De la guerra

Todo apunta a que estamos en guerra y es que no hay dos sin tres.

Hoy os traemos un documental que arroja algo de luz sobre el fenómeno de la guerra en Oriente Medio y más concretamente, sobre la situación en Pakistán. Se trata de «El padrino del terror», dirigido por Ghafoor Zamani, un periodista independiente radicado en Alemania y especializado en temas relacionados con el Magreb.

El documental se rueda cinco años atrás, por lo que no hay referencia en él al denominado «Estado Islámico» pero, a través de las sucesivas entrevistas que Zamani mantiene con distintos agentes sociales, consigue ofrecer una valiosa panorámica sobre la cultura de la «Guerra Santa», germen de lo que ahora sucede, por ejemplo, en territorio francés.

Hay una declaración en la película que sorprende especialmente y no proviene precisamente de ningún líder militar, sino de un simple taxista. Al saber que nuestro periodista proviene de Alemania, este taxista no duda en alabar la política alemana con respecto a los judíos: la política de Hitler. Es decir que, para un sector de la población paquistaní, Hitler actuó correctamente al enviar a cientos de miles de personas a la cámara de gas.

El rodaje del documental se desarrolla además en un ambiente opresivo, propio de una película de espionaje. De hecho, uno de los colaboradores de Zamani muere asesinado al día siguiente de encontrarse con él.

La película estará disponible en la web de Televisión Española hasta el 25 de enero. Os recomendamos también que os acerquéis a la obra de este comprometido director quien, entre otros, ha dirigido el documental titulado «Fortaleza Europa: un continente cierra sus fronteras». Cercano, ¿no?

Ver documental (mientras esté disponible en la web de RTVE)

Web oficial Infinito Films

La envolvente

Imaginad una lechuga. Una lechuga es comida sana, ¿no? Pues no, no necesariamente.

En general, los españoles de a pie no sabemos mucho acerca de los llamados «alimentos transgénicos», y curiosamente es un tema que nos afecta de lleno. A ciencia cierta, pocos de nosotros podríamos afirmar si estamos comiendo -o no- transgénicos, si los transgénicos son tan buenos -o tan malos- como aseguran, o si esas cosas aquí, en España, no suceden.

El documental que hoy os traemos habla de todo ello. Dirigido en 2008 por la periodista francesa Marie-Monique Robin, «El mundo según Monsanto» arroja una mirada independiente sobre el fenómeno. Y ofrece varias conclusiones inquietantes, avaladas por científicos de primer nivel. Pero antes de adentrarnos en ellas, permitidnos un pequeño excursus.

La envolvente

Seguro que conocéis la expresión «Me han hecho la trece catorce». Se utiliza cuando alguien, premeditada y alevosamente, te ha timado. En nuestro barrio, como somos muy creativos -y muy macarras-, hicimos evolucionar esta expresión y la convertimos en la enfatizada «Me han hecho la trece catorce envolvente». Y es que nos parecía que hay timos del tipo «trece catorce» (timos que, si eres listo, los ves venir), y otros del tipo «trece catorce envolvente» (que son timos que hasta el mejor entrenado se comería con patatas). Como veis, de ahí a «me han hecho la envolvente» hay un paso muy corto.

Fin del excursus.

El «timo» que denuncia Marie-Monique Robin es sin duda del tipo envolvente. Consiste, básicamente, en crear un veneno que aniquile cualquier forma de vida vegetal y luego crear un vegetal -una lechuga, por ejemplo- resistente a ese veneno. Ya está. Vendemos las semillas y el veneno a los agricultores -para que fumiguen- y hacemos negocio con ello.

¿Pero dónde está el timo? Pues por todas partes (y de ahí su carácter envolvente). Veréis.

En  primer lugar, pensad en el veneno. Si mata cualquier vegetal (excepto a nuestra lechuga), la cosa tiene que ser fuerte. Pues sí. Según Robin, la clave está en el Policloruro de Bifenilo (PCB), uno de los doce contaminantes más nocivos fabricados por el ser humano. Y eso no lo dice Robin, lo dice la ONU. Este veneno, aparte de poner en peligro a los consumidores de esas «lechugas» rociadas, destruye el terreno, lo contamina, de manera que en adelante ahí sólo se podrá plantar cultivos resistentes al PCB.

En segundo lugar, pensad en la lechuga. Resulta que, para cambiar su genética (y hacerla resistente al veneno), tenemos que someterla a un proceso que afecta a sus células. Y no son pocas las voces de científicos que aseguran que ese proceso, esa técnica, da lugar a «lechugas» potencialmente cancerígenas (por seguir con el ejemplo).

En tercer lugar, pensad en la reproducción natural de las plantas. Si mi vecino siembra su campo con lechugas transgénicas, el próximo año mi campo estará lleno de ellas. Qué se le va a hacer, así se reproducen las plantas. Pero claro, esas lechugas transgénicas, esas semillas que vuelan hasta mi campo y allí arraigan, están patentadas. Así que, si viene la policía e identifica lechugas de ese tipo en mis terrenos, me denunciará -y multará- por delito contra la propiedad industrial. ¡Buena!

No ahondaremos mucho más en los tejemanejes que denuncia el documental (ausencia de controles sanitarios, silenciamiento de estudios científicos, presiones de todo tipo…), porque merece la pena que lo veáis. Pero con esto basta para hacerse una idea de la problemática a la que nos enfrentamos.

Arias Cañete, Monsanto, Greenpeace y la manifestación de mañana

Según un estudio del Ministerio de Agricultura divulgado por Greenpeace, en 2013, en España, se han sembrado 138.543 hectáreas con alimentos transgénicos. Esto supone un 19 por ciento más que en 2012 y consolida a nuestro país como líder europeo en este tipo de cultivo. Arias Cañete, Ministro de Agricultura, se ha negado a revelar la ubicación de estos campos, por miedo a represalias.

En Estados Unidos, en marzo de este año, se aprobó una ley que blindaba a los productores de transgénicos, exculpándolos de responsabilidades derivadas de su cultivo. Hace 15 días, el Senado estadounidense retiró la enmienda, probablemente por la presión internacional recibida.

Mañana, 12 de octubre, tendrán lugar protestas en todo el mundo contra Monsanto, principal productor mundial de semillas transgénicas. Porque los experimentos -en nuestro barrio lo sabemos bien- se hacen con gaseosa.

Ver documental en Youtube

Bunbury, Iker, el periodismo y la verdad

«De todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios, decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza». (Jaime Gil de Biedma, «Apología y petición», 1961)

Hace no tanto, los políticos españoles sentían eso a lo que se conoce como «vergüenza torera»: si hacían mal su trabajo, o si simplemente perdían la confianza del electorado, dimitían, en el acto, con gran deshonra para ellos y sus familiares.

