Dylan y el corsé

«Quien no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo» (It’s Alright Ma, Bob Dylan)

Este truhán, este astuto oportunista que es Bob Dylan, aceptó en el año 2005 que se rodara un documental sobre su vida. No es la única película a propósito de su ajetreada trayectoria (ahí tenemos ese nefasto «I’m not there»), pero sin duda es la mejor. Dirigida por Martin Scorsese, «No direction home» ofrece la más completa panorámica que se podría concebir sobre este polémico artista, en tanto en cuanto no se limita a recopilar su obra, o a ofrecer datos de su biografía, sino que retrata toda una época de convulso cambio social alrededor de él. Es una película culta, maravillosamente documentada, crítica, incisiva, rabiosamente actual y profunda.

Tras un recorrido inicial por su infancia, su Iron Range natal -un pequeño pueblo al Norte de Estados Unidos, casi lindando con Canadá-, el documental se adentra en el viaje de Robert Zimmerman (auténtico nombre de Dylan) desde el anonimato hasta la cumbre que pocos años después ocuparía. El suyo es un viaje guiado por la curiosidad; es hambre voraz; sed de identificar aquello que destaca a ciertas personas sobre todas las demás. El propio Dylan reconoce que lo que a él más le interesaba, en los conciertos a los que acudía, eran los ojos de todos aquellos artistas: unos ojos que decían «yo sé algo que tú no sabes».

De este modo, de la mano de Dylan el «expedicionario», el documental rescata verdaderos tesoros musicales, relegados hoy a un rincón del trastero de la industria.

Pero Scorsese no se queda ahí. No se limita a redescubrirnos a un Woody Guthrie, o a una Odetta en la cima de su carrera, sino que sigue a Dylan en su desarrollo personal y nos muestra, tras esa primera etapa de búsqueda y autoafirmación, a un enjuto chico judío de Minessota -de quien se afirma que hizo un pacto con el Diablo- componiendo canciones como quien respira. Y como quien respira también, convirtiéndose -sin proponérselo- en aliento para toda una generación de jóvenes que anhela un nuevo mundo -son los 60- y toma partido frente a la guerra de Vietnam, por los movimientos raciales, feministas, etcétera. Así, canciones suyas como «Hard Rain» o «Blowing in the wind» se erigen en himnos de su tiempo, son fagocitadas por movimientos de izquierda que, ávidos de iconos, encuentran en Dylan y en su «amiga especial», Joan Baez, un espejo amable, donde mirarse sin horrorizarse.

Pero Dylan no es como el resto, su lucha no es esa: él hace Arte, no política. Él se resiste con todas sus fuerzas a ser absorbido por el discurso que todo lo simplifica, a calzarse el corsé de activista de izquierdas; para él, «no existe tanto la izquierda o la derecha, sino más bien arriba o abajo» y tiene claro hacia dónde quiere ir. Dylan no quiere el corsé. Y eso le cuesta caro.

Incomprendido, se expone entonces a los abucheos de un público que espera Folk y encuentra Rock, a las críticas de militantes que se sienten traicionados porque ya no va a las manifestaciones, a la denuncia de la moral puritana (¿qué son esos pelos?), a la condena de unos medios de comunicación que luchan en vano por convertirle en un mono de feria… Se convierte en enemigo de todos, simplemente por mantenerse en su postura. Y es aquí donde la película de Scorsese brilla intensamente, con luz propia. Porque el documental ya no va sobre un cantante, o sobre una época de luchas sociales, no es que recupere un magnífico catálogo de estilos musicales, trazando puentes entre ellos, sino que contempla a la sociedad -a la Humanidad, si nos apuran- y le dice «¿qué estás haciendo?». Los fans, que no entienden nada, las ruedas de prensa, como protocolo, las ciegas militancias -y los ciegos militantes-, los estereotipos de las estrellas de rock, la lucha entre estilos musicales, la creación de identidades conforme a las demandas del mercado, la avaricia… Y por supuesto, la libertad y su precio.

Bob Dylan no canta mejor que nadie, no toca mejor que nadie, no compone mejor que nadie. Pero, eso sí, ilustra este mundo necio y enloquecido mejor que nadie. Con la ayuda de Scorsese.

  

La buena doncella (de hierro)

Iron Maiden no necesita presentación. Es, sin ninguna duda, la banda de Heavy Metal más conocida del mundo, en activo desde el año 1975 y con 15 álbumes de estudio -más recopilatorios, directos, sencillos, etc- en su discografía. Canciones suyas como «Fear of the Dark», «The trooper», o «The number of the Beast» pasarán indiscutiblemente a la Historia de la música del siglo XX.

«Flight 666» es el título de un documental rodado en 2008 durante su gira «Somewhere back in time», en la que los músicos recorrieron más de 80.000 km -en 45 días- y ofrecieron un total de 23 conciertos. Varios factores son inusuales en esta gira, aparte de la distancia, la cantidad de conciertos y el reducido número de días.

En primer lugar, son inusuales los países que visitaron, alejados en general del circuito comercial: India, Australia, Costa Rica, Chile, Canadá… Países en los que Iron Maiden no había actuado antes -o en raras ocasiones- porque los ingresos no cubrían los costes de desplazamiento y producción.

