Fuerzas de la Naturaleza

Hablemos de Bunbury. Porque hablar sobre un único documental, en este caso, es quedarse corto. Sería como pretender que todo el mar, que todos los océanos y los ríos y los lagos y torrentes, y manantiales, pozas, cuencas, estuarios, cirros, nimbos y hasta nubes lenticulares cupieran en una copa. No caben. Me dirán que todos son agua -y es cierto-, poco más que hidrógeno y oxígeno en diversos estados, y que -la parte por el todo- una copa son todas las copas. Pero, visto así, tampoco las personas somos mucho más que alma y materia en descomposición, así que mejor no simplifiquemos.

Nada que objetar, no obstante, a «Porque las cosas cambian». Es un documental correcto en su género, profusamente documentado y coherente. Cuenta con la participación de figuras importantes en la carrera de este célebre «entretenedor» (como él mismo se define) y aporta datos que, incluso a los seguidores mejor informados pueden sorprender. Se echa de menos la aportación de Juan Valdivia, quien fuera guitarrista de Héroes del Silencio, y quizás un acercamiento más personal por parte del director (Javier Alvero) a la figura de Bunbury, una mayor profundidad en el análisis, un estudio de lo que en realidad representa este artista, pero todo no se puede tener.

¿Y qué representa?

Bunbury es la voz de toda una generación, y no sólo de una generación de españoles, sino de una generación de hispanohablantes. Sus seguidores, que se cuentan por millones, se extienden desde Tierra de Fuego hasta Tijuana, pasando por Aravaca, Berlín o Aichi (Japón). Las letras de sus canciones son aprendidas de memoria, coreadas en sus matices más nimios, y sus acordes estampados en internáuticas partituras pirata que circulan, aún hoy, entre las carpetas de los párvulos aprendices de ser humano.

Su gallardía, respetuosa pero irreverente, valiente hasta la temeridad, culta, tierna, ha sido el modelo para miles de conducirse con desaire en un mundo regido por la pompa vana y el corsé. Su feroz sacrificio, silenciado, menospreciado, ha insuflado bravura a raudales ante la abnegación y el abatimiento de la masa informe, ha animado en el sentido estricto de la palabra, ha investido de espíritu al individuo acallado e inconsciente de sí mismo.

Los temas que trata en sus composiciones hablan del mundo en sí, de la traición, de la soledad, del encanto, la pureza, de la muerte en vida, del desgarro… Dios, mundo y hombre en todas sus combinaciones y siempre un extrañado observador impaciente, sufridor agónico, que no puede más que ofrecer humilde testimonio para quienes quieran escucharlo.

Sí, y también ha unido a músicos de diversas estirpes. Y músicas de distintas eras. Su viaje por los sones ha involucrado ya a numerosas bandas de muy distinto corte. El circo, el cabaret, las músicas negras, las indígenas, folk norteamericano, ritmos electrónicos, bolero, ranchera, cumbia, aires orientales -del Próximo y del Lejano-, y por supuesto rock & roll conforman un repertorio en el que lo raro es encontrar dos canciones que suenen igual. De hecho, la banda que en estos días acompaña a Bunbury -los llamados «Santos Inocentes»- encuentra graves dificultades para adaptar músicas que ni siquiera fueron compuestas pensando en la actual configuración de instrumentos. Son grandes músicos, pero Bunbury resulta inasible.

Este perpetuo reinventarse -que sí fuera convenientemente señalado en el documental- convierte a nuestro histrión en Maestro. Y es que, hoy en día, no hay una figura equiparable en el panorama musical hispanoamericano, ni en repertorio, ni en seguimiento, ni en coherencia, ni en trayectoria. Bunbury, para orgullo de sus seguidores y acrimonia de sus detractores -que los tiene a espuertas, como buen histrión-, ocupa actualmente el trono de la música en español.

Lo audiovisual y lo humano

Y su visibilidad es máxima, pero siempre elegante. Incluso en su lidia con las majors, jamás se ha prestado al amarillismo. Su trabajo ha estado siempre en el centro de atención y su vida personal, siempre reservada. Incluso el reciente nacimiento de su hija Asia, fruto de su relación con la fotógrafo Jose Girl, ha sido relegado, con honrosas excepciones, al cuarto oscuro de la intimidad (¿y quién no quiere enseñar las fotos de sus hijos?).

