El hombre tranquilo
Es Innisfree el punto final, el objetivo de todo hombre, el paraíso perdido, la Arcadia moderna, el lugar donde uno puede olvidar los problemas y encontrarse consigo mismo, con la felicidad. Un lugar donde uno se convierte en un hombre pacífico y enamoradizo, donde uno se fusiona con la naturaleza, una naturaleza idílica. Sean Thornton (John Wayne) encarna a ese hombre tranquilo (un ex boxeador) que vuelve a sus orígenes, después de haber tenido una vida intensa en los proverbiales Estados Unidos. Un irlandés que quiere olvidar su pasado, para reinventar su futuro. Allí conoce a la temperamental Mary Kate Danaher (Maureen O´Hara) de la cual se enamora, pero las dificultades son inmediatas. Su formación choca con las conservadoras costumbres irlandesas y la oposición de un fornido hermano que se convierte en el enemigo a batir. La historia se repite, es la lucha del hombre por superar las barreras que impone la vida. Innisfree está plagada de gentes de una profunda humanidad, pero a veces enormemente distantes.
Innisfree es un pueblo ficticio que toma el nombre de un poema del escritor y Premio Nobel William Butler Yeats. La trama se desarrolla en un lugar indeterminado y en un tiempo indefinido, porque John Ford quería crear una atmósfera de ensueño. Precisamente esto supuso rodar las secuencias en escenarios naturales, cerca del hogar de sus antepasados irlandeses.
El sentido del humor predomina en toda la cinta, las escenas de puñetazos son de las más gloriosas de la historia del cine, la cerveza corre en abundancia, las canciones son nostálgicas, el romanticismo… Todo ello en medio de un paraje idílico, la hermosísima isla de Innisfree, donde la vieja Erin o Éire está plena de vida cubierta por un manto verde.
La película es una de las obras maestras de John Ford, con una soberbia fotografía de Winton C. Hoch, colaborador también en películas como Centauros del desierto o La Legión invencible. El guión es una adaptación de Frank Nugent de una novela de Maurice Walsh titulada Green Rushes.
Obtuvo dos Óscar, al mejor director y a la mejor fotografía, contó con la participación de John Wayne, Maureen O’Hara -están excepcionales- Barry Fitzgerald, Ward Bond, Victor McLaglen, Jack MacGowran, Arthur Shields, Mildred Natwick, realizando todos ellos excelentes trabajos de actuación.
Se estrenó en Estados Unidos el 14 de septiembre de 1952 en copias en 35 milímetros y en un sofisticado sistema llamado Technicolor. Consistía en la filmación de tres negativos o películas, cada uno de ellos en un color -verde, rojo y azul-. Se introducían posteriormente en la cámara cinematográfica y, finalmente, se combinaban en el positivado de la película, reproduciendo el color con gran exactitud y brillantez. El resultado era una textura tan especial que fue el sistema reinante en el Hollywood clásico hasta los años 90.
El hombre tranquilo quedó en un vacío legal tras la muerte de su protagonista, también copropietario de la película junto a Paramount Pictures. Los herederos de John Wayne y el estudio litigaron durante años para llegar a un acuerdo sobre la futura restauración de su negativo y para exhibirlo en salas de cine de nuevo.
Recientemente, los herederos de John Wayne y Paramount Pictures por fin llegaron a un acuerdo para recuperar la genial obra. El negativo original ha sido escaneado a 4 K, fotograma a fotograma, y minuciosamente restaurado, para ser proyectado en los cines de hoy en día. Desgraciadamente solo se proyectará en salas de Madrid y Barcelona, disfrutando de la fotografía en alta definición digital.
La he vuelto a ver por enésima vez, pero ahora en pantalla grande y con la calidad digital da una sensación verdaderamente espectacular, y por supuesto me sigue entusiasmando, sobre todo porque los valores que nos muestra son eternos.
La película está filmada con el corazón, es pura poesía visual, acompañada por la soberbia fotografía. Es un canto a lo humano. Es una verdadera obra de arte; su calidad pictórica queda patente en cada imagen, con una composición perfecta, plagada de texturas, luz y color.
Automatismos y esencias
Los documentales que hoy os traemos podrían cambiaros la vida, así que cuidado. Si, por ejemplo, en tu trabajo tienes que sentarte a negociar, descubrirás al verlos que la dureza de la silla es más importante que el precio que ofrezcas. Si buscas novio -o novia- sabrás que, para ligar, es mejor compartir un caldo de pollo que un refresco. Y si lo que quieres es caer bien a alguien, probablemente renuncies a ello, porque esas decisiones se toman en menos de un segundo. Pero dejad que nos expliquemos.
