Caballos (versión Carmen Cereña)
He leído en la prensa que en una finca de la provincia de Madrid han detenido al dueño de una cuadra por maltrato animal. No daba de comer a los caballos y nueve habían ya visto definitivamente el fin de sus desdichas.
Las fotos son desgarradoras: caballos, yeguas y potros ramoneando un cardo casi tan trasijado como ellos; a otro muerto, tendido en la tierra reseca, abotagado, se le comienza a hinchar descomunalmente la panza; en todos, unas expresiones trasojadas y una mirada de una tristeza infinita.
Al parecer, desde que comenzó la crisis, cada vez son más los caballos a quienes se deja morir literalmente de hambre. En el poema de Kavafis, contemplando el cuerpo yerto del bello Patroclo, el amigo efébico de Aquiles, los inmortales caballos de Zeus «se entregan al llanto». Ahora han cambiado las tornas y somos nosotros, los seres humanos, mortales como somos y sujetos a corrupción, quienes nos compadecemos de la nefanda suerte de estos caballos maltratados y abandonados a su suerte, como en los calabozos medievales de las novelas góticas se olvida al prisionero. En francés estos pozos que enclaustran hasta la muerte al condenado se llaman «oubliettes». El término, en su realismo cruel, lo dice todo.
Acuden a mi mente dos ejemplos literarios equinos, conmovedores ambos y devastador moralmente, podríamos decir, el segundo. Se trata, en primer lugar, del cuento «Vidas paralelas» de José de Roure, escrito en las postrimerías del siglo XIX: Dantzer fue un magnífico caballo de circo, aplaudidísimo artista, con más sentido del ritmo que un negro o un gitano y una elegancia propia de una Paulova… al cual, un mal día, le llegó la decadencia y lo pusieron a tirar de un coche en la gran ciudad. Iba «flaco, desmedrado, sucio, viejo». Bajó un peldaño más en su decrepitud y sirvió de montura a un picador en el tercio de varas. Y el toro se ceba en él. «Cae el caballo infeliz arrojando caños de sangre por una espantosa herida. ¡Era Dantzer, el célebre Dantzer, uno de los brutos más hermosos, más ágiles, más artistas que han nacido. Manotea, se desploma… ¡Es infame, verdaderamente infame!» (Primo de Rivera no había impuesto aún el peto protector para evitar las repugnantes carnicerías)
El segundo ejemplo nos lo da la pluma naturalista de Maupassant. Coco es un viejo caballo muy apreciado por su dueña, la acaudalada señora Lucas, quien por ese motivo no decide sacrificarlo sino que encomienda a los criados su cuidado hasta que muera, advirtiéndoles de que lo han de tratar siempre bien y prodigarle las atenciones. Confiando en que sus órdenes y recomendaciones serán observadas, la señora se desentiende del bruto que decía querer tanto. En su arrogancia y segura de su autoridad, como tantas veces sucede con los grandes de este mundo, renuncia a llevar a cabo lo que, en nuestros días, llamaríamos un «seguimiento» del caso. Delegando unos criados en otros, el cuidado de Coco recae en manos de Zidore, un mozo zarrapastroso y retrasado, rencoroso y cruel, que venga su desventura y las burlas de que es objeto en otro aún más indefenso que él: el buen caballo Coco, que es viejo, obediente, que no da coces y que ni sabe ni puede hablar. Animado por un sadismo diabólico, lo saca cada mañana de la cuadra y lo lleva al prado, pero lo ata muy corto, echándole como se dice otro nudo al dogal, en un terreno de sólo tierra batida. Cuando Coco tensa el ronzal al máximo, sus ollares y su hocico rozan la hierba vecina, pero sin llegar a tocarla. En cuanto al agua contenida en el abrevadero, ocurre otro tanto. El caballo estira el ramal queriendo romperlo y el cuello como para desgajárselo casi; se arrodilla incluso… ¡y todo es en vano! ¡Oh, si ni siquiera Tántalo sufrió tanto y a Cristo le dieron vinagre cuando tuvo sed! Y así Coco aparece cada día más desmazalado hasta ser sólo un montón de huesos que una mañana se desploma y exhala el último suspiro frisando la hierba fresca, tan apetitosa.
¡Pobres caballos, tan sacrificados que revientan exhaustos bajo la espuela del jinete antes que detenerse a cobrar huelgo! Tan sólo un humano, Filípides, fue capaz de algo semejante: alentado por la victoria de Maratón ante los persas, corrió hasta Atenas la distancia de cuarenta y dos quilómetros y una vez en Atenas, como pudo, sin resuello, anunció la buena nueva. No pudo decir aquello de «¡Dadme albricias!» antes de dar la noticia porque tenía que ahorrar las palabras pues acezaba agónicamente y tampoco pudo tras la última palabra porque se desplomó muerto.
Pegaso y Belerofonte, Bucéfalo y Alejandro, Babieca y el Cid… hasta llegar a Jolly Jumper y Lucky Luke.
Es tan bello el caballo que una tarde, en la plaza de Córdoba, habiendo saltado al ruedo un miura alto, galgueño, cimbreante casi, exclamó mi padre: «Qué miura tan hermoso… ¡si parece un caballo!»
Recuerdo, divertida, el caballo gascón, pariente de Rocinante, que Cantinflas monta como d´Artagnan en su propia versión cinematográfica de «Los tres mosqueteros». Es tan flaco que Cantinflas-d´Artagnan le cuelga de los ijares el sombrero emplumado.
José Alfredo Jiménez sabe de la importancia del caballo para el charro mexicano. En uno de sus sentimentales corridos -el término y el género musical son ya todo un homenaje al galope- un caballo blanco parte a la carrera desde Guadalajara camino del Norte y exhala el alma en Rosarito, al alba, a la vista de Ensenada, tras haber llevado a buen puerto su hazaña. «¡No te rajes, blanco!» Y el blanco, mexicano puro, no se rajó.
Mi tierra cordobesa es tierra de doma y de buenos jinetes; tanto es así que Cervantes pone en boca de Sancho, tras haberla visto subir de un salto a su asno y huir como alma que lleva el diablo, que Dulcinea «puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mexicano».
«Mi alazán, te estoy nombrando», gime Atahualpa por la pérdida de su flete, despeñado en un barranco. «¿Qué estrella andabas buscando?… Mi caballo, mi caballo». Y concluye, esperanzado: «Si como dicen algunos hay cielo pal buen caballo, por allí andará mi flete, galopando, galopando».
Hace ya años puso el IRA una bomba en Londres no recuerdo ya bien si durante una parada militar o incluso durante el relevo de la guardia real, causando muchas muertes entre los soldados y también entre los caballos militares. A la sazón me hallaba yo en Londres precisamente y comprobé con perplejidad y enojo no disimulado cómo eran bastantes los ingleses que lamentaban más la muerte de los pobres caballos que la de los pobres soldados. Tanto es así que me arrepiento de haber recordado este hecho porque es casi como si esa sensiblería llegara a desvirtuar y casi a invalidar todo lo bueno que hasta ese momento se había dicho del buen caballo, tan contraproducente y estomagante puede llegar a ser la cursilería anglo-sajona y puritana.
Alberto Sordi, tan denostado por Pasolini quien, arbitrariamente, lo moteja de malvado y de encarnar todas las ruindades del italiano hasta el punto de que llega a afirmar, falsamente como han demostrado los hechos, que a los extranjeros no nos hace reír ni nos hace gracia alguna, ese Alberto Sordi, que es todo lo contrario de cuanto afirma Pasolini, se apiada con auténtico corazón de oro, que no con pucheritos anglicanos, del pobre caballo machucho, y funda, con su pecunia, un hospital-residencia de ancianos para esos caballos que tiraron, pimpantes, de los simones para turistas en Roma, pero que son carne de desolladero cuando ya sus músculos no dan para esa labor, cuando ya no puedan tirar del carro. Que no sufran la triste suerte de un Dantzer.
Alberto Sordi murió ya, desgraciadamente. Quiero creer que en Roma sus asilos equinos le han sobrevivido.
Caballos (versión Hydra de Lerna)
He leído en la prensa que en una finca de Madrid han detenido al dueño de una cuadra por maltrato animal. No daba de comer a los caballos y para nueve de ellos, la ayuda llegó tarde.
Imágenes desgarradoras: caballos, yeguas, potros…
«Carne de yugo ha nacido
más humillado que bello,
por el cuello perseguido
por el yugo para el cuello».
Así comienza el poema de Miguel Hernández «El niño yuntero». Lo escribió cuando en España se pasaba hambre. Hambre de verdad, de la de comer. Y también hambre de libertad.
Madres llorando por sus hijos muertos. Hombres luchando y muriendo. Primero, amigos, luego enemigos. La España de la guerra civil y de la posguerra.
Pensábamos que todo esto pertenecía al pasado. Que una vez conseguidas las libertades, nos habríamos vuelto más «humanos», más compasivos porque habríamos aprendido la lección.
Pero la vida, una vez más, nos viene a demostrar que el hombre es capaz de las mayores aberraciones…
Aristóteles decía que el ser humano se diferenciaba del animal por el lenguaje. Bueno, y por su capacidad para aprender, progresar, inventar, etc, etc.
Pues no. Queda claro que no. Porque ni progresamos, ni pensamos, ni aprendemos, ni tenemos capacidad de comunicación.
Porque somos caprichosos y, en época de bonanza económica, por puro esnobismo, adquirimos no solo cosas, también vidas. Nos creemos «todopoderosos» y, queridos lectores, no lo somos. Somos finitos. Somos menos que finitos. Somos infinitamente estúpidos y superficiales.
Desde que comenzó esta crisis programada, estos humanos esnobs han dejado morir de hambre -literalmente- a los «animales» que un día consideraron bellos.
Por un instante, un breve instante, pensad en la lealtad de esos animales.
Hay un texto de Calístenes, sobrino de Aristóteles, en el que cuenta la historia de Bucéfalo. Decía que era un caballo de hermosa figura y que se alimentaba de hombres. Por eso, Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, decidió encerrarlo en una jaula dorada donde arrojaba a todos aquellos que desobedecían sus leyes.
Siendo Alejandro adolescente, descubrió la celda de Bucéfalo, y cuando se acercó, el animal extendió sus patas delanteras y relinchó suavemente, como si lo reconociera.
Plutarco nos cuenta una versión menos romántica del encuentro entre el gran conquistador y su célebre compañero. Bucéfalo, que en griego significa «cabeza de buey», tenía una estrella blanca en su frente y un ojo azul. Pero lo cierto es que nadie consiguió montarlo, solo Alejandro.
Durante casi 30 años, Bucéfalo acompañó a Alejandro en todas sus batallas. Cuando murió el caballo, fue tal la tristeza de Alejandro, que le rindió honores y hasta le puso su nombre a una ciudad.
También recuerdo con cariño y nostalgia al hermoso caballo con el que, siendo una niña, aprendí equitación. Éramos «uno» en el galope. Era un caballo de gran alzada. Aprendí a cepillarlo, peinarle las crines, limpiarle los cascos… Y así comenzamos a querernos. Él me seguía a todas partes. Se paraba si yo me paraba. Me empujaba con la cara cuando quería jugar. Cuando íbamos al galope, le soltaba las riendas porque sabía que él me conduciría por lugares seguros para mí.
Por él, por Bucéfalo y por todos los caballos que han sido compañeros leales del hombre, quiero ser su voz. Quiero devolverles la dignidad y el respeto que merecen. Quiero que se castigue a quien castiga sin piedad al que todo se lo da por lealtad.
«Adiós, hermanos, camaradas y amigos.
Despedidme del Sol y de los trigos».Miguel Hernández, 28 de marzo de 1942, escrito en la pared de la celda donde murió.
Desde Greenwich
Querido primo Mariano:
El ferrocarril elevado que me ha traído hasta Greenwich este sábado de agosto serpea a toda velocidad entre torres de cristal, corriendo contra el reloj mientras sobrevuela un paisaje anfibio. Y es que los modernos edificios del Canary Wharf, los más altos de Londres, se congregan en torno a antiguas dársenas del puerto, vastas plazas inundadas que parecen salidas de un dibujo futurista de Sant’Elia.
Te escribo esta postal desde un mundo encantado donde el tiempo parece detenido y los blancos edificios del antiguo hospital siguen escoltando en rigurosa simetría la blanca casa de la reina Ana, como impecables jugadores de cricket sobre la más confortable pradera que pueda uno imaginarse. En esta finca real, fuera de Londres, pudo ensayar el rey lo que otros reyes hacían con sus capitales en el continente. De hecho, el frente que los edificios gemelos de Wren presentan al río bien pudiera sugerir una perspectiva de San Petersburgo. En cambio, la reforma del Londres incendiado se quedó en los planos. ¡Buenos se pusieron los propietarios! La época barroca apenas dejó en la ciudad, por tanto, indicios de grandes ejes ni aparente planificación urbanística, de modo que hoy todo –un todo inabarcable- parece un sinuoso agregado sin centro donde prima lo particular sobre lo general, lo pequeño sobre lo grande.
No es raro leer en los propios autores ingleses, tan autodestructivos a veces, que Londres es feo. Ciertamente, su arquitectura monumental carece de los méritos de otras ciudades europeas. Por más que la catedral de San Pablo sea una estructura enorme y equilibrada, erigida en un emplazamiento que la realza –todo lo cual no es poco decir-, tiene una fachada que es un horror, un despropósito carente de vida, adornado de una adusta fealdad contradictoria con la pureza de la rotonda neoclásica que sostiene la altísima cúpula, adonde se van todas las miradas. Góticos arbotantes desmienten la nobleza de su pretendido clasicismo –escamoteados, eso sí, vergonzantemente a la vista- para apuntalar la proeza arquitectónica que nunca soñaron romanos ni bizantinos. En la misma hipocresía incurrió Soufflot en el Panteón de París, pero como ahora los visitantes subimos a todas partes, previo pago, el gran truco queda a la vista. Sé que me dirás –y te doy la razón- que tal disimulo no empaña la épica de la cúpula de San Pablo emergiendo entre el humo de los incendios durante los bombardeos.
