Gijón, los ‘modernetes’ y el cómic

El año pasado, los productores audiovisuales asturianos fuimos invitados a un encuentro en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón, durante el cual Jesús Hernández Moyano, director de Media Desk España, compartió con nosotros su valioso punto de vista sobre la industria audiovisual. Él coordina el programa MEDIA en España, un programa europeo de ayudas al sector, y por tanto su visión es muy rica, puesto que tiene contacto con numerosos agentes internacionales. Uno de los asistentes representaba al Festival Internacional de Cine de Gijón y comentó algo relativo a la evolución del Festival. Jesús inmediatamente respondió: «¡El Festival no lo toquéis! Está bien así, como está».

Nichos de mercado

Los festivales de cine, como cualquier otra iniciativa cultural y/o industrial, tienen que buscar un «nicho de mercado», es decir, tienen que diferenciarse de los demás ofreciendo algo que no ofrezcan los otros, dirigiéndose a un público concreto y construyendo -en definitiva- su propia identidad por oposición a lo ya creado. Jesús se refería a esto, precisamente -con ese «¡no lo toquéis!»- puesto que el Festival de Cine de Gijón, a pesar de su reducido tamaño (si lo comparamos con otros como Cannes, Sundance, o incluso Málaga, Valladolid, San Sebastián, etc.), ha conseguido instalarse en un nicho de mercado que funciona, que atrae la mirada internacional y que asegura su pervivencia.

¿Y cuál es ese nicho de mercado? Pues teóricamente, el Festival de Gijón está especializado en cine para jóvenes y niños, y gracias a eso mantiene su categoría de festival competitivo, pero en realidad es bien conocido por su vocación experimental, por su búsqueda de nuevas narrativas y autores que, por lo general, gozan de prestigio a nivel académico y de crítica, pero no siempre a nivel comercial y de taquilla. Así, Gijón se ha convertido en un encuentro anual para los amantes del cine como Arte, más que del cine como industria.

Isaac del Rivero, la ciudad y los ‘modernetes’ 

El Festival de Gijón, en su origen, fue una apuesta personal del dibujante de cómics Isaac del Rivero, allá por los años 60, y de un grupo de amantes de las viñetas y la gran pantalla. En una entrevista que tuvimos ocasión de hacerle tres o cuatro años atrás, con ocasión del centenario de Tintín, Isaac del Rivero nos confesó que él hubiera preferido reforzar el carácter infantil y juvenil del certamen, y su vínculo con el cómic, en lugar de reconvertirlo en lo que es ahora, una plataforma para la experimentación artística.

Resulta lógico que del Rivero reivindique ese carácter original del Festival, dada su pasión por la viñeta (es un magnífico dibujante), pero también hay que reconocer que el Festival, durante este más de medio siglo de historia, ha evolucionado independientemente, ha cobrado una identidad propia cuyo sentido hoy ya casi nadie cuestiona. Y es que los habitantes de Gijón han tomado el Festival como bandera, de manera que para entender al gijonés es preciso comprender el Festival y viceversa.

Gijón es para Asturias -sobre todo en su contraste con Oviedo: la «Vetusta» de Clarín, la señorial Capital del Principado- un puerto abierto al mundo, el entorno donde las ideas que llegan de fuera -de las Américas, tradicionalmente- se acogen, se revisan y a menudo se hacen propias, se incorporan. Gijón es -y quiere ser- la vanguardia de la región.

Muchos de sus habitantes son «modernetes», marcan tendencia, y la ciudad está llena de magníficos centros culturales que, en conjunto, configuran un panorama de lo más singular. Baste pensar, como ejemplo, en LABoral, Centro de Arte y Creación Industrial, pues constituye una referencia internacional para artistas y creadores que experimentan con nuevas tecnologías, narrativas y enfoques. Bien es cierto que esta libertad para experimentar a menudo se malentiende y se producen verdaderos despropósitos neo-warholianos, en los que el Arte se convierte en un «todo vale», perdiendo su sentido, pero en justicia no parece que el espíritu de la Ciudad, del Centro de Arte, o del Festival, sea ése, sino más bien el de trabajar por la originalidad al margen de la comercialidad.

