas) de Sully Prud´homme, se expresa esa tensión propia del varón, desgarrado entre la tentación aventurera de lo ignoto, por una parte, y la necesidad de la estabilidad emocional cifrada en el hogar y la familia, por otra parte. «… car il faut que les femmes pleurent / Et que les hommes, curieux, / Tentent les horizons qui leurrent / Et ce jour-là les grands vaisseaux, / Fuyant le port qui diminue, / Sentent leur masse retenue / Par l´âme des lointains berceaux» (Pues han de llorar las mujeres / Y los hombres, curiosos, / han de zarpar hacia los horizontes engañosos / Y ese día los grandes bajeles, / Huyendo del puerto que disminuye, / Sienten su masa retenida / Por el alma de las lejanas cunas). Tópico. Tan real que ha creado grandes tensiones en las relaciones amorosas, cuando no las ha desgarrado. Por ello se admira a Don Juan pues ha sacrificado la necesidad de estabilidad afectiva a la conquista, a la aventura permanente y así a la juventud eterna. Decisión heroica.
«Peer Gynt», de Ibsen, no sería en definitiva más que la epopeya del varón, siempre inmaduro, en su eterna contradicción entre la necesidad del riesgo y la necesidad de la seguridad, entre el señuelo de la felicidad lejana, ese embeleco -Circe, la hechicera- y la felicidad, infravalorada por real y tangible, del hogar y de la esposa -Penélope-.
En la canción de Aznavour, de ritmo ansioso, con dejes casi de garbosa marcha militar sugerida por una muy marcial percusión, el héroe parte atraído por lo lueñe, abandonando un amor cierto; mas si junto a la amiga, le escocía la llamada de lo desconocido, sin ella, le duele la separación. Al final, decide volver junto a la amada, resuelto a no dejarla ya nunca más, pero ¿podemos creerle?
La canción, como suele ser habitual en Charles Aznavour, es larga. Se compone de veinte versos y estribillo; hay una intriga interior, psíquica, que posiblemente, por insoluble, no se resuelva nunca a pesar de la determinación del protagonista. Lo único que queda claro es que el corazón del hombre es nostalgia.
Son, y no es de extrañar en él, bellas muchas de las expresiones de la canción, en su exasperada desazón. Arranca la canción con «Pour tromper ma vie et rompre le temps / Avec mon chagrin pour fardeau / Fuyant ton sourire et tes vingt printemps / Qui me collent encore à la peau…» (Para engañar mi vida y romper el tiempo / Con mi pena por fardo / Huyendo de tu sonrisa y de tus veinte primaveras / Adheridas aún a mi piel…) El desengaño, omnipresente: «Croyant m´enrichir du sel et du miel / D´une vie au triple galop, / J´ai jeté mon âme à l´assaut du ciel; / Il ne m´a rendu qu´un sanglot. / Que me reste-t-il du temps gaspillé / À vaincre les monts et les mers? / Des années perdues à fuir un passé / Qui s´accroche à mon univers?» (Creyendo enriquecerme de la sal y la miel / De una vida al triple galope, / Arrojé mi alma al asalto del Cielo; / No me devolvió más que un sollozo /¿Qué me queda del tiempo dilapidado / En vencer los montes y los mares? / Años perdidos en huir de un pasado / Que se agarra a mi universo) Concluye con «Mais l´amour en moi brisera l´orgueil / Car je n´en peux plus de t´aimer / Et mon coeur vaincu franchira ton seuil / Pour ne plus jamais s´en aller» (Pero el amor en mí / Romperá el orgullo / Pues ya no puedo más de amarte tanto / Y mi corazón vencido / franqueará tu umbral / Para no irse ya nunca más) Y preguntamos nosotros, escépticos: ¿cuánto tiempo durará ese «nunca más»?
«Sagesse», de Verlaine, es una colección de poemas que giran en torno al deseo de volver, que están permanentemente «sur le chemin du retour»; son los poemas de la nostalgia de la edad de oro personal, ontogenética, de la confiada infancia, de la madre protectora, de la religión bondadosa que junta las manos regordetas de los niños; es el hogar, esa llama que calienta a toda la familia, sentada torno al fuego benéfico y amparador de los penates. «Sagesse», «Sabiduría». El título lo dice todo; pero se trata no de una sabiduría que emerja del conocimiento, sino de una sabiduría de cordura, juiciosa, que conoce el Bien y lo procura. ¡Pobre Verlaine de vida tan airada, alcohólico, desheredado por insufrible, desleal e infiel, descabalado, rechazado, revolcándose en la ignominia, mas deseoso de volver a Cristo, volviendo (a su manera) y luego, bien pronto, volviendo a caer, alejándose de sus buenos propósitos de enmienda! En él se realiza aquel proverbio verdadero: «Volvióse el perro a su vómito, y la cerda, lavada, vuelve a revolcarse en el cieno» (San Pedro 2, 21). Sí, pero como escribiera Luis Alberto de Cuenca a propósito de las novelas de caballeros andantes, a quienes mueve la demanda de lo que se ha perdido, el Santo Grial, que no es más que el Paraíso, y cuyo esfuerzo sostiene el anhelo místico del mundo sin tacha y sin pecado: «Todo es nostalgia y parece plenitud»
«Mon Dieu, mon Dieu, la vie est là / Simple et tranquille . / Cette paisible rumeur-là vient de la ville. / Qu´as-tu fait, ô toi que voilà / Pleurant sans cesse, / Dis, qu´as-tu fait, toi que voilà, / De ta jeunesse?» (Dios mío, Dios mío, la vida está allí / Sencilla y tranquila. / Aquel apacible rumor viene de la ciudad. / ¿Qué has hecho, oh tú que estás aquí / Llorando sin cesar, / Di, qué has hecho, tú que estás aquí, / De tu juventud?)
Je m´ voyais déjà (Ya me veía yo): El tópico del artista fracasado, un tema, por otra parte, tan bohemio… ¡La posteridad le hará justicia! Sí, pero en el caso que narra la canción, es a todas luces evidente que si el pasado y el presente se le mostraron esquivos, con mayor razón el porvenir no se le mostrará próvido. El olvido permanente es su magra pitanza del día a día.
Este swing rebosa amargura, mitigada, eso sí, por el buen humor de un desengañado que se resiste a darse por vencido pues sabe que entonces estaría firmando su sentencia de muerte. Todo en él han sido ilusiones vanas. Soñó con la gloria, el dinero, la fama, el amor de las bellas mujeres y tan sólo ha conocido éxitos facilones, fondas de baja estofa, condumios, chachas de sorche… mientras que el éxito, ese éxito anhelado y al que es acreedor por su talento incomprendido ¡no llega, nunca llega! Mas él porfía, que, como el Quijote, «bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible».
Quizá nadie como Baudelaire haya expresado, con su soneto «Le guignon» (El gafe), la derrota en vida del artista, inspirándose doblemente en un poema de Longfellow, «A Psalme of life» (Un salmo de vida) y en una elegía de Thomas Gray, «Elegy written in a country churchyard» (Elegía escrita en un cementerio rural). «L´Art est long et le Temps est court…Loin des sépultures célèbres, / Vers un cimetière isolé, / Mon coeur… Va battant des marches funèbres. / Maint joyau dort enseveli / Dans les ténèbres et l´oubli… Mainte fleur épanche à regret / Son parfum doux comme un secret / Dans les solitudes profondes» (El Arte es largo y el Tiempo es corto… Lejos de las sepulturas célebres, / Hacia un cementerio aislado, / Mi corazón… Va batiendo marchas fúnebres, / Son muchas las preseas que duermen sepultadas / En las tinieblas y el olvido… Numerosas flores esparcen pesarosas / Su perfume suave como un secreto / En las profundas soledades».
En este punto el lector ingenuo podría preguntarse por qué Aznavour no compone unos textos, unos poemas tan bellos como los de Baudelaire y se vería tentado a valorar menos el hacer de nuestro cantante-compositor. La respuesta es bien sencilla. Baudelaire crea poemas por ser poeta, mientras que Aznavour crea canciones (letra y música) para ser cantadas. Los poemas de Baudelaire, por muy musicales que sean en general, se leen o se declaman, pero no se cantan (maticemos que numerosos poemas suyos han sido llevados a la música por compositores de talento, Fauré entre ellos; Léo Ferré también ha musicado «Les Fleurs du mal»; tan cierto es ello como que esto se ha hecho a posteriori pues Baudelaire no versificaba con intención de ser cantado, sino leído). Las letras sí se cantan; las letras no son poemas. Las letras se escriben con el doble propósito de que, primero, casen lo mejor posible con la música hasta el punto de que su maridaje las haga inseparables y, segundo, que puedan memorizarse con facilidad de tal manera que lleguen a ser cantadas, canturreadas o tarareadas por el pueblo, que es algo mucho más vasto, heterogéneo y simple que la minoría de lectores de poesía. Y por ser dos géneros distintos, aunque compartan más de un aspecto, sus técnicas, obviamente, variarán, así como sus objetivos.
Tu t´ laisses aller (Te abandonas): Hay algo del espíritu del vodevil en esta canción y del teatro costumbrista; por ello se trata de una canción cómica, aunque con su deje amargo. No se trata de adulterio, sino del hastío de un marido frente a su mujer que envejece y que no sólo no hace nada por luchar contra la decrepitud, sino que se deja plácidamente llevar por la corriente de la edad. Claro está que hay mucho de proyección por parte del marido en los reproches que dirige a la esposa y ello hace a la canción más humana. Uno se pregunta cómo encararán la vejez en su convivencia cotidiana. Posiblemente con las mezquindades propias del ser humano, soportándose y nutriendo el uno respecto al otro una gran ambivalencia de sentimientos, una mezcla de amor y odio, así como una gran interdependencia alimentada por refuerzos intermitentes.
La situación planteada (el marido bebido que recrimina a la mujer su degradación física) es tan pedestre, las alusiones al aspecto físico que ella presenta en su dejadez («tes bas tombant sur tes chaussures», (con tus medias cayendo sobre tus zapatos), el odio marital («parfois je voudrais t´étrangler», (a veces querría estrangularte), los comentarios despreciativos («j´ai décroché le gros lot le jour où je t´ai rencontrée», me tocó la lotería el día en que te encontré) son tan zafios y naturalistas, que uno no puede por menos sonreír, si bien con algo de inquietud. Al final, quizá porque entrevea una cierta esperanza, aunque más bien por crear un nuevo embeleco que le permita seguir con ella, el marido recoge velas y, en aras de la preservación de su matrimonio, la invita, irrisoriamente, a esforzarse por mejorar su aspecto («fais un peu de sport», (haz algo de deporte).
Hasta con lo más feo y ridículo, Aznavour sabe hacer una buena canción, intensa y larga sin repeticiones. Comparémosle a nuestro José Luis Perales. Con su voz anémica, en «Y quién es él», quintaesencia musical de lo anodino e inane, y en «Me llamas», canción esta última hecha con una música de la más baja laya y exhibiendo una percusión machacona, hermana gemela de los coches tuneados, Perales, el «Lloros», como le motejan algunos, pesado, repetitivo, diciendo en cuatro minutos algo para lo que bastaría uno y medio, pregunta a su mujer con respecto a su amante que «a qué dedica el tiempo libre»… yo le hubiera preguntado que si es del Madrid o del Atleti… y luego le dice que, como puede llover, no olvide acudir a la cita amorosa provista de paraguas… sí, no vaya a coger una pulmonía y haya que ingresarla luego deprisa y corriendo en la UCI…; y la otra señora, la de «Me llamas», que se ve es su amiga de confidencias, sale a la calle «con el bolso que él te regaló» y además, porque no es eso todo, «aquel vestido que nunca estrenaste, lo estrenas hoy». ¡Y se creerá tan moderno por incorporar a la «poesía» los objetos y las situaciones más baladíes de nuestra existencia doméstica! ¡Que se quiten las más osadas vanguardias de en medio, que aquí llega José Luis Perales, un Malévich o un Lucio Fontana de la canción popular!
Ninguna ironía, necedad monolítica, edulcoración estomagante, empalagosa bondad, ¡a mí me da algo!…
Comme ils disent (Como dicen): La homosexualidad, en este caso doblada de travestismo. Con un Aznavour revestido de una chaqueta de mariquita, prietas las nalgas y bien juntitos los muslos, los brazos cruzados sobre el pecho, ademán melindroso y gesto madamo, Aznavour interpreta a un homosexual que vive solo con su mamá en una vieja casa, que tiene una tortuga, dos canarios y una gata, que cose a máquina, va a la compra, guisa, limpia, lava y friega, que es un poco decorador y un poco estilista…pero es por la noche cuando se revela plenamente en una boîte, ejerciendo artísticamente de travesti en un número que finaliza en strip-tease con desnudo integral. Tras ello va a cenar a altas horas de la noche en cualquiera de esos «bar-tabac», tan numerosos en París, junto a sus amigos, que uno supone serán también, al menos en parte, de la cáscara amarga, y allí se dan al cotilleo, a la chanza y al sarcasmo contra aquellas personas que no tragan, pero, eso sí, siempre con humor: nótese bien la pulcritud, lo pulido de la expresión y la riqueza del vocabulario, «Mais on le fait avec humour / Enrobé dans des calembours / Mouillés d´acide» (Pero lo hacemos con humor / rebozado en retruécanos / Empapados de ácido). Topan con heterosexuales que se mofan de ellos, imitándolos desde la jactancia. Y luego la vuelta a casa de madrugada. La vuelta a la soledad. En el tocador, frente al espejo, «Comme un vieux clown malheureux / De lassitude» (Como un viejo payaso enfermo / De fastidio), se desprenderá de su falsa cabellera, de sus falsas pestañas, de su falsedad, que él querría fuera su verdad. Se acuesta luego, pero no logra conciliar el sueño. «Je me couche, mais ne dors pas. / Je pense à mes amours sans joie, / Si dérisoires, / À ce garçon beau comme un dieu / Qui, sans rien faire, a mis le feu / À ma mémoire» (Me acuesto, mas no duermo. / Pienso en mis amores sin alegría, / Tan irrisorios, / En ese muchacho bello como un dios / Que, sin pretenderlo, le ha prendido fuego / A mi memoria). Dice Proust, homosexual él también como el personaje de Aznavour, que el drama de los suyos consiste en que se enamoran de otros hombres heterosexuales y que por tanto no pueden verse correspondidos. Y esto, sin ser toda la verdad, sí que es parte de la verdad. Como haciéndose eco de esta constatación de Marcel Proust, prosigue Aznavour: «Ma bouche n´osera jamais / Lui avouer mon doux secret, / Mon tendre drame / Car l´objet de tous mes tourments / Passe le plus clair de son temps / Aux lits des femmes» (Mi boca no osará jamás / Confesarle mi dulce secreto, / Mi tierno drama / Pues el objeto de todos mis tormentos / Pasa lo más granado de su tiempo / En las alcobas de las damas). Y concluye así: «Nul n´a le droit, en vérité, / de me blâmer, de me juger» (Nadie tiene derecho, en verdad, / A condenarme, a juzgarme). Le vienen a uno a la memoria las bellas palabras que el Papa Francisco pronunció hace poco tiempo a propósito de los homosexuales: «Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?» ¿Es insuficiente esta declaración? Sí, ciertamente, pero es mucho, muchísimo, pues no olvidemos que la Iglesia Católica es un auténtico mostrenco y que, como tal, no gusta de cambiar y tiende siempre a la inmovilidad.
Canción conmovedora, tristísima – de las más dolientes que hayan sido escritas jamás -, desgarradora y que revela con crudeza y en toda su crudeza la condición del homosexual: soledad, desprecio y marginalidad. Lo que en italiano se llama un deviante. Todo ello expresado en una música desolada y con una actuación tan eficaz y emocionante como parca en movimientos, escuetísima. La letra, como es habitual en nuestro artista, es larga: narra, sin repetición alguna -recurso de los que poco tienen que decir, mas han de llenar unos cuantos minutos, y del que Aznavour nunca tira- y con un muy sucinto estribillo («Je suis un homo, comme il disent», (Soy un homo, como dicen) la historia del travesti, un día entero de su vida, con sus hábitos domésticos, así como sus sentimientos.
Ésta es una de las pocas canciones de Aznavour capaces de suscitar en el espectador un cierto desasosiego, una cierta inquietud. Es mérito en un artista que no persigue la denuncia social ni el enfrentamiento a unas normas aceptadas, el que exponga valientemente un auténtico tabú, que suscita muchos temores, recelos y resquemores personales y sociales. En efecto Aznavour – frente a un Brel, un Brassens o un declarado comunista como Ferrat -, porque desde luego rehúye incomodar para no alienarse el favor de ningún espectador potencial, raramente apelará a la conciencia social del espectador. Aznavour nunca hará canción engagée, comprometida. Y estoy por decir: «¡Menos mal!».
El tópico de la homosexualidad es tan antiguo como la literatura y siempre el homosexual ha salido muy mal parado. Homosexuales y judíos, siempre escarnecidos, siempre despreciados, siempre agredidos y, como mucho, tolerados condescendientemente. Aristófanes, tan conservador, se burla cruelmente de ellos; en el «Satiricón» de Petronio (que Fellini convierte en el relato de una iniciación a la homosexualidad) y en «El asno de oro» de Apuleyo, son objeto de burla y por otra parte, son personas que evolucionan en ambientes de gueto. Así hasta nuestra época, hasta que André Gide se planta. Y entonces las cosas, muy poco a poco, van modificándose. Pasolini, desde el fenómeno de la proyección tan bien enunciado por Freud, explica cómo el individuo siente dentro de sí unos impulsos condenados por la moral imperante y, atemorizado ante ellos, los reprime y vuelca su energía en denunciar y perseguir con gran agresividad toda conducta que exprese esa realidad suya que se niega a aceptar. «Si aggrappano ferocemente alla norma, se ne fanno sacerdoti… contro l´anormalità che è dentro di lui, inconscia, e che egli vede negli altri, facendone oggetto del suo odio, del suo rancore, della sua disperazione» (Se agarran con ferocidad a la norma, se convierten en sus sacerdotes… contra la anormalidad que está dentro él, inconsciente, y que él ve en los otros, convirtiéndolos en objeto de su odio, de su rencor, de su desesperación) (Pier Paolo Pasolini, «Razzismo» en la revista «Reporter», 8 marzo 1960). Aznavour escribe su canción en 1972.
Víctor Manuel ha tocado en dos canciones el tema de la homosexualidad («Quién puso más» y «Primavera es cuando llega abril») y en una el del travestismo, en la titulada «Como los monos de Gibraltar». Con su voz hincada en la garganta como un puñal, propia del paisanín asturiano (que tan bien le va a su repertorio más del terruño, pero tan inadecuada para lo demás), y repitiendo hasta la saciedad, machaconamente y a lo posma, la misma estrofa una y otra vez, nos regala estos versos de paupérrima rima, sincopados y dislocados: «Si es alta, rubia y se llama Gaspar / Y está en edad de empezar a tontear, / A ver quién pone puertas al campo. / De pronto un día se quiere casar, / que si el registro, que su identidad, / Es una losa y la quiere cambiar. / Que alquilan piso, se meten dentro, / Y va a estudiar para oficial». Víctor Manuel, ¿qué nota sacaba usted en «Redacción» en el colegio? Y, previamente, dice: «Cuando le ven cómo baja a la calle, / Agarrado del talle, hecho un brazo de mar». «Agarrado del talle»… pero ¿quién le agarra del talle? ,¿o es que quería usted decir «ceñido», «tan ceñido»?…
Podríamos seguir con muchos más ejemplos («Les émigrants», recreando en tercera persona, esto es sin personalizar, la lucha anónima del hombre que abandona su país, empujado por la necesidad, y que es la historia, también épica, de tantos españoles, irlandeses, italianos, etc. dando forma a nuevos países; «Pour faire une jam», descripción del mundo noctámbulo del jazz, con su improvisación, su libertad, el trance musical, en una perspectiva que se nos antoja de Boris Vian; «For me formidable», que juega felizmente con las lenguas inglesa y francesa, abordando el tópico de la confusión de lenguas que da lugar a equívocos e interpretaciones tan eficaces desde el punto de vista cómico, y que crea ingeniosos juegos de palabras – » Avec ton air canaille… How canaille love you? – y que es precedente de la muy graciosa canción de Renaud «It is not because you are, C´est pas parce que you are me»), pero ello nos alargaría demasiado y ya va siendo hora de que abordemos la segunda y última parte de este estudio.
d) Razones de un éxito:
Antes de ello, no obstante, a guisa de conclusión de esta primera parte, digamos que el éxito de Aznavour se debe, si no exclusivamente, sí en gran medida a la habilidad con que sabe abordar los grandes tópicos de la literatura, que corresponden a las grandes preocupaciones vitales y arquetípicas del hombre de todos los tiempos. El espectador se ve reflejado y expresado en ellos, cumpliendo así sus canciones la misión de liberarle catárticamente, amén de ofrecerle, sin suscitar en él recelo alguno, antes al contrario brindándoselos con amistosa confianza, sin inquietarle, unos temas universales tratados de forma dramática, mas ciertamente securizante.
Explican también su calidad y su éxito la versificación de sus canciones, así como lo acertado de imágenes y comparaciones. La forma de versificar de nuestro autor y cantante será siempre clásica, nunca sorprendente (como pueda serlo en un Brassens con, por ejemplo, sus cortes arbitrarios de la oración, su ritmo y su prosodia, con los que consigue un efecto cómico indudable) o vanguardista. En ocasiones incluso se dará el ripio ágil y fluido que contribuye al ritmo del poema-canción. Por otra parte, ¿quién dijo que el ripio era necesariamente malo? Zorrilla construye su poesía asentándola en unas rimas fáciles, que se revelan siempre eficaces, por aportar, entre otras cosas, una gran vivacidad al relato y a los diálogos ( Lucía: ¿Sí?, ¿qué nombre usa el galán? / Don Juan: Don Juan. / Lucía: ¿Sin apellido notorio? / Don Juan: Tenorio. / Lucía: ¡Ánimas del Purgatorio!).
En «Plus bleu que tes yeux» – que se verá más adelante, en la segunda parte de este estudio -, las comparaciones no pueden ser de lo más convencional: «le bleu de tes yeux» (el azul de tus ojos) que es mayor que «le bleu des cieux» (el azul de los cielos); el rubio de tus cabellos, mayor que el rubio de los trigos, etc. El acierto de Aznavour consiste en repetir para ambos términos de la comparación (vg, los ojos de la amiga y el cielo) el adjetivo común («bleu», azul) y así: «Plus bleu que le bleu de tes yeux / Je ne vois rien de mieux / Même le bleu des cieux» (Más azul que el azul de tus ojos / No veo nada mejor / Aun el azul de los cielos), que da casi en fórmula ritual encantatoria.
En «La increíble historia del doctor Floit y míster Pla», Boadella pone en boca de Josep Pla, a propósito de ya no recuerdo qué pintor catalán contemporáneo, la siguiente afirmación: «… un pintor que no aspira a la genialidad, que ya es mucho, eh, que ya es mucho…» Tampoco Aznavour aspira a la genialidad; no se pretenda hallar en él la sorpresa desconcertante, propia, por ejemplo, del surrealismo. Aznavour es orden y concierto. El gran público quiere reconocerse en sus canciones y exige lo esperable y lo cómodamente securizante desde el punto de vista psíquico. Conste que no hay censura alguna ni reproche en esta aseveración.
Preguntémonos antes de concluir esta primera parte, tras confrontar mentalmente, por un lado, a Édith Piaf, los Aznavour, Brel, Brassens, Ferré, Ferrat, Moustaki, con nuestros Perales, Víctor Manuel (compositores ambos de sus canciones), Raphael, Iglesias (tan sólo intérpretes), por otro lado, cómo es posible que unos sean tan buenos y los otros, los nuestros, tan malos en general, que ni para cantar sirven, cuando España, después de la fértil Italia, ha dado al mundo los mejores cantantes líricos. Creo que la respuesta está en la configuración política histórica de uno y otro país. Mientras que en Francia, desde la Tercera República, con Jules Ferry y el «petit père» Combes, que consagra una enseñanza laica, gratuita y obligatoria que conforma un país culto y sólido, en que los niños aprenden a leer y a escribir bien, a apreciar la buena literatura, en nuestra triste España, a pesar de la bienintencionada y sobre el papel benéfica ley Moyano, como la educación recae en manos de la Iglesia, que hace mangas y capirotes de la enseñanza y como la instrucción pública es tan endeble y en general tan minusvalorada por nuestros políticos… pues de esos polvos, estos lodos… eso de escribir y componer medianamente bien una canción, se nos va a hacer muy cuesta arriba.
Si bien nos limitemos en este estudio, como ya se ha dicho, por falta de conocimientos musicales, a los aspectos literarios y psicológicos de la obra de Aznavour, cabe señalar la gran variedad de melodías, ritmos y cadencias que caracterizan sus canciones. Frente a otros cantantes-compositores (Brel, Brassens, Ferrat, etc.) cuyas canciones se parecen bastante – y prueba de ello es que al tararearlas, se pasa con facilidad de una a otra -, las de Aznavour son bien distintas y difícilmente mezclables o confundibles, lo cual, obviamente, constituye un mérito musical indiscutible.
Ponemos punto final a esta primera parte citando de nuevo a Baudelaire y aplicando su cita a Charles Aznavour. «… existe-t-il quelque chose de plus charmant, de plus fertile et d´une nature plus positivement excitante que le lieu commun?… ma seule consolation es d´avoir peut-être su plaire, dans l´étalage de ces lieux communs, à deux ou trois personnes qui me devinent quand je pense à elles…» (… ¿existe algo más cautivador, más fértil y de una naturaleza más positivamente excitante que el lugar común?… mi único consuelo es haber sabido gustar, en la exposición de estos lugares comunes, a dos o tres personas que me adivinan cuando pienso en ellas…) (Baudelaire, «Salon de 1859). En lo que a vosotros dos se refiere, queridos Charles ambos, seguro que sí: a más de tres y a más de cuatro.
II) AZNAVOUR Y LA CANCIÓN DE MAGLIA
Vous êtes bien belle et je suis bien laid
(Victor Hugo, «La chanson de Maglia»)
a) El físico de Aznavour:
¿Cómo es físicamente Charles Aznavour? No es precisamente un varón muy agraciado: corta estatura, cabeza bastante grande, exoftalmia, cutis avellanado, dos grandes arrugas que le surcan perpendicularmente las comisuras de los labios y que avejentan su rostro, cejas excesivamente pobladas que no se depila, algo belfo, muy enteco. Un «petit chose» (un poquita cosa), como en la novela de Alphonse Daudet.
Aznavour, incluso el que fuera joven Aznavour, ofrece un aspecto provecto. Su origen armenio contribuye a su apariencia caucásico-orientalizante. Aznavour se nos antoja, en gran medida, uno de esos gitanos mal encarados y que parecen haber sido siempre viejos.
A ello va a contribuir su voz, una voz oriental, in gola, estrangulada incluso, que le constriñe los agudos, con una ronquera que raspa las notas y que lo asemeja, desde este punto de vista vocal, a un Porrina de Badajoz, si bien este último entone y matice mejor y maneje con maestría el falsete, algo a lo que Aznavour nunca recurre.
«Crispin et Scapin» es un magnífico óleo, con aspecto de acuarela por sus desvaídos colores, de Honoré Daumier. En él aparecen estos dos criados de la Commedia dell´Arte italiana. Creo no equivocarme al afirmar que Crispin es el personaje vestido de negro con puntilla blanca al cuello, que susurra algo al oído del compañero que da la cara al espectador y que no puede ser otro, aunque sólo sea por eliminación, que Scapin, quien por otra parte acabó por vestirse de blanco sobre las tablas. ¡Qué gran parecido entre esta máscara de la Commedia, Scapino en italiano o Scapin en francés, y nuestro Charles Aznavour! A excepción de la expresión, tan malévola, astuta y amoral en el criado frente al aspecto afligido y taciturno del cantante, ¡cómo se asemejan ambos rostros! Así pues, a Aznavour no le corresponde el aspecto del héroe, bello y bien agestado, sino el del siervo, más trabajado por las penalidades, más agraviado por las circunstancias adversas, más avellanado por la falta de comodidades, más castigado, en definitiva, por la existencia.
Todo lo anterior no es cuestión baladí. Al contrario, pues va a informar al personaje que Aznavour va a encarnar en sus canciones de amor, escritas y cantadas en primera persona; el «je» y el «moi», frente al «tu» y al «toi» de la amada.
Es un tópico hugoliano la oposición psíquica y fenomenológica entre, por una parte, el hombre, torpe, feo, monstruosos incluso, viejo, de líbido oscura y, por otra parte, la mujer, graziosa, accorta e bella (graciosa, sagaz y bella, ) tal y como reza el aria de Paisiello, de luminosa líbido. Quasimodo y su amo, Claude Frollo, frente a Esmeralda. Hades frente a Perséfone.
Llega el momento de exponer el poema de Víctor Hugo, «Chanson de Maglia» (Canción de Maglia), con su traducción correspondiente.
Vous êtes bien belle et je suis bien laid;
À vous la splendeur de rayons baignée,
À moi la poussière, à moi l´araignée.
Vous êtes bien belle et je suis bien laid,
Soyez la fenêtre et moi le volet.
Nous règlerons tout dans notre réduit.
Je protègerai la vitre qui tremble.
Nous serons heureux, nous serons ensemble.
Nous règlerons tout dans notre réduit.
Tu feras le jour, je ferai la nuit.
Vos sois bien bella y yo soy bien feo;
A vos el esplendor de rayos de luz bañado,
A mí el polvo, a mí la araña.
Vos sois bien bella y yo soy bien feo.
Sé tú la ventana y yo el postigo.
Todo lo arreglaremos en nuestro retiro.
Yo protegeré el vidrio que tiembla.
Seremos felices, estaremos juntos.
Todo lo arreglaremos en nuestro retiro.
Tú harás el día, yo haré la noche.
Pues bien, Aznavour va a insertar sus canciones y en ellas su protagonismo dentro de esta perspectiva hugoliana del amor, doblada de otra aún más cruel, la baudelairiana. En «El bufón y la Venus», de su colección de pequeños poemas en prosa, un afligido bufón de corte, apelotonado contra el pedestal de una colosal estatua de Venus, levanta la vista hacia ella y, llorando, le dice a «la Diosa inmortal»: «Je suis le dernier et le plus solitaire des humains, privé d´amour et d´amitié, et bien inférieur en cela au plus imparfait des animaux. Cependant je suis fait, moi aussi, pour comprendre et sentir l´immortelle Beauté! Ah! Déesse! Ayez pitié de ma tristesse et de mon délire!» (Soy el último y el más solitario de los humanos, privado de amor y de amistad, y bien inferior en ello al más imperfecto de los animales. No obstante, ¡yo también estoy hecho para comprender y sentir la inmortal Belleza! ¡ Oh, Diosa! ¡Apiadaos de mi tristeza y mi delirio!). Ante lo cual, «l´implacable Vénus regarde au loin je ne sais quoi avec ses yeux de marbre» (la implacable Venus mira en lontananza no sé qué con sus ojos de mármol). Frente al feo, también se eleva, con su fría indiferencia, la mujer de corazón de mármol.
En la película «À bout de souffle», traducida al español como «Al final de la escapada», aparece un ficticio alter ego del director, del propio Jean-Luc Godard: el escritor Parvulesco. Entre las chocantes afirmaciones y opiniones que va desgranando en la rueda de prensa que ofrece a pie de avión, citemos la que aquí nos interesa: «Dès que je vois une belle fille avec un type qui a du fric, on peut dire automatiquement qu´elle c´est une fille bien et lui, un salaud» (En cuanto veo a una muchacha bonita con un tipo que tiene parné, se puede decir automáticamente que ella es una buena chica y él, un cabrón). En general, los tipos con pasta tienen ya una cierta edad. Porque Aznavour se nos presenta desde un principio como viejo, ya sea viejo de nacimiento, ya sea viejo prematuro o ya sea viejo eterno, se ve condenado a la relación cronológicamente desigual en la que un maduro ama a una joven. Ahora bien, la máxima del escritor Parvulesco no le es aplicable a Aznavour en sentido estricto. Parvulesco se refiere al ricachón, al hombre de negocios que ve cómo se le escapa la juventud y que la recupera simbólicamente, mágicamente, despojándose de sus viejas ropas, a través y gracias a su joven mujer o pareja y, ahora también, a la cirugía estética y las clínicas de adelgazamiento. Berlusconi, más aún que Flavio Briatore, es el más claro y patético ejemplo del varón machucho que denuncia Godard por boca de Parvulesco. Los «berlusconi» requieren de mujeres jóvenes que los engañen respecto a la tristeza de su invenciblemente progresivo deterioro físico.
No, Aznavour no es un Berlusconi fanfarrón y pagado de sí mismo, pobre extroverso ajeno a toda vida interior, cuya pobre personalidad reposa exclusivamente en el dinero. Aznavour es, más que cronológicamente viejo o, como se dice, «de una cierta edad»- aunque también pueda serlo y lo es en determinadas canciones suyas -, un viejo psíquico, estribando su vejez en la inseguridad, la ansiedad permanente de no estar a la altura y el temor anticipatorio al futuro, con la espada de Damocles del abandono pendiendo permanentemente sobre su relación.
Aznavour se sabe viejo frente a la juventud de la amada, feo frente a su belleza, torpe frente a su desenvoltura, oscuro frente a su radiante esplendor, desplazado y arrumbado frente a la centralidad solar de la mujer-muchacha. Como el arpa de la rima de Bécquer, «del salón en el ángulo oscuro, /silenciosa y cubierta de polvo, / de su dueña tal vez olvidada». Como en la canción de Maglia, oscuridad y polvo.
Ello va a generar en Aznavour un permanente desasosiego, la desazón de quien se sabe o se cree víctima, mas nunca se atreve a rebelarse o a romper, la ansiedad que genera la convicción de saberse mucho más amador que amado en una relación, por ello, forzosamente desequilibrada, la tensión debilitante del pensamiento anticipatorio de la derrota final y de la condena a la soledad, de la depresión como epílogo fatal.
b) El amor en Aznavour:
Llegados a este punto, cabe preguntarse ahora por cómo es el amor en Aznavour. Con excepciones como «Après l´amour» que expresa el cansancio pleno, la felicidad hipnótica que sigue a la relación sexual, o la alegre «Je te réchaufferai» donde el amor afortunado vence las inclemencias del invierno parisiense, en general el amor en nuestro artista es todo menos optimista, jocundo o vital. «El amor es un veneno de un poder fatal», afirma el padre prior de «La Dolorosa» del maestro Serrano.
No se dará en Aznavour ese amor juvenil, confiado, feliz incluso a pesar de sus enormes dificultades objetivas y aun en el infortunio.
En Aznavour el amor no es nunca triunfante. Parte derrotado de antemano. «Dans l´amour comme dans presque toutes les affaires humaines, l´entente cordiale est le résultat d´un malentendu. Ce malentendu, c´est le plaisir. L´homme crie: «Oh, mon ange!». La femme roucoule: «Maman! Maman!» Et ces deux imbéciles sont persuadés qu´ils pensent de concert. _ Le gouffre infranchissable, qui fait l´incommunicabilité, reste infranchi.» (En el amor como en tantos otros asuntos humanos, el entendimiento cordial es el resultado de un malentendido. Este malentendido, es el placer. El hombre grita: «¡O, ángel mío!». La mujer zurea: ¡Mamá! Mamá!» Y esos dos imbéciles están persuadidos de que piensan de concierto. _ El abismo infranqueable, que hace la incomunicabilidad, permanece sin ser franqueado)(Baudelaire, «Mon coeur mis à nu»)
Amor-veneno, amor-derrota… el amor es una enfermedad. El amor es un mal. La canción «Il fallait bien» (Tenía que ocurrir) es, en esta perspectiva, paradigmática. «Il fallait bien / que me vienne un jour / Ce mal soudain / Qu´on appelle l´amour» (Algún día tenía que llegar, ese súbito mal, que se llama amor). El amor sería pues una suerte de ictus, esto es de golpe repentino e inesperado, que deja maltrecho, muy herido, menguado y enfermo. «Il me laisse meurtri» (Me deja magullado). Si en Víctor Hugo, «Et bien souvent on pleure avant qu´on ait eu le temps de sourire» (Y se suele llorar antes de haber tenido tiempo de sonreír)(en «Fuis l´éden des anges déchus», Huye el edén de los ángeles caídos), en Aznavour » … l´amour se meurt / À peine un rire et puis des pleurs» ( … el amor se muere / Apenas una risa y luego el llanto) ( en «Il fallait bien»).
Tras las lágrimas, se impone el ominoso silencio y en él surge el lacerante recuerdo, más de lo que hubiera podido ser o debido ser que de lo que realmente fue, esto es más que de recuerdo cabe hablar de «regret», de lamento.
«Le souvenir qui naît déjà / L´amour était si beau près de toi» (El recuerdo que nace ya / Era tan bello el amor junto a ti). «Était». Era. El pasado. El recuerdo que es aflicción.
El amor gratuito y espontáneo, el auténtico, único amor, el de Romeo y Julieta, queda abolido. No, por el amor hay que pagar un precio muy alto: la soledad y la cuita permanentes. «Il fallait bien / En payer le prix / Et mon chagrin / Vient de briser ma vie» (Había que pagar un precio por ello / Y mi tristeza / Acaba de romperme la vida). Desde el momento en que, para describir el amor, se recurre a términos financiero-económicos, tales como «precio» y «pagar», es que el amor está tocado y bastante enfermo.
Juan Pablo II definió magníficamente el Infierno como «ausencia de Dios», «ausencia de Dios en cada ser» para ser más precisos. Por tanto el Infierno es la ausencia de Amor. Ésa es la auténtica condena para el precito. Surge el lamento y el remordimiento que son la expresión dolida de esa carencia, terrible en su carácter de eternidad. «Tu ne m´as laissé que regrets / Et le remords de n´avoir fait / Peut-être pas tout ce qu´il fallait» (No me has dejado más que pesar / Y el remordimiento de no haber hecho quizá / Todo lo necesario). Por ello «Ils brûlent les feux de l´Enfer / Et dans mon âme et dans ma chair» (Arden los fuegos del Infierno / En mi alma y en mi carne).
El medievalista francés Georges Duby acuña la expresión «amor intoxicado» e «intoxicado de Lanzarote» para designar el amor atormentado, fatalmente infeliz e irrealizable, al menos en su totalidad, como el que protagonizaron la Reina Ginebra y el más célebre de los caballeros de la Tabla Redonda, y que informaría luego la concepción, junto a la fin´amor provenzal, del amor en Occidente. Sí, también nuestro Aznavour ha bebido en las fuentes emponzoñadas del amor cortés y se halla «intoxicado de Lanzarote». A propósito del Roman de la Rose, en la de Jean de Meung, Duby escribe lo siguiente con clarividente belleza: «El amor, el amor de corazón, de cuerpo, no necesita para nada las zalamerías, los interminables alardes, la fingida sujeción del galán a la amiga, ni las perturbaciones del deseo, ni los trastornos de la pasión. El amor verdadero se llama amistad, caridad. Ésta debe ser la franca inclinación de un alma que se ha dado libremente, en la fe, la justicia, la rectitud de los primeros tiempos de la edad de oro. Éste debe ser el impulso físico natural, liberado de las sofisticaciones eróticas y, al mismo tiempo, de las constricciones puritanas. El amor debe ser compartido… Para que el amor sea bien hecho naturalmente, con libertad e igualdad, para gozar juntos, éste es el premio, la recompensa. Simplemente la felicidad en la tierra. Un poco de terreno ganado a la corrupción, reconquistado por Naturaleza, el «arte de Dios», como dirá Dante. Por fin la puerta cerrada tanto al contemptus mundi, a ese rechazo del mundo que los sacerdotes predicaban desde hacía diez siglos, como a la irrealidad en la que soñaban con aniquilarse los intoxicados de Lanzarote».
Ese amor, amor verdadero, tal y como lo caracteriza Duby es el de Romeo y Julieta, juvenil y espontáneo, libre, bello, exento de toda perversión, ya sea de orden físico o mental. Juliet: «Thou know´st the mask of night is on my face; / Else would a maiden blush bepaint my cheek. /For that which thou hast heard me speak to-night. / Fain would I dwell on form, fain, fain deny / What I have spoke: but farewell compliment! / Dost thou love me? I know thou wilt say _ Ay; / And I will take thy word; yet, if thou swear´st, / Thou may´st prove false: at lovers ´s perjuries, / They say, Jove laughs. O gentle Romeo! / If thou dost love, pronounce it faithfully: / Or if thou think´st I am too quickly won, / I´ll frown, and be perverse, and say thee nay, / So thou wilt woo; but, else, not for the world. / In truth, fair Montague, I am too fond; / And therefore thou may´st think my haviour light: / But trust me, gentleman, I´ll prove more true / Than those that have more cunning to be strange. / I should have been more strange, I must confess, / But that thou overheard´st, ere I was ware, / My true love´s passion: therefore, pardon me; / And not impute this yielding to light love, / Which the dark night hath so discovered» (Bien sabes que llevo la máscara de la noche en el rostro; sin ello, verías un virginal color sonrojar mi mejilla cuando pienso en las palabras que en esta misma noche me has oído decir. ¡Ah, quisiera contenerme dentro de las conveniencias! ¡Querría negar cuanto he dicho! Mas, ¡adiós las formalidades! ¿Me quieres? Sé que vas a decirme que sí y yo te creeré. No lo jures, pues podrías perjurar. Los perjurios de los enamorados, dicen, hacen reír a Júpiter… ¡Oh amable Romeo, si me quieres, proclámalo lealmente: y si crees que fui yo demasiado pronto ganada, frunciré el entrecejo, y seré cruel, y te diré que no para que así hayas de festejarme, pues si no fuera así, nada en el mundo me resolvería a ello! En verdad, bello Montesco, ¡estoy tan enamorada!… Quizá juzgues mi conducta ligera, mas créeme, gentilhombre, me mostraré más fiel que aquéllas que saben afectar la reserva. Más y mejor me habría contenido si no hubieras sorprendido, sin yo saberlo, la confesión apasionada de mi amor. Perdóname pues y no imputes a ligereza en el amor esta debilidad que la negra noche te permitió descubrir) («Romeo y Julieta», acto II, escena 3). ¡Bellísima ingenuidad la de Julieta, que no es otra que la confiada inocencia de todo amor verdadero, y por ello tan vulnerable! En su abierta declaración, proclama el amor verdadero, sin melindres, sin fingimientos, sin juegos psicológicos vanos y perversos, sin afectaciones ni endiosamientos. El amor no levanta fortalezas para que el otro haya de mostrarse poliorceta y tenga que ponerles cerco y tomarlas o derribarlas. El amor es campo abierto. No sólo Julieta enuncia el amor verdadero, sino que además denuncia el amor que no es tal.
