La plaza de Margaret Thatcher (Carmen Cereña)

He leído en la prensa que en Madrid, nada más y nada menos que en la confluencia de la calle Goya con el arranque del Paseo de la Castellana, se ha dado a una plaza, bajo el mandato de Ana Botella, el nombre de Margaret Thatcher.

Cabe preguntarse en qué benefició Thatcher a Madrid o cuál es su vínculo con la ciudad, que justifiquen tal honor. Como no hay respuesta a ello porque no puede haberla, la pregunta debe encaminarse entonces a saber en qué la británica fue benefactora de la Humanidad.

No entra dentro de nuestro propósito valorar o enjuiciar la labor en el interior y en el exterior de la Thatcher, pero cómo olvidar que cuando Pinochet quedó retenido en Londres por un mandato judicial internacional, la llamada Dama de Hierro fue a visitarlo en repetidas ocasiones al hospital en que había sido intervenido para brindarle su apoyo moral y mostrar ostensiblemente al mundo sus simpatías para con él.

De la Thatcher se ha dicho que gobernó como un hombre. Otro tanto se dice actualmente de la Merkel. Una tal afirmación presupone que hay diferencias en los modos de gobernar entre los dos sexos. Sin embargo, dado que el mundo tal y como lo conocemos ha sido hecho por los hombres y para los hombres, que a las mujeres se nos ha constreñido a decir a todo amén (ese célebre «Sí de las niñas» permanente), si no es como ellos, ¿cómo, de qué otra manera podríamos gobernar las mujeres? Distinto sería, eso no lo niego, si la política fuera creación femenina o si se alcanzara en la sociedad una paridad real, y no impuesta, en todos los ámbitos y que la tal paridad se consolidara, perdurara y se convirtiera en uso y costumbre. ¿Lo veremos algún día en Occidente, que es el único lugar donde nos es permitido soñar con ello?

«En la uña del dedo meñique de una mujer, Isabel la Católica, había más energía política, más potencia gobernadora que en todos los poetas, economistas, oradores, periodistas, abogados y retóricos españoles del siglo XIX», escribe Galdós en «El Grande Oriente». Isabel gobernó como un rey de fuste y brío; ¿de qué otra forma podía gobernar? Y otro tanto podría decirse de cuantas soberanas con poder efectivo salpican la Historia de Occidente: Bloody Mary, su hermanastra Elizabeth, Catalina de Rusia…

En nuestras circunstancias, en nuestro contexto, en nuestras tradiciones, en un mundo cada vez más globalmente peligroso, suena a falsa música celestial eso de que la mujer gobernaría de manera más juiciosa, más íntegra y más humana. En cuanto a ese sedicente sexto sentido que nosotras al parecer poseemos frente al parecer su ausencia manifiesta en el varón… ¡dengues de señoritas románticas! Es cuanto expresa Genara, en «La segunda casaca», también de don Benito: «Las mujeres son más leales que los hombres, sirven con más ardor y más honradez a una causa cualquiera, son menos accesibles a la corrupción, poseen instinto más fino y mayor agudeza de ingenio, mayor penetración. Ustedes (los hombres) piensan; pero nosotras adivinamos». Amén de su falsedad intrínseca, duele de esta declaración eso de que el pensamiento se lo cedamos a los varones, ¿no es cierto?

Antonio Machado. Manuel Machado. Son hermanos. Escriben juntos seis obras de teatro, entre ellas la celebérrima «La Lola se va a los puertos». Hay una célebre y bellísima foto de ambos, en un solemne despacho, con Antonio sentado y Manuel de pie. Ambos esbozan una muy leve sonrisa de zumba. Antonio se nos aparece más antiguo, con su cuello de pajarita, y más reflexivo e introvertido también («Yo voy soñando caminos de la tarde»); Manuel resulta más activo, más bullidor, más «social», apoyado con una cierta nonchalance blasée en un cofre y sosteniendo un cigarrillo entre los dedos («Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…») . Antonio parece presidir un Ateneo, mientras que Manuel parece asistir a un cóctel. «¡Qué bonito es que las hermanas estéis siempre unidas!», nos ha dicho siempre mi madre. Con nostalgia, siempre que veo la foto y siempre que pienso en los Machado, considero lo bello de su unión primera. Mas ha de llegar la maldita guerra… Política y guerra rompen la hermandad de sangre y la amistad fraternal de los hermanos. Manuel apoya a Franco, mientras que Antonio escribe aquel lamentable despropósito en forma de soneto dedicado a Enrique Líster, donde concluye con aquello de «Si mi pluma valiera tu pistola…»

¡Qué triste es ver cómo se rasga la foto con zigzag de rayo y estrepitoso crujido! y los hermanos, ¡ambos tan grandes y españoles ambos!, quedan por siempre exiliados el uno del otro. Me viene a la mente el recuerdo vicario, a través de la memoria de mi madre, del tío Pepe (tío-abuelo mío), a quien nunca conocí. Murió exiliado en Venezuela tras la guerra nuestra. Duró muy poco en aquella tierra hermana porque lo mató la añoranza de España y la inmensa pena de haber visto a su patria desangrarse en el odio y la crueldad. Mi madre me enseñó fotos suyas de antes de 1936 y otras de 1940 (murió en 1942 en Caracas a la edad de 61 años): jovial en las primeras y desolado en las segundas, con la muerte en una mirada vencida y sin brillo. ¿Por qué la política ha de desgarrar las familias españolas y así desde la Guerra de la Independencia? ¡Maldita sea! «Mucha sangre de Caín / tiene la gente labriega / y en el hogar campesino / armó la envidia pelea».

Volviendo al inicio de este escrito, me pregunto si no hubiera podido llamarse la plaza dedicada a Margaret Thatcher (¿pero quién le dio vela en este entierro?), plaza de los Hermanos Machado. Que el Ayuntamiento, trocándose en lañador político, restañe la preciosa porcelana española que la triste Historia patria rompió. Que vuelvan Manuel y Antonio a ser hermanos y a quererse. Que Caín deponga las armas y las entierre para siempre. Que sean de nuevo Abel y Abel. Señores alcaldes de España, liguénle ustedes las llagas a nuestra patria. Regálenles ustedes a nuestras calles, a nuestras plazas, a los centros de enseñanza, a las bibliotecas, a los centros culturales y teatros, el nombre junto de los hermanos. Que vuelvan a abrazarse, como Francisco y Domingo, distintos ambos, pero remando en la misma dirección. Antonio y Manuel, «que el sol de España os llene / de alegría, de luz y de riqueza!»

¿Y la Thatcher entonces? Que se dé su nombre a una calle de la localidad inglesa en que naciera. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, también en Ulan-Bator, digo yo, alguna plaza habrá con el nombre de Gengis Khan. Y en alguna aldea de los Campos Cataláunicos, por puro prurito de folklorismo, alguna calle que se llame de «Atila, azote de Dios», una calle, que nunca un parque pues a ver si no cómo hacerle crecer la hierba, por mucho que la climatología de la Champaña le sea favorable.

La plaza de Margaret Thatcher (Hydra de Lerna)

Ana Botella (en adelante AB), ama de casa metida en política por ser la mujer de un ya ex-presidente de España, llegó a la alcaldía de Madrid para jugar a ser decoradora y demostrar cómo de bien sabe gastar el dinero del contribuyente, construyéndose dentro del Ayuntamiento un pequeño apartamento, y lo bien que se le da jugar al monopoli con el plano de la capital del Estado sobre la mesa. Por eso, y por razones que luego expondré, no me ha sorprendido -pero sí indignado- la noticia que he leído en la prensa sobre el nombre que le han puesto a una plaza situada en pleno distrito de Salamanca, concretamente en la confluencia entre la calle Goya con el Paseo de la Castellana, junto a la plaza de Colón.

¿Quién era Margaret Thatcher (en adelante MT)? Pues una señora inglesa que gobernó su país desde 1979 a 1999. Querida por unos y odiada por muchos, se ganó a pulso el sobrenombre de «La Dama de Hierro».

Frases célebres de MT:

«En cuanto se concede a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él»

– En esta frase, y a mi modo de ver, se encierra el peor de los machismos: el despotismo disfrazado de feminismo.

No quisiera que pensarais que no soy consciente de la lucha que, durante muchos años, han tenido que mantener muchas mujeres por la igualdad. Pero en esa lucha parece que lo femenino está reñido con la reivindicación. Que las mujeres (y no me incluyo) por querer ser como los hombres, han copiado hasta los defectos. Son las llamadas «mujeres de hierro». ¿Es esto necesario? En esa carrera, hemos criticado tanto al género masculino que nos tienen miedo. Que una mujer con poder es mucho más peligrosa que un hombre.

