No hay bien que por mal no venga
¿O era al revés? Bueno, el caso es que el bien y el mal parecen estar estrechamente unidos, de modo que lo que a mí me perjudica bien puede beneficiar a otro y viceversa.
Grant Thornton es una organización multinacional que surge en Chicago allá por el año 1924 y que, tras sucesivas fusiones, establece su sede principal en Londres. Según su página web, tiene presencia en 113 países, con un total de 521 oficinas (diez en España) que dan trabajo a más de 30.000 personas. Su negocio es, básicamente, la auditoría, el asesoramiento y el apoyo [financiero] a empresas emergentes.
Grant Thornton publicaba recientemente el vídeo que abre la página. Se trata de una animación «stop motion» -muy entrañable por tanto- en la que, por boca de un teórico español -perfecto angloparlante por cierto- se enumeran algunas de las magníficas oportunidades de negocio que hoy hay en España, a pesar de la crisis y también -esto no se dice, pero se indica- gracias a ella. Telefónica, Indra, Repsol, encarnan en este vídeo el saber hacer español, el poder de nuestra patria, nuestra grandeza. Ellas (estas grandes empresas) son los héroes de nuestro tiempo, los que demuestran que se puede crecer y medrar hasta en las condiciones más adversas.
Frivolidad
El mensaje es por eso de una frivolidad que asusta. Decirle a un pensionista, el cual vive con 500 euros al mes y tiene que pagar parte de sus medicamentos, o a un parado, o a un desahuciado, o a un estafado por las preferentes, que la crisis trae magníficas ventajas y oportunidades y que sólo es cuestión de ver el vaso medio lleno, en lugar de verlo medio vacío, es la definición de la desfachatez. Del mismo modo, encumbrar a empresas multinacionales que evidentemente se están lucrando gracias a la pérdida de derechos sociales de los ciudadanos, a la reforma laboral, a los expedientes de regulación de empleo, es una falacia de tomo y lomo. Y sin entrar en muchos detalles -porque igual que no se debe encumbrarlas, tampoco se debe demonizarlas-, diremos que Repsol, por ejemplo, no es tan española como se dice, ni contribuye a las arcas españolas como debiera, y que Indra obtiene buena parte de sus beneficios de la venta de armamento a países del Medio Oriente.
Correr delante de los toros
Pero como, según el vídeo, los españoles corremos delante de los toros por diversión y tenemos lo que hay que tener, no debemos quejarnos o lamentarnos, sino aprender a mirar las cosas desde otro punto de vista, imitar a esos héroes que triunfan en el extranjero y dejarnos de manifestaciones o huelgas -o lloriqueos-, como la de ayer. Porque si nos manifestamos o nos quejamos seremos los culpables de nuestra propia miseria, por no haber sabido mirar la brillante realidad y el esperanzador futuro que ante nosotros se cierne.
Optimismo e ingenuidad
Y así, un vídeo que parece inocente, ingenuo, que aparentemente pretende insuflar en la población española una buena dosis de optimismo, se convierte en el mal en estado puro.
No es que no seamos optimistas, no, es que no nos harán comulgar con ruedas de molino.
#sisepuede
El astillero
Dicen que las neuronas espejo son las responsables de nuestros sentimientos de empatía. Cuando vemos a alguien sufrir, por ejemplo, y sentimos su dolor como propio, las culpables son estas neuronas, que nos hacen creer que el dolor es en realidad propio. Claro que no todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de empatía.
Imaginemos que somos los propietarios de una peluquería (hagamos ese pequeño ejercicio de empatía). Tenemos un local, el equipamiento necesario y contrato con cuatro empleados que trabajan bien. La peluquería da mucho trabajo, dinero para que vivamos todos, pero no para hacernos ricos. Imaginemos que, cierto día, viene alguien que quiere comprar el local y nos ofrece mucho más de lo que en su día pagamos por él. Este inversor ha encontrado petróleo en el subsuelo y está dispuesto a desembolsar una cantidad astronómica. Nosotros echamos cuentas y vemos que, si aceptáramos, no necesitaríamos trabajar más, durante el resto de nuestra vida, viviríamos holgadamente y podríamos pagar a los empleados no sólo la indemnización legal por cierre de negocio, sino una buena cantidad, para que tengan un «colchón» mientras que encuentran otro empleo.
¿Quién no vendería?
Ahora imaginemos que, en lugar de los propietarios, somos trabajadores en esa peluquería. Los propietarios anuncian que van a cerrarla, porque han encontrado otro modo de rentabilizar ese suelo, o por la causa que sea. Lo cierto es que, en un breve plazo, nosotros, empleados, estaremos sin empleo. Perder el empleo es una tragedia, todo el mundo lo sabe. Hay muchas facturas que pagar, personas dependientes de uno… Una tragedia.