El hombre tras el pincel

En la presente edición del Festival Internacional de Cine de Gijón (que se celebra durante estos días), podremos ver, entre otras muchas producciones, un documental que expresa especialmente bien este carácter alternativo del certamen y su relación con los «taquillazos». Se trata de «Drew, el hombre tras el cartel» y aborda la historia del -para muchos anónimo- dibujante de carteles de películas que todos conocemos, como Star Wars, Indiana Jones, o el Laberinto del Fauno, Drew Struzan. En el documental, grandes directores como Spielberg, o Lucas rinden homenaje a la grandeza de este arte que, no por ser menor, es menos Arte.

Ver trailer «Drew, the man behind the poster»

Web oficial Festival Cine Gijón

Málaga y el documental

Aunque se trate de un festival relativamente joven (nace en 1998), el de Málaga es uno de los poquísimos que sirven para congregar en España a la industria internacional. Y eso es un valor.

Su nombre es «Festival de Málaga. Cine español», pero el tiempo, la menguante producción audiovisual española y los imperativos económicos, quizás obliguen a rebautizarlo como «Festival de Málaga. Cine en español». Y es que, efectivamente, Hispanoamérica está muy presente en Málaga, al menos durante los días del Festival.

Mercadoc

Una de las pruebas de que Málaga representa un hilo tendido a través del océano es la existencia de Mercadoc, un mercado de documentales donde se dan cita los Commissioning Editors (los que compran contenidos) de diversos canales de televisión, de diversos países. Directores de Chile, Perú, México, Argentina, Honduras, Guatemala, Bolivia, Ecuador, etc, viajan hasta España para presentar sus obras a un mercado que se quiere europeo, pero que no lo es tanto. Y no lo es tanto porque la producción audiovisual en español es mucha, y de gran calidad a menudo, pero no termina de entrar en los circuitos angloparlantes, si no es de la mano adecuada.

Con frecuencia, aquí descubren, esos directores, que quizás no sea tan importante estar presente en los círculos anglófilos -y que Málaga no es precisamente el foro idóneo para conseguirlo-, como establecer y reforzar vínculos entre países que comparten 500 millones de hispanohablantes. Málaga es (o debiera ser) un festival para hablar en español, para ver cine en español y para sentir que España y lo hispano es grande, que hay una identidad común, y que tenemos que apostar por esa identidad.

Bull Running in Pamplona

«Encierro» («Bull Running in Pamplona») es el título del documental que abrió la sección «Málaga Premiere» del año pasado (2012). Con más de 11.000 espectadores desde su estreno, el 28 de junio (de 2013), ya se ha convertido en el documental «español» más visto del año. Su temática, los sanfermines. Su característica, que está grabado en 3D y a lo largo de tres años. La sorpresa: su director, Olivier Van der Zee, es holandés.

La idea original del documental es de Enrique Urdánoz, quien también es su coproductor y director de fotografía, y el documental está participado por el Gobierno de Navarra, entre otros, pero, al parecer, los productores buscaban una mirada «extrañada» sobre el fenómeno de los encierros, una mirada extranjera, y por eso acudieron a Van der Zee.

Cabe pensar que quizás la mirada «extrañada» pudieran haberla encontrado en realizadores españoles. De hecho, para muchos españoles, los sanfermines son algo ajeno y relativamente desconocido. Pero el 3D, la España taurófila y un director holandés, facilitan que la película tenga recorrido internacional (no en vano Holanda es la cuna del festival de documentales más importante de Europa).

Web oficial Festival de Málaga

Web oficial «Encierro» («Bull Running in Pamplona»)

De Sica y los BAFTA

Año 1947. La Segunda Guerra Mundial ha dejado a su paso un reguero de cenizas, escombros y ausencia. Europa aún no sabe cómo encajar lo sucedido, y tardará décadas, o quizás un siglo, en poder hacerlo.

Frente al cine propagandístico, que inundaba las pantallas durante los años del conflicto, frente a los dos bandos de antaño, ahora se impone reconstruir la cultura, desde la perspectiva de los vencedores, claro. El cine es la herramienta para ello, el cine es el rey.

Es entonces cuando surge la Academia Británica del Cine, es entonces cuando surgen los premios BAFTA. Con el director David Lean como primer presidente, la Academia se define como una institución que busca «apoyar, motivar e inspirar a aquellos que trabajan en el cine, identificando y premiando su excelencia, y educando a cualquiera que haga uso de estas formas de Arte en movimiento».