Frente a esa discreción, la producción videográfica en torno a Bunbury es impresionante. En su haber quedan decenas de vídeos que han contado con la participación de directores como Juan Antonio Bayona («El orfanato»), con tecnologías como la grabación 3D -suyo es el primer concierto grabado en 3D en España- y se han sumergido en ambiciosos experimentos creativos, como un mediometraje de ficción para su último disco, «Licenciado Cantinas».

Podría creerse que, a ese nivel -al suyo-, todo es más fácil. Pero, no nos engañemos, no es cuestión de dinero, sino de muchísimo trabajo. Para hacernos una idea pensemos que, desde que los Héroes del Silencio volvieran a unirse en la gira del año 2007, Bunbury no sólo ha sido padre, sino que ha editado cuatro discos -con sus respectivas giras-, ha colaborado en la grabación de videoclips, de documentales como el que nos ocupa, y ha participado en incontables proyectos creativos (sus redes se extienden desde un sello discográfico hasta una editorial de libros de poesía), además de conceder cientos de entrevistas a medios de toda índole. En menos de cinco años. Su frenético ritmo parece no entender de limitaciones corpóreas.

Y es que Bunbury es una fuerza de la Naturaleza: imparable, inevitable, incombustible, inexplicable, irreductible. Por eso -desde nuestra posición de indígenas curiosos, semiadaptados a este medio caprichoso-, a esta Fuerza, como a las demás, como al Sol, a la Noche o al Magnetismo, nos conviene, si no comprenderla -porque no llegamos-, al menos, sí idolatrarla.

Entrevista Rolling Stone marzo 2012

Web oficial

La buena doncella (de hierro)

Iron Maiden no necesita presentación. Es, sin ninguna duda, la banda de Heavy Metal más conocida del mundo, en activo desde el año 1975 y con 15 álbumes de estudio -más recopilatorios, directos, sencillos, etc- en su discografía. Canciones suyas como «Fear of the Dark», «The trooper», o «The number of the Beast» pasarán indiscutiblemente a la Historia de la música del siglo XX.

«Flight 666» es el título de un documental rodado en 2008 durante su gira «Somewhere back in time», en la que los músicos recorrieron más de 80.000 km -en 45 días- y ofrecieron un total de 23 conciertos. Varios factores son inusuales en esta gira, aparte de la distancia, la cantidad de conciertos y el reducido número de días.

En primer lugar, son inusuales los países que visitaron, alejados en general del circuito comercial: India, Australia, Costa Rica, Chile, Canadá… Países en los que Iron Maiden no había actuado antes -o en raras ocasiones- porque los ingresos no cubrían los costes de desplazamiento y producción.

En segundo lugar, es inusual -pero necesario para sus propósitos- que tanto la banda como el equipo técnico (personas y medios) viajaran en el mismo avión, específicamente acondicionado para el caso. Necesario, decimos, porque era el único modo de convertir la gira en algo viable.

Y en tercer lugar -hemos dejado lo más sorprendente para el final-, es inusual que el piloto de este Boeing 757 -bautizado como «Ed Force One»- fuera el cantante del grupo, Bruce Dickinson.

«Flight 666», de los canadienses Sam Dunn y Scot McFadyen, es algo más que un documental sobre una gira. Contiene una profundidad en su mirada que lo convierte en una obra muy digna de ser tenida en cuenta a nivel ético, pero vamos a intentar explicar por qué.

Contrastes y similitudes

Sólo por el hecho de plasmar la afición al grupo -y al género- en una buena decena de países, el documental ya incurre en la etnografía, aunque sea someramente. En India, el escenario es de bambú. En Chile, los medios de comunicación tildan al grupo de «satánico». En Argentina, los seguidores muestran su pasión de una manera intrusiva, incómoda para los músicos. Y así, sucesivamente, se resume el carácter de cada zona, dibujando un mundo en que, aunque todos vistan igual -con Eddie en sus negras camisetas-, nadie es como su vecino.