«Cualquier mujer que sepa llevar los problemas de una casa está muy cerca de entender los de llevar un país»

– Leyendo esta frase puedo entender la razón por la que AB «redecoró» el Ayuntamiento de Madrid. Y también puedo entender por qué a muchos hombres les cuesta aceptar la capacidad de muchas mujeres para llegar a las más altas esferas de poder.

«Nadie recordaría al buen samaritano si, además de buenas intenciones, no hubiera tenido dinero»

– Frase lapidaria donde las haya. Convierte una bella historia de generosidad y compasión en algo sucio al igualar los valores morales con el dinero.

Tal vez por esta visión sobre la «generosidad» , le propuso al primer ministro australiano la compra conjunta de una isla para enviar allí a los vietnamitas que huían de los comunistas. De esta forma, acallaba su conciencia y alejaba el problema de su «Gran País».

Nadie le va a negar a MT su brillante inteligencia, que usó para manejar y manipular a todos los que estaban a su alrededor. A MT le perdían las adulaciones y por eso se rodeaba de «hombres» a los que no les importaba hacerlo, con tal de que su cabeza no fuera defenestrada (somos conocedores de la «inclinación» de los ingleses a cortar cabezas).

Hay una anécdota que demuestra -y pone en tela de juicio su inteligencia y evidencia su machismo- el escaso sentido del humor que tenía esta señora. En cierta ocasión, MT se rompió una pierna que la mantuvo -y retuvo- recluida en el hospital durante un par de semanas. Paralelamente, un ministro de no sé qué país, idolatrando la figura de la dama, le puso «Thatcher» a su adorado perro. El pobre animal murió. No se sabe muy bien si por el nombre o por alguna enfermedad sobrevenida. El caso es que este señor, compungido por la tragedia de su mascota, envió misivas a sus amistades diciendo «Thatcher ha muerto». Claro que se refería al can, no a «la de hierro», que aún permanecía en el hospital. El incidente a punto estuvo de desencadenar un grave problema diplomático. Con lo fácil que hubiera sido llamar por teléfono y aclarar la situación, reírse del malentendido. Tendría que haber considerado un honor que este señor llamara a su querida mascota por su apellido.

MT nunca quiso que su condición de mujer tuviera relevancia política. Sin embargo, no se cansó de utilizarla para reivindicar la igualdad entre ambos sexos.

MT introdujo la sección 28 en la que se prohibía la enseñanza o la promoción de la homosexualidad.

Claramente, AB es fan de MT. AB quería ser como ella, la gran dama de hierro, pero se le olvidó que no sabía hablar la lengua de Shakespeare. Ni gobernar su casa, de ahí que no supiera solucionar problemas políticos. Ni ser una buena samaritana porque se gastaba el dinero -de todos- haciendo ostentación no sólo de poder, también de desprecio por el sufrido contribuyente. Tampoco a nadie se le ocurre utilizar el apellido de AB llamar a su mascota, porque la pregunta sería: «Botella, ¿de qué?»

Lo que sí han demostrado ambas mujeres en extremos distintos -y es lo único que las aproxima-, es que cuando una mujer de ese calado socio/cultural/mental accede a un puesto de poder, no es que se comporte como un hombre, es que, en su afán por emular a los grandes estadistas, se convierte en tirana la una y en manirrota la otra. Que el poder emborracha y la resaca es tremenda porque la sufrimos todos. Que a algunas mujeres, una vez han accedido al poder, se les olvida que para gobernar hay una condición «sine qua non»: la humildad.

Pero no pierdo la esperanza (y no me refiero a la otra «dama» madrileña).

¿Por qué ponerle Margaret Thatcher a una plaza en nuestro país teniendo nosotros tantas deudas con héroes nacionales?

Lo que ha hecho AB, ha sido instrumentalizar la historia. Veamos:

-Antonio Escobar Huerta, el general olvidado. Guardia Civil, hombre de honor, honrado, íntegro, defensor de la República Española y la Constitución de 1931, a la que había jurado lealtad. Aunque siendo católico, mantener su juramente era una osadía o una condena a muerte. Mantuvo su fe intacta durante los años de la guerra. Luchó en el mismo bando que los anarquistas de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), que despreciaba y perseguía sus creencias. A pesar de ello, ni las ocultó ni renegó de ellas. Escondió monjas en su casa y, tras curarse de las heridas que sufrió en la Batalla de Madrid, le pidió a Azaña poder viajar a Lourdes para rezarle a la Virgen.

Fue fusilado el 8 de febrero de 1940 en los fosos del Castillo de Montjuic.

– Juan Marrero Pérez, «Hilario», jugador del Real Madrid. Intercedió por prisioneros republicanos en La Coruña, ante piquetes encargados de darles el «paseíllo».

La animosidad que sigue despertando la tragedia de nuestra guerra, condena al olvido a personajes como éste.

Durante la Guerra de la Independencia contra los franceses, además de las conocidas, están las grandes olvidadas:

– María de la Consolación de Azlor y Villavicencio, durante los asedios de los franceses, puso su casa, su trabajo y su hacienda a disposición de los defensores civiles y militares de Zaragoza. Amunicionaba las baterías artilleras con víveres y pólvora. Durante la jornada del cuatro de agosto, armada como un combatiente, formó baterías en su calle con pelotones femeninos. En 1809, y a instancias del mismísimo Palafox, reclutó gente para defender el Coso. Además organizó partidas en el pueblo Bureta. Murió a los 39 años.

– María Francisca de Sales Portocarrero, quiso participar en las asociaciones patrióticas, pero se encontró con la dura oposición de los hombres que las componían, ya que estos consideraban que si entraba una mujer en alguna de las asociaciones estas se convertirían en algo frívolo. Finalmente lo consiguió junto con otras trece mujeres. Desde allí, trabajó de una forma enérgica y brillante por la educación de la mujer y para mejorar las condiciones de las que estaban presas. Lo que ella hizo hoy se denomina «programa de inserción social».

He dejado para el final a un personaje que me subyuga: el Almirante Blas de Lezo. Un personaje poco conocido para mayor vergüenza de AB y MT. El Almirante perdió un ojo durante la guerra de sucesión por el trono de España, defendiendo el castillo de Santa Catalina. Con 15 años perdió una pierna en la batalla que mantuvieron la armada española y francesa contra ingleses y holandeses. En 1713, perdió un brazo en el segundo sitio de Barcelona. Pero lo que nunca perdió fueron los cojones, a pesar de ser apodado «medio hombre» o «patapalo».

Los ingleses no sólo ocultan sus derrotas ante los españoles, les gusta atribuirse victorias que nunca existieron.

Del 13 de marzo al 20 de mayo de 1741, tuvo lugar la Batalla de Cartagena de Indias, entre la armada inglesa y la española. La nueva Armada Invencible, comandada por el almirante Edgard Vernon, con 39.000 soldados, 3.000 piezas de artillería y 195 navíos, trató de invadir Cartagena de Indias, defendida por el Almirante Blas de Lezo, con 3.600 soldados y 6 navíos. El rey inglés estaba tan seguro de su victoria que mandó acuñar monedas para celebrarlo. En ellas se leía: «La arrogancia española humillada por el Almirante Vernon…» En realidad, el humillado fue el rey inglés y el almirante Vernon, que tuvo que huir para salvar su vida a costa de perder su dignidad.

Y nosotros, bueno, nosotros no, Ana Botella, le pone a una plaza española el nombre de una inglesa cuyo mérito fue ser apodada «la dama de hierro» por su inflexibilidad y por ocultar divinamente su condición machista haciendo creer a casi todos que luchaba por los derechos de la mujer. De este modo, sigue condenando al olvido a tantos y tantos héroes patrios, negándoles el reconocimiento que merecen.

Espero que los ingleses le devuelvan el halago que tanto desea AB, dándole su nombre a cualquier cosa que no sea una calle, una plaza o algo que esté relacionado con la cultura.

Estas son algunas de mis razones para renegar de quién reniega de la historia de mi país.

Ya lo dijo Antonio Machado:

El enemigo -los traidores de dentro y los invasores de fuera- se iba poco a poco / aproximando a Madrid.

Doctor Planes-Bellmunt

Doctor Planes Bellmunt

Sólo es España si es España toda

… Y tiene España una bandera.
Si a mí me quitan de que la quiera,
yo no sería español.
Sería de otra nación cualquiera.
(fandangos naturales)

El independentismo catalán plantea las elecciones del 27 de septiembre como plebiscitarias y, una vez realizadas, parece estar dispuesto a proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña y a continuación ponerse a trabajar en la construcción del nuevo Estado. ¡A tal punto hemos llegado! Quién lo hubiera dicho hace cuarenta, veinte o tan sólo cinco años… Y, sin embargo, porque a todos aquellos que veían venir lo que ocurre actualmente y lo que se avecina de manera inminente les ha correspondido el triste sino de la pobre Casandra que adivina el futuro sin que nadie le haga caso o la tome en consideración, ahora los peores augurios son absolutamente plausibles. La desidia y exceso de confianza del Estado y el gobierno central, la insensatez de Mas y Convergència y el eficaz fanatismo antiespañol de una parte nada desdeñable de la sociedad catalana, amén del -hasta hace bien poco- culpable silencio de la banca catalana, han hecho posible el estado de cosas actual y su irrefragable evolución futura. Veamos uno por uno estos elementos que han dado lugar al problema tal y como se nos presenta en la hora actual.

