La plaza de Margaret Thatcher (Carmen Cereña)

He leído en la prensa que en Madrid, nada más y nada menos que en la confluencia de la calle Goya con el arranque del Paseo de la Castellana, se ha dado a una plaza, bajo el mandato de Ana Botella, el nombre de Margaret Thatcher.

Cabe preguntarse en qué benefició Thatcher a Madrid o cuál es su vínculo con la ciudad, que justifiquen tal honor. Como no hay respuesta a ello porque no puede haberla, la pregunta debe encaminarse entonces a saber en qué la británica fue benefactora de la Humanidad.

No entra dentro de nuestro propósito valorar o enjuiciar la labor en el interior y en el exterior de la Thatcher, pero cómo olvidar que cuando Pinochet quedó retenido en Londres por un mandato judicial internacional, la llamada Dama de Hierro fue a visitarlo en repetidas ocasiones al hospital en que había sido intervenido para brindarle su apoyo moral y mostrar ostensiblemente al mundo sus simpatías para con él.

De la Thatcher se ha dicho que gobernó como un hombre. Otro tanto se dice actualmente de la Merkel. Una tal afirmación presupone que hay diferencias en los modos de gobernar entre los dos sexos. Sin embargo, dado que el mundo tal y como lo conocemos ha sido hecho por los hombres y para los hombres, que a las mujeres se nos ha constreñido a decir a todo amén (ese célebre «Sí de las niñas» permanente), si no es como ellos, ¿cómo, de qué otra manera podríamos gobernar las mujeres? Distinto sería, eso no lo niego, si la política fuera creación femenina o si se alcanzara en la sociedad una paridad real, y no impuesta, en todos los ámbitos y que la tal paridad se consolidara, perdurara y se convirtiera en uso y costumbre. ¿Lo veremos algún día en Occidente, que es el único lugar donde nos es permitido soñar con ello?

«En la uña del dedo meñique de una mujer, Isabel la Católica, había más energía política, más potencia gobernadora que en todos los poetas, economistas, oradores, periodistas, abogados y retóricos españoles del siglo XIX», escribe Galdós en «El Grande Oriente». Isabel gobernó como un rey de fuste y brío; ¿de qué otra forma podía gobernar? Y otro tanto podría decirse de cuantas soberanas con poder efectivo salpican la Historia de Occidente: Bloody Mary, su hermanastra Elizabeth, Catalina de Rusia…

En nuestras circunstancias, en nuestro contexto, en nuestras tradiciones, en un mundo cada vez más globalmente peligroso, suena a falsa música celestial eso de que la mujer gobernaría de manera más juiciosa, más íntegra y más humana. En cuanto a ese sedicente sexto sentido que nosotras al parecer poseemos frente al parecer su ausencia manifiesta en el varón… ¡dengues de señoritas románticas! Es cuanto expresa Genara, en «La segunda casaca», también de don Benito: «Las mujeres son más leales que los hombres, sirven con más ardor y más honradez a una causa cualquiera, son menos accesibles a la corrupción, poseen instinto más fino y mayor agudeza de ingenio, mayor penetración. Ustedes (los hombres) piensan; pero nosotras adivinamos». Amén de su falsedad intrínseca, duele de esta declaración eso de que el pensamiento se lo cedamos a los varones, ¿no es cierto?

Antonio Machado. Manuel Machado. Son hermanos. Escriben juntos seis obras de teatro, entre ellas la celebérrima «La Lola se va a los puertos». Hay una célebre y bellísima foto de ambos, en un solemne despacho, con Antonio sentado y Manuel de pie. Ambos esbozan una muy leve sonrisa de zumba. Antonio se nos aparece más antiguo, con su cuello de pajarita, y más reflexivo e introvertido también («Yo voy soñando caminos de la tarde»); Manuel resulta más activo, más bullidor, más «social», apoyado con una cierta nonchalance blasée en un cofre y sosteniendo un cigarrillo entre los dedos («Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…») . Antonio parece presidir un Ateneo, mientras que Manuel parece asistir a un cóctel. «¡Qué bonito es que las hermanas estéis siempre unidas!», nos ha dicho siempre mi madre. Con nostalgia, siempre que veo la foto y siempre que pienso en los Machado, considero lo bello de su unión primera. Mas ha de llegar la maldita guerra… Política y guerra rompen la hermandad de sangre y la amistad fraternal de los hermanos. Manuel apoya a Franco, mientras que Antonio escribe aquel lamentable despropósito en forma de soneto dedicado a Enrique Líster, donde concluye con aquello de «Si mi pluma valiera tu pistola…»

¡Qué triste es ver cómo se rasga la foto con zigzag de rayo y estrepitoso crujido! y los hermanos, ¡ambos tan grandes y españoles ambos!, quedan por siempre exiliados el uno del otro. Me viene a la mente el recuerdo vicario, a través de la memoria de mi madre, del tío Pepe (tío-abuelo mío), a quien nunca conocí. Murió exiliado en Venezuela tras la guerra nuestra. Duró muy poco en aquella tierra hermana porque lo mató la añoranza de España y la inmensa pena de haber visto a su patria desangrarse en el odio y la crueldad. Mi madre me enseñó fotos suyas de antes de 1936 y otras de 1940 (murió en 1942 en Caracas a la edad de 61 años): jovial en las primeras y desolado en las segundas, con la muerte en una mirada vencida y sin brillo. ¿Por qué la política ha de desgarrar las familias españolas y así desde la Guerra de la Independencia? ¡Maldita sea! «Mucha sangre de Caín / tiene la gente labriega / y en el hogar campesino / armó la envidia pelea».

Volviendo al inicio de este escrito, me pregunto si no hubiera podido llamarse la plaza dedicada a Margaret Thatcher (¿pero quién le dio vela en este entierro?), plaza de los Hermanos Machado. Que el Ayuntamiento, trocándose en lañador político, restañe la preciosa porcelana española que la triste Historia patria rompió. Que vuelvan Manuel y Antonio a ser hermanos y a quererse. Que Caín deponga las armas y las entierre para siempre. Que sean de nuevo Abel y Abel. Señores alcaldes de España, liguénle ustedes las llagas a nuestra patria. Regálenles ustedes a nuestras calles, a nuestras plazas, a los centros de enseñanza, a las bibliotecas, a los centros culturales y teatros, el nombre junto de los hermanos. Que vuelvan a abrazarse, como Francisco y Domingo, distintos ambos, pero remando en la misma dirección. Antonio y Manuel, «que el sol de España os llene / de alegría, de luz y de riqueza!»

¿Y la Thatcher entonces? Que se dé su nombre a una calle de la localidad inglesa en que naciera. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, también en Ulan-Bator, digo yo, alguna plaza habrá con el nombre de Gengis Khan. Y en alguna aldea de los Campos Cataláunicos, por puro prurito de folklorismo, alguna calle que se llame de «Atila, azote de Dios», una calle, que nunca un parque pues a ver si no cómo hacerle crecer la hierba, por mucho que la climatología de la Champaña le sea favorable.

La plaza de Margaret Thatcher (Hydra de Lerna)

Ana Botella (en adelante AB), ama de casa metida en política por ser la mujer de un ya ex-presidente de España, llegó a la alcaldía de Madrid para jugar a ser decoradora y demostrar cómo de bien sabe gastar el dinero del contribuyente, construyéndose dentro del Ayuntamiento un pequeño apartamento, y lo bien que se le da jugar al monopoli con el plano de la capital del Estado sobre la mesa. Por eso, y por razones que luego expondré, no me ha sorprendido -pero sí indignado- la noticia que he leído en la prensa sobre el nombre que le han puesto a una plaza situada en pleno distrito de Salamanca, concretamente en la confluencia entre la calle Goya con el Paseo de la Castellana, junto a la plaza de Colón.