«El cerebro automático»
Es el título de esta mini-serie documental, dirigida por Francesca d’Amicis en el año 2011. Compuesta por dos capítulos, la serie se adentra en las maravillas del pensamiento inconsciente y revela que éste se ocupa de tomar por nosotros el 90 por ciento de las decisiones. Y es que casi todo lo que hacemos es fruto de nuestro inconsciente, o eso dicen…
La lógica del ahorro es la que se impone. Razonar consume muchos recursos (será por eso que algunos nunca lo hacen), así que nuestro cerebro intenta automatizarlo todo, al máximo, para que no tengamos que pensar conscientemente en ello.
El amor (casto) y otras cosas (innombrables)
Porque al parecer, si hacemos caso a lo que nos dice la serie, estamos vendidos. Un sinfín de decisiones inconscientes, basadas en la separación de los ojos, en la forma del mentón, en la actitud del otro, en la situación, en el trance, determinarán con quién nos quedamos a vivir de por vida. De manera que elegir pareja, lo que se dice elegir -libre, racional y voluntariamente-, no elegimos.
Se hace pesada la serie, demasiado ñoña. Los protagonistas de la parte dramatizada son unos personajes angelicales, blancos, casi asexuados, que se dedican a jugar con las plumas de las almohadas, a hacer pompitas de jabón, y que han nacido -tan eslavos ellos, tan rubitos- el uno para el otro. Y además, todos los descubrimientos sobre nuestro inconsciente terminan con un ejemplo de casto amor monógamo.
Esencialismo
Y por esto, hay que decir: «Pues no». No mezclemos churras con merinas (que son dos tipos de ovejas, por si alguien no lo sabe). Está bien claro que muchas de las cosas que hacemos, las hacemos de forma automática. También está bien saber que cuando pagamos con una tarjeta de crédito, por ejemplo, el área de alarma de nuestro cerebro se activa únicamente hasta que nos la devuelven (no así cuando pagamos en efectivo, que salimos de la tienda cabizbajos y dolidos, con menos peso en el bolsillo). Pero estos detalles, que tienen su importancia, no permiten concluir que estemos absolutamente determinados por nuestro inconsciente. Ni aún por la química de nuestros cerebros.
La Antropología -o al menos una cierta rama de la Antropología– se ocupa de prevenirnos contra estos enfoques a los que denomina «esencialistas». Y es que la sexualidad (nada angelical en ocasiones), al igual que otras manifestaciones humanas, está cargada de sociedad, está cargada de cultura -entendida como construcción simbólica, semiótica-, y por ese motivo ahora se llevan tísicas y en el Renacimiento rechonchas. Si todo fuera biología, secreción hormonal, transfusión de sustancias químicas, no habría lugar para el alma. Y el alma, indiscutiblemente, existe. Aunque sólo sea en el imaginario colectivo.
Así que podéis ver la serie, sacar algunas cosas en claro, divertiros con los juegos que propone, pero no os la creáis a pies juntillas, que hay mundo más allá del submundo.
Uranya
La Asociación asturiana de profesores de Latín y Griego »Céfiro» junto con el Centro de Cultura Antiguo Instituto y continuando con el ciclo de cine griego en V.O. nos ofrecen el próximo viernes 8 de Marzo a las 19:00, la película de Kostas Kapakas ‘’Uranya’’, protagonizada por Maria Grazia Cucinotta, Dimitris Piatas y Tassos Palatzidis, entre otros.
Mientras la tiránica junta militar oprime al pueblo griego, los jóvenes varones de una pequeña aldea hacen un juramento común: ahorrar el suficiente dinero para visitar a Uranya, una hermosa mujer que vive a las afueras, con el fin de iniciarse en los misterios del amor.
La entrada es gratuita.
La sociedad del crecimiento
Al final, parece confirmarse que la cosa está mal montada. Y es que, por lógica, una sociedad del crecimiento infinito no es compatible con un planeta de recursos limitados. O eso dicen algunos estudiosos de la materia.
