El código de Dios
Ya nos vamos acercando. Poco a poco, el ser humano está aprendiendo a desprenderse de la superstición, de la mentira poética, del mito. Y también de la religión.
La serie de documentales que hoy os traemos podría cambiar vuestra perspectiva sobre Dios, sobre el Mundo y sobre el Hombre, así que vedlos exclusivamente si sois de espíritu inquieto, explorador, y no tenéis miedo a que se os expulse -a patadas- de la poltrona intelectual donde probablemente os habréis instalado.
Las leyes
«Y ahora os calláis, porque ésta es mi fiesta y aquí mando yo». Con tales palabras concluía hace pocos meses una discusión pública, en un foro público, el cual no identificaremos. Alguien airado reclamaba desde el púlpito su soberanía, arrebatada momentos antes por la turba ruidosa, sin derecho, ilegítima. Y en ese momento, la discusión acabó: la ley es la ley.
Igual sucede con todas las demás leyes: se cumplen y punto. Se hacen cumplir.
Dios
No iba a ser menos. De hecho, su gran Acto creador del Universo parece haberse limitado al establecimiento de unas cuantas leyes muy sencillas, diseñadas para amargarnos la vida.
Una de ellas, ya lo sabéis, es la necesidad de la muerte, para la vida, para la muerte, para la vida, y así. Memento Mori, que decían los clásicos, «recuerda que vas a morir».
Pero hay otras leyes más sutiles, sencillas igualmente, a las que sólo se llega tras no pocos experimentos y fórmulas matemáticas.
El Código
Y así entra en escena el profesor Marcus du Sautoy, un matemático inglés que alterna sus clases en Oxford con el rodaje de «The Code», la serie documental que hoy os presentamos y que indaga en estas leyes de Dios que rigen el universo (él dice, muy laicista, leyes de la «Naturaleza»).
«The Code» nos transporta al mundo de las regularidades, de los futuribles, de las matemáticas, y por eso aniquila buena parte de la magia que se activa en nuestro cerebro a la hora de explicar aquello que no entendemos. Sin embargo, la Naturaleza es tan sabia («Dios es tan grande», que diría aquél), que la magia borrada queda inmediatamente sustituida por un asombro arrebatado, casi infantil, por una clarividencia que permea todas las dimensiones del ser. O, dicho con otras palabras, «alucinas con lo que sabe este tío».
Por ejemplo, du Sautoy explica el vuelo de esos grandes bancos de aves que tanto nos asombran. Explica los sencillos principios en que se basa, pero no se queda ahí, en explicar por qué no se chocan entre sí, sino que también explica por qué en conjunto, en el aire, forman esas figuras que nos resultan tan plásticas, tan bellas, y tan sobrecogedoras.
Y el despertar
El famoso «awakening» parece que se está produciendo. En los últimos años, hemos descubierto tantas realidades esenciales que, al procesarlas en conjunto, al asimilarlas, uno percibe que no es el mismo, que ha cambiado, que la especie no es la misma, y que el mundo, visto con estos ojos nuevos, también es otro.
Las repercusiones que entraña este saber sobre las formas geométricas, sobre los fractales -¡Pollock!-, o sobre las curvas radicales, no puede dejarnos indiferentes. Sus aplicaciones son infinitas. Su conocimiento es salvación, poder divino. Y nosotros somos los elegidos.
A no ser que formemos parte de ese grupo humano que no entiende nada -porque no llega- y que se extinguirá, absorbido por su triclinio, en pocas generaciones, como los neandertales, que puede ser.
Por cierto, la serie completa está en Youtube, como la mayoría de vídeos que os recomendamos, pero ya que algunos próceres están intentando ponerle puertas al campo con leyes y reglamentos contra natura y nos podrían emascular si enlazamos aquí los documentales que comentamos, os toca buscarlos a vosotros solitos.