¿Quién era Margaret Thatcher (en adelante MT)? Pues una señora inglesa que gobernó su país desde 1979 a 1999. Querida por unos y odiada por muchos, se ganó a pulso el sobrenombre de «La Dama de Hierro».

Frases célebres de MT:

«En cuanto se concede a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él»

– En esta frase, y a mi modo de ver, se encierra el peor de los machismos: el despotismo disfrazado de feminismo.

No quisiera que pensarais que no soy consciente de la lucha que, durante muchos años, han tenido que mantener muchas mujeres por la igualdad. Pero en esa lucha parece que lo femenino está reñido con la reivindicación. Que las mujeres (y no me incluyo) por querer ser como los hombres, han copiado hasta los defectos. Son las llamadas «mujeres de hierro». ¿Es esto necesario? En esa carrera, hemos criticado tanto al género masculino que nos tienen miedo. Que una mujer con poder es mucho más peligrosa que un hombre.

«Cualquier mujer que sepa llevar los problemas de una casa está muy cerca de entender los de llevar un país»

– Leyendo esta frase puedo entender la razón por la que AB «redecoró» el Ayuntamiento de Madrid. Y también puedo entender por qué a muchos hombres les cuesta aceptar la capacidad de muchas mujeres para llegar a las más altas esferas de poder.

«Nadie recordaría al buen samaritano si, además de buenas intenciones, no hubiera tenido dinero»

– Frase lapidaria donde las haya. Convierte una bella historia de generosidad y compasión en algo sucio al igualar los valores morales con el dinero.

Tal vez por esta visión sobre la «generosidad» , le propuso al primer ministro australiano la compra conjunta de una isla para enviar allí a los vietnamitas que huían de los comunistas. De esta forma, acallaba su conciencia y alejaba el problema de su «Gran País».

Nadie le va a negar a MT su brillante inteligencia, que usó para manejar y manipular a todos los que estaban a su alrededor. A MT le perdían las adulaciones y por eso se rodeaba de «hombres» a los que no les importaba hacerlo, con tal de que su cabeza no fuera defenestrada (somos conocedores de la «inclinación» de los ingleses a cortar cabezas).

Hay una anécdota que demuestra -y pone en tela de juicio su inteligencia y evidencia su machismo- el escaso sentido del humor que tenía esta señora. En cierta ocasión, MT se rompió una pierna que la mantuvo -y retuvo- recluida en el hospital durante un par de semanas. Paralelamente, un ministro de no sé qué país, idolatrando la figura de la dama, le puso «Thatcher» a su adorado perro. El pobre animal murió. No se sabe muy bien si por el nombre o por alguna enfermedad sobrevenida. El caso es que este señor, compungido por la tragedia de su mascota, envió misivas a sus amistades diciendo «Thatcher ha muerto». Claro que se refería al can, no a «la de hierro», que aún permanecía en el hospital. El incidente a punto estuvo de desencadenar un grave problema diplomático. Con lo fácil que hubiera sido llamar por teléfono y aclarar la situación, reírse del malentendido. Tendría que haber considerado un honor que este señor llamara a su querida mascota por su apellido.

MT nunca quiso que su condición de mujer tuviera relevancia política. Sin embargo, no se cansó de utilizarla para reivindicar la igualdad entre ambos sexos.

MT introdujo la sección 28 en la que se prohibía la enseñanza o la promoción de la homosexualidad.

Claramente, AB es fan de MT. AB quería ser como ella, la gran dama de hierro, pero se le olvidó que no sabía hablar la lengua de Shakespeare. Ni gobernar su casa, de ahí que no supiera solucionar problemas políticos. Ni ser una buena samaritana porque se gastaba el dinero -de todos- haciendo ostentación no sólo de poder, también de desprecio por el sufrido contribuyente. Tampoco a nadie se le ocurre utilizar el apellido de AB llamar a su mascota, porque la pregunta sería: «Botella, ¿de qué?»

Lo que sí han demostrado ambas mujeres en extremos distintos -y es lo único que las aproxima-, es que cuando una mujer de ese calado socio/cultural/mental accede a un puesto de poder, no es que se comporte como un hombre, es que, en su afán por emular a los grandes estadistas, se convierte en tirana la una y en manirrota la otra. Que el poder emborracha y la resaca es tremenda porque la sufrimos todos. Que a algunas mujeres, una vez han accedido al poder, se les olvida que para gobernar hay una condición «sine qua non»: la humildad.

Pero no pierdo la esperanza (y no me refiero a la otra «dama» madrileña).

¿Por qué ponerle Margaret Thatcher a una plaza en nuestro país teniendo nosotros tantas deudas con héroes nacionales?

Lo que ha hecho AB, ha sido instrumentalizar la historia. Veamos:

-Antonio Escobar Huerta, el general olvidado. Guardia Civil, hombre de honor, honrado, íntegro, defensor de la República Española y la Constitución de 1931, a la que había jurado lealtad. Aunque siendo católico, mantener su juramente era una osadía o una condena a muerte. Mantuvo su fe intacta durante los años de la guerra. Luchó en el mismo bando que los anarquistas de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), que despreciaba y perseguía sus creencias. A pesar de ello, ni las ocultó ni renegó de ellas. Escondió monjas en su casa y, tras curarse de las heridas que sufrió en la Batalla de Madrid, le pidió a Azaña poder viajar a Lourdes para rezarle a la Virgen.

Fue fusilado el 8 de febrero de 1940 en los fosos del Castillo de Montjuic.

– Juan Marrero Pérez, «Hilario», jugador del Real Madrid. Intercedió por prisioneros republicanos en La Coruña, ante piquetes encargados de darles el «paseíllo».

La animosidad que sigue despertando la tragedia de nuestra guerra, condena al olvido a personajes como éste.

Durante la Guerra de la Independencia contra los franceses, además de las conocidas, están las grandes olvidadas:

– María de la Consolación de Azlor y Villavicencio, durante los asedios de los franceses, puso su casa, su trabajo y su hacienda a disposición de los defensores civiles y militares de Zaragoza. Amunicionaba las baterías artilleras con víveres y pólvora. Durante la jornada del cuatro de agosto, armada como un combatiente, formó baterías en su calle con pelotones femeninos. En 1809, y a instancias del mismísimo Palafox, reclutó gente para defender el Coso. Además organizó partidas en el pueblo Bureta. Murió a los 39 años.

– María Francisca de Sales Portocarrero, quiso participar en las asociaciones patrióticas, pero se encontró con la dura oposición de los hombres que las componían, ya que estos consideraban que si entraba una mujer en alguna de las asociaciones estas se convertirían en algo frívolo. Finalmente lo consiguió junto con otras trece mujeres. Desde allí, trabajó de una forma enérgica y brillante por la educación de la mujer y para mejorar las condiciones de las que estaban presas. Lo que ella hizo hoy se denomina «programa de inserción social».

He dejado para el final a un personaje que me subyuga: el Almirante Blas de Lezo. Un personaje poco conocido para mayor vergüenza de AB y MT. El Almirante perdió un ojo durante la guerra de sucesión por el trono de España, defendiendo el castillo de Santa Catalina. Con 15 años perdió una pierna en la batalla que mantuvieron la armada española y francesa contra ingleses y holandeses. En 1713, perdió un brazo en el segundo sitio de Barcelona. Pero lo que nunca perdió fueron los cojones, a pesar de ser apodado «medio hombre» o «patapalo».

Los ingleses no sólo ocultan sus derrotas ante los españoles, les gusta atribuirse victorias que nunca existieron.

