Felicidad Interior Bruta

Diez buenos años atrás (lo de “buenos” es porque quizás sean quince), un profesor de Economía en la Universidad dijo algo en lo que mis compañeros no repararon, pero que para mí fue la revelación más inquietante y esclarecedora de toda la carrera. Estaba explicando las políticas internacionales, la autorregulación del mercado y esas cosas. Afirmó que la política de la Unión Europea se basaba en igualar los precios en todos los países, con la seguridad de que los salarios se igualarían también, ellos solos, con el paso del tiempo. Yo pregunté lo obvio: ¿cuánto tiempo tardarán los salarios españoles en igualarse con los de los demás países europeos? Mi profesor respondió: “Con suerte, 30 años”. En ese momento, me di cuenta de que toda mi vida estaría marcada por la recesión económica.

El precio de los pisos en Bruselas es, a día de hoy, igual o inferior al precio de los pisos en Madrid. El salario mínimo interprofesional en Bélgica es de 1.331 euros al mes. En España, de 600.

Un par de años atrás, una nonagenaria tía-abuela mía me dijo: “los jóvenes de hoy lo tenéis muy mal”. Yo pensé que, si esta mujer, que había vivido la Guerra y la posguerra, la Dictadura, la Transición y lo que llevamos de Democracia, se compadecía de los jóvenes actuales, muy mal debía de estar la cosa. Me puso un ejemplo: “Fíjate, cuando mi marido y yo compramos nuestro piso, nos hipotecamos a cinco años. Y lo hicimos con mucho miedo, porque ¿quién podía saber lo que pasaría de ahí en cinco años?”.

El piso al que hacía referencia era relativamente amplio, céntrico, en Madrid. Hay que decir que no contaban con más ingresos que los de su marido, alfarero de profesión y que, además, criaron a varios hijos.

Las hipotecas actuales, caso de ser concedidas, se extienden durante 20, 30 o 40 años. Y para costearlas, no suele bastar con un sueldo –de abogado, de médico-, sino que ambos cónyuges deben aportar.

Un par de días atrás, el diario “El País” publicaba los resultados de un “juego” llamado “El mejor País”, en el que los lectores escribían las noticias que les gustaría leer. Destacaba un titular: “La Felicidad Interior Bruta, aceptada como índice de referencia socioeconómico internacional”.

Quizás los precios, los salarios, el desempleo y las demás hipotecas no sean buenos indicadores de la Felicidad Interior Bruta.

Pero mi intuición me dice que algo tienen que ver.

Innovate is for innovatorsInnovar es de innovadores

They say that a pessimist is a well-informed optimist. But they also say that the optimist has a project and the pessimist, an excuse.

Innovate is a difficult task. It is necessary to analyze the environment, identify needs and find solutions, there is nothing. And if, besides this, is to have integrity, we will try to do good, both on the needs that are to be met, as the solutions to meet them.

Recall, for example, in «The Godfather» Ford Coppola, that a certain famous singer goes to Brando to ask a favor, since it has some business in hand. Brando identifies and puts your need-effective solution, to be sure, but perhaps not the most ethical way possible.

It is difficult, we said, innovate, and be whole, ‘especially in troubled times. To innovate means to allocate some resources to research that could be used for production. That is, innovation is «stop and think» and «stop and think» is stopped. Innovation also is «taking a path» whose end is unknown, no one knows how long it will be necessary to find an idea, so that, for all this, the innovator is to be a brave or adventurous, but borders on recklessness.

Still, in many cases, efforts to innovate are rewarded. And the benefits of innovation not only take advantage of the innovators themselves, but society as a whole. In fact, history tells us more of an innovator who, reviled by society of his time, suffered the scorn and even the stake on behalf of a valuable advance for all.

It seems that at present, however, innovation, progress-is better received by the public in those dark times. But the imperative of profitability depends on the innovator like Damocles sword. Perhaps now we burn the agents of innovation because it may no longer be necessary: ​​it is easy for someone to steal your idea, that progress is not profitable, they do not find such an advance, or die of starvation by the wayside.

But there is something that ensures that innovation will continue to produce, however scrambled are the times: the peculiar character of the innovator. Like the artist, the innovator can not avoid being creative, way of living and relating with the world is created. And any artist knows, Van Gogh, that the first thing is to create and quite another to sell the building.Dicen que el pesimista es un optimista bien informado. Pero también dicen que el optimista tiene un proyecto y el pesimista, una excusa.