Últimamente, son tantos los escándalos aireados, tantísima la corrupción en España, que el honor ha pasado a un segundo plano. Agarrados con uñas y dientes al establishment, se habla de 300 políticos españoles imputados judicialmente, una circunstancia que, al parecer, en el parlamento valenciano afecta ya al 20% de los diputados.

Plano por arriba

Con este panorama, el pueblo ha perdido su capacidad de asombro. Ya a nadie sorprende que un alcalde haya robado, que un ministro trafique con influencias, o que se destape una estafa como la de las preferentes, la cual endeuda al país para la próxima década e involucra a lo más granado de la élite político-financiera. Esto es como un concierto de Metal del duro, en el que todo resulta tan extremo, tan brutal y descarnado, que ninguna nota -ningún grito- destaca por encima de las demás: es un estado de shock, plano por arriba.

El goteo

Y los medios de comunicación no cejan en ese incesante goteo de hechos luctuosos. Los informativos han incorporado la corrupción a la parrilla como uno de sus temas de agenda (¿hoy quién roba?), y lo tratan de manera anecdótica, casi igual que al hablar de la «vuelta al cole» en septiembre, o de la «operación salida» en julio. Es una escalada peligrosa, naturalizar la corrupción, porque supone una modificación de las reglas del juego e implica que todos acabemos practicándola. Como en Méjico, donde la «mordida» es casi una institución.

El contexto

Los periodistas debemos contextualizar la información, para que el lector pueda entender los hechos sucedidos. Que un avión aterrice en el aeropuerto de Castellón, por ejemplo, quizás no sea una noticia, a menos que conozcamos el contexto en el que se produce este hecho. De igual manera, no puede entenderse el porqué de un caso de corrupción, si no profundizamos en el análisis del sistema político y económico, pero aquí hemos tocado en hueso.

Lo cierto es que pocos medios de comunicación se atreven a ahondar tanto, precisamente porque ellos forman parte de este sistema político y económico y tienen mucho que perder. Y así, el deseable y necesario periodismo de análisis -que, cuando se hace bien, es incontestable- se ve sustituido por un sensacionalismo lagrimero y por ese periodismo de declaraciones y opiniones cruzadas que, lejos de aportar luz, oscurece todo lo que toca.

La conspiración

Llegados a este punto de la Historia, deberíamos ir aceptando que la conspiración, la gran conspiración, existe, es una realidad. El poder económico, concentrado en poquísimas manos, dispone a su antojo de los otros tres poderes, y el mundo entero se convierte así en un tablero donde las fichas somos nosotros y a los jugadores ni se les ve.

Cuando, por una razón o por otra, interesa la guerra, se produce la guerra. Y si conviene la paz, se fabrica la paz. Dominado por los mantras y eslóganes omnipresentes, el individuo actúa exactamente como estaba previsto, de acuerdo a un marco de referentes construido y controlado científicamente, por expertos que luego dan conferencias y obtienen nuestro aplauso.

La resistencia

Pero donde hay imperio, hay resistencia, y más en el mundo de Internet, de manera que las voces que denuncian ese mamoneo, las personas que lo investigan y los valientes que lo combaten, son cada vez más.* Y muchos tienen poco peso, pero otros no. Como Bunbury. O como Iker Jiménez.

Hoy por hoy, Bunbury es nuestra figura más internacional. Ni los actores más celebrados -«Pe», Bardem…-, ni los futbolistas, esos héroes efímeros, pueden hacerle sombra. Bunbury arrasa dondequiera que va, y sus palabras son tenidas en cuenta por gentes de toda edad y condición. Si Bunbury dice «¡despierta!», esa noche no se duerme.

Y otro tanto para Iker. Millones y millones de almas hispanohablantes le conocen y le quieren. Sus crónicas y reportajes se han convertido en el paradigma del «periodismo del misterio», y hay que descubrirse ante él, por lo que está consiguiendo.

El misterio

¿Pero qué está consiguiendo? Pues, precisamente, hablar de lo que nadie habla: de los conspiradores, de esas nuevas fuentes de energía que acabarían con el hambre y con las guerras del petróleo, de los robots que controlan los mercados bursátiles, de la vulneración de nuestra intimidad por parte de organismos públicos, de Wikileaks, de Anonymous, de las drogas, las mafias, de Fukushima y de lo que haga falta. Iker habla de lo que de verdad está pasando en el mundo, por rocambolesco que parezca, y su visión, aunque siempre marcada de una incertidumbre -que es a la vez su mayor fortaleza y su más terrible flaqueza-, adquiere más valor que la de tanto experto y la de tanto tertuliano apoltronado.

Bien mirado, es lo que hiciera Larra un par de siglos atrás: saltarse la censura.

Despertar

Esta semana salía a la luz «Despierta», el último videoclip de Bunbury. En él, se hace una referencia más que directa a todo este problema: el propio Enrique revienta una televisión con Rajoy en pantalla. Y el propio Iker nos invita a despertar.

Ver videoclip «Despierta»

Leer «Bunbury, fuerza de la Naturaleza» en dokult TV

Ver documental «Las venas abiertas»

*Cuidado con las guerrillas, son fáciles de controlar. La piedra no es el camino, el símbolo sí.

Te lo digo cantando

Un tipo vestido de romano, de pies a cabeza, con su pilum y todo; otro disfrazado de soldado nazi; alguien que representa a Galileo en sus tribulaciones, a Newton bajo el árbol, a Tesla electrificado. Un mafioso durante la ley seca…

Últimamente, se han puesto de moda los documentales que lo «reconstruyen» todo: barcos, estatuas, edificios, trincheras, lo que sea. Documentales basados en un extenso elenco de actores y en efectos especiales, que recrean situaciones históricas (con mayor o menor fortuna) y que hacen más difusa aún la frontera entre la ficción y la no ficción.

El documental, ese género informativo

¿Qué es lo más importante en un documental? ¿Que nos divierta? ¿O que nos informe?

Para la diversión pura, para el entretenimiento, podría decirse que ya existen otros géneros audiovisuales: desde la «peli de tiros», hasta el musical, pasando por todos esos programitas narcóticos que nadie ve y que todos conocemos. Pero el documental es otra cosa, ¿no?

El documental es ante todo un género informativo, y esta invasión de peliculitas autodenominadas «documentales» no hace sino desvirtuarlo. Su territorio no es el del attrezzo y la tramoya, sino el de la entrevista en la calle. Sus protagonistas no aprenden guiones de memoria, sino que aportan un punto de vista personal, informado, relevante, sobre un hecho que merece ser contado. Y si hay que elegir la foto fea, se elige la foto fea.