Comprar, tirar, comprar
Es el título del documental que hoy os traemos. Aborda el tema de la «obsolescencia programada», o lo que es lo mismo, la mala calidad -intencionada- de los productos que consumimos. Para los fabricantes es posible producir -siguiendo el ejemplo principal del documental- una bombilla que no se funda. O, al menos, que dure más de un siglo. Entonces ¿por qué se funden? La respuesta es contundente: para que compremos más bombillas.
Podemos imaginar las consecuencias que esta política entraña: a nivel ambiental (toneladas de residuos), a nivel económico (millones de euros desperdiciados cada año) y a nivel moral (la ética del «tente mientras cobro»). Mucho más cuando el fenómeno no sólo afecta a la fabricación de bombillas, sino a la fabricación de cualquier cosa. Y como ejemplo, el titular que se publicaba ayer: «Monsanto [principal productor de semillas a nivel mundial] litiga contra un pequeño agricultor que replantó sus semillas». Ni las semillas están a salvo de esta «obsolescencia programada».
Frente a esto, el gran argumento a favor de la «obsolescencia programada» (y de la «sociedad del crecimiento») es el empleo. Si se fabricaran bombillas cuya vida útil fuera de -no sé- 100 años, inmediatamente quebrarían las empresas fabricantes, y todos los empleados perderían sus trabajos. Pero ésta no parece una razón de peso para mantener un sistema que evidentemente es insostenible, por varias razones. Principalmente porque, si podemos fabricar de una vez -y para siempre- productos que funcionen bien, ¿no es una pérdida de tiempo fabricar porquerías? ¿No podría destinarse esa fuerza de trabajo a tareas realmente productivas? Y además pensemos en el obrero cuyo puesto de trabajo queremos preservar: si -este obrero- no tuviera que comprar continuamente productos que se rompen, necesitaría mucho menos dinero para sobrevivir, ¿o no?
La moda
Eso sí, si lo que queremos es seguir la moda, cambiar una nevera blanca por otra gris -y luego por otra blanca- cada vez que se nos antoja, el camino es el adecuado. Pero la moda es una tirana, una caprichosa, una frívola: es nuestra perdición. Y si no estáis de acuerdo con estas palabras, o si creéis que a vosotros no os afecta, que estáis fuera de la moda, leed esta magnífica ponencia del catedrático Jorge Lozano.
Sociedad del decrecimiento
Así que, para que la cosa funcione, deberíamos empezar a pensar en otros términos. No podemos basar nuestra supervivencia en el crecimiento infinito, en el consumo exacerbado, porque se nos acaba el chollo ya. Ya de ya. Y la «sociedad del decrecimiento» llegará antes o después, lo queramos o no, forzada por las circunstancias -crisis tras crisis tras crisis-. Pero podemos adelantarnos al cataclismo, como individuos y -sobre todo- como empresarios. ¿Cómo? Con sentido común. Comprando productos que no se rompan al cuarto día, reparándolos si se estropean, aferrándonos a ellos sin importar si están o no de moda… Y fabricando responsablemente. De hecho, una empresa que garantice sus productos de por vida (como Waterman o Zippo) puede ser muy rentable: es un importante argumento comercial.
El documental
Quizás se haga corto, pero es correcto, está bien hilado, es entretenido, sorprendente, y aporta claves esenciales para entender el mundo en que vivimos. Además, dirige su mirada hacia realidades denunciables como la de Ghana -gran basurero del mundo-, o memorables, como la antigua Unión Soviética, tan demonizada (con razón en muchos casos), pero también tan ocupada en fabricar, por ejemplo, bombillas de larga duración.
Instrucciones para vencer al Capitalismo
«Para mí, no hay nadie más ladrón que los bancos protegidos». Así resume Lucio Urtubia su opinión a propósito del vigente sistema económico. Pero no vamos a hablar aún de eso…
Ficción colectiva
El dinero, esto se sabe, es una ficción colectiva, al igual que el lenguaje u otras construcciones humanas.
Es sólo como símbolo que el dinero tiene valor, porque el dinero no se come, no se bebe, y no te abraza en las frías noches de invierno. Eso sí, como símbolo, el dinero es tan poderoso que puede intercambiarse por comida, por bebida, o incluso por calor corporal.
Para que algo se convierta en un símbolo, al menos dos personas deben ponerse de acuerdo en su valor simbólico. Una bandera, por ejemplo, es una simple tela coloreada. Sin embargo, en el momento en que las personas le atribuimos valor simbólico, ese trozo de tela pasa a representar aquello que hayamos decidido simbolizar: nuestro equipo de fútbol, nuestro grupo de música preferido, o nuestra nación.