Imaginativas en la combinación de sus elementos, distintas todas ellas pero ninguna bella tampoco, son las agujas de las iglesias que se levantaron como polluelos en torno a la nueva catedral en la reconstruida City del siglo XVIII. Solo adornaban de lejos, como se puede ver en la vista del Canaletto, cuando sobresalían sobre el caserío.
Empequeñecidas y feítas, como su madre, góticas de tan empinadas a pesar de sus pórticos a la romana, hoy ya no las mira nadie.
Pero una ciudad para vivir y hacer poco tiene que ver con una veduta veneciana ni con una postal: polvo dorado envuelve a los jinetes que trotan al sol por las pistas de arena de Hyde Park por la mañana y por la tarde miles de musulmanes procedentes de los suburbios llenan aquellas praderas para protestar por las matanzas en Gaza; las terrazas del decimonónico y cuidadosamente policromado mercado de Leadenhall, una cruz cubierta como la Galleria Vittorio Emmanuele pero en pequeño y con un brazo torcido -¡qué diría Wren!-, se llenan justo a mediodía de profesionales y viajeros que comen y charlan relajadamente; los turistas y provincianos rebosan a todas horas las aceras de Oxford Street, atraídos ingenuamente por los almacenes que allí ofrecen todo para el ornato de sus cuerpos, vestidos, abalorios, maquillajes y complementos; los teatros se llenan de un público habitual, acostumbrado a disfrutar, que canta entusiásticamente cada una de las canciones cuando se trata de un musical; los empleados surgidos de ñoños adosados de la abuelita neo-tudor, neo-isabelinos, neo-georgianos, neo-normandos, eduardianos de las calles cercanas se apresuran muy temprano hacia el metro de Shepherd’s Bush, ellos trajeados y ellas con falda y blusa; desde que son gratuitos, la gente entran en tromba en los grandes museos, en el Británico y en la Galería Nacional, imponentes palacios neoclásicos que parecen asaltados cada día por las masas en el curso de una jornada revolucionaria; ello no impide que otros dejen correr las horas pacientemente en la cola alrededor de los fosos de la Torre de Londres -que es de pago-, que estos días aparecen como ensangrentados por las 800.000 amapolas de cerámica que han plantado en homenaje a cada uno de los caídos británicos en la Gran Guerra; no bien un tren escapa por el estrecho tubo del metro, otro ya está entrando a toda velocidad -¡qué envidia!-, simultáneo y sordo pulso subterráneo de una máquina de colosales resortes, repetido constantemente en casi 300 estaciones a lo largo de 400 kilómetros de vías; babélicas estructuras se siguen añadiendo en plena City ensoberbecida, donde los poderosos nietos dejan cada día más pequeños a los orgullosos abuelos del centro financiero del mundo que, tocados con anticuados frontones y cúpulas, aguantan todavía apoyados en sus cachabas corintias; más vale, Mariano, que no te pares a pensar en las hazañas que en este mismo momento pueden estar perpetrándose desde aquellos altos ventanales, donde acaso una afortunada maniobra especulativa derrame montañas de oro sobre un grupo de inversionistas y condene de golpe a veinte años y un día de indigencia a un país entero.
Aquí, sobre la colina de Greenwich y con una semana a las espaldas, se me hace evidente que lo que trae algo de armonía a toda esta pintura desmesurada, donde los colores, por mezclados, se agrisan y pierden luz, son algunos toques generosos de verde. A mis pies, por ejemplo, cientos de grupos familiares o de amigos se despliegan holgadamente para el picnic sobre el enorme tapiz verde -¡ésta sí que es pradera, y no la de San Isidro!-, componiendo una gozosa vista dieciochesca en la que solo falta el balón empavesado de un mongolfiero ascendiendo hacia el cielo, mientras arriba el reloj del observatorio desengaña a quien quiera subir -el tiempo pasa, aunque ahí abajo no lo parezca- y proclama ante el mundo su diario decreto, que son las 12 GMT (Greenwich Mean Time). Nadie adivinaría desde este mirador la existencia de las grandes zonas verdes que dan calidad al lejano espacio urbano londinense que se asoma aguas arriba, empezando por Hyde Park, un trozo de la campiña inglesa que un día amanece rodeado por la ciudad –efecto acentuado porque a menudo es la preciosa campiña inglesa la que parece un parque-. El malencarado Palacio de Bukingham del sello que te voy a poner para tu colección no tiene más gracia ni otro realce que los tres parques que lo visten, igual que el Regent’s Park es el que justifica las magníficas residencias de su contorno, que dejan perder la mirada entre sus arboledas. Holland Park, al Oeste, tupido bosque de sombríos senderos, resulta más original en medio de una tradicional y apacible zona residencial. Por algo se han instalado ahí los Beckham.
Y además están los squares con su centro ocupado por un jardín cerrado con una verja. Los hay preciosos, con arbolado de gran porte dada su antigüedad, y el paseante se siente chasqueado, herido en su orgullo democrático por verse excluido de tales claustros, acostumbrado como está desde hace tantas generaciones a disfrutar de los parques reales que un día se nos abrieron a todos. Como no faltan precisamente en Londres los parques públicos, no tenemos derecho a quejarnos, aunque uno se quede con las ganas de hacer como Hugh Grant y colarse para pasar la mañana allí emboscado, leyendo entre trinos de pájaros y aromas florales, y sonriéndose para sus adentros. Este cuadrado verde trasplantado a la ciudad, escoltado por los cuatro costados por la más recompuesta y gazmoña vecindad de casas victorianas, nos parece al fin y al cabo naturaleza que nos pertenece a todos como el aire, campo que no debe tener puertas, pero aquí cada vecino tiene su llave. ¿No es un poco como la historia tan repetida en la literatura inglesa de la señorita aristocrática y el rudo mozo de cuadra? Al final la señorita, por finísima que sea, es nada menos que una mujer, y hombre y mujer están hechos para entregarse sin respeto de barreras sociales ni de verjas. Especialmente atractivo, más que el monumental y tan palaciego de Bath, es el semicircular Royal Crescent de Kensington, blanco y elegante pero hogareño, e inevitablemente antipático el siempre vacío Belgrave, con sus embajadas pseudo-palladianas, pretencioso, estólido aristócrata.
Se reprocha a Londres que no tiene plazas, lo que no es cierto. La de Trafalgar funciona más o menos como la plaza mayor de los turistas, aunque sea tan destartalada. Algunos squares no ajardinados bullen de vida, como el de Leicester, animado además por la cola de quienes compran en el kiosco entradas para los teatros, o también el renacido Covent Garden, el antiguo mercado de verduras a espaldas de la Royal Italian Opera: lo sublime y lo ordinario, el canto spianato de un aria belliniana en boca de la prima donna y los desplantes desgarrados de la verdulera emitidos simultáneamente por una deidad bifronte -privilegios de la gran ciudad-. La rehabilitación del Támesis y la gentrificación de la ribera sur han convertido sus puentes y orillas en agradables miradores, existen calles de innegable prestancia, como Regent’s Street o Whitehall, pero no le demos más vueltas, Mariano, la belleza de Londres, que la tiene, la pone su más apuesto invitado, el verde.
Roto en jirones perdidos en la nebulosa urbana, acaso este rústico y digno huésped añore el dulce país de donde fue arrancado. En vano: algo ha cambiado entretanto en aquellos lugares, por más que conserven mucho de sus galas de antaño -¡hace tanto que se marchitó su alegría, la que solo puede dar la gente!-. Les pasó como a esa novia abandonada que envejecía junto a la mesa dispuesta para el banquete, ataviada todavía con el ajado vestido nupcial: no comparecido el novio, los invitados se fueron yendo y dejándola sola. Apenas queda hoy gente en la campiña: “¡Dios mío, qué feo es esto!”, hizo exclamar Hardy a Jude el Oscuro hace ya un siglo largo, ante el escenario de pobreza sin esperanza que le ofrecía el paisaje de Wessex, por lo demás digno de conmover los pinceles de un paisajista romántico. El campo es hoy bello pero triste.
En Londres hay caballos y Londres parece oler a caballo. ¿Tantos hay? Con la ambigüedad de esta urbe que levanta rascacielos a la vez que incorpora trozos de campo y entretiene escuadrones de caballería vestidos y adiestrados como para enfrentarse a Napoleón, uno no sabe si atribuir este olor a lo rural o a lo industrial. Es un tufo acre, como a mierda seca, como a cuero, como a vía férrea, como a abono, como a emisiones industriales, ¿tal vez a central térmica? Pero hoy día la industria se ha alejado y las centrales térmicas se convierten en salas de exposiciones, lo que, por cierto, recoge y quita de en medio bastantes horrores… Los turistas van y vienen a la Tate Modern por la pasarela de Norman Foster, que hace en pequeño el mismo papel de paseo-mirador del puente de Brooklyn. El museo se ha instalado en una central térmica que mira la catedral de San Pablo desde la otra orilla del Támesis, una enorme caja de ladrillo tostado con espacios adecuados para la más descomunal ‘instalación’ que uno pueda imaginar o para una de esas performances que tanto te gustan. Un engañabobos que funciona como elemento dinamizador y dignificador de la zona: la colección que atesora adolece de la indigencia habitual en los museos de arte reciente, aunque se ayude de exposiciones temporales anunciadas en letras gigantes.
Ahora está Malévich, el más radical y honrado de los vanguardistas, un santo fanático. Creyó en la transformación del mundo por el arte -lo cual está muy bien- y en que esa transformación futurista es más importante que el propio arte. Buscó la esencia simbólica de la pintura despreciando todos los peligros, como aquellos navegantes que se adentraron un día en el océano y perdieron de vista la costa. Navegó derecho al infinito, se fue desprendiendo de todo lastre hasta levantar el vuelo hacia el sol. Debió de llegar muy cerca porque al final de su viaje acabó alumbrando un cuadrado blanco sobre fondo blanco. Nada más. En adelante guardó los pinceles y se dedicó a escribir y a enseñar. Su ejemplo debería movernos a reflexión.
Exiliada la industria, empujado el puerto aguas abajo más allá del meandro que tengo a la vista, todo se lo queda el comercio que, desde el más tirado al más caro, es aquí frecuentemente antiestético, cuando tan hospitalario y decorativo puede llegar a ser. Imagínate el mercado de Camden, muy visitado por los españoles, con unos tenderetes protegidos con plásticos y atestados de ropa como para vestir de una tacada, por su aspecto y cantidad, a todo un campo de refugiados, y con unos puestos mugrientos donde cocinan comida étnica recién transplantados de las aglomeraciones del tercer mundo. Pero si te tienta el otro extremo la cosa es mucho peor. Como te sé tan valiente me atrevo a proponerte que visites, aunque sea una vez en la vida -como quien hace un viaje a los infiernos-, los grandes almacenes Harrods. Dentro de su prolija carcasa modernista de ladrillo rojo hay un mundo de marmóreos y solemnes corredores tenuemente iluminados, que dan acceso a las tiendas de todas las grandes marcas internacionales. El colmo de este bazar de trapos y must a la medida de los millonarios árabes es su escalera mecánica principal, el Egyptian Escalator, que asciende en una penumbra como de mastaba de película de Indiana Jones, ofendiendo la vista con su profusa decoración de elementos arquitectónicos y motivos escultóricos ¡imitados del arte faraónico! Si todavía se tratara de un pastiche con ciento cincuenta años de antigüedad, pero no: esta emulación de Las Vegas constituye un atractivo recién estrenado.
Londres tiene tradición en esto del turismo de compras. Las familias de la clase media nos vemos obligadas hoy en día a consagrar buena parte del tiempo contratado a peregrinar, por ejemplo, hasta el estadio de Stamford Bridge, espartano y un poco a desmano como tantos estadios, para que el niño se pase una hora comprando en su macrotienda una camiseta del Chelsea –que solo podía ser azul y de su talla-, o a sacrificar el callejeo por el Soho para encerrarnos en la enorme exposición de caramelos de colores y cien mil artículos tontos ideados a propósito en m&m’s, que no es sino ¡un gran almacén de lacasitos! Con estos dos ejemplos te basta, que ya sabes de sobra cómo anda últimamente la clase media.
La ciudad que veo perfilarse a mi izquierda en el horizonte lo quiere todo. Insaciable, se apropia del espacio hasta donde no alcanza la vista, teje una red de caminos con que atrapar territorios cada vez más vastos hasta avasallar el país entero, llama y alista en sus filas a todos los desheredados, a los logreros y pretendientes, traba relaciones ultramarinas con otras ciudades hasta las mismas antípodas y con ellas compite -con ambiciones de metrópolis-, vende al mundo entero y compra cuando no roba, se apodera con rapacidad de las más codiciadas joyas que en el mundo existan. Cuando vengas no dejes, acaso aturdido en medio de esta permanente feria por la animación de sus calles, tentado por los que venden, distraído en el teatro, olvidado de todo ante una magnífica cerveza en un pub donde se interpreta –muy bien- música en directo, encantado de verte actor -simple comparsa- en este decorado mítico cuyo telón reúne la torre del Parlamento y el puente de la Torre, la cúpula de San Pablo y la innecesaria cabina roja de teléfonos, no dejes de visitar, te digo, mejor que sus bazares, sus cuevas de Alí Babá.
Contienen tesoros como el de la Torre, apto para que los disfrute el mayor analfabeto porque allí se pueden admirar, después de cumplir dos horas de cola, las joyas de la Corona con el diamante más grande del mundo y otros muchos muy bien clasificados, la esmeralda más grande del mundo, aún más bella, coronas y cetros para gobernar varios continentes, pesadas mazas y candelabros preciosos y una historiada vajilla de oro macizo que incluye una pieza para mezclar el ponche tan grande como una bañera, con su cucharón ideal para dar de comer a Gargantúa.