I) CAUSAS DEL ACTUAL ESTADO DE COSAS

a)La desidia del Estado y el exceso de confianza del gobierno central. La presencia del Estado en Cataluña ha ido menguando hasta hacerse prácticamente irrelevante. El espacio que le correspondía no ha quedado vacío, obviamente. Como era de prever ha sido ocupado, y luego dilatado, por unas fuerzas independentistas que sí se han tomado muy en serio su papel y sus objetivos, si bien sus esfuerzos por desalojar al Estado Central que gestiona y representa a la nación, a España, no se hayan revelado excesivos ni por asomo por haber encontrado el terreno abandonado y con todas las infraestructuras intactas (no se ha dado la política de tierra quemada pues no se cedían pertenencias al enemigo, sino a una región propia) por defección del Estado. En este sentido, y valga como ejemplo, la dejación de obligaciones y la cesión de competencias en materia educativa ha sido letal. Tamaña irresponsabilidad ha dado lugar a numerosísimas hornadas de jóvenes educados en el odio visceral a España.

b) Los sucesivos gobiernos centrales han pecado también de una grandísima incuria, mas sobre todo de exceso de confianza. Aunque conscientes de la deslealtad intrínseca del nacionalismo y de la deriva cada vez más antiespañola que iban tomando los gobiernos autonómicos de la Generalitat, han preferido timoratamente mirar para otro lado, evitar roces y pensar ingenuamente que los nacionalistas nunca osarían ni llevar tan lejos sus pretensiones como para plantear abiertamente y sin tapujos la independencia, ni consumar su traición. Es más, algunos, como Zapatero, no sólo no han puesto traba alguna a la deriva secesionista del nacionalismo, sino que la han alentado.

c) La insensatez de Mas y Convergència, empeñados en resucitar las aventuras de Macià y Companys, incapaces de escarmentar en la cabeza pretérita, que no ajena, de estos dos Presidents y dispuestos a lanzar un nuevo órdago que, esta vez sí, les permita ganar, sea el definitivo.

d) El fanatismo antiespañol, inteligentemente alimentado por la educación pública autonómica y los medios de comunicación mayoritariamente en manos de la Generalitat, apoyado paralelamente con gran entusiasmo por el gobierno vasco y los nacionalistas gallegos que también vivieron un período de un relativo esplendor, ha ido ganando terreno, viendo cómo su principal valedor más radical, ERC crecía como nunca, se fortalecía y ganaba importantísimas batallas como la abolición de la tauromaquia en todo el territorio del Principado. Y esto es tan cierto que el PSC, desde el primer tripartito, fue haciéndose cada vez más nacionalista y, por tanto antiespañol o, cuando menos, ambiguamente antiespañol. En cuanto a IU-Iniciativa per Catalunya, huelgan los comentarios. Por lo que hace al Partido Popular, víctima del torticero, mas eficaz, razonamiento de la equidistancia por el cual tiene este partido tanta culpa de lo que pasa como aquellos que agitan las cosas desde el secesionismo, duda, vacila y acaba por tropezar, desmarcándose también a su manera del fantasma y espantajo del centralismo al proponer melonadas como aquella ideada en 2012 por Alicia Sánchez Camacho del «autonomismo diferencial». ¿Y  Ciutadans? No se han estrenado con responsabilidades de gobierno realmente relevantes, mas sería mezquino no concederles que han sido capaces, desde la nada, de levantar un partido que, dentro de Cataluña, defienda a España y su integridad.

e) El silencio de la banca catalana. Hace unos años, cuando Mas tomó el poder y declaró sin ambages cuál era su objetivo, el actor Ramón Fontserè, con gran lucidez, señaló que la concreción, o no, en hechos de los despropósitos de Artur Mas y de Convergència i Unió dependerían en gran medida de la postura que tomara La Caixa. La Caixa, sin embargo, hasta hace escasísimos días, no ha dicho esta boca es mía y hasta entonces sin duda ha hecho bueno aquello de que «quien calla, otorga». La opinión desfavorable a la secesión por parte del señor Fainé, posiblemente, llegue algo tarde.

II) LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y AUTOCENSURA PARA NO OFENDER

Antes de proseguir, permítaseme poner en evidencia la descompensación (o doble rasero) entre las declaraciones y propósitos de los separatistas, por un lado, y los de aquellos que defienden la unidad de España, por otro, llegándose al extremo de que el independentista declara abiertamente que romperá la Constitución, por creerse con derecho a ello, mientras que si alguien, a pesar de toda la timidez y cautela con que lo haga, sostiene que la Constitución no puede ser rota y apunta, como ha hecho Morenés, el ministro de Defensa, a preguntas de periodistas, que no motu proprio, que una de las misiones del Ejército consiste en defender la unidad de España, los independentistas lo tomen como una declaración de guerra. Así, por ejemplo, Ramón Tamames, por no citar directamente el caso catalán, en su artículo «Prim y la nación española» (ABC. 28/3/2013), alude a la Guerra de Secesión americana en los siguientes términos, como quien dice «dejándolo caer»: «… en la (constitución) de EEUU… no se incluyó ningún derecho de secesión. De modo que al enarbolar la bandera de la Confederación siete estados del Sur, en 1861, el presidente Lincoln no vaciló en plantear la reconstrucción de la unidad nacional, recurriendo al legítimo uso de las armas, en su calidad de comandante supremo». Los independentistas juegan con ventaja en el terreno de las declaraciones y de la expresión de las ideas. En efecto, ellos pueden decir cuanto quieran; sus enemigos, sin embargo, no, pues todo cuanto no sean paños calientes servirá tan sólo para encrespar más los ánimos, atizar la hoguera y ser siempre tachado de intolerable por el separatismo. En definitiva, que la batalla de la información la tienen ellos ganada de antemano. Ellos pueden decir y dicen cuanto quieran; por el contrario, los que creen en España han de andar con pies de plomo. Así pues, altavoces para los independentistas y rubores para los defensores de la unidad. ¿Qué es romper la patria sino un golpe de Estado, tal y como ya lo intentara en su día Companys? No obstante, ¡ay de quien invoque al Ejército para preservar esa unidad!, que es por otra parte cuanto ocurrió en 1934, en plena Segunda República Española, a la hora de abortar la rebelión secesionista de la Generalitat. Se le motejará de franquista, de fascista, de golpista y hasta de genocida.

III) INCONVENIENTES DE LA INDEPENDENCIA PARA LOS CATALANES

Sobre la posible, o probable (o ¿cierta?) independencia catalana se ha argumentado en su contra que:

a) económicamente, empobrecería grandemente a Cataluña. Lo ha sostenido el gobierno nacional actual hasta la saciedad e incluso da la impresión de que Mariano Rajoy haya sido, en este aspecto, monotemático. Llevan razón el gobierno y su presidente. Que la renta per cápita, entre otras claras desventajas, se retraería, es una evidencia. Sin embargo, por mucho que se diga que los catalanes son «fenicios» y muy apegados al dinero, no parece que ese empobrecimiento amilane al nutrido sector independentista, lo cual prueba que es un error cifrarlo todo en lo económico. En efecto, el sentimiento de patria va mucho más allá por ser eminentemente emocional. Algo más de ello se dirá más adelante.

b) Cataluña se vería fuera de la Unión Europea y así pues fuera también del sistema monetario europeo, fuera del tratado de Schengen, etc., y además, con el veto de eso que quedara de España pendiendo a modo de espada de Damocles sobre ella, nunca podría ingresar como tal nación catalana en la Europa comunitaria. Aunque, personalmente, crea yo que si se produjera la independencia, Cataluña a la postre acabaría por ingresar como Estado nacional en la UE, es también bien cierto que no se haría de manera inmediata y que habrían de ser muchos los años, con sus consiguientes penalidades, que hubieran de transcurrir antes de su verificación.

No son desdeñables estas trabas y a pesar de ello el independentismo sigue adelante sin que sus posibles votantes parezcan temerlas. Frente a la ausencia de un patriotismo español y alimentándose de ese vacío, se erige, poderoso y en expansión el nacionalismo catalán.