Del 13 de marzo al 20 de mayo de 1741, tuvo lugar la Batalla de Cartagena de Indias, entre la armada inglesa y la española. La nueva Armada Invencible, comandada por el almirante Edgard Vernon, con 39.000 soldados, 3.000 piezas de artillería y 195 navíos, trató de invadir Cartagena de Indias, defendida por el Almirante Blas de Lezo, con 3.600 soldados y 6 navíos. El rey inglés estaba tan seguro de su victoria que mandó acuñar monedas para celebrarlo. En ellas se leía: «La arrogancia española humillada por el Almirante Vernon…» En realidad, el humillado fue el rey inglés y el almirante Vernon, que tuvo que huir para salvar su vida a costa de perder su dignidad.

Y nosotros, bueno, nosotros no, Ana Botella, le pone a una plaza española el nombre de una inglesa cuyo mérito fue ser apodada «la dama de hierro» por su inflexibilidad y por ocultar divinamente su condición machista haciendo creer a casi todos que luchaba por los derechos de la mujer. De este modo, sigue condenando al olvido a tantos y tantos héroes patrios, negándoles el reconocimiento que merecen.

Espero que los ingleses le devuelvan el halago que tanto desea AB, dándole su nombre a cualquier cosa que no sea una calle, una plaza o algo que esté relacionado con la cultura.

Estas son algunas de mis razones para renegar de quién reniega de la historia de mi país.

Ya lo dijo Antonio Machado:

El enemigo -los traidores de dentro y los invasores de fuera- se iba poco a poco / aproximando a Madrid.

Paraplejia mental

Hay un capítulo de los Simpson («Le encanta volar», 19×1) en el que Homer acepta a un tal Colby Kraus como asesor, como terapeuta, o algo así. Este gurú le ayuda a superar sus complejos, los de Homer, mediante el uso, en todo lugar y momento, de los zapatos que el propio Homer utiliza en la bolera. El Homer-de-la-bolera es un tipo seguro, competente, querido y respetado. Kraus quiere que Homer, fuera de la bolera, siga siendo un tipo seguro, competente, querido y respetado.

Lo consigue, Kraus, durante algún tiempo, y esto se comprueba al ver la cara de satisfacción de Marge después de una apasionada noche de sexo con su marido, siempre calzado, claro, incluso en la cama.

El inconsciente, ese hijo de puta

Luis Cencillo de Pineda, antropólogo, psicólogo, filósofo, escritor, erudito investigador, decía con frecuencia -según personas de su entorno más íntimo- que «el inconsciente es muy hijo de puta». Lo retrataba -al inconsciente- como esa realidad que está siempre controlando, sin que nos demos cuenta, nuestras conductas, a través de deseos, miedos, complejos, delirios… A través de nuestras emociones más profundas. Innatas, unas. Construidas, otras.

El siglo del Yo

Así, hoy os traemos una serie documental producida por la BBC en el año 2002 con el título genérico de «El siglo del Yo«. Son cuatro capítulos, de una hora cada uno, en los que se profundiza en temas tan cercanos para nosotros como la manipulación de eso a lo que se ha denominado «las masas», es decir, la manipulación que nosotros, como masa, sufrimos. Control absoluto sobre la sociedad a través de la propaganda. Qué sentir, qué creer, qué hacer o decir, todo viene, según el documental, dirigido por una élite poderosa que se encuentra en el origen de la información que consumimos. Élite ésta a la que el documental pone nombre y apellidos. Caras. Fechas. Y élite, además, a la que entrevista con profusión.

Se puede recorrer, desde que Freud hablara sobre esas pulsiones inconscientes, el camino que trazaron los manipuladores globales: eso hace el documental, señalar momentos históricos, acciones concretas, que demuestran que la conspiración existe, que los esfuerzos por controlarnos han sido muchos… y efectivos.

Despotismo ilustrado

Porque si en el individuo subyacen pasiones que ni él mismo reconoce, las agencias que se ocupan del orden social deberían tener en cuenta esas pasiones y regularlas, canalizarlas en un derrotero común, por el bien de todos. O eso pensaban estos clarividentes déspotas. Ya Macchiavello puso las cosas en su sitio: «Los hombres juzgan más con los ojos que con la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos pueden comprender lo que ven». Y así es. El hombre culto es aquél que está preparado para juzgar con criterio. El inculto se deja llevar por lo que parece evidente.

El debate es largo, extenso, delicado y peligroso. ¿Es la democracia, como sistema de gobierno, algo legítimo? Alguien que no conoce cómo funciona el sistema, ¿está capacitado para decidir sobre él? ¿Es el sufragio una verdadera herramienta de control? ¿De quién? ¿Del pueblo sobre los gobernantes? ¿O de las élites sobre «las masas»?

De todo esto habla el documental.

Universo propaganda

Y desgraciadamente no podemos analizar la serie completa, todo lo que en ella se apunta, pero podemos asegurar que es un documento de primer nivel, dirigido a aquellos que aún quieren hacer el esfuerzo de pensar con libertad. Los «medios de comunicación de masas» nos han convertido en «masas», y conviene darse cuenta de ello lo antes posible, ahora, mientras aún podamos. Y podemos -todavía- porque ha surgido un nuevo medio de comunicación que ya no es tanto «de masas», como «entre individuos»: Internet. Pero también en Internet se deja sentir el influjo de los grandes manipuladores. También en Internet rigen los mismos principios, la asociación irracional, la simplicidad de los mensajes, la imitación, lo insidioso. Y los pensadores del pueblo, nosotros, los que no tenemos a nuestra disposición grandes herramientas propagandísticas, los que queremos haceros pensar, a vosotros, a los que consideramos nuestros iguales -en lugar de haceros tragar más de lo mismo-, tenemos todo en nuestra contra. Porque el propio sistema se ocupa de hacernos aparecer como una amenaza. Porque demandamos esfuerzo a una población habituada a ser cómodamente manipulada. Porque casi nadie lee este texto hasta aquí.

Falsa democracia, consumismo, prosperidad vacía, existencia esquizofrénica… Creemos que los temas son lo suficientemente importantes como para divulgarlos. Y creemos que vosotros también los reconoceréis así.

Para concluir, os planteamos un último interrogante, a modo de ejemplo: ¿Por qué las drogas siguen estando prohibidas, en su uso recreativo? Su consumo, su posesión, su tráfico. Si nos atrae lo prohibido -y esto se sabe- y conseguir lo prohibido implica un esfuerzo -el de ocultarse, el de desenvolverse entre forajidos, el de pagar-, quizás haya alguien interesado en que consumamos drogas, pero también en que no estén a nuestro alcance inmediato. Para mantenernos ocupados. Para que nos sintamos realizados tras su obtención (qué traviesos, nosotros, qué listillos). Y para que la recompensa a nuestro «saltarse las reglas» sea una buena dosis de incapacidad, de paraplejia mental, de inmovilidad inducida, que siempre viene bien. Pensad sobre ello.

Ver «El siglo del Yo» Capítulo 1

Ver «El siglo del Yo» Capítulo 2

Ver «El siglo del Yo» Capítulo 3

Ver «El siglo del Yo» Capítulo 4

«Ágora», de Amenábar, no es una película anticristiana

El Señor atestigua un rechazo radical de toda forma de odio y de violencia a favor de la primacía absoluta del ágape. Por tanto, si en la Historia ha habido o hay formas de violencia en nombre de Dios, no deben ser atribuidas al monoteísmo, sino a causas históricas, principalmente a los errores de los hombres. Es el olvido de Dios el que lleva a una forma de relativismo, que inevitablemente genera violencia.

(Benedicto XVI, “Fe y violencia”, 7/12/2012)

1.

En su crítica de “La dolce vita”, Pasolini argumenta cómo, según él, esa película de Fellini es católica, a pesar de las apariencias y de las opiniones que en su contra vierten el órgano del Vaticano, “L´osservatore romano”, así como personas ligadas a la Iglesia. “Soltanto delle goffe persone senza anima -come quelle che redigono l´organo del Vaticano-, soltanto i clerico-fascisti romani, soltanto i moralistici capitalisti milanesi, possono esser così ciechi da non capire che con La dolce vita si trovano davanti al più alto e al più assoluto prodotto del cattolicesimo di questi ultimi anni: per cui i dati del mondo e della società si presentano come dati eterni e immodificabili, con le loro bassezze e abbiezioni, sia pure, ma anche con la grazia sempre sospesa, pronta a discendere: anzi, quasi sempre già discesa e circolante di persona in persona, di atto in atto, di immagine in immagine.”