Hay en Londres tesoros aún mejores. ¿Cómo no detenerse a cruzar la mirada con el desolado Diónisos, el único que conserva la cabeza entre las divinidades del frontón oriental del Partenón? Te helará la sangre. ¿Cómo no volver la vista hacia la leona herida por el rey asirio al sentir la vibración de su último rugido a tu espalda? ¿Cómo no animarse a descender los rápidos que visten el cuerpo ondulante de la Venus de Botticelli -Marte, que la acompaña, se ha quedado dormido por razones obvias-, maravillosa cascada de pliegues sutiles que tanto recuerda el peplo de la Dione recostada de Fidias? ¿Cómo renunciar a una breve audiencia privada o siquiera a ver pasar a caballo a Carlos I de Inglaterra, cuyos ojos siguen todavía vivos con su luz, su transparencia, su temblor y su lágrima gracias a Van Dyck? Quédate un momento a espiar en esa mirada lo que fue la grandeza y la servidumbre de la dignidad real. ¿No habrás de espantarte con los discípulos de Emaús y con un Caravaggio metido a bambocciante avant-la-lettre, al reconocer a Cristo en carne y hueso en una taberna romana? –Zurbarán el grave: ¡qué paletito quedas al lado del italiano!-.
Cuando te veas ante la Madonna dei garofani -de Rafael, claro-, te vas a desarmar, te aniñarás y te convertirás, por más que la encuentres expuesta lejos del oratorio, cautiva y adocenada entre otros objetos de colección. Al que un día, cuando se ponía el sol, zarpó del Prado despedido por Claudio Lorena, le parece llegar a un puerto amigo aquí, en la National Gallery; cuando al desembarcar, curiosamente a la misma hora porque para algo compartimos el mismo meridiano, se cruza con Santa Úrsula, que se va no sé adónde. Encontrarás el mismo fresco azul del Tiziano con que La bacanal de los andrios iluminó siempre nuestra casa, envolviendo en esta orilla a Baco y a Ariadna. No acabaríamos… Si tienes tiempo se te abrirán, por añadidura, colecciones privadas y mansiones que son otros tantos placeres, como la Soane o la Wallace Collection, que se te va a parecer a sus primas, la neoyorkina Frick y la Camondo de París, las tres muy Rococo Revival a lo Goncourt.
Londres se ha ganado fama de ser una ciudad autodestructiva, dada a echar por tierra su patrimonio sin demasiados miramientos ante los apremios del desarrollo, un poco como Nueva York. Debe ser cierto, sobre todo en comparación con otras poblaciones del país. Dicen que ya se han reservado terrenos para la construcción de 200 rascacielos que pueden hacer de ella un nuevo Singapur, y que ni siquiera han de respetar la prohibición –no escrita, como se hace aquí con todo lo importante- de ocultar la cúpula de San Pablo: parece que llegó la hora y la ciudad no duda en seguir adelante. Uno ve grúas, barrios enteros recién estrenados, enormes centros comerciales de última generación al lado de otras dotaciones francamente vetustas, como la mayor parte del metro, que siguen en uso amortizándose sin complejos ni jubilaciones anticipadas a pesar de su aspecto mostoso. Parece que se invierta bien y se crezca naturalmente, sacando todo el partido de lo que hay y pensando siempre en lo nuevo. Esto vale para lo público como para lo privado: ¿en qué otra ciudad del mundo desarrollado encuentra uno viviendas en pie y en uso, a la vez tan humildes y tan viejas? Y todo está habitado y remozado, aunque sea con una coquetería barata disfrazada de pintoresquismo: las traseras de Elsham Road, una bonita calle de Kensington, traseras donde se alinean los establos ahora reconvertidos en viviendas bajitas y repintadas, Russell Garden Mews, forman hoy un sonriente callejón como tantos otros.
Muchedumbre de procedencias diversas, el tejido social de Londres incluye la mayor concentración de millonarios del mundo, una numerosísima colonia detectable por su ostentoso parque automovilístico. Muchos, procedentes de Asia y del mundo árabe en especial, ven en esta ciudad y en ninguna otra la verdadera metrópolis donde quieren figurar. La gran ciudad a todos hace vecinos, a aristócratas y a inmigrantes pobres, a la clase media e incluso a la única reina europea que conserva el hierático boato de la monarquía. Las tapias que rodean por detrás los jardines de su palacio, con alambradas arriba, no son más elegantes que las de una cárcel.
A los reyes nunca les gustó vivir en sus capitales y con frecuencia se instalaron en una fortaleza separada del casco urbano, cuando no optaron directamente por hacerse una residencia alejada, rodeada de parques y servida por un simulacro de ciudad ideal a su medida. La ciudad real –real but not royal-, la de los negocios y los crímenes, la de la cultura y los motines, la que trae progreso al país y dinero a las arcas del Estado, tiene una vida propia e incontrolable. El espectáculo de Carlos I accediendo al cadalso desde una ventana de la italiana Banqueting House, para ser decapitado a la vista de los londinenses, lo dice todo. Hoy día la réplica se la da la interminable coreografía del relevo de la guardia bajo las ventanas de la reina que no gobierna: Dios la salve tras las tapias de su reducida ciudad prohibida y, si son necesarios, los fusiles de asalto de sus soldaditos de plomo.
El soldado que hace la guardia ante la garita es rojo y recrecido por un enorme morrión de granadero. En posición de firmes, mantiene una inmovilidad absoluta, como si de verdad fuera de plomo; pero cada cierto tiempo, de improviso, se anima como el muñequito de un carillón, se pone el fusil al hombro en tres tiempos sincopados, gira sobre sus talones y recorre veinte metros antes de volver sobre sus pasos, levantando mucho las rodillas y dando sonoros zapatazos, igual que haría un niño que juega a los soldados. En todo momento mantiene su mirada inconmoviblemente fija en el horizonte, cual estatua de faraón. Poco puede vigilar así, por mucho que lo hayan elegido entre los cuerpos de elite del ejército, pero ahora se trata de que sea el hombre quien imite al androide autómata. Cuando lo hacen muchos a la vez, desfilando y con música, resulta impresionante, pero uno solo…
El pobre centinela que está en la Torre de Londres, que es idéntico, se ve obligado a permitir, sin pestañear, que los turistas le rodeen para fotografiarse con él. Y lo mismo hacen los bobbies con chaleco antibalas que aguardan un ataque terrorista a las puertas del Parlamento, aunque a ellos sí se les permite moverse y hasta sonreír. ¿Puede haber mayor desnaturalización de lo que es una guardia? La consigna es la misma que la de los empleados de los parques temáticos: complacer al visitante. La ciudad no se avergüenza de fingirse una caricatura naíf de sí misma, hasta el punto de que no será raro que, con el tiempo, la familia real en pleno tenga que asomarse cada día, at twelve o’clock midday, a saludar al balcón revestida de pontifical.
Metrópolis más poderosa que su propio país, Londres parece conocer ella sola su rumbo y se la ve avanzar, ajena a las crisis de otros, a una velocidad de crucero sobrecogedora. Anterior al reino de Inglaterra y a su monarquía, superviviente a la desaparición del imperio colonial, como ciudad que es, Londres tiene vocación de perdurar sobre toda institución humana y se obstina en seguir marcando la hora del mundo. Desde lo alto de esta colina todavía podrás ver la cúpula de San Pablo si te animas y te das prisa. El reloj de Greenwich cabalga sobre su Meridiano, ordena a izquierda y derecha su corte de husos horarios, sus veinticuatro pares -doce a cada lado, señores de cada una de las veinticuatro horas del planeta-, mira hacia el norte y contempla cómo el cielo de este sábado, el cielo azul poblado de nubes de “una espléndida tarde de verano inglés” retratada por Constable, se va tornando cubista: sobre aquel horizonte bajo, familiar a los pintores de antaño, se amontona ahora la pujante geometría de reflejos y transparencias grises y azuladas del nuevo centro financiero, que amenaza con contagiar de su escalofriante fragmentación la entera bóveda celeste. ¡Greenwich, hora del planeta! Aunque desde acá no se pueda oír, sabemos que allá lejos, en Westminster, el Big Ben estará pregonando para los londinenses los cuartos que dicta su señor con grave pompa, y que en millones de hogares de todo el mundo, un pretencioso reloj de péndulo repetirá su conocida cantinela como un eco.
Querría contarte algo de todo esto, Mariano, pero una postal no da para nada. No sé si voy a tener ni sitio para pegar el sello. Se me empieza a hacer tarde también. Antes que nada voy a aprovechar para ajustar la hora de mi reloj. Cuando te vea, lo primero que hemos de hacer es sincronizar nuestros relojes. Un abrazo muy fuerte.
La derrota de España
No se engañe nadi, no,
pensando que a de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo a de passar
por tal manera.
Jorge Manrique. «Coplas por la muerte de su padre»
1) PRESENTACIÓN DEL PROBLEMA
Si Unamuno viviera ahora, cuanto afirmaba a propósito de los toros, lo aseveraría del fútbol. Nada tenía Unamuno contra los toros, pero sí se quejaba de que los españoles le dedicaran tanto tiempo, demasiado, en sus conversaciones y, en definitiva, de que lo perdieran. Unamuno era un buen cascarrabias. Y como tantos cascarrabias, solía llevar razón.
Si Ortega y Gasset viviera ahora, su visión panorámica de águila no le hubiera hecho ascos al fútbol ni se le hubieran caído por ello los anillos de gran intelectual. Todo lo contrario. Atento como siempre permanecía a la sociología y a las masas en el siglo de las masas, en las consideraciones de este deporte y de cuanto le gira en torno, habría encontrado el deleite intelectual que caracteriza a todo gran pensador. Para nuestro filósofo («primero de España y quinto de Alemania», como le definió Evaristo Acevedo), España y su historia se explican y comprenden desde la fiesta de los toros. Los toros son el termómetro de la actividad nacional. Ortega, además, era muy buen aficionado. Hoy en día, habría afirmado otro tanto, pero donde dijo «arte o fiesta de los toros», diría ahora «fútbol».
En un país como el nuestro, tan acosado por unos nacionalismos pletóricos de vigor y cargados de moral y de argumentos -ciertos o falsos- frente a los rubores, temores e indecisiones de quienes aún creen -un poquitín, al menos- en España, el fútbol y más precisamente la selección española han sido, en estos últimos tiempos. el único motivo aglutinante, frente a las tendencias territoriales marcadamente centrífugas generalizadas, de la sociedad española y el único motivo de orgullo nacional. Aunque sólo fuera por esta razón, el fútbol debiera interesarnos. Y mucho. «Hemos logrado ser nación a través del fútbol y eso es extraordinario», afirma, desprejuiciadamente y sin sonrojos, Edurne Uriarte en su columna de ABC (24/6/2014).
Debido a que unas muy sólidas infraestructuras futbolísticas han ido dando sus frutos -tanto es así que la Federación Alemana de Fútbol se ha interesado por nuestra manera de hacer y ha tomado ideas prestadas para su propio desarrollo-, a que una serie de entrenadores ha sabido aprovechar unos cursos federativos de indudable calidad, a que España salió de su aislamiento político con su ingreso en la Unión Europea, amén de la pasión que el fútbol siempre suscitó en nuestro país, cifrándose todo ello en la consecución de importantes títulos por parte de nuestras selecciones olímpica e inferiores y, posteriormente, en una generación de excelentes jugadores, muy técnicos, muy confiados en sus propias posibilidades, de los cuales muchos militan además en importantes clubs extranjeros; debido a todo ello, digo, y a lo innegable de batutas sólidas como la de Luis Aragonés o Vicente del Bosque, la selección absoluta ha dado enormes satisfacciones a la sociedad española: un campeonato de Europa (el segundo tras aquél del gol de Marcelino frente a, como se decía entonces, Rusia), un Mundial y un tercer campeonato de Europa, todo ello de forma consecutiva, en sólo cuatro años, del 2008 al 2012. » … aquí se han hecho muy bien las cosas en el deporte en general y particularmente en el fútbol. Hay muchos avances en cuanto a formación de jóvenes entrenadores que han aparecido, instalaciones deportivas y mejores campos… Todo lo que rodea el fútbol se ha profesionalizado» (Entrevista de Vicente Yusta a Vicente del Bosque en el especial ABC con motivo de los Mundiales, publicado poco antes de su comienzo.). No sólo eso, sino que, gracias al fútbol y a esos triunfos, la gente, sobre todo la gente joven, siendo este hecho de crucial importancia, extraía de su origen o pertenencia, de su nacionalidad, un motivo de grandísima alegría, manifestada en exhibición de banderas españolas, ostentación de camisetas y, a falta de himno nacional que pueda cantarse, aquella cantinela de «¡Yo soy español, español, español» entonada sobre la melodía, si no yerro, de la danza y canción «Kalinka», ¡de origen georgiano!
Por encima de derechas e izquierdas, más allá de preferencias políticas, siempre viciadas, las selecciones nacionales representan a todo un país y sus triunfos lo cohesionan y llegan incluso a sublimar sus carencias, deficiencias, tensiones y luchas. Sus derrotas, por el contrario, pueden agravarlas, al ponerlas de insoslayable manifiesto.
Las selecciones superan la quiebra de derechas e izquierdas, esto es las rivalidades políticas y sociales, ciertamente, mas -y pregunta y respuesta son de vital importancia para el caso español- ¿logran preterir o, cuando menos, aliviar las disputas territoriales, vencer las fuerzas disgregadoras y separatistas, ese engañoso «derecho a decidir», presentado como impoluto e irrefragable derecho de los pueblos?