Acabamos de decir que el amor verdadero es muy vulnerable. Pues bien, el amor de Aznavour, en su sinceridad y su arrebato, al no verse correspondido por otro también ingenua y espontáneamente encendido, sino por uno que juega, dengoso, coqueto, amanerado y en tantas ocasiones cruel en una perspectiva dominatoria y desequilibrada de la relación, por todo ello, digo, Aznavour se mostrará vulnerable y por tanto permanentemente ansioso y caviloso. La perpetua desconfianza va a amargarle el amor. Y Aznavour va a representar siempre, o casi, el papel de la víctima inerme a merced de la mujer.
«Regret», palabra clave en la obra de Aznavour y difícilmente traducible con una sola palabra en español, viéndose uno obligado a la circunlocución. ¿Cómo traduce «regret» el magnífico diccionario bilingüe de Nemesio Fernández Cuesta, editado por Montaner y Simón en 1886? Dice «pesar, pena, sentimiento de haber perdido un bien que se poseía o de no haber obtenido lo que se deseaba / Pena, disgusto, pesar, incomodidad o contrariedad de cualquier género que altera la tranquilidad de espíritu de una persona / Arrepentimiento, pesar de haber hecho o dejado de hacer alguna cosa». Habría que añadir también, creemos, «añoranza», «decepción» y también, por ser distinto al arrepentimiento, que es condición para no pecar más, el «remordimiento», que es estéril y sólo le lleva a uno a ahorcarse, como le ocurriera a Judas, recomido de remordimiento.
c) Características afectivas de sus canciones de amor:
Mediante algunos ejemplos significativos pertinentemente glosados – al menos es cuanto se pretende -, ilustraremos los siguientes ítems, que en nuestra opinión, son los que caracterizan y definen las canciones íntimas de Aznavour. Son los siguientes:
1) Luz y sombra
2) Desfase cronológico entre los miembros de la pareja
3) Temor anticipatorio y ansiógeno del futuro
4) La ansiedad sexual
5) Atribulada desconfianza del marido burlado (El «eterno marido» dostoievskiano)
6) Amenaza de la desaparición en la muerte
7) La juventud dilapidada
8) Los agravios
9)El «regret»
1) Luz y sombra: «Tu vis dans la lumière et moi, dans les coins sombres» (Vives en la luz y yo, en los rincones oscuros), reza la canción «Isabelle» en forma menos dramática que «La chanson de Maglia»: «À vous la splendeur de rayons baignée / À moi la poussière, à moi l´araignée … Tu feras le jour, / Je ferai la nuit» (A vos el esplendor de rayos bañado, / A mí, el polvo, a mí, la araña… Tú harás el día, / Yo haré la noche). No obstante, la idea es la misma.
Y esto es así, no sólo por la belleza intrínseca de la mujer, sino porque ella es juventud («tu te meurs de vivre» – «te mueres de vida»), mientras que él, provecto ya, tan sólo puede ser amor («et moi je meurs d´amour – «y yo muero de amor»). Y como es sombra, consciente de su inferioridad, habrá de rebajar sus aspiraciones hasta la propia humillación: «Je me contenterai de caresser ton ombre» (Me contentaré con acariciar tu sombra). Recuerda uno entonces aquel lamento de Brel en «Ne me quitte pas» (No me dejes), que va aún más lejos: «Laisse-moi devenir l´ombre de ton ombre, l´ombre de ta main, l´ombre de ton chien» (Deja que me convierta en la sombra de tu sombra, en la sombra de tu amo, en la sombra de tu perro).
En «Viens» (Ven), sobre una melodía garbosa, se expresa, como el caracol, un amor posibilitado por la lluvia y que tan sólo puede prosperar bajo las nubes descargándose. El mal tiempo es la araña hugoliana de «La chanson de Maglia». El mal tiempo es el otoño y el invierno, las estaciones viejas y feas. «Hiver, vous n´êtes qu´un vilain» (Invierno, no sois sino un villano), escribe el poeta medieval Charles d´Orléans. Y así, cuando brille de nuevo el sol, ella partirá para siempre: «Quand le soleil se lèvera, / Je le sais trop bien, / Comme la pluie tu partiras» (Cuando el sol se levante, / Demasiado bien lo sé, / Como la lluvia partirás), pues ella es el sol, el buen tiempo, la primavera («For love is crowned with the prime» – «Pues el amor se corona con la primavera», dice Shakespeare en la canción «It was a lover and his lass» – «Érase un amante y su amiga»), la juventud. Aznavour, por otra parte, no se hace ilusiones: «Je le sais trop bien» (Demasiado bien lo sé).
La misma identificación hugoliana entre luz solar y juventud va a hacer acto de presencia en «Paris au mois d´août». Invirtiendo los términos con respecto a «Viens», aquí septiembre – que es ya el otoño, o cuando menos sus pródromos – barrerá el amor que sólo fue posible en agosto – sazón plena del fruto estival y de la exuberancia femenina -. Desde el momento en que se imponga la triste realidad del amor de él (el mes declinante de septiembre), el amor habrá de fenecer. También aquí Aznavour es plenamente consciente de la situación: «J´avais beau m´y attendre» (Por mucho que lo esperara). Se refiere, claro está, a la muerte de esa relación: «Notre amour d´un été… se meurt au passé» (Nuestro amor de un estío… se muere en pasado). Por ello, porque «Il redoutait le pire» (temía lo peor), «notre amour vivait au jour le jour» (nuestro amor vivía al día).
Dominado por la nostalgia de agosto, desde su septiembre actual, Aznavour padece la escisión afectiva del cuitado de amor que perdió la esperanza. «Une part de moi-même / Reste accrochée à toi / Et l´autre, solitaire, / Recherche de partout / L´aveuglante lumière / De Paris au mois d´août» (Una parte de mí mismo / Queda prendida de ti / Y la otra, solitaria, / Busca por doquier / La cegadora luz / De París en el mes de agosto).
Detengámonos por unos momentos en lo que representa agosto y permítasenos un relativo excursus. La luz cegadora, creadora de espejismos, la suspensión ociosa del trabajo, el calor que aletarga y que, deprimiendo los miembros, adormece el cerebro, la alteración del ritmo social y vital, todo ello abre un paréntesis en el curso anual del tiempo, en que todo – siquiera casi todo – se hace posible. Empujados por un aire extraño y liberador, los seres, como hechizados o hipnotizados, como en un duermevela, osan, se atreven a hacer cosas impensables durante el resto del año. El verano es un vino fuerte que se sube a la cabeza; paradójicamente, ese sopor estival llega a exaltar. Surgen así relaciones amorosas desconcertantes, aunque sólo sea por inesperadas. El verano, como el sueño según Freud, nos brinda la realización de un deseo oculto. Es cuanto se expresa en la célebre frase de Francisco Silvela: «Madrid, en agosto y sin familia, Baden Baden», epígrafe con que Mario Camus abre su magnífica película «Los pájaros de Baden Baden», basada en el relato corto de Ignacio Aldecoa, de idéntico título.
Idéntica idea se expresa en «L´amour c´est comme un jour» (El amor es como un día): «Notre été s´en est allé / Et tes yeux m´ont oublié» (Nuestro verano marchó / Y tus ojos me han olvidado). El estío como posibilidad de libertad y amor.
2) Desfase cronológico entre los miembros de la pareja: «Fuis l´éden des anges déchus, / Ami, prends garde aux belles filles, / Redoute à Paris les fichus, / Redoute à Madrid les mantilles» (Huye el edén de los ángeles caídos, / Amigo, pon cuidado en las bellas muchachas, / Teme en París la pañoleta, / Teme en Madrid las mantillas). El ángel, por ser eterno, no tiene edad y es siempre joven. El ángel siempre vence pues su juventud confrontada nos envejece.
Comencemos con una variante del ítem en cuestión. En «Non, je n´ai rien oublié», el desfase no es cronológico, sino socio-económico. Y así «Ton père ayant pour toi bien d´autres ambitions / A brisé notre amour et fait jaillir nos larmes / Pour un mari choisi sur sa situation» (Tu padre, que abrigaba para ti otras bien distintas ambiciones, / Rompió nuestro amor y nos llenó de lágrimas / pues escogió un marido de posibles). En cualquier caso, no se da la deseable correspondencia, mas por el contrario se presenta el desnivel entre los estatus y con ello la imposibilidad de la relación.
En «Parce que» («Porque») no se puede ser más claro. «Parce que tu as vingt ans» (Porque tienes veinte años), por su juventud, quizá inconscientemente, ella juega atolondradamente con el corazón de Aznavour. A sus veinte años y sabedora de su belleza («Parce que tu as les yeux bleus, / Que tes cheveux s´amusent à défier le soleil / Par leur éclat de feu, / Parce que tu as vingt ans, / Que tu croques la vie comme un fruit vermeil / Que l´on cueille en riant» (Porque tienes los ojos azules / Y tus cabellos se divierten en desafiar al Sol / Con sus destellos de fuego, / Porque tienes veinte años, / Y muerdes y crujes la vida como un fruto en sazón / Que se toma riendo), ella tan sólo obedece egoístamente a sus caprichos, comportándose como una nena mimada y reduciendo al viejo Aznavour a un mero juguete que pueda destrozar impunemente. Frente a ella, niña consentida, se halla él en franca inferioridad: «parce que j´ai trop d´amour» (porque tengo demasiado amor), que debe traducirse por «soy mayor». Y así, «Tu viens voler mes nuits du fond de mon sommeil / Et fais pleurer mes jours» (Vienes a robar mis noches desde el fondo de mi sueño / Y haces llorar a mis días). Ella no le da tregua, ni de día ni de noche: durante la vigilia, con sus conductas descerebradas, y durante la noche, incrustándose inquietantemente en sus sueños. Y él, temblando por efecto del gran temor a perderla.
Añade la canción: «parce que je n´ai que toi» (porque sólo te tengo a ti). Frente a ella, que lo tiene todo y sobre todo porque ante ella se abre un esplendoroso porvenir, él no tiene nada, más que ella; y la edad, al ir privando de futuro y potencialidades a aquél a quien va agravando, va también reduciendo sus posibilidades y menguándolo irremediablemente.
«Parce que tu vis en moi» (porque vives en mí). De acuerdo, pero la realidad es que mientras que él sólo dispone de una vida, que por otra parte quiere anclar en ella, ella, por lo proteiforme de su edad, viva varias vidas y se le brinden muchas más. Su humor es vagabundo y su espíritu, nómada. Para él, sedentario y «sedentarista», y sobre todo de edad crecida, este hecho representa una clara amenaza.
En «J´en déduis que je t´aime», una de las más bellas y desoladoras canciones de Aznavour, declara nuestro autor: «Par mes vingt ans perdus / Qu´en toi je réalise» (Por mis veinte años perdidos / Que en ti realizo). ¿Cómo interpretarlo?… En cualquier caso representa una constatación de la diferencia de edad: mis veinte años quedan atrás y tú, sin embargo, tienes veinte años.
Llega en la vida una edad en que hay que afrontar el difícil hecho de ser dado de lado por los jóvenes, por no ser ya joven, por ser distanciado por ellos en la carrera de la vida. Ello, claro está, generará añoranza y supondrá un rudo golpe a nuestra líbido, a nuestro expansivo deseo de vida, pues a nadie le gusta recoger velas o sentirse excluido de la fiesta. Como en la parábola evangélica, se nos expulsa del festín por no ir adecuadamente vestidos; y, en efecto, nuestra ropa está ya usada, raída, vieja. Se trata en definitiva de la humillación que la edad inflige a la extroversión vital.
En «La route» (El camino), canción cómica, si bien explícitamente no se enuncien las edades o etapas vitales de los protagonistas de la aventura amorosa, se puede colegir que él es de una cierta edad, mientras que ella es tan sólo una niña. Ella se dejará llevar por su edad y su temple festivo, por su necesidad enérgica y variada de amar, aunque sea con sobresaltos, convirtiéndole así a él en un pobre cornudo. Es, y por ello podría ilustrar cuanto se afirmó en la primera parte de este estudio, el arquetípico castigo del hombre maduro que casa con jovencita.
Con su dramática voz estrecha, como si la emoción se le concentrara en la garganta, nido de los sollozos, Aznavour, en «Mourir d´aimer», da la confirmación más clara de cuanto se ha dicho: «Tu es le printemps, moi l´automne, / Ton coeur se prend, le mien se donne» (Eres la primavera, yo el otoño, / Tu corazón se toma, el mío se da). Se da, se entrega, pero hace falta que alguien lo quiera, recoja siquiera. Y lo gratuito, es bien sabido, no se valora. Y así «Et ma route était déjà tracée, / Mourir d´aimer» (Y mi camino ya estaba trazado, / Morir de amor). Su camino trazado de antemano, en nuestra opinión, no puede ser más que el del abandono del otoñal por parte de lo primaveral.
Es cuanto Tristan Tzara, parodiando a Corneille -quien en sus «Stances à Marquise» insta a la joven y bella aristócrata a amarlo aunque él sea viejo, argumentando que ella también lo será algún día, lo cual constituye otro tópico literario que tantos poetas han cultivado -, añade al final del poema: «J´ai vingt-six ans, mon vieux Corneille, / et je t´emmerde en attendant» (Tengo veintiséis años, mi viejo Corneille, / y, mientras tanto, te jodes).
Antes de abordar el siguiente apartado, señalemos un punto negro en el texto de «Mourir d´aimer»: «Pécher contre le corps, mais non contre l´esprit» (Pecar contra el cuerpo, mas no contra el espíritu). Es algo tan tontorrón, tan de colegio de monjas, que parece concebido por José Luis Perales.
3) Temor anticipatorio y ansiógeno del futuro: «Pris, on a sa pensée au vent / Et dans l´âme une sombre lyre, / Et bien souvent on pleure avant / Qu´on ait eu le temps de sourire» (Tomado, se tiene el pensamiento al viento / Y en el alma una oscura lira, / Y con frecuencia se llora / antes de haber tenido tiempo de sonreír) (Victor Hugo, «Fuis l´éden des anges déchus», «Huye el edén de los ángeles caídos»).
En «Je meurs de toi» (por cierto poco inspirada musicalmente hablando), la angustia anticipatoria de lo ominoso que pueda deparar el porvenir se halla omnipresente. «Je ne suis moi que si tu m´aimes / Et loin de toi, de peur / Je meurs de toi, de nous, je meurs» (Soy sólo yo si me quieres / Y lejos de ti, de miedo / Muero de ti, de nosotros, muero) pues «Je ne peux vivre sur moi-même / Ne serai.-ce qu´une heure ou deux» (No puedo vivir por mí mismo / siquiera una hora o dos).
«Je prends forme en tes yeux» (Tomo forma en tus ojos), como en aquel poema de Paul Éluard: «Et mes jours et mes nuits réglés par tes paupières» (Y mis días y mis noches pautados por tus ojos). Cuando uno sólo vive a través de y en la persona amada, si la confianza en ella no es total, ¿cómo no hallarse pasivamente a expensas del objeto amado, a rebufo de su conducta, cómo no ha de suscitarse el temor a la desaparición ? Tanto que cada vez que por la mañana, ella desaparece para no volver al nido más que tarde, se sumerja uno en la angustia. «Une porte s´ouvre et tu sors de ma vie / Et je prends peur chaque jour. / Je deviens murmure et deviens agonie / À l´instant où tu pars . / Brûlé de désespoir, / Je meurs sans toi» (Una puerta se abre y sales de mi vida / Y tengo miedo cada día. / Me vuelvo murmullo y me vuelvo agonía / En el instante en que te vas / Quemado de desesperación, / Me muero sin ti).
En «Isabelle», la ausencia de la amada, manifestada en diversas formas, «donne à mon amour un goût de fin du monde» (da a mi amor un regusto de fin del mundo), esto es de muerte.
En «Plus bleu que tes yeux», tras evocar a la mujer amada y expresar la fuerza del amor, a Aznavour, como no podía ser menos, le asalta la duda: «Si un jour tu devais t´en aller / / Et me quitter, / Mon destin changerait tout à coup, / du tout au tout» (Si un día debieras marchar / Y dejarme, / Mi destino cambiaría de repente / Y del todo). Entonces describe, mediante las mismas imágenes con que pintó su amor, pero invirtiéndolas, esto es despojándolas de la luz y ensombreciéndolas, lo luctuoso de lo que sería su vida. Y es que la espada de Damocles del incierto porvenir, como ya se dijo anteriormente, pende permanentemente sobre Aznavour. Ahora bien, por una vez, la vivencia del presente (expresémoslo así) se impone feliz y sensatamente en nuestro autor: «On a tort de penser, je sais bien, / Au lendemain. / A quoi bon se compliquer la vie / Puisque´aujourd´hui…» (Yerra, bien lo sé, / Quien piensa en el mañana. / ¿De qué sirve complicarse la vida / Cuando hoy…), y entonces vuelve a evocar, con la misma intensidad, a la mujer amada.
En «Mourir pour toi» (Morir por ti), el temor anticipatorio no puede hacerse más evidente: «J´ai peur du jour qui va naïtre; / Il sera le dernier, peut-être, / Que notre amour va connaître. / Serre-moi, / Apaise-moi / Quand j´ai l´angoisse du pire» (Tengo miedo del día que va a nacer; / Será, quizás, el último / Que nuestro amor conocerá. / Estréchame, / Cálmame / Cuando tengo la angustia de lo peor). Tan importante es el miedo que el autor querría morir en el momento en que la mano de la amada le roza («à l´instant où ta main me frôle»), en que, en definitiva, reine la felicidad y así «ne pas connaïtre la douleur… et la terrible certitude de la solitude» (no conocer el dolor… y la terrible certeza de la soledad). Certeza de la soledad; Aznavour sabe que, tras el amor y la felicidad, no se demorará la soledad imponiendo su frío rostro de cadáver y su mirada apagada, sin llama ya y sin alma.
En «J´en déduis que je t´aime» (De ello deduzco que te quiero), ¿de qué deduce Aznavour que la ama? «De la peur de te perdre / Et de ne plus te voir» (Del temor a perderte / Y a no verte más), así como de «Ces nuits sans sommeil où la folie me guette / Quand le doute m´effleure» (Esas noches insomnes en que la locura me acecha / Cuando me roza la duda). Ni siquiera la duda le penetra, tan sólo le roza, pero ello es ya motivo suficiente de desazón e incluso de amenaza de pérdida de la razón.
En «À te regarder» (Cuando te miro), como ella, al igual que en «Je meurs de toi» (Muero de ti), pasa el día fuera, cuando vuelve a casa de noche y, ya en el lecho ella duerme, él se atormenta entonces con la duda. «Quand se ferment sur notre amour / Les portes de ton sommeil, / En moi que de tourments s´éveillent» (Cuando se cierran contra nuestro amor / Las puertas de tu sueño, / En mí cuántos tormentos se despiertan). Mientras ella duerme, él se la mira con angustia y entonces «Je voudrais crier, sangloter ou bien rire» (Querría gritar, sollozar o reír), mientras que su «coeur chavire» (le zozobra el corazón). Los pensamientos «me font mal, me déchirent» (me hacen daño, me desgarran). Y es que «la peur me domine» (el miedo me domina), tanto que llega a considerar la posibilidad futura de que ella, abandonándole, se dé a otro: «Si tu devais rêver à quelqu´un d´autre / Et partager ces joies qui sont les nôtres» (Si debieras soñar con algún otro / Y compartir estas alegrías que son las nuestras). Felizmente no va tan lejos como el protagonista de la canción popular irlandesa «The banks of the Ohio» (Las orillas del Ohio), quien se ve en la obligación de matar a su novia de forma preventiva ya que cabe, remota o no, la posibilidad de que ella dé en amar a otro hombre en el futuro y, como quien quita la ocasión quita el peligro, entonces él, «I held a knife against her breast» (Empuñé un puñal contra su pecho), va y se la carga, en un claro ejemplo de asesinato altruista, para que no llegue a pecar.
Aznavour no llega al crimen pasional, algo tan común en la copla, la canción mexicana y el folklore popular. Aznavour se mueve dentro de unos límites burgueses, de sentido común, en que no cabe el asesinato, si bien – como se verá más adelante -, sí la amenaza por saturación afectiva; pero dicha amenaza quedará en agua de borrajas, claro está. El perro podrá ladrar, pero sin llegar a morder.
Se podría definir al personaje aznavouriano como un Otelo hamletiano. La duda le corroe; no le hace falta un insidioso Yago que al oído le susurre infundios que exciten sus temores. El Yago lo lleva dentro, bien incorporado a su corazón y a su cerebro. Mas Otelo es colérico. Aznavour, sin embargo, es melancólico y no pasa a la acción. La agresión no se dirige hacia el exterior, sino hacia su interior, con los síntomas de la inactiva depresión.
Cerremos este apartado sobre el temor anticipatorio por el porvenir con una nueva cita de Baudelaire en «Mon coeur mis à nu» (Mi corazón al desnudo): «Ces deux êtres s´enlacèrent… confondant dans la pluie de leurs larmes et de leurs baisers les tristesses de leur passé avec leurs espérances bien incertaines d´avenir»( Aquellos dos seres se enclavijaron… confundiendo en la lluvia de sus lágrimas y de sus besos las tristezas de su pasado con sus esperanzas bien inciertas de porvenir)
4) La ansiedad sexual: Excepto en «Après l´amour» (Después del amor), ya glosada anteriormente, la faceta sexual que se nos muestra en las canciones de Aznavour es la de la ansiedad previa al acto. Se trata de una excitación dolorosa, febril, inserta como queda dentro del mundo aznavouriano, del hombre maduro asaltado permanentemente por la duda del incerto domani. Así, en «J´en déduis que je t´aime» (De ello deduzco que te amo), en el marco de puro desasosiego vital que rezuma la canción, Aznavour esgrime como una de las razones de las que concluye que «la ama», que «ton corps désiré de mon corps qui s´affolle» (tu cuerpo deseado por mi cuerpo que enloquece).
La sexualidad, en Aznavour, más que fiesta de los sentidos y culminación del amor, se establece como experiencia de angustia causada por el temor anticipatorio. Es sufriente el deseo aznavouriano, alejado como queda de la relación plena y colmada, segura de sí misma, y emponzoñada como está por el sentimiento predominante de la vulnerable precariedad. «Le soleil brille à pleins feux, / Mais je ne vois que tes yeux, / La blancheur de ton corps nu /Devant mes mains éperdues» (El sol brilla con todo su fuego, / Pero yo no veo más que tus ojos, / La blancura de tu cuerpo desnudo / Ante mis manos anhelantes) («L´amour c´est comme un jour», «El amor es como un día»). Anhelo angustiado por la falta de confianza en ella, que es en realidad proyección de la inseguridad propia.
Como un sol declinante, ascua requemándose en el lubricán, casi rabiosa en su ansiedad, así Aznavour, siempre otoñal, siempre crepuscular y siempre melancólicamente desasosegado.
En «À trousse-chemise» (Con la camisa arremangada), favorecida la situación por el alcohol, se da prácticamente un estupro y lo que hubiera podido ser experiencia amorosa plena y satisfactoria, acaba en un lamento y en un reproche, enmarcados en un paisaje natural que ha virado de la luz a los tonos más grises. Es también ésta, canción tristísima.
5) Atribulada desconfianza del marido burlado: Es lo que, tan irónicamente, Dostoievski designa con la expresión de «El eterno marido».
En «Sur ma vie» (Por mi vida), se da una situación a priori extrema y un tanto chusca, casi como ideada por José Luis Perales, pero que Aznavour resuelve dignamente y de la que sale airoso con su proverbial maestría. Él espera, al pie del altar, a la novia. «Heureux, je t´attendais» (Feliz, te esperaba), pero ésta no llega nunca. Concluye así Aznavour: «Sur ma vie j´ai juré / Que mon coeur ne battrait jamais / Pour aucun autre coeur / Et tout est perdu / Car il ne bat plus, / Mais il pleure mon amour déçu» (Por mi vida juré / Que mi corazón no latería por ningún otro corazón / Y todo se ha perdido / Pues ya no late, / Sino que llora mi engañado amor).
En la ya citada «J´en déduis que je t´aime» (De ello deduzco que te quiero), Aznavour, tras mencionar la angustia que le genera la idea de que ella se esté burlando de él, dirigiéndose a la amiga, habla del «mal que souvent tu me fais malgré toi» (el daño que a menudo me causas a tu pesar). «A tu pesar», sí, pues -añadimos nosotros- sólo piensas en ti y de ahí «tes regards lointains» (tus miradas lejanas) y «ton indifférence» (tu indiferencia).
En «Parce que tu crois» (Porque crees), los reproches no pueden ser más claros: «Tu me blesses, / Me meurtris / Et te joues de moi… et disposes de ma vie» (Me hieres, / Me mortificas / Y te burlas de mí… y dispones de mi vida). Y como «tu dépenses le bonheur qui vit dans mon coeur» (despilfarras la felicidad que vive en mi corazón), «tu fais naître ma douleur» (me causas dolor). La lista de acusaciones no acaba aquí; de hecho esta canción es un rosario de recriminaciones hechas desde el dolor menospreciado, desde un corazón muy herido. Aznavour llega incluso a declararse «esclavo». En cualquier caso es un «náufrago del amor» («une épave de l´amour»), derrotado por ella: «Tu forges tes armes / Dans les larmes / Sans secours / De mon coeur lourd» ( Forjas tus armas / En las lágrimas / desamparadas / de mi cuitado corazón). Y como ella es «blonde, déchaînée» (rubia, desencadenada), esto es joven, a él lo «mène au pas /Sans faire sacrifice / D´un caprice, / D´une idée / D´enfant gâtée» (me llevas por donde se te antoja / Sin sacrificar el mínimo capricho, / Ni la menor idea / De niña mimada).
En la donosa canción «La route» (El camino), el protagonista, una suerte de vagabundo desenfadado, calavera y verbena, aborda a una jovencita, un «tendron» (un pimpollo) bastante ligera de cascos. La seduce y se la lleva a la Butte parisiense con él. Allí, llevada de su talante casquivano y su furibundo estro, «elle a fait la culbute avec tout le quartier» ( se dio sus buenos revolcones con todo el barrio). Ante su circunstancia y su condición de «eterno marido», el protagonista opta por abandonarla y reingresar en el ejército, del cual había desertado para darse a la vida airada. ¡Y así le fue al pobre!
En resumen, que constantemente expuesto a la infidelidad, el «marido» vive en permanente situación de vulnerabilidad y desamparo. Hagamos notar asimismo cómo ella, en más de una ocasión, es descrita como «niña mimada» o «niña consentida», esto es jovencita atolondrada que hace cuanto le viene en gana, ajena a que ello pueda perjudicarle a él.
6) Amenaza de la desaparición en la muerte: En «Parce que» (Porque), harto ya del egoísmo descerebrado de la amiga y saturado del doloroso recelo propio, Aznavour llega a hacerse amenazante: «Mais prends garde, chérie, je ne réponds de rien; / Si ma raison s´égare et si je perds patience, / Je peux d´un trait rayer nos coeurs d´une existence / Dont tu es le seul but et l´unique bien» (Mas ten cuidado, cariño mío, no respondo de mí; / Si mi razón se extravía y pierdo la paciencia, / Puedo de un plumazo borrar nuestros corazones de una existencia / Cuyo único fin y cuyo único bien, eres tú). Mas, ya se sabe, es aquello, una vez más, de «perro ladrador, poco mordedor».
«Je ne me soucierais ni de Dieu ni des hommes, / Je suis prêt à mourir si tu mourais un jour / Car l´amour n´est qu´un jeu / Comparé à l´amour / Et la vie n´est plus rien sans l´amour qu´elle nous donne» (Me despreocuparía de Dios y de los hombres, / Estoy dispuesto a morir si tú murieras un día / Pues la vida no es más que un juego / Comparado al amor / Y la vida no es ya nada sin el amor que nos da). Sin ella, sumido en el más triste de los desvalimientos, ¿cómo no considerar la propia desaparición? «Parce que je vis au seuil / D´un amour éternel, / Je voudrais que mon coeur / Ne portât pas de deuil» (Porque vivo en el umbral / De un amor eterno, / Querría que mi corazón / No vistiera de luto).
7) La juventud dilapidada: «Hier encore» (Aún ayer), una de las más bellas – y de las más tristes también… pero es que prácticamente todas lo son, ¡y mucho! – canciones de nuestro autor, expresa como ninguna otra el llanto derramado sobre la juventud malgastada.
«Hier encore / J´avais vingt ans, / Mais j´ai perdu mon temps / À faire des folies / Qui ne me laissent au fond / Rien de vraiment précis / Que quelques rides au front / Et la peur de l´ennui / Car mes amours sont mortes / Avant que d´exister, / Mes amis sont partis / Et ne reviendront pas; / Par ma faute j´ai fait / Le vide autour de moi / Et j´ai gâché ma vie / Et mes jeunes années» ( Aún ayer / Tenía veinte años, / Pero he perdido mi tiempo / cometiendo locuras / Que no me dejan en el fondo / Nada realmente claro / Más que algunas arrugas en la frente / Y el miedo al tedio / Pues mis amores murieron / antes de existir, / Mis amigos marcharon / Y no volverán; / Por mi culpa hice el vacío a mi alrededor / Y he echado a perder mi vida / Y mi juventud). Inevitablemente vienen a la memoria de nuevo los versos de Verlaine: «…ô toi que voilà, / Pleurant sans cesse, / Dis, qu´as-tu fait, toi que voilà, / De ta jeunesse?» (… oh tú que aquí estás / Llorando sin cesar, / Di, ¿qué has hecho, tú que aquí estás / Con tu juventud?), así como los del «pobre» Rutebeuf en su «Griesche d´yver» (Ortiga de invierno): «Contre le tenz qu´aubres defuelle, / Qu´il ne remaint en branche fuelle / Qui n´aut à terre, / Por povreitei qui moi aterre, / Qui de toute part me muet guerre, / Contre l´yver…» (Por ese tiempo que deshoja el árbol / En la rama no queda hoja alguna / Que no caiga la suelo / Como la pobreza que me también a mí me tira a la tierra / Y que por doquier me declara la guerra / En el tiempo del invierno).
En «Mon coeur mis à nu» (Mi corazón al desnudo), escribe Baudelaire: «Après une débauche, on se sent toujours plus seul, plus abandonné» (Después de una farra, siempre se siente uno más solo, más abandonado». Canta Aznavour:»Hier encore / J´avais vingt ans / Je gaspillais le temps / En croyant l´arrêter / Et pour le retenir / Même le devancer / Je n´ai fait que courir / Et me suis essoufflé» (Aún ayer / Tenía veinte años / Despilfarraba el tiempo / Creyendo pararlo / Y para sujetarlo / Incluso adelantarlo / No hice más que correr / Y ahora estoy sin aliento)
En «Non, je n´ai rien oublié» (No, no he olvidado nada), el amor juvenil contrariado desemboca irrefragablemente en el regret (lamento) pues «Le passé revient du fond de sa défaite. / Non, je n´ai rien oublié, / rien oublié» (El pasado vuelve desde el fondo de su derrota. / No, no he olvidado nada, /Nada).
8) Los agravios: Ninguna otra canción es tan exhaustiva en la descripción y exposición de agravios por parte de la mujer amada como «J´en déduis que je t´aime» (De ello deduzco que te amo), anteriormente citada y glosada. Así, «tes regards lointains qui parfois me suffisent» (tus miradas lejanas que a veces me bastan) son esas miradas que van más allá, que a él lo vuelven transparente y que siempre lo trascienden y que en él generan la muy cierta impresión humillante de ser poco, de ser bien poco, de no ser nada; póngase ello en relación con «ton indifférence» (tu indiferencia) que asimismo ignora y desprecia. Cómo no llegar entonces a «la désolation qui réduit mon espace» (la desolación que reduce mi espacio), esto es el desamparo que achica y casi aniquila, llegando a destripar las alegrías («joies éventrées»); como en una carga a la bayoneta, él queda despanzurrado. Oigamos a Baudelaire de nuevo en «Mon coeur mis à nu» (Mi corazón al desnudo): «L´amour veut sortir de soi, se confondre avec sa victime, comme le vainqueur avec le vaincu, et cependant conserver des privilèges de conquérant» (El amor quiere salir de sí, confundirse con su víctima, como el vencedor con el vencido, y, sin embargo, conservar privilegios de conquistador). ¡Qué gran pesimismo encierran estas palabras, que Aznavour hace suyas no sólo intelectualmente, sino encarnándolas como víctima, vencido y conquistado!
Así indefenso y sabiéndose tan insignificante ante ella, ni siquiera se atreverá a decirle cuánto y cómo la quiere y que la quiere, quizá porque incluso ella se lo impida o aun prohíba: «Par tous le mots d´amour / Qui restent en souffrance / Puisque de te les dire est pour moi défendu» (Por todas las palabras de amor / Que permanecen en el sufrimiento / Puesto que decírtelas me está vetado). Tan degradado se nos aparece el amante que ni siquiera osa expresar su amor, dada su inferioridad, como si de un lacayo ante su señora se tratara. Cómo no recordar entonces la magnífica película «La caída de los dioses» («Sunset Boulevard») de Wilder en que a la estrella venida a menos en su carrera artística (Gloria Swanson) sirve como chófer, zahondando en su humillación y mansedumbre, su marido (Erich Von Stroheim), quien otrora fuera un prestigioso realizador, mas dispuesto ahora a rebajarse cuanto sea preciso con tal de permanecer de alguna manera a su lado. Y cómo no recordar asimismo «El ángel azul», en el que el viejo y respetado profesor (Emil Jannings), por amor hacia su verdugo amoroso (Marlene Dietrich), se degrada hasta el punto de convertirse en siniestro payaso de espectáculo de variedades. «L´amour ressemble fort à une torture ou à une opération chirurgicale… quand les deux amants seraient très épris et très pleins de désirs réciproques, l´un des deux sera toujours plus calme ou moins possédé que l´autre. Celui-là, ou celle-là, c´est l´opérateur, ou le bourreau; l´autre c´est le sujet, la victime» (El amor se asemeja mucho a una tortura o a una operación quirúrgica… aun cuando los dos amantes estuvieran enamoradísimos el uno del otro y llenos de deseos recíprocos, uno de ellos permanecerá siempre más tranquilo o menos poseído que el otro. Aquél o aquélla es el operador, o el verdugo; el otro es el sujeto, la víctima). Baudelaire niega no sólo la reciprocidad y la igualdad en la relación amorosa, sino la libertad hasta el punto de que se puede afirmar que niega la posibilidad del amor y el amor como tal.
Va aun más allá, penetrando claramente en terreno sadiano: «La volupté unique et suprême de l´amour gît dans la certitude de faire le mal _ Et l´homme et la femme savent de naissance que dans le mal se trouve toute volupté» (La voluptuosidad única y suprema del amor reposa en la certeza de hacer el mal _ Y el hombre y la mujer saben de nacimiento que en el mal se halla toda vouptuosidad). ¿Dónde quedó el amor pleno, entre iguales, prendados, prendidos y encendidos el uno por el otro? ¿Romeo y Julieta, ubi sunt?
En «Parce que tu crois» (Porque crees), se nos hace saber que «Tu puises tes joies / Et tu forges les armes / Dans les larmes sans secours / De mon coeur lourd» (Extraes tus alegrías / Y forjas las armas / En las lágrimas sin socorro / De mi apesadumbrado corazón); en definitiva, que mis cuitas son tus alegrías. Crueldad de la dama. Literatura courtoise y de andante caballería, Ginebra obligando a Lanzarote a subir en la oprobiosa carreta de los villanos condenados y castigándole luego doblemente por haber dudado un segundo siquiera en la ejecución del deseo de su dama.
«La Belle Dame sans mercy» es un delicioso poema de Alain Chartier, compuesto a principios del siglo XV. En él se nos presenta un diálogo amoroso entre un joven suplicante y su dama; ésta se muestra tan despiadada frente al dolor del amigo, tan inflexible a sus ruegos y argumentos que el enamorado habrá de morir de mal de amores. Es tópico literario medieval, dentro del marco del amor cortés, el presentar en términos de guerra la relación de amor entre un amante-mártir y una dama despiadada en su crueldad.
En un determinado punto del poema, él llega a compararse a los animales domésticos, deduciendo que son mejor tratados que él, que es persona (recuerda uno entonces el desesperado estribillo de Segismundo en «La vida es sueño»: «¿Y teniendo yo más alma ( o más albedrío, etc.), / Tengo menos libertad?»): «Qui a faucon, oysel ou chien / Qui le suit, aime, craint et doubte / Il le tient chier et garde bien / Et ne le chance ne deboute / Et je qui ay m ´entente toute / Et vous, sans faintise et sans change / Suy rebouté plus qu´en soute / Et moing privé qu´ung tout estrange» (Quien tiene halcón, pájaro o perro / Que le sigue, quiere, teme y sirve / Lo aprecia y cuida bien / Y no lo expone a peligros ni lo rechaza / Y yo que me esfuerzo por serviros / Sin fingimiento y sin inconstancia / Soy rehusado y abajado / Y menos considerado queun perfecto extraño). Ajeno ya a las lucubraciones del amor cortés y sus bizantinismos, el poeta Keats ofrecerá su versión de «La Belle Dame sans mercy», preservando el título en francés. En él un caballero encuentra a un hada, quien lo someterá a su amor y ese amor -puede uno así pensarlo, interpretando el hermetismo pre-simbolista del poeta romántico inglés- es la muerte. Desde el inicio del poema se nos presenta al caballero con las marcas de la muerte, o cuando menos de la agonía: «I see a lily on thy brow, / With anguish moist and fever-dew, / And on thy cheeks a fading rose / Fast withered too» (Veo en tu entrecejo un lirio / Febril y húmedo de angustia / Y en tus mejillas una declinante rosa / Y bien pronto marchita). ¿La causa? El haber topado con una dama misteriosa, que no es de este mundo: «I met a lady in the meads / Full beautiful-a faery´s child, / Her hair was long, her foot was light, / And her eyes were wild» (Hallé una dama en los prados / Bella como sólo son las hadas, / Su cabellera era larga, su pie ligero, / Y sus ojos eran fieros). El hada conduce al caballero a una gruta y allí lo adormece; sueña éste entonces sueños de pálida muerte y, tras ello, se ve condenado y reducido a la condición de alma en pena: «And this is why I sojourn here / Alone and palely loitering… / Though the sedge is withered from the lake / And no birds sing» (Por ello aquí moro / Solitario y pálido vago / Aunque en el lago el junco haya muerto / Y no canten los pájaros). No cantan los pájaros en el mundo de la muerte. El caballero, a la vez, permanece encantado, prisionero de una especie de cueva de Montesinos, y yerra por los parajes en que ella lo sedujo. Numerosos han sido los pintores pre-rafaelitas que, atraídos por el halo misterioso del poema y del ser femenino sobrenatural que lo protagoniza, así como por su ritmo hipnótico y de conjuro encantatorio, han plasmado en sus lienzos el encuentro entre el caballero y la dama.
Cuando, como en «Parce que» (Porque), «parce que je n´ai que toi»(porque sólo te tengo a ti) y porque la relación amorosa no es de igual a igual, sino desequilibrada en uno o varios aspectos (afectivo, edad, poder o dominio, etc.), y cuando como en «Mourir d´aimer» (Morir de amor) se da la maldición de que «toute issue m´étant condamnée» (toda salida me es condenada), se está a un paso de la desesperación; y, como en «J´en déduis que je t´aime» (De ello deduzco que te quiero), de esa fiebre que precede a la locura.
Víctor Hugo, una vez más, nos da la clave de cuanto acontece: «Veux-tu savoir leur ABC? Ami, c´est amour, baiser, chaîne» (¿Quieres saber su ABC (el de las mujeres, claro está)? Amigo, es amor, beso, cadena).
9) El regret: Escribe Gerardo Diego que «Toda la vida es casi y es apenas». En «L´amour c´est comme un jour» (El amor es como un día) cuyo título da ya la medida de su carácter tan efímero, del amor, partido a la deriva, tan sólo quedaron unos jirones de felicidad («Nous n´avons pu retenir que des lambeaux de bonheur») y como ya no hay ya porvenir, nos queda el recuerdo» («S ´il n´y a plus d´avenir, il nous reste le souvenir»). Ciertamente será bien amargo este recuerdo; será un regret.
Y es que, como ya se vio anteriormente, toda la obra de Aznavour se halla penetrada, -infectada, podría decirse, o «intoxicada» por adoptar la expresión de Georges Duby – de este afecto, de este término tan difícil de traducir con precisión en español, hecho de sentimiento de agravio, de impotencia, de añoranza, de dolor y postración del ánimo, de muerte del alma.
Porque el amor aznavouriano está emponzoñado y vive en la ponzoña afectiva, cabe aplicarle, una vez más, una reflexión o expresión baudelairiana: «Volupté saturée de douleur et remords» (Voluptuosidad saturada de dolor y remordimiento) («Mon coeur mis à nu», «Mi corazón al desnudo»). La melancolía de Aznavour se complace no sólo en el temor permanente a perder el amor, sino también, una vez muerto éste, en el dolor presente por lo que fue y ya no es. La inquietud y la ansiedad van siempre adheridas al amor aznavouriano.
«Je suis comme un homme lassé dont l´oeil ne voit en arrière, dans les années profondes, que désabusement et amertume, et devant lui qu´un orage où rien de neuf n´est contenu, ni enseignement ni douleur» (Soy como un hombre hastiado cuyos ojos no ven en el pasado, en los años profundos, más que desengaño y amargura, y ante él, una tormenta que no contiene nada, ni enseñanza ni dolor) (Baudelaire, «Mon coeur mis à nu», «Mi corazón al desnudo»); como anillo al dedo le van estas palabras a las canciones íntimas de Aznavour, con la única salvedad de que – a diferencia de Baudelaire que en realidad expresa así, más que una realidad, su deseo de indiferente estupor, queriendo conjurar con ello el inevitable sufrimiento – la tormenta de nuestro cantante sí contendrá el dolor.
d) Resumen: La sombre lyre (La lira oscura)
«Pris, on a sa pensée au vent / Et dans l´âme une sombre lyre» (Tomado, tiene uno su pensamiento en el viento / Y en el alma una lira oscura)(Victor Hugo, «Fuis l´éden des anges déchus» (Huye el edén de los ángeles caídos). ¿Cómo no albergarla en el alma, esa lira oscura, después de todo cuanto se ha explicado a propósito de Aznavour?
«Les ténèbres rassuraient sa vanité et son dandysme de femme froide» (Las tinieblas reafirmaban su vanidad y su dandismo de mujer fría) (Baudelaire, «Mon coeur mis à nu»). Frente a la mujer que es juventud y belleza, atolondramiento y capricho, frialdad e indiferencia, aun crueldad, y que cabe definir incluso como femme fatale, nace un amor masculino torturado por un sentimiento exacerbado de inadecuación, generador de ansioso temor, de cavilosa melancolía. También aquí, desde esta perspectiva, Aznavour se inserta en el tópico occidental del hombre maltraído, a expensas y a merced de la fémina, siempre víctima suya. Charles Aznavour, qué duda cabe, es heredero de Lanzarote.
