Engórdame (que me pone)
Archiconocido es el documental «Super size me»: probablemente, el más famoso de los editados en los últimos tiempos. Pero ¿por qué ha tenido tanto éxito?
Para quienes -extrañamente- no conozcan esta película, diremos que consiste, básicamente, en ver a su presentador y director, Morgan Spurlock, engordar como un ceporro, a base de comer hamburguesas -patatas fritas y Coca Cola- durante un mes. Se propone demostrar que la «comida rápida» no es buena para la salud. Y lo consigue.
Pero intentemos responder a la pregunta…
En primer lugar, la película ha tenido éxito porque aborda un tema de especial importancia para nuestra sociedad: la obesidad. Basándose en cifras realmente alarmantes, Spurlock pone el acento en una cuestión que nos afecta a todos y que se relaciona directamente con el modelo de vida que muchos de nosotros llevamos: sedentario (pasamos más tiempo sentados que de pie), holgazán (buscamos soluciones rápidas para saciar nuestras hambres) e hiper-consumista (una tarjeta de crédito sin límite es nuestro sueño).
En segundo lugar, Spurlock se castiga, y eso da morbo. Ver a alguien destrozar su hígado -cambiar de color, de forma, de actitud- es diversión en estado puro. No en vano el «jackass» ha pasado de ser una serie de televisión a un género televisivo en sí mismo.
Y en tercer lugar, el documental demoniza a una cadena de comida rápida en concreto, McDonalds. Esto es importante, porque culpar a alguien -rico, poderoso- de un problema que en realidad es nuestro, contribuye a que no nos sintamos tan culpables por ser gordos. Nadie nos obliga a comer hamburguesas hasta reventar, nadie nos impide hacer deporte, llevar una vida sana. Y si culpamos a alguien de nuestra propia irresponsabilidad, no estamos siendo justos.
La pobreza
Pero entre todos estos mensajes más o menos frívolos, la película deja caer una reflexión interesante, y es la relación entre pobreza y consumo de comida rápida. Al parecer -y esto aún no es así en España-, para los estadounidenses resulta más barato comer en un McDonalds que comprar los alimentos frescos -especialmente verduras- y cocinarlos. Por ese motivo, se aprecia una relación entre bajo poder adquisitivo y obesidad.
Este dato suscita un buen número de interrogantes -que no detallaremos-, pero por encima de todos, arroja una pregunta: ¿Cómo es posible? ¿Cómo va a ser más barato comer en un McAuto que hacer una fabada? La respuesta sólo podemos encontrarla a nivel macroeconómico. Es posible porque las políticas agroganaderas están controladas por grandes grupos de poder que determinan los precios. No incidiremos en este tema, porque -a quien le interese- puede ver, por ejemplo, el documental Food Inc, que aborda la cuestión frontalmente, pero diremos que posiblemente éste sea el punto más interesante de todo «Super size me».
El entretenimiento
Y es entretenida, la película. Puede que no sea seria -ni ortodoxa-, que sea frívola y populista, pero, al menos, su director consigue que el espectador -ese hiperconsumista haragán sedente- se interese por algo tan importante, tan cotidiano y tan cargado de implicaciones sociales, económicas, existenciales, como su propia dieta. Durante hora y media, no más, que hoy cenamos kebab.
Las lágrimas de San Lorenzo
He olvidado mi primer recuerdo de niña feliz. Mis recuerdos comienzan con una borrachera de mi madre. Sí, mi madre. La que se supone que debía protegerme y cuidarme. A la que se supone que debía acudir cuando me fuera mal en el colegio. Con diez años, cuidaba de ella. Iba a la compra y limpiaba la casa. Sí, también limpiaba sus vómitos. A los catorce años, trabajaba limpiando coches, para ayudar a pagar el alquiler. Y me esforzaba mucho, porque estaba cansada de dar tumbos.
