Automatismos y esencias

Los documentales que hoy os traemos podrían cambiaros la vida, así que cuidado. Si, por ejemplo, en tu trabajo tienes que sentarte a negociar, descubrirás al verlos que la dureza de la silla es más importante que el precio que ofrezcas. Si buscas novio -o novia- sabrás que, para ligar, es mejor compartir un caldo de pollo que un refresco. Y si lo que quieres es caer bien a alguien, probablemente renuncies a ello, porque esas decisiones se toman en menos de un segundo. Pero dejad que nos expliquemos.

«El cerebro automático»

Es el título de esta mini-serie documental, dirigida por Francesca d’Amicis en el año 2011. Compuesta por dos capítulos, la serie se adentra en las maravillas del pensamiento inconsciente y revela que éste se ocupa de tomar por nosotros el 90 por ciento de las decisiones. Y es que casi todo lo que hacemos es fruto de nuestro inconsciente, o eso dicen…

La lógica del ahorro es la que se impone. Razonar consume muchos recursos (será por eso que algunos nunca lo hacen), así que nuestro cerebro intenta automatizarlo todo, al máximo, para que no tengamos que pensar conscientemente en ello.

El amor (casto) y otras cosas (innombrables)

Porque al parecer, si hacemos caso a lo que nos dice la serie, estamos vendidos. Un sinfín de decisiones inconscientes, basadas en la separación de los ojos, en la forma del mentón, en la actitud del otro, en la situación, en el trance, determinarán con quién nos quedamos a vivir de por vida. De manera que elegir pareja, lo que se dice elegir -libre, racional y voluntariamente-, no elegimos.

Se hace pesada la serie, demasiado ñoña. Los protagonistas de la parte dramatizada son unos personajes angelicales, blancos, casi asexuados, que se dedican a jugar con las plumas de las almohadas, a hacer pompitas de jabón, y que han nacido -tan eslavos ellos, tan rubitos- el uno para el otro. Y además, todos los descubrimientos sobre nuestro inconsciente terminan con un ejemplo de casto amor monógamo.

Esencialismo

Y por esto, hay que decir: «Pues no». No mezclemos churras con merinas (que son dos tipos de ovejas, por si alguien no lo sabe). Está bien claro que muchas de las cosas que hacemos, las hacemos de forma automática. También está bien saber que cuando pagamos con una tarjeta de crédito, por ejemplo, el área de alarma de nuestro cerebro se activa únicamente hasta que nos la devuelven (no así cuando pagamos en efectivo, que salimos de la tienda cabizbajos y dolidos, con menos peso en el bolsillo). Pero estos detalles, que tienen su importancia, no permiten concluir que estemos absolutamente determinados por nuestro inconsciente. Ni aún por la química de nuestros cerebros.

La Antropología -o al menos una cierta rama de la Antropología– se ocupa de prevenirnos contra estos enfoques a los que denomina «esencialistas». Y es que la sexualidad (nada angelical en ocasiones), al igual que otras manifestaciones humanas, está cargada de sociedad, está cargada de cultura -entendida como construcción simbólica, semiótica-, y por ese motivo ahora se llevan tísicas y en el Renacimiento rechonchas. Si todo fuera biología, secreción hormonal, transfusión de sustancias químicas, no habría lugar para el alma. Y el alma, indiscutiblemente, existe. Aunque sólo sea en el imaginario colectivo.

Así que podéis ver la serie, sacar algunas cosas en claro, divertiros con los juegos que propone, pero no os la creáis a pies juntillas, que hay mundo más allá del submundo.

 

 

Evitar el sexo

La evitación sexual por miedos y fobias irracionales no constituye un trastorno en sí, por cuanto es probable que no haya anomalía alguna en la respuesta sexual. En todas las disfunciones sexuales se halla presente en cierto grado la evitación sexual, pero en las fobias de referencia constituye el rasgo esencial de las mismas.

Es imposible disminuir la ansiedad ante la ejecución sexual del varón impotente con la prescripción de ejercicios sexuales moderados sin solucionar previamente la angustia que experimenta cada vez que su compañera se aproxima.