El personaje de Aznavour, aquél que puebla sus canciones presenta, además, los síntomas del existencialismo. No podemos profundizar en esta idea, que este texto es ya excesivamente prolijo; sí podemos, no obstante, afirmar que en Aznavour se da un desasosiego, un comején vital, característicos del hombre de la segunda parte del siglo XX, si no de todo el siglo en su totalidad.
Se ha dicho que, frente a los románticos, enfermos de afectos, Dostoievski representaba la enfermedad de las ideas. Cierto es que los grandes temas del ruso (Dios, la existencia de Dios, Cristo, la libertad del hombre, la degradación del hombre, Rusia y la salvación del mundo por la religión ortodoxa, lo eslavo y su exaltación, etc.) no conciernen a nuestro cantante, pero lo morboso de sus afectos, de su vivencia del amor, en gran medida contamina también su esfera intelectual, la esfera intelectual en general, y su Weltanschauung, pues su intoxicación afectiva genera y conforma un mundo angustioso donde el varón es esclavo y condenado a la infelicidad, sin posibilidad de redención y donde, en su cobardía (tema sartriano por excelencia, lo que Sartre llama la mala fe, «mauvaise foi»), renuncia a la libertad, encerrándose y agitándose en atormentado huis clos.
EPÍLOGO
Y llegamos así al final de este estudio que, esperemos, haya dado cuenta de esa tristeza que recorre la producción de nuestro cantante y autor.
Aznavour tiene noventa y dos años y sigue cantando. Parece prodigioso, pero no debemos convertir lo anecdótico, o al menos lo curioso e inhabitual, en lo esencial; no debemos dar en uno de los defectos de nuestro tiempo caracterizado por su muy superficial liviandad. Por otra parte, la edad no perdona. Alfredo Kraus reprochaba a un Lauro Volpi, mermado en sus facultades vocales, no hacer gimnasia. No sabemos si Aznavour la practica o no, pero ya desde hace tiempo le falla el soporte diafragmático (tensión muscular) con su consecuencia de afectado vibrato; también le traiciona el fiato, menguado, e incluso puede llegar, si bien raramente, a desentonar.
No, no concedamos importancia a la edad de Aznavour y que, a pesar de ello, siga en la brecha. Lo importante es que Aznavour no haya dejado de crear y que por tanto sus canciones se cuenten por centenas y que en esas canciones nos hayamos reconocido como auténticos seres humanos, a través de sus temas, preocupaciones y afectos, así como que en el mundo íntimo que es el suyo descubramos con emoción al amante que sufre porque el amor no es una canonjía, sino un sendero retorcido y cuesta arriba, cuajado de espinas y abrojos.
Lo dilatado de su producción importa también pues contribuye, no sólo cuantitativa sino también cualitativamente, a la construcción y profundización de un mundo propiamente aznavouriano, dando razón pues de un estilo genuino. Aznavour no es flor de un día ni un relámpago. Su técnica de canto mejora con la edad hasta el punto de inflexión del deterioro marcado por la vejez, comentado anteriormente, cuando otros cantantes – Raphael, por ejemplo -, tras el estallido inicial pletórico de energía, ven decaer sus facultades hasta incluso perderlas del todo y para siempre, habiendo de recurrir a la afectación; es, por otra parte, cuanto le ocurriera al tenor Di Stefano, brillante, primero, y luego bastante ridículo.
Sus canciones, con sus temas principales y casi obsesivos, van vigorizando su personalidad artística y sus mensajes con sus características propias, personales e intransferibles, van creando en definitiva el estilo, que es ese algo difícil de definir, pero que nos hace reconocer con facilidad a un artista y distinguirlo de otros. Gracias a su buen gusto, su buen criterio, su cultura que le lleva a construir buenos textos con un vocabulario rico, y también gracias a su innegable perseverancia, podemos hablar hoy y en el futuro del «Universo Aznavour».
ANEXO. Canciones de Charles Aznavour glosadas o simplemente citadas en este estudio:
a) primera parte:
Un par un (Uno a uno)
La Mamma (La Mamma)
La Bohème (La Bohème)
Que c´est triste Venise (Venecia sin ti)
Les comédiens (Los cómicos)
Emmenez-moi (Llevadme)
Le toréador (El torero)
Sur le chemin du retour (En el camino de vuelta)
Je m´voyais déjà (Ya me veía yo)
Tu t´laisses aller (Te abandonas)
Comme is disent (Como dicen)
Les émigrants (Los emigrantes)
Pour faire une jam (Para hacer una jam)
For me formidable
b) segunda parte
Plus bleu que tes yeux (Más azul que tus ojos)
Après l´amour (Después del amor)
Il fallait bien (Tenía que ser)
Isabelle
Viens (Ven)
Paris au mois d´août (París en el mes de agosto)
Non, je n´ai rien oublié (No, no he olvidado nada)
Parce que (Porque)
La route (El camino)
Mourir d´aimer (Morir de amar)
Je meurs de toi (Muero de ti)
Mourir pour toi (Morir por ti)
À te regarder (Cuando te miro)
À trousse-chemise (Con la camisa arremangada)
Sur ma vie (Por mi vida)
Parce que tu crois (Porque crees)
Hier encore (Ayer aún)
L´amour c´est comme un jour (El amor es como un día)
2) Vídeos recomendados:
Sólo es España si es España toda
… Y tiene España una bandera.
Si a mí me quitan de que la quiera,
yo no sería español.
Sería de otra nación cualquiera.
(fandangos naturales)
El independentismo catalán plantea las elecciones del 27 de septiembre como plebiscitarias y, una vez realizadas, parece estar dispuesto a proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña y a continuación ponerse a trabajar en la construcción del nuevo Estado. ¡A tal punto hemos llegado! Quién lo hubiera dicho hace cuarenta, veinte o tan sólo cinco años… Y, sin embargo, porque a todos aquellos que veían venir lo que ocurre actualmente y lo que se avecina de manera inminente les ha correspondido el triste sino de la pobre Casandra que adivina el futuro sin que nadie le haga caso o la tome en consideración, ahora los peores augurios son absolutamente plausibles. La desidia y exceso de confianza del Estado y el gobierno central, la insensatez de Mas y Convergència y el eficaz fanatismo antiespañol de una parte nada desdeñable de la sociedad catalana, amén del -hasta hace bien poco- culpable silencio de la banca catalana, han hecho posible el estado de cosas actual y su irrefragable evolución futura. Veamos uno por uno estos elementos que han dado lugar al problema tal y como se nos presenta en la hora actual.
I) CAUSAS DEL ACTUAL ESTADO DE COSAS
a)La desidia del Estado y el exceso de confianza del gobierno central. La presencia del Estado en Cataluña ha ido menguando hasta hacerse prácticamente irrelevante. El espacio que le correspondía no ha quedado vacío, obviamente. Como era de prever ha sido ocupado, y luego dilatado, por unas fuerzas independentistas que sí se han tomado muy en serio su papel y sus objetivos, si bien sus esfuerzos por desalojar al Estado Central que gestiona y representa a la nación, a España, no se hayan revelado excesivos ni por asomo por haber encontrado el terreno abandonado y con todas las infraestructuras intactas (no se ha dado la política de tierra quemada pues no se cedían pertenencias al enemigo, sino a una región propia) por defección del Estado. En este sentido, y valga como ejemplo, la dejación de obligaciones y la cesión de competencias en materia educativa ha sido letal. Tamaña irresponsabilidad ha dado lugar a numerosísimas hornadas de jóvenes educados en el odio visceral a España.
b) Los sucesivos gobiernos centrales han pecado también de una grandísima incuria, mas sobre todo de exceso de confianza. Aunque conscientes de la deslealtad intrínseca del nacionalismo y de la deriva cada vez más antiespañola que iban tomando los gobiernos autonómicos de la Generalitat, han preferido timoratamente mirar para otro lado, evitar roces y pensar ingenuamente que los nacionalistas nunca osarían ni llevar tan lejos sus pretensiones como para plantear abiertamente y sin tapujos la independencia, ni consumar su traición. Es más, algunos, como Zapatero, no sólo no han puesto traba alguna a la deriva secesionista del nacionalismo, sino que la han alentado.
c) La insensatez de Mas y Convergència, empeñados en resucitar las aventuras de Macià y Companys, incapaces de escarmentar en la cabeza pretérita, que no ajena, de estos dos Presidents y dispuestos a lanzar un nuevo órdago que, esta vez sí, les permita ganar, sea el definitivo.
d) El fanatismo antiespañol, inteligentemente alimentado por la educación pública autonómica y los medios de comunicación mayoritariamente en manos de la Generalitat, apoyado paralelamente con gran entusiasmo por el gobierno vasco y los nacionalistas gallegos que también vivieron un período de un relativo esplendor, ha ido ganando terreno, viendo cómo su principal valedor más radical, ERC crecía como nunca, se fortalecía y ganaba importantísimas batallas como la abolición de la tauromaquia en todo el territorio del Principado. Y esto es tan cierto que el PSC, desde el primer tripartito, fue haciéndose cada vez más nacionalista y, por tanto antiespañol o, cuando menos, ambiguamente antiespañol. En cuanto a IU-Iniciativa per Catalunya, huelgan los comentarios. Por lo que hace al Partido Popular, víctima del torticero, mas eficaz, razonamiento de la equidistancia por el cual tiene este partido tanta culpa de lo que pasa como aquellos que agitan las cosas desde el secesionismo, duda, vacila y acaba por tropezar, desmarcándose también a su manera del fantasma y espantajo del centralismo al proponer melonadas como aquella ideada en 2012 por Alicia Sánchez Camacho del «autonomismo diferencial». ¿Y Ciutadans? No se han estrenado con responsabilidades de gobierno realmente relevantes, mas sería mezquino no concederles que han sido capaces, desde la nada, de levantar un partido que, dentro de Cataluña, defienda a España y su integridad.
e) El silencio de la banca catalana. Hace unos años, cuando Mas tomó el poder y declaró sin ambages cuál era su objetivo, el actor Ramón Fontserè, con gran lucidez, señaló que la concreción, o no, en hechos de los despropósitos de Artur Mas y de Convergència i Unió dependerían en gran medida de la postura que tomara La Caixa. La Caixa, sin embargo, hasta hace escasísimos días, no ha dicho esta boca es mía y hasta entonces sin duda ha hecho bueno aquello de que «quien calla, otorga». La opinión desfavorable a la secesión por parte del señor Fainé, posiblemente, llegue algo tarde.
II) LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y AUTOCENSURA PARA NO OFENDER
Antes de proseguir, permítaseme poner en evidencia la descompensación (o doble rasero) entre las declaraciones y propósitos de los separatistas, por un lado, y los de aquellos que defienden la unidad de España, por otro, llegándose al extremo de que el independentista declara abiertamente que romperá la Constitución, por creerse con derecho a ello, mientras que si alguien, a pesar de toda la timidez y cautela con que lo haga, sostiene que la Constitución no puede ser rota y apunta, como ha hecho Morenés, el ministro de Defensa, a preguntas de periodistas, que no motu proprio, que una de las misiones del Ejército consiste en defender la unidad de España, los independentistas lo tomen como una declaración de guerra. Así, por ejemplo, Ramón Tamames, por no citar directamente el caso catalán, en su artículo «Prim y la nación española» (ABC. 28/3/2013), alude a la Guerra de Secesión americana en los siguientes términos, como quien dice «dejándolo caer»: «… en la (constitución) de EEUU… no se incluyó ningún derecho de secesión. De modo que al enarbolar la bandera de la Confederación siete estados del Sur, en 1861, el presidente Lincoln no vaciló en plantear la reconstrucción de la unidad nacional, recurriendo al legítimo uso de las armas, en su calidad de comandante supremo». Los independentistas juegan con ventaja en el terreno de las declaraciones y de la expresión de las ideas. En efecto, ellos pueden decir cuanto quieran; sus enemigos, sin embargo, no, pues todo cuanto no sean paños calientes servirá tan sólo para encrespar más los ánimos, atizar la hoguera y ser siempre tachado de intolerable por el separatismo. En definitiva, que la batalla de la información la tienen ellos ganada de antemano. Ellos pueden decir y dicen cuanto quieran; por el contrario, los que creen en España han de andar con pies de plomo. Así pues, altavoces para los independentistas y rubores para los defensores de la unidad. ¿Qué es romper la patria sino un golpe de Estado, tal y como ya lo intentara en su día Companys? No obstante, ¡ay de quien invoque al Ejército para preservar esa unidad!, que es por otra parte cuanto ocurrió en 1934, en plena Segunda República Española, a la hora de abortar la rebelión secesionista de la Generalitat. Se le motejará de franquista, de fascista, de golpista y hasta de genocida.
III) INCONVENIENTES DE LA INDEPENDENCIA PARA LOS CATALANES
Sobre la posible, o probable (o ¿cierta?) independencia catalana se ha argumentado en su contra que:
a) económicamente, empobrecería grandemente a Cataluña. Lo ha sostenido el gobierno nacional actual hasta la saciedad e incluso da la impresión de que Mariano Rajoy haya sido, en este aspecto, monotemático. Llevan razón el gobierno y su presidente. Que la renta per cápita, entre otras claras desventajas, se retraería, es una evidencia. Sin embargo, por mucho que se diga que los catalanes son «fenicios» y muy apegados al dinero, no parece que ese empobrecimiento amilane al nutrido sector independentista, lo cual prueba que es un error cifrarlo todo en lo económico. En efecto, el sentimiento de patria va mucho más allá por ser eminentemente emocional. Algo más de ello se dirá más adelante.
b) Cataluña se vería fuera de la Unión Europea y así pues fuera también del sistema monetario europeo, fuera del tratado de Schengen, etc., y además, con el veto de eso que quedara de España pendiendo a modo de espada de Damocles sobre ella, nunca podría ingresar como tal nación catalana en la Europa comunitaria. Aunque, personalmente, crea yo que si se produjera la independencia, Cataluña a la postre acabaría por ingresar como Estado nacional en la UE, es también bien cierto que no se haría de manera inmediata y que habrían de ser muchos los años, con sus consiguientes penalidades, que hubieran de transcurrir antes de su verificación.
No son desdeñables estas trabas y a pesar de ello el independentismo sigue adelante sin que sus posibles votantes parezcan temerlas. Frente a la ausencia de un patriotismo español y alimentándose de ese vacío, se erige, poderoso y en expansión el nacionalismo catalán.
IV) LA CUESTIÓN DEL PATRIOTISMO
¡El patriotismo español!… La gran cuestión. En cuántas ocasiones los equidistantes no nos habrán dicho aquello de que sí, que de acuerdo, que los nacionalismos vasco -con novecientos asesinatos a la espalda- y catalán son lo que son, pero es que también hay un nacionalismo español que los quiere eliminar… Como el capitán pirata de Espronceda, «¡yo me río!». ¡Cómo va a haber un nacionalismo español cuando ni siquiera hay un patriotismo español! Por desgracia. Es nuestro gran vacío nacional, nuestra gran falla.
Soy consciente de que el vocablo «patriotismo» goza de funesta fama. Remite generalmente a la exaltación no muy razonada que del concepto hiciera Mussolini y luego los distintos fascismos hasta que, en el caso alemán, el nacional-socialismo se lo incorporara y, haciéndolo partícipe del racismo, lo identificara a sus horrendos crímenes. En España el franquismo abusó del término, asociándolo al nacional-sindicalismo y al nacional-catolicismo (Falange, carlismo, tradicionalismo, etc.). De ahí que la gran mayoría de nuestros intelectuales, con pusilanimidad, al hablar de la necesidad de un patriotismo español, le hayan añadido siempre el adjetivo «constitucional» o «constitucionalista». Sin embargo, el patriotismo no es reductible a un régimen, a una fórmula política por mucho que ésta consagre las libertades, entre otras cosas porque la patria es previa a la constitución. El patriotismo desborda esos márgenes políticos, siempre estrechos, por muy generosos que sean y, además, siempre puramente intelectuales. El patriotismo es algo emocional, es el amor al pasado histórico, a los antepasados que fueron conformando nuestro ser nacional (¿definiría ahora Kant, como hiciera en su día, a España como «la tierra de los antepasados»?), a nuestra cultura (que puede ser diversa, no necesariamente monolítica) y nuestras lenguas y hablas, a nuestros paisajes, a nuestras diversas gentes con quienes convivimos y conformamos nuestro país; es un proyecto de convivencia actual y para el futuro que busca mantener lo propio, enriqueciéndolo y mejorándolo en lo por venir. Todo ello dentro siempre de una visión aérea, de una perspectiva profundísima y anchísima, en las antípodas del patrioterismo de campanario y del apego primario al terruño.
El patriotismo tiene, como mínimo, un punto de irracionalidad, como toda manifestación afectiva (enamoramiento, amistad, simpatía, efusión lírica, afinidad, fe y religión, misticismo, etc.). Sobre esa base irracional conviene construir un edificio racional, entre otras cosas para que el patriotismo no degenere en nacionalismo pues éste, para vivir, requiere de uno o varios enemigos que alimenten permanentemente su odio, motor de su existencia. El patriotismo suma; el nacionalismo fragmenta.
España, en palabras del historiador vasco Fernando García de Cortázar, necesita «una tranquila pasión nacional».
V) ARGUMENTOS INÉDITOS CONTRA LA INDEPENDENCIA DE CATALUÑA
A continuación querría desplegar una serie de argumentos contra la independencia de Cataluña que, creo, no han sido nunca esgrimidos por nadie, a excepción del primero, que sin embargo tampoco ha sido profundizado. Quizá hayan sido pensados, pero, que yo sepa al menos, nunca explicitados, algunos de ellos porque anuncian auténticas catástrofes. Son, por tanto, absolutamente inéditos. Mas antes de pasar a exponerlos, hemos de detenernos a considerar, aunque sólo sea por un momento, que España, desde el punto de vista territorial, es la suma de todas sus regiones. Quiere esto decir dos cosas:
1) Que los habitantes de ninguna de esas regiones, por más que se llamen «nacionalidades históricas» (en el caso que nos ocupa, los catalanes) tienen derecho a plantear unilateralmente la separación. La parte no puede imponerse al todo. Es el todo el único que puede decidir sobre sí mismo o sobre una o varias de sus partes. A esta conclusión llegó, por otra parte, el Tribunal Constitucional Canadiense, tras la agitación independentista del Quebec y sus referéndums para la secesión.
Tan sólo en caso de invasión, ocupación, de maltrato contumaz, de explotación, la parte ultrajada podría hacer valer sus derechos. Por ello, en estos casos, la ONU reconoce el «derecho de autodeterminación» a los pueblos colonizados y oprimidos. Como sería francamente ridículo que una región, o si se prefiere nacionalidad histórica, miembro de un Estado occidental de la Unión Europea, quisiera hacer valer ese derecho reservado a países como, por ejemplo, Timor Oriental o Sudán del Sur, la trapaza del nacionalismo consiste en modificar el nombre del derecho, denominándolo más descafeinadamente, y también más progresistamente, «derecho a decidir».
Por mucho que quieran engañarnos incluso historiadores de prestigio como Josep Fontana, Cataluña está con todos nosotros desde el principio. La Historia de España no se concibe sin Cataluña. Cataluña confluye naturalmente en España con el destilar lento de la Historia, de los hechos relevantes y de los hechos cotidianos y rutinarios, de la expansión imperial, de las guerras contra el extranjero (vg la Guerra de la Independencia o Guerra del Francès, como se llamó en Cataluña), de las iniciativas económicas, de las fusiones de toda índole, etc. «Y quien dijere lo contrario, miente».
2) Que España es, desde el punto de vista territorial, toda España. Por tanto hablar de Cataluña versus España («Espanya contra Catalunya» fue el título de un congreso de Historia organizado y amparado por las autoridades catalanas, en concreto por el Centre d´Història Contemporànea del Departament de Premsa de la Generalitat) o de las relaciones entre España y Cataluña como quien habla de las relaciones entre Bélgica y el Congo Belga (la metrópoli y la colonia) o entre Francia y España (dos Estados soberanos), es una peligrosísima falsedad. Si se ha de hablar con propiedad, aunque sea más largo, se habrá de decir «Cataluña y el resto de España».
Falso es también hablar de una futura España sin Cataluña, no porque Cataluña no pueda independizarse, sino sencillamente porque España, sin Cataluña, no puede ser ya España y, por tanto, en buena ley, no podrá seguir llamándose España. Habría que rebautizarla. Sin Cataluña y los catalanes (como sin El País Vasco y los vascos o sin Galicia y los gallegos), con inmenso dolor, no podríamos considerarnos más que «ex-españoles» y habría que buscar una nueva denominación para la mermada comunidad de huérfanos en que nos convertiríamos.
Habiendo aclarado estas cuestiones, podemos pasar ya a exponer los argumentos contra la independencia que presentábamos como inéditos.
a) El taifismo: A nadie en su sano juicio se le puede escapar que si Cataluña se independizara, a continuación vendría el País Vasco y, luego, Galicia. Muy probablemente no quedaría ahí la cosa: Andalucía seguiría y posteriormente alguna región más. ¿Canarias? Canarias, junto con Ceuta y Melilla, serían ocupadas por el reino de Marruecos. ¿Con qué fuerza lo que quedara de España podría oponerse al extranjero cuando ni siquiera puede llamar al orden a la más pequeña de sus regiones, pues todas, además, se le insubordinan y se le declaran ajenas?
b) La guerra: Cuán ingenuo sería todo aquél que pensara que, una vez fragmentada España, aunque triste y desolado, el panorama quedaría estabilizado ya por muchos años o incluso por siglos. Al revés. Se iniciaría un período de fenomenal inestabilidad porque el irredentismo de los nuevos países se manifestaría con irresistible pujanza. Una Cataluña crecida y eufórica reclamaría el conjunto de los Países Catalanes (País Valenciano en su totalidad, las Baleares y la franja catalano-parlante aragonesa; tan sólo, por lejanía, l´Alguer (Alghero) quedaría fuera de la reclamación pancatalanista). Una Euskal Herria pletórica de pujante ardor buscaría la anexión de toda Navarra. ¿Se llevarían a cabo estos Anschluss también sin derramamiento de sangre por tenerlo todo previamente atado y bien atado? ¿Todos los valencianos, baleares y navarros lo aceptarían? ¿Las franjas castellano-parlantes quedarían de brazos cruzados o apelarían a Castilla (lo que quede de ella) en su defensa? Guerra, desplazamientos de poblaciones, refugiados, enorme confusión. Crímenes y barbaridades en el más puro estilo hispánico-balcánico. Reviviríamos los ex-españoles aquellas crueldades y venganzas fratricidas (ahora ex-fratricidas) de nuestras edificantes guerras carlistas y guerra civil. Las partidas, las guerrillas, los milicianos, los facciosos, ¡echarse al monte!
Sin contar que Euskadi Norte y Cataluña Norte pertenecen a Francia y que también se verían hostigadas por el irredentismo. ¿Permanecería Francia de brazos cruzados?
Europa, los Estados Unidos de Norteamérica, acabarían por haber de intervenir, poniendo más que en solfa la nueva soberanía, recién adquirida, de los nuevos Estados nacionales.
c) Un país cualquiera: Supongamos que Cataluña deje España; lo que quede -que, repito, no es España pues España es todo y no puede por tanto seguir llamándose «España»- será, como la propia Cataluña independiente, algo bien pobre y menguado, algo bastante birria, la verdad. Sin ánimo de ofender y honni soit qui mal y pense atribuyéndome dementes obsesiones de un dominio habsbúrguico periclitado ya, aun cediendo a todo patriotismo el mismo valor cualitativo, creo que, desde el punto de vista cuantitativo, hay dos categorías de patriotismo: el de las grandes naciones y el de las otras naciones, respetables ambas categorías, como no podía ser menos, pero con mayor peso específico la primera, que corresponde, como ya se ha dicho, a aquellos países grandes y de gran cultura que política, militar y culturalmente han hecho la Historia conformando el mundo tal y como es. Entre ellos hallamos a Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Rusia, recientemente los EEUU y, claro está, España.
Si Cataluña marchara, nos dejaría desamparados. Tanto mis hermanos catalanes, por su lado, como mis hermanos ex-españoles no catalanes, por otro lado, ¿qué serían ya?, ¿qué tipo de naciones conformarían? Algo equiparable a una Letonia o un Luxemburgo (pero mucho más pobre), o una Finlandia (y, por favor, que no se me ofendan los nativos de esos países; apelo a su sentido racional de la objetividad). Países pequeños. Los independentistas hablan a propósito de una Cataluña independiente como de «la Dinamarca mediterránea». Un país pequeño.
Ofendidos, humillados y, para más inri, menguados. Como descendiente de españoles, como heredero de la Reconquista y de la unión de las coronas hispanas, salvo la de Portugal, no puedo ni quiero tolerar que se me expolie y se me rebaje desde mi condición de español, condición histórica grande, a la de persona histórica de segundo orden y, probablemente, a menos aún, a la de auténtico pelagatos, junto al ex-compatriota catalán, en las esferas internacional e histórica.
d) Mutilación: Si se nos arranca Cataluña, cómo no hablar de mutilación y ¡de las más importantes! No es ablación de un dedo o del lóbulo de la oreja, sino de un brazo, del diestro además. No obstante, aunque disminuido y tullido, el manco sigue vivo e incluso puede, a base de voluntad, aprender a ser zocato. Por otra parte su alma, aunque acongojada al principio y muy dolida por la pérdida del miembro, ha quedado intacta, pudiendo incluso, con paciencia e inteligencia, recobrar la plenitud.
Sin embargo, la pérdida de Cataluña sí que afectaría indefectible y permanentemente al alma. Sería una ausencia, un vacío, enormes, permanentes e insoslayables. De ahí, por tanto, que no se deba ni se pueda hablar de mutilación física, mas sí de mutilación, de cuajo, del alma.
e) Desnaturalización:
«… y para ello, es necesario forzosamente, que todos nos desnaturalicemos de los reinos de España donde nacimos, neguemos la obediencia al rey don Felipe, señor de ella, pues es claro que nadie puede servir a dos señores, y porque no se pongan dilaciones en cosa tan importante y útil a todos, haciendo yo principio, digo que me desnaturalizo desde luego de los reinos de España, donde era natural y que si algún derecho tenía a ella, en razón de ser mis padres también naturales de aquellos reinos y vasallos del rey don Felipe, me aparto totalmente de este derecho, y niego ser mi rey y señor, y digo que no conozco ni quiero conocerlo, ni obedecerlo por tal…
La impresión fue profunda. Ya no eran palabras, eran visiones las que pasaban ante los absortos ojos de aquellos hombres zarandeados en las más profundas fibras de su sentimiento y de su ser. Era la majestad del rey bajo la que habían nacido y que se confundía para ellos con la bendición de Dios. Era la visión de sus pueblos, en un rincón de España, como cubiertos y arrasados por un fuego de maldición. Eran sus padres, sus barcos, sus caballos, sus canciones, borrados y ennegrecidos de pronto por una azufrada bocanada de infierno. Muchos cerraron los ojos y se persignaron».
Este pasaje corresponde a la novela de Uslar-Pietri, «El camino de Eldorado». En él, el loco Aguirre o Aguirre el traidor, como él mismo a sí mismo, sin asomo alguno de hipocresía, se denominaba, acaba de proclamar como nuevo rey a don Fernando de Guzmán y, para consumar su traición, con arrojo de malvado shakespeariano, decide desvincularse totalmente de su patria para, así, libre y vacío de todo, mejor acometer la nueva conquista del Nuevo Mundo, arrebatándoselo a sus antiguos compatriotas. Para ello, necesita de la desvinculación afectiva total de todos sus soldados, quienes se ven así forzados a la desnaturalización.
Cuando a uno lo fuerzan a ser apátrida, que es lo que ocurriría con nosotros si Cataluña se independizara, ¿qué le espera? El vacío afectivo, la mengua cultural, el palpar de ciego, la más profunda de las melancolías, el sentimiento vicario de traición pues la traición, consumada por los felones, recaerá inevitablemente sobre el traicionado, creándole esa impresión desazonadora de estar moralmente sucio.
Pienso en mí (y no es egolatría; soy sólo la muestra de todos los forzados a la desnaturalización) y observo que ya no soy español, que es lo que constituye mi ser, y que por tanto se me impide la generosidad, la amplitud de miras, la fraternidad con quienes fui criado en la españolidad. ¿Qué me queda? ¡Ser castellano! ¡Qué belleza!… Ser mucho menos de lo que soy ahora, de lo que todavía soy. Y, así, renunciar a los mares de mi patria, a las montañas periféricas, a las culturas y a las artes cantábricas y mediterráneas, a la comunión hispánica para de esa manera ¡regresar al Medioevo! No, no puedo tolerar que los enemigos de España me reduzcan y regredan a la condición pre-española, superada por la Historia, de «castellano». Yo nací en Castilla y mi lengua materna es la castellana, sí, mas rechazo con toda la fuerza de mi corazón que mezquinamente se me encierre en los estrechos límites de mi región, de mi arcaísmo. No puedo tolerar que se me arrebate lo que es mi ser, lo que me legaron mis antepasados de tantas regiones de España y la Historia de mi patria.
Sin rubores, con fe, con patriotismo, proclamo que soy ¡español!
Esther Cañadas en Canfranc
Si no puedes ver el contenido, visita el siguiente enlace:
http://issuu.com/dokult/docs/esther
También puedes encargar una versión en papel:
http://www.bubok.es/libros/240451/Esther-Canadas-en-Canfranc
O descargar gratis el libro completo en pdf:
http://tv.dokult.com/wp-content/uploads/2015/10/Esther.pdf
Este libro es de libre difusión. Ni DOKULT ni su autor reciben ningún tipo de ingreso derivado de su publicación o impresión. Si te gusta, comparte.
Macarena ¡aaaah!
Dale a tu cuerpo alegría, Macarena,
que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas.
Dale a tu cuerpo alegría, Macarena, ¡eeeh, Macarena!
Macarena tiene un novio que se llama,
que se llama de apellido Vitorino
y en la jura de bandera del muchacho
se la dio con dos amigos.
Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan los veranos de Marbella.
Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan las movidas guerrilleras.
Macarena sueña con El Corte Inglés,
que se compra los modelos más modernos
y se va a vivir a Nueva York
y se liga un novio nuevo.
No se trata aquí de juzgar musical o artísticamente esta canción de los del Río, tan famosa en España y en el mundo entero. Sencillamente intentaremos una aproximación sociológica y nos aplicaremos a demostrar que esa Macarena, compuesta en 1995, hubiera sido imposible unos años antes y que refleja una nueva mujer española dentro de una nueva sociedad.
I) GENERALIDADES PREVIAS:
«Pepi, Luci y Bom (y otras chicas del montón)», de Almodóvar y con fecha de 1980, refleja ya un cambio, ¡y vaya cambio!, en la figura y representación de la mujer española; ahora bien, era un caso extremo y un tanto fugaz, a pesar de que expresaba meridianamente que la fémina hispana reclamaba libertad, voluntad propia y el derecho a disponer de su vida sin paternalismo ni obstáculo algunos, ya fueren éstos de índole legal, social o moral. La mujer española quería trabajar como el hombre, ganar cuanto gana el hombre, vivir sola o acompañada mas según disponga ella misma, tal y como hace el hombre, mandar como el hombre y que se la respetara y valorara tanto como al hombre. En otras palabras, y con ejemplos, que una mujer pueda vivir sola si le place, pueda disponer libremente de su sexualidad, hasta el desenfreno si así lo desea, pueda auparse en la sociedad según su mérito y no según su sexo; en definitiva, que ella sea dueña de trazar su propio recorrido vital, en lo afectivo, en lo social y en lo profesional, no viéndose condenada ya a ser esposa (ama de casa no remunerada) o a ser cortesana (mantenida) o a ser una auténtica desdichada en razón de su sexo (solterona que se queda para vestir santos, madre soltera, fracasada siempre).
«¡Y antes de verle me dan
esposo! ¡Caso terrible!
¡Que tenga tanto poder
la obediencia y el honor!…
…Sin ver,
¡ He de amar a quien aguardo!»
(Tirso . «La celosa de sí misma»)
Mientras no se diera la independencia económica de la mujer, no se podía producir su auténtica emancipación, esa «habitación propia» que reclamaba Virginia Wolf.
Si bien, bajo Franco, la legislación era claramente machista y tradicionalista (una mujer no podía tener pasaporte, trabajar o abrir una cuenta bancaria sin permiso marital o paterno), ya a partir de los sesenta, con el desarrollismo, la irrupción de los tecnócratas en el gobierno (con la entronización del turismo como fuente de ingresos) y el rumbo americanista y europeísta que el régimen tomaba, la mujer comenzaba a dejarse ver fuera del ámbito familiar, haciéndose notar profesionalmente. Claro está que no se daban las mujeres arquitectos, intelectuales, artistas (salvo la actriz y la cantante), gobernantes o mujeres de negocios; sus labores profesionales eran más modestas (obreras, secretarias, administrativas, etc.), pero eran importantes y, sobre todo, se veían. La mujer dejaba de ser invisible para ocupar, sin bien generalmente en un rango inferior, el mismo espacio físico y profesional que el hombre, en la fábrica, en la oficina o en el ministerio.
«Las secretarias» de Pedro Lazaga, con La Polaca, Sonia Bruno y Teresa Gimpera, película de 1969, es además de, en parte, una españolada para reprimidos al uso, en la época en que un viejo rijoso (el gran Sazatornil) persigue a las jovencitas y en que éstas, en período de pre-destape, enseñan cacha en plena moda minifaldera, además de ello, digo, es un buen documento sociológico que pone de manifiesto la laboriosidad, diligencia, capacidad resolutiva, implicación profesional y buena preparación técnica de la secretaria española, factotum y alma mater de la empresa en que trabaja. Hay algo además muy significativo y es que cuando la secretaria que encarna Teresa Gimpera se casa, abandona el trabajo (los maridos «quitaban» a las esposas de trabajar) y se aburre lo indecible en el hogar, todo el día sola. Curiosamente, no tiene hijos y aquí la película es profética por cuanto la incorporación de la mujer al trabajo generará un descenso en la natalidad nacional hasta el punto de constituir hoy en día un auténtico problema social, cada vez más acuciante. Sus días transcurren entre el tedio vital y el abatimiento moral. Añora el trabajo y ello hasta tal punto que, tras convencer al reticente marido, vuelve a la oficina, reclamada además por su antiguo jefe que ve cómo el negocio renquea desde su marcha. Una mujer casada que sigue trabajando. Claramente es todo un éxito social y la película tácitamente aplaude el hecho.
En «El movimiento feminista (en España)», cuyo autor es Luis Enrique Otero y que constituye una de las colaboraciones del tomo, coordinado por Jesús A. Martínez, «Historia de España. Siglo XX – 1939/1996», se afirma: «La incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral, a partir de los 50, la universalización de la enseñanza secundaria con la aparición de los estados del bienestar y la masificación de la universidad en los años 60, provocaron una transformación radical en el papel y los roles de la mujer en las sociedades industrialmente avanzadas. La independencia económica adquirida por las mujeres y la elevación de sus niveles educativos contribuyeron de manera decisiva a la ampliación del apoyo social de los movimientos en pro de la igualdad de los derechos de la mujer…»
Recuerdo cómo, siendo yo un muchacho de últimos años de bachillerato, en los primeros de la década de los 70, el Ayuntamiento de Madrid estableció la figura de policía municipal fémina, que nos sorprendió a todos. Se hacían chistes al respecto (machistas, claro, ya malintencionados, ya ingenuamente benévolos y, aunque machistas, no siempre favorables al hombre, extremos estos que parecen no excluirse necesariamente), se especulaba con que la mujer agente no sabría imponerse y se le faltaría al respeto, se incidía en lo incompatible de los encantos femeninos con la práctica represiva y de mantenimiento del orden y del tráfico, etc. Llegó la primera promoción y, como en el soneto cervantino del bravucón, «no hubo nada» y así hasta que bien pronto toda la ciudad se acostumbró a la presencia de las chicas uniformadas y ya nadie reparó más en ello, debido a la fuerza de la «habituación» social o «fuerza de la costumbre», por evitar el empleo de tecnicismos.
Cuando Suárez llega al poder y decide democratizar, europeizar y «desenfranquizar» España, se fija -y así lo expresa en más de una ocasión- como objetivo el llevar al campo legal lo que es práctica habitual en la calle, esto es «normalizar» la vida social, salvar esa zanja entre leyes caducas que no respetan ni representan la realidad y la realidad misma.
Con el evidente retraso con respecto a Europa, España atiende las reivindicaciones feministas y así la Constitución de 1978 sanciona, como no podía ser menos, la igualdad de hombre y mujer, condena toda forma de discriminación por razón de sexo y pone fin a la inferioridad legal discriminatoria para la mujer hasta ese momento. En 1981, el gobierno de la UCD de Suárez aprueba la ley de divorcio. En 1983, el gobierno socialista de Felipe González despenaliza el aborto en tres supuestos y crea el Instituto de la Mujer, que es ciertamente propaganda política y electoralista permanente, pero que también da frutos que no son estériles o ineficaces en cuanto al cambio de mentalidades, siendo éstas en definitiva lo más importante porque sobre ellas se asienta a la postre el edificio social.
Una vez conseguidos el reconocimiento jurídico de la igualdad entre los sexos, la ley de divorcio y la ley del aborto (si bien ésta para la izquierda y para amplios sectores feministas, se quedó corta, tal y como quedó de manifiesto con su ampliación bajo el gobierno de Zapatero), el feminismo abandonó las calles y las ruidosas manifestaciones para movilizarse en otros ámbitos. Recuerdo al respecto cómo, durante una concentración feminista en la madrileña glorieta de Quevedo, allá por 1976 ó 1977, y quizá porque, remedando los eslóganes que las vociferantes milicianas «igualitaristas», comunistas o anarquistas, coreaban en sus revolucionarios desfiles durante nuestra Guerra Civil, nuestras actuales manifestantes gritaran: «Hijos, sí, maridos, no», una portera, dolida en sus creencias bastante más tradicionales, salió a increparlas, diciéndoles: «¿Pero qué es lo que queréis… ¿follar como las perras?»
Posiblemente, para evitar encontronazos con las porteras (que al fin y al cabo son compañeras de sexo), el feminismo trasladó su ámbito de acción y de movilización a los mass media. El objetivo era hacer visible a la mujer, que se contara con su presencia y, en el orden de los hechos concretos, lograr que en el campo laboral la sociedad se comprometiera a unos mínimos de presencia femenina, cifrados en porcentajes claros. Era lo que se dio en llamar la «discriminación positiva», tan discutida y discutible; y así el PSOE, por ejemplo, en 1988 se comprometió a reservar un mínimo del 25 % a la mujer en las listas electorales. Seguirían casi todos los demás partidos.
Paralelamente se producía la invasión pacífica de la universidad por parte de la mujer en los años 80. Si ya en el bachillerato, el éxito de las chicas se hacía notorio cosechando mejores resultados que los chicos, el siguiente paso no podía no producirse y así en los 90, las estudiantes superaban el 50 % de los matriculados. Medicina y Derecho se feminizaron y, con ello, reos de una visión machista de los hechos, se devaluaron socialmente. La instrucción también, pero es que el mundo de la enseñanza ya estaba bastante más feminizado y, por tanto infravalorado, desde hacía bastante más tiempo.
¿Se debe el actual descrédito o al menos indiferencia hacia casi toda práctica profesional al hecho de que la mujer va incorporándose a los feudos profesionales tradicionalmente privativos del hombre, e incluso acaparándolos (cada vez, por ejemplo, hay más mujeres arquitectos, ingenieros, periodistas o políticas) o se debe más bien a que nuestra sociedad sólo valora lo mediático, lo efímero, el relumbrón (cantantes de moda, famosos, gentes de la televisión, futbolistas, etc.) y desprecia y arrumba cuanto es esfuerzo, formación, práctica responsable y disciplinada, auténtico compromiso social, desempeño laboral sordo y sin sobresaltos ni gancho «provocador» o escandaloso?… que es, por otra parte, cómo y lo que aprendió la mujer cuando era criada del esposo y niñera y cocinera y tantas cosas más en la familia, esto es el no darse importancia, la modestia, la paciencia, la perseverancia, la prudencia y la discreción, virtudes aplicadas ahora a la vida profesional. ¿Que es poco feminista cuanto acabamos de afirmar, amén de discutible? Como es cuanto pienso, no por temor a que se me tache de no sé qué, debo dejar de decirlo.
Y la mujer española comenzó también a brillar en el mundo de los deportes que hasta entonces fue coto privado de los hombres. Las consejas según las cuales la mujer menstruante debía abstenerse de hacer ejercicio por estar poniendo en serio riesgo su salud, o que la práctica deportiva masculinizaba indefectiblemente, o que un golpe en los pechos producía cáncer de mama, etc. fueron pasando al olvido, revelándose tan caducas como aquella prohibición expresa del franquismo que, desde 1939 a 1963, negó a la mujer la práctica del atletismo. Tanto es así que hoy las deportistas españolas brillan en distintas modalidades. ¿Quién lo hubiera podido sospechar hace tan sólo treinta años? Cabe reseñar aquí a Carmen Valero, pionera del atletismo femenino, quien logró proclamarse campeona en los Mundiales de cross en 1976 y 1977, siendo además, en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, la primera atleta olímpica española.
En cualquier caso, dejando al margen la política ultracatolicista de separación de sexos en la enseñanza, hoy en día, en España, se acepta y se vive con absoluta normalidad la total igualdad intelectual de los sexos y su coexistencia en un mismo ámbito profesional o académico. Las mentalidades del presente no conciben ni la segregación por razón de sexo ni la existencia separada. Niños, muchachos y padres no coinciden ya con eso de «los chicos con los chicos y las chicas con las chicas». Ya lo cantaban los Bravos, a finales de los 60: «Los chicos con las chicas tienen que estar / Las chicas con los chicos han de vivir / y estando todos juntos, deben cantar… La edad de piedra ya pasó… y hasta los viejos van a comprender / que tú has de vivir…» («Nosotros reflejábamos una especie de liberación en la etapa del franquismo; cantábamos «Los chicos con las chicas», que estuvo al borde de la censura», comentaba Mike Kennedy, cantante y voz líder del grupo musical Los Bravos». Rioclaro en You Tube, publicado el 30 de junio del 2012)
La liberación sexual. Cuando yo era adolescente y luego fui joven, se empleaba mucho el término de «estrecha» para calificar a la muchacha que no se entregaba con facilidad, que «se reservaba», que, por emplear la terminología taurina, «tardeaba», «manseaba», «no quería tomar varas», «se escupía al hierro», «no entraba al trapo» y un largo etcétera. «Estrecha» era toda aquélla que rechazara «acostarse conmigo». «Estrecha» o «generosa», sin embargo, la mujer quiso ser dueña de su sexualidad, mediante el uso de los métodos anticonceptivos, en el aspecto fisiológico, y dueña absoluta de su elección de pareja y de elección de afines; dueña en definitiva de su voluntad, sacudiéndose las influencias y presiones religiosas y morales tradicionales. ¡Cuán lejanas se nos antojan las dudas y los pensamientos de la galdosiana Fortunata considerando cómo, si bien no le quiera, desposando al pobre de Maximiliano, dejará de ser una arrastrada para convertirse en mujer decente, con un nombre y una familia!