Y sucede con los símbolos que, cuantas más personas se pongan de acuerdo en atribuirles ese valor simbólico, más fuertes son; hasta el punto de llegar a matar (lo cual no es ninguna heroicidad), o a morir por ellos (lo cual sí puede serlo). El símbolo se convierte así en algo más importante que la propia vida, ésa es su fuerza: mayor que la del individuo, mayor que la del tiempo incluso.
Y hay otra cosa curiosa: cuando el símbolo ha echado a andar, cuando el símbolo es fuerte (es re-conocido), no hace falta que esté impreso en ningún soporte material, no hace falta que sea visible, no hace falta. Basta con que lo recordemos para que el símbolo adquiera toda su fuerza: una bandera (por seguir con el mismo ejemplo), después de arder -cuando ya no queda de ella ni la ceniza- sigue siendo un símbolo, quizás incluso más poderoso que antes, precisamente por el hecho de haber ardido.
Así que, efectivamente, el dinero, como otros símbolos, es una ficción colectiva. De las más fuertes que se han inventado, por cierto.
Jaque
El protagonista del documental que hoy os traemos, Lucio Urtubia, tenía esto muy claro: que el dinero no es más que un símbolo. Él no era precisamente un intelectual, pero estaba cargado de sentido común. Y el sentido común dice que aquellos que imprimen el dinero son los que ostentan el verdadero poder, en un sistema capitalista. Así que Lucio averiguó cómo hacer aquello -lo de imprimir dinero- y se convirtió -él mismo- en algo así como un «banco central». Imprimía todo el que necesitaba para sustentar una red anarquista, y lo hacía tan bien, que llegó a poner en jaque al mismísimo City Bank of America.
De este modo, imprimiendo más y más dinero, el símbolo pierde su fuerza, porque lo importante del dinero es que no haya suficiente para todos, ni para todo: ése es su valor simbólico. Si cualquiera pudiera imprimir en su casa el dinero que necesita para hacer la compra, entonces el dinero se convertiría en papel mojado, en un símbolo sin peso, sin fuerza, sin valor; sin significado. Sería el único modo de vencer al capitalismo: imprimir tanto dinero que a todos nos sobrara, que nadie lo quisiera.
Trabajar
Pero Lucio no imprimía dinero para evitar el trabajo, ni mucho menos. No pretendía lucrarse, o convertirse en un holgazán. Él cree -y así es- que el trabajo dignifica al ser humano, que el trabajo es un deber ineludible de todos, y que no importa la posición que ocupes en el sistema, no importa que tengas poder para imprimir todo el dinero que quieras: si no trabajas, no eres merecedor del pan que te alimenta. Y trabajar no es sinónimo de ganar dinero; trabajar es trabajar: esforzarse, perseverar, construir día a día un mundo mejor. Así, aunque no lo tengas, si trabajas, merecerás el pan.
El documental
Por todo lo anterior, está muy bien. Material de archivo, reconstrucciones dramatizadas, una mirada limpia y el retrato humano de un personaje a la vez sorprendente y desconocido -el cual, por cierto, hoy sigue trabajando como albañil- construyen una historia muy bella y cargada de sabiduría.
Lawrence de Arabia
Hay seis cosas que detesta el Señor, y siete que son para él una abominación: los ojos altaneros, la lengua mentirosa y las manos que derraman sangre inocente; el corazón que trama proyectos malignos, los pies rápidos para correr hacia el mal, el falso testigo que profiere mentiras, y el que siembra discordias entre hermanos.
Capítulo 6, El banquete de la Sabiduría, 6:16- 6:19.
Se han cumplido 50 años del estreno de la película Lawrence de Arabia. Todo un acontecimiento.
Basada en la obra de T. E. Lawrence “Seven Pilars Of Wisdom» («Los siete pilares de la sabiduría»), éste sería el título que llevaría la película, pero la familia de Lawrence lo impidió.
El film fue dirigido por el director británico David Lean en 1962, producido por Sam Spiegel, con excelente música de Maurice Jarre y guión de Robert Bolt; tuvo un gran reparto, Peter O´Toole; la gran revelación, junto con Omar Sharif, y otros muchos actores consagrados como Alec Guinnes, José Ferrer, Claude Rains, Anthony Quinn, Arthur Kennedy, Anthony Quayle, Jack Hawkins…
Visualmente la película es hermosa y perfecta, presentándonos un héroe que no es tal, extraño, controvertido, un loco.