La buena doncella (de hierro)

Recordemos que «Iron Maiden» es el nombre de un instrumento de tortura, conocido como la «Doncella de Hierro», o «Doncella de Nuremberg». Se trata de un sarcófago con pinchos en su interior que atravesaban puntos no vitales del atormentado, para su mayor sufrimiento. Las imágenes escabrosas y los hechos más sórdidos que hayan podido tener lugar en la Historia forman una parte sustancial de la iconografía de este género musical. Eddie -la mascota del grupo-, por ejemplo, es un personaje que exhibe, con gran realismo, sus nervios, músculos y tendones y que tiene su origen en un anuncio propagandístico de la guerra de Vietnam.

Muchos son los grupos que se inspiran en matanzas y carnicerías. No obstante, pocos son los que hacen de esta violencia -del Mal- su filosofía. Son músicos -artistas- que dirigen la mirada hacia ciertas áreas de la sociedad -construyendo-, en una actividad que tiene más de denuncia que de otra cosa. Fue, por ejemplo, muy sonada -y censurada- la portada de Iron Maiden en la que figuraba Margareth Thatcher con una ametralladora. La camisa de fuerza, los cuchillos ensangrentados, los trajes militares, las calaveras, son todos signos que remiten a la parte más oscura de la naturaleza humana, reconociéndola -recontextualizándola- sin por ello alabarla.

Frente a esto, los propios componentes de Iron Maiden enarbolan la integridad, la pureza, la excelencia, la meticulosidad, la libertad, la sabiduría, o la originalidad, como valores primordiales, y así lo declaran en el documental. Hablan de sus compañeros con cariño, respeto y admiración, destacan sus cualidades y ofrecen, en definitiva, un modelo de conducta que dista mucho del que se les asigna desde múltiples focos de ignorancia.

Además, la sencillez es otro de los rasgos característicos de la banda. Aseguran que lo que hacen no es por dinero, sino por convicción -por pasión- y no se sienten mejores que nadie por hacerlo. Tratan a los demás como iguales, siempre tienen un gesto de atención hacia sus seguidores y se enorgullecen de constituir un ejemplo de pureza para ellos.

La vida sana

Influido por los tópicos que circulan a propósito de los músicos y su vida disoluta, el espectador probablemente se sorprenderá ante la seriedad de la banda. No es falta de sentido del humor -ni mucho menos-, sino responsabilidad. Ya el solo hecho de ver al cantante pilotando un Boeing muestra el equilibrio de los Maiden, pero la cosa no queda ahí. No hay borracheras, sino mucho trabajo; no hay groupies a bordo, sino sus propios hijos. El baterista juega al golf, otro al fútbol, otro al tenis y el licenciado en Sociología se pierde en soledad por las ciudades. No son unos niños -sobrepasan los 50 años-, pero lo cierto es que la imagen que ofrecen está muy alejada de la del artista que encuentra la inspiración en el fondo de una botella, y no parece que nunca hayan propendido a la autodestrucción.

Homo ludens

Y, como diría Huizinga, «el estadio, la mesa de juego, el círculo mágico, el templo, la escena, la pantalla, el estrado judicial, son todos ellos, por la forma y la función, campos o lugares de juego; es decir, terreno consagrado, dominio santo, cercado, separado, en los que rigen determinadas reglas. Son mundos temporarios dentro del mundo habitual, que sirven para la ejecución de una acción que se consuma en sí misma».

Porque Iron Maiden lo que hace es jugar. Sus miembros se divierten increíblemente. Se toman muy en serio el juego, qué duda cabe, conocen sus reglas y las cumplen; le rinden culto; y apuestan no sólo la vida en ello -¡el cantante pilota el avión!-, sino algo más importante: el honor, la integridad, la libertad. Forman una gran familia (un «equipo», según Huizinga, que perdura aún después de terminado el juego) y dan sentido -proponen un orden- a la vida. Como en todos los juegos, son libres de abandonar en cualquier momento (precisamente por eso no lo hacen). Y verlos actuar es verlos disfrutar.

Ficha técnica