Hacer evolucionar el documental por un territorio que no le es propio (sino que corresponde a empresas de casting, a grandes estudios, etc) es un modo de despojar al ciudadano -otra vez más- de la palabra y del conocimiento. Los canales que sólo emiten esa clase de documentales, lejos de informar, están desinformando a la población, apoltronándola, ofreciéndole un señuelo, una versión conveniente de la Historia, y lo que es peor, le están inculcando la idea de que «ver es comprender».

La revancha

Pero, como sucede en la guerra de guerrillas, cuando el Imperio toma una plaza, la Resistencia toma un fortín, y así es como el documental (la «no ficción»), en su revancha, se ha colado en los lugares menos esperados: las series.

Las series de televisión, todos lo sabemos, por lo general son hiperbólicas, lo exageran todo. Pero en esa exageración, a menudo reside la verdad de las cosas. Como con Aaron Sorkin.

Él es un cineasta estadounidense, famoso por haber escrito el guión de «Algunos hombres buenos», adaptado el de «La red social» y sobre todo, por haber creado la serie titulada «El ala oeste de la Casa Blanca». Su último trabajo se llama «Newsroom». Ambientada en la redacción de informativos de una importante cadena de televisión, la serie explora el mundo de los medios de comunicación de masas. En su desarrollo -crítico, ácido, pero bienintencionado- «Newsroom» ofrece pautas para los periodistas del siglo XXI, tan marcados por la tecnología y tan condicionados por el capitalismo. Sus personajes -como no podría ser de otra manera- son defensores a ultranza de la libertad de información y de la democracia.

Informar

Lo sabemos bien: los informativos de las grandes televisiones apenas informan. Son tantos los intereses creados, tantas las presiones, tan escaso el margen de maniobra y tan dura la resistencia, que los periodistas acaban por apoltronarse y seguir el juego a políticos y poderosos. La independencia es un mito, la objetividad, otro, y rellenar la escaleta se convierte en el único objetivo de unos profesionales que bien podrían -si se lo permitieran- ayudar a la población a comprender por qué sucede lo que sucede. Para eso, haría falta poner en contexto las noticias y que los informativos dejaran de ser esos capciosos desmemoriados que son, pero no vamos a hilar tan fino.

Lo curioso del caso es que Sorkin, desde una serie de televisión massmediática, desde la ficción, consigue contextualizar lo que está sucediendo hoy en el mundo mejor que cualquier informativo que se emita hoy en el mundo (y mejor que muchos documentales). Habla de Egipto y del ascenso de la democracia. Habla del Tea Party y del fundamentalismo descerebrado. Habla de Fukushima y del oscurantismo que envuelve a la energía nuclear. De la gran estafa global, del «techo de deuda»… Y habla de todo ello desde la razón, desde el sentido común, con contundencia.

Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Juan 8:32)

Y al final, ganamos. Los que queremos que el periodismo sea libre, ganamos. Los que aborrecemos la media verdad torticera, ganamos. Los que defendemos el derecho del ciudadano a estar informado, ganamos. Y los que amamos la verdad desnuda, ganamos.

Porque sí, nuestros enemigos (quienes se oponen a todo ello) habrán tomado los informativos, es verdad, son suyos. Habrán tomado los canales de documentales, cierto, casi todos. Habrán encarcelado a colaboradores de Wikileaks, sí. Habrán establecido un sistema de espionaje mundial, qué duda cabe. Pero al final, por poderosos que sean, por mucho que quieran ocultar la verdad, nosotros ganamos. Porque, cuando tengo razón, te lo digo a las claras. Y si no puedo, te lo digo cantando.

Ver secuencia de Newsroom

Ver promo de Black Mirror

La prensa se levanta

Reproducimos la convocatoria de la Asociación de la Prensa de Oviedo para el próximo día 3 de mayo.

Asociacion de prensa de Oviedo
Estimado compañero/a,
En Junta Directiva hemos decidido conmemorar el 3 de mayo, Día Internacional de la Libertad de Expresión, con una concentración en la Plaza de la Escandalera de Oviedo, a las 12:00 horas, para denunciar, una vez más, el constante aumento del paro en la profesión, que en Asturias ya alcanza el cuarenta por ciento, la precariedad laboral, la amenaza permanente de las regulaciones de empleo y el ninguneo a nuestro oficio de los políticos con convocatorias de ruedas de prensa sin derecho a preguntar, las declaraciones enlatadas, los bloques electorales, las comparecencias a puerta cerrada, los vetos, las presiones y las querellas.
Nunca en democracia se habían dedicado a poner tantas barreras al trabajo de los periodistas para acabar con la libertad de expresión y de información.
En la concentración denunciaremos a través de un comunicado la situación del sector y, a continuación, Javier Bauluz leerá el manifiesto de la Libertad de Expresión.
Creo que hay motivos suficientes para acudir a la concentración, porque sólo unidos podremos salir del atolladero al que los poderes quieren llevar a los periodistas y a los medios de comunicación.
Espero contar con tu presencia.
José Antonio Bron

Presidente de la Asociación de la Prensa

Ganado

No mugimos. No balamos. No cacareamos. Y sin embargo, se nos trata como si fuéramos ganado. ¿O no tenéis esa sensación?

El sistema y el ‘antisistema’

Con frecuencia se habla del «antisistema» para referirse a un tipo de individuo que protesta por todo. Se le caricaturiza como a alguien desaseado, encapuchado, a menudo violento y siempre corto de entendederas. Se dice de él que quiere la revolución por la revolución, sin haberse planteado qué cosas es posible o es necesario cambiar, sin saber en realidad cómo o cuál es el sistema al que se opone.

Esta visión, estereotípica, es exagerada, como siempre ocurre con los estereotipos. Pero esta visión -desde la exageración y por tanto desde la caricatura- hace referencia a verdades, a realidades concretas, a individuos, que desgraciadamente actúan sin criterio, sin principios (más allá de manidas consignas) y sin propuesta de mejora.

Conviene, no obstante, que reflexionemos un poco acerca de eso a lo que llamamos «sistema». En primer lugar, porque existe. Y en segundo lugar, porque nos afecta a todos. Así, después de la reflexión, estaremos en condiciones de juzgar lo correcto o incorrecto -adecuado o inadecuado- de las diversas conductas «antisistema».

Bertalanffy

Fue un filósofo austriaco que vivió entre 1901 y 1972. Él fue quien formuló esa brillante «Teoría General de Sistemas». En ella decía (a muy grandes rasgos) que todo podía ser analizado como «sistema». Y que todos los sistemas, por muy alejados que nos parezcan entre sí, tienen cosas en común, por el mero hecho de ser sistemas. Por ejemplo, los organismos vivos y los sistemas informáticos. Entropía, entalpía, o negentropía son algunas de las categorías que se barajan en el enfoque sistémico.