Yo no soy alcohólico
Esta es la frase que cualquier alcohólico te dirá si le preguntas. Siempre pondrá ejemplos cercanos de personas que, según él, sí tienen un problema con el alcohol. Una persona alcohólica ha perdido su libertad.
Esta enfermedad se caracteriza por la imposibilidad de frenar los impulsos para la ingesta de alcohol. El alcohólico pierde el control después de dos o tres copas. Ya no es capaz de parar. A esto se suma la costumbre social de celebrarlo todo con alcohol.
Según la OMS (Organización Mundial para la Salud):
- El consumo de bebidas nocivas produce 2’5 millones de muertes al año.
- Unos 320.000 jóvenes de entre 15 y 29 años mueren cada año por causas relacionadas con el consumo de alcohol, lo que representa un 9% de las defunciones en ese grupo etario.
- El consumo de alcohol ocupa el tercer lugar entre los factores de riesgo de la carga mundial de morbilidad; es el primer factor de riesgo en el Pacífico Occidental y las Américas, y el segundo en Europa.
- El consumo de alcohol está relacionado con muchos problemas graves de índole social y del desarrollo, en particular la violencia, el descuido y maltrato de menores y el absentismo laboral.
Las drogas
El alcohol me robó la niñez. Pero las drogas, a las que me acerqué con quince años, me robaron mi adolescencia.
Comencé siendo consumidora ocasional para acabar siendo consumidora diaria. Abandoné los estudios. Y me sentí abandonada por los adultos que se suponía que debían cuidar de mí. Me refugié en un grupo reducido de jóvenes como yo.
Y esa era mi vida: pasaba de cuidar de mi madre a drogarme. Mi forma de vestir hablaba por mí. Ropas anchas, gorra calada hasta las cejas. Era mi forma de reclamar a los adultos una atención que me había sido negada desde niña. Porque necesitaba cariño, y no lo tenía. Necesitaba mimos y era yo la que mimaba. Necesitaba comprensión y era yo quien la daba. ¿Por qué cuidaba de mi madre? Porque ella cuidó de mí cuando era un bebé. Porque, aunque se esforzó, no encontró los suficientes motivos para luchar. Porque su fracaso personal la llevó al mismísimo centro de la autodestrucción. Además, ella fue la única que me quiso desde algún recóndito lugar de su cerebro. De mi padre, ni hablo, porque desapareció antes de que yo naciera.
Y yo iba por el mismo camino…
El cuerpo, ese desconocido
Nuestro cuerpo posee una enzima llamada aldehído deshidrogenasa. Esta enzima se encuentra en el estómago de todos los hombres y en el hígado de hombres y mujeres. Por esta razón, las mujeres son más vulnerables al alcohol. Cuando el alcohol llega al hígado, éste lo metaboliza y lo convierte en otras sustancias igualmente nocivas. Si el hígado no es capaz de metabolizar todo el alcohol, pasa al torrente sanguíneo. Y así es como llega al cerebro, afectando al sistema nervioso central.
Mi esperanza
Sentada frente a mi madre, viéndola sufrir después de haber vomitado, me di cuenta de que debía cambiar mi estilo de vida. Y el de mi madre.
Comencé en ese momento el largo y duro camino de la recuperación. Me dejé querer –por primera vez- por personas desconocidas. Me recondujeron hacia el camino de la libertad. Porque las drogas no son libertad. Las drogas son las cadenas que te atan y hacen que pierdas la perspectiva de las cosas. Hacen que pierdas momentos de vida. Porque siempre puedes optar por no tomarlas, pero cuando tu decisión es la de hacerlo, cuando crees que lo decides libremente, es cuando tus cadenas son más pesadas.
La nueva vida
Las Perseidas, o Lágrimas de San Lorenzo, son ese milagro que sucede cada año en el mes de agosto. Se llaman así porque esta lluvia de meteoritos alcanza su zenit en el día de San Lorenzo –santo mártir que murió en la hoguera-, recordando las lágrimas que vertió al ser quemado.