Una película ideológicamente confusa, en la que el protagonista unas veces parece apoyar al imperio británico y su política colonial y otras a los árabes en su exaltación nacionalista. Liberador de los árabes ¿realmente quería la emancipación de los árabes? Si hubiera sido así, era un pésimo colonialista. Winston Churchill calificaba a Lawrence de hombre brillante, pero era un loco propenso al caos. Precisamente es un personaje que en la vida real no acabó bien, incluso la misión para la cual había sido elegido, aquella que se narra en la película, fue un fracaso.
La película es un verdadero poema visual, la historia de un hombre solitario que se desenvuelve en unos escenarios de dimensiones épicas. La reflexión de un hombre en soledad encarnada en el desierto, el gran protagonista silencioso, inmenso, infinito. La fascinación por el desierto se hace patente en la labor del cameraman Ernest Day. Los planos son de una calidad excelente. El amanecer en el desierto, los grandes espacios abiertos. El desierto es luz, es la belleza de lo más simple y monótono, es el misterio, es lo grandioso e intimista. Es la tragedia de un solitario en la inmensidad del solitario espacio. Será la gran prueba para Lawrence.
Una gran obra que ha ganado con el tiempo, es enormemente actual, el análisis del alma, el mundo de la aventura, el paisaje, la crisis, la intimidad, la soledad, la ruptura, la alegría, la depresión.
T. E. Lawrence era de una personalidad compleja y poliédrica; gran intelectual, traductor, líder, místico, arqueólogo, un verdadero hombre del Renacimiento. Psíquicamente deteriorado, morirá de una forma extraña -¿acaso fue un suicidio?- dada su frustración.
El poeta inglés Richard Aldington (1892-1962) escribió una biografía de Thomas Edward Lawrence (Lawrence de Arabia), muy controvertida, que logra machacar el mito del mencionado personaje, tildándolo de tramposo, mentiroso, homosexual…; y un gran intelectual que dominaba varias lenguas y que tradujo la Ilíada.
La película es de difícil encasillamiento, no se adentra en el mundo árabe, no es una película histórica, no es una película introspectiva, pero es un auténtico alarde narrativo. Está plagada de escenas maravillosas, como aquella en la que el Jerife Alí -encarnado por Omar Sharif- se aproxima desde el horizonte, como si fuera un espejismo, hasta llegar de una manera solemne y violenta al lado de Lawrence.
La película narra la misión de Lawrence durante la Primera Guerra mundial como oficial del servicio secreto británico. El objetivo era entrar en contacto con los árabes que estaban en conflicto con el Imperio turco. Su acercamiento al pueblo árabe le granjeó el respeto y la admiración de los mismos.
Nunca fue comprendida su actitud, sobre todo entre sus superiores, quizá por su acercamiento al pueblo árabe, con una intensidad y una admiración impropias de la política imperialista británica.
La esperanza de ver una Arabia unida e independiente se vio truncada por la ambición imperialista de las potencias europeas.
Al inteligente Lawrence le falló el propósito, fue un fracaso político y humano y nunca consiguió la creación del Estado Árabe.
Cine de estreno
El teatro Jovellanos y el Festival Internacional de Cine de Gijón organizan un ciclo de cine de estreno en versión original subtitulada. En él, se proyectarán películas que aún no han sido estrenadas o que no recorrerán las carteleras comerciales de nuestro país.
El sábado 16 de febrero, a las 20:30, en el salón de actos del Centro Integrado Pumarín Gijón Sur, se proyectará, con entrada libre, la película “Adam resurrected” («Adam resucitado»), del director Paul Schrader.
A principios de los años sesenta, el famoso ilusionista judío Adam Stein (Jeff Goldblum) vive en una clínica psiquiátrica para supervivientes del Holocausto, situada en el desierto de Negev. Manipulador, cínico y seductor, maneja a su antojo al resto de pacientes desafiando las normas del director del centro (Derek Jacobi). La llegada de un niño que se cree perro le hará reencontrarse con su doloroso pasado cuando, recluido en un campo de concentración, fue brutalmente denigrado por un comandante nazi (Willem Dafoe) el cual a cambio de garantizarle la vida, le obligó a comportarse como si fuera su perro. A partir de su terrible experiencia, Adam luchará por devolver al niño su dignidad y así poder recuperar la suya.