Paraplejia mental
Hay un capítulo de los Simpson («Le encanta volar», 19×1) en el que Homer acepta a un tal Colby Kraus como asesor, como terapeuta, o algo así. Este gurú le ayuda a superar sus complejos, los de Homer, mediante el uso, en todo lugar y momento, de los zapatos que el propio Homer utiliza en la bolera. El Homer-de-la-bolera es un tipo seguro, competente, querido y respetado. Kraus quiere que Homer, fuera de la bolera, siga siendo un tipo seguro, competente, querido y respetado.
Lo consigue, Kraus, durante algún tiempo, y esto se comprueba al ver la cara de satisfacción de Marge después de una apasionada noche de sexo con su marido, siempre calzado, claro, incluso en la cama.
El inconsciente, ese hijo de puta
Luis Cencillo de Pineda, antropólogo, psicólogo, filósofo, escritor, erudito investigador, decía con frecuencia -según personas de su entorno más íntimo- que «el inconsciente es muy hijo de puta». Lo retrataba -al inconsciente- como esa realidad que está siempre controlando, sin que nos demos cuenta, nuestras conductas, a través de deseos, miedos, complejos, delirios… A través de nuestras emociones más profundas. Innatas, unas. Construidas, otras.
El siglo del Yo
Así, hoy os traemos una serie documental producida por la BBC en el año 2002 con el título genérico de «El siglo del Yo«. Son cuatro capítulos, de una hora cada uno, en los que se profundiza en temas tan cercanos para nosotros como la manipulación de eso a lo que se ha denominado «las masas», es decir, la manipulación que nosotros, como masa, sufrimos. Control absoluto sobre la sociedad a través de la propaganda. Qué sentir, qué creer, qué hacer o decir, todo viene, según el documental, dirigido por una élite poderosa que se encuentra en el origen de la información que consumimos. Élite ésta a la que el documental pone nombre y apellidos. Caras. Fechas. Y élite, además, a la que entrevista con profusión.
Se puede recorrer, desde que Freud hablara sobre esas pulsiones inconscientes, el camino que trazaron los manipuladores globales: eso hace el documental, señalar momentos históricos, acciones concretas, que demuestran que la conspiración existe, que los esfuerzos por controlarnos han sido muchos… y efectivos.
Despotismo ilustrado
Porque si en el individuo subyacen pasiones que ni él mismo reconoce, las agencias que se ocupan del orden social deberían tener en cuenta esas pasiones y regularlas, canalizarlas en un derrotero común, por el bien de todos. O eso pensaban estos clarividentes déspotas. Ya Macchiavello puso las cosas en su sitio: «Los hombres juzgan más con los ojos que con la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos pueden comprender lo que ven». Y así es. El hombre culto es aquél que está preparado para juzgar con criterio. El inculto se deja llevar por lo que parece evidente.
El debate es largo, extenso, delicado y peligroso. ¿Es la democracia, como sistema de gobierno, algo legítimo? Alguien que no conoce cómo funciona el sistema, ¿está capacitado para decidir sobre él? ¿Es el sufragio una verdadera herramienta de control? ¿De quién? ¿Del pueblo sobre los gobernantes? ¿O de las élites sobre «las masas»?
De todo esto habla el documental.
Universo propaganda
Y desgraciadamente no podemos analizar la serie completa, todo lo que en ella se apunta, pero podemos asegurar que es un documento de primer nivel, dirigido a aquellos que aún quieren hacer el esfuerzo de pensar con libertad. Los «medios de comunicación de masas» nos han convertido en «masas», y conviene darse cuenta de ello lo antes posible, ahora, mientras aún podamos. Y podemos -todavía- porque ha surgido un nuevo medio de comunicación que ya no es tanto «de masas», como «entre individuos»: Internet. Pero también en Internet se deja sentir el influjo de los grandes manipuladores. También en Internet rigen los mismos principios, la asociación irracional, la simplicidad de los mensajes, la imitación, lo insidioso. Y los pensadores del pueblo, nosotros, los que no tenemos a nuestra disposición grandes herramientas propagandísticas, los que queremos haceros pensar, a vosotros, a los que consideramos nuestros iguales -en lugar de haceros tragar más de lo mismo-, tenemos todo en nuestra contra. Porque el propio sistema se ocupa de hacernos aparecer como una amenaza. Porque demandamos esfuerzo a una población habituada a ser cómodamente manipulada. Porque casi nadie lee este texto hasta aquí.