Pero no nos liemos con metateorías. Lo importante de todo esto es que reconozcamos que podemos descomponer la realidad en sistemas y subsistemas y que por tanto, hablar del «sistema» cuando nos referimos a la economía internacional, o a las culturas de un país, no es ninguna tontería. De hecho, es algo bastante inteligente y acertado.

Lo que no es acertado es considerarse «antisistema». Porque inevitablemente estamos incluidos en múltiples sistemas. Podemos intentar modificar el sistema, hacerlo evolucionar, reformarlo, mejorarlo. Pero ser anti-sistema es ridículo. Es como si un pulmón se declarara «anti-sistema respiratorio»: una necedad. Lo que sí puede hacer el pulmón es enfermar, con lo que pondría en peligro no sólo al sistema respiratorio del que forma parte, sino también al organismo al que alimenta (y del que depende).

Sistemas económicos

Y llegamos a la parte más polémica del asunto: los agentes. Porque ¿quién controla los sistemas? La respuesta no es sencilla, ya que todos los componentes de un sistema intervienen en su funcionamiento, en mayor o menor medida, de una manera o de otra. Y las relaciones entre estos «agentes» no siempre son solidarias, sino que en ellas se da con frecuencia el conflicto.

Además, resulta que, como en los rebaños, los agentes mayoritarios a menudo no son los más poderosos. Es el ganadero quien alimenta -o no- a las reses, quien las guarda cuando llueve, quien las sacrifica a conveniencia. Las vacas no deciden, por muchas que sean. Y cambiar este orden, esta relación de poder es, si no imposible, sí muy difícil. Para las vacas. Porque el ganadero tiene una posición preponderante en el sistema. Y su trabajo es mantener esa posición.

En los sistemas económicos sucede lo mismo. Ciertos agentes -minoritarios- dominan su funcionamiento (no absoluta, pero sí relativamente) y están ocupados en seguir dominándolo: harán todo lo posible por que así sea. Y los agentes mayoritarios, menos poderosos, podrán dialogar, revolverse, escalar, pero el ganadero seguirá controlando el sistema; tiene los medios para ello.

Sistemas axiológicos

Y luego están los axiomas o principios. La moral. Las culturas. Son realidades intangibles, pero realidades; y como tales, también pueden ser analizadas en tanto que sistemas. Por ejemplo, las leyes, los sistemas legales. Son una serie de principios y normas basados en la moral -e intereses- de cierto grupo de individuos. Son sistemas de significación.

Pero ¿quién controla los sistemas de valores? ¿Qué agentes son más poderosos en ellos? Otra pregunta delicada.

Dirán que los valores de un individuo, su moral, es cosa suya. Que nadie puede modificarla. Hay incluso quien asegura que la moral es algo innato. O que proviene de Dios. Pues bien, responderemos, a la luz de los hechos, que se equivocan.

¿Alguien puede modificar mi noción de belleza? Sí. Y se hace.

Ingeniería social

Porque el ganadero ha evolucionado. Sus herramientas ya no son una cerca y una vara. Ni siquiera una valla electrificada, o un pesebre. Ahora los ganaderos crean campañas de Marketing social para modificar el parecer de sus reses en lo que a ellos les conviene. No se trata tanto de tenerlas encadenadas. No es cuestión de obligarnos a actuar de un modo determinado. Lo que se busca es cambiar nuestra percepción del mundo, para que no haya necesidad de forzarnos a nada, sino que seamos nosotros mismos quienes motu proprio actuemos en ese sentido.

Los denominados mass media (medios de comunicación de masas) han jugado un papel determinante en este punto. Han demostrado ser tremendamente efectivos para sentar las bases de aquello que es bello, de aquello que es importante y de aquello que es bueno. Sus contenidos marcan los intereses de las poblaciones, sus gustos y sus preferencias. Los medios, en fin, determinan aquello que existe y aquello que no.

E Internet ha explotado, poniendo al alcance de las mayorías un canal de expresión sin precedentes, tan poderoso que amenaza con modificar el conjunto del sistema (social, económico, axiológico…), al dar voz a quien no la tenía. Pero el ganadero no es precisamente tonto y no va a ceder su control sobre el rebaño. Insistimos: tiene los medios para ello.

Así que las reses podemos revolvernos y mugir y de ese modo, quizás obtengamos algún emolumento que nos cierre la boca, pero poco más. El sistema es el sistema.

#mis120euros

Si habéis seguido nuestra actividad en Twitter en los últimos días, habréis visto que desde el 27 al 29 de octubre hemos emprendido una campaña de desprestigio contra una potente operadora de telefonía. Nuestra intención no era la de dañar gratuitamente al poderoso, ni calumniarle, primero porque la calumnia atenta contra nuestra ética (la cual proviene, por cierto, de los códigos deontológicos del Periodismo: sistema axiológico), y segundo, porque es una estrategia fullera y poco elegante, alejada de nuestro estilo.

No obstante, lo hemos hecho (no calumniarle, sino desprestigiarle), en primer lugar, porque lo que reclamábamos (#mis120euros) era justo. En segundo lugar, porque habíamos agotado todas las alternativas anteriores, salvo la de la denuncia formal. Y en tercer lugar, porque dicha teleoperadora nos había tratado descaradamente como a las reses que somos. Da igual cuánto mujas, cuando no hay nadie que te escuche.

Tras la campaña, el ganadero ha reaccionado: no en vano hemos utilizado sus armas. Nos ha prometido reparar el daño causado (más le vale cumplir con su palabra, muuuuu) y nosotros hemos cejado en el desprestigio. No hemos dejado de ser reses y nos consta que el ganadero no modificará en nada su conducta sucesiva (el trato a las otras reses). Quizás incluso, analizado de cierto modo, hayamos perdido la batalla, porque hemos comprometido nuestro prestigio, nuestra templanza, nuestra imagen, por dinero. Pero sabiendo que en el fondo no era el dinero lo que nos movía y teniendo la certeza de haber sido justos en la lucha (al menos, según la noción de Justicia que últimamente manejamos en la granja), ahora mugimos con los cuernos bien altos.

Vergüenza

Y como veníamos anunciando, la cosa se calienta. ¿Habéis visto el vídeo que abre la página? Mejor vedlo ahora, que nada de lo que podamos escribir nosotros igualará lo ahí recogido.