En segundo lugar, es inusual -pero necesario para sus propósitos- que tanto la banda como el equipo técnico (personas y medios) viajaran en el mismo avión, específicamente acondicionado para el caso. Necesario, decimos, porque era el único modo de convertir la gira en algo viable.

Y en tercer lugar -hemos dejado lo más sorprendente para el final-, es inusual que el piloto de este Boeing 757 -bautizado como «Ed Force One»- fuera el cantante del grupo, Bruce Dickinson.

«Flight 666», de los canadienses Sam Dunn y Scot McFadyen, es algo más que un documental sobre una gira. Contiene una profundidad en su mirada que lo convierte en una obra muy digna de ser tenida en cuenta a nivel ético, pero vamos a intentar explicar por qué.

Contrastes y similitudes

Sólo por el hecho de plasmar la afición al grupo -y al género- en una buena decena de países, el documental ya incurre en la etnografía, aunque sea someramente. En India, el escenario es de bambú. En Chile, los medios de comunicación tildan al grupo de «satánico». En Argentina, los seguidores muestran su pasión de una manera intrusiva, incómoda para los músicos. Y así, sucesivamente, se resume el carácter de cada zona, dibujando un mundo en que, aunque todos vistan igual -con Eddie en sus negras camisetas-, nadie es como su vecino.

La buena doncella (de hierro)

Recordemos que «Iron Maiden» es el nombre de un instrumento de tortura, conocido como la «Doncella de Hierro», o «Doncella de Nuremberg». Se trata de un sarcófago con pinchos en su interior que atravesaban puntos no vitales del atormentado, para su mayor sufrimiento. Las imágenes escabrosas y los hechos más sórdidos que hayan podido tener lugar en la Historia forman una parte sustancial de la iconografía de este género musical. Eddie -la mascota del grupo-, por ejemplo, es un personaje que exhibe, con gran realismo, sus nervios, músculos y tendones y que tiene su origen en un anuncio propagandístico de la guerra de Vietnam.

Muchos son los grupos que se inspiran en matanzas y carnicerías. No obstante, pocos son los que hacen de esta violencia -del Mal- su filosofía. Son músicos -artistas- que dirigen la mirada hacia ciertas áreas de la sociedad -construyendo-, en una actividad que tiene más de denuncia que de otra cosa. Fue, por ejemplo, muy sonada -y censurada- la portada de Iron Maiden en la que figuraba Margareth Thatcher con una ametralladora. La camisa de fuerza, los cuchillos ensangrentados, los trajes militares, las calaveras, son todos signos que remiten a la parte más oscura de la naturaleza humana, reconociéndola -recontextualizándola- sin por ello alabarla.

Frente a esto, los propios componentes de Iron Maiden enarbolan la integridad, la pureza, la excelencia, la meticulosidad, la libertad, la sabiduría, o la originalidad, como valores primordiales, y así lo declaran en el documental. Hablan de sus compañeros con cariño, respeto y admiración, destacan sus cualidades y ofrecen, en definitiva, un modelo de conducta que dista mucho del que se les asigna desde múltiples focos de ignorancia.

Además, la sencillez es otro de los rasgos característicos de la banda. Aseguran que lo que hacen no es por dinero, sino por convicción -por pasión- y no se sienten mejores que nadie por hacerlo. Tratan a los demás como iguales, siempre tienen un gesto de atención hacia sus seguidores y se enorgullecen de constituir un ejemplo de pureza para ellos.

La vida sana

Influido por los tópicos que circulan a propósito de los músicos y su vida disoluta, el espectador probablemente se sorprenderá ante la seriedad de la banda. No es falta de sentido del humor -ni mucho menos-, sino responsabilidad. Ya el solo hecho de ver al cantante pilotando un Boeing muestra el equilibrio de los Maiden, pero la cosa no queda ahí. No hay borracheras, sino mucho trabajo; no hay groupies a bordo, sino sus propios hijos. El baterista juega al golf, otro al fútbol, otro al tenis y el licenciado en Sociología se pierde en soledad por las ciudades. No son unos niños -sobrepasan los 50 años-, pero lo cierto es que la imagen que ofrecen está muy alejada de la del artista que encuentra la inspiración en el fondo de una botella, y no parece que nunca hayan propendido a la autodestrucción.

Homo ludens

Y, como diría Huizinga, «el estadio, la mesa de juego, el círculo mágico, el templo, la escena, la pantalla, el estrado judicial, son todos ellos, por la forma y la función, campos o lugares de juego; es decir, terreno consagrado, dominio santo, cercado, separado, en los que rigen determinadas reglas. Son mundos temporarios dentro del mundo habitual, que sirven para la ejecución de una acción que se consuma en sí misma».

Porque Iron Maiden lo que hace es jugar. Sus miembros se divierten increíblemente. Se toman muy en serio el juego, qué duda cabe, conocen sus reglas y las cumplen; le rinden culto; y apuestan no sólo la vida en ello -¡el cantante pilota el avión!-, sino algo más importante: el honor, la integridad, la libertad. Forman una gran familia (un «equipo», según Huizinga, que perdura aún después de terminado el juego) y dan sentido -proponen un orden- a la vida. Como en todos los juegos, son libres de abandonar en cualquier momento (precisamente por eso no lo hacen). Y verlos actuar es verlos disfrutar.

Ficha técnica