España, irreprochable campeona del orbe y de Europa en las dos últimas ediciones, en su presentación ante Holanda en este último campeonato del mundo, cayó ¡por 1 a 5! Y ello cuando Del Bosque afirmaba unos días antes en la entrevista citada más arriba que «Hay muy pocas goleadas en los Mundiales de ahora, muy pocas. De cuatro para arriba, es imposible». Cinco días más tarde volvía a conocer otra cruel derrota; lo hacía frente a Chile por 0 a 2, quedando así automáticamente eliminada y ofreciendo, por más que la holgada victoria ante la modesta Australia edulcorara algo su salida del campeonato, una impresión lamentable de mengua física y ausencia de reacción. España se mostraba como una potencia súbitamente decadente, exhausta y acabada. Súbitamente, insistimos, pasaba de ser la primera a, eso sí momentáneamente, la trigésimo-segunda. Puede parecer difícil, harto difícil, explicar tan rápida mutación, tal caída tan acelerada al abismo. De hecho han sido muchos, y algunos variopintos, y en nuestra opinión todos ellos falaces, cuantos motivos se han apuntado o argumentos se han esgrimido.
Las razones, creemos, o, por mejor decir, estamos convencidos si bien desearíamos estar equivocados, no son de orden deportivo, sino de índole política con incidencia directa en la psique de los jugadores considerados individualmente y también en colectividad, esto es la selección, el equipo nacional, expresándose todo ello en una conducta y un rendimiento, ambos, deplorables.
Que España haya fallado tan estrepitosamente en el Campeonato del Mundo, se debe a la descomposición territorial que afecta a nuestro país; es reflejo de ese desmembramiento y, así, necesariamente, se ha producido lo que no podía no darse. En otras palabras, la humillante e indecorosa derrota de España representa la más fidedigna imagen, el genuino símbolo, los pródromos del resquebrajamiento imparable de su unidad y, en definitiva, de su ulterior desaparición como nación. A demostrarlo, o al menos a intentarlo, vamos a aplicarnos en las líneas sucesivas.
Mas, para ello, en primer lugar, hemos de rebatir las razones esgrimidas para dar sentido y explicación a esta debacle sin paliativos.
2) EXPLICACIONES DE LA SEVERA DERROTA
a) La falta de renovación, de cambios. En ello cifra Eduardo Punset su argumentación. Cabe contraargumentarle que hasta ese momento, tal y como recordó del Bosque aludiendo al amistoso contra Italia jugado poco antes, el 5 de marzo del 2014, en que España ganó por 1 a 0 («Las señas que hemos dado últimamente no son malas. Hablo del partido de Italia, en que dimos una sensación buena, con espíritu competitivo pese a que el encuentro estuviera encajonado entre la Liga y la Champions», en el citado especial Campeonato del Mundo de ABC, previo a su celebración) y tal y como se demostró en el partido inmediatamente anterior al Campeonato frente a El Salvador, la selección funcionó adecuadamente y no ofreció síntomas de agotamiento o de dejación. Así las cosas, ¿por qué cambiar, mas sobre todo hacia dónde y cómo dirigir el cambio? Nadie posee en este mundo el don de la presciencia y los cambios, cuando se dan, se producen «a toro pasado».
b) Agotamiento físico. En especial por lo que hace a los jugadores del Atleti de Madrid y del Real Madrid, apurando el calendario hasta el último partido de la Liga (caso del Atleti) y la final de la Liga de Campeones o Champions (ambos equipos citados). Sin embargo, Iker Casillas, como todo el mundo sabe, había jugado relativamente poco durante la temporada; Sergio Ramos atravesaba un momento espléndido y fue gracias a él cómo el Madrid pudo proclamarse campeón de la Champions frente al equipo atletista; Xabi Alonso, por acumulación de tarjetas, no disputó aquella final. En cuanto al Atleti, por no disponer de las plantillas del Madrid o del Barça entre otras cosas, es bien cierto que el agotamiento le hizo perder la gran final de Lisboa, mas si nos atenemos a sus efectivos de la selección, veremos que Juanfran era, a priori, suplente; Koke no mostró signo alguno de cansancio, sino más bien todo lo contrario; de Villa no puede afirmarse que la temporada lo hubiera exprimido y, además, no disputó los dos primeros partidos de la selección español contra Holanda y Chile; a Diego Costa se le puede reprochar falta de garra y de confianza en sí mismo, pero no fatiga. En cuanto a los demás jugadores, militan en el Barça o en clubs extranjeros. El hecho de que los futbolistas del Barcelona disputaran hasta el último momento del último partido la Liga al Atleti, llegaran a la final de la Copa del Rey y a cuartos de la Champions, no es razón suficiente y, en cualquier caso nadie habló de extenuación de sus miembros. Por otra parte, también, por ejemplo, los jugadores del Bayern alcanzaron la semi-final de la Champions y todos sabemos que el fútbol alemán, el británico y el italiano donde militan mayormente nuestros futbolistas emigrados, son de gran exigencia. Además, para un profesional, esa tensión del espíritu y esa exigencia física son garantía de rendimiento. Los futbolistas de la selección estaban mentalizados para llegar hasta el final y ese final no concluía con la Liga o la Champions, sino que lo hacía en la cita mundialista. Oigamos nuevamente a del Bosque (especial ABC previamente citado), quien precisamente a la pregunta de si «¿A la selección española le perjudica que los equipos españoles hayan llegado a las finales en Liga Europa ( el Sevilla, campeón y el Valencia, semi-finalista) y Champions (Atleti de Madrid y Real Madrid)?», responde: «Es positivo… Hay que beneficiarse y poner en valor esos hechos. Tenemos una semana de retraso con respecto al resto en lo que a preparación se refiere, pero va en beneficio de jugadores que al final han sido campeones. No creo que eso sea un problema», con lo cual del Bosque viene a decir que esa supuesta desventaja física queda obviada y superada por una ventaja moral indiscutible.
También, a este respecto, podemos recordar cómo Kiko (Narváez), comentarista del partido Holanda-España, en Tele 5, expresaba su perplejidad ante el resultado contraponiendo el bajo rendimiento de España al hecho de que, por ejemplo, Sergio Ramos y Jordi Alba habían llegado en plenitud de forma. De este último afirmó que corría por la banda «como una moto».
Citemos aquí también al propio del Bosque (especial de ABC previamente citado): «En los últimos partidos se ha jugado bien e incluso muy bien en algunos momentos. No hay síntomas de agotamiento, en absoluto».
c) Las lesiones. Se dudó hasta el último momento de la conveniencia de llevar a Diego Costa o de dejarlo en casa. Si sí se hizo, fue porque los informes médicos, cuando menos, no lo desaconsejarían. Se prescindió de Navas, desgraciadamente, porque no pudo jugar el último tramo de temporada por una dolencia. Otro tanto, si no voy errado, ocurrió con Arbeloa. De todos los otros no había motivo alguno de preocupación al respecto. En cuanto a las lesiones sobrevenidas en el transcurso del campeonato, la enorme calidad de los veintitrés seleccionados hubiera sido motivo más que suficiente de tranquilidad, siendo esto último algo de lo que no muchas otras selecciones podrían vanagloriarse.
d) Lo previsible de su juego. También fue España previsible en el 2010 y ganó. Y en el 2012 y también ganó. ¿Cómo puede concebirse, por otra parte, que un equipo trastoque su idiosincrasia para que el rival no pueda prever su juego y para poder tomar desprevenido al enemigo? Ello equivaldría no sólo a una gran falta de confianza en sí mismo, sino además y sobre todo a vivir a expensas del rival. Un campeón, si quiere seguir siéndolo, no puede comportarse así.
Que la forma de desenvolverse de los españoles era bien conocida, no puede negarse, pero de ahí a afirmar que, desde ese conocimiento, se podrían neutralizar sus virtudes o que, de seguir España manteniéndose fiel a su estilo, estaba firmando su sentencia de muerte, hay un gran trecho. En cualquier caso, esto de lo previsible de su juego como explicación de la debacle se nos antoja excesivamente simplista. También son harto previsibles Djokovic y Nadal y ganan prácticamente siempre. También era previsible García Márquez y no por ello dejaba de triunfar y de cosechar buenas críticas. También eran previsibles los Tercios y fueron invencibles… hasta Rocroi, claro está, pero es que en Rocroi ya se hace insostenible el predominio militar español, a pesar de su superioridad técnica y táctica porque en Rocroi se manifiestan los graves problemas, desmoralización y agotamiento de la sociedad española que hasta ese momento las victorias en los campos de batalla habían ocultado y aplazado. El fútbol es la guerra por otros medios, una suerte de guerra pacífica; las selecciones son los ejércitos, pacíficos también. Hay un indudable paralelismo, por lo que hace a España, entre cuanto sucedió en Rocroi y en Maracaná, en que el 0-2 frente a Chile consumó el fin de un período.
e) Futbolistas ahítos de títulos y de dinero. Un profesional de la competición nunca queda saciado y sólo renuncia por el triste imperativo de la edad. No son raros los casos de futbolistas que, por no querer dejar la competición, aun teniendo la vida más que resuelta, se enrolan en clubs cuyo historial y calidad no pueden desde luego reverdecerles los laureles. Di Stefano, el gran Di Stefano, el mejor jugador de todos los tiempos, sería un buen ejemplo de ello.
No obstante, en la ya mencionada entrevista, del Bosque parece dejar traslucir una cierta inquietud. A pesar de que «las señales que da el grupo son buenas», «nos preparamos para que no ocurra nada extraño. Sobre todo que no pase en aquellos que son mayores que han ganado todo, que tienen éxitos tanto en su club como en la selección. Son jugadores que han superado siete, ocho o nueve fases para Eurocopas o Mundiales. Todos esos, si responden, arrastran a los jóvenes». Pero, ¿y si no respondieran? Del Bosque afirmará luego que «no hay que cargar todo sobre ellos (los veteranos)». Da pues la impresión de que Del Bosque lo haya previsto todo, bueno o malo, y ante lo que pudiera revelarse negativo, haya buscado de antemano una solución. Insiste: «Una Copa del Mundo tiene mucho eco y a nadie le gusta perder ni jugar mal. Todo el mundo quiere que seamos un equipo, queremos ganar… Yo creo que estamos todos repletos de buenas intenciones, de eso no se puede dudar…», para concluir que la mentalidad y el espíritu de la selección son competitivos.
En cuanto al aspecto económico… ¿quién dijo aquella verdad de que nunca se está lo suficientemente delgado ni se tiene suficiente dinero? De haber vuelto a triunfar, cada jugador habría ganado ¡700. 000 Euros! Por mucho dinero que se tenga ya, a nadie le amarga un dulce. ¿Quién no lucharía por obtenerlos? En fin, que seguir argumentando resulta más que ocioso.
f) La vejez de la selección. Aquí el propio del Bosque se muestra tajante, asistido como se sabe de la razón. En la ya citada entrevista, declara que la suya no es una selección vieja, que si se excluye a los porteros por no tener influencia directa en el juego, «el único que tiene 34 años es Xavi Hernández. Xabi Alonso y Villa tienen 32. Y luego tienen 30 Andrés Iniesta y Fernando Torres. Los demás están por debajo, con lo que de veinte jugadores de campo, sólo tres superan los 32. No se puede decir que esta selección sea veterana… Insisto en que los problemas, si vienen, no son porque este equipo sea viejo. Es un equipo joven… Hablemos de Javi Martínez, Azpilicueta, Piqué, Busquets, Pedro…
Así pues, no hay tal vejez. El argumento de la edad avanzada no se sostiene.
g) Lo inadecuado de Diego Costa. Debido a sus lesiones, Diego Costa fue sustituido en sus dos últimos partidos con su club. Sin embargo, aun apurando al máximo, afrontó el Mundial recuperado. Los reproches a su rendimiento no atañen a su forma física, sino más bien a su actitud, a su forma mental. La verdad es que, desde que se estrenó con la selección, en el seno de ésta, no ha dado pie con bola: con ni un solo gol en su haber, siendo como es goleador en la liga y ocupando indiscutiblemente el puesto de delantero centro, se le ha visto siempre perdido, desnortado, incómodo, sin hallarse. Sin embargo, en Brasil, tenía que romper definitivamente. No fue así y no lo fue, en nuestra opinión, por razones sentimentales o afectivas. Diego Costa es brasileño de origen, nacionalizado español por razones profesionales o, si se prefiere, comerciales, pues ello favorece su movilidad y sus contratos en Europa y aumenta así sus posibilidades de ganar más dinero, como ha denunciado un dolido Scolari, quien lo reclamó insistentemente para su selección, teniendo que alinear al final a un ineficaz Fred. Pero si Costa no llegó a cuajar tampoco con la selección en su cita mundialista, fue, creemos, por estar cohibido. Un brasileño renunciaba a su patria y, con una nacionalidad suplantada, se presentaba precisamente en Brasil, ante sus ex-compatriotas, suscitando en ellos el rechazo. El público le silbó y abucheó sistemáticamente cada vez que tocaba el esférico. El futbolista no es sólo una máquina de ganar dinero; también, como el Julián de «La verbena de la paloma», «tiene su corazoncito y lágrimas en los ojos y celos mal reprimidos». Y, claro, por muy flemático que se sea (y Diego Costa no es flemático), hay cosas que duelen mucho. Diego Costa estaba así desplazado, fuera de lugar y de ahí su inadecuación, debida pues a razones psíquicas más que estrictamente deportivas. Cuestión de pertenencias, de patrias. Sentimientos contradictorios. Ambivalencias difícilmente asumibles. Su caso, si bien distinto, no es único en nuestra selección, como luego se verá; también entre los nuestros, se da un «sentimiento de pertenencia especial». Nos estamos refiriendo, claro está, a los futbolistas catalanes.
h) Casillas, el capitán y guardameta, estaba «frío». Qué duda cabe de que Iker Casillas se mostró en todo momento lamentable, propiciando unos goles que no hubieran debido ser tales, hasta el punto de que se puede afirmar que él fue el mejor delantero de los rivales. Cierto es que ya, frente al Atleti, en la final de la Champions, no anduvo muy católico. Sin embargo, en nuestra opinión, su deplorable actuación no exime de responsabilidad a los demás. Por otra parte, y es aquí, pensamos, donde incidimos en lo realmente importante, donde, como se dice, «ponemos el dedo en la llaga», Casillas es el capitán, esto es representa a todo el equipo y ese equipo representa a toda la nación; Casillas es representante de representantes, símbolo de símbolos. A él toca por tanto, como capitán que es, desde el punto de vista psíquico, ser el primer afectado por una situación de degradación. Como capitán, precisamente, le corresponde poner orden y, haciendo de tripas corazón, preservar la moral de sus tropas, siendo su deber ser el primero en creer en la victoria. Sí, pero llega un momento en que la farsa no puede mantenerse por más tiempo y, por muy responsable y consciente que se sea, se produce la depresión porque se ha perdido la fe y ya no se puede fingir por más tiempo. Cuando en una batalla ( y un partido es una batalla, eso sí pacífica), los mandos se desmoronan por verlo ya todo perdido, se produce la desbandada de la tropa, presa del pánico. «¡Que nos copan!» y pies, ¿para qué os quiero?
i) El Barcelona, eje de la selección, no rindió en esta temporada. En El País (19 de junio 2014), Luis Martín escribe: «… no son pocos los que vinculan el batacazo (de la selección)con la caída del Barça, eje de la selección…» . Hasta el punto de que se ha hablado también de debacle de los culers. Cierto es que el Barça, con su potencial económico, con su plantilla y con su muy reciente historial, defraudó, pero a estas alturas qué aficionado español no desearía que la selección lo hubiese hecho al menos como el Fútbol Club Barcelona en la Liga (que no alcanzó por poco, perdiéndola en los últimos minutos del último partido), en la Copa del Rey (fue finalista) e incluso en la Champions (llegando a cuartos de final frente a la eliminación de España en la primera fase). No hubo batacazo barcelonista.