Ahora, ya no vivo de historias contadas. Ahora salgo al encuentro de la vida. Por eso, estoy dispuesta a pedir un deseo por cada lágrima que vea en el firmamento. Ahora quiero ser la protagonista de mi existencia. Quiero ser yo quien tome las decisiones, acertadas o erradas, y responsabilizarme de mi felicidad. Quiero que mi pequeño Universo esté lleno de deseos y esperanzas. Aunque sea a costa del martirio. Aunque, para ello, haya que llorar.
El arte de controlar la vejiga
Si nos ponemos a ello, seguro que algo se nos ocurre. Por ejemplo… comer más huevos fritos que nadie. Ah, no, que ese récord ya existe. Pues dar más golpes a una campana que nunca. Podría ser, aunque ése va a ser difícil de batir (teniendo en cuenta la afición por el tolón tolón que hay en España). En fin, que algo se nos ocurrirá.
A los comisarios y directores del Centro de Arte de la Laboral sí que se les ha ocurrido: tocar el solo de guitarra más largo de la Historia.
De niños nos decían que «el que vale, vale, y el que no, a los Guinness». Pero claro, eran otros tiempos. Por aquel entonces no estaban al mismo nivel Miguel Ángel (el pintor-escultor aquél) y Lee Redmond (la mujer con las uñas más largas del mundo).
A los niños nos encantaba la Redmond: daba un asco espantoso. Pero nuestros profesores insistían en que aquello no era Arte, sino un esperpento, y nos obligaban a admirar la belleza en las esculturas y pinturas del tal Michelangelo -quien por cierto tenía nombre de tortuga ninja-. Acabaron por convencernos.
Calidad y cantidad
Paco de Lucía -un guitarrista bastante reconocido- decía en una entrevista que, para él, lo difícil no era tocar una de esas escalas vertiginosas: lo difícil era retenerse, tocar un silencio. Ahí debe de estar la belleza.
Pero claro, Paco de Lucía es un artista. Compone, da conciertos (miles). Ha reinventado el flamenco, acercándolo a músicas de distintas partes del mundo, bebiendo de gente como Albéniz, Manuel de Falla, el Maestro Rodrigo… Paco de Lucía, podemos asegurarlo, es un artista. Español.
El Centro de Arte de la Laboral, español, no le va a dedicar a Paco de Lucía -ni a Albéniz, ni al Maestro Rodrigo, ni a nadie que remotamente tenga nada que ver con ellos- ni un minuto. LABoral quiere, en cambio, el solo de guitarra, no más bello, no mejor interpretado, sino el solo de guitarra más largo del mundo.
El récord está en quince horas y pico, así que va a ser duro. Los participantes tendrán que tocar, al menos, una nota cada diez segundos (no se especifica cuál) y no podrán abandonar la sala en ningún momento. Así que, al final, la vejiga será la que marque la diferencia.
Aceptar la derrota
Y uno piensa que, en definitiva, así es como se aceptan las derrotas. Cuando no se está a la altura de los que sí están a la altura y -no obstante- se quiere llamar la atención, pues se hace alguna tontería. El niño que patalea, furioso, cuando ve que sus mayores alaban a otro niño. El boxeador que, de un mordisco, arranca una oreja a su contrincante. Soberbia, envidia, mediocridad.
Pero ¿es que acaso ya no quedan michelangelos? ¿No hay entre los cuarenta y tantos millones de españoles un artista que merezca tal apelativo? Seguro que sí. Pero las tribunas que esos artistas deberían ocupar -en centros de Arte- están demasiado solicitadas, por individuos que pretenden que adoremos su churro.
Y la culpa es de los gestores. Tanto desean dar el campanazo, que al final se olvidan de que el ser humano lleva unos 50.000 años pintando, cantando, creando. ¿Es éste el máximo exponente del Arte contemporáneo? ¿Es esto lo que podemos agregar al legado de Leonardo, Ortega, Shakespeare y Händel?
Más madera
El tema es complejo y delicado. Cárceles privadas.