IV) LA CUESTIÓN DEL PATRIOTISMO

¡El patriotismo español!… La gran cuestión. En cuántas ocasiones los equidistantes no nos habrán dicho aquello de que sí, que de acuerdo, que los nacionalismos vasco -con novecientos asesinatos a la espalda- y catalán son lo que son, pero es que también hay un nacionalismo español que los quiere eliminar… Como el capitán pirata de Espronceda, «¡yo me río!». ¡Cómo va a haber un nacionalismo español cuando ni siquiera hay un patriotismo español! Por desgracia. Es nuestro gran vacío nacional, nuestra gran falla.

Soy consciente de que el vocablo «patriotismo» goza de funesta fama. Remite generalmente a la exaltación no muy razonada que del concepto hiciera Mussolini y luego los distintos fascismos hasta que, en el caso alemán, el nacional-socialismo se lo incorporara y, haciéndolo partícipe del racismo, lo identificara a sus horrendos crímenes. En España el franquismo abusó del término, asociándolo al nacional-sindicalismo y al nacional-catolicismo (Falange, carlismo, tradicionalismo, etc.). De ahí que la gran mayoría de nuestros intelectuales, con pusilanimidad, al hablar de la necesidad de un patriotismo español, le hayan añadido siempre el adjetivo «constitucional» o «constitucionalista». Sin embargo, el patriotismo no es reductible a un régimen, a una fórmula política por mucho que ésta consagre las libertades, entre otras cosas porque la patria es previa a la constitución. El patriotismo desborda esos márgenes políticos, siempre estrechos, por muy generosos que sean y, además, siempre puramente intelectuales. El patriotismo es algo emocional, es el amor al pasado histórico, a los antepasados que fueron conformando nuestro ser nacional (¿definiría ahora Kant, como hiciera en su día, a España como «la tierra de los antepasados»?), a nuestra cultura (que puede ser diversa, no necesariamente monolítica) y nuestras lenguas y hablas, a nuestros paisajes, a nuestras diversas gentes con quienes convivimos y conformamos nuestro país; es un proyecto de convivencia actual y para el futuro que busca mantener lo propio, enriqueciéndolo y mejorándolo en lo por venir. Todo ello dentro siempre de una visión aérea, de una perspectiva profundísima y anchísima, en las antípodas del patrioterismo de campanario y del apego primario al terruño.

El patriotismo tiene, como mínimo, un punto de irracionalidad, como toda manifestación afectiva (enamoramiento, amistad, simpatía, efusión lírica, afinidad, fe y religión, misticismo, etc.). Sobre esa base irracional conviene construir un edificio racional, entre otras cosas para que el patriotismo no degenere en nacionalismo pues éste, para vivir, requiere de uno o varios enemigos que alimenten permanentemente su odio, motor de su existencia. El patriotismo suma; el nacionalismo fragmenta.

España, en palabras del historiador vasco Fernando García de Cortázar, necesita «una tranquila pasión nacional».

V) ARGUMENTOS INÉDITOS CONTRA LA INDEPENDENCIA DE CATALUÑA

A continuación querría desplegar  una serie de argumentos contra la independencia de Cataluña que, creo, no han sido nunca esgrimidos por nadie, a excepción del primero, que sin embargo tampoco ha sido profundizado. Quizá hayan sido pensados, pero, que yo sepa al menos, nunca explicitados, algunos de ellos porque anuncian auténticas catástrofes. Son, por tanto, absolutamente inéditos. Mas antes de pasar a exponerlos, hemos de detenernos a considerar, aunque sólo sea por un momento, que España, desde el punto de vista territorial, es la suma de todas sus regiones. Quiere esto decir dos cosas:

1) Que los habitantes de ninguna de esas regiones, por más que se llamen «nacionalidades históricas» (en el caso que nos ocupa, los catalanes) tienen derecho a plantear unilateralmente la separación. La parte no puede imponerse al todo. Es el todo el único que puede decidir sobre sí mismo o sobre una o varias de sus partes. A esta conclusión llegó, por otra parte, el Tribunal Constitucional Canadiense, tras la agitación independentista del Quebec y sus referéndums para la secesión.

Tan sólo en caso de invasión, ocupación, de maltrato contumaz, de explotación, la parte ultrajada podría hacer valer sus derechos. Por ello, en estos casos, la ONU reconoce el «derecho de autodeterminación» a los pueblos colonizados y oprimidos. Como sería francamente ridículo que una región, o si se prefiere nacionalidad histórica, miembro de un Estado occidental de la Unión Europea, quisiera hacer valer ese derecho reservado a países como, por ejemplo, Timor Oriental o Sudán del Sur, la trapaza del nacionalismo consiste en modificar el nombre del derecho, denominándolo más descafeinadamente, y también más progresistamente, «derecho a decidir».

Por mucho que quieran engañarnos incluso historiadores de prestigio como Josep Fontana, Cataluña está con todos nosotros desde el principio. La Historia de España no se concibe sin Cataluña. Cataluña confluye naturalmente en España con el destilar lento de la Historia, de los hechos relevantes y de los hechos cotidianos y rutinarios, de la expansión imperial, de las guerras contra el extranjero (vg la Guerra de la Independencia o Guerra del Francès, como se llamó en Cataluña), de las iniciativas económicas, de las fusiones de toda índole, etc. «Y quien dijere lo contrario, miente».

2) Que España es, desde el punto de vista territorial, toda España. Por tanto hablar de Cataluña versus España («Espanya contra Catalunya» fue el título de un congreso de Historia organizado y amparado por las autoridades catalanas, en concreto por el Centre d´Història Contemporànea del Departament de Premsa de la Generalitat) o de las relaciones entre España y Cataluña como quien habla de las relaciones entre Bélgica y el Congo Belga (la metrópoli y la colonia) o entre Francia y España (dos Estados soberanos), es una peligrosísima falsedad. Si se ha de hablar con propiedad, aunque sea más largo, se habrá de decir «Cataluña y el resto de España».

Falso es también hablar de una futura España sin Cataluña, no porque Cataluña no pueda independizarse, sino sencillamente porque España, sin Cataluña, no puede ser ya España y, por tanto, en buena ley, no podrá seguir llamándose España. Habría que rebautizarla. Sin Cataluña y los catalanes (como sin El País Vasco y los vascos o sin Galicia y los gallegos), con inmenso dolor, no podríamos considerarnos más que «ex-españoles» y habría que buscar una nueva denominación para la mermada comunidad de huérfanos en que nos convertiríamos.

Habiendo aclarado estas cuestiones, podemos pasar ya a exponer los argumentos contra la independencia que presentábamos como inéditos.

a) El taifismo: A nadie en su sano juicio se le puede escapar que si Cataluña se independizara, a continuación vendría el País Vasco y, luego, Galicia. Muy probablemente no quedaría ahí la cosa: Andalucía seguiría y posteriormente alguna región más. ¿Canarias? Canarias, junto con Ceuta y Melilla, serían ocupadas por el reino de Marruecos. ¿Con qué fuerza lo que quedara de España podría oponerse al extranjero cuando ni siquiera puede llamar al orden a la más pequeña de sus regiones, pues todas, además, se le insubordinan y se le declaran ajenas?

b) La guerra: Cuán ingenuo sería todo aquél que pensara que, una  vez fragmentada España, aunque triste y desolado, el panorama quedaría estabilizado ya por muchos años o incluso por siglos. Al revés. Se iniciaría un período de fenomenal inestabilidad porque el irredentismo de los nuevos países se manifestaría con irresistible pujanza. Una Cataluña crecida y eufórica reclamaría el conjunto de los Países Catalanes (País Valenciano en su totalidad, las Baleares y la franja catalano-parlante aragonesa; tan sólo, por lejanía, l´Alguer (Alghero) quedaría fuera de la reclamación pancatalanista). Una Euskal Herria pletórica de pujante ardor buscaría la anexión de toda Navarra. ¿Se llevarían a cabo estos Anschluss también sin derramamiento de sangre por tenerlo todo previamente atado y bien atado? ¿Todos los valencianos, baleares y navarros lo aceptarían? ¿Las franjas castellano-parlantes quedarían de brazos cruzados o apelarían a Castilla (lo que quede de ella) en su defensa? Guerra, desplazamientos de poblaciones, refugiados, enorme confusión. Crímenes y barbaridades en el más puro estilo hispánico-balcánico. Reviviríamos los ex-españoles aquellas crueldades y venganzas fratricidas (ahora ex-fratricidas) de nuestras edificantes guerras carlistas y guerra civil. Las partidas, las guerrillas, los milicianos, los facciosos, ¡echarse al monte!

Sin contar que Euskadi Norte y Cataluña Norte pertenecen a Francia y que también se verían hostigadas por el irredentismo. ¿Permanecería Francia de brazos cruzados?