25-S

Esta semana ha sido la del 25-S. Por mucho órdago a la grande que lancen los catalanes, por mucho que se quiera tapar la creciente conflictividad en la sociedad española, el acontecimiento más importante de la semana ha sido éste. No entraremos a discutir si han sido cientos, miles, decenas o centenares de miles de manifestantes. Tampoco vamos a valorar los objetivos de la protesta (que con ese gesto simbólico de rodear el Congreso pretendía, en definitiva, deponer el Gobierno y reunir una Asamblea Constituyente: otro órdago). Lo que haremos será analizar -someramente- el escenario de juego.

Periodismo ciudadano

Tenemos móviles. Todos. Nuestros móviles -muchos- graban vídeo. Y nuestros móviles -muchos también- se conectan a Internet.

Internet, por si alguien aún lo duda, ha cambiado el mundo irreversiblemente: la forma de relacionarse (ahora se liga en Badoo, olvídate del bar de copas), la forma de trabajar (tenemos las posaderas como los ojos: rojas), y también la forma de aprender. El aprendizaje es un intercambio de información, esto se sabe, y dependiendo de quién proporcione esa información, ésta será más o menos fiable, más o menos relevante, más o menos plural y -por tanto- el aprendizaje, más o menos profundo.

Pero dejémonos de teorías. Poder emitir en directo, a nivel internacional, lo que yo estoy grabando ahora con mi móvil es la mayor revolución que se ha producido en toda la Historia del Periodismo. Mayor que la invención de la imprenta, sí. Mayor. Los periodistas no sabemos por dónde nos llueven los palos, y esto hay que reconocerlo. Antiguamente, nuestras palabras -las de los periodistas- tenían valor, no porque fueran mejores que las de otro: tenían valor por los medios que usábamos para difundirlas. Ahí, en el medio, estaba nuestra fuerza. Pero ahora ya no y ya nunca más.

Claro que lo de procesar la información es un arte (con minúscula). Las facultades de Periodismo nos enseñan, por encima de cualquier otra cosa, a discriminar -a seleccionar- información (y sea esto dicho sin ninguna acritud, sino más bien con orgullo). No todo es igual de relevante, no todo merece ser contado. Seleccionar aquella información relevante -y descartar la irrelevante- es una cuestión de perspectiva. Y por eso es tan importante que la mirada del periodista sea limpia, pero cargada de criterio: culta. El trabajo periodístico es una tarea eminentemente moral.

Dicho esto, tiraremos otra piedra contra ciertos aburguesados compañeros que han hecho del refrito su especialidad. Uno no puede pretender informar sin informarse. Recordemos aquello que decía el fotógrafo Robert Capa: «si tu fotografía no es buena, es porque no te has acercado lo suficiente».

Bien cerca de los palos y las piedras estuvo nuestro reportero ciudadano. De hecho, alguno se llevó.

Disturbios y antidisturbios

Pues le rompen la cámara, al reportero. Y no por accidente. A la policía le molesta mucho que se publiquen sus tropelías y por eso reacciona atacando a la prensa. Porque sí, nuestro ciudadano reportero es -y a todos los efectos así debe ser considerado- prensa. Y sí, los golpes de la policía -por ejemplo- a inocentes viajeros de cercanías son abusos de poder, tropelías. Como también lo son [tropelías, abusos de poder, mezquindades] los golpes que propinan cuando el agredido yace en el suelo. Una persona abatida, herida, que no ofrece resistencia, no debería recibir ni un solo golpe de la policía. Y ¿cuántas patadas, porrazos y demás vejaciones de ese estilo hemos visto? Pues bien, este periodista, éste que escribe, este profesional moral, en este editorial -en este espacio natural para la opinión- declara que ni una sola de esas tropelías es aceptable.

Son vergonzosos, los golpes. Y en buena medida, innecesarios. La policía confunde su función en el teatro. Ellos no son jueces ni verdugos. No depende de ellos castigar a la población manifestada. Las porras no son armas de castigo, sino de intimidación y de defensa. No. Los manifestantes no son sus enemigos y ellos, los policías, por mucho que vayan en formación, no son un ejército. Y además, esto, aún no es la guerra.

La violencia engendrará más violencia. Sobre todo cuando los policías, esos violentos funcionarios, cambien de frente. Porque no van a estar indefinidamente descargando su frustración -justificada, sin duda- en las cabezas equivocadas.

Ver reportaje ciudadano 25-S

Ver reportaje ciudadano 26-S

De la televisión

En estos días inciertos para las televisiones públicas -ya sean de rango nacional o autonómico- debido a los recortes presupuestarios y otras amenazas que pesan sobre ellas, creemos que conviene reflexionar acerca de la función social que estas instituciones desempeñan. Con tal propósito, mencionamos a continuación algunos puntos que consideramos clave a la hora de decidir sobre su futuro y/o fijar prioridades en cuanto a programación se refiere.

Contexto histórico

Los medios oficiales de comunicación siempre han existido. Si nos remontamos lo suficiente, podríamos incluso considerar que los rapsodas y aedos de la Grecia clásica -que narraban, al ritmo de la música, las aventuras de Ulises y compañía- cumplían una función de divulgadores de la Ética y la Moral oficiales. Pero, sin hilar tan fino, podemos fácilmente remontarnos a los tiempos de los Reyes Católicos y encontrar medios de comunicación de corte oficial que -potenciados por el invento que revolucionaría el mundo: la imprenta- conseguían hacer llegar al pueblo aquella información que los poderosos consideraban de interés. Evidentemente, este tipo de prensa -los «mercurios», que se llamarían después- se encontraba sometida a un férreo control por parte de los gobernantes que la sufragaban.

Aunque la prensa clandestina -subversiva- creció paralelamente a la prensa de corte oficial, no fue hasta el siglo XVIII que los periodistas -o gacetilleros- empezaron a gozar de cierta autonomía, estableciendo las bases del libre periodismo. Y fueron las revoluciones sociales de finales del XVIII (Revolución Francesa, Estados Unidos…), con sus nuevos sistemas de gobierno -República, Democracia, Monarquía parlamentaria-, las que crearon el campo de juego en el que la prensa se está debatiendo desde entonces.

Principios

  • El poder es del pueblo

En un Estado democrático, como el español, la Soberanía es popular. Aunque se trate de una Democracia representativa -ya que delegamos en ciertas personas para que se encarguen de la gestión estatal-, los ciudadanos tenemos voz y voto en las cuestiones públicas.

  • Para valorar es preciso saber

Es imposible opinar sobre algo que se desconoce. Preguntar a un analfabeto si «hucha» se escribe con hache, no tiene sentido. Del mismo modo, preguntar a un ciudadano si está a favor o en contra de una política de la que jamás ha oído hablar resulta ridículo.

  • Los medios de comunicación crean comunidad

Comunicar significa «poner en común«. Los medios de comunicación sirven para poner en común ideas, hechos, emociones, etc, de modo que un determinado grupo de personas se convierta en una comunidad.