Según el DSM-III  ( Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), el rasgo esencial de una fobia sexual es el miedo persistente e irracional y el deseo compulsivo de evitar sensaciones y/o experiencias sexuales. El propio individuo reconoce este miedo como excesivo. Las personas fóbicas intentan evitar por completo el sexo, pero esto les genera ansiedad, que concentran en aspectos concretos de la sexualidad: fracaso sexual, genitales, secreciones y olores sexuales, fantasías sexuales, beso profundo, sexo oral o anal, etc.

La vida social y emocional de estas personas puede limitarse progresivamente, como resultado de la evitación de situaciones sexuales.

Cuando la persona se encuentra en una situación que no le permite evitar el sexo -porque ello supondría perder a la persona querida, o por el sentimiento de culpa que le genera la frustración de los impulsos de una persona por la que siente cariño-, la experiencia puede llegar a ser muy dolorosa. Las personas fóbicas manifiestan que sienten profunda angustia o revulsión -a veces rabia- durante el acto sexual. Las parejas de estas personas fóbicas, en muchas ocasiones, dan muestras de una comprensión sorprendente. Otras, por el contrario, se enfurecen.

Hay personas que evitan las situaciones sexuales porque no les producen placer. Otras sufren ansiedad anticipatoria. Otras evitan el coito porque resulta físicamente doloroso o incómodo.

Hay personas fóbicas que presentan síntomas físicos de ansiedad y angustia. Estas molestias deben analizarse minuciosamente desde una perspectiva médica ya que pueden ser producto de determinadas enfermedades graves (hipoglucemia, fallo cardíaco, hipertiroidismo, abuso de estimulantes o síndrome de abstinencia en el caso del alcohol o los barbitúricos).

Las personas con un umbral de miedo o angustia normal también pueden ser víctimas de fobias sexuales.

La distinción entre fobia simple y fobia derivada de un trastorno por angustia es un factor de primordial interés en el curso de la evaluación, dado que las personas que sufren crisis de angustia requieren, además de tratamiento psicológico, de una medicación adecuada. Los afectos de fobias sexuales simples responden a gran variedad de enfoques psicoterapéuticos, por lo que las fobias simples son muy susceptibles de aplicación de la terapia sexual. El pronóstico de las disfunciones sexuales generadas por fobias es muy favorable si se da la adecuada combinación entre terapia sexual y farmacología.

A una persona con múltiples fobias y evitaciones, presentando crisis de angustia agorafóbica, así como ansiedad ante la separación del compañero y/o una historia familiar con la presencia de síndromes de ansiedad fóbica, parece lógico administrarle ansiolíticos, pero si la fobia sexual se da como síntoma aislado es improbable que la medicación produzca efecto alguno. (Kaplan, 1982).

Es necesario hacer un detallado análisis de las circunstancias específicas que movilizan la angustia y de las contingencias que refuerzan la conducta evitacional. La evitación sexual puede tener un significado simbólico inconsciente y/o cumplir una función de mecanismo de defensa. La identificación y comprensión de esta dinámica facilita el enfrentarse con las resistencias a la extinción de la respuesta temerosa.

Las causas que llevan a la evitación del sexo pueden ser múltiples: coito doloroso, la contemplación de la pareja como un ser repulsivo, un conflicto neurótico en torno al placer o al disfrute sexual, patrón evitatorio en función de un síndrome de ansiedad fóbica… La evitación fóbica de la sexualidad que deriva de estas etiologías tiene un pronóstico bastante favorable, siempre y cuando se identifique correctamente el agente patógeno y se prescriba la terapia y/o medicación adecuadas.

La quimera del espacio cinematográfico

Hacia finales de los años cuarenta, el pintor “tubista” Fernand Léger afirma que el cine es una “invención enorme” (la truculencia de la expresión es hugoliana o surrealista) frenada en su desarrollo por objetivos comerciales, lo cual obliga (siempre según él) a la práctica y cultivo del cine de vanguardia y a la creación de un auténtico espacio cinematográfico; “mais comment et quand?”, acaba preguntándose.