Europa, los Estados Unidos de Norteamérica, acabarían por haber de intervenir, poniendo más que en solfa la nueva soberanía, recién adquirida, de los nuevos Estados nacionales.

c) Un país cualquiera: Supongamos que Cataluña deje España; lo que quede -que, repito, no es España pues España es todo y no puede por tanto seguir llamándose «España»- será, como la propia Cataluña independiente, algo bien pobre y menguado, algo bastante birria, la verdad. Sin ánimo de ofender y honni soit qui mal y pense atribuyéndome dementes obsesiones de un dominio habsbúrguico periclitado ya, aun cediendo a todo patriotismo el mismo valor cualitativo, creo que, desde el punto de vista cuantitativo, hay dos categorías de patriotismo: el de las grandes naciones y el de las otras naciones, respetables ambas categorías, como no podía ser menos, pero con mayor peso específico la primera, que corresponde, como ya se ha dicho, a aquellos países grandes y de gran cultura que política, militar y culturalmente han hecho la Historia conformando el mundo tal y como es. Entre ellos hallamos a Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Rusia, recientemente los EEUU y, claro está, España.

Si Cataluña marchara, nos dejaría desamparados. Tanto mis hermanos catalanes, por su lado, como mis hermanos ex-españoles no catalanes, por otro lado, ¿qué serían ya?, ¿qué tipo de naciones conformarían? Algo equiparable a una Letonia o un Luxemburgo (pero mucho más pobre), o una Finlandia (y, por favor, que no se me ofendan los nativos de esos países; apelo a su sentido racional de la objetividad). Países pequeños. Los independentistas hablan a propósito de una Cataluña independiente como de «la Dinamarca mediterránea». Un país pequeño.

Ofendidos, humillados y, para más inri, menguados. Como descendiente de españoles, como heredero de la Reconquista y de la unión de las coronas hispanas, salvo la de Portugal, no puedo ni quiero tolerar que se me expolie y se me rebaje desde mi condición de español, condición histórica grande, a la de persona histórica de segundo orden y, probablemente, a menos aún, a la de auténtico pelagatos, junto al ex-compatriota catalán, en las esferas internacional e histórica.

d) Mutilación: Si se nos arranca Cataluña, cómo no hablar de mutilación y ¡de las más importantes! No es ablación de un dedo o del lóbulo de la oreja, sino de un brazo, del diestro además. No obstante, aunque disminuido y tullido, el manco sigue vivo e incluso puede, a base de voluntad, aprender a ser zocato. Por otra parte su alma, aunque acongojada al principio y muy dolida por la pérdida del miembro, ha quedado intacta, pudiendo incluso, con paciencia e inteligencia, recobrar la plenitud.

Sin embargo, la pérdida de Cataluña sí que afectaría indefectible y permanentemente al alma. Sería una ausencia, un vacío, enormes, permanentes e insoslayables. De ahí, por tanto, que no se deba ni se pueda hablar de mutilación física, mas sí de mutilación, de cuajo, del alma.

e) Desnaturalización:

«… y para ello, es necesario forzosamente, que todos nos desnaturalicemos de los reinos de España donde nacimos, neguemos la obediencia al rey don Felipe, señor de ella, pues es claro que nadie puede servir a dos señores, y porque no se pongan dilaciones en cosa tan importante y útil a todos, haciendo yo principio, digo que me desnaturalizo desde luego de los reinos de España, donde era natural y que si algún derecho tenía a ella, en razón de ser mis padres también naturales de aquellos reinos y vasallos del rey don Felipe, me aparto totalmente de este derecho, y niego ser mi rey y señor, y digo que no conozco ni quiero conocerlo, ni obedecerlo por tal…

La impresión fue profunda. Ya no eran palabras, eran visiones las que pasaban ante los absortos ojos de aquellos hombres zarandeados en las más profundas fibras de su sentimiento y de su ser. Era la majestad del rey bajo la que habían nacido y que se confundía para ellos con la bendición de Dios. Era la visión de sus pueblos, en un rincón de España, como cubiertos y arrasados por un fuego de maldición. Eran sus padres, sus barcos, sus caballos, sus canciones, borrados y ennegrecidos de pronto por una azufrada bocanada de infierno. Muchos cerraron los ojos y se persignaron».

Este pasaje corresponde a la novela de Uslar-Pietri, «El camino de Eldorado». En él, el loco Aguirre o Aguirre el traidor, como él mismo a sí mismo, sin asomo alguno de hipocresía, se denominaba, acaba de proclamar como nuevo rey a don Fernando de Guzmán y, para consumar su traición, con arrojo de malvado shakespeariano, decide desvincularse totalmente de su patria para, así, libre y vacío de todo, mejor acometer la nueva conquista del Nuevo Mundo, arrebatándoselo a sus antiguos compatriotas. Para ello, necesita de la desvinculación afectiva total de todos sus soldados, quienes se ven así forzados a la desnaturalización.

Cuando a uno lo fuerzan a ser apátrida, que es lo que ocurriría con nosotros si Cataluña se independizara, ¿qué le espera? El vacío afectivo, la mengua cultural, el palpar de ciego, la más profunda de las melancolías, el sentimiento vicario de traición pues la traición, consumada por los felones, recaerá inevitablemente sobre el traicionado, creándole esa impresión desazonadora de estar moralmente sucio.

Pienso en mí (y no es egolatría; soy sólo la muestra de todos los forzados a la desnaturalización) y observo que ya no soy español, que es lo que constituye mi ser, y que por tanto se me impide la generosidad, la amplitud de miras, la fraternidad con quienes fui criado en la españolidad. ¿Qué me queda? ¡Ser castellano! ¡Qué belleza!… Ser mucho menos de lo que soy ahora, de lo que todavía soy. Y, así, renunciar a los mares de mi patria, a las montañas periféricas, a las culturas y a las artes cantábricas y mediterráneas, a la comunión hispánica para de esa manera ¡regresar al Medioevo! No, no puedo tolerar que los enemigos de España me reduzcan y regredan a la condición pre-española, superada por la Historia, de «castellano». Yo nací en Castilla y mi lengua materna es la castellana, sí, mas rechazo con toda la fuerza de mi corazón que mezquinamente se me encierre en los estrechos límites de mi región, de mi arcaísmo. No puedo tolerar que se me arrebate lo que es mi ser, lo que me legaron mis antepasados de tantas regiones de España y la Historia de mi patria.

Sin rubores, con fe, con patriotismo, proclamo que soy ¡español!

Don de lenguas

Don de lenguas

De las Musas a las brujas

De las musas a las brujas

Amy, el documental

«Amy», largometraje de Asif Kapadian, rehúye afortunadamente todo sentimentalismo. Es una aproximación un tanto distante a la carrera de Amy, a su ascenso, coronación y desplome final. El documental nos hace ver además cómo ese desplome resulta inevitable y asoma ya inexorablemente desde el principio. Documental distante pues se trata de no caer en dengues ñoños o en fútiles encomios e impostadas apologías a posteriori de la artista. Distancia, sin embargo, no significa necesariamente frialdad; la película despide y transmite calor humano, bestialmente humano en ocasiones. Contempla y trata a Amy Winehouse con cordial admiración, compensando así el desasosiego en aumento que el espectador va sintiendo a medida que asiste a la progresiva degradación de la artista. Las letras de determinadas canciones van dando la pauta de esa triste evolución.

Este documental, en definitiva, podría definirse como la crónica afectuosa, y nunca cursi, de un muy doloroso naufragio.

Amy Winehouse no nace en un ambiente musical ni por asomo; por «raza» nada tampoco la aproxima al jazz, dada su condición de judía londinense; no sigue estudios musicales ni toma clases de canto. Ella se inicia en el arte escuchando los discos de los grandes del jazz y por sí sola va desarrollando un portentoso talento vocal, una capacidad poética muy narcisista y desgarrada, así como un gran sentido del ritmo que volcará en sus personales composiciones. Amy es una self-made woman. Incontestablemente. Es sorprendente ver en un vídeo casero, en que una adolescente Amy y sus amigos festejan un cumpleaños, cómo, alrededor de la tarta, mientras se canta el un tanto anodino y plano «Happy birthday», la jovencísima Amy juega con la canción, dándole unas insospechadas y poderosas inflexiones jazzísticas.

Amy comienza a dar sus primeros conciertos y graba su primer disco, «Frank». Un disco de jazz. Amy puede entonces realizar su sueño de emancipación, algo con lo que soñaba, nos dice, desde los trece años de edad. En el barrio de Candem comparte apartamento con una amiga. Independencia, pereza y consumo masivo de maría.

Amy tiene todos los mimbres para triunfar comercialmente y además para ser muy valorada por los entendidos. Como una obra de Shakespeare, Amy se dirige a todos sin excepción y todos sin excepción la han de apreciar, desde la adolescente que suspira por una famosa con quien identificarse, dada su extravagancia y apariencias rebeldes, hasta el más sesudo crítico de jazz, pasando por el amante del buen pop, del buen soul y de la buena música negra.