Supongamos que somos los gerentes de una empresa estadounidense, una que se dedica a gestionar cárceles. Tenemos que mantener con vida a los reclusos -nutridos, aseados-, asegurarnos de que no escapen, y esas cosas que se hacen en las cárceles. ¿Quién nos paga por ese trabajo? Pues una parte la paga el Estado, pero no es suficiente, así que la otra parte la tenemos que buscar nosotros. Y decidimos que los presos -esos tíos grandes, fuertes y tatuados- además de comer, dormir y pelearse, van a tener que trabajar. Porque, de hecho, están obligados, por ley, a trabajar. Y nosotros, como buenos estadounidenses, cumplimos las leyes.
Entonces montamos, en la cárcel, una fábrica de algo… No sé… De botas. Para que trabajen. Para que paguen su sustento. Para cumplir la ley.
Con las botas conseguiremos no sólo tener a los presos ocupados, sino también una buena cantidad de dinero, dinero que luego invertiremos en mantener la cárcel, en llenarnos los bolsillos -dinerito, dinerito-, y en pagar (poco, lo menos posible) a nuestros forzosos trabajadores.
¿Qué pasará si hacemos unas botas muy buenas, muy bonitas y muy baratas? Pues que todo el mundo querrá comprar unas. Y entonces, nosotros, como buenos empresarios, viendo que allí hay negocio, querremos fabricar más botas, para ganar más dinero.
¿Qué necesitaremos para eso? Obviamente, más presos.
Acabamos de describir un hecho que pasa desapercibido: a muchas empresas les interesa que haya muchos presos, que haya muchas cárceles. Son mano de obra barata.
El trabajo te hará libre…
…se leía en los campos nazis de concentración. Y esto es cierto, hasta cierto punto. Para que una persona se integre en la sociedad, es fundamental que trabaje. Eso le dará seguridad, independencia, satisfacción… Y además, mirado desde un punto de vista social, el preso tiene una deuda con el resto de la sociedad: ha delinquido, ha originado dolor, problemas a los demás; tiene que pagar. Mantenerle gratis no parece una solución muy buena, aunque sea encerrado, porque encerrado, quieto, no repara el daño causado. Y tampoco se integra. Que trabaje.
Pero pensemos en las galeras. Allí, a remar, iban los presidiarios. Cuando uno moría, había que reemplazarlo por otro. Y muchas galeras (léase «muchas botas») es sinónimo de muchos presidiarios.
Sabemos cómo se hacen las cosas (tarde, mal y nunca, que se dice). Y tenemos un dato muy revelador: en Estados Unidos crece constantemente la población de reclusos. ¿Qué pasa? ¿Son más malos que nunca? ¿O podría ser que hubiera más demanda de presos que nunca?
Hospitales
En España llegamos tarde a eso de privatizarlo todo. Aunque hemos empezado con ímpetu, somos todavía novatos. No tenemos cárceles privadas, pero ya nos hemos lanzado con hospitales, colegios y sitios así. En los hospitales, por ejemplo, cuando hayamos aprendido todos los trucos, cuando la sanidad sea por fin privada, cuando esta lógica comercial que venimos describiendo se despliegue en toda su magnitud, sólo nos harán las pruebas médicas que sean rentables para la empresa contratista, no las que sean necesarias. Estaremos ingresados el tiempo justo para que nuestra estancia cause beneficios. Y si pueden ponernos a hacer macramé mientras que estamos en cama, lo harán (¿qué haces ahí tumbado?). El hecho innegable es que, como en las cárceles americanas, los beneficios determinarán el servicio.
El documental
«El negocio de las cárceles» quiere ser tan neutral, su directora se moja tan poco, que termina siendo un alegato a favor de la privatización. Por eso nos hemos centrado en los contras, porque ahora, cuando lo veáis, os daréis cuenta de lo ricos que vamos a ser todos cuando por fin consigamos vender nuestros derechos.
