El código del buen juglar
¿Para qué sirve un actor?
Si nos remontamos un poco -un poco bastante-, veremos que, en la Grecia clásica, antes incluso de que se inventara la escritura, los actores servían para comunicar unos pueblos con otros, ofreciendo información de lo que por allá acontecía; para transmitir una serie de usos y costumbres (una moral); pero fundamentalmente, para entretener, para divertir.
Aquellos «aedos» griegos -pues así se llamaban- tenían en el pueblo la consideración, si no de dioses, sí de enviados de los dioses. Era magnífica su capacidad para recordar aquellas largas historias en verso (verso no rimado: el verso era un truco mnemotécnico), y constituía un privilegio tratar con alguien tan cercano a las musas.
Después, llegó la escritura. Y los actores fueron progresivamente perdiendo ese halo de sacralidad, para convertirse en comunes mortales, en profesionales que -con mayor o menor fortuna- encarnaban un personaje.
Hoy, la ciencia mercadotécnica impone, frente a esas concepciones previas, el actor de «casting». No es ya una entidad sagrada que trae un mensaje de lo divino. No es tampoco un profesional de la escena que representa a un personaje. El actor de casting es, en sí mismo, el personaje. Si necesito a un calvo, contrataré a un calvo. Si necesito a un tonto, contrataré a un tonto.
El juglar
De manera que el actor profesional, el actor serio, que se plantea estas cosas y que quiere dignificar su trabajo, hoy lo tiene crudo:
-Puede intentar jugar al «star system», que lo convertirá -si tiene suerte, contactos y «da el perfil»- en un enviado de los dioses (¡oh, George Clooney!) y en un transmisor de la moral prescrita (los ejecutivos vestimos de Armani).
-O puede jugar a ser libre.
Boadella
Y el perfecto ejemplo de lo segundo, lo tenemos en Boadella. Jugó desde siempre a ser libre, a dignificar su trabajo, a convertir el arte en Arte. A divertir.
Sí, pero también a hacer pensar… Y a ver qué pasaba.
Y pasó que fue despreciado, obstaculizado, censurado, encarcelado, exiliado, amenazado de muerte, agredido y al final, cuando hubo resistido todo ello, nombrado director artístico de los teatros del Canal.
También fue aplaudido, sí. Pero no mezclemos.
Sin perdón
Clint Eastwood dirigió »Sin perdón». El propio Eastwood la interpretó, junto con Gene Hackman, Morgan Freeman y Richard Harris, entre otros. Podremos verla en pantalla grande -y gratis- esta tarde a las 19:30, en el CMI El Coto (Gijón).
Razones para no perderse la película:
Valentía frente a cobardía, mito frente a realidad, amistad y lealtad y muchos dilemas morales. Y no hay personaje más duro que Clint Eastwood, al que nadie se atreve a disparar.
William Munny es un pistolero retirado, viudo y padre de familia que tiene dificultades económicas para sacarlos adelante. Su única salida es hacer un último trabajo. En compañía de un viejo colega y de un joven inexperto, tendrá que matar a dos hombres que cortaron la cara a una prostituta.