Sin embargo, a su talento lo va a combatir, ¡y con qué fuerza!, su propia personalidad. El peor enemigo de Amy es ella misma.

Su padre fue el gran ausente. Tenía una amante y durante el día no hacía acto de presencia en la casa familiar. Tan sólo llevaba a Amy al colegio y luego volvía al lecho conyugal muy tarde, cuando Amy dormía ya. Durante muchos años, hasta que el señor Winehouse se decidiera al fin a abandonar a su familia, se prolongó la mascarada. Amy sufrió enormemente por esta ausencia, tanto por la semi-ausencia primera como por la definitiva, después. Amy, en todos los hombres que irá conociendo, va buscando al padre que le faltó desde el principio y que luego huyó. La postura de Amy frente al hombre, será la de dependencia y deseo de protección, tal y como se expresa en «Stronger than me», en que Amy reprocha a su novio la debilidad y el hecho de que sea ella quien haya de «ejercer de hombre» o de «marido». Subyace el menosprecio; tanto que Amy le llegará a preguntar, incorrectamente, «are you gay?»

En un momento determinado, al principio de la relación amorosa más larga de Amy -tanto que acabó en boda-, su pareja, Blake, le reprocha su promiscuidad. En efecto, Amy quiere encontrar en sus novios al padre que la esquivó. Necesita un hombre que le ofrezca amor incondicional, seguridad, amparo, defensa, guardia y custodia. Mas como no lo encuentra, Amy se ve condenada a desechar y a seguir buscando. Sí, también ella, como Diógenes el cínico, podría pasear por las calles (de Londres en su caso), a plena luz del día, con un candil en la mano «buscando un hombre».

En la búsqueda, Amy irá dejando jirones de su alma y de su cuerpo en cada zarza masculina en que se detenga. «Love is a losing game».

El padre de Amy. Vuelve a asomarse a la vida de su hija cuando ésta adquiere celebridad. La hija como tal, como persona sufriente, sigue sin interesarle. La artista de éxito, eso ya es otro cantar… El señor Winehouse va a aprovecharse descaradamente de la nueva situación de la hija, no ya tanto económicamente como sobre todo psícológicamente. Su vacua,  vaporosa e inconsistente personalidad va a vivir vicariamente de los éxitos de la hija, instalándose en su vida y desbaratándola una vez más. Tanta es su irresponsabilidad que desaconsejará a Amy ingresar en una clínica donde llevar a cabo su limpieza y desintoxicación («my daddy thinks I´m fine». «Rehab»).  Amy, infantilizándose, le pedirá su opinión sentándose en sus rodillas. El señor Winehouse es una de estas personas que pululan y pueblan los programas televisivos actuales de cotilleo, que viven de parasitar las vidas ajenas y se nutren de escándalos. Mister Winehouse necesita que Amy siga siendo excéntricamente especial, dé que hablar por sus extravagancias,  sus despropósitos y sus problemas. Su inmadura insustancialidad le imposibilita orientar adecuadamente a la hija tanto en lo personal como en lo artístico. Para él su hija es un medio de satisfacer su pueril necesidad de que se le nombre, de que se le pregunte por su parecer, de opinar, de ofrecer su versión de los hechos y, en definitiva, de que se hable de él, de ser algo y alguien. Si su ausencia pretérita generó permanente congoja en Amy, su presencia ulterior abundará en la desgraciada degradación de la hija. Nefasto señor. Nefasta su influencia.

Prueba irrefutable de todo lo anterior son las imágenes en que Amy descansa por unos días en la isla caribeña de Santa Lucía, confiando en anclar su desintoxicación. El padre se desplaza también a la isla (suponemos que con el dinero de su hija), pero no solo, no como padre, sino con un equipo de grabación profesional con que acosar a Amy durante su estancia. Lamentable. Se trata de lo que podríamos llamar un padre-paparazzo.

En un momento determinado de esa estancia, cuando lo que requiere, y quiere además, la propia Amy, es tranquilidad y anonimato, el padre azuza a unos turistas británicos para que se hagan la foto con ella. Amy cede con reticencias y desgana. El padre se lo reprocha luego. Amy replica que su propia reacción, el haber posado a regañadientes, ni los afecta ni los incomoda pues su único objetivo es la foto, denunciando así la indiferencia de esos turistas frente a la persona que hay tras la celebridad ya que el único móvil de la foto de marras es ceder a la compulsión de aproximarse, posar y aparecer junto al famoso sancionando así una obligada conducta comercial, banal y somerísima que acaba deshumanizando tanto a la celebridad o ídolo como al fiel co-oficiante de la foto. En realidad la defensa de Amy es un reproche inconsciente a su progenitor, ¿no es cierto?

Parece que tanto cualitativa como cuantitativamente ese Blake que acabará por convertirse en su marido, fue el hombre más importante en la vida de Amy. No se entiende muy bien cuál es su ocupación, pero se nos aparece como un ser bastante frívolo, muy pagado de sí mismo y fanfarrón, que se precia de ser un conquistador. La pareja, primero, y el matrimonio, después, no pueden ser más destructivos, aunque sólo sea porque su consumo de alcohol y drogas no sólo vaya en aumento, sino además y sobre todo porque al cabo de un tiempo  Blake inicia a Amy en el consumo de heroína y ello representa una pronunciadísima y muy deslizante cuesta abajo que es prácticamente imposible remontar luego. Cuando, tras algunas indecisiones, ingresan ambos en la misma clínica (lo cual, como muy bien señala en la película una especialista, es una auténtica insensatez) para llevar a cabo una terapia de desintoxicación, como al parecer, al cabo de un tiempo, han culminado con éxito el proceso, para festejarlo, se dan un antológico atracón de estupefacientes…

Amy, tan temperamental en el escenario y tan bravía en sus composiciones, es, en lo vital, sumamente frágil y se nos muestra siempre desvalida y carente de ideas propias y sanas. Amy hará cuanto haga y diga el hombre amado, sustituto del padre que hizo dejación de sus deberes y de su amor para con su hija. Amy idealiza al padre proyectándolo en el amante, disociando inconscientemente todo sentimiento agresivo y de rabia frente a él por su incuria y su abandono. Esta disociación, esta alienación de la cólera reprimida en el subconsciente, como no puede desaparecer, se manifiesta sibilina y subrepticiamente en forma de síntomas y de conductas desajustadas -bulimia, alcoholismo, drogadicción, etc.- que convierten la vida en un calvario. Porque el padre queda idealizado y ascendido a una suerte de olimpo de consideración respetuosa y amor, porque el cuarto mandamiento impera en todos nosotros desde la noche de los tiempos, desde que el hombre se convierte en animal de cultura, inconscientemente Amy reorienta la agresión hacia él contra sí misma. La necesidad de hacer daño, atacar y odiar se vuelve auto-agresión y auto-lesión.

Por otra parte, el comportamiento de Blake respecto a Amy reproduce el del padre. Blake la tiene seducida, hechizada y la va llevando por donde quiere y siempre por caminos torcidos que no son en realidad más que callejones sin salida. Dead end streets. Y si empleo el inglés no es por esnobismo, sino porque en esa lengua está el término «dead«. Death. Son trochas de muerte. Blake está con Amy porque Amy es famosa y poderosa; goza de ese poder fáctico que la estrella ejerce en la sociedad aunque no se lo proponga, así como de ese poder de fascinación en las masas. Blake, también, está con ella por un dinero que le está llegando a espuertas y que les otorga una vida de regalo y un poder adquisitivo ilimitado, sobre todo por lo que hace a la compra y al consumo de drogas. Cuando Blake es enviado a prisión y Amy inicia un romance con otro hombre, la reacción de Blake es inequívocamente egoísta, la de una persona que nunca amó realmente a su pareja. Se duele por la infidelidad de Amy, pero no intenta nada por remediar la situación desfavorable para él, por persuadir y convencer a la desafecta y ganársela de nuevo. No, pues su orgullo puede más que el afecto. Ante la cámara Blake declara tácitamente su definitivo repudio de Amy, afirmando presuntuosamente que él es guapo, joven y que va al gimnasio, representando ello una manera implícita e inequívoca de desprecio a Amy, situándola en sus antípodas, por fea y torpe, por avejentada prematuramente, por enferma y podre. Y es que, claro, ya no puede seguir manipulándola y extrayendo beneficios de ella. El padre sí persistirá pues podrá siempre seguir manejándola y aprovecharse de ella.

Amy, el documental, es el relato de una degradación, como queda dicho en las primeras líneas de este texto. Relacionando esta degradación con su prestación artística dentro del marco de unas coordenadas cartesianas en que el eje de abscisas discurre de cero a diez, siendo cero el mínimo y diez el máximo, y el eje de ordenadas va desde el año 1988 en que Amy iniciara su carrera hasta el 2011, año de su famosa espantá, a lo Rafael el Gallo, en Belgrado que sella su final artístico y es heraldo de su desaparición, que se produciría poco tiempo después, obtendríamos el siguiente gráfico aproximativo, sin ánimo de precisión absoluta.