Sin participar de la banderiza belicosidad de Pasolini, vamos a intentar rebatir y mostrar lo contrario que lo proclamado desde los “púlpitos” más o menos oficiales del catolicismo y por parte de esos católicos que más ofendidos se han sentido por la última película de Alejandro Amenábar. Quizá no probemos nada; tómese entonces lo que sigue como una interpretación.

Se nos podría reprochar que tardemos tanto en “dar la cara” ya que la dicha película se estrenó hará ya poco más de tres años. A ello puede replicarse, por una parte, que esta sección, “El ojo de Polifemo”, tiene tan sólo algo más de un año de existencia, pero sobre todo que en ella no se trata de hacer crítica de actualidad, sino que, por el contrario, se persigue una reflexión que sólo una perspectiva dilatada en el tiempo puede proporcionar; por otra parte, y esto redunda en honor de la película en cuestión, si a pesar del tiempo transcurrido, la recordamos aún -y mucho-, ello significará que el tal filme es de calado, que no es uno más de tantísimos productos cinematográficos actuales, españoles o hollywoodenses, que se disuelven como nube de verano, más o menos insustanciales, más o menos ruidosos y molestos, pero tan efímeros como una mariposa, o, por decirlo con palabras de Jorge Manrique, que no son “sino verdura de las eras” que muy pronto ve fenecer sus días, más aún que no son “sino rocío de los prados”.

2.

Cuando se estrena en España “Ágora”, numerosas fueron las voces católicas que se alzaron en su contra, obsequiándola con el remoquete de furibundamente antirreligiosa y motejándola de tópicamente anticristiana. En mi opinión, sin embargo, dicha percepción corresponde a una visión bastante miope y a un juicio asaz somero, limitados ambos a las apariencias “más aparentes”, evitándose así el profundizar y el discurrir. Se trataría de un nuevo ejemplo de aquel inefable “lejos de nosotros, Majestad, la funesta manía de pensar”.

Ciertamente, en “Ágora”, se narra, teniendo a la Alejandría de inicios del siglo V de nuestra era -y por tanto bajo dominación romana- como decorado arquitectónico y como contexto cultural, la sustitución virulenta y cruenta del paganismo por el cristianismo, así como, posteriormente, la exclusión de la vida pública de los anatemizados judíos. En la película, ciertamente, los cristianos son presentados como tipos fanatizados, feroces e implacables, de esos que quieren ganar siempre y además ganar “como sea”, y cuya victoria representa o la eliminación intelectual del otro (asimilándoselo, aunque el asimilado lo haga por dentro a regañadientes), o su eliminación física; o, en el mejor de los casos, su marginación e incluso exclusión, o aun la expulsión. Se podría echar en cara a Amenábar el no haber presentado a cristianos bondadosos, respetuosos, tolerantes, realmente fraternales (a pesar de esos actos de ayuda respecto a los pobres, que son en realidad más estrategia socio-política y ejecución mecánica de obligaciones, a la manera farisea, que conductas realmente motivadas por la caridad), dotados de esas virtudes que debieran informar y adornar a todo cristiano. Ahora bien, ¿es esto realmente reprobable? Sólo en apariencia ya que si bien sea cierto que no aparece ni un solo cristiano santo, ni siquiera bueno, esto es ningún cristiano que sea o quiera ser cristiano en definitiva, Cristo está presente de principio a fin de la película. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo?

“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra…Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia porque suyo es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira…” (Mateo 5, “Bienaventuranzas” o “Sermón de la montaña”).

En efecto, aunque no se le vea, Cristo está encarnado, a lo largo de la película, en muchos sufrientes, e incluso mártires, mas también y sobre todo en la propia protagonista, la filósofa Hipatia, que es personaje cristológico y que hace que este filme quede todo él tinto en cristología. ¿No es Hipatia mansa, pacífica y misericordiosa, muy limpia de corazón? ¿No llora y padece hambre y sed de justicia por padecer persecución, insultada y ultrajada como será, hasta tener que apurar las heces del martirio? No olvidemos que Cristo está en todos y cada unos de los que padecen y que el amor a Cristo desemboca necesariamente en amor al prójimo.

“Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; peregriné y me acogisteis; estaba denudo y me vestisteis… En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 35-40).

Recordemos que todos somos “hermanos”, no sólo los “nuestros”, sino también el samaritano, la mujer cananea e incluso el enemigo, representando esto último uno de los aspectos más escandalosos del cristianismo. Por ello, cabe presumir que Cristo diría a aquellos cristianos que tanto vociferan en Alejandría y a lo largo de la película: “Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de iniquidad.” (Mateo 7, 23). Por el contrario, Hipatia “no disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas” (Mateo 12, 19). Hipatia es silencio estudioso y genésico. Mas sobre la Hipatia cristológica volveremos más adelante.

En cualquier caso es innegable que Amenábar muestra a la perfección, de manera seria y sin dramatismos superfluos, cómo una idea, o un ideal, ya sea religioso, político, racial, etc. puede imponerse desde la violencia y con la aquiescencia o cobardía de los tibios y los medrosos, esto es de la inmensa mayoría, aprovechando que la autoridad o el poder responsables de velar por la seguridad y libertad de sus súbditos o ciudadanos, hace dejación de sus obligaciones, esto es se muestra tibia también, contemporiza y, de esta manera, alimenta al monstruo hasta que el tal monstruo acabe por engullirlo todo. “Ágora” narra aquellas circunstancias históricas, sí, pero que son también las del nacionalsocialismo en la Alemania de entreguerras o las de nuestro tristísimo País Vasco actual, por citar tan sólo dos ejemplos próximos en el tiempo y que se presentan en el seno mismo de nuestra cultura, si bien no sean de índole religiosa.

En nuestra época tan cursi y tan falseadora de la historia, que erige “a toro pasado” determinados períodos de la historia como pináculos de la tolerancia, es bueno que un Amenábar agarre el toro por los cuernos y muestre cómo la coexistencia pacífica no era posible en aquella Alejandría pretérita, dado que los cristianos quieren imponer su religión, forzar a la conversión a los paganos y eliminar a quienes rechacen la cruz como única guía de sus vidas y así hasta proclamarla religión de Estado, en detrimento de las otras, condenadas a la desaparición. Se habrían de esta manera invertido los términos. Ya no serán los paganos quienes den suplicio, por ejemplo, a Santa Catalina, sino que serán, desventuradamente, los partidarios y herederos victoriosos de ésta quienes, ignorando todo del espíritu cristiano, se dediquen ahora a eliminar idólatras. Nuestro director muestra una realidad: el fanatismo. ¿Se le puede tachar de anticristiano por ello? Obviamente no; es más, presentando lo que no debiera ser, denuncia una falta y una traición al auténtico cristianismo; poniendo en evidencia lo que fue, expresa lo que no debiera haber sido y resalta, por contraste, lo que debiera ser y que se ha mancillado, tergiversado, olvidado y despreciado. Quizá alguno se sienta con autoridad para reprocharle el no haber mostrado ni un mínimo elemento positivo y esperanzador, de haber reducido a los cristianos a una turbamulta, pero es que, además de ser ello harto difícil en aquellos tiempos históricos, no puede hablarse de ocultación sino de una realidad que el director no quiere falsear. ¿Se le puede acusar de anticristiano por mostrar las conductas anticristianas de los propios cristianos? Hay más: por no mostrar a los santos, a los hombres de paz, por no hacer una hagiografía, ¿se le puede motejar de antirreligioso? Amenábar rueda una película sobre las circunstancias históricas que envuelven a Hipatia, no sobre Francisco de Asís y, en este hipotético caso mucho me temo que los mismos acusadores de hoy le censurarían por hacer una película “contra Roma” o “contra el Papa”. En cualquier caso, no es negando u ocultando una carencia o un problema o una falta cómo se alcanza una solución, sino que precisamente el percatarse de ella, definirla y acotarla es primer paso y paso necesario, si no suficiente, para no incurrir en el mismo error.