Innovar es una tarea difícil. Es preciso analizar el entorno, determinar necesidades y encontrar soluciones, ahí es nada. Y si, además de esto, se quiere ser íntegro, se intentará hacer el bien, tanto en las necesidades que se pretende satisfacer, como en las soluciones para satisfacerlas.

Recordemos, por ejemplo, en «El Padrino», de Ford Coppola, que un cierto cantante famoso acude a Brando para pedirle un favor, puesto que tiene algunos negocios entre manos. Brando identifica su necesidad y pone la solución -efectiva, por cierto-, pero quizás no del modo más ético posible.

Es difícil, decíamos, innovar -y ser íntegro-, sobre todo en tiempos revueltos. Innovar implica destinar unos recursos a investigación que se podrían utilizar para la producción. Es decir, innovar es «pararse a pensar» y «pararse a pensar» es pararse. Innovar, además, es «emprender un camino» cuyo final se desconoce: nadie sabe cuánto tiempo va a ser necesario para encontrar una idea, así que, por todo esto, el innovador no es que sea un valiente -o un aventurero- sino que roza la temeridad.

Aún así, en numerosas ocasiones, los esfuerzos por innovar encuentran recompensa. Y los beneficios de la innovación no sólo los aprovechan los propios innovadores, sino la sociedad en su conjunto. De hecho, la Historia nos habla de más de un innovador que, denostado por la sociedad de su tiempo, padeció el escarnio -e incluso la hoguera- en pro de un avance valioso para todos.

Parece que en la actualidad, no obstante, la innovación -el progreso- encuentra mejor acogida entre el público que en aquellos tiempos oscuros. Pero el imperativo de la rentabilidad pende sobre el innovador como sobre Damocles la espada. Quizás ahora no quememos a los agentes de la innovación porque quizás ya no sea necesario: es fácil que alguien les robe la idea, que el avance no sea rentable, que no encuentren tal avance, o que mueran de inanición por el camino.

Pero hay algo que garantiza que la innovación se va a seguir produciendo, por muy revueltos que estén los tiempos: el peculiar carácter del innovador. Al igual que el artista, el innovador no puede evitar ser creativo, su modo de vivir y de relacionarse con el mundo es crear. Y cualquier artista sabe -Van Gogh el primero- que una cosa es crear y otra muy distinta vender la creación.

El Presidente es pobre

Cuando uno piensa en los gobernantes imagina que sus patrimonios se contarán por millones de euros, que tendrán muchas casas, coches, Bonos del Tesoro y cosas así. Hoy se ha hecho público el patrimonio de los parlamentarios y las cifras decepcionan: no hay apenas millonarios entre nuestros dirigentes.

A excepción de Rubalcaba, Rajoy, Fraga y Bono, que sí sobrepasan el millón de euros, los demás poseen algunas cosillas y sobre todo muchas deudas. Casi todos están hipotecados, pagan planes de pensiones y sus sueldos, aunque no son bajos, tienen mucho que envidiar a los de algunos ejecutivos medios.

Un diputado raso cobra 2813 euros al mes, con catorce pagas, lo cual está muy bien. Rajoy cobra el doble, por complementos de su partido, tiene cuatro casas y tal.

Pero si algún patrimonio llama la atención es el del propio Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Según declara, cobra unos 5500 euros mensuales (14 pagas), y no tiene casa, sólo una parcela de 600 metros cuadrados en León, donde se está construyendo un chalet. Le corresponden unos 30000 euros de sus cuentas bancarias, que tiene a medias con su mujer, y poco más.

Uno dirá: «Bueno, 5500 euros al mes es mucho dinero». Lo es, pero no hay que olvidar que un Presidente del Gobierno dura en el cargo cuatro u ocho años (rara vez aguanta más). Y lo que cuesta llegar hasta ahí. Además, se mueve en círculos distinguidos, en los que todo es carísimo. Sólo con pensar en la ropa que debe (de) utilizar para representarnos en el extranjero, el salario empieza a resultar bajo. Alimenta, viste y educa a dos hijas, paga las facturas, la hipoteca, los regalos de Navidad… No es tanto, no.

La duda que surge, automáticamente, como un pinchazo, es: «¿Por qué se pelean tanto por llegar a ese puesto?» Los millonarios parece que ya lo eran antes de ser dirigentes, así que no tiene sentido que luchen a brazo partido por conseguir los 5000 euros del Presidente, con lo cansado que debe de ser, además, gobernar un país. Y si no es por dinero, ¿entonces por qué?

Si analizamos el asunto desde la Psicología, a lo mejor llegamos a comprenderlo. Quizás sea narcisismo. Verse en la cúspide, sentirse poderoso. Como los corredores de Marathón, o los alpinistas, lo importante es llegar adonde no haya llegado nadie, vencer, triunfar.