Claro está que lo anterior supuso (y supone) un descenso -alarmante, como ya se dijo- de la natalidad en España, entre otras cosas también por el retraso de la maternidad, difícilmente compatible con la vida profesional y heroica socialmente si se tiene en cuenta la inapreciable ayuda e inapreciable fomento que recibe desde los poderes públicos, siendo el nuestro uno de los países europeos con una más deficiente política social al respecto. «Sobre el envejecimiento de la población española se ha impuesto un extraño silencio, me temo que por razones ideológicas emanadas del Mayo del 68, poco amigo de la fertilidad…» (Ignacio García de Leániz. El Mundo. mayo 2014)
Dice Luis Enrique Otero: «Las nuevas generaciones de mujeres habían conquistado su autonomía personal y no estaban dispuestas a resignarse al tradicional, dependiente y subordinado papel de esposa y ama de casa que había predominado veinte años antes (en los años previos a los 70)»
La sociedad española, desde la muerte de Franco, ha experimentado numerosísimos cambios que la hacen a veces irreconocible. España es, de los países occidentales, el que más lo ha hecho en los últimos cuarenta años. En muy gran medida, esas novedades son consecuencia de la nueva visión y rol sociales de la mujer y España, en muchas cosas, ha cambiado para bien gracias a la mujer y a su emancipación. Lo negativo de las modificaciones sociales producidas en nuestro país son ajenas a la mujer: desnacionalización de la nación, terrorismo, partitocracia, fuerte deterioro de la instrucción pública, incultura de masas propiciada por las distintas televisiones que nos convierten a los españoles en auténticas porteras, corrupción desbordante, codicia financiera, desprotección progresiva del trabajo, despilfarro, sistema impositivo apabullante para el contribuyente y la pequeña empresa, etc. Por el contrario, la mujer ha aportado: igualdad, libertad, discreción, disciplina, responsabilidad.
En definitiva, que la mujer modificó sustancialmente con su impulso no sólo las esferas oficiales jurídicas e institucionales, sino además y sobre todo nuestro sistema de valores y nuestras conductas, colectivas e individuales. Como concluye Otero: «una de las mayores y más profundas transformaciones registradas por la sociedad española del último tercio del siglo XX».
En situaciones de postración económica y política, máxime si incluso se habla de miseria, la mujer lleva las de perder frente al hombre: estará más postrada que él, más explotada y será aún más miserable. «Lo esencial del saber, lo que saben los niños y los paletos, ella lo ignoraba, como lo ignoran otras mujeres de su clase y aun de clase superior… aquella incultura rasa». (Benito Pérez Galdós . «Fortunata y Jacinta») Es en las sociedades prósperas o en vías de serlo, en que la mujer no sólo hallará su tabla de salvación, sino su pleno desarrollo y su empuje y sus ansias de libertad serán acicate, espuela de prosperidad y libertad para el conjunto de la sociedad. Es cuanto ha sucedido en España.
II) MACARENA:
Ya va siendo hora de que nos ocupemos de Macarena… La canción refleja a su manera y con su sesgo comercial a la nueva mujer española, mucho más cercana a la Carmen de Mérimée que no a la doña Estefaldina de Valle-Inclán. «Doña Estefaldina teje su calceta / puesta de mitones, cofia y pañoleta, / en el saledizo de su gran balcón. / Doña Estefaldina nunca fue casada… / Doña Estefaldina… reprende a las mozas si tienen galán…» (Ramón María del Valle-Inclán. «La infanzona de Medinica»). Decimos esto de Carmen pues, evidentemente, siendo como es «Macarena» una canción dirigida a las masas en un período en que todo ha de hacer alusión o abordar directamente el sexo, en que el sexo es obligación social, el sexo y lo sexual impregnarán forzosamente todo el texto y el sentido de la canción. Pero es que es precisamente en este ámbito donde mejor se puede calibrar el cambio cualitativo y cuantitativo de la mujer española y de la sociedad española en su conjunto.
- La mujer es dueña de su cuerpo, no se avergüenza de él (ni de sus «enfermedades» o «suciedades» como lo fuera tradicionalmente la menstruación y a ello no poco ha contribuido la industria farmacéutica y de la higiene -tampón, absorbentes, etc.- y su inteligente propaganda llevada a cabo por excelentes publicistas amigos de la mujer, aunque de ello, obviamente, obtengan beneficios), no lo esconde ni sacrifica; al revés reivindica como derecho su disfrute, que puede ser sexual o no (deportivo, lúdico, expresivo, yoga-meditativo, etc.). Por ello cantan los del Río: «Dale a tu cuerpo alegría, Macarena». Macarena quiere divertirse: salir con amigos y amigas, bailar, bañarse en la playa luciendo palmito, ser admirada casi desnuda recuperando una fe y una visión vitalistas y paganas que la venguen de una opresión corporal y sexual judeo-cristianas. «Cuerpo pagano», llama el pintor Juan Luis a la bella Raquel en «El huésped del Sevillano», significando con ello que Raquel nació para dar y procurarse placer. «Que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas», o sea placer, palabra clave que destruye la vergüenza del sometido (sometida en este caso) y hace añicos un muy arraigado tabú. Como cantaba Jean Ferrat en 1975, irónicamente claro, «une femme honnête n´a pas de plaisir» (una mujer decente no tiene placer).
- ¿Qué son pues esas «cosas buenas», esto es en qué se cifran? En fiestas con amigos y botellones, en macro-fiestas, en macro-conciertos, en discotecas, en el consumo de drogas (si bien con cierta moderación y más bien ocasionalmente), en relaciones sexuales que pueden ser tan efímeras como de una sola noche, en vacaciones al sol, bronceándose y bailando de noche, etc. La mujer no tiene por qué anclarse en una relación fija, o sea enamorarse; incluso el matrimonio, sacramento para la Iglesia, puede ser roto civilmente; incluso puede uno (una) casarse por lo civil; incluso puede una ni casarse siquiera, sin por ello ser una barragana o ser una furcia, sin perder su dignidad ni consideración social.
- La mujer se permite ser infiel, como siempre se lo permitió ser el hombre. Entre otras cosas, el adulterio quedó despenalizado a la muerte de Franco. La mujer puede, si quiere, tener más de una relación y despachar a pretendientes, novios y amantes. Carmen: «J´ai des amants à la douzaine, mais ils ne sont pas à mon gré… Mon amoureux? Il est au diable; je l´ai mis à la porte hier». («Cuento los amantes por docenas, pero no son de mi agrado… ¿Mi enamorado? Al diablo lo envié; ayer le di puerta») («Carmen» de Bizet). Y así:
«Macarena tiene un novio que se llama,
que se llama de apellido Vi(c)torino
y en la jura de bandera del muchacho
se la dio con dos amigos»
Mientras, anacrónicamente, el novio cumple con sus deberes patrios (una mili que será abolida por Aznar para dar paso a un ejército profesional), mientras el hombre queda anclado en el pasado, Macarena le es infiel sin remordimiento alguno. En lugar de presenciar la jura de bandera del muchacho, un acto social otrora importantísimo y auténtico rito de madurez de nuestra sociedad que convocaba y emocionaba, casi con el mismo rango que una boda, a toda la familia y a la prometida, Macarena da la espalda a lo rancio y decide divertirse ¡y con dos amigos a la vez! Y el pobre Vi(c)torino queda, como Fonseca, triste y solo, amén de coronado como gran cornudo. Cuando se compuso la canción, los toros de Victorino Martín, el «paleto de Galapagar», estaban en su apogeo popular. Recuérdese al respecto la «corrida del siglo», de 1982, en Las Ventas en que los tres matadores, Ruiz Miguel, Esplá y Palomar, acompañados de Victorino Martín, salieron por la Puerta Grande.
Anteriormente, también una mujer podía tener varios amantes, jugar con ello, ser infiel, etc., pero o era una cortesana a la Marguerite Gautier, la Dama de las Camelias, la Violetta de La Traviata, o bien se movía en los ámbitos de la vida airada, de ambientes sórdidos e incluso violentos o sencillamente tristes y desconsolados, como una María la O, personaje propio del crudo naturalismo teñido de sentimentalismo popular, del que la copla española, la canción mexicana o la inconmensurable Édith Piaf nos brindan tantos ejemplos. Carmen, por otra parte, en su mundo de delincuencia y contrabando, sería también buena ilustración de ello. En ocasiones, el lujo y despilfarro de las más solicitadas cortesanas parisinas del Segundo Imperio y de la Tercera República fueron tales que no podían contentarse con un solo amante para mantener su disipado y desaforado tren de vida. La diferencia estriba ahora en que Macarena no es ni una dama de las camelias, ni es María la O. Es una chica que estudia, ya sea bachillerato, ya sea un módulo de Formación profesional, o una carrera universitaria, o ejerce ya de fisioterapeuta, de monitora de gimnasio, de médico, de dependienta, de diseñadora o de farmacéutica; pertenece a la muy nutrida ya clase media que no frecuenta ni los bajos fondos ni las altas esferas, que actúa con total naturalidad y que no está pues en ningún disparadero u ojo del huracán social. Macarena es una más y tiene muchas amigas que piensan y se comportan a su modo, sin tener que explicarse o justificarse a cada paso.
Macarena puede tener novio, incluso para casarse, o sea prometido, pero en vacaciones puede marchar con unas amigas o incluso sola a la costa: Cullera, Torrevieja, Benidorm, Marbella, y si dispone de posibles, ¡Ibiza!… y ¡a desfasar de lo lindo!, que es, por otra parte, lo que la canción quiere significar con eso de que a Macarena le «gustan las movidas guerrilleras», esto es el «desmadre». Es revelador al respecto cuanto se afirma en la revista que edita el famoso complejo ibicenco de diversión turística, el «Ushuaïa»: «Ibiza is where beautiful people consume an underwear-revealing mix of drink, drugs and electronic music» (Ibiza Ushuaïa magazine. nº 2. 2014)
«Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan los veranos de Marbella.
Macarena, Macarena, Macarena,
que te gustan las movidas guerrilleras…
¡Aaaah!»
En la época de la canción, la Marbella de Gil y Gil, estaba también en su apogeo de popularidad.
- Macarena es coqueta. La canción surge en un momento de gran expansión comercial de El Corte Inglés, que, además, en su sección de moda, cobija las mejores marcas. De ahí que Macarena sueñe que «se compra los modelos más modernos». La clase media española ha crecido tanto que los grandes almacenes lo han hecho también cuantitativamente y han mejorado cualitativamente. Macarena no compra en la Milla de Oro, ni tampoco en la Place Vendôme, pero sí en el democratizador Corte Inglés, del cual por otra parte hay distintos tipos según la zona en que se hallen, adaptándose comercialmente a la clase media alta, media media o media baja.
- «Y se va a vivir a Nueva York». Los viajes aéreos transatlánticos también se han vuelto mucho más asequibles, se han democratizado. Nueva York es, junto con Hollywood-California y Miami, la ciudad americana que más atrae al joven europeo, por su ambiente de libertad, de creatividad, por ser icono cinematográfico, por existencia mediática (el «I heart-love NY»). En Nueva York Macarena culminaría sus ansias de independencia.
Si para una chica de provincias, Madrid o Barcelona, asegurándole el anonimato dadas sus grandes dimensiones y debido también al hecho de que en las ciudades muy pobladas cada cual va a lo suyo y se despreocupa de los demás, le brindan una grandísima autonomía de movimientos y de conducta y acrecientan su sentimiento de emancipación, qué no será en una Nueva York, tan poblada, tan cosmopolita, tan inter-étnica, tan artística y tan liberal. Sí, porque Macarena es muy individualista y abomina de ataduras.
«En una casa tal vez
suelen vivir ocho o diez
vecinos, como yo vi,
y pasarse todo un año
sin hablarse, ni saber
unos de otros…
Pues que (en Madrid)…
está una pared aquí
de la otra más distante
que Valladolid de Gante»
dice el provinciano don Sebastián abundando en lo anónima que resulta la vida en el Madrid del Siglo de Oro (Tirso.»La celosa de sí misma»). Si ello era así hace ya cuatrocientos años, ¿qué no será ahora y qué no será en Nueva York?
- «Y se liga un novio nuevo». Claro, no podía faltar. ¿Será yanqui ese muchacho? No necesariamente, que en Nueva York hay de todos los colores y para todos los gustos, pero será nuevo, eso sí. El novio aquel de la primera estrofa, ya lo vimos, se le quedaba anticuado y angosto, por estrechez de miras (seguro que hasta era celoso y todo), a Macarena que quiere gozar de la vida. No le daba alegría y ella quiere divertirse y no tener que dar explicaciones a nadie. Presumiblemente, tras este nuevo novio neo-yorquino, vendrán otros.
¡Caramba con Macarena y cómo han cambiado la mujer y la sociedad españolas!
Conclusión: Macarena es pues una muchacha:
- consumista (El Corte Inglés, la moda)
- individualista (antepone el propio placer a los «deberes», sin auto-reproches: «se la dio con dos amigos»
- de ansias cosmopolitas con claro predomino de lo americano (Nueva York)
- muy influida por las modas (Macarena, muy posiblemente, esté tatuada en más de un lugar y exhiba piercings.
- muy influida por los mass media (televisión, revistas de moda y cotilleo, redes sociales, etc.)
- muy erotizada (como lo expresa la canción en su totalidad): «dale a tu cuerpo alegría y cosas buenas», esto es sexo, claro está, y quizá incluso de vez en cuando alguna droga, ya excitante, ya narcótica.
- profundamente hedonista (ligoteo, playa, discotecas, «desfases»)
- frívola y liviana, corolario de todo lo anterior. Por ejemplo, no es de esperar que Macarena lea buena literatura ni vea buen cine. Le gustarán, muy probablemente, Angelina Jolie y Brad Pitt, las series españolas de televisión y los best-sellers americanos y españoles.
Coda: Existe, como se sabe, una versión electrónica internacional de Macarena que, imagino, se habrá vendido aún mejor que la versión primera, original y auténtica. En aquella versión, en la electrónica, por ser música de masas y música discotequera, todo es reducción. Quedan los del Río degradados a meros comparsas que cantan sólo el estribillo y queda la letra constreñida al estribillo, con lo cual la canción se vuelve aún más pachanguera, paupérrima y aún más comercial, perdiéndose así toda la información sociológica que la letra transmite. Macarena queda así encanijada bajo forma de mamarracho discotequero exhibiendo masificación universal y clamando vulgarmente por el sexo a raudales.
¡Eeeh, Macarena! ¡Aaaah!
La derrota de España
No se engañe nadi, no,
pensando que a de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo a de passar
por tal manera.
Jorge Manrique. «Coplas por la muerte de su padre»
1) PRESENTACIÓN DEL PROBLEMA
Si Unamuno viviera ahora, cuanto afirmaba a propósito de los toros, lo aseveraría del fútbol. Nada tenía Unamuno contra los toros, pero sí se quejaba de que los españoles le dedicaran tanto tiempo, demasiado, en sus conversaciones y, en definitiva, de que lo perdieran. Unamuno era un buen cascarrabias. Y como tantos cascarrabias, solía llevar razón.
Si Ortega y Gasset viviera ahora, su visión panorámica de águila no le hubiera hecho ascos al fútbol ni se le hubieran caído por ello los anillos de gran intelectual. Todo lo contrario. Atento como siempre permanecía a la sociología y a las masas en el siglo de las masas, en las consideraciones de este deporte y de cuanto le gira en torno, habría encontrado el deleite intelectual que caracteriza a todo gran pensador. Para nuestro filósofo («primero de España y quinto de Alemania», como le definió Evaristo Acevedo), España y su historia se explican y comprenden desde la fiesta de los toros. Los toros son el termómetro de la actividad nacional. Ortega, además, era muy buen aficionado. Hoy en día, habría afirmado otro tanto, pero donde dijo «arte o fiesta de los toros», diría ahora «fútbol».
En un país como el nuestro, tan acosado por unos nacionalismos pletóricos de vigor y cargados de moral y de argumentos -ciertos o falsos- frente a los rubores, temores e indecisiones de quienes aún creen -un poquitín, al menos- en España, el fútbol y más precisamente la selección española han sido, en estos últimos tiempos. el único motivo aglutinante, frente a las tendencias territoriales marcadamente centrífugas generalizadas, de la sociedad española y el único motivo de orgullo nacional. Aunque sólo fuera por esta razón, el fútbol debiera interesarnos. Y mucho. «Hemos logrado ser nación a través del fútbol y eso es extraordinario», afirma, desprejuiciadamente y sin sonrojos, Edurne Uriarte en su columna de ABC (24/6/2014).
Debido a que unas muy sólidas infraestructuras futbolísticas han ido dando sus frutos -tanto es así que la Federación Alemana de Fútbol se ha interesado por nuestra manera de hacer y ha tomado ideas prestadas para su propio desarrollo-, a que una serie de entrenadores ha sabido aprovechar unos cursos federativos de indudable calidad, a que España salió de su aislamiento político con su ingreso en la Unión Europea, amén de la pasión que el fútbol siempre suscitó en nuestro país, cifrándose todo ello en la consecución de importantes títulos por parte de nuestras selecciones olímpica e inferiores y, posteriormente, en una generación de excelentes jugadores, muy técnicos, muy confiados en sus propias posibilidades, de los cuales muchos militan además en importantes clubs extranjeros; debido a todo ello, digo, y a lo innegable de batutas sólidas como la de Luis Aragonés o Vicente del Bosque, la selección absoluta ha dado enormes satisfacciones a la sociedad española: un campeonato de Europa (el segundo tras aquél del gol de Marcelino frente a, como se decía entonces, Rusia), un Mundial y un tercer campeonato de Europa, todo ello de forma consecutiva, en sólo cuatro años, del 2008 al 2012. » … aquí se han hecho muy bien las cosas en el deporte en general y particularmente en el fútbol. Hay muchos avances en cuanto a formación de jóvenes entrenadores que han aparecido, instalaciones deportivas y mejores campos… Todo lo que rodea el fútbol se ha profesionalizado» (Entrevista de Vicente Yusta a Vicente del Bosque en el especial ABC con motivo de los Mundiales, publicado poco antes de su comienzo.). No sólo eso, sino que, gracias al fútbol y a esos triunfos, la gente, sobre todo la gente joven, siendo este hecho de crucial importancia, extraía de su origen o pertenencia, de su nacionalidad, un motivo de grandísima alegría, manifestada en exhibición de banderas españolas, ostentación de camisetas y, a falta de himno nacional que pueda cantarse, aquella cantinela de «¡Yo soy español, español, español» entonada sobre la melodía, si no yerro, de la danza y canción «Kalinka», ¡de origen georgiano!
Por encima de derechas e izquierdas, más allá de preferencias políticas, siempre viciadas, las selecciones nacionales representan a todo un país y sus triunfos lo cohesionan y llegan incluso a sublimar sus carencias, deficiencias, tensiones y luchas. Sus derrotas, por el contrario, pueden agravarlas, al ponerlas de insoslayable manifiesto.
Las selecciones superan la quiebra de derechas e izquierdas, esto es las rivalidades políticas y sociales, ciertamente, mas -y pregunta y respuesta son de vital importancia para el caso español- ¿logran preterir o, cuando menos, aliviar las disputas territoriales, vencer las fuerzas disgregadoras y separatistas, ese engañoso «derecho a decidir», presentado como impoluto e irrefragable derecho de los pueblos?
España, irreprochable campeona del orbe y de Europa en las dos últimas ediciones, en su presentación ante Holanda en este último campeonato del mundo, cayó ¡por 1 a 5! Y ello cuando Del Bosque afirmaba unos días antes en la entrevista citada más arriba que «Hay muy pocas goleadas en los Mundiales de ahora, muy pocas. De cuatro para arriba, es imposible». Cinco días más tarde volvía a conocer otra cruel derrota; lo hacía frente a Chile por 0 a 2, quedando así automáticamente eliminada y ofreciendo, por más que la holgada victoria ante la modesta Australia edulcorara algo su salida del campeonato, una impresión lamentable de mengua física y ausencia de reacción. España se mostraba como una potencia súbitamente decadente, exhausta y acabada. Súbitamente, insistimos, pasaba de ser la primera a, eso sí momentáneamente, la trigésimo-segunda. Puede parecer difícil, harto difícil, explicar tan rápida mutación, tal caída tan acelerada al abismo. De hecho han sido muchos, y algunos variopintos, y en nuestra opinión todos ellos falaces, cuantos motivos se han apuntado o argumentos se han esgrimido.
Las razones, creemos, o, por mejor decir, estamos convencidos si bien desearíamos estar equivocados, no son de orden deportivo, sino de índole política con incidencia directa en la psique de los jugadores considerados individualmente y también en colectividad, esto es la selección, el equipo nacional, expresándose todo ello en una conducta y un rendimiento, ambos, deplorables.
Que España haya fallado tan estrepitosamente en el Campeonato del Mundo, se debe a la descomposición territorial que afecta a nuestro país; es reflejo de ese desmembramiento y, así, necesariamente, se ha producido lo que no podía no darse. En otras palabras, la humillante e indecorosa derrota de España representa la más fidedigna imagen, el genuino símbolo, los pródromos del resquebrajamiento imparable de su unidad y, en definitiva, de su ulterior desaparición como nación. A demostrarlo, o al menos a intentarlo, vamos a aplicarnos en las líneas sucesivas.
Mas, para ello, en primer lugar, hemos de rebatir las razones esgrimidas para dar sentido y explicación a esta debacle sin paliativos.
2) EXPLICACIONES DE LA SEVERA DERROTA
a) La falta de renovación, de cambios. En ello cifra Eduardo Punset su argumentación. Cabe contraargumentarle que hasta ese momento, tal y como recordó del Bosque aludiendo al amistoso contra Italia jugado poco antes, el 5 de marzo del 2014, en que España ganó por 1 a 0 («Las señas que hemos dado últimamente no son malas. Hablo del partido de Italia, en que dimos una sensación buena, con espíritu competitivo pese a que el encuentro estuviera encajonado entre la Liga y la Champions», en el citado especial Campeonato del Mundo de ABC, previo a su celebración) y tal y como se demostró en el partido inmediatamente anterior al Campeonato frente a El Salvador, la selección funcionó adecuadamente y no ofreció síntomas de agotamiento o de dejación. Así las cosas, ¿por qué cambiar, mas sobre todo hacia dónde y cómo dirigir el cambio? Nadie posee en este mundo el don de la presciencia y los cambios, cuando se dan, se producen «a toro pasado».
b) Agotamiento físico. En especial por lo que hace a los jugadores del Atleti de Madrid y del Real Madrid, apurando el calendario hasta el último partido de la Liga (caso del Atleti) y la final de la Liga de Campeones o Champions (ambos equipos citados). Sin embargo, Iker Casillas, como todo el mundo sabe, había jugado relativamente poco durante la temporada; Sergio Ramos atravesaba un momento espléndido y fue gracias a él cómo el Madrid pudo proclamarse campeón de la Champions frente al equipo atletista; Xabi Alonso, por acumulación de tarjetas, no disputó aquella final. En cuanto al Atleti, por no disponer de las plantillas del Madrid o del Barça entre otras cosas, es bien cierto que el agotamiento le hizo perder la gran final de Lisboa, mas si nos atenemos a sus efectivos de la selección, veremos que Juanfran era, a priori, suplente; Koke no mostró signo alguno de cansancio, sino más bien todo lo contrario; de Villa no puede afirmarse que la temporada lo hubiera exprimido y, además, no disputó los dos primeros partidos de la selección español contra Holanda y Chile; a Diego Costa se le puede reprochar falta de garra y de confianza en sí mismo, pero no fatiga. En cuanto a los demás jugadores, militan en el Barça o en clubs extranjeros. El hecho de que los futbolistas del Barcelona disputaran hasta el último momento del último partido la Liga al Atleti, llegaran a la final de la Copa del Rey y a cuartos de la Champions, no es razón suficiente y, en cualquier caso nadie habló de extenuación de sus miembros. Por otra parte, también, por ejemplo, los jugadores del Bayern alcanzaron la semi-final de la Champions y todos sabemos que el fútbol alemán, el británico y el italiano donde militan mayormente nuestros futbolistas emigrados, son de gran exigencia. Además, para un profesional, esa tensión del espíritu y esa exigencia física son garantía de rendimiento. Los futbolistas de la selección estaban mentalizados para llegar hasta el final y ese final no concluía con la Liga o la Champions, sino que lo hacía en la cita mundialista. Oigamos nuevamente a del Bosque (especial ABC previamente citado), quien precisamente a la pregunta de si «¿A la selección española le perjudica que los equipos españoles hayan llegado a las finales en Liga Europa ( el Sevilla, campeón y el Valencia, semi-finalista) y Champions (Atleti de Madrid y Real Madrid)?», responde: «Es positivo… Hay que beneficiarse y poner en valor esos hechos. Tenemos una semana de retraso con respecto al resto en lo que a preparación se refiere, pero va en beneficio de jugadores que al final han sido campeones. No creo que eso sea un problema», con lo cual del Bosque viene a decir que esa supuesta desventaja física queda obviada y superada por una ventaja moral indiscutible.
También, a este respecto, podemos recordar cómo Kiko (Narváez), comentarista del partido Holanda-España, en Tele 5, expresaba su perplejidad ante el resultado contraponiendo el bajo rendimiento de España al hecho de que, por ejemplo, Sergio Ramos y Jordi Alba habían llegado en plenitud de forma. De este último afirmó que corría por la banda «como una moto».
Citemos aquí también al propio del Bosque (especial de ABC previamente citado): «En los últimos partidos se ha jugado bien e incluso muy bien en algunos momentos. No hay síntomas de agotamiento, en absoluto».
c) Las lesiones. Se dudó hasta el último momento de la conveniencia de llevar a Diego Costa o de dejarlo en casa. Si sí se hizo, fue porque los informes médicos, cuando menos, no lo desaconsejarían. Se prescindió de Navas, desgraciadamente, porque no pudo jugar el último tramo de temporada por una dolencia. Otro tanto, si no voy errado, ocurrió con Arbeloa. De todos los otros no había motivo alguno de preocupación al respecto. En cuanto a las lesiones sobrevenidas en el transcurso del campeonato, la enorme calidad de los veintitrés seleccionados hubiera sido motivo más que suficiente de tranquilidad, siendo esto último algo de lo que no muchas otras selecciones podrían vanagloriarse.
d) Lo previsible de su juego. También fue España previsible en el 2010 y ganó. Y en el 2012 y también ganó. ¿Cómo puede concebirse, por otra parte, que un equipo trastoque su idiosincrasia para que el rival no pueda prever su juego y para poder tomar desprevenido al enemigo? Ello equivaldría no sólo a una gran falta de confianza en sí mismo, sino además y sobre todo a vivir a expensas del rival. Un campeón, si quiere seguir siéndolo, no puede comportarse así.
Que la forma de desenvolverse de los españoles era bien conocida, no puede negarse, pero de ahí a afirmar que, desde ese conocimiento, se podrían neutralizar sus virtudes o que, de seguir España manteniéndose fiel a su estilo, estaba firmando su sentencia de muerte, hay un gran trecho. En cualquier caso, esto de lo previsible de su juego como explicación de la debacle se nos antoja excesivamente simplista. También son harto previsibles Djokovic y Nadal y ganan prácticamente siempre. También era previsible García Márquez y no por ello dejaba de triunfar y de cosechar buenas críticas. También eran previsibles los Tercios y fueron invencibles… hasta Rocroi, claro está, pero es que en Rocroi ya se hace insostenible el predominio militar español, a pesar de su superioridad técnica y táctica porque en Rocroi se manifiestan los graves problemas, desmoralización y agotamiento de la sociedad española que hasta ese momento las victorias en los campos de batalla habían ocultado y aplazado. El fútbol es la guerra por otros medios, una suerte de guerra pacífica; las selecciones son los ejércitos, pacíficos también. Hay un indudable paralelismo, por lo que hace a España, entre cuanto sucedió en Rocroi y en Maracaná, en que el 0-2 frente a Chile consumó el fin de un período.
e) Futbolistas ahítos de títulos y de dinero. Un profesional de la competición nunca queda saciado y sólo renuncia por el triste imperativo de la edad. No son raros los casos de futbolistas que, por no querer dejar la competición, aun teniendo la vida más que resuelta, se enrolan en clubs cuyo historial y calidad no pueden desde luego reverdecerles los laureles. Di Stefano, el gran Di Stefano, el mejor jugador de todos los tiempos, sería un buen ejemplo de ello.
No obstante, en la ya mencionada entrevista, del Bosque parece dejar traslucir una cierta inquietud. A pesar de que «las señales que da el grupo son buenas», «nos preparamos para que no ocurra nada extraño. Sobre todo que no pase en aquellos que son mayores que han ganado todo, que tienen éxitos tanto en su club como en la selección. Son jugadores que han superado siete, ocho o nueve fases para Eurocopas o Mundiales. Todos esos, si responden, arrastran a los jóvenes». Pero, ¿y si no respondieran? Del Bosque afirmará luego que «no hay que cargar todo sobre ellos (los veteranos)». Da pues la impresión de que Del Bosque lo haya previsto todo, bueno o malo, y ante lo que pudiera revelarse negativo, haya buscado de antemano una solución. Insiste: «Una Copa del Mundo tiene mucho eco y a nadie le gusta perder ni jugar mal. Todo el mundo quiere que seamos un equipo, queremos ganar… Yo creo que estamos todos repletos de buenas intenciones, de eso no se puede dudar…», para concluir que la mentalidad y el espíritu de la selección son competitivos.
En cuanto al aspecto económico… ¿quién dijo aquella verdad de que nunca se está lo suficientemente delgado ni se tiene suficiente dinero? De haber vuelto a triunfar, cada jugador habría ganado ¡700. 000 Euros! Por mucho dinero que se tenga ya, a nadie le amarga un dulce. ¿Quién no lucharía por obtenerlos? En fin, que seguir argumentando resulta más que ocioso.
f) La vejez de la selección. Aquí el propio del Bosque se muestra tajante, asistido como se sabe de la razón. En la ya citada entrevista, declara que la suya no es una selección vieja, que si se excluye a los porteros por no tener influencia directa en el juego, «el único que tiene 34 años es Xavi Hernández. Xabi Alonso y Villa tienen 32. Y luego tienen 30 Andrés Iniesta y Fernando Torres. Los demás están por debajo, con lo que de veinte jugadores de campo, sólo tres superan los 32. No se puede decir que esta selección sea veterana… Insisto en que los problemas, si vienen, no son porque este equipo sea viejo. Es un equipo joven… Hablemos de Javi Martínez, Azpilicueta, Piqué, Busquets, Pedro…
Así pues, no hay tal vejez. El argumento de la edad avanzada no se sostiene.
g) Lo inadecuado de Diego Costa. Debido a sus lesiones, Diego Costa fue sustituido en sus dos últimos partidos con su club. Sin embargo, aun apurando al máximo, afrontó el Mundial recuperado. Los reproches a su rendimiento no atañen a su forma física, sino más bien a su actitud, a su forma mental. La verdad es que, desde que se estrenó con la selección, en el seno de ésta, no ha dado pie con bola: con ni un solo gol en su haber, siendo como es goleador en la liga y ocupando indiscutiblemente el puesto de delantero centro, se le ha visto siempre perdido, desnortado, incómodo, sin hallarse. Sin embargo, en Brasil, tenía que romper definitivamente. No fue así y no lo fue, en nuestra opinión, por razones sentimentales o afectivas. Diego Costa es brasileño de origen, nacionalizado español por razones profesionales o, si se prefiere, comerciales, pues ello favorece su movilidad y sus contratos en Europa y aumenta así sus posibilidades de ganar más dinero, como ha denunciado un dolido Scolari, quien lo reclamó insistentemente para su selección, teniendo que alinear al final a un ineficaz Fred. Pero si Costa no llegó a cuajar tampoco con la selección en su cita mundialista, fue, creemos, por estar cohibido. Un brasileño renunciaba a su patria y, con una nacionalidad suplantada, se presentaba precisamente en Brasil, ante sus ex-compatriotas, suscitando en ellos el rechazo. El público le silbó y abucheó sistemáticamente cada vez que tocaba el esférico. El futbolista no es sólo una máquina de ganar dinero; también, como el Julián de «La verbena de la paloma», «tiene su corazoncito y lágrimas en los ojos y celos mal reprimidos». Y, claro, por muy flemático que se sea (y Diego Costa no es flemático), hay cosas que duelen mucho. Diego Costa estaba así desplazado, fuera de lugar y de ahí su inadecuación, debida pues a razones psíquicas más que estrictamente deportivas. Cuestión de pertenencias, de patrias. Sentimientos contradictorios. Ambivalencias difícilmente asumibles. Su caso, si bien distinto, no es único en nuestra selección, como luego se verá; también entre los nuestros, se da un «sentimiento de pertenencia especial». Nos estamos refiriendo, claro está, a los futbolistas catalanes.
h) Casillas, el capitán y guardameta, estaba «frío». Qué duda cabe de que Iker Casillas se mostró en todo momento lamentable, propiciando unos goles que no hubieran debido ser tales, hasta el punto de que se puede afirmar que él fue el mejor delantero de los rivales. Cierto es que ya, frente al Atleti, en la final de la Champions, no anduvo muy católico. Sin embargo, en nuestra opinión, su deplorable actuación no exime de responsabilidad a los demás. Por otra parte, y es aquí, pensamos, donde incidimos en lo realmente importante, donde, como se dice, «ponemos el dedo en la llaga», Casillas es el capitán, esto es representa a todo el equipo y ese equipo representa a toda la nación; Casillas es representante de representantes, símbolo de símbolos. A él toca por tanto, como capitán que es, desde el punto de vista psíquico, ser el primer afectado por una situación de degradación. Como capitán, precisamente, le corresponde poner orden y, haciendo de tripas corazón, preservar la moral de sus tropas, siendo su deber ser el primero en creer en la victoria. Sí, pero llega un momento en que la farsa no puede mantenerse por más tiempo y, por muy responsable y consciente que se sea, se produce la depresión porque se ha perdido la fe y ya no se puede fingir por más tiempo. Cuando en una batalla ( y un partido es una batalla, eso sí pacífica), los mandos se desmoronan por verlo ya todo perdido, se produce la desbandada de la tropa, presa del pánico. «¡Que nos copan!» y pies, ¿para qué os quiero?
i) El Barcelona, eje de la selección, no rindió en esta temporada. En El País (19 de junio 2014), Luis Martín escribe: «… no son pocos los que vinculan el batacazo (de la selección)con la caída del Barça, eje de la selección…» . Hasta el punto de que se ha hablado también de debacle de los culers. Cierto es que el Barça, con su potencial económico, con su plantilla y con su muy reciente historial, defraudó, pero a estas alturas qué aficionado español no desearía que la selección lo hubiese hecho al menos como el Fútbol Club Barcelona en la Liga (que no alcanzó por poco, perdiéndola en los últimos minutos del último partido), en la Copa del Rey (fue finalista) e incluso en la Champions (llegando a cuartos de final frente a la eliminación de España en la primera fase). No hubo batacazo barcelonista.
El Barça cuenta, y mucho, en la selección, pero no sólo cuantitativamente por su elevado número de seleccionados, o por su contribución cualitativa de excelentes jugadores, sino por razones de índole política y por tanto afectiva o, si se prefiere, psíquica. De ello se hablará más adelante.
Vayamos ahora con las razones que han dado algunos de sus protagonistas. Si descartamos las que son meramente descriptivas, anodinas o sencillamente perogrulladas y que no van más allá de la constatación del daño y de la disculpa, atenderemos exclusivamente a las de Xabi Alonso.
j) Los motivos de Xabi Alonso. «La cuota de éxito y alegría estaba cumplida y agotada», con lo cual alude a un supuesto cansancio psíquico, a la saciedad o incluso saturación. No lo compartimos y a las argumentaciones expuestas más arriba remitimos. La energía psíquica que posibilita éxitos y garantiza alegría y vitalidad no son cantidades fijas o recipientes de capacidad fija y limitada.
Y sin embargo, bien miradas las cosas, si profundizamos, no va desencaminado Xabi Alonso. Del Bosque define los Mundiales como «la fiesta del fútbol, la fiesta absoluta» y añade luego: «Por eso nos debemos sentir entusiasmados con estar en esta fiesta». Por tres veces aparece la palabra «fiesta». Y fiesta es alegría, ésa que menciona Xabi Alonso. España estaba en la fiesta, sí, pero como ese comensal de la parábola evangélica de los invitados a la boda (Mateo 22, 2-14) que, por no asistir adecuadamente vestido, por su falta de decoro, por su no «saber estar», es expulsado de ella. ¿Adónde? Ciertamente a las tinieblas exteriores, donde » habrá llanto y crujir de dientes».
España carecía de esa alegría de grupo que sólo puede proporcionar la cohesión y, sobre todo, en el caso de una selección nacional, el sentimiento emocionado y la convicción firme de representar a una nación.
Prosigue Xabi Alonso: «Mentalmente no estábamos preparados…» Xabi Alonso alude a circunstancias, a razones coyunturales. Nosotros cambiaríamos ese «mentalmente» por «anímicamente» e incluso por «patrióticamente». Sí, insistimos: no había ya sustrato patriótico en la selección. Esa cuota, la patriótica, era la realmente agotada y sólo ella explica la grandísima tristeza, el juego profundamente melancólico, deprimido, de España. Prosigue Xabi: «Hemos perdido solidez, empaque y saber estar… No nos veíamos reflejados en el campo».
Triste, muy triste es también que le venga a uno a la memoria el comportamiento de la selección en el Mundial de 1982, celebrado en España. A un tenso y dolido Santamaría, seleccionador nacional, sólo se le ocurría, para justificar a sus jugadores y a sí mismo, decir que «los muchachos han sudado la camiseta». Del Bosque, tras declarar que «no tenemos ninguna disculpa», añade que «cabe resaltar el esfuerzo. Creo que han corrido» (El País, jueves 19 de junio). Ese «hemos corrido» es, cuando menos, discutible, pero es que nos retrotrae a la falaz justificación de Santamaría, con sus sudores. ¿Dónde queda el toque, la técnica, el preciosismo y virtuosismo, el elegantísimo estilo, la inteligencia exhibida por España en los últimos años, todo cuanto precisamente había arrojado al baúl de los recuerdos eso de la «furia española», que no era más que un disfraz retórico con que cubrir nuestra desnudez? Como afirma el Marca (19 de junio del 2014), «la selección perdió en Brasil las señas de identidad que la llevaron al éxito».
En cualquier caso, cuantas explicaciones se han dado al desastre, tanto desde dentro como desde fuera de la selección, responderían como mucho al cómo, mas no al por qué. Para ello hay que profundizar, no limitándose a lo estrictamente deportivo, sino zahondando en lo político. Es ahí donde, en nuestra opinión, reside la clave. Lo político acaba por incidir siempre en la psique, en el ánimo.
Antes de ello detengámonos unos instantes en la ilusión que suscitaba nuestra participación en este Mundial de Brasil, tan bien reflejada en la publicidad.
3) LA PUBLICIDAD
A estas alturas, uno echa la vista atrás y ve, en antiguos números de diarios y revistas, los anuncios protagonizados por los jugadores de la selección. «¡Vamos a ganar!», proclaman aún ahora desde los quioscos de la Once. Se antoja cruel sarcasmo. Otro anuncio de complejos vitamínicos muestra escalonadamente a unos futbolistas (Torres, Casillas, Sergio Ramos, Xavi Hernández, Iniesta, Pedro) que, precisamente, han carecido de vitaminas, de energía, de eso que en inglés se llama stamina, de esa pasión sin la cual nada grande puede ser creado, en opinión de Hegel. Y no va desencaminado el chico.
En otro de ellos Iker Casillas aprieta los puños y canta victoria tras de dos Hyundai. Reza el anuncio: «Si tu selección marca, tú ganas» y se nos informa de que «1 gol = 1 cuota menos» hasta «15 goles = 15 cuotas menos». Cuando uno piensa que el gran Casillas, San Iker (¡si hasta en la ciudad griega de Nauplios, hace nueve años, en el 2005, un viejo pope barbado y perfumado, al que ni le faltaba el moño torero, sabedor de nuestra nacionalidad, evocaba con emoción las paradas de Casillas por mejor complacernos!), ha encajado siete goles en dos partidos… Si Hyundai quisiera lisonjear al potencial comprador, habría tenido que especificar que esos goles «con sus cuotas descontadas» se referían a los encajados por Iker y no a los marcados por España a sus rivales.
El anuncio de los seguros Pelayo muestra en un primer plano a un inhabitual, por sonriente, Del Bosque; en un segundo plano aparecen hasta once jugadores de la selección (Busquets, Sergio Ramos, Costa, Pedro, Torres, Xabi Alonso, Piqué, Xavi Hernández, Jordi Alba, Iniesta y Casillas), sonrientes también, con los sobres de Pelayo en las manos como si se tratara de partituras. Parece aquello un anuncio de «Los chicos del coro». Hay en el ambiente una bella alegría y casi una enternecedora ingenuidad.
El de Iberdrola nos presenta a un Iker, un Jordi, un Xavi, un Diego Costa y un Azpilicueta, abrazados y felices, aclamados por delante y por detrás por la multitud. Reza el anuncio: «Buena energía» y en caracteres más pequeños: «La Seleción lleva años dándonos buena energía. Y ahora, se la vamos a devolver». La pregunta es si realmente ha habido «buena energía». Sí, es cierto que «la Selección lleva dándonos buena energía». Pero hasta hoy. En nuestro país no hay una buena energía. Dejando de lado la crisis económica y la desconfianza creciente del pueblo hacia los políticos y la «partitocracia» y, centrándonos en la cuestión territorial, en España, insistimos, no hay «buena energía». Es más, cada vez es más negativa y cada vez el ambiente se nos aparece más enrarecido.