De la familia
¿Qué es la familia? Según la Declaración Universal sobre Derechos Humanos, la familia es “El elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”. Hay leyes que amparan y protegen la familia. Pero nadie se pone de acuerdo en un término que sirva para definir qué es la familia. Porque claro, la familia no se elige. Cuando uno nace, llora. Nos cuentan la milonga de que lloramos porque los pulmones tienen que expandirse. Ya… Lloramos por la incertidumbre de la familia que nos habrá tocado en suerte.
Y así comienza nuestro periplo (en su acepción de “Viaje o recorrido, por lo común con regreso al punto de partida”). Porque de la familia uno nunca puede escapar. Y cada vez es más grande (nuevos miembros). Y te olvidas de cumpleaños. Y te importa un bledo lo que le pase a tu primo de Chiclana de Abajo, porque es un primo lejano. Y es lejano no porque viva a 1000 Km. de ti, es lejano porque ya ni se sabe dónde comienza el parentesco. Pero eso sí, hay una especie de “unión mística”. Un día, alguien decide reunir a todos los miembros de uno de los dos apellidos que nos marcan. Se sienta frente al ordenador y escribe en Google: “personas con apellido Trabuco”. Y el puto Google, le devuelve una lista de 80 personas que tienen ese apellido en primer o segundo lugar. Y en esa lista estás tú. ¿Pero quién me ha puesto en esa lista? ¿Quién le ha dado permiso a Google para incluirme? Y en esa lista, aparece tu nombre (con apellidos, claro), tu dirección, tu número de teléfono…
Y un día, recibes una llamada telefónica de un desconocido que, con voz tintineante, te pregunta si eres Fulanita Trabuco Recortado, que vive en la calle del Suplicio nº 20-3º A de Chungueiros. Y tu mente se dispara y ella – la mente-, sierva siempre, comienza a hacerse preguntas. Tímidamente dices “sí”. Y ya estás perdido. Ahí, en ese triste “sí”, termina tu libertad.
Ontogénesis. Filogénesis. Senescencia. Pero, vamos a ver, ¿de verdad son necesarias tantas discusiones para llegar a la certeza de que la familia es un invento? Pero hay más, mucho más…
Lévi-Strauss (antropólogo francés), fue el fundador de la Antropología estructural. En 1955, publicó “Tristes tópicos”. Una maravillosa obra en la que narraba sus viajes etnográficos a Brasil:
“El conjunto de las costumbres de un pueblo es marcado siempre por un estilo; dichas costumbres forman sistemas. Estoy persuadido de que esos sistemas no existen en número ilimitado y de que las sociedades humanas, como los individuos –en sus sueños, sus juegos o sus delirios- jamás crean de forma absoluta, sino que se limitan a elegir ciertas combinaciones en un repertorio ideal que resultaría posible reconstituir. Si se hiciera el inventario de todas las costumbres observadas, de todas aquellas imaginadas en los mitos así como de las evocadas en los juegos de los niños y de los adultos, de los individuos sanos o enfermos y de las conductas psicopatológicas, se llegaría a una especie de tabla periódica como la de los elementos químicos, donde todas las costumbres reales o simplemente posibles aparecerían agrupadas en familias y donde nos bastaría reconocer aquellas que las sociedades han adoptado efectivamente”.
– Disculpa que te llame a estas horas (eran las once de la noche). Mi nombre es Serapio Nomellames Trabuco.
– Ya… ¿y?
– Pues nada, que somos familia.
– ¿Familia?
– Sí, ¿no te has dado cuenta de que mi segundo apellido es igual que el tuyo?
– Tengo tres vecinos que se apellidan González y no tienen nada que ver entre sí.
– Ya, bueno, pero González es un apellido común, y Trabuco no lo es.
Bueno, ¿qué hago? Llega con su mejor sonrisa, con la mano tendida (en el mejor de los casos, en el peor, dispuesto a darte un beso que llene de babas tu mejilla). Le dejas pasar a tu reino. Toda tu intimidad queda a su disposición. Mira tus fotos, tus libros (que son muchos), tu cuarto de baño. Se sienta en tu sofá y sigue observando todo lo que su vista puede alcanzar.