El Barça cuenta, y mucho, en la selección, pero no sólo cuantitativamente por su elevado número de seleccionados, o por su contribución cualitativa de excelentes jugadores, sino por razones de índole política y por tanto afectiva o, si se prefiere, psíquica. De ello se hablará más adelante.
Vayamos ahora con las razones que han dado algunos de sus protagonistas. Si descartamos las que son meramente descriptivas, anodinas o sencillamente perogrulladas y que no van más allá de la constatación del daño y de la disculpa, atenderemos exclusivamente a las de Xabi Alonso.
j) Los motivos de Xabi Alonso. «La cuota de éxito y alegría estaba cumplida y agotada», con lo cual alude a un supuesto cansancio psíquico, a la saciedad o incluso saturación. No lo compartimos y a las argumentaciones expuestas más arriba remitimos. La energía psíquica que posibilita éxitos y garantiza alegría y vitalidad no son cantidades fijas o recipientes de capacidad fija y limitada.
Y sin embargo, bien miradas las cosas, si profundizamos, no va desencaminado Xabi Alonso. Del Bosque define los Mundiales como «la fiesta del fútbol, la fiesta absoluta» y añade luego: «Por eso nos debemos sentir entusiasmados con estar en esta fiesta». Por tres veces aparece la palabra «fiesta». Y fiesta es alegría, ésa que menciona Xabi Alonso. España estaba en la fiesta, sí, pero como ese comensal de la parábola evangélica de los invitados a la boda (Mateo 22, 2-14) que, por no asistir adecuadamente vestido, por su falta de decoro, por su no «saber estar», es expulsado de ella. ¿Adónde? Ciertamente a las tinieblas exteriores, donde » habrá llanto y crujir de dientes».
España carecía de esa alegría de grupo que sólo puede proporcionar la cohesión y, sobre todo, en el caso de una selección nacional, el sentimiento emocionado y la convicción firme de representar a una nación.
Prosigue Xabi Alonso: «Mentalmente no estábamos preparados…» Xabi Alonso alude a circunstancias, a razones coyunturales. Nosotros cambiaríamos ese «mentalmente» por «anímicamente» e incluso por «patrióticamente». Sí, insistimos: no había ya sustrato patriótico en la selección. Esa cuota, la patriótica, era la realmente agotada y sólo ella explica la grandísima tristeza, el juego profundamente melancólico, deprimido, de España. Prosigue Xabi: «Hemos perdido solidez, empaque y saber estar… No nos veíamos reflejados en el campo».
Triste, muy triste es también que le venga a uno a la memoria el comportamiento de la selección en el Mundial de 1982, celebrado en España. A un tenso y dolido Santamaría, seleccionador nacional, sólo se le ocurría, para justificar a sus jugadores y a sí mismo, decir que «los muchachos han sudado la camiseta». Del Bosque, tras declarar que «no tenemos ninguna disculpa», añade que «cabe resaltar el esfuerzo. Creo que han corrido» (El País, jueves 19 de junio). Ese «hemos corrido» es, cuando menos, discutible, pero es que nos retrotrae a la falaz justificación de Santamaría, con sus sudores. ¿Dónde queda el toque, la técnica, el preciosismo y virtuosismo, el elegantísimo estilo, la inteligencia exhibida por España en los últimos años, todo cuanto precisamente había arrojado al baúl de los recuerdos eso de la «furia española», que no era más que un disfraz retórico con que cubrir nuestra desnudez? Como afirma el Marca (19 de junio del 2014), «la selección perdió en Brasil las señas de identidad que la llevaron al éxito».
En cualquier caso, cuantas explicaciones se han dado al desastre, tanto desde dentro como desde fuera de la selección, responderían como mucho al cómo, mas no al por qué. Para ello hay que profundizar, no limitándose a lo estrictamente deportivo, sino zahondando en lo político. Es ahí donde, en nuestra opinión, reside la clave. Lo político acaba por incidir siempre en la psique, en el ánimo.
Antes de ello detengámonos unos instantes en la ilusión que suscitaba nuestra participación en este Mundial de Brasil, tan bien reflejada en la publicidad.
3) LA PUBLICIDAD
A estas alturas, uno echa la vista atrás y ve, en antiguos números de diarios y revistas, los anuncios protagonizados por los jugadores de la selección. «¡Vamos a ganar!», proclaman aún ahora desde los quioscos de la Once. Se antoja cruel sarcasmo. Otro anuncio de complejos vitamínicos muestra escalonadamente a unos futbolistas (Torres, Casillas, Sergio Ramos, Xavi Hernández, Iniesta, Pedro) que, precisamente, han carecido de vitaminas, de energía, de eso que en inglés se llama stamina, de esa pasión sin la cual nada grande puede ser creado, en opinión de Hegel. Y no va desencaminado el chico.
En otro de ellos Iker Casillas aprieta los puños y canta victoria tras de dos Hyundai. Reza el anuncio: «Si tu selección marca, tú ganas» y se nos informa de que «1 gol = 1 cuota menos» hasta «15 goles = 15 cuotas menos». Cuando uno piensa que el gran Casillas, San Iker (¡si hasta en la ciudad griega de Nauplios, hace nueve años, en el 2005, un viejo pope barbado y perfumado, al que ni le faltaba el moño torero, sabedor de nuestra nacionalidad, evocaba con emoción las paradas de Casillas por mejor complacernos!), ha encajado siete goles en dos partidos… Si Hyundai quisiera lisonjear al potencial comprador, habría tenido que especificar que esos goles «con sus cuotas descontadas» se referían a los encajados por Iker y no a los marcados por España a sus rivales.
El anuncio de los seguros Pelayo muestra en un primer plano a un inhabitual, por sonriente, Del Bosque; en un segundo plano aparecen hasta once jugadores de la selección (Busquets, Sergio Ramos, Costa, Pedro, Torres, Xabi Alonso, Piqué, Xavi Hernández, Jordi Alba, Iniesta y Casillas), sonrientes también, con los sobres de Pelayo en las manos como si se tratara de partituras. Parece aquello un anuncio de «Los chicos del coro». Hay en el ambiente una bella alegría y casi una enternecedora ingenuidad.
El de Iberdrola nos presenta a un Iker, un Jordi, un Xavi, un Diego Costa y un Azpilicueta, abrazados y felices, aclamados por delante y por detrás por la multitud. Reza el anuncio: «Buena energía» y en caracteres más pequeños: «La Seleción lleva años dándonos buena energía. Y ahora, se la vamos a devolver». La pregunta es si realmente ha habido «buena energía». Sí, es cierto que «la Selección lleva dándonos buena energía». Pero hasta hoy. En nuestro país no hay una buena energía. Dejando de lado la crisis económica y la desconfianza creciente del pueblo hacia los políticos y la «partitocracia» y, centrándonos en la cuestión territorial, en España, insistimos, no hay «buena energía». Es más, cada vez es más negativa y cada vez el ambiente se nos aparece más enrarecido.
4) MAL DE MUCHOS…
Posiblemente por aminorar la magnitud del desastre, por aquello de que «mal de muchos, consuelo de tontos» (y todos, mientras no se demuestre lo contrario, somos bastante tontos), se han establecido correspondencias con situaciones similares vividas por otras selecciones. Así, Hugo Cerezo, en el Marca del 19 de junio del 2014, bajo el epígrafe de «Paralelismos con Francia», escribe: «También somos la quinta selección que, siendo campeona, no llega a los cruces de octavos y tiene que hacer las maletas con apenas tres partidos jugados, en este caso dos… Quizá lo vivido por España se asemeje más a la Francia de Japón y Corea, que se presentó en aquel Mundial con el mismo equipo que ganó consecutivamente el Mundial del 98 y la Eurocopa del 2000».
Sí, ello es innegable, mas es asimismo innegable que este paralelismo se presenta tan sólo adecuado hasta cierto punto. La eliminación de Francia no adquirió tamañas dimensiones de vergüenza. Todos sabíamos que era dificilísimo volver a ganar el Campeonato, comenzando por el propio Del Bosque, quien declara en la entrevista ya citada del especial de ABC: «Nos tenemos que preparar para algo muy duro… No podemos pensar que somos campeones del mundo y que eso vale. Puede servir como autoestima, pero hay que reconocer la dificultad… Que (la estrella de campeones del mundo) no nos aturda, que no nos vuelva locos, que no nos confunda». Todos sabíamos que incluso el pase a octavos no sería fácil, coincidiendo con una Holanda y un Chile poderosos, tal y como afirma Del Bosque en la misma entrevista: «… Chile, Holanda Australia y todo lo que venga son rivales muy difíciles». No se superó la primera fase, pero además, y sobre todo, la selección quedaba eliminada automáticamente tras su segundo partido, habiendo encajado cinco goles en su primera comparecencia, donde fue ridiculizada y humillada. A la pregunta de si en un Mundial no puede darse más de un partido malo, del Bosque responde: «Bueno, o sí. Lo que hace falta es que en ese partido malo encontremos recursos para sacarlo adelante y corregirnos». Sin embargo, esos recursos para invertir la situación brillaron por su ausencia. Precisamente debido a esa falta de reacción que denunciábamos más arriba, por no saber sobreponerse, España cosechó el fracaso general, tras la paliza inicial frente a Holanda. «Todo lo que venga», dice Del Bosque, empleando con acierto el subjuntivo. Imaginemos que hubiera usado el futuro simple de indicativo: «Todo lo que vendrá»… aún hubiera dolido más.
El Marca señala también cómo, además del ya citado caso francés en el 2002, Italia en 1950, Brasil en 1966 e Italia en el 2010, no pasaron de la fase de grupos. Hasta aquí la Memoria Histórica. Recurramos ahora a la Memoria Crítica y preguntémonos si esas selecciones cayeron tan estrepitosamente como nosotros. Así, tras los cinco goles encajados ante Holanda, la portada del rotativo L´Équipe ostentaba un revelador «INVRAISEMBLABLE» («inverosímil»). Insistimos: que España perdiera, caía dentro de lo plausible, pero que cayera de esa forma y se mostrara carente de todo espíritu de reacción y lucha, en estado de abulia melancólica, de acidia, eso es lo que se presentaba «inverosímil».
Al palmarés de España como selección desde el 2008, sumándole los éxitos de nuestros jugadores exportados que triunfan en Italia, Alemania y Reino Unido, así como las victorias acaparadas por clubs españoles en las competiciones europeas ( Real Madrid en la Champions y Sevilla en la Liga Europea) frente a finalistas (o semi-finalistas) también españoles (Atleti en la Champions y Valencia, semi-finalista, en la Liga Europea), no le correspondía el batacazo sufrido en Brasil. Este cómo de la derrota y en este contexto incontestable de éxitos es lo que ha causado general estupor y auténtica consternación.
El hincha brasileño, ya satisfecho con ese 3 a 0 infligido a España en la final de la Copa Confederaciones en el verano del 2013, no perdió ocasión de hacer leña del árbol caído hispano por representar a priori nuestra selección el rival más terrible. Cuando España afrontó su último compromiso frente a Australia, en las gradas del estado de Curitiba se pudo leer la siguiente pancarta, referida obviamente a nuestra selección: «Somos la risa del mundo». De campeones mundiales a objeto de mofa, mundial también. El texto no lo redactó un hispanohablante pues en nuestra lengua se dice «el hazmerreír». En cualquier caso el texto estaba claro y además llevaba más razón que un santo. Aquella pancarta, aun concebida y enarbolada por el rival -o quizá precisamente por ello, pues los de fuera consideran las cosas con mayor perspectiva y menos mecanismos de defensa-, daba en el clavo. Desde hace unos años, y somos generosos al acotar tanto en el tiempo, desde el plan Ibarretxe y el nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña, alentado por el mismísimo Presidente del Gobierno Central, pasando por aquello de lo discutible del concepto de «nación» y un larguísimo etcétera, España viene siendo el hazmerreír de Europa y del mundo. Forzosamente, en un Campeonato de, precisamente, el Mundo, la selección española ha de acusar el estado de cosas, la indefinición y pusilanimidad de la clase política nacional, en definitiva ha de hacer el ridículo y convertirse en el hazmerreír de todos.
