Enhorabuena, Birmania
Ayer El País publicaba una noticia de esas que uno lee por encima: «El partido de Aung San Suu Kyi podrá participar a las elecciones birmanas». A primera vista, no parece gran cosa. Pero «la cosa» empieza a coger dimensión a medida que uno conoce la historia. Esta señora, demócrata, Premio Nobel de la Paz -por cierto-, ha pasado 15 años en arresto domiciliario. Por demócrata.
Desde hace medio siglo, Birmania ha sido una dictadura militar regida con mano de hierro, en la que el mero hecho de grabar con una videocámara por la calle constituía un delito de primera magnitud. Y ahí es donde queríamos llegar.
«Birmania VJ: Informando desde un país cerrado» es el título de un documental dirigido en el año 2009 por el danés Anders Østergaard. La práctica totalidad de las imágenes que lo ilustran fueron obtenidas por reporteros birmanos que -en 2007- escondiendo sus cámaras, jugándose la vida, consiguieron documentar el antecedente histórico que desencadenó la caída del Régimen -en marzo de 2011- y posibilitó esta noticia de ayer, tan desapercibida.
Cientos de miles de monjes budistas se manifestaron entonces contra el «Régimen de los Generales», ellos iniciaron la revuelta, de eso habla el documental. De eso y de la labor del medio centenar de periodistas que consiguieron sacar del país las imágenes de las manifestaciones, de la represión, de los asesinatos. «Birmania VJ…» se convierte así, no sólo en la excelente película que es, llena de pasión, de intriga, de emoción, sino fundamentalmente en una herramienta de cambio social, en un elemento más -quizás el más importante- de la lucha por la libertad.
El documental contiene abundancia de imágenes que se quedan grabadas en la retina. Un monje muerto flotando en el río. Una interminable hilera de túnicas naranjas recorriendo las calles. Miles de personas aplaudiendo a su paso, uniéndose tímidamente a la protesta. «Cuencos de las almas» vacíos…
Enhorabuena, San Suu Kyi. Enhorabuena, monjes. Enhorabuena, periodistas anónimos, lo habéis conseguido.
Ficha técnicaAyer El País publicaba una noticia de esas que uno lee por encima: «El partido de Aung San Suu Kyi podrá participar a las elecciones birmanas». A primera vista, no parece gran cosa. Pero «la cosa» empieza a coger dimensión a medida que uno conoce la historia. Esta señora, demócrata, Premio Nobel de la Paz -por cierto-, ha pasado 15 años en arresto domiciliario. Por demócrata.
Desde hace medio siglo, Birmania ha sido una dictadura militar regida con mano de hierro, en la que el mero hecho de grabar con una videocámara por la calle constituía un delito de primera magnitud. Y ahí es donde queríamos llegar.
«Birmania VJ: Informando desde un país cerrado» es el título de un documental dirigido en el año 2009 por el danés Anders Østergaard. La práctica totalidad de las imágenes que lo ilustran fueron obtenidas por reporteros birmanos que -en 2007- escondiendo sus cámaras, jugándose la vida, consiguieron documentar el antecedente histórico que desencadenó la caída del Régimen -en marzo de 2011- y posibilitó esta noticia de ayer, tan desapercibida.
Cientos de miles de monjes budistas se manifestaron entonces contra el «Régimen de los Generales», ellos iniciaron la revuelta, de eso habla el documental. De eso y de la labor del medio centenar de periodistas que consiguieron sacar del país las imágenes de las manifestaciones, de la represión, de los asesinatos. «Birmania VJ…» se convierte así, no sólo en la excelente película que es, llena de pasión, de intriga, de emoción, sino fundamentalmente en una herramienta de cambio social, en un elemento más -quizás el más importante- de la lucha por la libertad.
El documental contiene abundancia de imágenes que se quedan grabadas en la retina. Un monje muerto flotando en el río. Una interminable hilera de túnicas naranjas recorriendo las calles. Miles de personas aplaudiendo a su paso, uniéndose tímidamente a la protesta. «Cuencos de las almas» vacíos…
Enhorabuena, San Suu Kyi. Enhorabuena, monjes. Enhorabuena, periodistas anónimos, lo habéis conseguido.
Theroux el bravo
Con su cara de mosquita muerta y su enjuta condición física, Louis Theroux no suscita ningún miedo. Quizás compasión, simpatía o -como mucho- ternura, pero miedo no, de ninguna manera. No obstante, cuando empieza a lanzar preguntas, todo el mundo se pone en guardia.
Theroux, por si no lo conocen, es un periodista de la BBC que siempre acaba metiéndose en algún fregado. Graba documentales por todo el mundo en busca de respuestas a cuestiones que podrían parecer obvias pero que, según dónde se planteen, llegan a producir escaras. Por ejemplo, cuando un fundamentalista religioso exhibe una pancarta con la fotografía de la Princesa Diana de Gales, en la que se lee «Puta Real en el Infierno», Theroux pregunta: «¿No crees que eso es un poco ofensivo?.
El tipo de periodismo que practica Theroux ha venido en denominarse «Periodismo Gonzo», aunque quizás este término le reste dignidad a la práctica. La característica del género es su no propensión a la objetividad periodística (porque no la reconoce), sino a una subjetividad honesta. Por ese motivo, en los documentales de Theroux, todo lo que se narra, se narra a través de sus ojos. A él le suceden las cosas, él es la noticia y todo lo demás está alrededor. Sus gestos, sus tropiezos, sus carreras, son la esencia del documental.
Se trata de un periodismo muy ameno y valioso. Ameno porque se basa en el esquema clásico del «pez fuera del agua»: Theroux intentando desenvolverse en ambientes extraños para él; los nativos intentando guiarle en sus complejos códigos de conducta…
Valioso porque la «Observación participante» (término mucho más noble para el trabajo de Theroux) es una técnica reconocida en la Antropología Social y Cultural y arraigada en la Sociología del Conocimiento, que proporciona no sólo información acerca de la cultura objeto de estudio, sino también -y muy especialmente- acerca del proceso mismo de enculturación. Es investigación pura.
Ley y desorden en Lagos
Theroux, además, es un valiente. Pregunta lo que debe preguntar, a quien debe preguntarlo y cuando debe preguntarlo. Y si la respuesta no es satisfactoria, vuelve a preguntar. Y no crean que los lugares que visita son centros de recreo.
Una de sus series, por ejemplo, se llama «Ley y desorden en…» En el capítulo que dedica a Lagos (Nigeria), se granjea la enemistad tanto de las Fuerzas oficiales [del desorden], como de las Fuerzas oficiosas. Paramilitares y mafia en Nigeria contra Louis Theroux, ahí es nada. Y él tan campante.
Pregunta a los comerciantes callejeros si son extorsionados de algún modo, y lo hace en presencia del extorsionador. Y ellos: «No, no, de ningún modo, no, qué va, ¿extorsión? ¿qué es eso?…». Le pregunta al extorsionador, al virrey local, que cuáles son sus funciones, que qué hace por el pueblo al que extorsiona. Al mafioso le falta silbar, nada más, para evitar la pregunta, tal es su entusiasmo. Y Theroux es lo suficientemente hábil como para ser guiado y escoltado por ellos.
Sin duda, vale la pena acercarse al trabajo de este carismático personaje. En un mundo en que los periodistas mueren cada día simplemente por acudir, que uno vuelva a casa ileso, tantas veces, merece ser celebrado.