Comienza el turno de preguntas. Respondes –a regañadientes- a las tres primeras. A la cuarta, le “envías” mensajes subliminales de tu incomodidad. Pero su parte “Nomellames” no está preparada para recibir ese tipo de señales. Se nota su peso genético. Porque claro, si pesara más su parte “Trabuco”, se daría cuenta inmediatamente. Llega la temida “quinta” pregunta, a pesar de estar rezando para que no llegara. Esa pregunta incómoda que no se le hace a nadie que vive solo. Nunca. Jamás. ¿Por qué? Pues porque si vive solo por elección, se añaden muchas más preguntas –y la duda sobre si serás o no homosexual-. Y si vivir solo es el producto de una relación fallida, para qué más… Porque después de los 30, todo se ve envuelto en una especie de halo misterioso. La gente –si son parientes, más-, necesitan saber las razones por las que vives solo.
– Vaya, veo que te gusta leer.
– Pues sí.
– Y qué te gusta leer?
– Pues ya ves…
– Se nota que tienes tiempo para hacerlo. Si tuvieras pareja, no lo tendrías.
– ¿Por qué? ¿Es incompatible?
– ¡No hombre! Simplemente porque hay que hacer más cosas en casa. Y luego está eso de compartir tiempo y aficiones. Porque no tienes pareja, ¿verdad?
La Ontogénesis se refiere a los procesos biológicos desde la fecundación hasta su madurez.
La Filogénesis se ocupa de la evolución de los seres vivos. Es decir, desde la forma de vida más sencilla hasta la aparición del hombre actual.
Y llegamos a la maravillosa palabra “Senescencia”. Si la repites, podrás incluso ver su color y oler su aroma.
Senescencia se refiere a la vejez. Viene del latín senex (viejo). Por eso, en biología, senescencia se refiere a las células que han dejado de proliferarse. Leonard Hayflick (1928), descubrió que las células humanas solo se duplican 52 veces antes de morir. A este proceso se le llama Límite de Hayflick.
De pronto, Serapio se descubre como un experto en tu árbol genealógico. Y cuando tú te has perdido en la segunda generación, él sigue parloteando: “¡¡Mira, aquí estás tú!!”.
– ¿Yo?
Y te rindes ante la evidencia. Y le miras fijamente sin escuchar, pensando que perteneces a un gran clan. Y que -soledad al margen- es bueno sentir que, aunque solo sea para comidas familiares, puedes contar con el clan. Y sientes que el amor se universaliza. Y te da igual lo mucho que se ha escrito sobre las diferentes familias. Al fin y al cabo, es la que te ha tocado.
Hay un documental estupendo titulado “Tierra de mujeres”. En él podéis encontrar una visión distinta a la nuestra del significado “familia”.
Sed felices con la familia que os ha tocado en suerte. Y escoged con cuidado la que creáis…
Demoliciones kármicas
Grupos de ayuda mutua, terapias teosóficas, Yoga, Chi Kung, Ayurvedha y hasta mil disciplinas están de acuerdo. Existe algo, a lo que comúnmente se denomina «Karma», que hace las veces de balanza, una ley universal de retribución por las obras hechas en vida. Creamos o no en la reencarnación, los humanos tenemos algo así como una noción primigenia -instintiva- de lo que está bien o mal. Estaremos de acuerdo en que aquello que construye, aquello que beneficia a los demás tanto como a uno mismo, es positivo, es bueno. En cambio, lo que destruye, lo que perjudica a los demás (aunque con ello se beneficie uno mismo) es negativo, es malo.
La burbuja
Pensaba uno, iluso, hace años, que la famosa burbuja inmobiliaria, al final, traería algo bueno, al menos para el pueblo. Si los constructores, ávidos de riqueza, se ponían a edificar como locos, por lo menos, cuando acabaran, habría pisos para todos. Esto podría incluso redundar en su karma: llevados por la avaricia, sí, pero construyendo. Ay, amigo.