5) UN GIGANTE CON PIES DE BARRO
Somos conscientes de que se nos puede contraargumentar que la tensa situación político-territorial en España viene de lejos y que si se diera una relación causa-efecto entre tendencias centrífugas y rendimiento futbolístico, la selección no hubiera ganado sus dos Campeonatos Europeos ni el Mundial de Sudáfrica. Repliquemos a ello, en primer lugar, con una obviedad, que es que, en sociología, no hay relaciones unívocas, previsibles siempre y certeras como en una reacción química de laboratorio de centro de enseñanza. La sociedad humana y el individuo son de enorme complejidad y es imposible conocer y controlar todas las variables que intervienen en las conductas colectivas, así como que es insoslayable el proceder por aproximaciones.
Digamos, en segundo lugar. que -como ya apuntábamos previamente- en España se han creado unas irreprochables e impecables infraestructuras que han dado en coincidir con una generación de futbolistas excepcionales, acompañada de otra de sabios entrenadores. Que, sumado a ello, el desarrollo económico desde nuestra entrada en el concierto europeo de naciones, junto con el tamaño de nuestro país (grande para lo que es Europa; el segundo de la Unión Europea) y su número de habitantes (46 millones), estaban demandando un reflejo en lo deportivo y, sobre todo, en lo futbolístico y que era o «ahora (por hace unos años) o nunca ya» el momento de llevar a efecto ese deseo, esa necesidad, esa exigencia social. Si el sentimiento de inferioridad en el contexto internacional se había superado, no cabía ya en términos deportivos. Es, por otra parte, cuanto expresa Del Bosque en la ya mencionada entrevista: «… un país muy futbolero que siempre había estado alejado de los primeros puestos. España tenía un complejo ancestral que no había superado con el paso de los tiempos, hasta que esta nueva generación ha conseguido todo lo que ha conseguido».
El deporte es sociología. Quedaban atrás el cuarto puesto de Mariano Haro y sus cuatro platas en los mundiales de Cross. Quedaba atrás también, a defecto de auténtica maestría técnica, la «Furia Española». Era ¡por fin! la hora de Fermín Cacho, Nadal, Amaya Valdemoro, etc. y el fútbol español, más allá del Real Madrid, club que no nación y grande, sin menospreciar a sus futbolistas nacionales, gracias a sus fichajes extranjeros.
La selección fue, por fin, un verdadero gigante, mas… con pies de barro. Paralelamente al nuevo rumbo de nuestro deporte y nuestra sociedad y dentro de ella se agitaban con denuedo, perseverancia y encono los nacionalismos disgregadores.
6) DESAFECCIONES Y DESAIRES
Consideremos, sin respetar el orden cronológico, algunos hechos reveladores por lo que hace a nuestra perversa falta de unidad.
a) El caso Oleguer. Oleguer es un buen jugador. Milita en el Fútbol Club Barcelona. Es independentista. Convocado por Luis Aragonés en el 2005, rechaza militar («Me negué a jugar») en una selección que no considera suya. «Le dije a Luis que era mejor que fueran otras personas con más implicación». Desde luego a Oleguer ni se le puede acusar de hipocresía ni se le puede negar tacto y discreción pues evitó el escándalo y la vociferante propaganda separatistas; tampoco se le puede reprochar deslealtad hacia el seleccionador nacional, de quien afirmó: «Fue franco y honesto conmigo». Afirma Oleguer que «sé que ha habido más casos como el mío, seguro, pero con ellos no se ha hecho tanta polémica». («ABC.es» 19/11/2012; «Libertad digital» 11/11/2013; «20mn.es» 24/4/14) De ser cierto, qué grave es el hecho de que haya habido más casos como el suyo. Da la medida de la desnacionalización de España, que nos aqueja.
b) Selección vasca y selección catalana. Constantes reivindicaciones de los nacionalistas. Hay quien esgrime el precedente histórico de las cuatro selecciones de Escocia, País de Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte, tanto en fútbol como en rugby (en este último deporte, los irlandeses del Ulster y de Eire juegan en una misma selección). Sí, pero en nuestro país no existe esa tradición y el propósito de tales selecciones no es otro que el de dar un paso más hacia la independencia.
Recordemos cómo en diciembre del 2007,en Bilbao, se organizó una manifestación para reclamar la oficialidad de las selecciones vascas. Una gran pancarta, que rezaba: «Euskal Herria, nazio bat, selekzioa bat», era portada por varios deportistas, entre ellos por los futbolistas Garitano, Tiko Martínez, Joseba Garmendia y Markel Susaeta, del que se hablará unas líneas más abajo. Tras la manifestación se jugó el partido Euskadi-Catalunya, con presencia, en el palco, del entonces lehendakari Ibarretxe, Carod-Rovira, vice-presidente a la sazón de la Generalitat y Artur Mas, en la oposición todavía. («El Mundo.es» 30/12/2007).
También se recordará cómo los nacionalistas vascos han buscado siempre el apoyo de los jugadores del Athletic a una selección de fútbol propia; es más, los etarristas alcanzaron a ejercer tal presión en los futbolistas en diciembre del 2008, que éstos llegaron a firmar un comunicado en el que rechazaban jugar su tradicional partido navideño contra otra selección (esta vez les tocaba contra Irán) si portaban el nombre de Euskadi pues reivindicaban el de Euskal Herria y sólo con él aceptarían disputarlo. («Público» 18/12/2008)
Consideremos la ambivalente tensión que esta situación de constante reivindicación y rechazo nacionalista de la selección española, ha de generar necesariamente en unos futbolistas vascos y catalanes que, por su calidad, son reclamados regularmente por el seleccionador nacional. A este respecto recordemos la chanza de Albert Boadella cifrando el «hecho diferencial» catalán en la esquizofrenia.
c. La «cosa» de Susaeta. En este estado de cosas, a los futbolistas exclusivamente vascos (aunque no poseedores de los cuatro apellidos euskaldunes preceptivos pues basta su nacimiento en tierras vascas o tierra navarra para obviar su origen maketo) del Athletic de Bilbao, se les ha de hacer muy difícil escurrir el bulto -plantarse o rechazarlas abiertamente es de todo punto imposible si se quiere seguir jugando al fútbol o sencillamente preservar la integridad física- ante las presiones nacionalistas del PNV y de los etarristas, tendentes a que apoyen y suscriban implícita y explícitamente toda reivindicación de una selección vasca independiente pues ¿quién quiere ser el señalado, el acusado con el índice, el traidor?
En la Euskaltelebista está prohibido nombrar a España; se habla del Estado. Hay palabras-tabú en el contexto nacionalista, empleando el término «tabú» en su sentido más genuino, esto es el mágico; son palabras que no deben pronunciarse para no dar en la blasfemia o por no desencadenar una desgracia, como por ejemplo que le quemen a uno el vehículo o le peguen un tiro.
Así las cosas, cuando Vicente del Bosque seleccionó al jugador bilbaíno Susaeta, éste, en rueda de prensa, azorado porque se veía llevado por su discurso a decir «España» o, cuando menos, «la selección», atrayéndose así los truenos o los rayos del colérico nacionalismo, dudó, titubeó y acabó por decir «la cosa». Debido a lo ridículo del despropósito, más de uno pensará que exageramos, nos chanceamos o «vacilamos». A esos descreídos, nuevos Tomases, se les remite a YouTube, para que crean lo increíble y hundan sus dedos en la raja.
d. Homenaje a los futbolistas vascos de la Selección por parte del Parlamento Vasco. Tras alzarse con el Mundial de Sudáfrica y, bajo mandato del socialista Patxi López gracias al apoyo del PP, el Parlamento Vasco, presidido por la conservadora españolista Arantza Quiroga, rindió homenaje a LLorente, Javi Martínez y Xabi Alonso. En realidad, más que de homenaje, cabe hablar de recibimiento por parte de la citada señora Quiroga. Con una exhibición limitadísima de la Jules Rimet, que da cuenta de la anormalidad del caso vasco, se trató pues de un acto discreto puesto que de haberse llevado a cabo en el hemiciclo, aquello hubiera sido aprovechado por los nacionalistas para manifestar su vehemente desacuerdo y desazonar a los homenajeados, quitándoles las ganas de volver. Peneuvistas y Aralar lo afearon mucho y expresaron su rechazo. Tanto es así que Joseba Egibar, portavoz del partido de Sabino Arana, calificó el acto como de «provocación del PP o del PSOE, en definitiva España» que es la que «impide que Euskadi o Euskal Herria pueda tener selección propia», remachando que el combinado español «no es nuestra selección» («El Correo.com» – edición Vizcaya – 2/12/2010)
e. España no jugará en San Mamés. Ante la iniciativa para que Bilbao fuera una de las sedes del Campeonato de Europa de naciones que se disputará en varios países europeos en el año 2020, el diputado general de Vizcaya, el peneuvista José Luis Bilbao expresó su rechazo a que España jugara en San Mamés, la «catedral», para que no la mancillara con sus colores, obviamente. A don José Luis Bilbao, los revolucionarios franceses, centralistas claro está, le hubieran llamado «Monsieur Véto».
A este propósito, bajo la legislatura vasca de Patxi López, se habló bastante de que la selección llegara a jugar en el País Vasco. San Mamés, dadas sus dimensiones y su prestigio, hubiera sido, desde luego, el estadio más indicado. Por otra parte España no disputaba allí un partido desde 1967. Al final, el único ofrecimiento explícito fue el del alcalde socialista de Baracaldo («El Mundo» 19/11/2009). Todo quedó en agua de borrajas. Y luego, en las siguientes elecciones vascas volvió a ganar y a gobernar el PNV y ya, como diría Cervantes, «no hubo nada».
f. Mariano Rajoy y la camiseta del Athletic. Octubre del 2008. Rajoy es todavía jefe de la oposición. En una visita al País Vasco, visita junto a Basagoiti la casa del Athletic de Bilbao. El presidente de la entidad le obsequia con una camiseta del club (¡firmada por los jugadores!) y una maqueta del estadio de San Mamés. Se produce entonces una «fuerte polémica en algunos sectores de la afición rojiblanca», esto es el previsible, consabido y contumaz rechazo del nacionalismo en cualquiera de sus modalidades; tanto es así que la directiva ha de emitir un comunicado de prensa en el que lamenta que «un acto de cortesía se convierta en una especie de apoyo a una candidatura política concreta». Basagoiti, presidente de los populares vascos, afirma que «el Athletic emite este comunicado porque se puede haber sentido asustado por la repercusión que ha tenido el acto… el club rojiblanco intenta responder al revuelo suscitado porque teme las consecuencias de la gente más abertzale. Nosotros somos parte de la sociedad vasca como cualquiera». Y concluye: «Este país nuestro será completamente normal cuando nadie tema las consecuencias de haber recibido a un partido que no es nacionalista» (Canal Athletic. 26/10/2008) .
g. Llorente y Javi Martínez ¡españoles! Tras el Mundial de Sudáfrica, con un cachet y un prestigios aumentados considerablemente por la victoria, Llorente y Javi Martínez expresan su deseo de marchar al extranjero… Así pues, ¡no sólo militan en la selección de la nación opresora, sino que encima quieren abandonar físicamente la patria vasca! Los hinchas nacionalistas, por más ofenderlos, los tildan de «españoles» y se lo arrojan a la cara como los sayones sus escupitajos a Cristo y como, por otra parte, le gritaban a Felipe González cuando fue a dar un mitin al País Vasco en la década de los ochenta y, así, miles de ejemplos. Javi Martínez, contratado por el Bayern, tiene que dejar el club por la puerta trasera y ha de recuperar no sé qué enseres que custodiaba su taquilla con la nocturnidad y el sigilo propios de un ladrón. A Llorente se le castiga toda una temporada reteniéndolo contra su voluntad y sin dejarle prácticamente jugar. Felizmente, Llorente, si bien no fuera convocado por Del Bosque para este último Mundial, sí lo fue para la Eurocopa del 2012 celebrada en Polonia y Ucrania, y milita hoy, con buena fortuna, en la Juve.
h. La incomodidad de Xavi Hernández en el acto de entrega de los Premios Príncipe de Asturias. El paso de Mourinho, esa encarnación futbolística de Detritus, el intrigante personaje de «La cizaña», uno de los títulos de Astérix todavía con guión de Goscinny, por el Madrid, exacerbó la rivalidad entre merengues y culers, hasta enconarla al máximo. Ello es peligroso tal y como están las cosas porque como el fútbol es política y sociología, esa guerra está mostrando demasiado a las claras una inquina que quisiera mitigarse y ocultar y que, por relación dialéctica, puede echar aún más leña a la pira del odio, el futbolístico y el político, que acaban por confundirse.
En lo estrictamente futbolístico, esa situación puede ser muy perniciosa para el rendimiento de la selección, tal y como lo reconoce el propio Del Bosque, que siempre persiguió borrar la rivalidad agresiva entre barcelonistas y madridistas en el seno de la selección. Refiriéndose a las peleas y odios desatados durante la era Mourinho, afirma que «hemos rescatado el buen ambiente… es importante para ganar el Mundial; se necesita un clima sano y cordial como en cualquier profesión» (entrevista previamente citada)
En una decisión claramente política, el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes del 2012 recae conjuntamente en Iker Casillas y en Xavi Hernández. Iker es madrileño y del Madrid; Xavi es catalán y del Barça. Ambos militan y son piezas fundamentales de la selección. Ambos son amigos. Ambos se conocen desde hace mucho tiempo cuando triunfaron con la selección española sub 20 en 1999. Ambos, tras las broncas que enfrentaron a sus dos equipos, con inserción del índice de Mourinho en el ojo de Tito Vilanova incluida, han mantenido conversaciones telefónicas para calmar los ánimos y reencauzar la deplorable situación. El Príncipe Felipe expresó en su discurso que «se premia a Iker y a Xavi por su grandeza espiritual y excelencia personal. Son un ejemplo de deportividad y actitud conciliadora».