Ya en el inicio del año dos mil, podemos afirmar que el cine, más que “séptimo arte”, es espectáculo de masas, negocio, frivolidad, convencionalismo. Las películas son “novelas rodadas” que el espectador ve “por distraerse” o por obligación inconsciente tras eficaces y machaconas campañas mercadotécnicas que agitan el fantasma de estar “out”, de quedar fuera y marcado socialmente -con la ansiedad que ello genera-, en caso de no haber visto la película que hay que ver. (Y, si bien esto es cierto en prácticamente todos los campos sociales, lo es sobre todo en el del cine, por su inmensa popularidad y su facilidad de “acceso intelectual”)

El cine al estado puro es sólo imagen en movimiento, sin soporte sonoro. Charlot, Harold Lloyd y Pamplinas realizaron un cine cómico insuperable y, desde este punto de vista (la imagen pura), el acompañamiento de piano era una adulteración y una concesión que aguaba el producto. Los surrealistas verán en el cine -mudo por aquel entonces-, un poderosísimo medio de expresión de las fuerzas inconscientes. Los trucos de cámara y montaje posibilitan dar vida, esto es movimiento, al misterio imposible de un Magritte, a la fantasía ingrávida de un Chagall, incluso al inquietante silencio de un de Chirico, detenidos inexorablemente por las imposiciones limitativas del lienzo. El cine, en cambio, escapa a los condicionantes de tiempo y espacio e introduce en una nueva dimensión, plena de potencialidades, que no es otra que la onírica. ¿Cómo no entusiasmarse? Y sin embargo, los resultados dejan mucho que desear. Los cortos y mediometrajes de Man Ray y sus correligionarios, vg “Le château du Dé”, son decepcionantes, al menos a unos sesenta años de distancia.

Los psicólogos estudiosos de la creatividad establecen dos criterios que todo producto debe observar para poder ser calificado de “creativo”: la originalidad y la relevancia (que inevitablemente condena todo subjetivismo a ultranza). Falta desde luego, en la obra cinematográfica de Ray y los suyos, la segunda condición; pero también carecen de “relevancia”, consideradas en su conjunto, las celebradas películas “Le chien andalou” y “Ĺâge d́or”, posiblemente de gran valor histórico, pero de mínimo valor intrínseco. Son solemnes mamarrachadas adolescentoides.

El Buñuel maduro sigue interesado en el cine por ser éste el medio que mejor recoge el mundo de los sueños y mejor traduce las pulsaciones ocultas, mágicas e inexplicables de los deseos reprimidos. Sus productos se hacen relevantes y auténticos en tanto que él es medium de otros mundos, y no actuando al revés, esto es imponiendo convencionalmente unas formas y unos objetivos -una moral en definitiva- al inconsciente, ese dios amoral, falseándolo pues indefectiblemente. En esta perspectiva, Buñuel es posiblemente el más genuino -¿el único?- de los cineastas y Bertrand Blier, entonces, un muy digno epígono.

Tras más de cien años de existencia, el espacio cinematográfico que reclama Léger aparece hoy más imposible que nunca. Recuérdese que hasta Eisenstein y quienes con él firmaron el manifiesto contra un nuevo cine desvirtuado por la incorporación de sonido y color, acaban cediendo a imperativos que son, en definitiva, comerciales. Quizá el poeta pueda ser un ermitaño; el cineasta, desde luego, está condenado a ser hombre de mundo, pesadísima tiranía para el artista pues, así, va siéndolo cada vez menos.

Polifemo sólo posee un ojo, como el cineasta tras de su cámara. Es sin embargo, en ambos casos, un ojo telúrico y etéreo a la vez, bestial y divino, amoral -al igual que el inconsciente, como ya se señaló-, que lo abarca todo, “sur-réaliste”, o sea “sobre-realista” o “super-realista” como certeramente traduce Octavio Paz; pero le hincan una estaca al rojo vivo y se lo revientan. Así al cine. Y de aquí el título de esta sección pesimista.

Mariano Aguirre
Actor, dramaturgo, productor teatral y director de «La Troupe del Cretino».