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Como se puede apreciar, en un momento determinado, prestación artística y degradación física y moral coincidirán en lo más alto por un breve espacio de tiempo, precipitándose inmediatamente después, e inexorablemente, la prestación artística.

Tras la lectura psicologista del documental, aventuremos ahora otra en clave más sociológica.

Amy es cantante de jazz. Sin embargo, su segundo disco, el que la catapulta a la fama, sin traicionar esas raíces y ese espíritu, y siendo como es por otra parte una obra maestra en su conjunto, presenta unos rasgos más pop e incluso más comerciales, muy dignamente comerciales, y populares por quedar al alcance de todos los públicos.

Tony Bennett declara en el documental que el cantante de jazz actúa en salas relativamente pequeñas y ante públicos que nunca son multitudinarios. Y que ante éstos se azora por falta de una mínima intimidad y de un mínimo recogimiento.

En Amy se va a dar la circunstancia de que, comenzando a trabajar en pequeños locales, el éxito enorme de «Back to black» la convierte en estrella de la música juvenil y la obliga a afrontar los públicos de los macro-conciertos, esto es siendo como es ella una artista de jazz, se verá obligada, por la evolución de los hechos y las necesidades irrefragables del negocio del espectáculo, a comportarse profesionalmente y a trabajar en la misma línea de una Madonna o una Beyoncé, o una Rihanna. Enorme contradicción. Y enorme desazón también. Sí, porque Amy no coreografía sus canciones -es cantante y no es además pseudo-bailarina-; su voz -que Tony Bennett equipara a las de Elia Fitzgerald y Billie Holiday-, descomunal, nada tiene que ver con la ratonera de Madonna, la inaudible de gatita melosa de Kilye Minogue o la ñoñamente mocosa e infantil de Rihanna; sus desgarradas letras son lacerantes, ¡cuán alejadas de las edulcoradas o comercialmente sexuales (ese «sesso come obbligo» que denunciara Pasolini) de las trivialmente rutilantes stars del sistema!

¿Y qué decir de los públicos masificados? Gente que acude muy «colocada», que muchas veces ni escucha y desde luego que no atiende a matiz alguno de interpretación por parte de los artistas, que exige quedar deslumbrado por decibelios insostenibles, luces cegadoras, rayo laser, efectos especiales y unas coreografías procaces que culminen en algún gesto soez por parte del ídolo como cima del desmadre y de una supuesta agresión y rebelión radical contra el establishment social y moral, pero que no es en definitiva más que humo, rutina, convencional servidumbre, acto romo que ni siquiera llega a arañar. Se trata de ese público que suspira por las discotecas ibicencas Amnesia o Ushuaïa, manipulable, maleable en manos de la buena mercadotecnia, infantil, infantilizado y acrítico. Y ello a tal punto que se pregunta uno qué pinta el talento de Amy en ese mundo falaz que encarna, por ejemplo, Madonna.

Hay más; y es que el sufrimiento de Amy y su degradación, incluso en su ambivalencia, sí que, profunda, auténtica y sinceramente, ponen en tela de juicio no ya sólo el mundo del espectáculo tal y como se concibe actualmente, sino la propia existencia. Amy doliente y doliéndose es cuestionamiento religioso, antropológico y filosófico.

Causa estupor y vergüenza ver a Amy participar en la gala de los Grammy del 2008, en la que arrasó y en la que tan bien interpretó, habiendo de compartir escenario social y habiendo de rivalizar para la obtención de los premios con una Beyoncé, una Rihanna o un Timberlake. Sólo faltaba ya que también estuvieran allí Shakira, Paulina Rubio y Ricky Martin con su «un pasito p´alante, María, un pasito p´atrás».

Es bien triste la descontextualización denigrante de los verdaderos artistas. En el arte, como en todo, hay géneros y hay categorías y aunque, como muy bien denuncia Albert Boadella «se va al Reina Sofía como quien va al Prado», las jerarquías y las priorizaciones, asentadas sobre el buen criterio y la selección documentada, debieran imperar siempre. De no proceder de esta forma, la cultura queda gravemente amenazada y todo vale y, además, todo vale igual.

Es muy triste asimismo ver cómo aquella jovencita que declara en el documental que ni la música ni las letras del momento le dicen nada, que le resultan insulsas y que por ello decide ella misma escribir sus propios textos tan personales y componer sus propias músicas, acabe siendo una pieza más del star system y del consumo de masas.

Creo firmemente que esta fuerte contradicción hubo de sumir a Amy en la perplejidad. Su malestar, incluso estupefacción, ante una situación que era irreversible, el comprobar que ya nada podría hacer por reconducir su vida artística por los cauces que le eran naturales, su impresión vital de artificialidad, ese verse condenada por formar parte ahora de un sistema y un engranaje que lo fagocita todo, incluso el riesgo de acabar convertida en una más, tan despersonalizada, chabacana y banalmente repetitiva como las otras, como las chicas típicas de los Grammy, tuvo que abocarla a la desesperanza, alimentando su alcoholismo y su drogadicción, esto es su destrucción. Por otra parte, para escapar a esta situación que traicionaba su auténtica esencia de artista, sólo cabía el suicidio. Sólo la muerte podría echar abajo las puertas condenadas y reventar las ventanas herméticamente cerradas; sólo ella podía traer el aire fresco que se iba haciendo cada vez más escaso y que Amy tanto necesitaba para no agostarse… o para agostarse definitivamente.

En relación con lo anterior, cabe llevar a cabo también una lectura mediática de la vida de Amy, tal y como queda reflejada en la película. Desde el momento en que vende discos como churros, triunfa en los Grammy, etc., Amy queda expuesta al amarillismo tipo «The Sun» y a la ruindad trivializada de las redes sociales, esto es entra de lleno como protagonista en el mundo del escándalo. Y así una Amy cada vez más «tirada», que va dando tumbos tanto en sentido literal como figurado, que se desploma física y vitalmente, que es arrestada por tenencia y consumo de drogas y también, para que no falte de nada, por agresión, que es «empapelada» por la justicia, cuyo marido ingresa en la cárcel, que, con todo listo y con la expectación al máximo, no da finalmente el concierto porque su lengua es de trapo y no le rigen las piernas… ¡qué filón, señores! Ya tenemos el perfecto bufón grotesco de quien reírnos y hacer chistes en los muy mal llamados «monólogos» tipo la «Paramount» o «El club de la comedia», en las entregas de premios (tal y como muestra en ambos casos el documental), en las redes sociales con alma de portera de la más baja ralea moral donde se exhiben cuchufletas degradantes del estilo de aquel concejal de Madrid cuyo nombre he olvidado. Se la compara en el «monólogo» a un «escuálido caballo» y el público se desternilla. En la entrega de ya no sé qué premio que se le ha otorgado, el presentador dice que se lo comuniquen «cuando se despierte», suscitando las risas, y, tras una pausa, añade en alusión a la misma Amy Winehouse: «¡qué esponja!». Los asistentes se tronchan de risa.

Amy, esa portentosa cantante, esa letrista de desgarrado naturalismo equiparable en su espíritu y su desnuda sinceridad al de una Édith Piaf o al de las coplas más descarnadas del cante jondo, queda reducida a permanente objeto de mofa y escarnio. Amy como Rigoletto. Con la diferencia de que éste sabe ser malvado y morder haciendo mucho daño («Io, la lingua; lui, il pugnale»), mientras que Amy es una auténtica infeliz, una cándida, desamparada e inerme, sin capacidad alguna de reacción. Sus largas uñas ni arañan siquiera (antes se quebrarían) y sus tatuajes de malota («you know that I´m no good») no ponen espanto ni en un niño de teta.

Una de sus amigas describe la casa donde Amy vive poco antes de morir como la de un okupa: suciedad por doquier, absoluto desorden, hedor… y ello a pesar de que, según se dice, Amy Winehouse llega a cobrar un millón de dólares por actuación. Sin embargo, si Amy logra recomponerse, subirá al escenario y allí esplenderá. Amy parece ilustrar el relato de Jean Genet titulado «El funámbulo», que representa toda una alegoría del artista y en especial del malditismo. «No se es artista sin una gran desgracia». El funámbulo vive una vida miserable y torpe, su habitáculo es una zahúrda, cría piojos y miseria, es un criminal, un rechazado, un «desviante», un lobo estepario, casi una suerte de licántropo, mas ello es la condición para que luego, transformado en oficiante luminoso durante la actuación, pueda elevar al público, desde su talento innato y desde su manejo de las emociones («No vienes a divertir al público, sino a fascinarlo»), hasta ese mundo privilegiado ajeno a las terrenales y corruptibles coordenadas del tiempo y del espacio.