Con esta concesión del Premio Príncipe de Asturias en plena ofensiva independentista catalana, se pretende recrear la armonía inter-territorial y cohesionar al país. Quizá sean aprensiones nuestras, temores que proyectamos donde no toca y donde no hay tal cosa (¡ojalá!), pero mientras que, durante el acto en el teatro Campoamor de Oviedo, a Iker se le ve satisfecho y, en ocasiones, radiante, a Xavi, no tanto. Se le percibe incómodo. Representa, creemos, el papel del invitado a una fiesta a la que acude por obligación, por mera cortesía, sin alegría, sin entusiasmo, sin convicción. ¿A qué se debe esa actitud de retraimiento?, ¿es cuanto siente o esa desazón que manifiesta se debe a la presión social nacionalista que agarrota a sus conmilitones y paisanos e impide manifestar sentimientos u opiniones contrarias a las tesis dictadas por poderes políticos oficiales y fácticos en un territorio donde sólo cabe o la aprobación o el silencio, mas en ningún caso la oposición, como recientemente ha puesto en evidencia la Sociedad Civil Catalana, que, tras su entrevista con Artur Mas, declaró que éste concibe que se vote «no» en el referéndum, mas no que alguien se oponga a su celebración.
i) La senyera en Johannesburgo. España acaba de triunfar. Es, por primera vez en su historia, campeona del Mundo. Puyol y Xabi Hernández exhiben una senyera (también, luego ya en la celebración oficial en Madrid, Cesc se envuelve en la bandera catalana). Creemos que no era ni el momento ni el lugar. También, si no recordamos mal, aparecieron una enseña asturiana y otra andaluza. Tampoco era ni el momento ni el lugar. Así lo estimamos. Dicho esto, estas dos últimas banderas se antojan inocuas, se presentan inofensivas. Senyera e ikurriña, por desgracia, no. Dado el contexto político y con todos los precedentes de insumisión, desacato y desafección nacionalistas hacia España, su presencia allí no era ni folklórica, ni ingenua, sino, lamentamos decirlo, agresiva. Sí, por desgracia, lamentable y antipáticamente agresiva; mas a ver quién es el guapo que se atreve, no ya a hacerles ver a los protagonistas lo desafortunado de su acto, sino sencillamente a expresar ese malestar pues es seguro que se le tacharía de intransigente, centralista, enemigo de la libertad, franquista, fascista y toda la consabida retahíla de adornos dialécticos para la ocasión.
j) Piqué (¡con Tata Martino!) en la Diada del 2013. Bien cierto es que no tomaron parte en la cadena humana que recorría Cataluña desde el País Valenciano hasta la Catalunya Nord, ni que portaran una estelada, pero la ofrenda floral que llevaron a cabo como representantes del FC Barcelona a la estatua de Casanova se enmarcaba en un contexto claramente independentista, organizado como tal por la Generalitat y la Asamblea Nacional Catalana. Piqué se encuentra pues en una situación claramente difícil por su ambigüedad: por una parte, es titular indiscutible de la selección española y, en una ocasión, manifestó que, en caso de independencia de Cataluña, «todos saldríamos perdiendo»; por otra parte, participa (¿de buen grado, forzado por el grupo y el ambiente?) en un acto presentado como reivindicación de la soberanía nacional catalana y de su «derecho a decidir».
k) El compromiso barcelonista con el movimiento separatista. Desde que Artur Mas accediera a la presidencia de la Generalitat y se erigiera en jefe del independentismo, el F.C. Barcelona, progresivamente y sin ambages, ha apoyado la aventura, brindándole un apoyo incondicional. Y -digámoslo una vez más- como el fútbol es sociología y es psicología de masas, captarse la voluntad del Barça es ganar adeptos, vencer en el terreno de la propaganda y ser socialmente mucho más fuerte. Además, en estos últimos años, el Barcelona ha sido el mejor club del mundo y han sido bien pocas las cosas que no haya ganado. Además, juego y estilo del Barça han marcado los de la selección. Además, el Barça, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, es quien más ha aportado a la selección. Además, gracias a una buenísima política en el fútbol de base y promoción de la cantera, Can Barça, la mayoría de sus jugadores, frente a la plantilla abrumadoramente extranjera del Madrid, son catalanes: Busquets, Piqué, Puyol, Xavi Hernández, Cesc Fàbregas, Jordi Alba. Todos ellos son conscientes de su gran valía, de su insoslayable importancia. Todos ellos, para su desgracia, están sometidos a una tensión difícilmente sostenible por ansiógena y realmente, no exageramos, neurotizante. Si, por un lado, se les exige no ya sólo el catalanismo, sino el independentismo, el ser los símbolos de la nación catalana en lucha por su libertad cercenada, el erigirse en jugadores de la soñada selección catalana, por otro, son admirados y requeridos por la afición «opresora» quien, desde que se enfundan la camiseta roja, se sienten identificados con ellos y magníficamente representados por ellos.
l. El caso Guardiola. Pep Guardiola, antiguo jugador de la selección, forjador, como entrenador, de un equipo que casi hizo palidecer a aquel otro, el llamado «Dream Team» dirigido por Cruyff, ha apoyado abiertamente el independentismo. Así, por ejemplo, desde Nueva York, mediante un vídeo-mensaje, le manifestó su apoyo durante la penúltima Diada, la del once de septiembre del 2012, y hace unas semanas, a principios de junio, leyó en Berlín, con motivo de unos actos organizados en distintas capitales europeas por la independencia catalana, bajo la égida de la Asamblea Nacional Catalana, un manifiesto de inequívoco apoyo al «derecho a decidir». Ya antes de ello, su actitud y opiniones motivaron la queja irritada de un antiguo compañero de selección y jugador del Madrid, Alfonso, quien le exigía retrospectivamente coherencia en su conducta.
En cualquier caso, el talante de Pep Guardiola y su implicación activa y explícita en la causa separatista, han sido dolorosas para el conjunto de la afición española, que consideraba a Pep uno de los suyos y que ahora se siente preterida y menospreciada cuando más de uno (así se ha leído en más de una ocasión en las «cartas al director» de distintos diarios nacionales) soñaba con el catalán ocupando el banquillo español, una vez Del Bosque se hubiera jubilado. Ahora se ve que eso es pedir peras al olmo. Para el español de buena fe, todo ello es descorazonador y bien triste.
Como en el caso del Barça, que la causa secesionista se granjee el apoyo incontrovertible de Pep Guardiola, no puede más que alimentarla e insuflarle un poderoso aliento.
m. Manuela Puyol. Puyol es jugador de la casa blaugrana y catalán de pata negra. Recientemente ha tenido una hija de Vanessa Lorenzo, catalana también de origen andaluz por parte tanto paterna como materna, a quien sus progenitores han dado el nombre de «Manuela» y no «Manela», esto es se le ha puesto un nombre de pila castellano -o «español»- y no catalán. Enseguida las redes sociales, con sus garrafales faltas de ortografía y sus inevitables anacolutos, se lo afearon hasta lo indecible. El nacionalismo, insidioso por naturaleza pues aspira a dominar el pensamiento consciente e inconsciente de todo sujeto para manipularlo a su antojo, no tolera una intimidad ajena o independiente a sus postulados y dicta la conducta privada. Ni siquiera algo tan personal como el nombre de una hija puede ser tal; ha de inscribirse en el campo de lo colectivo y omnímodo, dentro de los ilimitados límites del nacionalismo.
n. El himno mudo de España. Nuestra Marcha Real tiene letra, pero como su autor es el Pemán falangista, quedó arrumbada para los restos. Aznar encargó a Jon Juaristi y a otros dos autores una nueva letra, pero aquello no cuajó. Ganó un concurso convocado a tal efecto en junio del 2007 por el Comité Olímpico Español, en colaboración con la SGAE, una tercera letra, pero, debido a las críticas recibidas, nunca llegó ni a presentarse ni a aprobarse por las Cortes. En cualquier caso, parece que esta letra llegue algo tarde. Las postrimerías del siglo XX y el siglo XXI sólo pueden dar a luz himnos y letras para países nuevos como, por ejemplo, Sudán del Sur o Timor Oriental, o para nuevas regiones, como la Comunidad Autónoma de Madrid.
Así pues, nuestro himno carece de parte cantada, de cantabile. Para obviar esta carencia o ausencia, el pueblo o, por mejor decir la afición, espontáneamente, ha creado el «lolololo» acompasándolo a la melodía. Hay quien dice que ese primitivismo del «lolololo», puro significante desprovisto de significado, es lo más adecuado para el ataque, que en su brutalidad y bastedad es lo que mejor predispone a la inminente batalla, que es muy celtíbero, o sea pre-romano. Se dice, por otra parte, y con razón, que la retórica sanguinaria («La Marsellesa») o mitómana (El «Deutschland über alles», aunque este verso haya quedado fuera del cántico tras la Segunda Guerra Mundial), propias de los himnos, han quedado completamente obsoletas por insostenibles. Sí, pero la cuestión es que el significado es absolutamente necesario porque el mensaje ha de suscitar emociones y excitar sentimentalmente el sentido de la pertenencia. Evocación de la patria, de lo común y de lo propio. Connotaciones afectivas, que hagan llorar. Y épica, mucha épica si se pretende vencer. Sí, quizá sea demasiado celtíbero y, por ende, condenado a fracasar ante Roma, que representa la organización, la disciplina, la claridad de ideas, y cuyo himno tiene una letra.
Preguntémonos qué sentirían los seleccionados españoles en Maracaná, en la final de la Copa de Confederaciones frente a Brasil, cuando público, jugadores y equipo técnico, a voz en cuello, dando lugar a un fenomenal estruendo patriótico, cantaron su himno. Cesó la banda de tocar, murió la música instrumental, pero seguía el canto y siguió por más de medio minuto largo. Otro tanto, con idéntico guión, protagonizaron los chilenos, también en Maracaná y también frente a España, en aquella tarde nefanda del 0 a 2 y de la eliminación de nuestra selección.
El carecer de letra es una clara desventaja y, a estas alturas y en las circunstancias políticas actuales del país, nuestro himno no puede disponer de letra y, así pues, el problema permanece insoluble.
o. Agresión en el colegio. Con fechas de 23 y 24 de junio del 2014, el ABC informa de la agresión sufrida por una niña en su colegio de Sabadell por parte de otros niños, por llevar una pegatina con los colores de la bandera española en la carpeta de «Lengua castellana» (la asignatura, en ninguna región de España, se llama ya «Lengua Española»). La tutora afirmó al respecto que eran «cosas de críos», trayéndonos a la memoria cómo también Arzalluz quitaba hierro a la kale borroka, presentándola como «chiquilladas». Si la agresión hubiera sido en sentido opuesto, esto es por ostentar una senyera, no quiero ni pensar qué reacciones y consecuencias hubiera desencadenado. Pero, claro, en cuestiones envenenadas por el nacionalismo, siempre se dan las dos varas de medir, que una cosa es ser oprimido y otra opresor.
Este suceso es extra-futbolístico, pero si aquí lo traemos a colación, es porque refleja una presión, una tensión y una ansiedad, cuando no una auténtica angustia o un miedo cerval, que impregna, emponzoñándolas, las relaciones humanas en algunas zonas, cada vez más amplias, de nuestro país y a la que el fútbol, que es -como tantas veces hemos dicho ya- sociología y psicología de masas, no puede sustraerse. Tout est dans tout.
7) LA EXPULSIÓN DEL PARAÍSO
La portada del ABC del 19 de junio (del 2014) es desoladora. Describámosla: El único protagonista y el único personaje, Xabi Alonso, en plano general y en picado, con la espalda encorvada y cabizbajo, se lleva las manos al rostro, ocultándoselo. Parece incluso que se hubiera dislocado la rodilla derecha. Sólo le falta ir desnudo y llevar a Eva contra su flanco izquierdo, para ser el Adán del fresco de Masaccio en la Capilla Brancacci de la florentina iglesia del Carmine. Es la expulsión del Paraíso.
La selección ha vivido en el jardín de Edén del triunfo y del juego exquisito. Xabi-Adán, icono pictórico de la selección, retuerce su pierna porque le cuesta y le duele el alma en demasía dejar el Edén.
El título «Adiós al Mundial» esconde y en realidad significa: «Adiós al Paraíso».
¿Qué pecado han cometido Xabi y la selección para merecer la expulsión? ¿En qué ha consistido su pecado original? En representar a un país en permanente conflicto consigo mismo; que se cuestiona un día sí y al otro también; que no acierta a definirse; que se ve acuciado aviesamente por fuerzas independentistas y por ello necesariamente reaccionarias, discriminatorias y totalitarias sin que nadie acierte a hacerles frente con la razón o sencillamente con la ley; que es inculto porque no calcula, ni siquiera se lo plantea, su alcance histórico y cultural y por ello rehúye sus compromisos históricos y culturales, no ya sólo con Hispanoamérica, sino con la humanidad; en definitiva, una nación que se flagela gratuitamente y que rechaza de manera enfermiza su responsabilidad, condenándose a un segundo plano e incluso a su desaparición, tras un proceso en marcha de secesiones que no se quiere encarar.