Pero en realidad, los premios BAFTA surgen como algo más profundo que un apoyo al Arte. Son un marco moral, un modo de indicar los pasos para la reconstrucción de una Europa que no confía en sí misma. Y son también algo parecido al potlatch, un sistema de regalos rituales.

Ladrones de bicicletas

En este contexto, la primera película premiada será «Los mejores años de nuestra vida», del americano William Wyler, en 1947, probablemente como reconocimiento, no sólo al autor -de valía incuestionable-, sino al pueblo de Estados Unidos y al apoyo prestado en años anteriores. Le seguirá, el año siguiente, «Hamlet», dirigida por el inglés Lawrence Olivier (luego condecorado como «Sir Lawrence») y basada en la obra del genio inglés William Shakespeare. Una para los americanos, otra para los ingleses.

Pero no se puede hablar de reconstrucción, de reconciliación, si no se tiende la mano al enemigo abatido. De manera que en su tercera convocatoria, el premio BAFTA a mejor película recae sobre el italiano Vittorio de Sica, y su «Ladri de biciclette».

Es una obra maestra. Desde el neorrealismo italiano, De Sica pone en escena una historia tierna y no sin enjundia, apoyada en actores no profesionales e hilada a través de escenas cotidianas: lo más difícil. Y consigue, en esos ásperos tiempos, ganarse el favor de todos, público, crítica, jurado.

Hoy, sesenta y tantos años después, podemos verla en Youtube. Y aún sorprende.

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Sundance o el genio de la lámpara

Sundance es uno de los festivales de cine independiente más importantes del mundo. Nacido de la mano de Robert Redford en 1980, debe su nombre al personaje que el propio Redford interpretó en 1969 en “Dos hombres y un destino” (Butch Cassidy and The Sundance Kid). De esta forma, Redford quiso dar una oportunidad a jóvenes creadores ajenos a la industria de Hollywood.

En sus comienzos, Sundance fue un instituto de cinematografía. Tres años después de su puesta en marcha, se vio la necesidad de mostrar al público los trabajos realizados por los jóvenes creadores, por lo que Redford creó el Festival, del cual han surgido grandes figuras del cine. En 1984, los hermanos Coen, con su misterioso ingenio y retorcido sentido del humor, ganaron en Sundance el premio a la mejor dirección con la película “Blood Simple”. Otro ejemplo de la labor que realiza el festival es el descubrimiento de Quentin Tarantino, quien en 1991 se presentó con “Reservoir Dogs”, obteniendo el reconocimiento merecido y lanzándolo al éxito.

Winter’s bone

Debra Granik es una directora de cine independiente que, con esta película, ganó el Gran Premio del Jurado y el Premio al mejor guión en el Festival de Sundance del año 2010. La película fue rodada en el territorio Ozrak de Missouri. Las casas que aparecen en la película fueron construidas para tal fin. Granik repartió algunos de los papeles entre las personas de la comunidad Ozrak. También se apoyó en éstos para recrear la estética.

A pesar de su argumento, más que duro, dramático, sobre la precaria situación familiar, económica y existencial de una joven, Granik consigue con esta historia que lo ordinario se convierta en extraordinario y mostrar toda la sensibilidad que subyace en los personajes centrales.

La película tuvo una gran acogida en Europa, no así en Estados Unidos, donde los grandes distribuidores no quisieron arriesgar su dinero. Fueron los «rebeldes» de la distribución los que apostaron por esta magnífica historia.

Kamikakushi

La historia de Berlín es la historia de Alemania. Con anterioridad a la II Guerra Mundial, Berlín era un referente cultural, arquitectónico y financiero a nivel mundial. Cinco años después de acabada la guerra, la ciudad seguía medio destruida. Fue entonces cuando se creó un festival de cine, con la intención de ayudar en el proceso democratizador. Oscar Martay fue nombrado asesor cinematográfico por la administración militar estadounidense en Alemania, y contribuyó de manera decisiva a la creación del Festival. En 1950 se reúne el primer comité formado por dos representantes de la administración del Senado de Berlín, cuatro representantes de la industria cinematográfica alemana y un periodista, además del propio Martay y de su amigo George Turner.