  • Informar, formar y entretener

Las funciones básicas de un medio de comunicación, en un Estado democrático son, por orden de prioridad, las de informar, formar y entretener. Informar para que el ciudadano pueda participar en la vida pública, lo cual es su derecho. Formar para que sus decisiones estén basadas en argumentos sólidos, por el bien de todos. Y entretener, porque el ocio -el juego- forma parte de la esencia humana tanto como el negocio.

  • Vigilancia social

Del mismo modo que, en sociedades complejas, compuestas por millones de personas, delegamos en ciertos individuos y colectividades para que se encarguen de la administración del Estado, también delegamos en otras para que se encarguen de vigilar esa administración e informarnos de lo más relevante: los periodistas.

  • Independencia, libertad e integridad

Para que la información que llegue al pueblo sea útil y no esté contaminada por intereses de cualquier índole, el periodista debe ser independiente de cualquier presión ideológica, libre para expresar sus opiniones, e íntegro en el desarrollo de su labor, conforme a los Códigos Deontológicos de la profesión.

  • Empresa frente a Estado

Si bien a un medio de comunicación privado se le debe exigir que, en sus informaciones, respete la verdad de los hechos, no se le puede exigir que informe, o que forme. Habrá, por ejemplo, en la esfera privada, medios de comunicación totalmente orientados al entretenimiento y esto no es condenable. En cambio, los medios de comunicación públicos -pagados con los impuestos de los ciudadanos- nacen con una vocación de servicio público, es decir, nacen con la función primordial de informar, con verdad, con independencia, con rigor; con la función de formar; y con la función de entretener, si fuera menester. Los dirigentes políticos deben garantizar la efectividad de este servicio público y para ello -para asegurar su total independencia- deberían alejarse por completo de su gestión.

  • Información regional

En una sociedad plural, en un «Estado de las Autonomías», los medios de comunicación públicos deben reflejar esta pluralidad y propiciar el acceso de todos los ciudadanos, de cualquier región del país, a la información pública. En este principio se basa la existencia de las televisiones autonómicas, por ejemplo, puesto que su función es cubrir en detalle los acontecimientos de la región en que se hallen.

  • Desarrollo socio-económico y cultural

Los medios de comunicación son vehículos de cultura y agentes dinamizadores del desarrollo socio-económico. Al abrigo de una televisión pública, por ejemplo, nacen multitud de empresas dedicadas a labores tan diversas como la construcción de decorados, la grabación de música, la formación de actores, o la iluminación de exteriores. Una televisión potencia el tejido empresarial de una región, crea cientos de puestos de trabajo y diversifica las áreas laborales: es riqueza.

Medidas

Últimamente,  se están adoptando diversas medidas desde la esfera política que van en detrimento de los medios de comunicación públicos. Por ejemplo, se ha modificado la Ley que regulaba el nombramiento del Presidente de Radio Televisión Española. Se ha despedido a 1200 trabajadores de Canal 9. Se ha aprobado un proyecto de Ley que permite a las Autonomías privatizar sus televisiones públicas. Y se han realizado sangrantes recortes presupuestarios, sin mencionar los conocidos impagos por parte del anterior Gobierno del Principado de Asturias a RTPA, que ya se están dirimiendo en los Tribunales y amenazan con hundir la cadena y con ella a decenas de empresas.

Por otra parte, la muy deficiente gestión de algunas televisiones por parte de sus responsables ha llevado a la quiebra técnica y -lo que es peor- al descrédito de estas instituciones. La ciudadanía ha perdido la confianza en los medios de comunicación públicos y ha olvidado que son una herramienta útil a su servicio.

Prioridades

Ante una situación de crisis como la actual, es fundamental fijar prioridades, de modo que se pueda distinguir lo prescindible de lo imprescindible y así reorientar las políticas. Las televisiones públicas son imprescindibles para garantizar la participación ciudadana en la gestión pública. Si se pierden las televisiones públicas, se pierde la Soberanía popular. Su programación puede ser objeto de variaciones -parte de ella será prescindible-, pero una televisión pública siempre tendrá que atender al mandato que la legitima. A tal objeto, proponemos:

  • Que se mantenga la titularidad pública de todas las televisiones públicas.
  • Que se ajuste su dimensión en función del tamaño de la población a la que presten servicio. Esto podría implicar un recorte en las horas de emisión.
  • Que los contenidos primen la información -en sus múltiples géneros: noticia, reportaje, crónica, documental…- y la formación, en detrimento de contenidos de entretenimiento (series, reality shows, eventos deportivos…)
  • Que los contenidos sean producidos por la propia plantilla de la televisión, o por empresas de su área de influencia, con especial presencia de las pequeñas y medianas.
  • Que se potencie la colaboración entre distintas televisiones con el fin de compartir contenidos que tengan interés fuera de sus respectivas áreas de influencia. Esto se traduce en una eficaz reestructuración de la Federación de Organismos de Radio Televisión Autonómicos (FORTA).
  • Que se modifiquen los Estatutos de las televisiones públicas de modo que sus Consejos de Administración no estén compuestos por políticos, sino por notables procedentes de las Universidades y por periodistas de reconocido prestigio que garanticen la independencia del medio.
  • Que se pulse la opinión de los trabajadores de las distintas cadenas y se implementen mejoras propuestas por ellos.
  • Que se modifique la legislación de Derechos de Autor en un sentido que permita y promueva la utilización por parte de los ciudadanos de los fondos documentales de las televisiones públicas.
  • Que la gestión de las televisiones esté permanentemente sometida a auditorías externas, de modo que se garantice la transparencia en la contratación y la eficiencia de las inversiones.
  • Que se depuren responsabilidades por vía penal de las gestiones anteriores.

Todo lo anterior se ha dicho en referencia exclusiva a las televisiones públicas y no aspira más que a ser un análisis somero de la situación y una propuesta de mejora. Si quisiera hacerse hincapié en el estado actual del periodismo en España, habría que hablar sobre la transparencia -la opacidad- de la Administración, sobre el despotismo de algunos dirigentes (que celebran ruedas de prensa en las que no se admiten preguntas), sobre la precaria situación laboral de los trabajadores, sobre el intrusismo laboral y sobre otras mil cuestiones que exceden los límites de este editorial y que pueden leerse en manifiestos de las Asociaciones de Periodistas, o de Reporteros Sin Fronteras. Y es que, del mismo modo que el ciudadano tiene derecho a ser informado, también tiene el deber de informarse.