4) MAL DE MUCHOS…
Posiblemente por aminorar la magnitud del desastre, por aquello de que «mal de muchos, consuelo de tontos» (y todos, mientras no se demuestre lo contrario, somos bastante tontos), se han establecido correspondencias con situaciones similares vividas por otras selecciones. Así, Hugo Cerezo, en el Marca del 19 de junio del 2014, bajo el epígrafe de «Paralelismos con Francia», escribe: «También somos la quinta selección que, siendo campeona, no llega a los cruces de octavos y tiene que hacer las maletas con apenas tres partidos jugados, en este caso dos… Quizá lo vivido por España se asemeje más a la Francia de Japón y Corea, que se presentó en aquel Mundial con el mismo equipo que ganó consecutivamente el Mundial del 98 y la Eurocopa del 2000».
Sí, ello es innegable, mas es asimismo innegable que este paralelismo se presenta tan sólo adecuado hasta cierto punto. La eliminación de Francia no adquirió tamañas dimensiones de vergüenza. Todos sabíamos que era dificilísimo volver a ganar el Campeonato, comenzando por el propio Del Bosque, quien declara en la entrevista ya citada del especial de ABC: «Nos tenemos que preparar para algo muy duro… No podemos pensar que somos campeones del mundo y que eso vale. Puede servir como autoestima, pero hay que reconocer la dificultad… Que (la estrella de campeones del mundo) no nos aturda, que no nos vuelva locos, que no nos confunda». Todos sabíamos que incluso el pase a octavos no sería fácil, coincidiendo con una Holanda y un Chile poderosos, tal y como afirma Del Bosque en la misma entrevista: «… Chile, Holanda Australia y todo lo que venga son rivales muy difíciles». No se superó la primera fase, pero además, y sobre todo, la selección quedaba eliminada automáticamente tras su segundo partido, habiendo encajado cinco goles en su primera comparecencia, donde fue ridiculizada y humillada. A la pregunta de si en un Mundial no puede darse más de un partido malo, del Bosque responde: «Bueno, o sí. Lo que hace falta es que en ese partido malo encontremos recursos para sacarlo adelante y corregirnos». Sin embargo, esos recursos para invertir la situación brillaron por su ausencia. Precisamente debido a esa falta de reacción que denunciábamos más arriba, por no saber sobreponerse, España cosechó el fracaso general, tras la paliza inicial frente a Holanda. «Todo lo que venga», dice Del Bosque, empleando con acierto el subjuntivo. Imaginemos que hubiera usado el futuro simple de indicativo: «Todo lo que vendrá»… aún hubiera dolido más.
El Marca señala también cómo, además del ya citado caso francés en el 2002, Italia en 1950, Brasil en 1966 e Italia en el 2010, no pasaron de la fase de grupos. Hasta aquí la Memoria Histórica. Recurramos ahora a la Memoria Crítica y preguntémonos si esas selecciones cayeron tan estrepitosamente como nosotros. Así, tras los cinco goles encajados ante Holanda, la portada del rotativo L´Équipe ostentaba un revelador «INVRAISEMBLABLE» («inverosímil»). Insistimos: que España perdiera, caía dentro de lo plausible, pero que cayera de esa forma y se mostrara carente de todo espíritu de reacción y lucha, en estado de abulia melancólica, de acidia, eso es lo que se presentaba «inverosímil».
Al palmarés de España como selección desde el 2008, sumándole los éxitos de nuestros jugadores exportados que triunfan en Italia, Alemania y Reino Unido, así como las victorias acaparadas por clubs españoles en las competiciones europeas ( Real Madrid en la Champions y Sevilla en la Liga Europea) frente a finalistas (o semi-finalistas) también españoles (Atleti en la Champions y Valencia, semi-finalista, en la Liga Europea), no le correspondía el batacazo sufrido en Brasil. Este cómo de la derrota y en este contexto incontestable de éxitos es lo que ha causado general estupor y auténtica consternación.
El hincha brasileño, ya satisfecho con ese 3 a 0 infligido a España en la final de la Copa Confederaciones en el verano del 2013, no perdió ocasión de hacer leña del árbol caído hispano por representar a priori nuestra selección el rival más terrible. Cuando España afrontó su último compromiso frente a Australia, en las gradas del estado de Curitiba se pudo leer la siguiente pancarta, referida obviamente a nuestra selección: «Somos la risa del mundo». De campeones mundiales a objeto de mofa, mundial también. El texto no lo redactó un hispanohablante pues en nuestra lengua se dice «el hazmerreír». En cualquier caso el texto estaba claro y además llevaba más razón que un santo. Aquella pancarta, aun concebida y enarbolada por el rival -o quizá precisamente por ello, pues los de fuera consideran las cosas con mayor perspectiva y menos mecanismos de defensa-, daba en el clavo. Desde hace unos años, y somos generosos al acotar tanto en el tiempo, desde el plan Ibarretxe y el nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña, alentado por el mismísimo Presidente del Gobierno Central, pasando por aquello de lo discutible del concepto de «nación» y un larguísimo etcétera, España viene siendo el hazmerreír de Europa y del mundo. Forzosamente, en un Campeonato de, precisamente, el Mundo, la selección española ha de acusar el estado de cosas, la indefinición y pusilanimidad de la clase política nacional, en definitiva ha de hacer el ridículo y convertirse en el hazmerreír de todos.
5) UN GIGANTE CON PIES DE BARRO
Somos conscientes de que se nos puede contraargumentar que la tensa situación político-territorial en España viene de lejos y que si se diera una relación causa-efecto entre tendencias centrífugas y rendimiento futbolístico, la selección no hubiera ganado sus dos Campeonatos Europeos ni el Mundial de Sudáfrica. Repliquemos a ello, en primer lugar, con una obviedad, que es que, en sociología, no hay relaciones unívocas, previsibles siempre y certeras como en una reacción química de laboratorio de centro de enseñanza. La sociedad humana y el individuo son de enorme complejidad y es imposible conocer y controlar todas las variables que intervienen en las conductas colectivas, así como que es insoslayable el proceder por aproximaciones.
Digamos, en segundo lugar. que -como ya apuntábamos previamente- en España se han creado unas irreprochables e impecables infraestructuras que han dado en coincidir con una generación de futbolistas excepcionales, acompañada de otra de sabios entrenadores. Que, sumado a ello, el desarrollo económico desde nuestra entrada en el concierto europeo de naciones, junto con el tamaño de nuestro país (grande para lo que es Europa; el segundo de la Unión Europea) y su número de habitantes (46 millones), estaban demandando un reflejo en lo deportivo y, sobre todo, en lo futbolístico y que era o «ahora (por hace unos años) o nunca ya» el momento de llevar a efecto ese deseo, esa necesidad, esa exigencia social. Si el sentimiento de inferioridad en el contexto internacional se había superado, no cabía ya en términos deportivos. Es, por otra parte, cuanto expresa Del Bosque en la ya mencionada entrevista: «… un país muy futbolero que siempre había estado alejado de los primeros puestos. España tenía un complejo ancestral que no había superado con el paso de los tiempos, hasta que esta nueva generación ha conseguido todo lo que ha conseguido».
El deporte es sociología. Quedaban atrás el cuarto puesto de Mariano Haro y sus cuatro platas en los mundiales de Cross. Quedaba atrás también, a defecto de auténtica maestría técnica, la «Furia Española». Era ¡por fin! la hora de Fermín Cacho, Nadal, Amaya Valdemoro, etc. y el fútbol español, más allá del Real Madrid, club que no nación y grande, sin menospreciar a sus futbolistas nacionales, gracias a sus fichajes extranjeros.
La selección fue, por fin, un verdadero gigante, mas… con pies de barro. Paralelamente al nuevo rumbo de nuestro deporte y nuestra sociedad y dentro de ella se agitaban con denuedo, perseverancia y encono los nacionalismos disgregadores.
6) DESAFECCIONES Y DESAIRES
Consideremos, sin respetar el orden cronológico, algunos hechos reveladores por lo que hace a nuestra perversa falta de unidad.
a) El caso Oleguer. Oleguer es un buen jugador. Milita en el Fútbol Club Barcelona. Es independentista. Convocado por Luis Aragonés en el 2005, rechaza militar («Me negué a jugar») en una selección que no considera suya. «Le dije a Luis que era mejor que fueran otras personas con más implicación». Desde luego a Oleguer ni se le puede acusar de hipocresía ni se le puede negar tacto y discreción pues evitó el escándalo y la vociferante propaganda separatistas; tampoco se le puede reprochar deslealtad hacia el seleccionador nacional, de quien afirmó: «Fue franco y honesto conmigo». Afirma Oleguer que «sé que ha habido más casos como el mío, seguro, pero con ellos no se ha hecho tanta polémica». («ABC.es» 19/11/2012; «Libertad digital» 11/11/2013; «20mn.es» 24/4/14) De ser cierto, qué grave es el hecho de que haya habido más casos como el suyo. Da la medida de la desnacionalización de España, que nos aqueja.
b) Selección vasca y selección catalana. Constantes reivindicaciones de los nacionalistas. Hay quien esgrime el precedente histórico de las cuatro selecciones de Escocia, País de Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte, tanto en fútbol como en rugby (en este último deporte, los irlandeses del Ulster y de Eire juegan en una misma selección). Sí, pero en nuestro país no existe esa tradición y el propósito de tales selecciones no es otro que el de dar un paso más hacia la independencia.
Recordemos cómo en diciembre del 2007,en Bilbao, se organizó una manifestación para reclamar la oficialidad de las selecciones vascas. Una gran pancarta, que rezaba: «Euskal Herria, nazio bat, selekzioa bat», era portada por varios deportistas, entre ellos por los futbolistas Garitano, Tiko Martínez, Joseba Garmendia y Markel Susaeta, del que se hablará unas líneas más abajo. Tras la manifestación se jugó el partido Euskadi-Catalunya, con presencia, en el palco, del entonces lehendakari Ibarretxe, Carod-Rovira, vice-presidente a la sazón de la Generalitat y Artur Mas, en la oposición todavía. («El Mundo.es» 30/12/2007).
También se recordará cómo los nacionalistas vascos han buscado siempre el apoyo de los jugadores del Athletic a una selección de fútbol propia; es más, los etarristas alcanzaron a ejercer tal presión en los futbolistas en diciembre del 2008, que éstos llegaron a firmar un comunicado en el que rechazaban jugar su tradicional partido navideño contra otra selección (esta vez les tocaba contra Irán) si portaban el nombre de Euskadi pues reivindicaban el de Euskal Herria y sólo con él aceptarían disputarlo. («Público» 18/12/2008)
Consideremos la ambivalente tensión que esta situación de constante reivindicación y rechazo nacionalista de la selección española, ha de generar necesariamente en unos futbolistas vascos y catalanes que, por su calidad, son reclamados regularmente por el seleccionador nacional. A este respecto recordemos la chanza de Albert Boadella cifrando el «hecho diferencial» catalán en la esquizofrenia.
c. La «cosa» de Susaeta. En este estado de cosas, a los futbolistas exclusivamente vascos (aunque no poseedores de los cuatro apellidos euskaldunes preceptivos pues basta su nacimiento en tierras vascas o tierra navarra para obviar su origen maketo) del Athletic de Bilbao, se les ha de hacer muy difícil escurrir el bulto -plantarse o rechazarlas abiertamente es de todo punto imposible si se quiere seguir jugando al fútbol o sencillamente preservar la integridad física- ante las presiones nacionalistas del PNV y de los etarristas, tendentes a que apoyen y suscriban implícita y explícitamente toda reivindicación de una selección vasca independiente pues ¿quién quiere ser el señalado, el acusado con el índice, el traidor?
En la Euskaltelebista está prohibido nombrar a España; se habla del Estado. Hay palabras-tabú en el contexto nacionalista, empleando el término «tabú» en su sentido más genuino, esto es el mágico; son palabras que no deben pronunciarse para no dar en la blasfemia o por no desencadenar una desgracia, como por ejemplo que le quemen a uno el vehículo o le peguen un tiro.
Así las cosas, cuando Vicente del Bosque seleccionó al jugador bilbaíno Susaeta, éste, en rueda de prensa, azorado porque se veía llevado por su discurso a decir «España» o, cuando menos, «la selección», atrayéndose así los truenos o los rayos del colérico nacionalismo, dudó, titubeó y acabó por decir «la cosa». Debido a lo ridículo del despropósito, más de uno pensará que exageramos, nos chanceamos o «vacilamos». A esos descreídos, nuevos Tomases, se les remite a YouTube, para que crean lo increíble y hundan sus dedos en la raja.
d. Homenaje a los futbolistas vascos de la Selección por parte del Parlamento Vasco. Tras alzarse con el Mundial de Sudáfrica y, bajo mandato del socialista Patxi López gracias al apoyo del PP, el Parlamento Vasco, presidido por la conservadora españolista Arantza Quiroga, rindió homenaje a LLorente, Javi Martínez y Xabi Alonso. En realidad, más que de homenaje, cabe hablar de recibimiento por parte de la citada señora Quiroga. Con una exhibición limitadísima de la Jules Rimet, que da cuenta de la anormalidad del caso vasco, se trató pues de un acto discreto puesto que de haberse llevado a cabo en el hemiciclo, aquello hubiera sido aprovechado por los nacionalistas para manifestar su vehemente desacuerdo y desazonar a los homenajeados, quitándoles las ganas de volver. Peneuvistas y Aralar lo afearon mucho y expresaron su rechazo. Tanto es así que Joseba Egibar, portavoz del partido de Sabino Arana, calificó el acto como de «provocación del PP o del PSOE, en definitiva España» que es la que «impide que Euskadi o Euskal Herria pueda tener selección propia», remachando que el combinado español «no es nuestra selección» («El Correo.com» – edición Vizcaya – 2/12/2010)
e. España no jugará en San Mamés. Ante la iniciativa para que Bilbao fuera una de las sedes del Campeonato de Europa de naciones que se disputará en varios países europeos en el año 2020, el diputado general de Vizcaya, el peneuvista José Luis Bilbao expresó su rechazo a que España jugara en San Mamés, la «catedral», para que no la mancillara con sus colores, obviamente. A don José Luis Bilbao, los revolucionarios franceses, centralistas claro está, le hubieran llamado «Monsieur Véto».
A este propósito, bajo la legislatura vasca de Patxi López, se habló bastante de que la selección llegara a jugar en el País Vasco. San Mamés, dadas sus dimensiones y su prestigio, hubiera sido, desde luego, el estadio más indicado. Por otra parte España no disputaba allí un partido desde 1967. Al final, el único ofrecimiento explícito fue el del alcalde socialista de Baracaldo («El Mundo» 19/11/2009). Todo quedó en agua de borrajas. Y luego, en las siguientes elecciones vascas volvió a ganar y a gobernar el PNV y ya, como diría Cervantes, «no hubo nada».
f. Mariano Rajoy y la camiseta del Athletic. Octubre del 2008. Rajoy es todavía jefe de la oposición. En una visita al País Vasco, visita junto a Basagoiti la casa del Athletic de Bilbao. El presidente de la entidad le obsequia con una camiseta del club (¡firmada por los jugadores!) y una maqueta del estadio de San Mamés. Se produce entonces una «fuerte polémica en algunos sectores de la afición rojiblanca», esto es el previsible, consabido y contumaz rechazo del nacionalismo en cualquiera de sus modalidades; tanto es así que la directiva ha de emitir un comunicado de prensa en el que lamenta que «un acto de cortesía se convierta en una especie de apoyo a una candidatura política concreta». Basagoiti, presidente de los populares vascos, afirma que «el Athletic emite este comunicado porque se puede haber sentido asustado por la repercusión que ha tenido el acto… el club rojiblanco intenta responder al revuelo suscitado porque teme las consecuencias de la gente más abertzale. Nosotros somos parte de la sociedad vasca como cualquiera». Y concluye: «Este país nuestro será completamente normal cuando nadie tema las consecuencias de haber recibido a un partido que no es nacionalista» (Canal Athletic. 26/10/2008) .
g. Llorente y Javi Martínez ¡españoles! Tras el Mundial de Sudáfrica, con un cachet y un prestigios aumentados considerablemente por la victoria, Llorente y Javi Martínez expresan su deseo de marchar al extranjero… Así pues, ¡no sólo militan en la selección de la nación opresora, sino que encima quieren abandonar físicamente la patria vasca! Los hinchas nacionalistas, por más ofenderlos, los tildan de «españoles» y se lo arrojan a la cara como los sayones sus escupitajos a Cristo y como, por otra parte, le gritaban a Felipe González cuando fue a dar un mitin al País Vasco en la década de los ochenta y, así, miles de ejemplos. Javi Martínez, contratado por el Bayern, tiene que dejar el club por la puerta trasera y ha de recuperar no sé qué enseres que custodiaba su taquilla con la nocturnidad y el sigilo propios de un ladrón. A Llorente se le castiga toda una temporada reteniéndolo contra su voluntad y sin dejarle prácticamente jugar. Felizmente, Llorente, si bien no fuera convocado por Del Bosque para este último Mundial, sí lo fue para la Eurocopa del 2012 celebrada en Polonia y Ucrania, y milita hoy, con buena fortuna, en la Juve.
h. La incomodidad de Xavi Hernández en el acto de entrega de los Premios Príncipe de Asturias. El paso de Mourinho, esa encarnación futbolística de Detritus, el intrigante personaje de «La cizaña», uno de los títulos de Astérix todavía con guión de Goscinny, por el Madrid, exacerbó la rivalidad entre merengues y culers, hasta enconarla al máximo. Ello es peligroso tal y como están las cosas porque como el fútbol es política y sociología, esa guerra está mostrando demasiado a las claras una inquina que quisiera mitigarse y ocultar y que, por relación dialéctica, puede echar aún más leña a la pira del odio, el futbolístico y el político, que acaban por confundirse.
En lo estrictamente futbolístico, esa situación puede ser muy perniciosa para el rendimiento de la selección, tal y como lo reconoce el propio Del Bosque, que siempre persiguió borrar la rivalidad agresiva entre barcelonistas y madridistas en el seno de la selección. Refiriéndose a las peleas y odios desatados durante la era Mourinho, afirma que «hemos rescatado el buen ambiente… es importante para ganar el Mundial; se necesita un clima sano y cordial como en cualquier profesión» (entrevista previamente citada)
En una decisión claramente política, el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes del 2012 recae conjuntamente en Iker Casillas y en Xavi Hernández. Iker es madrileño y del Madrid; Xavi es catalán y del Barça. Ambos militan y son piezas fundamentales de la selección. Ambos son amigos. Ambos se conocen desde hace mucho tiempo cuando triunfaron con la selección española sub 20 en 1999. Ambos, tras las broncas que enfrentaron a sus dos equipos, con inserción del índice de Mourinho en el ojo de Tito Vilanova incluida, han mantenido conversaciones telefónicas para calmar los ánimos y reencauzar la deplorable situación. El Príncipe Felipe expresó en su discurso que «se premia a Iker y a Xavi por su grandeza espiritual y excelencia personal. Son un ejemplo de deportividad y actitud conciliadora».
Con esta concesión del Premio Príncipe de Asturias en plena ofensiva independentista catalana, se pretende recrear la armonía inter-territorial y cohesionar al país. Quizá sean aprensiones nuestras, temores que proyectamos donde no toca y donde no hay tal cosa (¡ojalá!), pero mientras que, durante el acto en el teatro Campoamor de Oviedo, a Iker se le ve satisfecho y, en ocasiones, radiante, a Xavi, no tanto. Se le percibe incómodo. Representa, creemos, el papel del invitado a una fiesta a la que acude por obligación, por mera cortesía, sin alegría, sin entusiasmo, sin convicción. ¿A qué se debe esa actitud de retraimiento?, ¿es cuanto siente o esa desazón que manifiesta se debe a la presión social nacionalista que agarrota a sus conmilitones y paisanos e impide manifestar sentimientos u opiniones contrarias a las tesis dictadas por poderes políticos oficiales y fácticos en un territorio donde sólo cabe o la aprobación o el silencio, mas en ningún caso la oposición, como recientemente ha puesto en evidencia la Sociedad Civil Catalana, que, tras su entrevista con Artur Mas, declaró que éste concibe que se vote «no» en el referéndum, mas no que alguien se oponga a su celebración.
i) La senyera en Johannesburgo. España acaba de triunfar. Es, por primera vez en su historia, campeona del Mundo. Puyol y Xabi Hernández exhiben una senyera (también, luego ya en la celebración oficial en Madrid, Cesc se envuelve en la bandera catalana). Creemos que no era ni el momento ni el lugar. También, si no recordamos mal, aparecieron una enseña asturiana y otra andaluza. Tampoco era ni el momento ni el lugar. Así lo estimamos. Dicho esto, estas dos últimas banderas se antojan inocuas, se presentan inofensivas. Senyera e ikurriña, por desgracia, no. Dado el contexto político y con todos los precedentes de insumisión, desacato y desafección nacionalistas hacia España, su presencia allí no era ni folklórica, ni ingenua, sino, lamentamos decirlo, agresiva. Sí, por desgracia, lamentable y antipáticamente agresiva; mas a ver quién es el guapo que se atreve, no ya a hacerles ver a los protagonistas lo desafortunado de su acto, sino sencillamente a expresar ese malestar pues es seguro que se le tacharía de intransigente, centralista, enemigo de la libertad, franquista, fascista y toda la consabida retahíla de adornos dialécticos para la ocasión.
j) Piqué (¡con Tata Martino!) en la Diada del 2013. Bien cierto es que no tomaron parte en la cadena humana que recorría Cataluña desde el País Valenciano hasta la Catalunya Nord, ni que portaran una estelada, pero la ofrenda floral que llevaron a cabo como representantes del FC Barcelona a la estatua de Casanova se enmarcaba en un contexto claramente independentista, organizado como tal por la Generalitat y la Asamblea Nacional Catalana. Piqué se encuentra pues en una situación claramente difícil por su ambigüedad: por una parte, es titular indiscutible de la selección española y, en una ocasión, manifestó que, en caso de independencia de Cataluña, «todos saldríamos perdiendo»; por otra parte, participa (¿de buen grado, forzado por el grupo y el ambiente?) en un acto presentado como reivindicación de la soberanía nacional catalana y de su «derecho a decidir».
k) El compromiso barcelonista con el movimiento separatista. Desde que Artur Mas accediera a la presidencia de la Generalitat y se erigiera en jefe del independentismo, el F.C. Barcelona, progresivamente y sin ambages, ha apoyado la aventura, brindándole un apoyo incondicional. Y -digámoslo una vez más- como el fútbol es sociología y es psicología de masas, captarse la voluntad del Barça es ganar adeptos, vencer en el terreno de la propaganda y ser socialmente mucho más fuerte. Además, en estos últimos años, el Barcelona ha sido el mejor club del mundo y han sido bien pocas las cosas que no haya ganado. Además, juego y estilo del Barça han marcado los de la selección. Además, el Barça, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, es quien más ha aportado a la selección. Además, gracias a una buenísima política en el fútbol de base y promoción de la cantera, Can Barça, la mayoría de sus jugadores, frente a la plantilla abrumadoramente extranjera del Madrid, son catalanes: Busquets, Piqué, Puyol, Xavi Hernández, Cesc Fàbregas, Jordi Alba. Todos ellos son conscientes de su gran valía, de su insoslayable importancia. Todos ellos, para su desgracia, están sometidos a una tensión difícilmente sostenible por ansiógena y realmente, no exageramos, neurotizante. Si, por un lado, se les exige no ya sólo el catalanismo, sino el independentismo, el ser los símbolos de la nación catalana en lucha por su libertad cercenada, el erigirse en jugadores de la soñada selección catalana, por otro, son admirados y requeridos por la afición «opresora» quien, desde que se enfundan la camiseta roja, se sienten identificados con ellos y magníficamente representados por ellos.
l. El caso Guardiola. Pep Guardiola, antiguo jugador de la selección, forjador, como entrenador, de un equipo que casi hizo palidecer a aquel otro, el llamado «Dream Team» dirigido por Cruyff, ha apoyado abiertamente el independentismo. Así, por ejemplo, desde Nueva York, mediante un vídeo-mensaje, le manifestó su apoyo durante la penúltima Diada, la del once de septiembre del 2012, y hace unas semanas, a principios de junio, leyó en Berlín, con motivo de unos actos organizados en distintas capitales europeas por la independencia catalana, bajo la égida de la Asamblea Nacional Catalana, un manifiesto de inequívoco apoyo al «derecho a decidir». Ya antes de ello, su actitud y opiniones motivaron la queja irritada de un antiguo compañero de selección y jugador del Madrid, Alfonso, quien le exigía retrospectivamente coherencia en su conducta.
En cualquier caso, el talante de Pep Guardiola y su implicación activa y explícita en la causa separatista, han sido dolorosas para el conjunto de la afición española, que consideraba a Pep uno de los suyos y que ahora se siente preterida y menospreciada cuando más de uno (así se ha leído en más de una ocasión en las «cartas al director» de distintos diarios nacionales) soñaba con el catalán ocupando el banquillo español, una vez Del Bosque se hubiera jubilado. Ahora se ve que eso es pedir peras al olmo. Para el español de buena fe, todo ello es descorazonador y bien triste.
Como en el caso del Barça, que la causa secesionista se granjee el apoyo incontrovertible de Pep Guardiola, no puede más que alimentarla e insuflarle un poderoso aliento.
m. Manuela Puyol. Puyol es jugador de la casa blaugrana y catalán de pata negra. Recientemente ha tenido una hija de Vanessa Lorenzo, catalana también de origen andaluz por parte tanto paterna como materna, a quien sus progenitores han dado el nombre de «Manuela» y no «Manela», esto es se le ha puesto un nombre de pila castellano -o «español»- y no catalán. Enseguida las redes sociales, con sus garrafales faltas de ortografía y sus inevitables anacolutos, se lo afearon hasta lo indecible. El nacionalismo, insidioso por naturaleza pues aspira a dominar el pensamiento consciente e inconsciente de todo sujeto para manipularlo a su antojo, no tolera una intimidad ajena o independiente a sus postulados y dicta la conducta privada. Ni siquiera algo tan personal como el nombre de una hija puede ser tal; ha de inscribirse en el campo de lo colectivo y omnímodo, dentro de los ilimitados límites del nacionalismo.
n. El himno mudo de España. Nuestra Marcha Real tiene letra, pero como su autor es el Pemán falangista, quedó arrumbada para los restos. Aznar encargó a Jon Juaristi y a otros dos autores una nueva letra, pero aquello no cuajó. Ganó un concurso convocado a tal efecto en junio del 2007 por el Comité Olímpico Español, en colaboración con la SGAE, una tercera letra, pero, debido a las críticas recibidas, nunca llegó ni a presentarse ni a aprobarse por las Cortes. En cualquier caso, parece que esta letra llegue algo tarde. Las postrimerías del siglo XX y el siglo XXI sólo pueden dar a luz himnos y letras para países nuevos como, por ejemplo, Sudán del Sur o Timor Oriental, o para nuevas regiones, como la Comunidad Autónoma de Madrid.
Así pues, nuestro himno carece de parte cantada, de cantabile. Para obviar esta carencia o ausencia, el pueblo o, por mejor decir la afición, espontáneamente, ha creado el «lolololo» acompasándolo a la melodía. Hay quien dice que ese primitivismo del «lolololo», puro significante desprovisto de significado, es lo más adecuado para el ataque, que en su brutalidad y bastedad es lo que mejor predispone a la inminente batalla, que es muy celtíbero, o sea pre-romano. Se dice, por otra parte, y con razón, que la retórica sanguinaria («La Marsellesa») o mitómana (El «Deutschland über alles», aunque este verso haya quedado fuera del cántico tras la Segunda Guerra Mundial), propias de los himnos, han quedado completamente obsoletas por insostenibles. Sí, pero la cuestión es que el significado es absolutamente necesario porque el mensaje ha de suscitar emociones y excitar sentimentalmente el sentido de la pertenencia. Evocación de la patria, de lo común y de lo propio. Connotaciones afectivas, que hagan llorar. Y épica, mucha épica si se pretende vencer. Sí, quizá sea demasiado celtíbero y, por ende, condenado a fracasar ante Roma, que representa la organización, la disciplina, la claridad de ideas, y cuyo himno tiene una letra.
Preguntémonos qué sentirían los seleccionados españoles en Maracaná, en la final de la Copa de Confederaciones frente a Brasil, cuando público, jugadores y equipo técnico, a voz en cuello, dando lugar a un fenomenal estruendo patriótico, cantaron su himno. Cesó la banda de tocar, murió la música instrumental, pero seguía el canto y siguió por más de medio minuto largo. Otro tanto, con idéntico guión, protagonizaron los chilenos, también en Maracaná y también frente a España, en aquella tarde nefanda del 0 a 2 y de la eliminación de nuestra selección.
El carecer de letra es una clara desventaja y, a estas alturas y en las circunstancias políticas actuales del país, nuestro himno no puede disponer de letra y, así pues, el problema permanece insoluble.
o. Agresión en el colegio. Con fechas de 23 y 24 de junio del 2014, el ABC informa de la agresión sufrida por una niña en su colegio de Sabadell por parte de otros niños, por llevar una pegatina con los colores de la bandera española en la carpeta de «Lengua castellana» (la asignatura, en ninguna región de España, se llama ya «Lengua Española»). La tutora afirmó al respecto que eran «cosas de críos», trayéndonos a la memoria cómo también Arzalluz quitaba hierro a la kale borroka, presentándola como «chiquilladas». Si la agresión hubiera sido en sentido opuesto, esto es por ostentar una senyera, no quiero ni pensar qué reacciones y consecuencias hubiera desencadenado. Pero, claro, en cuestiones envenenadas por el nacionalismo, siempre se dan las dos varas de medir, que una cosa es ser oprimido y otra opresor.
Este suceso es extra-futbolístico, pero si aquí lo traemos a colación, es porque refleja una presión, una tensión y una ansiedad, cuando no una auténtica angustia o un miedo cerval, que impregna, emponzoñándolas, las relaciones humanas en algunas zonas, cada vez más amplias, de nuestro país y a la que el fútbol, que es -como tantas veces hemos dicho ya- sociología y psicología de masas, no puede sustraerse. Tout est dans tout.
7) LA EXPULSIÓN DEL PARAÍSO
La portada del ABC del 19 de junio (del 2014) es desoladora. Describámosla: El único protagonista y el único personaje, Xabi Alonso, en plano general y en picado, con la espalda encorvada y cabizbajo, se lleva las manos al rostro, ocultándoselo. Parece incluso que se hubiera dislocado la rodilla derecha. Sólo le falta ir desnudo y llevar a Eva contra su flanco izquierdo, para ser el Adán del fresco de Masaccio en la Capilla Brancacci de la florentina iglesia del Carmine. Es la expulsión del Paraíso.
La selección ha vivido en el jardín de Edén del triunfo y del juego exquisito. Xabi-Adán, icono pictórico de la selección, retuerce su pierna porque le cuesta y le duele el alma en demasía dejar el Edén.
El título «Adiós al Mundial» esconde y en realidad significa: «Adiós al Paraíso».
¿Qué pecado han cometido Xabi y la selección para merecer la expulsión? ¿En qué ha consistido su pecado original? En representar a un país en permanente conflicto consigo mismo; que se cuestiona un día sí y al otro también; que no acierta a definirse; que se ve acuciado aviesamente por fuerzas independentistas y por ello necesariamente reaccionarias, discriminatorias y totalitarias sin que nadie acierte a hacerles frente con la razón o sencillamente con la ley; que es inculto porque no calcula, ni siquiera se lo plantea, su alcance histórico y cultural y por ello rehúye sus compromisos históricos y culturales, no ya sólo con Hispanoamérica, sino con la humanidad; en definitiva, una nación que se flagela gratuitamente y que rechaza de manera enfermiza su responsabilidad, condenándose a un segundo plano e incluso a su desaparición, tras un proceso en marcha de secesiones que no se quiere encarar.
La culpa es de los nacionalistas. Sí, ciertamente; ello no admite dudas. Ahora bien, ¿qué hacemos nosotros para contrarrestarlos, neutralizarlos y procurar su progresivo debilitamiento hasta reducirlos a lo folklóricamente residual?… ¡Bien poco! El temor a defender la integridad de la patria por que no nos tachen de cualquier injustificada barbaridad; el rubor por adelantado a pronunciar «España»; la asimilación acrítica de todas las añagazas psico-lingüísticas del nacionalismo irredentista (por ejemplo: «Cataluña y España» o «el proceso de paz» o «el derecho a decidir», hasta el punto de que Del Bosque, en un claro ejemplo de lo insidioso y subrepticio de estas marrullerías lingüísticas, en la entrevista a que se hace alusión a lo largo de estas páginas, a propósito de las nuevas incorporaciones de jóvenes futbolistas a la selección como pueda ser el caso de Thiago, dice que «se han ganado el derecho a decidir, harán lo que ellos quieran») que, manipulando artera y eficazmente significantes y significados, modifican la realidad siempre a favor de sus intereses; la irresponsable defección de la causa nacional unitaria por parte de una gran parte de la izquierda que disfraza su necedad con los oropeles de bisutería de proclamas decimonónicas; la defensa arrugada, pusilánimemente pactista y constantemente amenazada desde dentro por conatos y brotes regionalistas (como ya ocurriera en Navarra en el 2008 con la ruptura con el PP por parte de UPN bajo el mandato de Miguel Sainz; o el brote regionalista de Juan Hormaechea en 1991, en Cantabria; o el de Fernández Cascos, en Asturias, en el 2011), que de España lleva a cabo la derecha, siempre a remolque de otras tendencias e incapaz de crear un discurso propio, suficientemente razonable y coherente; la atracción que la aventura, el griterío, el caos ejercen en la parte más irracional de toda persona y de todo grupo humano, deficientemente contrarrestados por unos propósitos y un proyecto de cohesión, de colectividad en armonía, de exaltación creativa, de alegría compartida, de razón activa y, valga la paradoja, emocional. ¡Cuán poco se cultivan y trabajan la razón y la alegría en España! y, a pesar de las apariencias por razones turístico-económicas, España acaba siendo un país triste.
Todo ello ha hecho que no se respete la ley pues no nos hemos atrevido a aplicarla y como no se ha replicado con la legalidad a la primera agresión, la segunda vendrá indefectiblemente y, crecida más que de su fuerza intrínseca de la debilidad de la respuesta o de su ausencia, se manifestará con mayor fuerza y mayor confianza en sí misma; y aún más la tercera y cuantas vengan luego, siempre expresadas con mayor contundencia y de forma cada vez más osada y desafiante. Y con el transcurso del tiempo, de esta guisa, España cada vez será más débil, hasta no ser nada y los nacionalismos, cada vez más fuertes pues la aplicación de la ley y su observancia se habrán hecho progresivamente más difíciles, hasta tornarse imposibles por insostenibles, porque nadie creerá en ellas y nadie las respetará. Es, en definitiva, la falta de firmeza del poder que no ejerce su autoridad, traicionando, además, a los ciudadanos.
Se nos puede contradecir con que no siempre se da dejación, que de vez en cuando se produce la reacción adecuada, etc. Y ello es difícilmente rebatible, ciertamente, mas como la respuesta no se ha dado, no se da desde el primer momento y siempre, sino de manera intermitente, presentándose dubitativa e irregular y a expensas de la circunstancia, sin que pueda remitir a un plan superior, a unos conceptos bien asentados, a una fe inquebrantable en España, dichas respuestas o reacciones constituyen lo que en psicología se conoce como refuerzo intermitente, siendo éste el más poderoso para fomentar, «reforzar» en términos de psicología del aprendizaje, la conducta indeseable.
En el «Troilo y Crésida» shakespeariano, Ulises, desesperado ante la inacción de los suyos e impaciente ante la prolongación excesiva de la guerra, en magnífico monólogo, se aplica a mostrar que no es que el enemigo sea poderoso, sino que es el propio griego quien se muestra débil o, si se prefiere, que la fuerza del poder enemigo se asienta únicamente en la flaqueza propia, en el desmayo y falta de fe en lo de uno mismo. Y así, claro está, es imposible ganar la guerra, cualquier guerra. Si no defendemos a España porque no creemos en ella, ¡apaga y vámonos!
A los constantes ataques y asaltos nacionalistas, ya sea bajo forma de despiadado terrorismo, ya sea bajo forma de insumisiones, desacatos, desobediencias, insultos y amenazas, etc., se ha respondido -y tan sólo en ocasiones- con el argumento del constitucionalismo, pero ello es tan sólo una parte de la respuesta. El constitucionalismo es razón y sentido de la historia; es responsabilidad y raciocinio para no dar, por ejemplo, en la irracionalidad patriótica del fascismo; es argumento para justificar éticamente el poder y las respuestas legales desde ese poder legítimo que el Estado debe dar en defensa propia y, por tanto, de los ciudadanos a quienes representa e incluye. El constitucionalismo es necesario, mas no es suficiente. Preguntémonos si España, en su integridad, sólo es defendible como Estado constitucional, pero no lo es ya bajo una dictadura, sea del signo que sea. Esto es algo que, por ejemplo, no se plantearía nunca un francés: Francia es una e indivisible, gobierne quien gobierne y bajo el régimen que fuere (república constitucional o hipotética dictadura o «dictablanda», etc.). El constitucionalismo es tan sólo un espantajo legalista si no va acompañado de una fe, de una ilusión, de una emoción, de una alegría. Su función sería precisamente la de acotar esos aspectos afectivos para que no nos desborden y sucumbamos a la irracionalidad agresiva, pero la creencia en España, que es una creencia además basada en la Historia, ha de prevalecer, en última instancia, sobre el constitucionalismo.
Tan sólo el fútbol nos ha proporcionado ese fervor, nos ha obsequiado con esa cohesión colectiva nacional, nos ha regalado esa alegría. Ahora bien, el fútbol queda sujeto a los avatares deportivos y, para crear un sentimiento nacional, hace falta bastante más. Por otra parte, como el fútbol refleja a la sociedad y la representa en el caso de la selección, cabe preguntarse si una que se halle fragmentada y sujeta a fuertes tensiones centrífugas, no acabará por manifestar esos poderosos problemas en su propio seno, fragmentándola, anulándola e imposibilitándole a la postre todo triunfo.
Edurne Uriarte concluye su artículo ya citado con estas lúcidas y clarividentes palabras: «… una actitud acomplejada, miedosa, indefinida, ambigua, en la que no puede caer el equipo que ha conseguido el pequeño milagro de reunirnos en el orgullo y la pasión de nación. La indefinición y el miedo llevan a la mediocridad o a la derrota, en el deporte y en la vida».
8) ¿UN PRONÓSTICO?
Eliminada ya, España juega contra Australia. Villa marca y besa repetidamente el escudo de su camiseta, besa el símbolo del país y, aunque sólo sea por inhabitual, su gesto es loable y sobre todo conmovedor. Acaba el partido. Iniesta, quien marcara el gol del triunfo hace cuatro años, se dirige hacia Del Bosque y ambos se funden en un abrazo. «N´est-ce pas que c´est vrai qu´il y a un Dieu? _ Oui!» Et nous nous embrassâmes comme deux frères de cette patrie mystique…» (¿No es cierto que hay un Dios? _¡Sí!» Y nos abrazamos como dos hermanos de esa patria mística…) (Gérard de Nerval, «Aurélia») Posiblemente Iniesta y Del Bosque intuyeran que aquello era el final, que Dios, aunque vivía para ellos, había muerto para casi todos los demás. Y había muerto porque eran poquísimos los que aún creían en Él.
Tras la descripción, análisis y puesta en relación de los síntomas que aquejan a España y que han de reflejarse a la postre, y ya se han reflejado, en la selección nacional, se puede diagnosticar que España padece de acidia, terrible enfermedad, también conocida por profunda melancolía, o, por emplear los términos de la nosología psiquiátrica, como depresión. Severa depresión, motivada por una fortísima, invencible ansiedad, consecuencia de una situación política descabellada en que lo centrífugo pone constantemente en tela de juicio y en jaque a un sentimiento nacional cada vez más desmayado, anquilosado y que renuncia a su defensa y a toda acción, minándole así los cimientos y resquebrajándole la moral. Lo que en psicología del aprendizaje se conoce como «indefensión aprendida» y que es de las cosas peores que le puedan jamás ocurrir a uno. En efecto, como se ha dicho ya, la selección no puede permanecer ajena al contexto socio-político en que se desenvuelve.
Se podrá argüir que a los seleccionados, como futbolistas que son, sólo les interesa el fútbol, que son mercenarios, que no reparan en cuestiones políticas o de pertenencias; mas ello es falso a todas luces. No se trata ahora de clubs, sino de equipos nacionales; pero es que incluso recurriendo al tópico chistoso del futbolista que no sabe nada, más que darle patadas a un balón, que no lee más que los mensajes de su wasap, que sólo escucha con sus cascos música chunda-chunda e invierte su vida, cuando no está entrenándose o no está jugando, en los vídeo-juegos, incluso un individuo así, no vive aislado, respira un ambiente social, se impregna de él, lo refleja en su conducta. El hombre es, no lo olvidemos, un animal profundamente simbólico y su psique siempre ha de acusar los conflictos.
Afirma el Marca del 19 de junio del 2004, en la sección «Marca opina», bajo el epígrafe «Volveremos» que «España tiene mimbres para iniciar la reconstrucción», que «hay futbolistas y estructuras para volver a ser competitivos», «que la selección no murió anoche (en que se perdió frente a Chile)», que lo acontecido «no es un punto final para España» y que, en definitiva, «como el futuro existe», se puede «asegurar con absoluta certeza que volveremos, que España volverá». ¡Cuánto no daríamos por que así fuera!, pero está por verse pues lo extradeportivo marcará el devenir de lo deportivo.
Tras el diagnóstico, se impone el pronóstico. Es francamente pesimista. Muy a nuestro pesar, somos agoreros. Creemos que las cosas se han torcido tanto que no hay ya forma de enderezarlas. Es demasiado tarde. Nos toca ahora lidiar un toro tan resabiado, que ha desarrollado tanto sentido, que ha aprendido tan bien a ir al bulto, a ignorar la pañosa, que acabará por cogernos y matarnos.
En nuestra opinión, la selección no levantará cabeza, a pesar de la innegable calidad de sus jugadores y de que, como afirma el Marca: «afortunadamente, durante los días de vino y rosas la Federación -con el trabajo de cantera de los clubes- no dejó de trabajar y la actual generación tiene el relevo asegurado» Cuanto ocurrió antaño se ha vuelto irrepetible hogaño, hogaño y en lo por venir. Con el buen Quijote en el lecho de muerte, digamos: «Señores, vámonos poco a poco pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño».