Falsa democracia, consumismo, prosperidad vacía, existencia esquizofrénica… Creemos que los temas son lo suficientemente importantes como para divulgarlos. Y creemos que vosotros también los reconoceréis así.
Para concluir, os planteamos un último interrogante, a modo de ejemplo: ¿Por qué las drogas siguen estando prohibidas, en su uso recreativo? Su consumo, su posesión, su tráfico. Si nos atrae lo prohibido -y esto se sabe- y conseguir lo prohibido implica un esfuerzo -el de ocultarse, el de desenvolverse entre forajidos, el de pagar-, quizás haya alguien interesado en que consumamos drogas, pero también en que no estén a nuestro alcance inmediato. Para mantenernos ocupados. Para que nos sintamos realizados tras su obtención (qué traviesos, nosotros, qué listillos). Y para que la recompensa a nuestro «saltarse las reglas» sea una buena dosis de incapacidad, de paraplejia mental, de inmovilidad inducida, que siempre viene bien. Pensad sobre ello.
Ver «El siglo del Yo» Capítulo 1
Ver «El siglo del Yo» Capítulo 2
El porno que ves
Aunque ya tiene un par de años (y eso es muchísimo tiempo en el mundo online), la serie documental que produjo la BBC en 2010 -y que llevaba por título «La revolución virtual»- es probablemente el acercamiento más serio, profundo e ilustrativo de todos los que se han hecho al «fenómeno Internet», o al menos de los concebidos para el gran público.
La doctora en «Psicología social» -una disciplina muy discutida en sus bases, por cierto, pero con gran aceptación en el eje anglosajón, probablemente por sus aplicaciones prácticas- Aleks Krotoski es la presentadora de la serie. En ella, esta también periodista estadounidense sobrevuela los temas de mayor calado que intervienen en el análisis de la sociedad post-Internet.
El precio de lo gratuito
Y un capítulo, el que hoy enlazamos, es probablemente el más inquietante de los cuatro que la componen. Habla sobre el precio que pagamos los usuarios de Internet por disfrutar de esta mágica tecnología. Un precio que no se mide en dólares o en euros, sino en datos, en información.
Entrevistados de la talla de Bill Gates (Microsoft), Eric Smith (Google), Jeff Bezos (Amazon), o Chad Hurley (YouTube) hablan sobre lo que supone proveer un servicio y recibir como contrapartida un caudal de datos procesables. Cada cual desde su perspectiva -claro- y encaramados en el púlpito de la integridad moral -por supuesto- lo que dicen es que el usuario sabe que está expuesto y lo acepta, porque los beneficios que obtiene a cambio de ceder esa parcela de intimidad son enormes. Y ellos -los gurús-, santos en vida, no harán nunca nada con esos datos que perjudique a la gente, por Dios, todo lo contrario, los usarán para mejorar sus vidas.
El problema llega cuando esa «parcela de intimidad» es en realidad toda tu finca y cuando esa cesión no es temporal, ni controlada, sino eterna -«tus datos estarán siempre en Internet»- e incontrolable -la foto de tu hijo que subiste a Facebook puede perfectamente llegar a una web de pederastia-.
Todo de todos
Porque en Internet volcamos todo de todos, lo nuestro y lo del vecino, al desparrame. Ya sea mediante el famoso Facebook -en el que la gente valiente asume un cierto grado de exposición pública-, o a través de nuestros correos electrónicos, Whatsapps y demás utilidades aparentemente privadas -que nadie en su sano juicio expondría alegremente-. Ese universo que todo se traga y al que genéricamente llamamos «Internet» conoce nuestros más íntimos secretos.
La chica que te gusta. El porno que ves.