Periodismo a la cara

El Tribunal Constitucional ha condenado a la Televisión Autonómica Valenciana y a Canal Mundo Producciones Audiovisuales a pagar una indemnización de 30.000 euros por grabar prácticas irregulares de una esteticista con cámara oculta. Es la primera vez que el Constitucional se pronuncia en este sentido, por lo que la sentencia amenaza con desterrar dicha técnica periodística.

La cámara oculta se utiliza en periodismo para obtener declaraciones que no se obtendrían de otro modo: es una parte sustancial del periodismo de investigación. Un jefe mafioso, un traficante de personas, un político corrupto, jamás declararán abiertamente sus delitos ante una cámara.

FAPE, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, y RSF, Reporteros sin Fronteras, se han opuesto enérgicamente a esta sentencia del Constitucional, porque consideran que despojar al periodista de esta herramienta cercenará su margen de maniobra y por tanto empobrecerá la calidad de los contenidos, en aquellos casos en los que el periodismo es especialmente útil, esto es, en los casos de abuso de poder.

El Tribunal Constitucional hace prevalecer en este conflicto el Derecho a la Intimidad y la Propia Imagen sobre el Derecho a la Libertad de la Información y señala que el uso de cámaras ocultas para la cobertura de hechos periodísticos no es legítimo -«está constitucionalmente prohibido»-, aún tratándose de hechos con un interés general.

La sentencia se refiere a imágenes captadas mediante cámara oculta en un lugar privado (en una clínica), y la duda que asalta es si el Tribunal se habría pronunciado de igual modo si las imágenes se hubieran captado en un lugar público -aunque  la sentencia da a entender que también, porque lo ilegal es la técnica en sí misma-.

Asimismo, surgen otras controversias sobre el uso de cámaras ocultas por parte de otros colectivos profesionales. La policía, los vigilantes de seguridad, utilizan cámaras ocultas a diario en el ejercicio de su trabajo. ¿Su derecho a prevenir y castigar el crimen es más importante que el derecho de los periodistas a informar sobre delitos? Recordemos que, en ambos casos, el objetivo es denunciar actividades ilegales; que, en ambos casos, el individuo no es consciente de estar siendo grabado, por lo que no puede oponerse a ello; que el Derecho a la Propia Imagen prevalece en esta Sentencia sobre el interés general -y así debería prevalecer en ambos casos-; y que el Tribunal Constitucional no cuestiona en este caso la veracidad de la información ofrecida, sino que se limita a condenar las grabaciones efectuadas sin consentimiento. Y su publicación, claro. ¿Y si, al publicar, se ocultara la identidad del delincuente, distorsionando imagen y sonido? En ese caso, no habría lesión a la Propia Imagen… La polémica está servida.

Sentencia

 

 

 

El astillero

Dicen que las neuronas espejo son las responsables de nuestros sentimientos de empatía. Cuando vemos a alguien sufrir, por ejemplo, y sentimos su dolor como propio, las culpables son estas neuronas, que nos hacen creer que el dolor es en realidad propio. Claro que no todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de empatía.

Imaginemos que somos los propietarios de una peluquería (hagamos ese pequeño ejercicio de empatía). Tenemos un local, el equipamiento necesario y contrato con cuatro empleados que trabajan bien. La peluquería da mucho trabajo, dinero para que vivamos todos, pero no para hacernos ricos. Imaginemos que, cierto día, viene alguien que quiere comprar el local y nos ofrece mucho más de lo que en su día pagamos por él. Este inversor ha encontrado petróleo en el subsuelo y está dispuesto a desembolsar una cantidad astronómica. Nosotros echamos cuentas y vemos que, si aceptáramos, no necesitaríamos trabajar más, durante el resto de nuestra vida, viviríamos holgadamente y podríamos pagar a los empleados no sólo la indemnización legal por cierre de negocio, sino una buena cantidad, para que tengan un «colchón» mientras que encuentran otro empleo.

¿Quién no vendería?

Ahora imaginemos que, en lugar de los propietarios, somos trabajadores en esa peluquería. Los propietarios anuncian que van a cerrarla, porque han encontrado otro modo de rentabilizar ese suelo, o por la causa que sea. Lo cierto es que, en un breve plazo, nosotros, empleados, estaremos sin empleo. Perder el empleo es una tragedia, todo el mundo lo sabe. Hay muchas facturas que pagar, personas dependientes de uno… Una tragedia.

¿Qué haríamos?

La mayoría de nosotros, seguramente, buscar otro empleo y cuanto antes, mejor. La indemnización y el subsidio por desempleo se acaban más pronto que tarde y hay que reaccionar. Otros, en cambio, la emprenderían contra el empresario, contra el dueño de la peluquería. Romperían el mobiliario, armarían mucho ruido, cortarían calles y tirarían piedras. Pero, al final, perderían igualmente su empleo, porque el empresario no está obligado a mantener la peluquería, es decir, es libre de cerrarla.

En el año 2007 salía a la luz el documental titulado «El astillero: disculpen las molestias», dirigido por Alejandro Zapico. Según publica una de las empresas productoras, Piraván, es «la historia de unos hombres que no se han quedado solos en la lucha por la supervivencia y la justicia», «que se han visto obligados a salir a la calle para defender sus puestos de trabajo».

«El astillero…» cuenta la historia de trabajadores de Naval Gijón que, a lo largo de siete años (de 2000 a 2007), luchan por mantener su puesto de trabajo en una empresa abocada al cierre (cierre que se produciría dos años después, en 2009). La película documenta profusamente las asambleas, manifestaciones y revueltas. Asimismo, entrevista a algunos de los trabajadores más jóvenes, al fotoperiodista Javier Bauluz -dueño de Piraván y por tanto productor del documental- y al director de cine Fernando León de Aranoa, que inspiró su célebre «Los lunes al sol» en estos mismos hechos.

El Periodismo, en su particular «lucha por la justicia», ha establecido sus propias reglas. Están escritas en diversos códigos éticos y en leyes que se estudian en la Universidad. El derecho a réplica es una de estas reglas (ver páginas 114 y ss.). Básicamente, consiste en proporcionar -durante la cobertura de un conflicto- la posibilidad de expresarse a todas las partes implicadas.

En «El astillero…» no se entrevista a ningún portavoz de Naval Gijón. Tampoco a nadie del Gobierno del Principado de Asturias, del Ayuntamiento de Gijón, a jueces, o a portavoces de la Policía Nacional. La película se centra casi exclusivamente en las declaraciones de estos trabajadores y muy especialmente en las de los partidarios de las revueltas. Es, por tanto, una cobertura parcial del conflicto, sesgada.

Por su parte, la música festiva que acompaña a las imágenes de trabajadores encapuchados lanzando piedras contra la policía, rompiendo el mobiliario urbano, o quemando neumáticos en mitad de la calle, deja entrever que el director de «El Astillero…» no se limita a documentar, sino que también celebra estos actos violentos.