La actuación de la selección en estos Mundiales celebrados en Brasil constituirían los pródromos de la descomposición definitiva de España, de su disolución final. Debido a nuestra incuria y poltronería, España es enfermo terminal. Se ve aquejada de un cáncer que no perdona, que extiende su metástasis y pudre el cuerpo y aniquila la voluntad. Pronto España se verá yaciente, sin que nos atrevamos a aventurar si lo estará en su lecho de muerte -defunción sin demasiados sobresaltos- o en el tanatorio -fallecimiento oficial y pactado-, o en la Morgue, por muerte violenta. Los estoicos dedicaban su vida a la preparación para el último viaje, domando y acostumbrando el espíritu al desprendimiento de todo. No estaría de más, quizás, que fuésemos preparándonos nosotros también para el momento en que nuestra patria fenezca sus días y nosotros, en consecuencia, quedemos mutilados, encanijados e involucionados. Que ese momento fatal no nos tome desprevenidos. Velemos como las vírgenes prudentes de la parábola evangélica.
El Marca de esa fecha de 19 de junio exhibe en portada la foto del futbolista que nos dio la victoria en Sudáfrica, Iniesta, de espaldas y llevándose, cabizbajo, una mano a la frente, mientras abandona en solitario un terreno de juego espectral. Un enorme y cinematográfico «THE END» aplasta y empequeñece a nuestro jugador, niño perdido en la inmensidad de la derrota, de ese «The end» que es el suyo propio, el de la selección también y, sobre todo, el de España. «This is the end, beautiful friend… of our elaborate plans, the end of everything that stands, the end. No safety or surprise, the end. I´ll never look into your eyes again. Can you picture what will be so limitless and free, desperately in need of some stranger´s hand in a desperate land…?»(» Esto es el fin, bella amiga… de nuestros elaborados planes, el fin de todo cuanto está en pie, el fin. Ni seguridad ni sorpresa, el fin. Nunca más volveré a mirarme en tus ojos. ¿Puedes imaginar qué será de nosotros, ilimitados y libres, desesperadamente necesitados de alguna mano extraña en una tierra desesperada…?») (Jim Morrison, «The end»)
Evidentemente no poseemos don profético alguno, pero cuanto acabamos de enunciar no responde a una ocurrencia, a una humorada de excéntrico o a un pálpito supersticioso, sino a un análisis, creemos que serio y razonado, de cuanto acontece en España. Y, en cualquier caso, no por temor a decir cuanto ocurre o podría ocurrir, el suceso temido dejará de manifestarse. Demasiadas veces recurrimos los adultos al pensamiento mágico de los primitivos, haciendo dejación de nuestra responsabilidad de adultos racionales. Es más, sólo haciendo acopio de valor intelectual y llamando a las cosas por su nombre, evitando la política infantil del avestruz, podamos, quizá, quién sabe, sanar de esta muy grave dolencia.
Dicho esto, reiteramos nuestro pesimismo: la selección tiene los días contados porque España se encamina a su propio entierro.
¡Ojalá nos equivoquemos! ¡Ojalá el futuro y la Historia desmientan nuestros luctuosos augurios! Nunca se habrá deseado tanto que cuanto se piensa se revele erróneo e infundado. Ah, quién pudiera decir en el futuro: «¡Dadme albricias, hermanos de España, que cuanto aquí se pronosticó, nos salió más falso que Judas!» ¡Así sea!, pero me temo que…
La(s) tercera república(s) ¿española(s)? El nuevo apocalipsis
… ya está liadita la guerra
Alegrías, popularTodas las partes de mi monarquía se encuentran en terrible estado, y hay guerras y disturbios en cada rincón.
Carta de Felipe IV a su confidente Sor María de Ágreda en junio de 1645Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada.
Apocalipsis 6, 4
1) españa
Así, con minúscula, para ir haciéndonos a la idea de su desaparición. La desposeemos de la inicial en mayúscula y luego, poco a poco, le vamos arrancando letritas: spaña, spañ, pañ, añ, ñ… ¡Y se acabó!
Con motivo de la abdicación del Rey y la posterior coronación de su hijo, Felipe VI, más de una voz se ha alzado exigiendo un referéndum que nos permita escoger entre monarquía o república, proclamando la necesidad moral de esta última y ensalzando sus virtudes.
Imaginemos que, por las circunstancias que fueran, se proclamara la Tercera República Española… Cuanto sigue es un relato de política-ficción. Que el lector se pregunte, si llega hasta el final, si cuanto en él se expone resulta tan descabellado como podría pensarse. Para ello habrá de hacer acopio de valentía y deslindar bien el deseo de la realidad, que aquél, con su buena voluntad o con su pensamiento mágico, no contamine a ésta.
Acaba de proclamarse la Tercera República. Esta república nace medio muerta ya y por mucho que se la traslade a la incubadora, tiene los días, cuando no las horas, contados. Y no por la amenaza de un golpe de Estado Militar, que es ya algo imposible en nuestro país, sino por otra forma de Golpe de Estado, civil éste, y desde luego mucho más eficaz. Hablamos, claro está, de los golpes de Estado nacionalistas.
2) Cataluña
Ésta sí, con letra inicial mayúscula e incluso, por qué no, con mayúsculas toda ella:
CATALUÑA.
Cataluña, en efecto, llevará a cabo su declaración unilateral de independencia, proclamando -como ya lo hiciera Companys durante la Segunda República Española- la República Soberana Catalana. Inmediatamente después, pues no puede ser menos, el País Vasco hará otro tanto. ¿Galicia? Quizá a esta región, convertida ahora en nación, le cueste un poquito más, pero como nadie quiere irles a la zaga a las otras y, además, Galicia posee lengua propia y fue Reino independiente, si bien fuera por muy poco tiempo, durante el siglo XI del Medioevo hispano. Así pues lo tiene todo a su favor.
Vemos pues que, de esta guisa, no podrá hablarse con propiedad de la República Española, sino de repúblicas ex-españolas. ¿Cuántas? Formulemos la pregunta bajo una nueva luz. ¿Cuántas autonomías componen nuestro Estado de las Autonomías? Diecisiete, más las plazas africanas de Ceuta y Melilla. ¿Se darán entonces diecisiete repúblicas ex-españolas y, además, anti-españolas? Sí, tras las repúblicas de las» nacionalidades históricas», surgirán muchas más, que es cuanto se irá viendo en el transcurso del relato.
Antes de proseguir, cabe preguntarse qué hará el Ejército en estas circunstancias. La respuesta no puede ser más fácil ni sencilla. No hará nada. Temeroso de que lo acusen de genocida, permanecerá en sus cuarteles (de invierno, claro está); por otra parte, a ver qué ejército puede luchar en diecisiete frentes a la vez. Pero sobre todo, y ésta es la cuestión fundamental, ¿el ejército de qué país o región o república? Como España habrá dejado de existir, el ejército nacional también. Cada república habrá de intentar, lo mejor que pueda, recomponer su propio ejército nacional con lo que encuentre.
3) La hora de Marruecos
Así las cosas, mutilado y desmembrado el Estado y en pleno desconcierto ex-nacional, Marruecos -como ya procediera en el pasado con el Sáhara Español- aprovechará el estado general de debilidad y confusión políticas para ocupar Ceuta y Melilla. El ejército recibirá la orden de no oponer resistencia y de entregar las armas. Como ya se ha dicho, lo que no se sabrá exactamente es de quién recibirá esa orden pues no estará claro quién (qué persona)manda, pero sobre todo desde dónde se manda, esto es desde cuál de las repúblicas. En cualquier caso, a ningún militar de estas dos plazas se le ocurrirá hacer uso de la fuerza u oponer una resistencia numantina, abocada de antemano al fracaso y que produciría luego una auténtica escabechina entre los ex-españoles. A la población civil de estas dos ciudades africanas se le planteará el siguiente dilema: permanecer como comunidad extranjera en el Reino de Marruecos e intentar convivir con una morisma muy crecida y hostil (con el riesgo de que se reproduzcan, pero a la inversa, claro, los hechos que acontecieron a los árabes del Reino de Granada una vez conquistado por los Reyes Católicos, o a los moriscos bajo Felipe III), o bien emigrar a la Península. A las Canarias, no, por aquello de que por saltar de la sartén, se da en caer en las brasas, por cuanto ahora se referirá.
Si nuestros ceutíes y melillenses optasen por abandonar sus hogares, sus trabajos, sus negocios, sus hábitos y querencias, su tierra, para reencauzar sus vidas en la Península, plantearían un problema similar, cualitativa y moralmente, si bien menor cuantitativamente, al que tuvo que afrontar Francia con sus pieds-noirs tras la independencia de Argelia, con el agravante de que, como España como tal no existirá ya, no se sabrá quién, cuál de las repúblicas, asumirá la responsabilidad de realojarlos. Posiblemente ninguna quiera cargar con ese muerto (ya las antiguas comunidades autónomas ofrecieron soberbios ejemplos del egoísmo más mezquino) y así ex-ceutíes y ex-melillenses se verán condenados a vagar como el judío o el holandés, errantes ambos, por lo que antes fuera la España peninsular, desconociendo a quién dirigirse o a quién reclamar. Como siempre, en el caso de que la tengan, la parte de familia peninsular o algún pariente no muy lejano, o un muy buen amigo peninsulares puedan echarles una manita. Y si no, siempre queda Cáritas, pero, claro, cuál de ellas: ¿la Cáritas, pongamos por caso, murciana, o la Cáritas asturiana?
Envalentonada, Marruecos se hará a la mar océana y ocupará asimismo las Islas Canarias, que en el imaginario magrebí son también tierra irredenta. Aguarán así la fiesta a la nueva República Canaria, proclamada unos días antes, circunstancia esta que debilitó aún más la posición del archipiélago y alentó la aventura marítima del reino alauí. Sí, pues, ante la nueva situación política y las proclamaciones de las «nacionalidades históricas» como repúblicas independientes, Coalición Canaria, apelando a la incuestionable identidad nacional de las islas, tras negar la existencia de la nación española, y repitiendo los términos recogidos en su ponencia ideológica del congreso de noviembre del 2008, expresa su voluntad de ser el «vehículo de la construcción democrática de la Nación Canaria» y clama por «la defensa de su identidad y el ejercicio de su autogobierno». «Canariedad». Lástima que el español genocida acabara con la lengua guanche, pues qué duda cabe que ello, junto a su condición insular y su «africaneidad», les hubiera conferido mayor carácter exótico que incluso a los harri jazoizatleak vascos. Ahora bien, ya había advertido el alcalde canarista de la Orotava, preocupado por la magnitud de la cuestión migratoria, que, por culpa de la despreocupación de Madrid, sus compatriotas quedaban permanentemente a merced de que «el moro venga un día y nos lleve por delante»; en su opinión la solución al problema residía («no queda otra alternativa») en la constitución de gobiernos nacionales en las administraciones canarias. (ABC, 1/12/2008). En un dominical de El Mundo de, si no voy errado, principios del 2007, por otra parte, se presentaba un magnífico dossier periodístico sobre los movimientos independentistas canarios. Había quien proponía, para empezar, la independencia de todas y cada una de las islas, para luego formar, a través de negociaciones, las confederaciones que fuera menester. Reminiscencias del MPAIAC del buen Cubillo. «A merced del moro». Ahora sí, pero no del pobre morito que llega para que cavar zanjas y acarrear ladrillos, sino de toda una Armada y de un todo un ejército que se sabe vencedor de antemano y asistido de razón patriótica. A pesar del tímido apoyo, meramente simbólico, de Argelia a la nueva república oceánica, el archipiélago dejará de ser independiente. Además, al parecer, la mar canaria tiene petróleo y Marruecos lo necesita. Los ex-españoles ya pusieron las infraestructuras; ahora toca al marroquí explotar las reservas de su nueva provincia oceánica. La verdad es que Marruecos ha crecido lo indecible en detrimento de España: primero, con la anexión del Sáhara, y con la ex-España luego, incorporándose Ceuta, Melilla y ahora las Canarias. Gracias a la desaparición de nuestro país, el fervor patriótico marroquí está en su apogeo, tanto como el nacionalismo árabe se halla pletórico de activa energía. ¿Dónde queda aquello que tanto se oyó durante la Transición de la «españolidad» de las Islas Canarias, cuestionada por Cubillo y los magrebíes, no sólo marroquíes? Mais où sont les neiges d´antan?
Como con los habitantes de las plazas norteafricanas, ¿qué ocurrirá con los canarios? Súbitamente empobrecidos, ¿adónde dirigirán sus pasos? Ante una España que no puede ya ni protegerlos ni darles cobijo, pues ya no hay España, y si no quieren soportar los previsibles desmanes y desafueros del amo marroquí, como no tomen el barco hasta Madeira o las Azores, intentando allí rehacer sus alteradas y menguadas existencias…
Bien, ya ha visto fenecer sus días, amén de las plazas norteafricanas, toda una señora república y todo un archipiélago soberano. Nos hemos quedado en dieciséis.
4) Nuevamente CATALUÑA. La gran CATALUÑA
Volvamos a Cataluña. Ésta, bajo el delirio ultranacionalista e irredentista de sus dirigentes, sólo aspira a retrotraerse al pasado y revivir los gloriosos tiempos de la Corona Catalano-aragonesa, cuando aquello de que, en aquel entonces, desde un chipirón hasta una ballena tenían que pedir permiso a Barcelona para dar aunque sólo fuera una brazada en el Mediterráneo. Si bien, de momento al menos, el Alguero queda fuera de sus reivindicaciones expansionistas, se habrán de incluir en la República Catalana las Baleares, el País Valenciano y, aunque renunciando también de momento al grueso de Aragón, se le reclamará a ésta la franja oriental catalanoparlante, sin olvidar la Catalunya Nord, que pertenece a Francia, a la República Francesa, complicándosele así las cosas al pan-catalanismo por el poder y la claridad de ideas de los gabachos.
Imaginemos que, mediante un hábil golpe de mano, las fuerzas pro-catalanistas baleáricas, aprovechando la confusión y la perplejidad reinantes y el, intrépido, «viaje del toro» de sus poderosos primos catalanes, logran hacerse con el poder del archipiélago, desarmando todo posible conato o iniciativa de resistencia al expansionismo catalán. Quienes no se muestren satisfechos con la situación, ya sea por pancismo, ya sea por sentirse incapaces de luchar y vencer con unas mínimas garantías de éxito, se resignarán ante este nuevo estado de cosas y, así, las Baleares formarán parte, desde aquel momento, de la República Catalana, la cual les habrá garantizado formalmente una cierta autonomía, aunque sólo sea, por estar inmersos en un espíritu histórico-medievalista que les lleva a rememorar aquello del Reino de Mallorca. Bien, ya ha desaparecido otra república. Quedan quince. Las dos desaparecidas corresponden a archipiélagos, están en medio del mar. Se ve que ese aislamiento insular, lejos de favorecerlas como históricamente sucedió con Inglaterra, les ha hecho inviable su independencia.
Hasta ahora hemos hablado de ocupación o de invasión, las que Marruecos llevarán a cabo en el océano y en las plazas españolas norteafricanas, mas no aún de guerra propiamente dicha. Ha llegado el momento, no obstante. En una entrevista de Blanca Torquemada, en el ABC del 16 de octubre del 2011, a José Manuel Otero Novas, antiguo ministro de la UCD, se le formula la siguiente pregunta: «El deterioro de la unidad territorial al que hemos llegado tiene aún arreglo?» y el ex-político responde lacónicamente: «Cada vez es más difícil». Luego Otero Novas explica la necesidad, para recomponer la unidad nacional, de una gran coalición entre las dos fuerzas nacionales mayoritarias, para a renglón seguido, expresar su escepticismo ante esa posibilidad; sugiere entonces el nacimiento de una fuerza política cuyo único objetivo político sea precisamente el de la unidad; por último apunta «otra posibilidad», afirmando que «la solución de esto puede venir también por algún drama». La periodista la coge al vuelo y le pregunta entonces: «¿No es descartable que acabemos en guerra por esta cuestión nacional?», Nueva respuesta más lacónica y tajante aún que la primera citada: «No lo es».
Ciertamente este tipo de opiniones no abundan pues el solo hecho de imaginarlas ya pone espanto en quien las formula y en quien las escucha o lee. Recordemos, llegados a este punto, la afirmación de Ortega por la cual «toda realidad ignorada prepara su venganza». No hace mucho, pero ya no recordamos ni por parte de quién exactamente, con sus nombre y apellido, ni en qué medio, un historiador o pensador, alguien -que, desde luego, no era un tonto- afirmaba que, en caso de independencia de Cataluña, la guerra entre Castilla y Cataluña estaba servida y que no podía ser de otra manera. En nuestro relato hay guerras, pero no precisamente entre los dos antiguos grandes reinos peninsulares, como se explicará en su momento.
Volvamos al relato. El País Valenciano. Aquí también los catalanistas llevarán a cabo sus maniobras para, lo más rápidamente posible, silenciar toda resistencia, pero una gran parte del pueblo valenciano no se avendrá a la nueva realidad pan-catalanista y hará frente, sacudirá coces y dará cornadas, echándose al monte parte de su población, reivindicando entre otras cosas su lengua propia, que sostienen -científicamente- es distinta al catalán, y una inalienable idiosincrasia que se les quiere ahora arrebatar. No sabemos entonces si se revivirán los tiempos gloriosos de la antigua corona de Aragón con aquello del chanquete y el pez espada pidiendo permiso al monarca catalán, pero sí, desde luego, se recrearán los tiempos broncos de las partidas carlistas. Habrá guerra. No será la de Irak, ciertamente, pero en toda guerra hay muertos y el sino de esta guerra es la de extenderse, balcanizarse y poder emular a la de la fragmentación yugoslava.
El País Valenciano, además, no lo olvidemos, posee unas comarcas occidentales y meridionales donde sólo se habla castellano; esas comarcas, económicamente importantes y muy pobladas también, rechazarán aún con mayor saña la dominación catalana y se echarán al monte, jugando a las dos barajas del apoyo y alianza con las fuerzas valencianistas y recabando, o al menos intentando recabar, el apoyo de Castilla, tentada así con una expansión de sus fronteras hacia el Este peninsular.
¡Castilla!, ¡Aragón! ¡Qué bello! En cuanto que mencionemos el Reino de Navarra y reconstruyamos uno nuevo de Granada, ya estamos otra vez en la Baja Edad Media…
Así pues dejamos a la República Valenciana, si no desaparecida del todo, sí, al menos, herida, desgarrada y dividida, sin gozar de plena soberanía, por quedar contestada desde muchos frentes, incapaz de mantener la autoridad del flamante Presidente «che», de tal manera que en la práctica podemos decir que es inexistente o no suficientemente consistente. Ya sólo quedan catorce de las antiguas comunidades autónomas de nuestro ex-país.
No queda aquí la cosa. Son franceses desde hace siglos, desde la Paz de los Pirineos que siguió a la Guerra de los Treinta Años en que la Corona Española quedó desposeída de ellos, el Rosellón, el Vallespir y la Cerdaña. Cataluña ha de reconquistarlos, pero surge un problema y es que Francia no es España, o más bien que Francia no es ex-España; no, Francia es un pan entero, ya sea baguette u hogaza, y no migajas de pan revenido… (¡Cómo no estará de rancio y revenido lo ex-español que es bajomedieval y todo!) Este hecho de la realidad francesa opone una absoluta dificultad a la labor irredentista del independentismo catalán. Por otra parte, no resulta muy claro a los catalanes franceses eso de pasar a ser ahora ciudadanos de una república pequeñita, por mucha expansión a la que aspire y que se encuentra además en francas dificultades. Si bien Barcelona les ha garantizado que pueden seguir organizando corridas de toros (con la única exigencia de que se les llame «curses de braus»), los catalanes franceses, tan buenos aficionados, no acaban de fiarse. No obstante, alentados por su independencia recién estrenada, las nuevas autoridades republicanas catalanas llevarán a cabo una labor permanente y contumaz de zapa y propaganda activa y agresiva del catalanismo en aquellos pagos irredentos con ánimo de sumárselos. Habrá incluso sabotajes y partidas de trabucaires operando en suelo francés. Llegarán a tanto en su osadía que Francia, verdadera república, habrá de responder. Militarmente, claro. Llevará a cabo acciones de castigo rápido e incluso podrá, para garantizar sus fronteras, seguridad y unidad nacional, llegar a ocupar partes importantes y extensas del Principado. Los franceses, además, han adquirido una gran práctica en el África negra y los vastos Sáhara y Sahel, y serán tan eficaces que llevarán a cabo una auténtica satelización de la República Catalana, reverdeciendo aquella otra que ya realizaran bajo Mazarino, arrebatando Gerona y Barcelona a Felipe IV, cuando comenzaba el declinar de España.
Como podemos apreciar, los catalanes estarán atareadísimos con tanto frente abierto, sí, pues habrán de considerar además otro nuevo, el de Aragón. En efecto, la República de Aragón habrá de garantizar su integridad territorial y no tolerará la ocupación de su franja oriental por muy catalano-parlante que sea, entre otras cosas porque ya demostró, no hace mucho, el Parlamento aragonés que allí lo que se habla es lapao, esto es una lengua aragonesa. También aquí habrá conflagración bélica. Los aragoneses no tolerarán que se les recorte territorio. Además se mostrarán muy celosos de su pasado pues la antigua corona se llamaba precisamente de Aragón, esto es como su actual República. Aragón, pues, aunque haya de afrontar dificultades, no desaparecerá como república, con lo cual seguimos manteniendo las catorce. De momento.
Si recordamos bien fue Marcelino Iglesias, a la sazón presidente de la extinta comunidad autónoma de Aragón, quien, con motivo de la guerra del agua peninsular, declaró algo así como que el Ebro, a su paso por Aragón, era propiedad de los aragoneses, pero que los no-aragoneses no se preocuparan pues él no consentiría, a pesar de no ser baturros, que se murieran de sed. Conmovedora solidaridad inter-autonómica. Ahora, constituida en república, dueña al fin de su destino, puede Aragón, mediante un ambicioso proyecto de presas y pantanos, frenar el avance del río justo antes de la frontera, condenando al enemigo catalán a un cauce seco y, así, doblegando su altivez, obligarle a desistir de su política expansionista. Queda probado con este ejemplo cuánto no deben las nuevas repúblicas a las sacrificadas autonomías y, por tanto, no será de extrañar que muchos de sus actuales presidentes hayan ostentado y ejercido, previamente, el cargo de presidente autonómico.
Hay algo que beneficia, y mucho, económicamente a la República Aragonesa. Como los pasos tanto de La Junquera-Port Bou como de Irún-Hendaya se han vuelto muy inseguros, se ha impuesto la necesidad de reabrir el paso de Canfranc con Francia. Los gobernantes aragoneses no pueden estar más ufanos, pues ello supone importantes ingresos en derechos de aduana y de peajes. No hay mal (ajeno) que por bien (propio) no venga.
¿Y Andorra? Las razones por las cuales permanecerá libre de toda agresión o iniciativa anexionista resultan tan meridianamente claras, más que el agua aun tras el reciente, que no el primero, escándalo Pujol, que no vamos a extendernos en ellas.
Frente aragonés, frente francés, frente valenciano… Son tantos los conflictos armados que Cataluña no sólo podría ver en entredicho su expansión, sino que incluso vería mermar su territorio continental. Además, en este contexto de debilidad catalana, en las Baleares podrían atreverse a surgir ya voces claramente discrepantes, dispuestas a restablecer la abolida República Balear, reminiscencia actualizada del medieval Reino de Mallorca, como ya se dijo, puesto que, como vemos, se trata ahora de reverdecer, modernizándolos bajo forma de república, los antiguos reinos medievales hispanos. Habrá incluso voces eruditas que reclamarán para las Baleares la antigua capitalidad de Perpiñán, pero sin llegar a formar una escuadra naval para su desembarque y reconquista. Permanecerá en el imaginario, eso sí, del irredentismo baleárico.
5) Euskal Herria
Cuanto acontezca en Cataluña, encontrará su réplica en el País Vasco. En efecto, el pan-vasquismo animará desde el primer día la República de Euskal Herria. La antigua reivindicación del Reino de Navarra se activará. La zona norte navarrica, dominada por el etarrismo, se sumará alegre a la nueva nación. El problema residirá en el resto del territorio. Toda la rabia, arrumbada y en sordina durante tanto tiempo contra el pan-vasquismo que ha asesinado, extorsionado y amedrentado, estallará de repente y con gran violencia, y ambas tierras de carlismo exasperado y ásperos requetés se enzarzarán en una lucha a muerte. Dicha lucha a muerte entre territorios hallará su pendant entre los lugareños de cada uno de los territorios considerados por separado pues no es imposible que, dentro del País Vasco, por razones idénticas a las que muevan a muchos navarros a empuñar las armas contra el abertzalismo, sean bastantes quienes ya no puedan contener más una impotencia y una humillación prolongadas durante demasiado tiempo y yergan cabeza, puños y fusil en busca, más que de venganza, de afirmación violenta de una dignidad escarnecida. Se acabó la contención y el temor. «Si hay que morir, muramos matando», se dirá más de uno. Y otros añadirán: «Sí, es hora de hablar de una vez y de responder a las armas con las armas». En este caso no nos retrotraemos a la Edad Media, sino a nuestra reciente Guerra Civil, con sus paseos y ajustes de cuentas en la retaguardia. Es cuanto pasa cuando se hunde el Estado de Derecho, que ostenta el monopolio de la violencia y contiene venganzas y luchas fratricidas. Lejos quedará la admiración de propios y extraños ante la prudencia y la renuncia a la venganza por parte de unas víctimas que sólo reclaman justicia.
Obviamente, el condado de Treviño, al segundo de proclamarse la República Vasca, pasará a ser ocupado y absorbido. Castilla no moverá un dedo por el enclave burgalés en tierra vasca, pues no dejan de ser unas tierrucas anecdóticas y, además, ganadas ya, a base de amenazas, a la causa pan-vasquista. La batalla se da de antemano por perdida y, por tanto, no se libra.
Por otra parte, como el hábito se convierte en segunda naturaleza, y han sido tantísimos los años de bombas, secuestros, palizas, insultos y amenazas de muerte, quienes los practicaron y jalearon, se verán llamados a ejecutar de nuevo esos actos que daban un sentido a sus vidas, requeridos por el fondo violento que impregna el País Vasco. Es más, incluso llevados de la inercia, no es descabellado pensar que pongan alguna bomba en la República de Madrid, aunque ya nada tengan que litigar con ella. La fuerza de la costumbre.
Al igual que para Cataluña, también existe un País Vasco Norte, secuestrado por Francia. Los constantes hostigamientos, acosos e incursiones en Euskadi Norte, moverán también a la República Francesa a intervenir en la República Vasca, ocupando zonas de importancia estratégica y castigando bases de operaciones vasquistas, de tal manera que también la República Vasca, lejos de expansionarse, menguará. Sí, pues ahora no ocurrirá como en 1638, en plena Guerra de los Treinta Años, en que la ofensiva francesa contra territorio español por Guipúzcoa fracasara y Fuenterrabía fuera liberada. Eso tan folklórico del Alarde dejará de celebrarse y ya no tendrá sentido pronunciarse a favor o en contra de que las mujeres tomen parte en él puesto que ya ni un sexo ni el otro lo harán.
Por otra parte, tanto en Catalunya como en Euskal Herria, los franceses, tan versados ya en castigar el terrorismo yihadista en el África, se encontrarán en las dos mencionadas repúblicas como pez en el agua, y además al lado de casa, que les bastará, como quien dice, alargar un poco la pierna y ya disponerse a repartir.
La Rioja. A una república tan pequeña, mono-provincial y tan penetrada del humor vasco, navarro y castellano, le será muy difícil sobrevivir. Bien pronto se verá desgarrada, ocupada, contra-ocupada y, al fin, se habrá de certificar su defunción definitiva por desmembramiento. Y, así, ya sólo quedan trece.
6) Al Andalus
La República Andaluza. Con Ceuta y Melilla anexionadas por el Reino Alauí, los andaluces han puesto sus barbas en remojo. Al cabo de tantos siglos, un nuevo Tarik podría cruzar el Estrecho y enseñorearse de nuevo del Sur peninsular ante la abulia e indiferencia fatalista de los habitantes, tal y como dicen ya ocurriera con una población visigótica desalentada que no opuso resistencia al avance de la media luna. Pues ahora, por no haber, no se dará ni batalla de Guadalete.
Aunque Al-Andalus, como Sefarad, designe toda la península (y las Baleares), generalmente se da un uso restrictivo de la palabra, acotándola en los límites de la actual Andalucía. Córdoba, Granada, Sevilla aún excitan el imaginario del irredentismo musulmán. Si ya Al-Qaeda encontró en España un magnífico campo de acción debido no sólo a su pasado árabe-musulmán, sino además y sobre todo a su debilidad como nación, esto es a su desnacionalización, ahora en que España no existe, sus planes se habrán vuelto mucho más fáciles y audaces. Desde el otro lado del Estrecho, Marruecos proyecta su sombra sobre Andalucía y se la mira con deseo. Tanto, tan grande es en cuanto a territorio y, por otra parte, tan enclenque es esta República Andaluza, desnortada y desorganizada, que Marruecos, poseedora ya de Ceuta, Melilla y, no lo olvidemos, las Canarias, comienza a ocupar, como tanteando primero y luego ya con mayor seguridad, las tierras de la República Andaluza. No se atreve a poner el pie en el Sur de Portugal pues la República Portuguesa, si bien no represente ciertamente una gran potencia, no es un espantajo, y un ataque a un país miembro de la UE y de la OTAN no sería consentido por Occidente. España, sin embargo, es otra cosa pues ya no existe. España perteneció a la OTAN y a la UE, pero no las repúblicas emanadas de su seno, que no han tenido tiempo todavía de nada, más que de enzarzarse en guerras. En efecto los añicos de España son un imprevisible, vanidoso y belicoso enjambre, fuente de permanente inestabilidad por quien nadie apuesta un duro y que habría que sujetar. Y en el Sur, se ve que esa sujeción corresponde a una aliada de los EEUU, que no es otra que la morisma marroquí, satisfaciéndose así sus reivindicaciones históricas, reafirmando el poder real, asegurando, con el nuevo orden surgido tras la desagregación de España, la estabilidad en el Mediterráneo y dando ejemplo a los otros países musulmanes de cómo hay que hacer las cosas: siendo amigo de los americanos, siendo una monarquía y teniendo algo de democracia, esto es advirtiendo a los otros países árabes aquejados de «primavera» y mostrándoles cómo la prudencia es la madre de la política, a la par que invitándoles a desechar esas peligrosas alferecías que los sacuden y que sólo pueden ser fuente de su propia ruina. Hay más, y es que Marruecos le hace el trabajo sucio a Europa restableciendo el orden mediante la coerción, la ocupación militar y, si fuera menester, la violencia, algo que Europa rehúye como la peste.
La República Andaluza ha dejado de existir. Ahora es provincia marroquí. Ya sólo nos quedan doce.
Hablábamos de la necesidad de estabilidad. Al-Qaeda, sin embargo, no lo entiende así. Al Qaeda no renuncia a Al Andalus e insiste en ello. Insiste como ella suele insistir: con las bombas y la crueldad más despiadada. En ocasiones podrá aliarse con el Reino Alauí; en otras, podrá combatirlo, siempre en función de sus perentorias necesidades. Al Qaeda sabe que la instauración de un primer Califato Islámico en Europa constituye los cimientos de la futura conquista de Occidente, de la mundialización del Islam y su victoria final. Andalucía representa el primer paso. Andalucía vivirá aterrorizada. A la población sólo le quedará abrazar la nacionalidad marroquí, convertirse a la religión mahometana, o huir. Sí, pero ¿adónde?
Murcia. La república de Murcia. La cabra tira al monte. Reviviendo los más heroicos episodios del cantonalismo, la República pija se romperá al instante en mil y una republiquillas. Si ya por ser república mono-provincial, Murcia mostraba gran flaqueza, siendo ahora un buen número de liliputienses Estados, presentará algo más que debilidad: exhibirá un estado terminal y será absorbida por el Califato, con las manos libres para hacer y deshacer sin tener que componer u oponerse a Marruecos. De lo que puedan opinar los murcianos, si es que en su terror pueden alcanzar un pensamiento, a los de Al-Qaeda no se les da un adarme. Se extinguió la República de Murcia. Quedan once.
7) Galicia
Volvamos por un momento a Galicia. La República no padece de irredentismo enquistado. Tan sólo se han producido algunas escaramuzas con la vecina República Asturiana por la disputa de los pueblos agallegados de la parte más occidental de esta última, aquélla que hace frontera con la República Gallega. Sólo ha habido un muerto, del que nadie se responsabiliza pues al parecer se mostró excesivamente torpe en el manejo de una granada que acabó por estallarle en las manos, pero que ha obligado a sentar a ambos bandos, a ambas repúblicas, a una mesa de negociación, trazando una nueva frontera que incluye en la República Gallega a dos pueblos y tres aldeas de tendencia mayormente galleguista y galaicófona, tal y como quedó demostrado en el referéndum al modo de Crimea que se improvisó a tal efecto. Hablaron las urnas y Asturias tuvo que ceder por no ser tachada de anti-democrática.
El Presidente de la República Gallega ha presentado la negociación como una gran victoria de la democracia, la Razón, Galicia y, claro está , él mismo. El Presidente asturiano le ha quitado hierro al asunto, asegurando, para justificarse, que nada ha perdido Asturias pues, en realidad, la inclusión de aquellas localidades en el mapa asturiano correspondía a un falaz trazado de fronteras franquista, que él ya tenía pensado reconsiderar -pero se le adelantaron los acontecimientos-; por otra parte, él y los asturianos, sus compatriotas, sólo abogan por la libertad de los pueblos y que en buena ley -«hay que reconocer las cosas como son»- aquello es Galicia y no Asturias. Además, de esta manera, gracias a su largueza de espíritu y a su ecuanimidad, la República Asturiana pasa a ser homogénea y sin elementos espurios. Y, apagando el micrófono e inclinándose sobre el hombro de su ministro de Defensa, añade, susurrándoselo al oído, que «los villorrios de marras se los pueden meter esos paletos por el culo porque no valen ni un duro».
No obstante, la República Gallega, a pesar de la victoria obtenida a expensas de la vecina República de Asturias y de su estabilidad pues, entre otras cosas, no se halla expuesta a los desgarramientos de sus repúblicas hermanas, Cataluña y Euskadi, con quienes formara en el pasado, cuando aún existía el Estado opresor español, la hermandad internacional de Euskaga (Euskadi o Euskal Herria, Catalunya y Galicia); a pesar de todo ello, digo, es consciente de su aislamiento e inanidad. Por ello vuelve los ojos hacia el Sur, hacia Portugal, e incluso se rumorea con que ha planteado a los lusos la creación de una confederación. De hecho ha solicitado su ingreso, como miembro de pleno derecho, en la Comunidade dos Países de Lingua Portuguesa (CPLP), para codearse no sólo con Brasil, sino con Angola, Cabo Verde, Mozambique, Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Timor Oriental. Por otra parte ha podido llevar a cabo, ¡por fin!, aquella antigua reivindicación de los nacionalistas gallegos, consistente en alinear su horario con el de Portugal y Reino Unido, diferenciándose así un poco más del resto de la Península («Son las cinco en Galicia y Portugal; una hora más en España»).
Galicia organiza mil y un congresos, mil y un premios, mil y un juegos florales y encuentros literarios galaico-portugueses, mil y una reediciones de su antigua producción literaria medieval y de la obra de Rosalía de Castro. En todas las ocasiones corre a raudales el albariño Martín Códax. Los intelectuales, escritores, poetas, oradores y artistas varios de uno y otro lado del Miño, acuden encantados a todos los actos y congresos celebrados en los paradores nacionales (gallegos), donde se ponen las botas y son tratados a cuerpo de rey, y sin pagar un duro. Sin embargo, Portugal, el Estado Portugués, sin nunca mostrar un rechazo abierto, sin querer desairar, recibe todos aquellas aproximaciones y lisonjas con una cierta frialdad, sin comprometerse nunca. Cierto es que no ha renunciado a Olivenza, pero no le compensa mover guerra por tan poco, que estas cosas no sabe nunca nadie cómo acaban. Portugal ignora los nacionalismos en su seno (¡bendita sea!), ve lo que está ocurriendo en lo que otrora fuera España y no quiere introducir en casa ponzoña alguna. Envía representantes de su cultura a los congresos a que den un abrazo de parte del Presidente de la República al apóstol Santiago, financia algunos proyectos para cumplir el expediente y no indisponer al amable vecino del Norte que se desvive por sus vecinos del Sur, publicita, por corresponder, en la Unión Europea, así como en Angola y en Guinea-Bissau los mariscos gallegos y la queimada; a cambio, Galicia se compromete a hacer propaganda con entusiasmo de la queixada y de la brandada de bacalao entre los gallegos. Y poco más.
En cualquier caso, para Portugal, aunque España ya no exista, los gallegos siguen siendo españoles y prefieren no tener mucho que ver con ellos. En la memoria colectiva del país genera aún una gran desazón la unión que otrora les impusiera España, bajo Felipe II. ¡Qué gran alivio cuando, en 1668, por el Tratado de Lisboa, a España no le quedó otro remedio que reconocer la independencia de Portugal! «¡Glorioso San Sebastián, que de Cristo fuisteis paje, / libradme de este salvaje que me come todo el pan!» … un alivio, en fin, que surge de nuevo ahora como un profundo suspiro del pecho del buen portugués. ¡Qué buena fortuna no estar en ese fregado! Pero ¿y Olivenza?… Que se quede donde está por mucho tiempo.
8) Asturias
Asturias. Asturias, Galicia, la Montaña, el País Vasco, Extremadura, Andalucía, Murcia, Castilla, en definitiva el antiguo Reino de Castilla, tan poderoso otrora. Ya hemos visto qué ha sido de Andalucía, de Galicia, del País Vasco. Le toca el turno ahora a Asturias. Asturias, aunque sólo sea por aquello de que «Asturias es España; lo demás, tierra conquistada», por ostentar el título de cuna de la Reconquista, por orgullo patrio en definitiva, no puede someterse a la humillación de ser una provincia más, un ente anodino. Por otra parte, Asturias ya hizo sus pinitos regionalistas con el FAC, el partido asturianista de Álvarez Cascos. Carece, ciertamente, del entrenamiento exhaustivo de una Cataluña y un País Vasco e incluso de una Galicia, pero, en fin, está lo suficientemente desentumecida gracias, citémosle una vez más, a Francisco Álvarez Cascos.
La República Asturiana existe pues y, además, como ya hemos visto, no está sujeta ya a conflictos bélicos. Su problema reside en su reducido tamaño, amén de su empobrecimiento de las últimas décadas y su pérdida de población. Es, junto con Galicia, tierra de gran tradición migratoria, pero ¿adónde van a emigrar ahora los asturianos? A la República Asturiana sólo le cabría la dependencia de la República Castellana (de la que luego se hablará), pero esa posibilidad se rechaza de plano por lo indicado más arriba. Asturias sería a Castilla lo que Bielorrusia a Rusia, a escala liliputiense, claro está. Ahora bien, la cuestión estriba en saber si cabe la mínima comparación entre España y Rusia y, por tanto, con mayor razón, entre Rusia y Castilla. En ambos casos los rusos se desternillarían.
9) La Montaña
Aunque algo costara, cuando tras la muerte de Franco se debatía la nueva organización territorial, Cantabria logró obtener su reconocimiento como comunidad autónoma. Se daba, así y por fin, la puntilla a esa oprobiosa dependencia cifrada en el dicho de «Santander, mar de Castilla». Además, si Asturias tuvo su Álvarez Cascos, los montañeses pueden alardear desde mucho antes del Presidente Hormaechea, quien fuera presidente autonómico durante bastante más tiempo y que, consciente de sus responsabilidades patrias, afirmó aquello de que era deber suyo convertir Cantabria en problema para España, parejamente a lo que ya era el País Vasco. Los cántabros, por tanto, no se encuentran mal preparados para mantener y defender la independencia de su flamante república frente al codicioso castellano. Se encuentran, no obstante, aquejados del mismo problema o misma limitación que los asturianos y que no es otro que el tamaño de su patria. Por ello Santander y Cantabria miran hacia Inglaterra, mas el Imperio Británico y el Reino Unido ya no son lo que eran. Tampoco han caído tan bajo como España puesto que sigue vivo el Reino, pero de ahí a esperar la creación de una especie de protectorado o algo similar en Cantabria, hay mucho trecho.
10) Extremadura
Extremadura tampoco acepta integrarse en la República Castellana. La República Extremeña tiene su propia personalidad, incontrastable, que no han de ser en balde tantos años de calentamiento autonómico y de exaltación de los productos de la tierra, de la cultura y de la historia extremeñas. Su dificultad reside, no obstante, en su tamaño y en su situación geográfica, justo al Norte del Al Andalus árabe-marroquí. Quizá, a imagen y semejanza de los Estados-tampón bálticos, marcas defensivas contra el comunismo, a la República Extremeña le corresponda un papel similar, de tal manera que pueda garantizar su existencia, si bien de facto sea «extremeñadamente» dependiente de las decisiones foráneas. Ahora bien, su Presidente y sus dirigentes se darán buenas trazas para ocultar esta situación de vasallaje y saber ensalzar, en cambio, la dignidad castúa, que sólo puede garantizar su república soberana. Y, en cualquier caso, de lo que se trataba era de no ser ya españoles, de no serlo nunca más, y ello se ha conseguido sobradamente.
Incluso cabe imaginar que Extremadura llegue a organizar unos Juegos Olímpicos en Mérida y en el Guadiana. Para los deportes necesariamente marítimos, ya se negociaría con Portugal -obviando el contencioso de Olivenza- que queda al lado y, sobre todo, habla otra lengua, evitando así toda interpretación malévola que vincule a los castúos con los españoles, o lo que sean ahora. En dichos Juegos se incluirían nuevas modalidades de deportes populares propios de la tierra extremeña, que hagan posible la obtención de medallas y el refuerzo de la auto-estima patria. Uno de ellos podría ser la parada de ruedas de molino en movimiento con un sola mano, rememorando y rindiendo homenaje a Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, más fuerte que cinco gevos vascos juntos. Ganaría quien la tuviera detenida durante más tiempo.
Bien cierto es que, próximas como se hallan a la raya de Portugal, en algunas localidades se habla portuñol e incluso portugués. Dichas poblaciones se marginarán de la República Extremeña y solicitarán su ingreso en la portuguesa, pero ésta, como ya se ha dicho, considera con extremado recelo todo cuanto ocurre en la Península al este y al norte de sus fronteras: un magnífico y sanguinario guirigay, un caos de colosales dimensiones; por lo cual declinará, eso sí con suma cortesía retórica portuguesa, la oferta de inclusión en la patria lusa por parte de esos pueblos, que, por otra parte, habiendo ya dado el paso, no querrán reconocer su fracaso y, a la manera del Conde Lozano de «Las Mocedades del Cid» de Guillén de Castro («pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla» -frase definitoria del hombre español, según Unamuno-), sostendrán y no enmendarán y se constituirán en un nuevo Kosovo, menos aún que liliputiense pues su territorio quedará comprendido entre el del Vaticano y el de San Marino. Dicho nuevo Kosovito vivirá del contrabando y del tráfico de armas de las que las nuevas repúblicas ex-españolas andan tan necesitadas. La República Extremeña debería darles una buena lección y reconquistarlas, pero, sabedora de que una guerra interna, la debilitaría y pondría en peligro su subsistencia, rehuyendo los ejemplos vasco y catalán, e imitando la prudencia portuguesa, decidirá, siempre por el bien de «los extremeños y extremeñas», mirar para otro lado.