Repercusiones
Y por mucho que digan los gurús, la gente ni conoce, ni acepta, las repercusiones que esta exposición pública puede tener. En primer lugar, porque nadie que no se dedique al negocio del «cine erótico» [sic] quiere hacer pública una fotografía de su retráctil órgano sexual -por ejemplo- durante una entrevista de trabajo, o una cena de Navidad. Y en segundo lugar, porque ni siquiera los propios gurús conocen las repercusiones de esta exposición. Las empresas cambian de dueños, los países cambian de gobernantes, y los datos almacenados en Internet permanecen ahí, y pueden servir para los más oscuros propósitos: campos de concentración para calvos. Eugenesia.
Así que, antes de teclear tu próxima búsqueda en Google, ¿por qué no le echas un vistazo al documental?
Theroux el bravo
Con su cara de mosquita muerta y su enjuta condición física, Louis Theroux no suscita ningún miedo. Quizás compasión, simpatía o -como mucho- ternura, pero miedo no, de ninguna manera. No obstante, cuando empieza a lanzar preguntas, todo el mundo se pone en guardia.
Theroux, por si no lo conocen, es un periodista de la BBC que siempre acaba metiéndose en algún fregado. Graba documentales por todo el mundo en busca de respuestas a cuestiones que podrían parecer obvias pero que, según dónde se planteen, llegan a producir escaras. Por ejemplo, cuando un fundamentalista religioso exhibe una pancarta con la fotografía de la Princesa Diana de Gales, en la que se lee «Puta Real en el Infierno», Theroux pregunta: «¿No crees que eso es un poco ofensivo?.
El tipo de periodismo que practica Theroux ha venido en denominarse «Periodismo Gonzo», aunque quizás este término le reste dignidad a la práctica. La característica del género es su no propensión a la objetividad periodística (porque no la reconoce), sino a una subjetividad honesta. Por ese motivo, en los documentales de Theroux, todo lo que se narra, se narra a través de sus ojos. A él le suceden las cosas, él es la noticia y todo lo demás está alrededor. Sus gestos, sus tropiezos, sus carreras, son la esencia del documental.
Se trata de un periodismo muy ameno y valioso. Ameno porque se basa en el esquema clásico del «pez fuera del agua»: Theroux intentando desenvolverse en ambientes extraños para él; los nativos intentando guiarle en sus complejos códigos de conducta…
Valioso porque la «Observación participante» (término mucho más noble para el trabajo de Theroux) es una técnica reconocida en la Antropología Social y Cultural y arraigada en la Sociología del Conocimiento, que proporciona no sólo información acerca de la cultura objeto de estudio, sino también -y muy especialmente- acerca del proceso mismo de enculturación. Es investigación pura.
Ley y desorden en Lagos
Theroux, además, es un valiente. Pregunta lo que debe preguntar, a quien debe preguntarlo y cuando debe preguntarlo. Y si la respuesta no es satisfactoria, vuelve a preguntar. Y no crean que los lugares que visita son centros de recreo.
Una de sus series, por ejemplo, se llama «Ley y desorden en…» En el capítulo que dedica a Lagos (Nigeria), se granjea la enemistad tanto de las Fuerzas oficiales [del desorden], como de las Fuerzas oficiosas. Paramilitares y mafia en Nigeria contra Louis Theroux, ahí es nada. Y él tan campante.
Pregunta a los comerciantes callejeros si son extorsionados de algún modo, y lo hace en presencia del extorsionador. Y ellos: «No, no, de ningún modo, no, qué va, ¿extorsión? ¿qué es eso?…». Le pregunta al extorsionador, al virrey local, que cuáles son sus funciones, que qué hace por el pueblo al que extorsiona. Al mafioso le falta silbar, nada más, para evitar la pregunta, tal es su entusiasmo. Y Theroux es lo suficientemente hábil como para ser guiado y escoltado por ellos.
Sin duda, vale la pena acercarse al trabajo de este carismático personaje. En un mundo en que los periodistas mueren cada día simplemente por acudir, que uno vuelva a casa ileso, tantas veces, merece ser celebrado.