Entre rojas
En el salón de actos del Ateneo La Calzada, y dentro del programa organizado por el Teatro Jovellanos “El Cine del Teatro va a los Barrios”, el próximo día 19 de febrero, a las 19:30, se proyectará la película “Entre rojas”, de la directora Azucena Rodríguez.
En 1974, Lucía, una joven de buena familia, es condenada a diez años de cárcel por su relación con un joven militante contrario al Régimen. Allí convivirá con presas políticas y también con presas comunes. Se pondrá de manifiesto la complicidad entre un grupo de mujeres que sufre y comparte una experiencia que marcará sus vidas.
La entrada es libre hasta completar aforo.
Kamchatka
Dentro del ciclo “Cine Argentino”, el próximo día 8 de febrero a las 19:30, se proyectará en el Centro Integrado de El Llano, con entrada libre, la película Kamchatka, del director Marcelo Piñeyro.
Resistir es la estrategia que ponen en práctica en la vida los protagonistas. Argentina está sumida en plena dictadura militar. Socios, amigos y vecinos desaparecen y cualquiera puede ser el próximo en ser llevado para no regresar.
Lejos de ser una película política, Kamchatka toma este contexto como punto de partida de una trama que se centra en la vida cotidiana de una familia que se siente amenazada y decide esconderse.
Desnudarse. Resucitar
Si «Pina» no te emociona, eres una piedra.
No estamos ante un documental cualquiera. Ni siquiera es un documental propiamente dicho, o uno de esos documentales a los que estamos acostumbrados. «Pina» es, ante todo, un homenaje al talento, al esfuerzo -a la dedicación-, a la honestidad y -cómo no- a la danza.
Ah, y a Pina Bausch.
Wim Wenders
Es un perfeccionista. Sus obras no son precisamente oropel, ni efecto o artificio. Sus obras son sencillas, puras, hechas para durar. Y son así porque tiene cosas que decir.
Para cualquiera que se dedique, de un modo u otro, al arte -a la creación-, o para cualquier amante del cine como tal, las películas de Wim Wenders suponen un referente inapreciable, un aliento limpio en mitad de un mundo sometido a la fórmula. Porque la fórmula está bien (la peli de tiros, la de besos, la de miedo, el documental de animalitos…) pero cansa. Y entonces uno busca algo nuevo, algo bueno, algo que diga algo.
Y ahí aparece Wenders, con «El cielo sobre Berlín», con su «Lisbon Story», con «The soul of a man», con «Buena Vista Social Club«… Con cada una de sus obras distinta de las anteriores. Y diciendo ¡tantas cosas! Tantas cosas que estaban por decir…
Y Pina Bausch
Por si no la conocíais, es probablemente la coreógrafa más influyente del siglo XX. El homenaje de Wenders debería bastar para afirmarlo.
Influencia… ¿A qué se debe esa influencia? ¿En qué se basa? ¿Es una cuestión de fama mercadotécnica? ¿O es que hay ciertas personas que de verdad influyen en los artistas de su tiempo, en los venideros, en quienes contemplan sus obras -en sus ideas y perspectivas- en las sociedades y, al fin, en las culturas?
Cuando veáis el documental, percibiréis el profundo amor, la sincera admiración y la infinita gratitud que sus alumnos -¡sus discípulos!- le profesan. Ella les descubrió, a todos y a cada uno, algo esencial que ellos no habían percibido. Ella les enseñó a desnudarse, en primer lugar, ante sí mismos y -después- ante el público, de modo que cada gesto, cada expresión, cada movimiento se convierte en algo puro, en un mensaje que mana del yo y se dirige a otro yo. En un aullido sin máscara. En un cuerpo inocente y desnudo.
Y este yo de aquí que soy yo
Recibe tanta fuerza de esos bailarines que no puede quedarse impávido. Este yo que observa -ese tú- se quiebra en ocasiones, se resquebraja y surge entonces el nuevo yo desnudo; el honesto.
La danza es sorprendente, después de «Pina». La danza es eso que hacemos delante del espejo al despertar por la mañana; es eso que hacemos al acostarnos y es eso que dejamos de hacer cuando morimos. Después de «Pina».
Pina, por su parte, tan humilde, tan pequeña como se sentía, después de morir, sigue bailando; en todos nosotros.
«Dance, dance… Otherwise we are lost». («Danzad, danzad… O estamos perdidos) Pina Bausch