11) Castilla
Y llegamos a Castilla. En la perspectiva de la generación del 98, Castilla se impone como la esencia y la explicación de España. Sabido es que tanto para Unamuno como para Ortega, Castilla hizo a España y Menéndez Pidal atribuye al español las características psíquicas que supuestamente tanto adornan como dan baldón al castellano. Sea como fuere, qué duda cabe que Castilla ha sido elemento aglutinador de la nación española y, aunque mermada económica y socialmente, es más exhausta desde mediados del siglo XVII, es siempre referente cultural y político y su importancia no puede ser ni preterida, ni menospreciada, ni obviada.
La cuestión es que, tras la era autonómica, hay tres Castillas en liza. Ni Castilla la Vieja, ni Castilla la Nueva. Ahora se dan Castilla-León, Castilla-La Mancha y Madrid.
León. Lo de León viene de muy atrás. Lo de León se veía venir, que «antes que Castilla leyes, León tenía reyes». León proclama su propia república, desgajándose de Castilla, esa advenediza. Es república mono-provincial pues, aunque le duela, sabe que no puede recomponer territorialmente su antiguo reino; al menos ha logrado su propio Estado. (Ya se ha dicho: ¡Qué bella es la Edad Media!) El Presidente de la República Leonesa no es ningún tonto. Sus ministros, tampoco, y, aunque lo disimulen a los votantes para no defraudarlos, son bien conscientes de lo arduo que se le hará a la nueva república el, aunque sólo sea, sobrevivir. Sí, mas aquello de que «de la necesidad se hace virtud», tan castellano (en este caso, tan leonés), le ofrecerá la solución al problema. León, frío, inhóspito, despoblado, sin atractivo turístico de masas, sin industria, puede convertirse en tierra de acogida para las denostadas centrales nucleares que nadie quiere ver ni en pintura y ceder así sus páramos no sólo a las ciclópeas torres que tanto fuman por sus enormes bocas, sino también a los vertederos de residuos de todo tipo de toda la Unión Europea. Con ello obtendrá pingües beneficios y sus raros habitantes podrán darse la vida padre. El proyecto, que será realidad, se presentará a los leoneses como una magnífica, y única, oportunidad para convertir la nueva república, ex-española y ex-castellana, en la Suiza mesetaria.
Además, de esta guisa y desmintiendo así a los agoreros que sólo ven reducción del originario número de diecisiete repúblicas soberanas, gracias a la gallardía de los leoneses, hemos aumentado su número con respecto a las démodées autonomías. Gracias a esta nueva república, a esta realidad insoslayable ahora, pero que el opresor Estado de las Autonomías había soslayado hasta entonces, las once repúblicas que nos quedaban, pasan a doce. No son las diecisiete primigenias, ciertamente, pero el daño, la merma, quedan algo amortiguados y disminuidos. Por otra parte, consideremos el Kosovo extremeño que describimos anteriormente. Es minúsculo, sí, pero existir, existe; y así, gracias a él, nos ponemos en trece.
Segovia. Ya quiso, al igual que Cantabria, contar en el momento de la reorganización territorial del antiguo Estado de las Autonomías, hogaño abolido por los hechos, con su propia autonomía; mas su situación geográfica interior -frente a la periférico-marítima de Santander y su provincia-, su semejanza a las provincias vecinas y, sobre todo, la envidia y la proterva intención de aquellos legisladores (que no en vano García de Enterría era cántabro y arrimó el ascua a su sardina del Cantábrico), la condenaron a la sumisión y a ser una más del montón. Mas ha llegado ahora el tiempo del desquite. Segovia proclama su independencia y se erige en república. Una más. Vamos ahora ya por las catorce. La tendencia se va revirtiendo. Tres más y habremos reequilibrado la situación, alcanzando el guarismo del inicio, a despecho de los moros.
A Segovia le sucede cuanto a León, mas, como a grandes males aplicará grandes remedios, competirá con León en aquello de la cuestión nuclear y de los residuos, dividiendo así eso de la Suiza mesetaria en dos: media Suiza para León y la otra media para Segovia. Felizmente, ambas repúblicas no se tocan pues, de ser vecinas, la guerra entre ambas se haría inevitable para dirimir cuál de las dos se lleva la Suiza al agua.
Hay más y es que, por la gestión y posesión del Parque Natural del Guadarrama, la República Segoviana y la República Madrileña (de la que luego se hablará) han roto las hostilidades. «La culpa», aseguran los segovianos, «es de los madrileños, que empezaron primero». No les falta razón pues recordamos perfectamente cómo, allá por 1992, en el puerto de Guadarrama, bajo una señal de «prohibido aparcar», la Comunidad de Madrid había añadido que esa interdicción tan sólo se aplicaba a los vehículos no radicados en Madrid y su territorio. Así es que el conflicto viene de antiguo, de cuando las matrículas exhibían la primera letra de la provincia correspondiente. Bien, inexplicablemente, la ONU ha intervenido en esta ocasión, acordonando el territorio, de tal manera que ya nadie, ni segovianos ni madrileños pueden gozar del Parque, tan sólo los oficiales y soldados canadienses, suecos e italianos de la fuerza internacional de contención, que se pasan el día esquiando. La población de osos y lobos ha aumentado de forma alarmante, adentrándose en ambas repúblicas de Segovia y Madrid y devorando ovejas y pastorcicas. «Eso no ocurría antes de las repúblicas de marras», reflexionan algunos lugareños, pero nadie los escucha y los dos o tres gatos que, sin escucharlos, los oyen a su pesar, los motejan de «paletos reaccionarios, nostálgicos del franquismo».
Los más preclaros castellanistas, reunidos con carácter de urgencia en Villalar de los Comuneros, consideran con preocupación estos procesos separatistas y el desmembramiento de la patria. Renuncian por unanimidad a intervenir militarmente y devolver por la fuerza al redil a estas ovejas díscolas. Se saben asistidos por la razón, pero no desean, recurriendo a las armas, actuar con respecto a las provincias secesionistas -ahora en que se ha reconstituido la patria castellana- de la misma manera en que las distintas monarquías y Franco actuaron con respecto a su conjunto, esto es reprimiendo a Castilla entera y obligándola contra su voluntad a formar parte de España. ¡Por qué demonios perderían la guerra los intrépidos Comuneros! ¡Maldita sea la…! Además, forzosamente han de renunciar al uso de la fuerza por sus firmes convicciones pacifistas y asimismo porque han asumido desde el primer momento, como si fuera el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, el «derecho a decidir» de los pueblos y de cualquier hijo de vecino, por mucho que les perjudique. Eso sí es longanimidad, señores míos. El pueblo, los descendientes de los míticos comuneros, emocionados, aplauden. Para acabar, los preclaros castellanistas, comuneristas de pro, redactan un manifiesto en castellano (que no en español), repleto de buenos propósitos y, esperanzados, de recomendaciones para que vuelvan a casa un día los hijos pródigos. Y luego se disuelven.
Castilla-La Mancha, por su parte y para mayor desesperación de los castellanistas preclaros, no acepta hermanarse bajo el mismo techo republicano que Castilla-No León (pretextan que en la Vieja Castilla hace mucho frío), sino que genera tres repúblicas soberanas: La Alcarria, la Mancha y otra que reúne en su seno a La Sierra, la Manchuela, los Montes y ya no sé cuántas comarcas más. Estas tres repúblicas establecen una confederación a la helvética, manteniendo cada una su propio gobierno, su propio parlamento, su propia Hacienda, sus propias leyes de educación, su propia sanidad, sus propias costumbres y su propia parla. La presidencia de la Confederación se ejerce de manera rotatoria entre las tres repúblicas por un período de tres años. Hay que evitar a toda costa que la más poderosa de las tres, la Mancha, llegue a dominar a las otras dos. José Bono, que sigue hecho un chaval, ostenta de forma vitalicia la Presidencia honorífica y ejerce de moderador, en caso de litigio entre las tres repúblicas.
Ya tenemos diecisiete repúblicas pues. Hemos reequilibrado la situación. Una más tan sólo y, aunque por poco, habremos ganado.
Ahora bien, ¿de qué van a vivir estas tres nuevas repúblicas confederadas? Porque, claro, eso de la Suiza mesetaria y nuclear ya está muy visto, no da más de sí y, como León y Segovia se les adelantaron -Segovia los plagió, según aseguran con saña los leoneses-, ya han llegado tarde y es mejor que ni lo intenten. Realmente, por mucho que uno se devane los sesos, no logra dar con nada que les aclare y asegure el porvenir y como lo de José Bono es sólo honorífico… Se podrá intentar de nuevo llevar a cabo aquel proyecto tan bello del parque temático de Don Quijote, con su aeropuerto y su campo de golf, etc., pero parece que no hay ninguna fe en ello y ni siquiera se intenta. Quizá la solución estribe en que la Confederación, al igual que la República Extremeña, se especialice en Estado-tampón frente al islamismo y alcance de esta forma a vivir subvencionada por las potencias occidentales, interesadas en contener el Islam lo más lejos posible de sus fronteras.
La República de Castilla la Vieja. Está tan mermada la pobre, tan despoblada, que del machadiano «Envuelta en tus harapos, desprecias cuanto ignoras», sólo le queda lo de envolverse en sus harapos -si es que no va desnuda- pues no le quedan ya ni fuerzas ni ganas para despreciar a nadie ni a nada.
Ya vimos cómo abandonó el Condado de Treviño. Y León se le desgajó. Y luego Segovia. A pesar de estas defecciones, frente a la fragmentación de Castilla la Nueva, ostenta el título de Castilla, Castilla a secas -como secos son sus páramos-, sin añadirle ningún adjetivo. Sus fronteras son seguras, no se ven cuestionadas y la guerra en que están sumidas las repúblicas nororientales le quedan relativamente lejos. Ello va a favorecer, según sus gobernantes, su prosperidad, si bien habrá de ganarse la buena voluntad de una recelosa Cantabria para asegurarse una salida al mar. ¿Prosperidad? Sí, hay que ganar votos, pero lo cierto es que nadie cree en su posibilidad y tanto gobernantes como gobernados caminan apesadumbrados y melancólicos, como Unamuno por los claustros de la Universidad de Salamanca, caviloso y hundido en sus meditaciones.
Como se dijo ya , no sabemos qué historiador o pensador afirmaba que, en el caso de que se diera la independencia de Cataluña, la guerra entre ésta y Castilla estaba servida. La cuestión es que Cataluña está inmersa en varias con todos sus vecinos y ya tiene bastante. Castilla, por otra parte, ha decidido enterrarse en su mediocridad y rechaza toda aventura. Castilla se retraerá aún más, azorrándose en su prolongado invierno vital.
Entonces, de aquello que más arriba afirmábamos, a propósito de Castilla, de que, por razones históricas, debido a que fuera elemento aglutinador de España y permanente referente cultural y político, etc., de todo ello ¿qué queda? ¡Nada! y así, a pesar de lo dicho y de su pasado, sí que puede ser preterida y dejada de lado. «¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras / de las eras… paramentos, bordaduras, / e çimeras?»
12) Madrid
Nos queda Madrid, la República de Madrid. Madrid lleva tantos siglos siendo capital, que ha llegado a ser distinta y algo más que Castilla a secas o que Castilla la Nueva, a la que pertenecía administrativamente. La cuestión es que Madrid ha pasado a ser ahora capital de nada y anda por ahí como alma en pena, sin saber a qué aplicarse. No obstante, por mucho que le cueste, ha de hacer de tripas corazón y adaptarse a la nueva situación de proliferación de repúblicas soberanas. Por otra parte, también Madrid posee tradición pues fue declarada autonomía y como tal ejerció, pero tras unos cuantos avatares. En un primer momento se dudó de si dotarla de plena autonomía o si integrarla en Castilla-La Mancha. Tamames, por aquel entonces, era comunista y esgrimió que no se debía desgajar Madrid, por ser de izquierdas, de Castilla la Nueva, por ser ésta en su conjunto de derechas, lo cual suponía favorecer las predilecciones personales políticas a la coherencia territorial y, por tanto, un despropósito pues precisamente se trataba de organizar el país en función de criterios exclusivamente territoriales, ajenos por tanto al binomio derecha-izquierda. Sea como fuere y dejando en paz a Tamames, Madrid fue autónoma y, lo que son las cosas, bien pronto Castilla-La Mancha se erigió en feudo socialista, mientras que algo más tarde, Madrid lo sería de la derecha. Mas todo aquello, ahora, importa bien poco. El principal problema actual de Madrid es su encaje como república independiente. En la Confederación alcarreño-manchego-etcétera, no se la admite y Castilla, a secas, le da la espalda pues recela en ella el antiguo -si bien felizmente superado- imperialismo español que tanto daño le hiciera. Madrid, que lleva siglos gestionando, como queda dicho, no tiene actualmente qué gestionar. Se ha estrechado tanto su horizonte, constreñida ahora entre la Sierra y el Jarama, que sólo abarca de Titulcia a Buitrago, postrada como se halla, mano sobre mano, aburrida y melancólica. Se la ve condenada a morirse de asco. «Ancha es Castilla», sin embargo, pero aquí ponemos el dedo en la llaga pues Madrid ya no es Castilla. Además, como Madrid ha oprimido a todos, ha robado y esquilmado a todos, ha menospreciado a todos y de todos ha hecho befa, como todos los males de las que ahora son repúblicas tienen su origen en Madrid, nadie quiere bailar ni el schotís ni los respectivos bailes nacionales con la República Madrileña.
La economía. Madrid ha desarrollado un tejido industrial, es centro financiero y tiene al Real Madrid, pero esas industrias y esas finanzas eran en función de un Estado que ya no existe. También lo era el Real Madrid, que sólo encuentra potencial competidor de nivel en el Atleti, pero tanto Madrid como Atleti están en el dique seco porque la Liga Ibérica que proponía el antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, el independentista señor Laporta, y que iba a agrupar a Portugal, España y Cataluña, no acaba de cuajar, con tanta guerra y tanta difidencia como hay. El fútbol necesita éxitos permanentes y este desfallecimiento deportivo se prolonga demasiado. Quizá el futuro de Madrid se cifre en convertirse en paraíso fiscal. Bien asesorada y dirigida por los políticos ex-españoles, a los cuales se debería otorgar la doble nacionalidad (madrileña y otra ex-española, la que fuera) para que pudieran actuar con total libertad en beneficio no sólo de la República Madrileña mas sobre todo de ellos mismos, podrá hallar en ello una fructífera senda futura. Las infraestructuras las posee; la buena voluntad y la fe de los políticos ex-españoles en su conjunto, también y de sobra. Por aire está excelentemente comunicada y por tierra, como la República Aragonesa ha reabierto el paso de Canfranc para asegurarse un presente y un futuro, las mercancías podrán llegarle sin peligro, evitando así la guerra noroccidental, que se libra entre el País Vasco y Navarra y bajo forma de guerra civil en su seno, así como la guerra nororiental que tiene lugar en Cataluña. Habrá de pagar peajes a Aragón y a Castilla, pero los políticos ex-españoles darán pruebas de longanimidad y pagarán sin rechistar.
Por otra parte, quién sabe, podría reactivarse el proyecto de Eurovegas en Alcorcón. Atraería muchas inversiones y un turismo de posibles.
13) Consideraciones finales
Manifestamos nuestra desazón por haber quedado, en este tiempo de guarismos y estadísticas omnímodas, en un empate entre el número de comunidades autónomas previas y el de repúblicas, pues hubiéramos deseado que, en aras del progreso (que es siempre más), éstas se presentaran más numerosas que aquéllas. Si hubiéramos hecho un poco más de caso, hubiéramos prestado una mayor atención a aquellos circunspectos intelectuales y lúcidos políticos nuestros de antaño que reclamaban, para lo que un tiempo fue España, la fórmula federal asimétrica o cualquier otra tan bienintencionadamente contradictoria y falaz, otro gallo nos cantaría ahora y las repúblicas hubieran batido por paliza a las antiguas comunidades autónomas, sin llegar a este mediocre empate; pero nadie quiso escuchar a aquellos sabios, más leídos que Ortega, más indagadores que Américo Castro, más sesudos que Claudio Sánchez-Albornoz, más curiosos que Salvador de Madariaga… y, claro, de aquellos polvos, estos lodos…. pero… ¡No!, ¡Sí!… ¿Sí? ¡Sí! ¡Eureka! ¡Dadnos albricias, ex-compatriotas todos! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Aunque por la mínima, un gol, habremos ganado… ¡El Valle de Arán! El Valle de Arán proclamará su propia república, no acatará la catalana -desacato que aprendió precisamente de quien ahora se escinde- y le creará un nuevo frente y un auténtico quebradero de cabeza. La República Aranesa buscará el crear lazos con la Francia de lengua occitana. No le harán mucho caso, pero el parentesco lingüístico reafirmará su espíritu patriótico. «No estamos solos. No somos los únicos».
¡Lo logramos! Hemos ganado. Dieciocho repúblicas por diecisiete comunidades autónomas. La cosa tiene su mérito, máxime cuando por el camino nos han escamoteado más de una y más de dos repúblicas.
No dejará de haber, ciertamente, quien , confiando en que las condiciones de bienestar que han caracterizado a la sociedad española, no sólo en los últimos tiempos sino desde el desarrollismo bajo Franco, hayan curado al español de su temeridad y facilidad para empuñar las armas y salir a matar a otros españoles, descarte, por más que improbables, las lindezas que aquí se narran. Respondamos que la cabra tira al monte, que el pasado pesa y el pasado español, desde el siglo XIX, es de enfrentamientos armados; que la irracionalidad suele triunfar, al menos momentáneamente, pero para cuando la Razón despierta, el mal no sólo está hecho, sino que no puede ya enderezarse y tan sólo, y no siempre, se puede intentar paliarlo; que precisamente las crisis llevan a los agotamientos de los sistemas y, precipitando su caída, suscitan el caos; que… pero basta así pues podríamos eternizarnos. Con recordar cuanto están azuzando contantemente en Cataluña los nacionalistas, uno puede darse cuenta de hasta qué punto la emoción más irreflexiva, el sentimentalismo más viscoso y el odio más exacerbado nublan el entendimiento. Poco importa que descienda el nivel de vida, que el nuevo país quede aislado, que todo se le ponga cuesta arriba… Lo importante, lo único importante, es dejar de ser españoles.
Por otra parte, estimamos que este proceso de desintegración no podrá dejar indiferente a Hispanoamérica, quien lo considerará con perplejidad no disimulada y creciente. Que España, origen de lo que son esos países, se vaya al garete, no puede por menos que intranquilizarlos y agitarlos y quién sabe si nuestras sacudidas no los alcancen, resucitando agravios, avivando rencores y excitando a la guerra, en definitiva fragmentándose ellos también.
Tampoco queremos imaginar qué sería de la lengua española. Mauricio Wiesenthal, con toda razón, dijo que «el español es más moderno que el castellano». Ahora, con la muerte de España, se pondrá en entredicho su presente pujanza universal y su esplendente futuro. ¿Quién recogería el testigo, qué nación? ¿México?… Difícilmente.
Afirmó Ortega, en una de sus frases aparentemente paradójicas y siempre de gran efecto que América era el origen, y no al revés, de la nación española.
14) Conclusión (épica)
Para acabar, digamos que hemos conseguido importar a nuestras tierras el avispero balcánico, que pasará a llamarse ahora hispánico. Saldremos en los papeles, como ya hiciéramos en el 36, mostrando nuestras auténticas conducta y personalidad, conformadas por la envidia, la intolerancia, el totalitarismo, el egoísmo más ruin, la violencia y el odio sectario y nacionalista. Como en los programas de Tele 5 saldremos diciéndonos de todo y tirándonos los trastos a la cabeza unos a otros, pero tirando a matar de verdad y matando de veras. Paradójicamente, queriendo dejar de ser españoles, reafirmaremos nuestra españolidad hecha de sangre y cruezas, para regocijo de los nuevos Hemingway, Montherlant, Malraux y Huxley que vengan a visitarnos en busca de emociones fuertes. ¿Quién recordará ya esa Serbia, esa Croacia, esa Eslovenia, esa Bosnia-Herzegovina, ese Montenegro, esa Macedonia, ese Kosovo, incluso esa Voivodina, espejos de naciones gloriosas, como Amadís lo fuera de caballeros andantes? Nuestros ex-compatriotas pueden más y mejor e, incluso, en eso del genocidio o escabechina del enemigo (todo el que no sea de los míos o como yo), podríamos superar el récord Guinness de Srebrenica.
¡Ha muerto España! ¡Por fin! ¡Sí, por fin la Guerra!
¡Vivan la pequeñez y la mezquindad! ¡Viva lo ínfimo!
¡Viva el derecho inalienable a decidir! ¡Viva el derecho inaplazable a separar, romper y descuartizar! ¡Viva la desunión! ¡Viva el caos! ¡Viva la Guerra y viva la Muerte! ¡Vivan las Repúblicas ex-españolas!
Por qué del Bosque es noble
_ ¿Ha asistido a alguna reunión social como marqués de del Bosque?
_ Sólo cuando nos nombró el Rey. Fui a una comida. Y lo de marqués, que se lo agradecí al Rey, sirve como ironía a mucha gente para llamarme «marquesito», y lo dicen con un retintín… Pero qué vamos a hacer.
(La Razón – 4/11/2013)
En España siempre ha apasionado el fútbol y nunca le han hecho sombra otros deportes, como si pudiera darse en cierta medida en el caso del Reino Unido y de Irlanda o en el de Francia, con el rugby; y, para probarlo, remitimos al entusiasmo que siempre ha suscitado, por ejemplo, un Torneo de las Cinco Naciones, hoy en día ampliado a seis con la incorporación de Italia. También podría ser el caso de Grecia con el baloncesto. Por otra parte, el Real Madrid es el club más importante de la Historia. Sin embargo, en lo tocante a las competiciones de selecciones nacionales, nuestro palmarés era más bien magro: un cuarto puesto en el Mundial de Brasil 1950, el del célebre gol de Zarra ante la «Pérfida Albión», glosado y celebrado por Matías Prats, así como un único Campeonato de Europa en 1964, con el gol de la victoria de Marcelino ante la Unión Soviética (o Rusia, como siempre se dijo), en el Bernabéu, en presencia del Jefe del Estado, Francisco Franco. El desfase entre afición por el fútbol en la sociedad española y los éxitos de nuestra selección era demasiado grande y, la verdad, difícil de explicar. Recuerdo al respecto cómo, tan sólo dos años antes de que muriera Franco en 1975, un francés me expresaba su sorpresa ante lo que acabamos de describir. Decía no comprender cómo, con el entusiasmo suscitado por el balón esférico y su práctica casi unánime por niños y jóvenes, España no fuera primera potencia y brillara tanto como un Brasil, una Italia, una Argentina o una Alemania, en lugar de ser potencia media que, por ejemplo, difícilmente pasaba de cuartos en un Campeonato del Mundo y por la que nadie, en su sano juicio, apostaría nunca para, no ya un título, sino tan siquiera una semifinal y menos aún, claro está, una final.
Era también triste ver cómo, en las cuatro últimas décadas del siglo XX, en un contexto de fútbol ya muy internacionalizado, contradiciendo ese entusiasmo generalizado entre la población, se contaban con los dedos de una mano los futbolistas españoles que descollaran internacionalmente y aún menos aquéllos que militaran con todos los honores de figura en algún club extranjero. Tan sólo Luis Suárez, que yo recuerde, brilló en el Inter milanés y, si tampoco aquí voy errado, únicamente Amancio, llamado por ello el «Fifo», jugó en una selección internacional ideal. España contaba con buenos jugadores, excelentes a veces, como, por poner tan sólo dos ejemplos, Gento, en el Madrid, y más tarde Gárate, en el Atleti de Madrid, pero España, sin embargo, no sólo no exportaba, sino que importaba jugadores, a los cuales recibía a bombo y platillo y llenaba de oro. Recuerdo a este respecto cómo el fichaje de Johan Cruyff, por parte del Barcelona, pulverizó todos los récords. Llegaron así a España, amén de numerosísimos argentinos, brasileños y uruguayos, Netzer, Stielike, el propio Cruyff, Krankl, Maradona luego, etc., que venían a reemplazar a los Kopa, Kubala, Puskas, di Stefano, etc. que los precedieron. Hay un chiste de Mingote, datado de 1958, revelador de aquella situación. En un paso de frontera español, por el arco de salida se ve abandonar el país a toreros y bailaoras (también hubieran podido ser obreros españoles, con su boinica, mano de obra barata para Europa); por el arco de entrada van desfilando futbolistas extranjeros. En España, desde luego, no valorábamos lo nuestro, tal y como lo probaban innumerables chistes en que, si bien podíamos salirnos con la nuestra a base de picaresca y de «mucha sal», quedábamos bastante mal parados con la exposición pública de nuestras deficiencias.
Antes de que Miguel Muñoz se hiciera cargo de la selección nacional y, con él, se produjeran buenos resultados, como por ejemplo el subcampeonato europeo de 1984, tras perder en la final ante el anfitrión, Francia (con un vibrante partido clasificatorio entre Alemania y España, de esos que crean afición), antes de Miguel Muñoz, digo, recuerdo las bochornosas andaduras de tres entrenadores nacionales:
- Santamaría, en los mundiales de 1982, celebrados precisamente en España, en que nuestra selección, a duras penas y con ayuda de los árbitros -como queda dicho, éramos país anfitrión- supera la primera fase para quedar eliminada en la siguiente. Al finalizar cada partido, el míster repetía hasta la saciedad que los nuestros «habían sudado la camiseta».
- Kubala, entre 1969 y 1980. Como di Stefano, es un caso de excelente jugador que luego pasa a ser mediocre entrenador. Con él, España nunca ganó nada. España jugaba, bajo su batuta, a empatar. Con eso lo hemos dicho todo.
- Doctor Toba, en 1968, predecesor del anterior. Aún peor. España jugaba a no perder. Por ello Kubala representó un innegable progreso.
Da la impresión en España, y esto al menos desde que tengo uso de razón, de que los clubs llegan a ser más importantes que la propia selección, no sólo por lo que se refiere a las finanzas y a los negocios, sino -siendo esto lo realmente grave- por lo que atañe a los sentimientos de la afición. Qué duda cabe que el gran problema de España, por encima de circunstancias económico-sociales, es la de la desnacionalización progresiva. Regionalismos y nacionalismos son, necesariamente, fuerzas centrífugas. Hace años, antes de que Luis aragonés, el «sabio de Hortaleza» o «Zapatones» como le conocía la afición colchonera debido a su forma de caminar y correr por lo plano de sus pies, tomara las riendas de la selección y España pasara a dominar el fútbol internacional, el diario «El País» preguntaba a una serie de «entendidos», profesionales del fútbol todos ellos, por qué, en su opinión, España no triunfaba como selección cuando parecía tenerlo todo a favor para ello (dinero, gran afición, infraestructuras, calidad de sus jugadores, etc.). Frente a razones retóricas como las expuestas por Valdano u otras cerriles o acríticas o sencillamente simplonas y anodinas, del Bosque argumentaba que la falta de una auténtica conciencia nacional alimentaba la calidad y la adhesión a los distintos clubs de las distintas ciudades, provincias o regiones, mientras lastraba a la selección, ayuna, muy posiblemente, de una verdadera voluntad colectiva. Es cuando menos curioso que precisamente cuando arrecian las exigencias nacionalistas y las desafecciones a España, nuestra selección se alce con la Copa del Mundo (y luego con la de Europa de nuevo, tras la obtenida con Luis Aragonés). La sabiduría y la templanza de del Bosque tendrá mucho que ver con ello.
Recuerdo cómo bajo Franco se decía, en los círculos opuestos al régimen, que el fútbol era el opio del pueblo y que, arrojándonos carnaza futbolística, se nos adormecía e impedía reflexionar y criticar la situación política. La progresía era anti-fútbol. Sin embargo, si se fuera sincero, habría de reconocerse que en esto sí que Franco ha ganado la batalla después de muerto o, si se prefiere, que sus sucesores al frente de España lo han hecho mucho mejor, superando con creces al maestro, y rizando el rizo los nacionalistas con sus clubs que son, no ya sólo selección, sino nación, sustituyendo aquello del partido único por el único club. Nunca olvidaré cómo en la tarde del 23 de febrero de 1982, encendí la radio y ¡estaban dando fútbol! No sólo eso sino que además estaban comentando la Segunda B. Aquello fue aún más triste, si cabe, que el propio acontecimiento del golpe de Estado. Hoy en día, el desapego hacia la casta política es tan grande, la desconfianza tan inmensa y el hastío, esa mezcla de estómago levantado y desesperanza, tan poderosa que, cuando leo los diarios, lo primero que hago es ir a las páginas del fútbol y creo, ¡que me estoy viendo venir!, que acabaré por comprar exclusivamente el «Marca». Desde 1990 no veía un partido de fútbol televisado (fue la final del Mundial Argentina – Alemania, en que se impuso esta última) y, desde 1985, uno en directo, la final de la Copa del Rey que enfrentó a los dos Athletics en el Bernabéu y en que los colchoneros se impusieron a los leones por 2 a 1. Ahora procuro no perderme ninguno de España, aunque sea contra Bielorrusia o incluso Tahití.
Que hoy en España todo va muy mal, es algo tan evidente que no nos detendremos en ello. Que todos, salvo quizá uno o dos sin estrenar aún, nuestros políticos están desprestigiados y que no se espera nada de ellos ni de la «partitocracia» que representan, manipulan a su antojo y conveniencia y parasitan, es algo obvio también. Que todos los personajes públicos españoles chapoteen en la charca mezquina y sucia de la indiferencia o en la ciénaga del desprecio e incluso odio de la ciudadanía, también lo es. Qué poquitos se libran de ello. El más representativo y de mayor nombre es Vicente del Bosque. Es de lo poquísimo que nos queda. Y por ello, por valor intrínseco y por contraste, del Bosque es admirable y queremos admirarlo.
En España, hoy, se juega al fútbol mejor que nadie. España cuenta con jugadores de grandísima calidad y son muchos los que juegan también en clubs extranjeros de postín y en las mejores ligas de Europa. Es más, tengo la impresión de que en colegios, patios y parques, niños y jóvenes juegan mejor que antes, son más técnicos y más cerebrales. Aquello de la «furia española» pasó a mejor vida. Afortunadamente, pues no era más que el consuelo (falaz) del pobre.
Según San Isidoro de Sevilla, «noble» significa «insigne, famoso, célebre, muy conocido o nombrado». Nos dice a su vez don Mariano Madramant, en 1740, en su «Discurso sobre la nobleza de las armas y las letras» que «cuando se iban formando las sociedades civiles, agradecidos los hombres a los que en su obsequio hicieran algún bien político, o extraordinarios servicios en la guerra (el subrayado es nuestro), les correspondieron por lo regular con su respeto y veneración, y los miraron… como Nobles». «Extraordinarios servicios en la guerra»… El etólogo Konrad Lorenz insiste en cómo el deporte en general, y el fútbol en particular, constituyen símbolos y prolongaciones por vías pacíficas, esto es son sustitutivos, de las luchas cruentas y de las guerras. Es más: son, podríamos decir, «sublimaciones» de la guerra. Qué duda cabe que la selección que triunfa en la Copa del Mundo es, en gran medida, como si hubiera ganado la guerra, una guerra, además, absolutamente mundial, a la que no se sustrae ninguna nación puesto que hay una fase clasificatoria que abarca a todos los países de los cinco continentes. Son, por otra parte, numerosos los anuncios publicitarios en que los futbolistas aparecen como guerreros o paladines. Y así el entrenador no podrá ser otro que su general o rey, que hasta Carlos V, inclusive, los monarcas tomaban parte en las batallas y las dirigían; eran «entrenadores-jugadores». Así pues, por sus victorias, a del Bosque se le profesa «respeto y veneración».
Prosigue don Mariano: «Por la experiencia que tenían de su probidad y valor, depositan en ellos su confianza, encargándoles la felicidad común, que consiste principalmente en la buena administración de justicia y en la defensa contra los enemigos de la patria». Porque a del Bosque se le considera «probo» y «valeroso», la sociedad deposita en él su confianza y le encomienda la felicidad común que, en su caso, consistirá en «la defensa contra los enemigos (futbolísticos) de la patria», esto es los rivales en las lides deportivas, trasunto de las marciales. Concluye al respecto Madramant: «Esta celebridad y opinión del pueblo fue el común origen de la nobleza». Y es que la nobleza, en su origen, es «nobleza moral» y ésta «tiene su cuna sólo en la virtud del que la adquiere»; así la nobleza sería, en primera instancia, una virtud personal e intransferible, muy apreciable e inalienable, que, en segunda instancia, desde esa base acomete una acción admirable en beneficio de la colectividad u obtiene un triunfo útil, importante y saturado de emoción para un pueblo entero. El primer noble es ante todo un héroe. No obstante, dicha nobleza heroica o noble heroicidad, para adquirir naturaleza oficial, habrá de ser sancionada explícitamente por la más alta de las autoridades. Como nos señala Madramant, «la nobleza pasa a la clase de civil o política cuando el Príncipe la confirma con expresa gracia y declaración». En definitiva, que el Príncipe no hace más que consagrar al oficializar, otorgando «ejecutoria de nobleza» y recompensando así simbólicamente el mérito o los servicios personales, esto es una virtud y una acción extraordinaria, sustentada en esa virtud, que por sí misma y porque así lo ha percibido el pueblo, eran «nobles». Así define el término la Real Academia: «Preclaro, ilustre, generoso / Principal en cualquier línea, excelente o aventajado en ella / Aplicado a lo irracional e insensible, singular o particular en su especie, o que aventaja a los demás individuos de ella / Honroso, estimable, como contrapuesto a deshonrado y vil». Alfonso X el sabio establece que la nobleza que «nuevamente se gana (lo es) por las virtudes o hechos militares y políticos del que da principio al esplendor de su casa y familia». Así pues la nobleza es siempre, en su primer momento, adquirida y otorgada u «oficializada» por el Príncipe; luego se transmite a los descendientes y por ello se llama «de linaje». «La nobleza heredada se debe a la dicha y a la casualidad; la personal sólo al mérito y a los servicios: el que la adquiere honra a sus ascendientes; el que degenera, los afrenta», asevera Madramant.
El dogma de la Inmaculada Concepción, esto es que María estaba exenta de pecado original, se remonta tan sólo a 1854 y al Papa Pío IX. Sin embargo, desde hacía muchos siglos, y sobre todo en España, esta «singularidad o particularidad», esta excepcionalidad sobrenatural, esta «nobleza» era creencia popular arraigadísima, certeza para las gentes; el Sumo Pontífice no vino más que a sancionarla al «confirmarla con expresa gracia y declaración». El pueblo es siempre el primero. Es aquello de «Voz del pueblo, voz del Cielo». El pueblo necesitaba de la pureza de la Virgen, a quien ha llamado «Purísima». Como reza una letra de «campanilleros»: «Dos pastores corrían pa un árbol / huyendo´e una nube que se alevantó. / Cayó un rayo, a nosotros nos libre / y a uno de ellos lo acarbonizó, / pero al otro no, / que llevaba la estampa y reliquia / de la Virgen Pura de la Concepción». La prez es término muy empleado en el lenguaje medieval y, por ende, en las novelas de caballerías («caballero de alta prez»). Por «prez» se entiende la fama y la consideración que se ganan con una acción gloriosa, que sólo alguien muy virtuoso puede acometer y de la cual salir honroso. «Paladín», «hombre de pro», esto es el íntegro, leal, virtuoso y noble, «de ley» (del latín probus) y también el bravo y denodado, en una sociedad de esencia aristocrático-teocrática como es la medieval, con una división y compartimentado tan rigurosos y rígidos en sólo tres clases, de las cuales queda exenta la burguesía por llegar tarde y no tener ya cabida en el reparto; «de pro» puede serlo tanto el guerrero batallador como el hombre de religión, tanto el que toma una fortaleza al enemigo y al infiel como, por ejemplo, el santo ermitaño que ora y hace ayuno riguroso y orienta las almas de sus semejantes. Corresponde al «preux» de los franceses. Existen distintos tipos de proezas, esto es de acciones heroicas llevadas a cabo por la persona «de pro». La mayor, sin duda, para una persona será la de dar a luz al mismo Dios. Dicha proeza se sustenta sobre otra, la de la humildad, la aceptación y la fe: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». Y dicha proeza, suma, posibilitará proezas menores, como la de salvar la vida al pastor devoto de la Purísima que lleva colgada «la estampa de la Virgen Pura de la Concepción».
¿Qué son beatificaciones y canonizaciones sino ennoblecimientos religiosos, el «pendant» espiritual del ennoblecimiento, que es político? Porque San Saturio, pongo por caso, el de la ermita cantada por Antonio Machado, lleva vida de santo, forma a San Prudencio, obra prodigios y hace milagros, el pueblo de Soria le otorga oficiosamente ejecutoria de santidad; luego, aunque sea con siglos de retraso (pero es que la Iglesia, al trabajar para la eternidad, nunca tiene prisa), vendrá la oficialización de esa santidad por parte de Roma e incluso San Saturio se convertirá en patrón de la ciudad y dará nombre a unas excelentes yemas y a un pastel que, imagino, estará también buenísimo.
Hoy en día en que en Europa se ha ahuyentado el fantasma de la guerra, los triunfos y desfiles de la Victoria corresponden a victorias deportivas, ya sean éstas de clubs o de selecciones. El pueblo aclama a los soldados-deportistas victoriosos, quienes desfilan por las vías principales, para ser luego recibidos por las autoridades civiles e incluso luego por las religiosas con motivo de la ofrenda y acción de gracias a la divinidad, ya sea ésta local o nacional. En Roma, el general victorioso era vitoreado por el pueblo entusiasta y recibido con toda la pompa requerida por la nobleza y el Senado. Como esos triunfos podían encender en el corazón del vencedor así aclamado la vanidad rayana en el ensoberbecimiento, para impedir su endiosamiento, al pie del carro triunfal iba un esclavo representándole la condición humana, sujeta al decaimiento, la corrupción y la desaparición, así como la caprichosa inconstancia de la mudable fortuna. Que ese esclavo, el vencido, el desheredado de la fortuna, el humillado, le inspire la modestia.
¿Quién posee un palmarés como el de Vicente del Bosque, con un Mundial y una Eurocopa de selecciones nacionales y, ya en competiciones de clubs, una Copa Intercontinental, una Supercopa de Europa, dos Ligas de Campeones («Champions»), dos Supercopas de Europa y dos Ligas españolas? Y, a pesar de ello, don Vicente sigue siendo la modestia misma. ¿Por qué? En parte, creo yo, porque en sus triunfos siempre está presente su hijo Álvaro, afectado del síndrome de Down, y Álvaro es, a guisa de símbolo barroco como esas calaveras que adornan los antros de santos y santas penitentes, permanente recordatorio de la fragilidad de la gloria, del carácter voluble y veleidoso de la diosa Fortuna, de nuestra, en definitiva y a la postre, miserable condición y de que todo habrá de pasar. Como reza la letra de una célebre saeta: «Toítas las mares tienen penas…» Nosotros añadimos: «… y los pares también».
En la perspectiva personalista de la personalidad, resultaría claro que si Vicente del Bosque es como es, se deba ello a sus características intrínsecas, independientemente de sus circunstancias vitales y de las situaciones y vicisitudes personales, sociales y políticas que le hayan tocado vivir o en las que se haya hallado inmerso. En la perspectiva situacionista de la personalidad, sin embargo, serían las circunstancias, las situaciones vitales, quienes hubieran conformado su patrón de reacciones, respuestas y conducta. Ahora bien, esto de situacionismo versus personalismo recuerda en parte a la dicotomía platonicismo – aristotelismo, con el filósofo atleta señalando con el índice hacia arriba y el peripatético, al revés, mostrando el suelo o la tierra, tal y como los representa Rafael en el célebre fresco «La escuela de Atenas» de las Estancias Vaticanas. Más aún, nos lleva a la evocación del chiste aquel en que un estudiante que ha estudiado poco y sabe aún menos, se presenta al examen de filosofía con dos enormes pilas de libros sobre cada palma de la mano; a cada pregunta que se le hace, contesta que, «según los platónicos» y señala con la cabeza los libros de la izquierda, es «tal cosa», pero que «según los aristotélicos» y señala con el mentón los de la derecha es «tal otra». Cuando se harta ya el catedrático, le espeta que «lo que pasa es que usted no tiene ni idea», a lo cual responde el estudiante: «En eso están de acuerdo tanto los platónicos como los aristotélicos».
Con todo ello quería decir que, si bien el temperamento de del Bosque sea indudablemente el del flemático y entre sus características se halle la santa paciencia y el no encalabrinarse, el del sosiego y la templanza y, aunque entre sus virtudes «naturales» se cuente la de la modestia, ajena a endiosamientos, vanidades y excentricidades egocéntricas, no es menos cierto que la realidad informa y forma (o deforma) nuestra personalidad. Del Bosque sabe no sólo que en cualquier momento se puede fracasar, sino además que el fracaso puede presentarse inmediatamente después del triunfo como bien nos advierte el dicho de «Pan para hoy, hambre para mañana», que algunas victorias, por pírricas, llegan a ser derrotas y que el ejemplo de Aníbal no es el único en la Historia; además, que incluso triunfando, la memoria es flaca, las personas somos injustas e irracionales y que la apariencia es lo que más cuenta en nuestra sociedad de mercadotecnia, consumo rápido, escándalo y bulimia de noticias tontas. De ahí que a del Bosque no le renueve el contrato Florentino Pérez, un hombre de negocios obsesionado con la «imagen», tiranía hodierna, y la «beautiful people» pues, a pesar de la lealtad y en especial de los inmejorables resultados obtenidos por el Madrid bajo su batuta, del Bosque le resulta demasiado «de casa», cazurro, feo y viejo (representa del Bosque más edad de la que realmente tiene), con un cráneo demasiado a la vista; es además muy serio, sesgo incluso, ¡si casi parece un retrato del Greco!, amén de formal, honrado, buen burgués, conciliador, razonable, trabajador… Hay que echarle y sustituirle por alguien con un ego descomunal, que proporcione titulares, creando conflictos, encizañando, un «mediático» en definitiva, a la manera de una Miley Cyrus o de un Nicolás Maduro.