“¿Cómo callar tantas formas de violencia perpetradas también en nombre de la fe? Guerras de religión, tribunales de la Inquisición y otras formas de violación de los derechos de las personas… Es preciso que la Iglesia, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, revise por propia iniciativa los aspectos oscuros de su historia, valorándolos a la luz de los principios del Evangelio.” (Juan Pablo II, 1994)

En definitiva, que no sólo no cabe atacar a Alejandro Amenábar, sino más bien agradecerle el que nos ayude a reflexionar y a limpiar…

3.

Los hechos narrados en la película nos remiten a la Antigüedad, a las postrimerías del poder de Roma. ¡Si no habrá diluviado desde entonces! Y desde que se quemara a Giordano Bruno, ¡si no habrá llovido a mares! Hoy en día el poder temporal del Papa es inexistente; la herejía -¿pero existe eso aún?- no es susceptible ni tan siquiera de un benévolo capón y, además y sobre todo, la cristiana es la confesión más hostigada en el mundo y así, a pesar de la escasa cobertura mediática que se da a la persecución contra los cristianos, muchos son los acosados e incluso también los martirizados por sus creencias evangélicas en países no sólo de mayorías musulmanas, sino también por parte de hindúes y de comunistas imperantes. Egipto, Irak, Siria, Sudán y Nigeria son candente y triste actualidad por cuanto aquí denunciamos, mas asimismo se debe recordar cuanto ocurre en Pakistán (con su triste “ley de la blasfemia”), la India, Vietnam y China, sin silenciar tampoco la horrenda decapitación de los monjes trapenses del Atlas a manos de la milicia fundamentalista argelina en 1996, tal y como refleja la magnífica y reciente película de Xavier Beauvois, “De dioses y hombres”.

Así, en la realidad mundial actual, los cristianos serían lo que en el mundo antiguo, cuando la religión del crucificado acabará por imponerse, fueran los paganos: unas víctimas del fanatismo, de la fe única, de la intolerancia más feroz… allí quedan, para dar fe de ello, las persecuciones y martirios de cristianos a manos de Diocleciano y tantas otras en que los victimarios eran quienes luego serían víctimas, configurándose así una rueda infernal de alternancias en un brutal toma y daca de agresiones. Hecha esta aclaración, podemos preguntarnos quiénes son, hoy en día, los “cristianos” del entonces narrado en la película, esto es quiénes son los peligrosos fanáticos. La respuesta es bien fácil: los islamistas (que no los islámicos), desde el talibán hasta el hermano musulmán, pasando por el salafista. No sólo Bin Laden y sus malhechores secuaces de Al Qaeda conminaban y apremiaban a Obama y a Sarkozy a abrazar la fe de Mahoma, sino que el coronel Gadafi, ¡en la misma Roma!, instaba a la vieja Europa a hacerse, ¡toda ella!, mahometana. Y mil un lamentables ejemplos más que no caben aquí y que le erizan a uno los cabellos.

Así pues, aun siendo el fanatismo religioso uno, puede adoptar distintos rostros y pelajes. Ahora es el turno del islamismo. Y así, qué ingenua resuena en nuestros oídos la voz del buen Ramón Lulio, desconsolado por predicar en el desierto la conversión de los sarracenos:

“Aquest es lo “Desconhort” que mestre Ramon Llull féu en sa vellesa, com viu que lo Papa ne los altres senyors del món, no volgueren metre orde en convertir los infeels, segons que ell los requerí moltes e diverses vegades… se donàs de nostra fe tan gran exalçament / que els infeels venguessen a convertiment.”

Todo occidental acepta hoy en día con total indiferencia, por otra parte, que el proselitismo no islámico está prohibido y severamente castigado en los países musulmanes. ¿Qué cristiano, actualmente, empuña o empuñaría siquiera las armas por, pongamos por caso, reconquistar el Santo Sepulcro?

“… les malheurs de la Terre Sainte. / … / Même si un homme vivait cent ans, / il ne pourrait gagner autant de gloire / qu´en allant, plein de repentir, / reconquérir le Sépulcre.”

¿Qué cristiano cree, hoy en día, que empuñándolas y teniendo la fortuna de morir en la refriega, ganará el cielo?

“On peut actuellement gagner le Paradis / facilement, grâce à Dieu! (tomando parte en la cruzada que el rey San Luis de Francia está organizando, en la que éste morirá y que será la última de la historia) /… / heureux celui qui outre-mer mourra! / … / Pour moi, pourvu que mon corps puisse sauver mon âme, / peu m´importe ce qui peut arriver, / prison, bataille, / ni de laisser femme et enfants.” (Rutebeuf, “La desputizions dou croisie et dou descroisie”, siglo XIII).

Ningún cristiano, ni siquiera los cismáticos de monseñor Lefèbvre, conceden el mínimo crédito a lo que hoy en día no podemos llamar más que locura. En el otro lado, sin embargo, son bastantes -y da la impresión de que cada vez son más- quienes no sólo la persiguen sino que incluso se vanaglorian y hacen alarde de esta creencia y de sus actos, incluyendo el acto terrorista, claro está. Amenábar pone el dedo en la llaga y nos advierte de un peligro actual, mas trasladándolo a un período en que los bestiales fanáticos éramos nosotros mismos. A esto se le llama honradez intelectual y todo cristiano debiera agradecérselo.

Abundando más en la cuestión, cabría plantearse entonces, con pesimismo, si la historia de las religiones no sería más que un sucederse de imposiciones y de violencias, hasta preguntarse si la religión lleva en sí el fanatismo, así como lo que entendemos hoy en día por totalitarismo; y si éstos no son los mensajes del propio Amenábar. Desde luego puede interpretarse de esta manera; otra visión, sin embargo, distinta y cuando menos tan válida y plausible como la anterior, sería que la película nos previene de un peligro real como pueda serlo el de un islamismo iluminado, muy musculado, dotado de una fe inquebrantable e indoblegable en su absoluta e inconmovible verdad, irredentista y dotado de arma poderosísima, como es un terrorismo de autoinmolación cuyo precedente histórico no sería otro que el de los secuaces del Viejo de la Montaña y que nos deja absolutamente a su merced.

“Quiconque aura sa vie à mespris, se rendra toujours maistre de celle d´autruy – Quienquiera que desprecie su propia vida, se hará dueño de la de los otros. (Montaigne, “Essais 1”)

Y todo ello frente a una sociedad -y una cultura- occidental, descreída, pigre, apoltronada e inerme.

Los sucios, ignorantes, barbudos, desarrapados y entrapajados cristianos toman y saquean la biblioteca de Alejandría y la convierten en muladar. ¿Qué cristiano haría hoy tal cosa? Sin embargo, ¿no es esto cuanto haría un talibán? (y a las pruebas de tantos ejemplos nos podemos remitir). A este respecto se puede recordar el chiste gráfico de Plantu en “Le Monde”, en que, tras el asesinato más arriba mencionado de aquellos trapenses sabios en la Argelia librada a la guerra civil entre el Ejército y los muhaidines, se veía a un fraile frente a un ulema; tras del monje, estanterías colmadas a reventar de volúmenes, mientras que tras del clérigo mahometano, estanterías vacías, pues eso es cuanto pretenden aquéllos que, proclamándose sus defensores, no hacen más que dar baldón permanente a su religión y a la religión en general.