De ecos rimbaldianos, la tesis de Genet es que, desde el Infierno, ese «oscuro bosque», el artista resurgirá en la actuación como auténtico maestro de su arte.

Todo ello es muy bello, ciertamente, románticamente bello, mas uno llega a preguntarse si es inevitable, si no existen otras fórmulas y si ese malditismo no es, en el fondo, una convención que responde a un estereotipo. «El suelo te hará tropezar», le dice Genet al funámbulo, quien sólo puede brillar y respirar en las alturas, sobre su encumbrado alambre, contraponiendo así la tosca y áspera realidad al artificio superior del arte. Con Baudelaire se podría afirmar que Amy, como todo poeta, es un albatros cuya envergadura le permite volar muy alto, aun por encima de las tormentas, pero lo imposibilita para caminar en la tierra. Los marineros que lo han capturado, zafios y groseros como son, burlándose, lo torturan. Y, dando traspiés, el albatros, tan majestuoso él en el aire, se torna grotesco pajarraco. «El poeta se asemeja al príncipe de las alturas / Que desafía a las tempestades y se ríe del arquero; / Exiliado en el  suelo,  presa de los abucheos, / Sus alas de gigante le impiden caminar».  De lo anterior parece deducirse que no hay otras opciones, que Amy obedece a un requerimiento psíquico y cultural que la supera y al que no puede sustraerse.

Sí, en definitiva, malditismo, ese molde para el artista desde el romanticismo, el post-romanticismo y la bohemia, en el que encaja también a la perfección el llamado «Club 27», ese grupo de artistas que desaparecieron a esa temprana edad de los veintisiete años: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y, por último, la propia Amy Winehouse.

Vida breve. Muerte en la cima de la energía vital cuando se es bello aún. El ideal griego de muerte. «Cuando a Patroclo vieron muerto, / tan joven, fuerte y audaz» (Kavafis, «Los caballos de Aquiles»). Morir a tiempo «antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre».

Del árbol caído (Carmen Cereña)

He leído en la prensa que últimamente, en Madrid, se caen muchos árboles o, cuando menos, ramas de considerable tamaño. Uno de esos árboles, una falsa acacia, llegó a matar a un pobre militar que sesteaba a su sombra en el Parque del Retiro. Desde luego que era falsa y traidora, más que el Iscariote. Otro, más tarde, chafó un coche estacionado sin, afortunadamente, nadie dentro. Una membruda y aleve rama de otro cayó encima de la terraza de un bar de la calle Montera hiriendo levemente a cinco personas. ¡Buena envergadura la de la ramita de marras! Un segundo brazo, bien cereño también, de pino piñonero se ha abatido hace unas horas nuevamente en el Retiro; felizmente no había nadie debajo. Parece que el problema, lejos de remitir, seguirá manifestándose en sucesivas ocasiones, en opinión de los expertos.

Volviendo a la rama que se desplomó sobre las mesitas exteriores del bar, se queja el dueño del establecimiento del perjuicio vegetal: los bomberos le tuvieron la terraza cerrada toda una hora con la consiguiente pérdida de ingresos y además algunos clientes, aprovechando la confusión, marcharon sin pagar. A río revuelto, como se dice, ganancia de pescadores, de pescadores pícaros, está claro. Tan claro como que «del árbol caído todo el mundo hace leña».

Es lo que más llama la atención, el cómo de la contrariedad ajena nos aprovechamos impunemente. En «La cabina», de Antonio Mercero, mientras el pobre José Luis López Vázquez se debate kafkianamente entre los asfixiantes cristales de la cabina telefónica como un pez dentro de estrechísima pecera, beneficiándose de que se arremolinan los curiosos para ver qué ocurre, un aprovechado le va hurtando al repartidor de una pastelería, de la bandeja que sujeta en alto, las apetitosas medias noches y se las va zampando.

Tras las batallas, antes que los buitres y los cuervos, llegaban los robamuertos, a ver qué podían sustraer de valor y en uno de los caprichos de Goya se ve cómo una moza, aunque temerosa, le arranca un diente a un ahorcado. ¿De oro? Para mercarlo o fundirlo. ¿Diente diente, diente de veras? Para algún conjuro o acto de magia negra.

No obstante, el más bello ejemplo de cómo reorientar en provecho propio la desgracia ajena, sirviéndose de ella, nos lo proporciona un delicioso relato medieval en verso, del siglo XIII, y en lengua provenzal, titulado «Flamenca», que es también el nombre de la heroína. En él, si mal no recuerdo, el monaguillo aprovecha la comunión de la amada para comunicarse con ella y concertar citas secretas. La comunión rememora la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo quien sufrió la humillación y las torturas de la cruz por redimirnos del pecado y para concedernos la vida eterna. Sus padecimientos son aprovechados por los enamorados para expresarse su amor terrenal. «Ama a tu prójimo» y amigo y amiga se toman en serio el mandamiento cristiano y lo aplican con éxito seguro. Tienen a Cristo de su parte.

En legítima defensa (Hydra de Lerna)

He leído en la prensa que en la capital de España, a los árboles se les están cayendo las ramas –que no ramitas-, incluso árboles enteros desplomándose sobre los suelos. A un militar que sesteaba bajo la sombra de uno de ellos en el Parque del Retiro, no le dio tiempo a reaccionar y murió aplastado bajo el peso del árbol.

Se cuentan por decenas los incidentes acaecidos en la capital, siendo protagonistas los árboles.

¿Estamos ante la rebelión de la naturaleza frente a los despropósitos de la humanidad? La verdad es que da un poco de miedo pensar en ello: “Humanos atacados por árboles”.

Irremediablemente, viene a mi memoria Bárbol, el líder de los Ents en El Señor de los Anillos. Los Ents son pastores de árboles. Ellos, a diferencia del resto, pueden desplazarse. En “Las dos torres” se cuenta su historia. Atacaron a los enanos porque éstos devastaron los bosques. Tampoco eran simpatizantes de los Elfos ya que, por causa de la guerra entre éstos y Sauron, los bosques fueron destruidos. Cada cierto tiempo, los Ents se reunían para celebrar una Asamblea, los llamados “Ent-cuentros”. Hablaban de los hombres traidores, estafadores, egoístas, ladrones de bosques… Y cuando Bárbol contempló la destrucción que Saruman había sembrado, lideró la última marcha de los Ents, destruyendo Isengard.

¿Seremos nosotros los nuevos “enanos y elfos”? O lo que es peor, ¿somos los nuevos “Saruman”? ¿Serán esos árboles caídos fruto de la marcha iniciada para acabar con nosotros? Desde luego, sería en legítima defensa…

Imposible no acordarse de otra película que habla de la rebelión de los árboles: «El incidente». ¿Os imagináis ir paseando por cualquier parque y, de repente, que la gente empiece a suicidarse delante de vosotros? La película plantea la delirante historia de unos humanos que, sin encontrar explicación, huyen sin rumbo y sin saber de qué. Lo más curioso es que si te lo planteas, si te planteas que en algún momento ellos, los árboles, puedan desprender una sustancia que enajene y te lleve a la muerte, no lo verás tan de ciencia ficción y te aterrará la sensación de desprotección. Pensadlo bien. Son grandes. Son muchos y son silenciosos. Además, cuentan como aliados con el viento y la lluvia. ¡Es tremendo¡ Nosotros que nos creemos tan grandes ser destruidos por ellos… aunque nos lo hemos ganado a pulso.

Ellos nos regalan sus frutos, su sombra –tan buscada en los calurosos días de verano-. No temen su desnudez cuando, llegado el otoño, dejan caer sus hojas sobre la tierra húmeda. Cuando olisqueamos el aire y éste huele a azahar, sabemos que ha llegado la primavera. Miramos el horizonte y vemos un campo blanco, son los almendros en flor. Talamos árboles sin compasión para dejar espacio a las nuevas urbanizaciones. Cambiamos la tierra por el asfalto. ¿Tenemos un árbol en nuestro jardín y nos molesta su ubicación? Pues lo cortamos y ponemos una sombrilla, porque en ese rincón quiero poner una barbacoa. Nos enfadamos con los niños si vemos que estos maltratan a un animal, pero si les vemos arrancar ramas o florecillas silvestres, nos da igual… hay más.

Puede que mis palabras suenen a que me alegra esta “rebelión”. Pero no es así. Me produce un profundo pesar porque no somos capaces de sobrepasar lo evidente para ir al mensaje final. Y, para mí, el mensaje final es que estamos provocando un daño irreparable contra la naturaleza. Hemos tomado prestado el futuro de nuestros hijos, amén del legado de nuestros padres, y sin que nos haya temblado el pulso, nos lo hemos cargado todo. Me gustaría que fuera una rebelión, pero me temo que se están muriendo de tristeza…

El vagabundo y la estrella

el vagabundo y la estrella