¿Qué haríamos?
La mayoría de nosotros, seguramente, buscar otro empleo y cuanto antes, mejor. La indemnización y el subsidio por desempleo se acaban más pronto que tarde y hay que reaccionar. Otros, en cambio, la emprenderían contra el empresario, contra el dueño de la peluquería. Romperían el mobiliario, armarían mucho ruido, cortarían calles y tirarían piedras. Pero, al final, perderían igualmente su empleo, porque el empresario no está obligado a mantener la peluquería, es decir, es libre de cerrarla.
En el año 2007 salía a la luz el documental titulado «El astillero: disculpen las molestias», dirigido por Alejandro Zapico. Según publica una de las empresas productoras, Piraván, es «la historia de unos hombres que no se han quedado solos en la lucha por la supervivencia y la justicia», «que se han visto obligados a salir a la calle para defender sus puestos de trabajo».
«El astillero…» cuenta la historia de trabajadores de Naval Gijón que, a lo largo de siete años (de 2000 a 2007), luchan por mantener su puesto de trabajo en una empresa abocada al cierre (cierre que se produciría dos años después, en 2009). La película documenta profusamente las asambleas, manifestaciones y revueltas. Asimismo, entrevista a algunos de los trabajadores más jóvenes, al fotoperiodista Javier Bauluz -dueño de Piraván y por tanto productor del documental- y al director de cine Fernando León de Aranoa, que inspiró su célebre «Los lunes al sol» en estos mismos hechos.
El Periodismo, en su particular «lucha por la justicia», ha establecido sus propias reglas. Están escritas en diversos códigos éticos y en leyes que se estudian en la Universidad. El derecho a réplica es una de estas reglas (ver páginas 114 y ss.). Básicamente, consiste en proporcionar -durante la cobertura de un conflicto- la posibilidad de expresarse a todas las partes implicadas.
En «El astillero…» no se entrevista a ningún portavoz de Naval Gijón. Tampoco a nadie del Gobierno del Principado de Asturias, del Ayuntamiento de Gijón, a jueces, o a portavoces de la Policía Nacional. La película se centra casi exclusivamente en las declaraciones de estos trabajadores y muy especialmente en las de los partidarios de las revueltas. Es, por tanto, una cobertura parcial del conflicto, sesgada.
Por su parte, la música festiva que acompaña a las imágenes de trabajadores encapuchados lanzando piedras contra la policía, rompiendo el mobiliario urbano, o quemando neumáticos en mitad de la calle, deja entrever que el director de «El Astillero…» no se limita a documentar, sino que también celebra estos actos violentos.
Por todo lo anterior, «El astillero…» se parece mucho más a una soflama que a una pieza informativa. Es «apología de la pedrada».
La violencia es, en sí misma, reprobable; cuando la ejerce el poder político, o cuando la ejerce un grupo de ciudadanos. El sufrimiento de los trabajadores de esa hipotética peluquería con la que comenzábamos no les legitima para ser violentos. La huelga, la reivindicación, la manifestación de las propias ideas, son derechos. La agresión es un delito.
Los periodistas deberían conocer bien estos límites y no ensalzar la violencia, es su responsabilidad. Muchos conocemos la frontera y la respetamos, y la prueba está en que cerca de 1000 personas ven hoy peligrar sus puestos de trabajo, en la Televisión del Principado de Asturias: las manifestaciones se suceden, las huelgas se secundan, pero nadie atenta contra la policía, o contra Álvarez Cascos. Muy al contrario, los periodistas de TPA siguen pidiendo entrevistar a un presidente que, unilateralmente -sin hacer caso a sus propias neuronas espejo- se niega a desembolsar los salarios que éstos necesitan para vivir.
Y es que no todos los seres humanos -ya se ha dicho- tenemos la misma capacidad de empatía.
Ficha técnicaDicen que las neuronas espejo son las responsables de nuestros sentimientos de empatía. Cuando vemos a alguien sufrir, por ejemplo, y sentimos su dolor como propio, las culpables son estas neuronas, que nos hacen creer que el dolor es en realidad propio. Claro que no todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de empatía.
Imaginemos que somos los propietarios de una peluquería (hagamos ese pequeño ejercicio de empatía). Tenemos un local, el equipamiento necesario y contrato con cuatro empleados que trabajan bien. La peluquería da mucho trabajo, dinero para que vivamos todos, pero no para hacernos ricos. Imaginemos que, cierto día, viene alguien que quiere comprar el local y nos ofrece mucho más de lo que en su día pagamos por él. Este inversor ha encontrado petróleo en el subsuelo y está dispuesto a desembolsar una cantidad astronómica. Nosotros echamos cuentas y vemos que, si aceptáramos, no necesitaríamos trabajar más, durante el resto de nuestra vida, viviríamos holgadamente y podríamos pagar a los empleados no sólo la indemnización legal por cierre de negocio, sino una buena cantidad, para que tengan un «colchón» mientras que encuentran otro empleo.