Porque Mario, igual que el historiador Salustio, quien narrara sus avatares políticos y militares, es de origen humilde, se queja de cuán injustamente pueden llegar a comportarse los que se atribuyen la nobleza a sí mismos por la virtud ajena, la de sus antepasados, esto es la nobleza heredada, negándosela a él, merecedor como es de ella por su propia virtud. La «nobleza heredada», en el caso de don Florentino Pérez tiene un nombre: fortuna personal o riqueza. Los «florentinos» constituyen la «nobleza de linaje» actual. En «Jugurtha», de Salustio, se lamenta así Mario: «Desprecian en mí la falta de nobleza; yo en ellos la sobra de flojedad. A mí se me echa en cara mi nacimiento; a ellos sus maldades. Bien que, según entiendo, la calidad es una y general en todos y el que tiene más valor, ése es el más noble… Si tienen pues razón para despreciarme a mí, desprecien también a sus antepasados, cuya nobleza, así como la mía, comenzó en ellos por su valor. Si me envidian el honor que tengo, envidien también mis trabajos, mi conducta y los peligros en que me he visto, pues por tales medios lo he adquirido…puedo referir mis hazañas… Ved, pues, cuán injustos son los que se atribuyen ellos a sí por la virtud ajena, no quieren concedérmelo a mí por la propia». Claro está que luego Mario acabará bastante mal, víctima de su ambición, su envidia, sus malas artes y su violencia, pero eso ya es harina de otro costal. «El destino del hombre es su carácter», según nos dice Heráclito. El carácter, frente al temperamento que depende de nuestra disposición orgánica y de nuestro aparato o sistema endocrino, resulta de una decisión o de una formación psíquica, y el de del Bosque, siendo como es cabal, no dará nunca en esos excesos.
Otra «situación» vital de del Bosque que es también un revés y que asimismo, posiblemente, le haya enseñado a no engreírse, sea la de su paso por el Besiktas de Estambul. El 27 de enero del 2005, después de que le «echaran» del Madrid y antes de que se hiciera cargo de la selección nacional, tras ocho meses como entrenador del equipo turco, del Bosque fue relevado en el cargo. El Besiktas no sólo fue eliminado de la Copa Uefa, sino además del campeonato de Copa de Turquía y se hallaba ya a catorce puntos de distancia del primer clasificado en la Liga. Tras los triunfos sonados con el Madrid, del Bosque recibía un jarro de agua fría en Constantinopla. Yo creo que ese fracaso se debió no tanto a errores técnicos o falta de conocimientos futbolísticos -la cosa resulta bastante obvia-, sino sobre todo a lo que podríamos llamar carácter «reciamente local» de nuestro personaje y que explica en parte la desairada decisión de Florentino Pérez. Vicente del Bosque pertenece a una generación de españoles que todavía no sale fuera, que es pobre y bastante provinciana, que no habla idiomas, que se siente a disgusto y fuera de lugar en tierras extrañas. Guardiola, en esta perspectiva, sería todo lo contrario, perteneciente ya a una España que ha cambiado mucho, plenamente integrada en Europa, que va al extranjero, que procura hablar idiomas, que tiene labia y que, habiendo aprendido de los otros países, ha asimilado la importancia de la «imagen» y sabe venderse.
No, del Bosque es de una hornada que sólo puede desenvolverse en España. Obtiene triunfos internacionales, los más encumbrados, los más importantes, sí, pero trabajando en casa y desde casa, en un contexto, en un ambiente, en una realidad tozuda y genuinamente españolas. Posiblemente el fracaso de del Bosque , allí en Turquía, se debiera a falta de sentido práctico a la hora de aplicar conocimientos y conceptos en tierras forañas. Florentino Pérez lo tacharía de «paleto» y Florentino Pérez requiere de «internacionalidad» al máximo, si bien luego -y hasta ahora, al menos- en el pecado haya llevado siempre la penitencia y, a este respecto, recuerdo unas declaraciones de Beckham en que afirmaba que le «gustaría ganar algo con el Madrid». Para justificar y argumentar la salida del club de del Bosque, Florentino dijo: «Cada técnico tiene su librillo. Del bosque tiene uno más bien clásico. Es muy tradicional. Buscaremos algo más moderno». Son palabras rezumantes de desprecio y eso que empleó «técnico» en lugar de «maestrillo», sin atenerse a la ortodoxia formal del refrán. Resulta claro que nunca se hubiera atrevido a usar esos términos para describir, pongamos por caso, a un Mourinho o a un Ancelotti, a pesar de no poder presentar unos CVs tan ricos cuantitativa y cualitativamente. Es el lenguaje que emplea el mundo -y no olvidemos que el Diablo es el Príncipe del Mundo- a la hora de juzgar la disciplina, la laboriosidad y la virtud.
Creo que del Bosque y Guardiola sean en este sentido antitéticos, no tanto por características personales, sino por ser ambos productos o reflejos de dos Españas, histórica y socialmente, distintas. Ya es significativo que Guardiola, tras dejar el Barcelona como jugador, militara en el extranjero (en el Brescia, la Roma y Qatar), mientras que del Bosque colgara las botas dentro del Madrid y permaneciera dentro del club, en labores técnicas. Posiblemente le resultara estrambótica cualquier otra posibilidad. Guardiola triunfa, inigualable e inmejorable, en el banquillo del Barça y luego se concede un año sabático. Marcha a Nueva York. Eso del «año sabático» resulta muy moderno y reciente. En la España de la infancia y juventud de don Vicente, no se concebía, si bien no sea menos cierto que hoy hemos vuelto a dejar de concebirlo de nuevo. Se trabajaba duro para salir adelante. Se era un país pobre y aislado y además dado de lado por el entorno, que sólo nos visitaba el rey Faiçal y nuestro Jefe del Estado sólo salió de España en una ocasión… ¡a Portugal! «Año sabático… ¿qué es eso?», se hubiera preguntado del Bosque a la edad de Guardiola otorgándoselo a sí mismo. Y con él, un Amancio o un Pirri y, si se le hubiera forzado a ello, no habría ido desde luego a Nueva York (como en el schotis del señor Macario, se hubiera preguntado: «¿Y qué haces tan temprano en Nueva York?») a ver, por ejemplo, las mamarrachadas del MOMA, sino que, como alma en pena o como licántropo noctívago, hubiera vagado por su Salamanca o por los pasillos de su piso tan próximo a la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, tachando, como un preso de penal o un recluso del Purgatorio, los días que le faltasen para recobrar la perdida libertad del trabajo y zafarse de la condena de la libertad absoluta. Buen proletario. Como esos obreros españoles de toda la vida que llegan a la fábrica o a la obra treinta o cuarenta minutos antes y, los domingos o en vacaciones, o bien hacen chapuzas remuneradas o bien las hacen en casa, a destajo casi, y, como presos en un penal o reclusos del Purgatorio, van tachando con ansiedad los días que les faltan para alcanzar de nuevo la ansiada libertad, la auténtica para ellos, y no el señuelo de la jubilación, bostezo condenatorio a la tristeza de la inactividad improductiva, más triste que la propia muerte.
Alfonso X el sabio, nuevamente en sus «Partidas», establece que las cualidades necesarias en un buen caudillo son: la sabiduría, el valor y el buen seso. Veamos:
- Buen seso: «fiel a su imagen de hombre alejado de escándalos y polémicas, de la boca de del Bosque no sale en público ni una sola palabra sobre el presidente (Florentino Pérez) ni sobre su club (el Real Madrid) en el que tiene una hoja de servicios de más de treinta años» (Jorge A. Moreno, ABC – 14/10/2013); «un estilo de coaching sereno y equilibrado, razonable y maduro» («La fuerza tranquila» – Ignacio Camacho, ABC – 20/1/2013)
- Sabiduría: «del Bosque representa el paradigma del jefe que todo el mundo desearía tener; sensato, moderado, apacible, discreto, cooperativo, juicioso, integrador… un líder moral sosegado que emana la jerarquía intangible del prestigio e inspira con su temple una confortante, alentadora confianza» (Ignacio Camacho, ABC – 20/1(1013)
- Valor: Como siempre se ha insistido en la modestia, flema y temple torero de don Vicente, cabe preguntarse por su valor. ¿O es que tan sólo «se le supone», como figura en la cartilla de todo soldado español? Quizá resida éste precisamente, pues no debemos dejarnos engañar por las apariencias, en que sin bravatas, ni arbitrariedades, ni exabruptos, sino con absoluta naturalidad, cree, mantenga o mejore un estilo de juego basado en la técnica individual -de altísimos vuelos, como nunca se había dado antes en España- , toque y posesión casi obsesiva del balón, así como una elegancia de juego, una estética innegable asentada en el talento y en la coordinación del conjunto en el que afortunadamente no destaca nadie por encima de los demás ni hay ningún figurón.
Valor ha sido el, a pesar de las críticas, mantener ese estilo hasta la fecha, con las mejores estadísticas que nunca se hayan dado anteriormente con otros seleccionadores nacionales. «Toda la vida hablando de que no tenemos estilo y cuando encontramos uno, despotricamos» (ABC – 1/7/2012)
A Vicente del Bosque se le ha llamado «anti-héroe». Es que el valor de del Bosque es tranquilo. Recuerdo que, cuando era jugador, del Bosque podía llegar a desesperar. Era centrocampista, cerebro, organizaba el juego con su visión de conjunto, pero si perdía el balón, lejos de replegarse raudo o disputarlo, parecía desentenderse entonces. Era muy frío. Era muy cerebral. Era, por contraponerlo a otro jugador de su mismo club y equipo, el opuesto de Pirri, «purisito corasón», que diría un mexicano. Qué duda cabe que esa «sangre gorda» es también en gran medida la de la selección española, lo cual unido a que ejecuta pocos tiros -poquísimos desde fuera del área-, observa con frecuencia el «gili-córner», galopa raramente al contraataque y que, salvo en raras ocasiones como en la final contra Italia en la última Eurocopa en que se ganó por goleada, las victorias son exiguas (en general por un solo gol de diferencia), puede desesperar ella también a más de uno. Dicho esto, si a los hechos y a los datos y no sólo a los resultados, sino también al juego nos remitimos, habrá que dar la razón al míster. «… el triunfo se ha ido extendiendo de año en año, sin mermas y sin bajar un ápice. Por el contrario, y después del partido ante Italia (1/7/2012, final de la Eurocopa), da la sensación de que la máquina va más engrasada cada año» (José Manuel Cuéllar, ABC – 3/7/2012). Éste es el valor de del Bosque: el trabajo, la perseverancia, la disciplina y la regularidad. Como decía Hernán Cortés: «El sufrimiento, ese segundo valor». De la explosión, del brote vehemente, virulento o audaz, del golpe de genio, todos, en un momento determinado y en mayor o menor medida, somos capaces. De mantenerlo, a fuerza de tiempo y sacrificios, de «sufrimientos», eso es otro cantar. ¡Dios nos libre de las inspiraciones del momento! Como dice el refrán: «Ya se levantó el perezoso. Prendió fuego al palomar». El valor de del Bosque no será nunca temeridad. No va con él cantar eso de «Nadie sabía en el Tercio / quién era aquel legionario / tan valiente y temerario…»
Recientemente se quejaba, con sorna, el entrenador de la selección española de hockey sobre patines, Carlos Feriche, de que, a pesar de su palmarés ¡invicto siempre! y de la conquista de todo cuanto una selección pueda apetecer, a él no se le hubiera hecho marqués. A pesar del tono de soca de sus palabras, qué duda cabe que lleva razón. Como razón habría que conceder a quien denunciara que, por ejemplo, a Amaya Valdemoro (o incluso a Marta Domínguez antes de que saltara el escándalo) no se le haya concedido ni nunca se le concederá el Premio Príncipe de Asturias del deporte. Sin embargo, la realidad bien poco sabe de justicias y de equiparaciones. Hay un deporte que encandila a todos y ése es el fútbol, y los demás, todos sin excepción, a él confrontados, se convierten en minoritarios, muy minoritarios o mediáticamente inexistentes ( y por ende inexistentes), de tal manera que, indefectiblemente, serán siempre más rápidos y sensibles los afectos futbolísticos que cualesquiera otros aciertos o frutos cogidos u obtenidos en otras lides.
Hay sabios que se escandalizan de que se admire a del Bosque, a Iniesta o a Xavi Hernández y se tenga en bien poco, al menos frente a ellos, a un Arsuaga o a un Barbacid o al hispanoamericano Patarroyo. No pidamos peras al olmo, entre otras cosas porque como decía Tono «estará prohibido». Don Mariano Madramant argumenta con razón que «el beneficio de las victorias nos hace más pronta y más viva impresión que el que se origina de las sabias leyes, de la administración de justicia y de la buena política porque los progresos de su utilidad son más lentos y para conocerlos es menester recurrir a las reflexiones en que por lo común no suelen detenerse los hombres». Claro está que Madramant, del siglo XVIII, no se refiere al fútbol, sino a la guerra y a la vida militar, pero es que nosotros sabemos ya, gracias a Konrad Lorenz, que el deporte, y por encima de todos el fútbol, es guerra pacífica, enfrentamiento incruento, con vencedores y derrotados, con países que ganan y países que pierden, y también sabemos que el fútbol es deporte de masas en que éstas vuelcan sus afectos.
En su prudencia y reflexión de los avatares y cosas de la vida, del Bosque es consciente de lo aleatorio y caprichoso que es todo, amén de lo arbitrario que también pueda llegar a ser. Tras ser jugador del Real Madrid, pasa al equipo técnico del club merengue, donde se dedica a las categorías inferiores. El primer equipo no obtiene los resultados requeridos o apetecidos. Se despide al míster, Toshack, y se echa mano del personal de la casa. Del Bosque es nombrado entrenador. Llegan entonces, sin apelación, los éxitos, pero uno se pregunta qué hubiera ocurrido si no hubieran despedido a su predecesor o si hubieran recurrido a otro de relumbrón y, a ser posible, extranjero. Del Bosque hubiera proseguido en el anonimato, desarrollando su labor sorda, de limitados sufragios populares y sin eco mediático alguno. A la Ocasión, ya se sabe, la pintan calva, pero con un exiguo mechón de cabellos que hay que agarrar con fuerza y decisión y no soltar ya. No obstante, se puede seguir cavilando e hipotetizando: ¿y si, a pesar de todo, por las circunstancias que fuesen, su trabajo al frente del primer equipo del Madrid no hubiera cuajado?… Del Bosque habría permanecido en su oscura labor, eso sí sin queja alguna por su parte, y tan sólo los madridistas o los no madridistas dotados de memoria crítica, le hubieran recordado, pero con moderación, sin grandes entusiasmos, como se recuerda, por ejemplo, a un Grosso o a un Velázquez, jugadores importantes, sí, pero que no marcan una época y que se achican en la perspectiva del tiempo ante un Pirri o un Amancio.
Del Bosque, por otra parte, lleva en la sangre el escepticismo y sabe cuán «presto se va el placer» y «como después de acordado, da dolor»; cuán pronto, con cuánta celeridad, y más en el mundo tan competitivo del fútbol, ávido de éxitos y de frutos inmediatos, en que nadie puede ni quiere esperar a que el árbol crezca y madure, se pasa de la aclamación a la indiferencia o al vituperio. Un entrenador no sólo ha de ser bueno, sino mejor que los demás y ha de ganar siempre. Si ya es difícil ser mejor que los otros, ¡cuán no será serlo de forma permanente! Ahora bien, nada es para siempre; todo responde a ciclos. Sí, es bien cierto que un entrenador reputado gana mucho dinero y es admirado; no es menos cierto, sin embargo, que trabaja en unas condiciones de ansiedad y agobio, sólo comparables, creo yo, a las que haya de afrontar un Presidente de Gobierno, con la ventaja para éste de que acabará, salvo circunstancias excepcionales, su mandato, o casi en el caso de que convoque elecciones anticipadas. Por otra parte, la intensidad, frecuencia y recurrencia de los episodios ansiógenos es mayor, con dos y a veces incluso tres ocasiones por semana, para el míster.
Si del Bosque fuera filósofo, abrazaría el estoicismo. Sólo el desprendimiento y la ataraxia nos tornan inmunes a los rudos y desconsiderados golpes de la diosa Fortuna y garantizan nuestro equilibrio mental y afectivo.
Alharacas, ringorrangos, extroversiones, delirios y emotividad o labilidad le son ajenos, afortunadamente, a del Bosque. Hemos hablado de estoicismo a propósito de del Bosque. Vamos a establecer un ligamen entre el maestro salmantino y Séneca, a través de S.M. el Viti y Manolete. A Vicente del Bosque le gusta la tauromaquia y, al parecer, según he leído, su torero preferido es su paisano Santiago Martín «Viti». Desde luego ambos se asemejan: semblante serio, cuando no adusto, temple y templanza, valor desde la técnica sin temeridades ni heterodoxias. Sobriedad. Me decía mi padre que quien hubiera conocido a Manolete, como era su caso, sin llegar a minusvalorarlo, relativizaría la valía del diestro de Vitigudino; o, a la inversa, que quien hubiera visto torear al Viti, podría hacerse cabal idea de cómo toreaba Manolete. El Viti representó el clasicismo castellano reinterpretando el hieratismo y la prestancia del cordobés. Córdoba no es Sevilla; Córdoba no es Cádiz. «Córdoba. Lejana y sola», tal y como la describiera Lorca. «La muerte me está mirando / desde las torres de Córdoba». Reza un aserto andaluz: «De Sevilla, señoritos; de Córdoba, señores; de Málaga, gente». Córdoba, en su estoicismo, es senequista como Cordobés fuera Séneca. Córdoba es la más castellana de las ciudades andaluzas. «Y como Cuauhtemoc, cuando estoy sufriendo, / en vez de rajarme, me aguanto y me río», canta el mexicano de «Yo soy mexicano» de Esperón y Cortázar, lo cual no deja de ser extroversión y orgullo, explicitado éste con su punto de histrionismo. Séneca, el estoico, y Vicente del Bosque, «cuando están sufriendo», tan sólo aguantan, procurando que no se les tuerza el gesto ni se les demude el semblante. «J´aime la majesté des souffrances humaines» («Amo la majestad de los sufrimientos humanos»), escribe Alfred de Vigny, romántico estoico donde los haya. Su lobo así se expresa:
… Si tu peux, fais que ton âme arrive,
À force de rester studieuse et pensive,
Jusqu´à ce haut degré de stoïque fierté
Où, naissant dans les bois, j´ai tout d´abord monté.
Gémir, pleurer, prier est également lâche.
Fais énergiquement ta longue et lourde tâche
Dans la voie où le Sort a voulu t´appeler,
Puis après, comme moi, souffre et meurs sans parler» (La mort du loup)
(Si puedes, haz que tu alma alcance,
A fuerza de permanecer estudiosa y reflexiva,
Ese alto grado de estoico orgullo
Al que yo, naciendo en los bosques, presto subí.
Gemir, llorar, rezar es igualmente cobarde.
Haz con energía tu larga y pesada tarea
En la vía en que la Suerte dispuso ponerte.
Luego, como yo, sufre y muere sin hablar») (La muerte del lobo)
Como bien se ve, acabamos de demostrar científicamente la relación directa entre Séneca y nuestro personaje. Y desafío a cualquier universidad americana, por muchos dólares con que cuente, a poder hacer otro tanto.
Don Vicente, charro de nacimiento, es muy castellano. Dice Cela, gallego, en «Viaje a la Alcarria» que «el pueblo de Castilla es institucional y sacramental y hay dos cosas que no perdona ni por error: el que los ricos se salten los mandamientos de la ley de Dios (y esto va por Florentino Pérez) y el deleite de llamar siempre, con toda crueldad, al pan, pan y al vino, vino». Por una conciencia aguda que sabe distinguir lo negro del blanco y lo justo de lo injusto, a del Bosque se le atraganta el baldón que le dieron el poder y la riqueza, entronizados en la presidencia del club merengue y encarnados en el plutócrata Florentino Pérez. Lorenzo Sanz, quien fuera antes que él presidente de la entidad blanca, refiriéndose a aquel desaire con que se despreció su figura y su trabajo en el Madrid, afirma: «… aunque no es rencoroso, Vicente está muy dolido porque nunca se le ha valorado lo que hizo en su momento (en el Real Madrid)». Todo ello porque, a toro pasado, la directiva del Real Madrid, en marzo del 2011, menos de un año más tarde de la obtención del Campeonato del Mundo por parte de la selección española bajo la égida de del Bosque, acordó por unanimidad concederle la medalla de oro del club, la más alta distinción que pueda otorgar el Real Madrid. Resulta evidente que si del Bosque no hubiera triunfado con el conjunto nacional o, tras dejar el Madrid y su infructuosa estancia en el Besiktas, hubiera caído en el ostracismo, el Madrid lo habría olvidado para siempre.
No era la única concesión. Junto a él se confería aquella distinción a Plácido Domingo y a Rafa Nadal, lo cual diluía en gran medida el reconocimiento a su persona, a su figura y a su trabajo. Lo suyo, lo propio, lo realmente justo, ético y estético, hubiera sido un homenaje en el Bernabéu, con él y con su inseparable equipo técnico de ayudantes (Toni Grande, Javier Miñano y Francisco Jiménez), como el matador homenajeado, rodeado de su cuadrilla, compartiendo generosamente con sus subalternos las mieles del triunfo y del afecto de los aficionados, en el centro del campo, recibiendo la condecoración, dando luego la vuelta al ruedo y propinando la patada de honor que da inicio a ese partido festivo que enfrenta al Madrid y a otro buen equipo, o a una selección o a un buen combinado internacional. No es para menos. Como dijo Toni Grande, mozo de espadas y hombre de confianza del maestro: «El homenaje debiera ser sólo a Vicente; llega demasiado tarde y es frío… merecía el aplauso individual en el centro del Santiago Bernabéu y no en un salón de actos». Sentenció del Bosque diplomáticamente, achacando a sus «rarezas» el no recoger esa medalla y, por tanto, su rechazo: «Entiendo perfectamente el cariño del club y de la gente hacia mí, pero yo también tengo mis rarezas, entonces que me permitan tomar una decisión que llevo en lo más profundo de mí». En «El Economista.es», del 16/2/2012, puede leerse: «Una salida fea: La decisión en lo más profundo de su ser llega tras su distanciamiento con Florentino Pérez, presidente del club blanco entonces y, tras una pausa, también ahora. Después de dos Champions ganadas y un día después de ganar su última Liga, el Real Madrid comunica a del Bosque que no le renovaría el contrato en busca de un «nuevo estilo»… La medida que ya había sido aireada por todos los medios de comunicación, dolió al míster blanco que fue el último en enterarse de manera oficial de la medida y cuando su sustituto, Carlos Queiroz, estaba casi en la sala de prensa».
¿Rencor? No, Lorenzo Sanz lleva razón al afirmar que del Bosque no es un resentido. De serlo, qué fácil no le hubiera sido, con sus declaraciones, cuestionar y mancillar al presidente blanco. No, como el lobo de Vigny, del Bosque sufre y calla. Imagino que tras largas deliberaciones consigo mismo y tras sopesar ponderosa y sesudamente la cuestión, habrá tenido que dolerle su decisión final por, además y sobre todo, temor a que la afición, siempre manipulable, pudiera tomarla como desprecio al club y a ella misma. No, no se trata de resentimiento, sino de la sensatez y la coherencia de que del Bosque hace gala pues, de aceptar la distinción, se estaría plegando y sancionando la hipocresía, el cálculo interesado y el oportunismo. Que yo sepa, Cristo nunca se acomodó ni a las camándulas de los fariseos y saduceos, ni se avino jamás a las seducciones de filisteos con sus becerros de oro. Cristo no tuvo acepción de personas. ¡La verdad por delante, siempre, señores cristianos!
Esto por lo que hacía a la primera de las cosas que, según Cela, no perdona ni por asomo ni se salta un castellano. En cuanto a la segunda… aquí no podemos ser tan categóricos con respecto a del Bosque pues, debido a su profesión y a su cargo, la sinceridad descarada le queda vetada. Y del Viti habrá aprendido a tener mano izquierda. El duelo deportivo entre Madrid y Barça, convertido en trifulca y azuzado por quien acostumbra a pescar en río revuelto y por un periodismo amarillista e irresponsable o sencillamente porque, careciendo de toda vida interior, el encizañador sólo puede vivir hacia afuera, curioseando impertinentemente o malquistando a unos con otros porque eso es cuanto estimula su anodino decurso vital, ese duelo o trifulca, digo, es peligroso toro a que agarrar por los cuernos. Ayudado por la buena voluntad de Casillas y Xavi Hernández, a del Bosque tocó enderezar una situación torcida y con su triaca limpiar la ponzoña y ligar las llagas. Sólo alguien con autoridad suficiente y respetado por los jugadores, entre otras cosas por ser él mismo el primero en respetar, puede desbastar, limar, pulir y hacer que las piezas encajen de nuevo. Algebrista era llamado antaño el práctico que encajaba los huesos dislocados o rotos. Del Bosque es algebrista.
A propósito de Castilla, cabe citar aquí a don Antonio Machado, andaluz en la meseta más áspera. «Hay un breve aforismo castellano, que yo lo oí por primera vez en Soria, que decía así: «Nadie es más que nadie». Nunca olvido al viejo pastor de cuyos labios oí ese magnífico proverbio, donde, a mi juicio, se condensa toda el alma de Castilla, su gran orgullo y su gran humildad, su experiencia de siglos y el sentido imperial de su pobreza. Esa magnífica frase que yo me complazco en traducir así: Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre».
Del Bosque sabe, o cuando menos intuye, que cuanto nos diferencia y jerarquiza son disfraces y que, una vez quitados, todos nosotros, en nuestra desnudez radical y desvalimiento, somos iguales. Qué duda cabe que el proverbio expresa a nuestro personaje y que la glosa del poeta también puede aplicársele. Donde dice «siglos» léase «años» y donde dice «sentido imperial», pues… la verdad, yo lo dejaría porque, espero haya quedado ya suficientemente claro, el fútbol es guerra en la paz y sustituto pacífico de la guerra, así como, por tanto, política y, por ende, la selección que triunfa, allana reinos y funda imperios, si bien el dicho imperio sea relativamente efímero y haya de intentar renovarse cada cuatro años.
Este «nadie es más que nadie» tiene un genial estrambote acuñado por Rafael Ortega, el Gallo, el Divino Calvo, y es el de «que naide se meta con naide«, que también informa y expresa a del Bosque, hombre pacífico y respetuoso.
Y entramos así en la cuestión de los valores, un tema excesivamente manoseado en nuestra sociedad, lo cual es prueba de su crisis, de su mengua o incluso de su ausencia. Del Bosque ha insistido hasta la saciedad en que el juego había de ser limpio y de que era menester la humildad. En prácticamente todas las entrevistas, del Bosque manifiesta que «el día en que nos lo creamos, dejaremos de ganar». Recordemos también que a nuestra selección se le ha reconocido oficialmente su fair play al concedérsele el Premio Fifa Mundial 2010 al Juego Limpio y, si no voy errado, bajo del Bosque, tanto en la Eurocopa como en el Mundial, España ha sido el conjunto con menos tarjetas y creo no errar al decir que nunca ha sufrido el baldón de una expulsión, que es algo que ha de mancillar siempre a todo equipo y más aún a uno ganador. Frente a aquel famoso «ganar como sea» de di Stefano, del Bosque, en su hidalga censura de ratimagos, fullerías y trampas, se alinearía con las tradicionales formas militares de vencer de que blasonaban los romanos, opuestos, como nos dice Montaigne, «à la Grecque subtilité et (à l´) astuce Punique, où le vaincre par force est moins glorieux que par fraude» (a la sutileza griega y a la astucia púnica, en que el vencer por fuerza es menos glorioso que por fraude). No, del Bosque hace suya la afirmación del pensador gascón por la que «celuy seul se tient pour surmonté, qui sçait l´avoir été ny par ruse ny de sort, mais par vaillance, de troupe à troupe, en une loyalle et juste guerre» (sólo se sabrá vencedor quien haya obtenido la victoria por valentía, y no mediante ardides o por buena fortuna, sino de ejército a ejército, en una guerra leal y justa). Vencer lealmente, ganar en buena lid.
Cuando Benedicto XVI, antes de ser Papa, era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió sobre el fútbol considerándolo «acto universal que une a los hombres de todo el orbe en un mismo estado de ánimo», aproximándolo así, en cierta medida, a la eucaristía. Prosigue: «Esto pone de manifiesto que se debe estar tocando algo originariamente humano», lo cual no significa más que el fútbol, como diría Peter Brook, es «teatro sacro», religión por tanto, en el sentido más lato de la palabra. En cuanto a los valores propiamente dichos, el Cardenal Ratzinger se expresa así: «El fútbol obliga al hombre, ante todo, a disciplinarse a sí mismo. También le enseña a colaborar con los demás; por último, a enfrentarse con ellos limpiamente». (Joseph Ratzinger: «Cooperadores de la verdad») Ciertamente no es ello privativo del fútbol puesto que puede aplicarse a todo deporte de grupo, sí, pero, lo repetimos, el fútbol es deporte universal, de masas, y cargado de afectividad. Por otra parte, cabe preguntarse si puede producirse «transferencia» desde el fútbol y desde la actividad deportiva en general a otros campos de la vida; en cualquier caso, dudo que esa «transferencia» se opere de manera automática.
Del Bosque es consciente de la admiración que, tanto en niños y chicos de ambos sexos, suscitan los futbolistas de la selección y de cómo se erigen en modelos de conducta. En una entrevista previa a la final de la Eurocopa 2012, que ganara el primero de julio frente a Italia, Vicente del Bosque se expresa así en el ABC: «Este grupo (los jugadores de la selección) disfrutan de una corriente de simpatía grande en la sociedad española… Tenemos que aprovechar eso, que estos chicos son modelos para los chavales jóvenes y deben ser ejemplares». Esta ejemplaridad ha de sustentarse en el talento individual y colectivo, la labor de conjunto y conjunción de los jugadores, el juego limpio y el respeto al rival. El otrora cardenal Ratzinger concluye esperanzado: «Tal vez sea posible aprender nuevamente a vivir a partir del juego: la libertad del hombre se nutre de reglas y de disciplina». Sus palabras, llenas de buena voluntad, nos resultan, por desgracia, seráficas y utópicas. Entre otras cosas, el fútbol, amén de ser deporte, es también (¿sobre todo?, ¿únicamente?) negocio…
También del Bosque aspira a que el fútbol sea escuela de bellos valores. Recuerdo un documental que rememoraba de forma bastante crítica el Mundial de Argentina, jugado en 1978, en que el país anfitrión se alzó con la Copa ante Holanda. Menotti, autodefinido como «filósofo del fútbol», seleccionador argentino, justo antes de la final, en los vestuarios, aleccionaba a los suyos (ese excelente equipo de Marito Kempes, Ardiles, Villa, Bertoni, etc.) a exhibir juego limpio. Las cámaras y los micrófonos estaban tomando acta de aquel acontecimiento y había que causar buena impresión. Ese mismo documental mostraba luego, tras la arenga en el vestuario, las marrullerías y suciedades disimuladas a que recurrieron los vencedores. Creo que en del Bosque no se da esta contradicción, tan farisea, en definitiva esta hipocresía, entre palabras y hechos. Letra y espíritu van en él de la mano. A del Bosque, además, le han de asquear profundamente esos grupos violentos de hinchas, alimentados ¡y financiados! por más de uno y más de dos presidentes de club. Kevin Keegan, capitán de la selección inglesa en el Mundial de 1982, mostró su rechazo sin ambages y expresó su condena sin excusas al hooliganismo nacional que mancillaba el nombre de su selección y de su país.
Ahora bien, si del Bosque suscribiría sin pestañear las palabras de quien fuera luego Papa, no incurre en su ingenuidad pues, aunque Benedicto sea bastante mayor que él, del Bosque lleva en el fútbol desde niño y es perro viejo y, por tanto, ladra echado, y más sabe el diablo por viejo que por diablo. Del Bosque es consciente de que sólo puede ser modelo para los demás quien triunfa porque esto es fútbol y no vida espiritual y nadie va a indagar móviles o a reconocer victorias sobre uno mismo o sobre el mundo. En el fútbol nadie triunfa como Cristo, clavado en una cruz. El fútbol, espectáculo mundano, rechaza ese escándalo. Se admirará y querrá ser como el mejor, como el que gana y alza la copa frente a la hinchada. Por ello insiste del Bosque en que sus chicos hayan de ser humildes y solidarios («caritativos», diría Ratzinger) pues él, hombre escéptico, hombre estoico, hombre desengañado, sabe mejor que nadie, y así lo afirma, que «lo que pasa es que ya sabemos que dicha ejemplaridad va relacionada con el triunfo. Cuando se pierde…» Mejor que nadie lo sabe él que, incluso triunfador, ¡ aun así!, recibió una patada en el trasero.
«Este equipo es el reflejo de la España ideal», ha dicho del Bosque y, por si la cosa no quedara lo suficientemente clara, añade: «Aquí no se nota que hay catalanes, vascos, madrileños…» (ABC – 1/7/2012). Lo bello y lo propio hubiera sido acabar la frase con un «sólo españoles» o con «pues, a la postre, son todos españoles», pero del Bosque ha de ser conciliador por obligación, amén de serlo por carácter, y, a tal punto hemos llegado en «este país» nuestro que, en determinadas, muchas , demasiadas circunstancias, es mejor, tristemente mejor, no usar el término «español» o «España». Sí, para no ofender. En cualquier caso, don Vicente tiene el valor de mentar a España, hablando incluso de «España ideal». Claro, diría un extranjero de un país normal, cómo no nombrarla si es precisamente su entrenador. Lo que posiblemente no sepa ese extranjero, dada su normalidad, es que Francia es Francia, sin problemas, y Alemania también es Alemania, pero que España… ya se lo dijo Arzallus a Mayor Oreja, que España nunca sería Francia o Alemania, queriéndole representar así, como acertadamente lo interpretó el antiguo ministro del Interior, que ya se encargarían él y todos los nacionalistas de toda laya de lastrar lo suficientemente a nuestro país para que nunca sobresaliera.
Es evidente, aunque sólo sea por sensatez, que a del Bosque esto de los nacionalismos, con las mediocridades, odios y conflictos, ¡y guerras!, que genera, le tiene que repatear, que él querría una España unida y respetuosa con todos porque, también por sensatez, guste o no guste, los regionalismos son, en comparación con otras naciones, cuestión insoslayable en nuestro país desde bien atrás. «Siamo tutti una sola famiglia», canta emocionado el coro de conspiradores hispánicos en «Ernani» de Verdi, invocando y reclamando la unión de Iberia.
Pero, claro, una cosa es el deseo y otra la realidad. Y para no divorciarlos hasta romperlos ambos, está y se impone el sentido práctico. Un mes entero y más han de convivir los jugadores de la selección española en un país extranjero, compartiendo entrenamientos, hotel, mesa y ocio. Son chicos procedentes, profesionalmente, de distintos clubs y, por origen, de distintas regiones. Muchos de ellos militan en el Barcelona -pues no en vano se trata del mejor equipo español actual- y son catalanes de origen, se han criado dentro de una enseñanza oficial que busca crear y suscita el odio a España, y se ven sometidos a un asedio nacionalista que no da tregua -¿hay algo más terco que un nacionalista?- y que exige una madurez y un espíritu críticos casi sobrehumanos para permanecer, no ya ajeno, sino inmune o casi a sus insidias, mentiras, manipulaciones e inquinas obsesivas. Aquí reside, en mi opinión, un auténtico mérito de del Bosque al que nunca se aludirá, para no «molestar» a nadie y que es el de saber neutralizar la insensatez y la peligrosísima vesania de nuestra sociedad en el seno de la selección, llegando a crear, asentándola en esa neutralización previa, un conjunto de iguales y de hermanos en que todos juegan para todos y para el triunfo sin apelación del grupo. A ese grupo, algunos le dirán «España», otros «el Estado», otros incluso la «cosa»… como el jugador vasco del Athletic, Susaeta, quien dijo, el 14 de noviembre de 2012, que «representamos a … una cosa». No se atrevió a decir «España». Aunque lamentable, es excusable. De vuelta a su pueblo, a su club, se le hubiera mirado mal. Por otra parte, cómo extrañarse de ello cuando en la televisión vasca, al menos bajo mandato del PNV, se prohíbe la palabra «España» y su derivado, «español». Por ello, cuando en la televisión,tras la derrota frente a Brasil en la última Copa Confederaciones, se le pidió una valoración, a pie de campo, de lo que había supuesto aquel campeonato, del Bosque contestó que «se quedaba con lo positivo: un mes de muy buena convivencia entre todos»
Así están las cosas… pero, acotados y dirigidos por la sabiduría del veterano del Bosque, los jugadores someterán sus talentos al conjunto. ¡Cuántas tonterías y despropósitos no habrá tenido que escuchar el pobre del Bosque, sin poder replicar, tragando, como buen lidiador que es, para ir sacando pases y hacer faena, buena faena, con un toro que salió abanto, pero que luego rompió en el caballo de su santa paciencia, se hizo bueno y embistió como un bravo. En fin, la mano izquierda de que hablamos anteriormente. La influencia charra de Su Majestad el Viti…
Si ya se mostrara admirable Luis Aragonés a quien tocó trabajar, con sus chicos, en una época de plan Ibarretxe, tripartitos, pactos de Perpiñán, un botarate intelectual y badulaque moral como presidente del gobierno central que llega a cuestionar su propia nación, Oleguers independentistas que no quieren jugar en la selección española, etc. ¡Cómo no maravillarse pues ante el temple y tesón y entereza, dignas de un Santo Job, de del Bosque, que ha ostentado el cargo durante los últimos cinco años y medio de creciente tensión y amenazas nacionalistas, de clima irrespirable que, lejos de remitir, va a más. No sólo eso sino que se ha atrevido a firmar su renovación que le llevará al frente de la selección hasta el 2016. Y es que en los últimos meses las cosas han ido tan a peor con un Mas desquiciado, una burguesía catalana furiosamente enloquecida que desmiente un día sí y otro también aquello que resulta ya tan falso del seny, una Esquerra que es odre purulento de odio y maldad y que no cabe en sí de gozo exacerbando con éxito los conflictos por ella misma creados, y una sociedad ahogándose en delirio colectivo, vilmente manipulada desde la escuela y los medios de comunicación, con una corriente de opinión que es un crecido torrente de totalitarismo llevándose consigo y por delante todo cuanto encuentra a su paso, y un larguísimo etcétera, que es como para desalentar al más bravo. En estas circunstancias, uno se pregunta hasta qué punto del Bosque será capaz esta vez de domeñar hercúleamente hidras de Lerna, toros de Creta, canes Cerbero del Hades y demás monstruos.
Sin ir más lejos, hoy, día 8 de enero del 2014, oigo las declaraciones del diputado general de Vizcaya, el nacionalista peneuvista José Luis Bilbao a propósito de la posibilidad de que San Mamés acoja la Eurocopa de naciones del año 2020. En ellas se muestra contrario a que la selección española juegue en Bilbao. Me viene a la memoria cómo, con la constitución del gobierno autonómico vasco no nacionalista, con Patxi López como presidente, tras las elecciones regionales de marzo del 2009, esperanzada y esperanzadoramente se consideró la celebración de algún partido de la selección en el País Vasco, cosa que no ocurría desde 1967. Incluso el alcalde socialista de Baracaldo ofreció para ello el estadio de su ciudad. Sí, pero ahora han vuelto a gobernar los de Arzalluz… Tras manifestar con el gesto ulcerado propio de los nacionalistas que España no debe jugar en San Mamés, el señor Bilbao escupe unas, más que avinagradas, emponzoñadas palabras, por las cuales insiste en su obsesión, pero matizando que nuestra selección sí podría hacerlo siempre y cuando se enfrentara a Euskadi y que, así las cosas, como visitante, incluso sería tan bien recibida como Alemania o Francia, por ejemplo. Sabedor de la dificultad que entraña la materialización de su deseo, esto es el rechazo y la censura futbolística a España, arroja entonces biliosamente por la boca que «si eso supone que San Mamés no es sede de la Eurocopa 2020, pues que no lo sea, porque hay cosas más importantes que salvaguardar». Son palabras inefablemente incalificables, ¿no es cierto?¿Qué habrá pensado del Bosque, no ya sólo como español y como seleccionador campeón del mundo, sino sencillamente como ser humano? ¿Cabe algo similar en el presidente de, por ejemplo, Baviera, negando a Alemania la celebración de un partido en Múnich, o en el de la Provenza hurtándole el estadio de Marsella a la selección francesa y de paso insultando a la propia nación? ¡Cuantísimo odio! Si hasta resulta imposible pensar que sea cierto…¡Qué difícil se lo ponen a del Bosque! Es algo mucho peor que la frivolidad de Florentino. Es algo peligrosísimo.
El reflejo de la España ideal… Desde luego cuántos del Bosque no harían falta en nuestro país para poder sentirnos tranquilos y satisfechos y que la zanja entre ideal y realidad menguara y se cerrara como se liga la carne sajada.
Dentro de seis meses, y estando así las cosas, España y del Bosque tienen ante sí un auténtico reto: tras dos Eurocopas y un Mundial, volver a alzarse con este último campeonato. Es harto difícil. El grupo clasificatorio en el que se encuentra España es de armas tomar, si bien del Bosque, con razón declare que eso «es bueno para la mentalidad. Cuando hay rivales más flojos, nos cuesta concentrarnos» (El País, 7/12/2013). Del Bosque ya advirtió, hace algo más de un mes, que es descabellado pensar que España vaya a ganar, lo cual no significa ni por asomo que España no pueda volver a ganar. La derrota por 4 a 1 ante Brasil, en la final del 15 de junio de la Copa Confederaciones y los dos últimos partidos amistosos en tierras africanas, no son como para echar las campanas al vuelo. Se dice que nadie puede mantener un ritmo de victorias por tiempo indefinido, que castillos más altos acabaron por caer, que los jugadores van acusando ya la edad, que llegarán cansados a la cita del Mundial…
Yo confío en el, este sí auténtico, seny de don Vicente.
Hago votos, como español, para que venza mi selección. Además ello consagraría a del Bosque, no ya como oficialmente noble, pues ya lo es, no ya como mito, pues también lo es, sino como auténtico santo (milagroso) o semi-dios, que para el caso es lo mismo. Créanme, don Vicente se lo merece.
Haikus
1) Haiku de los monagrillos
Elevación de la luna llena
en la eucaristía nocturna y estival.
Los monagrillos agitan sus campanillas.
2) Haiku de España
En el ascua estival de la inmensa plaza
el negro toro del rubio sol de España
a las doce en punto muge cada mañana.
3) Haikus de la prohibición
3 a.
El hondo torero de Vizcaya, don Miguel de Unamuno,
llora su destierro, sobre la punta del acantilado.
«No veo la Monumental de Barcelona»
3 b.
A este lado de la raya del Ebro
el poderoso toro Osborne, abolido en el otro lado,
se da al coñac.
Estrambote: ¿Cómo reprochárselo?