Viajes Averno

El 17 de septiembre de 2011 se representaba en Beer Station (Madrid) la obra de teatro y danza “En el Infierno hay un tablao”, un recorrido turístico a cargo de La Troupe del Cretino –y en clave de humor- por los lugares más emblemáticos del Averno.

Ya en el vestíbulo –o en su equivalente-, un demonio da la bienvenida al respetable. Se trata de un personaje serio -cortés pero desabrido-, ataviado con chaqueta roja, un megáfono (una trompa) y una identificación manuscrita en la solapa: “acomodador”. Invita a los asistentes a sentarse y recalca que “se aceptan propinas”.

El Universo en un solo átomo, así el observador puede percibir, en un minuto, la grandeza de la obra y la generosidad de la Compañía, pero vayamos por partes.

Los espacios y el Espacio

Sólo los mejores espectáculos son capaces de transportar al espectador a los confines del Espacio. Es un proceso delicado, porque –como en cualquier viaje- se corre el riesgo de no llegar. El Circo del Sol, por ejemplo, domina la que podría denominarse técnica “de la antesala”, o “del preámbulo”, ya que jalona el itinerario del asistente de modo que la catarsis encuentre en la progresión el medio adecuado para actualizarse. Las dimensiones del espacio escénico trascienden así las de las tablas, convirtiendo al mundo entero en escenario. El teatro –y, en este caso, la obra de la Troupe- demuestra su magnitud –insondable- cuando los actores tratan de llenar –regla básica de la dramaturgia- esas tablas infinitas.

El contrato fiduciario

Tendiéndose como se tiende a la construcción de un espacio simbólico en el que tengan cabida saltos temporales, transmutaciones y demás atentados al discurso común y corriente, la puesta en escena marca las reglas en que se asentará el proceso catártico. La infinitud simbólica encuentra siempre la limitación material. En ocasiones –como en los grandes musicales de Broadway-, se pone al servicio de aquella infinitud una aparente ilimitación, que suele desembocar en despropósitos presupuestarios. Los grandes maestros, frente a esta técnica del talonario, saben ampliar a conveniencia los márgenes de su ficción, de modo que no sea necesaria –por ejemplo- una cuantiosa inversión en atrezzo. La identificación manuscrita del acomodador, en contraste con –y por ello apoyada por- la trompa megafónica, indica los parámetros del sueño escénico en la obra que nos ocupa.

Además, y por otra parte, la actitud del personaje enmarca el código de conducta aplicable, que más adelante será explicitado por el propio personaje de Satán: “Me comprometo a salvaguardar su honra, su vida y su hacienda”. Lo cual, dicho en el Infierno, es tranquilizador. El espectador acepta así dejarse llevar a la catarsis, asume los riesgos del viaje –al fin y al cabo, es el Infierno- y se entrega a un pacto fiduciario con el propio Satán –fáustico por ello- que se renegocia con cada minuto de permanencia en la platea.

La terrible comedia cotidiana

El acomodador muestra esa actitud displicente del mayordomo viejo. Sus maneras hablan de su historia, una de servidumbre inaceptada conducente a la amargura apenas oculta. Los demás personajes también gozan de esta profundidad, revestida de máscara: Satán es un Dottore –grandilocuente segundón intelectual- adaptado a la ocasión. Pedro Botero es un Zanni –un criado- sobrepasado por el peso de su trabajo (recolecta almas inconfesas) y traicionero para su amo (le pone velitas a los santos). Belcebú es un Capitano, fanfarrón pretencioso pero sanguinario; y Luzbel es un Viejo –gagá- que añora la corporeidad más sexual. Lo dicho no es menos aplicable a los personajes femeninos quienes, desde la expresión corporal y los vestidos tradicionales, ahondan en las grandes Culturas, pero de esto hablaremos más adelante.

Se verá que, gracias a los arquetipos, la obra se vuelve omnicomprensiva. Aborda los grandes temas que afectan al espectador -la muerte, las penurias, los conflictos, las pulsiones- y lava en público los trapos sucios de nuestra sociedad –con continuas alusiones a la más rabiosa actualidad- para que el asistente vuelva a casa limpio y perfumado (aunque quizás con algunos restos indelebles de azufre).

La mujer volcán

Y es la mujer la culpable de todo. Su esencia caprichosa e irresistible origina el derrumbamiento de los más grandes imperios. Las luchas son por y para ella. Ella es el volcán, el íntimo vínculo de unión con el Infierno, la vía por la que discurre el fuego líquido, de manera irresoluble e incuestionable, que todo lo arrasa. El hombre –el propio Satán- subyugado, ni siquiera se rebela contra el estatus de dominación y si ella quiere la cabeza del Bautista, así sea.

La Historia abunda en personajes mitológicos de tal estirpe. Loadas en la misma medida que vejadas, las mujeres se sitúan en el epicentro exacto de la cuestión. Al pretenderlas, el hombre manifiesta su verdadera esencia miserable y demoníaca. Al ser rechazado, una vez desnudo, desenmascarado, humillado y vil, arremete contra ellas. Ayer murieron en España dos mujeres apuñaladas por sus cónyuges (nótese que el puñal penetra en la carne). Rabiosa actualidad.

El cariño realimentado

La obra es redonda. Desde la pobreza de medios que la Compañía preconiza, se tiende al infinito simbólico (y más allá). El esfuerzo, el cuidado con que está elaborada la pieza, resulta en un trabajo de orfebrería que dejaría atónito a cualquiera que quisiera mirarlo. Quizás el espectador no sepa por qué las cosas suceden como suceden, pero intuye que eso que acontece ante sus ojos es una liturgia. Podría interpretarla en profundidad y comprenderla, en cuyo caso disfrutaría; o bien no entender nada, y aún así disfrutar de ella –porque es Arte-. También puede no querer entender, no disfrutar de ella y atentar contra el oficiante –casos hay-, pero nunca podrá desconocer su condición sagrada, ya que el ritual se reconoce a la legua.

El aforo de la sala era reducido y la afluencia, minoritaria. Es una lástima que los “monólogos del Club de la Comedia” que se representaban a continuación coparan todo el interés. El cariño con que se coció “En el Infierno hay un Tablao” nada tiene que ver con la fritanga que sucedió, pero el gusto está atrofiado y ya pocos distinguen un solomillo de una mala hamburguesa. Así les va a los ganaderos de alta montaña: panda de cretinos.

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