¿Quién no vendería?
Ahora imaginemos que, en lugar de los propietarios, somos trabajadores en esa peluquería. Los propietarios anuncian que van a cerrarla, porque han encontrado otro modo de rentabilizar ese suelo, o por la causa que sea. Lo cierto es que, en un breve plazo, nosotros, empleados, estaremos sin empleo. Perder el empleo es una tragedia, todo el mundo lo sabe. Hay muchas facturas que pagar, personas dependientes de uno… Una tragedia.
¿Qué haríamos?
La mayoría de nosotros, seguramente, buscar otro empleo y cuanto antes, mejor. La indemnización y el subsidio por desempleo se acaban más pronto que tarde y hay que reaccionar. Otros, en cambio, la emprenderían contra el empresario, contra el dueño de la peluquería. Romperían el mobiliario, armarían mucho ruido, cortarían calles y tirarían piedras. Pero, al final, perderían igualmente su empleo, porque el empresario no está obligado a mantener la peluquería, es decir, es libre de cerrarla.
En el año 2007 salía a la luz el documental titulado «El astillero: disculpen las molestias», dirigido por Alejandro Zapico. Según publica una de las empresas productoras, Piraván, es «la historia de unos hombres que no se han quedado solos en la lucha por la supervivencia y la justicia», «que se han visto obligados a salir a la calle para defender sus puestos de trabajo».
«El astillero…» cuenta la historia de trabajadores de Naval Gijón que, a lo largo de siete años (de 2000 a 2007), luchan por mantener su puesto de trabajo en una empresa abocada al cierre (cierre que se produciría dos años después, en 2009). La película documenta profusamente las asambleas, manifestaciones y revueltas. Asimismo, entrevista a algunos de los trabajadores más jóvenes, al fotoperiodista Javier Bauluz -dueño de Piraván y por tanto productor del documental- y al director de cine Fernando León de Aranoa, que inspiró su célebre «Los lunes al sol» en estos mismos hechos.
El Periodismo, en su particular «lucha por la justicia», ha establecido sus propias reglas. Están escritas en diversos códigos éticos y en leyes que se estudian en la Universidad. El derecho a réplica es una de estas reglas. Básicamente, consiste en proporcionar -durante la cobertura de un conflicto- la posibilidad de expresarse a todas las partes implicadas.
En «El astillero…» no se entrevista a ningún portavoz de Naval Gijón. Tampoco a nadie del Gobierno del Principado de Asturias, del Ayuntamiento de Gijón, a jueces, o a portavoces de la Policía Nacional. La película se centra casi exclusivamente en las declaraciones de estos trabajadores y muy especialmente en las de los partidarios de las revueltas. Es, por tanto, una cobertura parcial del conflicto, sesgada.
Por su parte, la música festiva que acompaña a las imágenes de trabajadores encapuchados lanzando piedras contra la policía, rompiendo el mobiliario urbano, o quemando neumáticos en mitad de la calle, deja entrever que el director de «El Astillero…» no se limita a documentar, sino que también celebra estos actos violentos.
Por todo lo anterior, «El astillero…» se parece mucho más a una soflama que a una pieza informativa. Es «apología de la pedrada».
La violencia es, en sí misma, reprobable; cuando la ejerce el poder político, o cuando la ejerce un grupo de ciudadanos. El sufrimiento de los trabajadores de esa hipotética peluquería con la que comenzábamos no les legitima para ser violentos. La huelga, la reivindicación, la manifestación de las propias ideas, son derechos. La agresión es un delito.
Los periodistas deberían conocer bien estos límites y no ensalzar la violencia, es su responsabilidad. Muchos conocemos la frontera y la respetamos, y la prueba está en que cerca de 1000 personas ven hoy peligrar sus puestos de trabajo, en la Televisión del Principado de Asturias: las manifestaciones se suceden, las huelgas se secundan, pero nadie atenta contra la policía, o contra Álvarez Cascos. Muy al contrario, los periodistas de TPA siguen pidiendo entrevistar a un presidente que, unilateralmente -sin hacer caso a sus propias neuronas espejo- se niega a desembolsar los salarios que éstos necesitan para vivir.
Y es que no todos los seres humanos -ya se ha dicho- tenemos la misma capacidad de empatía.