4.

En un momento determinado de la película, cuando en la cúspide del enfrentamiento religioso, los paganos, viendo que llevan claramente las de perder, refugiándose tras los muros protectores de su templo del saber, que es la celebérrima biblioteca de Alejandría, se encuentran haciendo guardia, un muy raudo, portentoso y cósmico zoom out empequeñece hasta lo microscópico no sólo Alejandría y sus habitantes -ya sean gentiles, cristianos o judíos-, sino el Mare Nostrum, el planeta entero e incluso el sistema solar. ¿Quiénes somos y qué somos? Nada. Y sin embargo morimos, y lo que es peor matamos, con la convicción de ser algo, mucho, muchísimo; esa creencia es la que nutre nuestro derecho y sacrosanta obligación de acabar con el infiel y éste es siempre quien no es fiel como nosotros lo somos, a nuestra manera única e intransferible. Más de uno ha querido ver en este zoom out que concluye en plano más que general, pues en realidad es “universal”, una especie de manifiesto ateísta, o cuando menos agnosticista, en formato visual, por la imagen, por parte de Amenábar, esto es una nueva y cinematográfica “Apología de Raymond Sebond” del escéptico Montaigne, expresada en una sola toma de límites inabarcables. Quizá. Modestamente, percibo yo más bien una denuncia de nuestra vanidad, de nuestra ridícula presunción, de nuestra prepotente petulancia de rana hinchándose -y reventando- en buey. Por otra parte, no olvidemos cómo el verdadero cristiano insiste siempre en la apabullante pequeñez material del hombre… contrarrestada por el hecho de que nuestra alma participa de la naturaleza de Dios y, de esta guisa, nos hace inmortales e inconmensurables, sustrayéndonos a lo endeble y a lo pigmeo de nuestra condición. Sí, es bien cierto, pero a esta convicción se llega tras insistir y poner en evidencia lo mortal, corruptible, efímero y frágil del suspiro de nuestra existencia. Esta insignificancia en lo físico o material se ve aumentada por nuestra situación de desamparo, expuestos como estamos al sufrimiento, a la decrepitud y a la posterior desaparición, como magníficamente refleja el monólogo de Hamlet, pero también los versos de la Salve, tan certeros, tan descarnados, tan dolientes: “… los desterrados hijos de Eva… gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. En definitiva que somos lo ínfimo y lo grandioso a la vez. Creo sinceramente que este alejamiento de vértigo por parte de la cámara de Amenábar, desde nuestra irrisoria escala hasta la abrumadora cósmica, habría hecho las delicias de Pascal, quien describiera como pocos la situación del hombre mortal entre “esos dos abismos del infinito y de la nada”.

“L´homme dans la nature est… un néant à l´égard de l´infini, un tout à l´égard du vivant, un milieu entre rien et tout. Infiniment éloigné de comprendre les extrêmes, la fin des choses et leur principe sont invinciblement cachés dans un secret impénétrable, également incapable de voir le néant d´où il est tiré, et l´infini où il est englouti.”

No en vano el pensador y físico francés aspiraba con sus “Pensées” a atraer a los hijos pródigos que abandonaron la religión y le dieron la espalda, para que volvieran a la casa del Padre.

“… era preciso hacer fiesta y alegrarse porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado.” (Parábola del hijo pródigo, Lucas 15, 32)

y “Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de ella.” (Lucas 15, 7).

Los medios a los que recurre Pascal para lograr su fin no son otros que la razonada humillación de la ensoberbecida razón humana y el espanto puesto en la imaginación impresionable y generosa del hombre. Ya no recuerdo en cuál de sus “Romances”, Zorrilla, tras evocar un humilladero en el claro de un bosque, por una noche incierta y desabrida de invierno, pregunta que quién sería capaz de blasfemar en esas circunstancias. Espanto en la imaginación… Recuerdo -si bien esto no sea en definitiva más que un recuerdo personal y por tanto algo prescindible en estas reflexiones- cómo, durante mi adolescencia, durmiendo al raso en un prado de la Sierra, por una noche estival sin luna, contemplando escalofriado la bóveda nocturna, “espantado” y sobrecogido, me preguntaba si fuera posible negar la existencia de la divinidad. Algo parecido puede adivinarse en esa imagen de la película que desemboca en un estremecimiento.

Dicho esto qué duda cabe que hay en ella una gran ambigüedad. ¿Se trata de un estremecimiento emparentado con el que uno recibe extasiándose ante la Capilla Sixtina y más concretamente ante el Juicio Final y la bóveda miguelangelescas…

(“ (En) la Capilla Sixtina… es la luz de Dios la que ilumina los frescos … aquella luz que, con su potencia, vence el caos y la oscuridad para dar vida en la Creación y en la Redención, para decir, con evidencia, que el mundo no es producto de la oscuridad, del azar, del absurdo, sino que procede de una Inteligencia, de una Libertad, de un supremo acto de amor” (Benedicto XVI, 8-11-2012, en la conmemoración del quinto centenario de la Capilla Sixtina)

… o por el contrario ese estremecimiento se da precisamente ante la evidencia, o desembocando en la evidencia, de que el mundo y el Cosmos son oscuridad, azar y absurdo y de que no hay Salvación?, ¿o incluso ambas cosas a la vez?… Amenábar plantea una pregunta que atemoriza y cuya respuesta es incierta. Amenábar no adoctrina, como un Eisenstein o un Renoir, estomagantes cuando nos señalan clarísimamente, sin interpretación, desviación o ambigüedad posibles, lo que tenemos que pensar. Se ve que Amenábar cree en el libre albedrío y eso es bueno, ¿o no?

De todo lo anterior creo que se desprende meridianamente, no sólo que la película en cuestión no es plana, unívoca, adocenada, sino además que no sólo no es anticristiana, sino tampoco antirreligiosa. “Ágora” se abre al misterio, está penetrada toda ella de misterio sacro. Por otra parte digamos que Papas tan actuales como Pablo VI o Benedicto XVI demandan permanentemente interlocutores inteligentes e inquietos, no meapilas acríticos que digan amén a todo.

Ya puestos, incluso algo embalados, permítaseme seguir ejerciendo no sé bien si de abogado del diablo, a secas, o si de abogado del diablo ultracatólico. En otra secuencia de la película, mediante otro ejemplo, cinematográfico obviamente, de titánica “perspectiva de Dios” (en palabras del historiador del Arte, Miguel Etayo), a partir de un nuevo, y también vertiginoso, distanciamiento vertical de la imagen, los cristianos que transitan por entre los corredores de la biblioteca, se antojan, vistos desde tan alto y tan aplanados cenitalmente, auténticas cucarachas. Y volvemos a lo de antes: ¿es que Amenábar está explícitamente asemejando el cristiano al repugnante bicho? Sería, creo, tomar el rábano por las hojas. Lo que sí está evidenciando nuestro director es que la ignorancia y el odio nos vuelven nocivos y pestilentes, rebajándonos desde lo que debiera ser trono de la razón y afán de racionalidad (“complemento necesario de la fe”, en palabras de Benedicto XVI) a la condición de insecto de sentina y desagüe, defección palpable de esa “a imagen y semejanza de Dios”. “Ágora” es película que espeja el triste fanatismo, religioso en el caso que nos ocupa, del hombre y la desolación de la Historia.

“Es tanto el furor de sus espíritus turbados y fuera de madre que creen apaciguar a los dioses sobrepasando las crueldades de los hombres” (San Agustín, “Ciudad de Dios”, VI, 10).

5.