O quizás sea vocación de servicio. Quieren mejorar las cosas, creen que pueden hacerlo.

Ambas opciones son desalentadoras. Porque si estamos gobernados por narcisistas, ¿qué futuro podemos esperar?

Y si en realidad nuestros dirigentes están sacrificándose por nosotros, luchando por mejorar las cosas, haciendo todo lo posible, y nosotros, los dirigidos, desconfiamos por norma, los criticamos e insultamos, los botamos a la primera de cambio, ¿qué clase de desagradecidos estamos hechos?

Presidente, le pedimos disculpas (por si acaso). No se suba el sueldo, que no está el horno para bollos, pero disfrute de su casita en León, que bien ganada la tiene.

http://politica.elpais.com/politica/2011/09/08/actualidad/1315480603_632547.html

Aguirre, o la soberbia del profesorado

En tiempos de recesión económica, se adoptan medidas impopulares. Una de ellas es el recorte previsto en Educación por el Gobierno de la Comunidad de Madrid, cifrado en 80 millones de euros. Las consecuencias de este recorte implican el aumento de la jornada lectiva para los profesores y la no contratación de personal auxiliar. El sindicato Comisiones Obreras calcula que 2500 profesores serán dados de baja, aunque las fuentes oficiales niegan estas cifras.

Los profesores, en señal de protesta, llevan cinco días encerrados en la Consejería de Educación. Y amenazan con quedarse. Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad de Madrid, les ha remitido una carta, en aras de prevenir la inminente huelga, fechada para el día 14 de septiembre. En dicha carta, Aguirre explica que se trata de combatir la debilidad de la economía, el desempleo, el cierre de empresas… Da sus razones. Pero los duendes de la imprenta le han jugado una mala pasada. Algunos errores ortográficos se han colado en la versión final y han puesto en entredicho la incuestionable corrección léxica de la Presidenta.

Los profesores, indignados, han corregido la carta como si se tratara de un examen de su alumnado, con bolígrafo rojo, y se la han devuelto, a modo de correctivo, para prevenir futuros errores. La Presidenta se ha defendido diciendo que la carta había sido manipulada.

El hecho es menor. En un mundo en que millones de personas mueren de hambre, en una comunidad en la que miles de personas pierden sus empleos, no importa mucho si Esperanza Aguirre comete o no faltas de ortografía. Y los procesadores de texto ya se ocupan de corregirlas automáticamente, por lo que la culpa de Aguirre se reduciría aún más, ya que se limitaría a no haber conectado esta utilidad informática. Por si esto fuera poco, sabiendo cómo funciona la Administración, es incluso probable que la carta no la haya redactado ella, sino algún miembro de su equipo, así que el pecado de Aguirre sería la confianza.

En cualquier caso, aunque el hecho es indiscutiblemente nimio, ilustra con claridad el estado actual de las relaciones personales e institucionales. El lenguaje es un código que hemos inventado para hablar al mundo, del mundo; para referirnos a él y ponernos de acuerdo. Es un código imperfecto, limitado, pero útil. Y en general, basta con querer entender para poder entender. El buen uso de las reglas ortográficas denota simplemente un profundo conocimiento del código, pero no por ello del mundo. A menudo se utiliza también como indicador -como indicio- de la (sub-) cultura a la que pertenece el individuo («hablas mal: eres un inculto»), pero esto no es justo: se puede saber mucho del mundo y nada del código.

Los profesores están acostumbrados a velar por la corrección del código, es su trabajo. Y uno podría pensar que hoy lo han defendido celosamente, por el bien de todos pero, en este caso, no se trata de celo excesivo, sino de soberbia. Los profesores están en pie de guerra, y el descrédito del enemigo, el escarnio público, es una poderosa arma. Saben que perderán, que tendrán que trabajar más horas, arrimar el hombro, pero han visto la oportunidad de soltar una dentellada y la han aprovechado. Han querido llamar «analfabeta», o «inculta», a la Presidenta de la Comunidad de Madrid y lo han hecho a voz en grito. Han querido destacar sobre ella, aleccionarla como a un niño, brillar. Y ella ha tropezado, los ha acusado de falsificadores, se ha sentido herida en su estima, como habría hecho un niño.

Pero no era necesario. Porque no es tan importante el código como el mundo a que se refiere. Porque la recesión sigue ahí y algo tendremos que hacer para combatirla. Y porque discutir sobre el color de la guillotina no tiene mucho sentido, ya que no es un adorno en absoluto.