En 1951 arranca la primera ceremonia del festival bajo el nombre de «Internationale Filmfestspiele Berlín», celebrada del 6 al 17 de junio. Se inaugura con la película de Alfred Hitchcock «Rebeca». Durante esta primera edición, los premios son elegidos por un jurado experto alemán, pero a causa de  la presión ejercida por la FIAPF (Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos), se decide que los premios del año siguiente sean otorgados por el público, ya que solo los festivales de categoría «A» pueden tener un jurado de expertos. Finalmente, la FIAPF le concederá la clasificación «A» en 1956.

En esa primera ceremonia, el Oso de Oro a la mejor película es para «Four Vier im Jeep» de Leopold Lindtberg y Elizabeth Montagu, que cuenta una historia ambientada, como no podía ser de otra forma, en la II Guerra Mundial. En ese mismo certamen, Oscar Martay recibe el Oso de Oro por el esfuerzo realizado en la creación del festival.

En cuanto a las secciones, son siete diferentes, de las que podríamos destacar: «En competición», donde se presentan películas que aún no han sido estrenadas en su país de origen, «Panorama», películas independientes de temas controvertidos y estilos poco convencionales y «Fórum» donde los jóvenes cineastas pueden exhibir sus películas o documentales.

Kamikakushi

Éste es el título original de «El viaje de Chihiro» de Hayao Miyazaki, que ganó -junto con «Domingo Sangriento»-, el Oso de Oro en el Festival de Berlín del año 2002. Era la primera vez que una película de animación se alzaba con este galardón.

Kamikakushi significa «resurrección social» y así el contenido de la película cobra un significado distinto. La cultura japonesa utiliza esta palabra para expresar el tránsito de la adolescencia a la edad adulta. Luego el «viaje» de Chihiro es un viaje hacia el interior, en busca de los pilares que la formarán como adulta, el tránsito «mágico» que le hará despedirse de su infancia para siempre y abrazar sin temor la edad que llega.

»Nada de lo que sucede se olvida jamás, aunque tú no puedas recordarlo».

El espíritu de la colmena

Tras la creación en 1953 de lo que posteriormente se convertiría en el renombrado «Festival Internacional de Cine de San Sebastián», la «Semana Internacional de Cine», y viendo su repercusión, el gobierno franquista se vio obligado a flexibilizar la censura y permitir ciertos privilegios fiscales a las películas presentadas al certamen. Esta flexibilización tuvo su eco en «La Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos» (FIAPF), que concedió a la Semana Internacional la categoría de «Festival Internacional de Cine» clase «B» (festival no competitivo), con la incorporación de la primera «Concha de Plata» como símbolo de un premio distintivo del certamen. Sin embargo, en el año 1956, la FIAPF, dado que el gobierno franquista limitaba enormemente al cine norteamericano, retira su apoyo.

En 1957 llega la reconciliación entre el gobierno franquista y la FIAPF, y ésta le concede la máxima categoría al festival. La primera Concha de Oro es para la película «La nonna Sabella» del italiano Nino Rissi. Al año siguiente, llegaría nuevamente la polémica al festival ya que la Concha de Oro fue para «Ewa chce spac» del polaco Chmielewski frente a la gran candidata «Vértigo» de Alfred Hitchcock. 1963, el festival vuelve a perder su máxima categoría (A), aunque por poco tiempo, puesto que la recupera al año siguiente.

Durante la dirección del festival por parte de Luis Gasca, éste se sume en una grave crisis que produjo una considerable pérdida de prestigio. En 1985 Diego Galán retoma la dirección del certamen, devolviéndole la merecida atención internacional e instaurando como novedad el Premio Donostia.

A partir del año 2000, el Festival de Cine de San Sebastián cuenta con la inestimable presencia del gran Woody Allen, quien lo utiliza para la presentación, a nivel internacional, de sus películas.

El espíritu de la colmena

En el año 1973, la Concha de Oro fue para la película de Víctor Erice «El espíritu de la colmena».  La película está ambientada en la posguerra española y cuenta la historia de Ana, una niña que después de ver «Frankenstein», queda fascinada por el monstruo al que tratará de encontrar.

Según Víctor Erice: «El título, en realidad, no me pertenece. Está extraído de un libro, en mi opinión, el más hermoso que se ha escrito nunca sobre la vida de las abejas, y del que es autor el gran poeta y dramaturgo Maurice Maeterlinck. En esa obra, Maeterlinck utiliza la expresión ‘El espíritu de la colmena’ para describir ese espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer, y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender»

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