Ignoro si Amenábar recibió en su infancia y su adolescencia una educación cristiana, ya fuese familiar, ya fuese escolar, o ambas. Me inclinaría a pensar que sí pues en esta película suya se percibe ese aliento de cultura religiosa que -al margen de que se crea o no- configura junto con otras, el rasgo del hombre occidental; también me inclino a pensar que sí a juzgar por su edad de cuarenta años, si no voy errado, pues hace unas décadas, el laicismo aún no lo impregnaba prácticamente todo -incluso el ámbito religioso-, como sucede hoy en día.

La filósofa Hipatia es Cristo. Me explico: Hipatia persigue la Verdad, contra viento y marea. No se trata de una verdad religiosa, sino científica. Y la búsqueda de esta Verdad alienta y guía insobornablemente su existencia. Mundo, demonio y carne no la apartarán ni un ápice de la recta senda que ha tomado, a pesar y a sabiendas de que su rectitud y su empeño molestan a muchos, pues sus pasos no discurren por el “derecho” camino impuesto que pisan todos los demás, y es por ello por lo que se verá abocada indefectiblemente al martirio.

Hipatia da al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios y su dios es la ciencia. Sabe que la existencia en sociedad exige de nosotros contrahacer al menos hasta cierto punto un sometimiento y un mimetismo, que ella acata, mas que para ella son de puro carácter externo y que ni siquiera comprometen al cuerpo consciente, pues sencillamente obligan a unos rituales socialmente estereotipados. Como Cristo, Hipatia paga sus impuestos. Aun siendo, como lo es, consciente de todo ello, Hipatia, por conocer, en su honradez profesional y personal, que la auténtica libertad es la de la conciencia y que la recompensa mayor en un ser libre es precisamente el disponer de una conciencia libre, y puesto que no cree en lo que es ya la religión oficial, mas también porque sus intereses van por otros derroteros, y todo ello a pesar de saber con certeza que el aceptarla la salvaría, Hipatia, digo, rechaza en todo momento la farsa de bautizarse. Hipatia no está dispuesta a ceder en su creencia interior pues ése es el dominio de su libertad y en él cifra todo su interés vital y su auténtica fe. Ella sabe también que, de alguna manera, como buena filósofa que es, su “reino no es de este mundo”.

Hipatia es, además, de una inalienable largueza espiritual. No sólo instruirá y manumitirá a su joven esclavo, sino que, de manera absolutamente sincera, natural y espontánea, como iluminada por la Gracia, le perdonará de todo corazón la grave ofensa que le infligió. Y ello en un contexto de odio religioso en que no se excusa nada y en que el más nimio pretexto o descuido es motivo de condena y posterior ejecución.

Hipatia tiene también, como Cristo, su traidor. Cabe imaginar a un Judas ambivalente, admirador a la par que envidioso de Jesús, atraído por él y a la vez rechazándolo e incluso odiándolo. Son exactamente los sentimientos encontrados que hallamos en su joven esclavo, con la particularidad de que en el caso del esclavo el amo es ama. Él hace caudal de su ama, deslumbrado por su ciencia, pero también la desea con motivo de su belleza. Sin embargo, y de consuno, se muestra celoso de su superior inteligencia y, codiciándola, le duele sobremanera su espíritu tan libre pues él nunca podrá, no ya sólo alcanzarlo, sino rozarlo siquiera, mezquino y cobarde como es, bellaco que está permanentemente al “viva quien venza”, cediendo su independencia al fanatismo triunfante de turno. “… para fundar el imperio temporal, donde Judas espera ser uno de los amos. Es envidioso además de avaro; envidioso como todos los avaros…” (Giovanni Papini, “Historia de Cristo”: capítulo “Ha amado mucho”).

Judas traiciona a Hipatia, despojándola, besándola y restregándose licenciosa y abusivamente contra ella. Hipatia, tras ser escarnecida groseramente por aquellos execrables cristianos al igual que Cristo lo fuera por soldadesca y sayones, también entregará su alma, no crucificada sino descuartizada, sin oponer resistencia alguna, sin pleitear como Cristo mudo en el Sanedrín ante sus inicuos acusadores y luego ante el juez-prefecto romano de Judea, Poncio Pilatos. En la muerte de Hipatia está la propia muerte de Cristo, como en la de tantos otros en los que Él sufre primero y luego expira.

“Y yo, sin estar libre de pecado, no dejo de tirar piedras a mis hermanos desde mi particular juzgado, y cuando así hago, en ellos te alcanzo y te hiero a Ti (Cristo)” (Arzobispo de Oviedo, abril 2012).

Cristo se retira frecuentemente a orar, sabe de lo necesario que es el silencio y de sus virtudes genésicas, que en silencio y en el silencio, tras de morir, ya sea la semilla de sus parábolas, ya sea su propio cuerpo, se germina y se vuelve a la vida. Escuchemos de nuevo a Blaise Pascal, en sus “Pensées”:

“(l´être humain) tremblera dans la vue de ces merveilles (de la Nature); et je crois que sa curiosité se changeant en admiration, il sera même plus disposé à les contempler en silence qu´à les regarder avec présomption.”

Es el silencio respetuoso y admirado de Hipatia ante lo inmenso, lo desconocido, lo inabarcable. Es, qué duda cabe, un silencio penetrado de sacralidad.

6.

No es baladí señalar que Amenábar renunció a la producción y distribución americano-hollywoodiense para zafarse de la imposición de una historia de amor al uso que hubiera pervertido y banalizado el sentido de la película. Dejó así, él de ganar dinero, y su película, de adquirir celebridad. No se traicionó. Como su protagonista, ¿no es cierto?

Y ya para rematar la faena, y como último argumento, preguntémonos si Alejandro Amenábar busca la polémica por la polémica, si va de enfant terrible, de progre, de estrella rutilante de la gauche divine, si le agrada “salir en los papeles”, si es gratuita y dogmáticamente anticlerical, un mangiapreti, un miliciano “apiolador” de curas. La respuesta es que Amenábar no es Almodóvar.

“Encuentro unas declaraciones de Pedro Almodóvar cargando contra el papa y el conservadurismo de la Iglesia católica… (Almodóvar) pertenece a un grupo de gente previsible en el terreno de las opiniones porque trabaja para una clientela de inclinaciones sectarias con principios inalterables desde mayo del 68. Existe un automatismo irrefrenable entre la “inteligencia” izquierdista que les hace estar pendientes constantemente de lo que dicen las jerarquías católicas para así poder mostrar públicamente su oposición… (se trata) de crear espectáculo en su propio beneficio a base de disparar contra un adversario que, de antemano, ya se sabe lo que va a decir… Esta clase de pretorianos del poder intelectual izquierdoso buscan siempre la publicidad de sus inventos lanzándose sobre un adversario fácil en nuestros tiempos… El asunto no tiene la mínima emoción frente a una doctrina que manda poner la otra mejilla. Claro que una cosa muy distinta hubiera sido hace sólo un par de siglos. Ahora, casi resultan enternecedores… La imagen de campeones de la solidaridad, la tolerancia, la alianza de las civilizaciones… Vamos, lo de siempre.” (Albert Boadella, “Diarios de un francotirador”, 7 de agosto del 2009).

¡Hombre, que Amenábar es persona seria! Busca, ateniéndonos a su producción artística y a su discreción, expresar unas convicciones cinematográficas, en primer lugar, y luego unas ideas, una verdad, que es la suya, que es lo que ha de intentar todo artista. Sí, repitámoslo, como su heroína. Que no se le lapide ni descuartice (metafóricamente, claro está) desde el ultracatolicismo, que se aclare éste la vista primero para juzgar mejor después.

El agua, los sueños y Bruce Lee

Si hay algo por lo que Bruce Lee merece ser recordado, 39 años después de su muerte, no es por su dominio de las Artes Marciales, aunque esta idea resulte sorprendente. Claro que fue un luchador asombroso, qué duda cabe, pero sus aportaciones trascienden los puñetazos y las patadas y los gestos y filigranas que tan famoso le hicieron.