La burbuja estalló y esto fue un «sálvese quien pueda». Los bancos se vieron con suficientes pisos como para desterrar la famosa batería de cocina y cambiarla por apartamentos en Benidorm (eso sí que sería «fresh banking»), pero ningún publicista consiguió convencerlos de ello. Ni siquiera bajaron los precios, qué va. Chulos ellos, potentes y potentados, dijeron «¿no compráis los pisos? Pues no los compréis». Ea.
Y siguen igual. Con miles de pisos inhabitados, vacíos. Algunos nuevos. Algunos sin terminar, expropiados a constructores que quisieron ordeñar la vaca un poco más, a última hora («que sí, que aquí yo hago dos mil pisos y me los quitan de las manos»). El caso es que no los venden ni a tiros, los bancos, porque se niegan a bajarlos de precio. Y como se niegan a bajarlos de precio -y no los venden- están al borde de la bancarrota. Y como los bancos no pueden quebrar -debido no sé a qué ley kármica-, pues los españoles hemos pedido a Europa un crédito de unos cien mil milloncejos para que estos bancos puedan seguir sin bajar el precio de sus pisos. Bien, ¿eh? Fácil.
¿¿Karma??
Y llegamos a la noticia esa. Sí, la de los irlandeses, la que dice que han decidido derruir los pisos que no se venden. Como lo oyen. La Ministra de Vivienda dice que, claro, «como nadie quiere vivir en ellos, lo más práctico es demolerlos». Qué bien pensado. Qué argumento. Demoledor.
Pasaba con la fruta. Si un año venía mucha fresa, y se veía que el precio iba a bajar, pues la tirábamos al mar. Lo importante era mantener el precio. No dar de comer al hambriento. No dar cobijo al indigente, no. Lo importante es mantener el precio.
A ojos de un niño -párvulo, casi inmaculado-, aquellos agricultores que tiraban la comida eran monstruos. De hecho, ver en el mismo informativo a una negra y raquítica mujer, muriendo de hambre bajo el inclemente sol africano, y a un grupo de blancos y orondos agricultores, tirando toneladas de fresas al mar, era motivo suficiente como para despreciar al conjunto de la especie humana (¿al conjunto?). Pero eso era años atrás, sí, cuando éramos niños. Ahora, de adultos, comprendemos que lo importante es mantener el precio, hombre no, faltaría más. Y si no tienes dinero para comprar un piso, pues a la (p***) calle.
Monstruos, por lo menos.
Pero nos queda el Chi Kung, hombre. Tenemos el karma (menos mal que somos budistas). Y si no, que se lo digan a Jorge Cordero, que lleva más de dos meses en huelga de hambre en la Plaza de la Escandalera de Oviedo, asceta él. O a ese 21 por ciento de la población española -y creciendo- que vive en riesgo de pobreza, con un techo de uralita que cualquier día miras y no está. Si no fuera por nuestra confianza en un Orden superior que -antes o después- pone a cada cual en su sitio, estaríamos tentados de demoler -esta vez sí, con razón- la casa de la propia ministra irlandesa.
¿Cómo se puede tener la desvergüenza de decir que la gente «no quiere» los pisos? ¿Que si los regalan los rechazamos acaso? ¿Cómo un Estado -«la Verde Erín», por cierto- que proclama el Derecho Universal a una vivienda digna, puede permitirse siquiera tontear con esa idea?
España es la próxima, eso está claro: el karma nos la trae al pairo. Aunque el Censo de 2011 aún no está acabado, un avance de los datos dice que tenemos entre cinco y seis millones de viviendas vacías. Y recordemos que no cuentan las «segundas viviendas». Cinco millones de casas sin habitar: va a hacer falta una fuerte inversión para derruirlas. Y se pregunta uno, ya no tan niño, ya no tan iluso, nada inmaculado… ¿convocarán ayudas europeas para la demolición? ¿Las sacarán a concurso?