Por todo lo anterior, «El astillero…» se parece mucho más a una soflama que a una pieza informativa. Es «apología de la pedrada».

La violencia es, en sí misma, reprobable; cuando la ejerce el poder político, o cuando la ejerce un grupo de ciudadanos. El sufrimiento de los trabajadores de esa hipotética peluquería con la que comenzábamos no les legitima para ser violentos. La huelga, la reivindicación, la manifestación de las propias ideas, son derechos. La agresión es un delito.

Los periodistas deberían conocer bien estos límites y no ensalzar la violencia, es su responsabilidad. Muchos conocemos la frontera y la respetamos, y la prueba está en que cerca de 1000 personas ven hoy peligrar sus puestos de trabajo, en la Televisión del Principado de Asturias: las manifestaciones se suceden, las huelgas se secundan, pero nadie atenta contra la policía, o contra Álvarez Cascos. Muy al contrario, los periodistas de TPA siguen pidiendo entrevistar a un presidente que, unilateralmente -sin hacer caso a sus propias neuronas espejo- se niega a desembolsar los salarios que éstos necesitan para vivir.

Y es que no todos los seres humanos -ya se ha dicho- tenemos la misma capacidad de empatía.

Ficha técnicaDicen que las neuronas espejo son las responsables de nuestros sentimientos de empatía. Cuando vemos a alguien sufrir, por ejemplo, y sentimos su dolor como propio, las culpables son estas neuronas, que nos hacen creer que el dolor es en realidad propio. Claro que no todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de empatía.

Imaginemos que somos los propietarios de una peluquería (hagamos ese pequeño ejercicio de empatía). Tenemos un local, el equipamiento necesario y contrato con cuatro empleados que trabajan bien. La peluquería da mucho trabajo, dinero para que vivamos todos, pero no para hacernos ricos. Imaginemos que, cierto día, viene alguien que quiere comprar el local y nos ofrece mucho más de lo que en su día pagamos por él. Este inversor ha encontrado petróleo en el subsuelo y está dispuesto a desembolsar una cantidad astronómica. Nosotros echamos cuentas y vemos que, si aceptáramos, no necesitaríamos trabajar más, durante el resto de nuestra vida, viviríamos holgadamente y podríamos pagar a los empleados no sólo la indemnización legal por cierre de negocio, sino una buena cantidad, para que tengan un «colchón» mientras que encuentran otro empleo.

¿Quién no vendería?

Ahora imaginemos que, en lugar de los propietarios, somos trabajadores en esa peluquería. Los propietarios anuncian que van a cerrarla, porque han encontrado otro modo de rentabilizar ese suelo, o por la causa que sea. Lo cierto es que, en un breve plazo, nosotros, empleados, estaremos sin empleo. Perder el empleo es una tragedia, todo el mundo lo sabe. Hay muchas facturas que pagar, personas dependientes de uno… Una tragedia.

¿Qué haríamos?

La mayoría de nosotros, seguramente, buscar otro empleo y cuanto antes, mejor. La indemnización y el subsidio por desempleo se acaban más pronto que tarde y hay que reaccionar. Otros, en cambio, la emprenderían contra el empresario, contra el dueño de la peluquería. Romperían el mobiliario, armarían mucho ruido, cortarían calles y tirarían piedras. Pero, al final, perderían igualmente su empleo, porque el empresario no está obligado a mantener la peluquería, es decir, es libre de cerrarla.

En el año 2007 salía a la luz el documental titulado «El astillero: disculpen las molestias», dirigido por Alejandro Zapico. Según publica una de las empresas productoras, Piraván, es «la historia de unos hombres que no se han quedado solos en la lucha por la supervivencia y la justicia», «que se han visto obligados a salir a la calle para defender sus puestos de trabajo».

«El astillero…» cuenta la historia de trabajadores de Naval Gijón que, a lo largo de siete años (de 2000 a 2007), luchan por mantener su puesto de trabajo en una empresa abocada al cierre (cierre que se produciría dos años después, en 2009). La película documenta profusamente las asambleas, manifestaciones y revueltas. Asimismo, entrevista a algunos de los trabajadores más jóvenes, al fotoperiodista Javier Bauluz -dueño de Piraván y por tanto productor del documental- y al director de cine Fernando León de Aranoa, que inspiró su célebre «Los lunes al sol» en estos mismos hechos.

El Periodismo, en su particular «lucha por la justicia», ha establecido sus propias reglas. Están escritas en diversos códigos éticos y en leyes que se estudian en la Universidad. El derecho a réplica es una de estas reglas. Básicamente, consiste en proporcionar -durante la cobertura de un conflicto- la posibilidad de expresarse a todas las partes implicadas.

En «El astillero…» no se entrevista a ningún portavoz de Naval Gijón. Tampoco a nadie del Gobierno del Principado de Asturias, del Ayuntamiento de Gijón, a jueces, o a portavoces de la Policía Nacional. La película se centra casi exclusivamente en las declaraciones de estos trabajadores y muy especialmente en las de los partidarios de las revueltas. Es, por tanto, una cobertura parcial del conflicto, sesgada.

Por su parte, la música festiva que acompaña a las imágenes de trabajadores encapuchados lanzando piedras contra la policía, rompiendo el mobiliario urbano, o quemando neumáticos en mitad de la calle, deja entrever que el director de «El Astillero…» no se limita a documentar, sino que también celebra estos actos violentos.

Por todo lo anterior, «El astillero…» se parece mucho más a una soflama que a una pieza informativa. Es «apología de la pedrada».

La violencia es, en sí misma, reprobable; cuando la ejerce el poder político, o cuando la ejerce un grupo de ciudadanos. El sufrimiento de los trabajadores de esa hipotética peluquería con la que comenzábamos no les legitima para ser violentos. La huelga, la reivindicación, la manifestación de las propias ideas, son derechos. La agresión es un delito.

Los periodistas deberían conocer bien estos límites y no ensalzar la violencia, es su responsabilidad. Muchos conocemos la frontera y la respetamos, y la prueba está en que cerca de 1000 personas ven hoy peligrar sus puestos de trabajo, en la Televisión del Principado de Asturias: las manifestaciones se suceden, las huelgas se secundan, pero nadie atenta contra la policía, o contra Álvarez Cascos. Muy al contrario, los periodistas de TPA siguen pidiendo entrevistar a un presidente que, unilateralmente -sin hacer caso a sus propias neuronas espejo- se niega a desembolsar los salarios que éstos necesitan para vivir.

Y es que no todos los seres humanos -ya se ha dicho- tenemos la misma capacidad de empatía.

Ficha técnica