Bruce Lee estudió Filosofía, y esto es -en según qué círculos- bastante desconocido. Su padre era Primer Actor de Ópera china y él creció en un ambiente relativamente culto, vinculado a las artes. Desde bebé, participó en el rodaje de películas, pero tampoco deberíamos recordarle por su faceta de actor, ni aún por la de cineasta -que también lo fue-. Bruce Lee debería ser recordado por su capacidad para transformar los sueños en realidad.

El agua

Utilizar ningún camino como camino. Tener ninguna limitación como limitación.

Éste fue su lema, y le sirvió. Lee abogó por un modo de vida, por una manera de pensar y de conducirse en la que el individuo no se ciñera a una estructura preconcebida, sino que -desde la honestidad, desde la sabiduría- se dejara fluir libremente.

Decía que expresar la verdad interna de una manera honesta es lo más difícil de todo. Uno puede fácilmente dejarse llevar por la vanidad y así ofrecer (ofrecerse) una imagen que no sea acorde con la realidad. O bien circunscribirse sin criterio a los principios impuestos por una tradición, con lo que cada estímulo tendrá una respuesta prescrita y la libertad del individuo quedará mermada. Pero ir más allá -de la tradición, de la vanidad, de la estructura-, es lo complicado.

A Bruce Lee le molestaba el estereotipo del chino que plasmaban las películas de Hollywood. Con sus Non La, o sombreros cónicos, y su actitud servil, los chinos del cine poco tenían que ver con los reales. Él rechazó numerosos papeles de este corte para recrear, después, el cine, a su imagen y semejanza. Películas en las que la violencia no era gratuita, sino que estaba -desde su punto de vista- justificada. Películas en las que los protagonistas no volaban, sino que las luchas eran -aunque magistrales- verosímiles. Y películas en las que intentaba dar a conocer una filosofía basada en la honestidad, en el conocimiento y en la superación personal.

Los sueños

Y lo del callejón es mentira. No le mataron a traición, ni nada parecido. Bruce Lee murió en la cama, con 32 años. Quizás se machacó demasiado, es posible. O quizás -los seguidores de su doctrina preferimos verlo así- Bruce, en aquel momento, soñó con evaporarse.

 

El pan y la sal

Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles. Y no desde la perspectiva de los grandilocuentes políticos y economistas (¿qué narices es eso de la prima de riesgo?), sino desde nuestra perspectiva: la perspectiva del pueblo. Un pueblo humilde, que no entiende muy bien las artimañas mediante las que está siendo robado, pero que tiene clarísimo que está siendo robado.

Hablamos de una España propia a la que, con muchísimo cariño y respeto, podríamos llamar «acogotada». Porque ha pasado hambre. Porque conoce la emigración (la huida). Y porque conoce la represión. Quizás el español de 20 años no haya experimentado eso, pero sus padres y abuelos sí. Y son miedos que se impregnan en nuestra manera de pensar, y en la de nuestros hijos y nietos.

Sabemos a lo que nos referimos cuando hablamos de la «España acogotada», ¿verdad?

El pan

Muchos lectores conocerán esta vieja costumbre: la de besar el pan cuando éste cae al suelo, o cuando -duro ya- se tira a la basura. Hay que besarlo, por pequeño que sea el pedazo, por duro, sucio o correoso que esté. Y así, besar el pan se convierte en un modo de conectar con el hambre de nuestros antepasados, con el hambre de los hambrientos actuales, y con el hambre que posiblemente pasaremos -nosotros mismos- en un futuro.

No se trata, como podría pensarse, de un rito cristiano (por aquello de «Este pan es mi cuerpo»). Ni siquiera se trata de una conducta relacionada con la religión o con la superstición más infundada, sino que este acto humilde, este beso casto, es pura cultura. Cultura de persona cabal, sencilla y consciente. Cultura de hambriento en potencia, descendiente de hambriento, vecino de niños hambrientos que mueren y matan por un poco de pan duro, o sucio, o correoso, o mojado en agua caliente.

Besar a diario el pan que se tira implica no separar nunca los pies de la tierra: saber dónde está lo esencial, la base desde la que lo demás se construye. Si no besas el pan que te sobra, no sabes quién eres.

La sal

Y con la sal sucede más o menos lo mismo. Cuando la sal se derrama, la tradición dice que debemos lanzar una pizca por encima de nuestro hombro izquierdo (el siniestro, por cierto). Y esto, que también se considera una superstición, en realidad es un signo de humildad y conciencia social. Porque la sal es muy valiosa. La sal se utiliza para conservar los alimentos, cuando no hay nevera, cuando no hay electricidad. La sal es difícil de extraer y de conseguir. No todas las sales son buenas. Y la buena sal es oro en tiempos de guerra.

Si accidentalmente se derrama la sal -este bien tan preciado-, o si tiramos la que nos sobra, debemos lanzar una pizca sobre nuestro hombro. Es un imperativo cultural. Es un modo de no quedarnos indiferentes, impasibles ante el derroche. Es un gesto que nos recuerda a diario que quizás no siempre haya sal cuando la necesitemos.

Los rituales privados

En privado. Estas cosas se hacen en la intimidad. No hay nada de vergonzoso en ello pero parece que, cuando uno manifiesta sus creencias en público, se está dando golpes en el pecho: alardea. Es como llorar. Llorar solo no es lo mismo que llorarle a alguien. Llorar solo es llorar; llorar de verdad.

Y España está llorando. Es tal el miedo, el desánimo que nos invade, que uno se derrumba por completo. A veces, una lágrima sorda brota sin sollozo, sin lamento, perdiéndose en un rostro ajado por los años, seco hasta el gesto, vacío de esperanza.

España se echa la culpa. La poderosa -la España rica, ladrona- dice que hemos vivido muy bien, sin merecerlo, que todo esto es culpa nuestra. La acogotada -aunque conozca y reconozca el saqueo- se lo cree. Porque es humilde, porque piensa que, durante años, ha tirado pan a diario y que quizás no debió hacerlo.

Pero, de verdad, no se trata de eso. Han sido otros quienes nos han arruinado. No el crédito que pidió ese peluquero para comprarse un coche. No el pisito en Benidorm del empresario medio. No las plazas de garaje arrendadas por el portero de la finca. Ni siquiera las chapuzas del fontanero que trabaja y no factura. Nada de eso. Nos han arruinado otros. Y lo peor es que sabían que iban a arruinarnos.

Los rituales públicos

Y llegamos a las manifestaciones. De dolor, de impotencia, de rabia, de indignación. La España que llora en privado comienza a gritar en público. Está desunida, pero se reúne. Cada uno protesta por su ultraje -profesores con camisetas verdes, funcionarios con camisetas negras, mineros con casco y bombilla, doctores con bata…- y los mensajes son muchos, pero también, en el fondo, es sólo uno: «El pan y la sal».

En un comunicado del 13 de julio, el ejército dice que su capacidad de aguante tiene un límite. Y que va a ser «totalmente beligerante contra todas aquellas medidas que sin suponer un ahorro económico supongan pérdida de derechos conquistados». Totalmente beligerante es totalmente beligerante.

Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles (esta frase me suena). Parece que nos dirigimos hacia una situación en la que no tendremos ocasión de besar el pan que nos sobre, porque nada sobrará. Quizás, una situación en la que nos veamos forzados a recuperar la sal como conservante, porque no tendremos ni nevera ni electricidad. Una situación en la que la muerte se vuelva mucho más cotidiana y en la que el dinero recupere su condición natural (de metal o papel inútil) frente a gallinas y gatos, bienes éstos mucho más codiciados.

Parece -decimos- que esa carrera se está acelerando y uno se pregunta…  ¿no hay más opción? ¿De verdad queremos la guerra?

Fotografía: «Muerte de un miliciano». Robert Capa. 1936