La culpa es de los nacionalistas. Sí, ciertamente; ello no admite dudas. Ahora bien, ¿qué hacemos nosotros para contrarrestarlos, neutralizarlos y procurar su progresivo debilitamiento hasta reducirlos a lo folklóricamente residual?… ¡Bien poco! El temor a defender la integridad de la patria por que no nos tachen de cualquier injustificada barbaridad; el rubor por adelantado a pronunciar «España»; la asimilación acrítica de todas las añagazas psico-lingüísticas del nacionalismo irredentista (por ejemplo: «Cataluña y España» o «el proceso de paz» o «el derecho a decidir», hasta el punto de que Del Bosque, en un claro ejemplo de lo insidioso y subrepticio de estas marrullerías lingüísticas, en la entrevista a que se hace alusión a lo largo de estas páginas, a propósito de las nuevas incorporaciones de jóvenes futbolistas a la selección como pueda ser el caso de Thiago, dice que «se han ganado el derecho a decidir, harán lo que ellos quieran») que, manipulando artera y eficazmente significantes y significados, modifican la realidad siempre a favor de sus intereses; la irresponsable defección de la causa nacional unitaria por parte de una gran parte de la izquierda que disfraza su necedad con los oropeles de bisutería de proclamas decimonónicas; la defensa arrugada, pusilánimemente pactista y constantemente amenazada desde dentro por conatos y brotes regionalistas (como ya ocurriera en Navarra en el 2008 con la ruptura con el PP por parte de UPN bajo el mandato de Miguel Sainz; o el brote regionalista de Juan Hormaechea en 1991, en Cantabria; o el de Fernández Cascos, en Asturias, en el 2011), que de España lleva a cabo la derecha, siempre a remolque de otras tendencias e incapaz de crear un discurso propio, suficientemente razonable y coherente; la atracción que la aventura, el griterío, el caos ejercen en la parte más irracional de toda persona y de todo grupo humano, deficientemente contrarrestados por unos propósitos y un proyecto de cohesión, de colectividad en armonía, de exaltación creativa, de alegría compartida, de razón activa y, valga la paradoja, emocional. ¡Cuán poco se cultivan y trabajan la razón y la alegría en España! y, a pesar de las apariencias por razones turístico-económicas, España acaba siendo un país triste.
Todo ello ha hecho que no se respete la ley pues no nos hemos atrevido a aplicarla y como no se ha replicado con la legalidad a la primera agresión, la segunda vendrá indefectiblemente y, crecida más que de su fuerza intrínseca de la debilidad de la respuesta o de su ausencia, se manifestará con mayor fuerza y mayor confianza en sí misma; y aún más la tercera y cuantas vengan luego, siempre expresadas con mayor contundencia y de forma cada vez más osada y desafiante. Y con el transcurso del tiempo, de esta guisa, España cada vez será más débil, hasta no ser nada y los nacionalismos, cada vez más fuertes pues la aplicación de la ley y su observancia se habrán hecho progresivamente más difíciles, hasta tornarse imposibles por insostenibles, porque nadie creerá en ellas y nadie las respetará. Es, en definitiva, la falta de firmeza del poder que no ejerce su autoridad, traicionando, además, a los ciudadanos.
Se nos puede contradecir con que no siempre se da dejación, que de vez en cuando se produce la reacción adecuada, etc. Y ello es difícilmente rebatible, ciertamente, mas como la respuesta no se ha dado, no se da desde el primer momento y siempre, sino de manera intermitente, presentándose dubitativa e irregular y a expensas de la circunstancia, sin que pueda remitir a un plan superior, a unos conceptos bien asentados, a una fe inquebrantable en España, dichas respuestas o reacciones constituyen lo que en psicología se conoce como refuerzo intermitente, siendo éste el más poderoso para fomentar, «reforzar» en términos de psicología del aprendizaje, la conducta indeseable.
En el «Troilo y Crésida» shakespeariano, Ulises, desesperado ante la inacción de los suyos e impaciente ante la prolongación excesiva de la guerra, en magnífico monólogo, se aplica a mostrar que no es que el enemigo sea poderoso, sino que es el propio griego quien se muestra débil o, si se prefiere, que la fuerza del poder enemigo se asienta únicamente en la flaqueza propia, en el desmayo y falta de fe en lo de uno mismo. Y así, claro está, es imposible ganar la guerra, cualquier guerra. Si no defendemos a España porque no creemos en ella, ¡apaga y vámonos!
A los constantes ataques y asaltos nacionalistas, ya sea bajo forma de despiadado terrorismo, ya sea bajo forma de insumisiones, desacatos, desobediencias, insultos y amenazas, etc., se ha respondido -y tan sólo en ocasiones- con el argumento del constitucionalismo, pero ello es tan sólo una parte de la respuesta. El constitucionalismo es razón y sentido de la historia; es responsabilidad y raciocinio para no dar, por ejemplo, en la irracionalidad patriótica del fascismo; es argumento para justificar éticamente el poder y las respuestas legales desde ese poder legítimo que el Estado debe dar en defensa propia y, por tanto, de los ciudadanos a quienes representa e incluye. El constitucionalismo es necesario, mas no es suficiente. Preguntémonos si España, en su integridad, sólo es defendible como Estado constitucional, pero no lo es ya bajo una dictadura, sea del signo que sea. Esto es algo que, por ejemplo, no se plantearía nunca un francés: Francia es una e indivisible, gobierne quien gobierne y bajo el régimen que fuere (república constitucional o hipotética dictadura o «dictablanda», etc.). El constitucionalismo es tan sólo un espantajo legalista si no va acompañado de una fe, de una ilusión, de una emoción, de una alegría. Su función sería precisamente la de acotar esos aspectos afectivos para que no nos desborden y sucumbamos a la irracionalidad agresiva, pero la creencia en España, que es una creencia además basada en la Historia, ha de prevalecer, en última instancia, sobre el constitucionalismo.
Tan sólo el fútbol nos ha proporcionado ese fervor, nos ha obsequiado con esa cohesión colectiva nacional, nos ha regalado esa alegría. Ahora bien, el fútbol queda sujeto a los avatares deportivos y, para crear un sentimiento nacional, hace falta bastante más. Por otra parte, como el fútbol refleja a la sociedad y la representa en el caso de la selección, cabe preguntarse si una que se halle fragmentada y sujeta a fuertes tensiones centrífugas, no acabará por manifestar esos poderosos problemas en su propio seno, fragmentándola, anulándola e imposibilitándole a la postre todo triunfo.
Edurne Uriarte concluye su artículo ya citado con estas lúcidas y clarividentes palabras: «… una actitud acomplejada, miedosa, indefinida, ambigua, en la que no puede caer el equipo que ha conseguido el pequeño milagro de reunirnos en el orgullo y la pasión de nación. La indefinición y el miedo llevan a la mediocridad o a la derrota, en el deporte y en la vida».
8) ¿UN PRONÓSTICO?
Eliminada ya, España juega contra Australia. Villa marca y besa repetidamente el escudo de su camiseta, besa el símbolo del país y, aunque sólo sea por inhabitual, su gesto es loable y sobre todo conmovedor. Acaba el partido. Iniesta, quien marcara el gol del triunfo hace cuatro años, se dirige hacia Del Bosque y ambos se funden en un abrazo. «N´est-ce pas que c´est vrai qu´il y a un Dieu? _ Oui!» Et nous nous embrassâmes comme deux frères de cette patrie mystique…» (¿No es cierto que hay un Dios? _¡Sí!» Y nos abrazamos como dos hermanos de esa patria mística…) (Gérard de Nerval, «Aurélia») Posiblemente Iniesta y Del Bosque intuyeran que aquello era el final, que Dios, aunque vivía para ellos, había muerto para casi todos los demás. Y había muerto porque eran poquísimos los que aún creían en Él.
Tras la descripción, análisis y puesta en relación de los síntomas que aquejan a España y que han de reflejarse a la postre, y ya se han reflejado, en la selección nacional, se puede diagnosticar que España padece de acidia, terrible enfermedad, también conocida por profunda melancolía, o, por emplear los términos de la nosología psiquiátrica, como depresión. Severa depresión, motivada por una fortísima, invencible ansiedad, consecuencia de una situación política descabellada en que lo centrífugo pone constantemente en tela de juicio y en jaque a un sentimiento nacional cada vez más desmayado, anquilosado y que renuncia a su defensa y a toda acción, minándole así los cimientos y resquebrajándole la moral. Lo que en psicología del aprendizaje se conoce como «indefensión aprendida» y que es de las cosas peores que le puedan jamás ocurrir a uno. En efecto, como se ha dicho ya, la selección no puede permanecer ajena al contexto socio-político en que se desenvuelve.
Se podrá argüir que a los seleccionados, como futbolistas que son, sólo les interesa el fútbol, que son mercenarios, que no reparan en cuestiones políticas o de pertenencias; mas ello es falso a todas luces. No se trata ahora de clubs, sino de equipos nacionales; pero es que incluso recurriendo al tópico chistoso del futbolista que no sabe nada, más que darle patadas a un balón, que no lee más que los mensajes de su wasap, que sólo escucha con sus cascos música chunda-chunda e invierte su vida, cuando no está entrenándose o no está jugando, en los vídeo-juegos, incluso un individuo así, no vive aislado, respira un ambiente social, se impregna de él, lo refleja en su conducta. El hombre es, no lo olvidemos, un animal profundamente simbólico y su psique siempre ha de acusar los conflictos.
Afirma el Marca del 19 de junio del 2004, en la sección «Marca opina», bajo el epígrafe «Volveremos» que «España tiene mimbres para iniciar la reconstrucción», que «hay futbolistas y estructuras para volver a ser competitivos», «que la selección no murió anoche (en que se perdió frente a Chile)», que lo acontecido «no es un punto final para España» y que, en definitiva, «como el futuro existe», se puede «asegurar con absoluta certeza que volveremos, que España volverá». ¡Cuánto no daríamos por que así fuera!, pero está por verse pues lo extradeportivo marcará el devenir de lo deportivo.
Tras el diagnóstico, se impone el pronóstico. Es francamente pesimista. Muy a nuestro pesar, somos agoreros. Creemos que las cosas se han torcido tanto que no hay ya forma de enderezarlas. Es demasiado tarde. Nos toca ahora lidiar un toro tan resabiado, que ha desarrollado tanto sentido, que ha aprendido tan bien a ir al bulto, a ignorar la pañosa, que acabará por cogernos y matarnos.
En nuestra opinión, la selección no levantará cabeza, a pesar de la innegable calidad de sus jugadores y de que, como afirma el Marca: «afortunadamente, durante los días de vino y rosas la Federación -con el trabajo de cantera de los clubes- no dejó de trabajar y la actual generación tiene el relevo asegurado» Cuanto ocurrió antaño se ha vuelto irrepetible hogaño, hogaño y en lo por venir. Con el buen Quijote en el lecho de muerte, digamos: «Señores, vámonos poco a poco pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño».
La actuación de la selección en estos Mundiales celebrados en Brasil constituirían los pródromos de la descomposición definitiva de España, de su disolución final. Debido a nuestra incuria y poltronería, España es enfermo terminal. Se ve aquejada de un cáncer que no perdona, que extiende su metástasis y pudre el cuerpo y aniquila la voluntad. Pronto España se verá yaciente, sin que nos atrevamos a aventurar si lo estará en su lecho de muerte -defunción sin demasiados sobresaltos- o en el tanatorio -fallecimiento oficial y pactado-, o en la Morgue, por muerte violenta. Los estoicos dedicaban su vida a la preparación para el último viaje, domando y acostumbrando el espíritu al desprendimiento de todo. No estaría de más, quizás, que fuésemos preparándonos nosotros también para el momento en que nuestra patria fenezca sus días y nosotros, en consecuencia, quedemos mutilados, encanijados e involucionados. Que ese momento fatal no nos tome desprevenidos. Velemos como las vírgenes prudentes de la parábola evangélica.
El Marca de esa fecha de 19 de junio exhibe en portada la foto del futbolista que nos dio la victoria en Sudáfrica, Iniesta, de espaldas y llevándose, cabizbajo, una mano a la frente, mientras abandona en solitario un terreno de juego espectral. Un enorme y cinematográfico «THE END» aplasta y empequeñece a nuestro jugador, niño perdido en la inmensidad de la derrota, de ese «The end» que es el suyo propio, el de la selección también y, sobre todo, el de España. «This is the end, beautiful friend… of our elaborate plans, the end of everything that stands, the end. No safety or surprise, the end. I´ll never look into your eyes again. Can you picture what will be so limitless and free, desperately in need of some stranger´s hand in a desperate land…?»(» Esto es el fin, bella amiga… de nuestros elaborados planes, el fin de todo cuanto está en pie, el fin. Ni seguridad ni sorpresa, el fin. Nunca más volveré a mirarme en tus ojos. ¿Puedes imaginar qué será de nosotros, ilimitados y libres, desesperadamente necesitados de alguna mano extraña en una tierra desesperada…?») (Jim Morrison, «The end»)
Evidentemente no poseemos don profético alguno, pero cuanto acabamos de enunciar no responde a una ocurrencia, a una humorada de excéntrico o a un pálpito supersticioso, sino a un análisis, creemos que serio y razonado, de cuanto acontece en España. Y, en cualquier caso, no por temor a decir cuanto ocurre o podría ocurrir, el suceso temido dejará de manifestarse. Demasiadas veces recurrimos los adultos al pensamiento mágico de los primitivos, haciendo dejación de nuestra responsabilidad de adultos racionales. Es más, sólo haciendo acopio de valor intelectual y llamando a las cosas por su nombre, evitando la política infantil del avestruz, podamos, quizá, quién sabe, sanar de esta muy grave dolencia.
Dicho esto, reiteramos nuestro pesimismo: la selección tiene los días contados porque España se encamina a su propio entierro.
¡Ojalá nos equivoquemos! ¡Ojalá el futuro y la Historia desmientan nuestros luctuosos augurios! Nunca se habrá deseado tanto que cuanto se piensa se revele erróneo e infundado. Ah, quién pudiera decir en el futuro: «¡Dadme albricias, hermanos de España, que cuanto aquí se pronosticó, nos salió más falso que Judas!» ¡Así sea!, pero me temo que…
Madres
Como mujer, no tengo país. Como mujer, no quiero país. Como mujer, mi país es el mundo entero.
Virginia Woolf «Tres guineas» (1938)
Mucho miedo da lo que está sucediendo en el mundo de los hombres. Últimamente, hemos creado el término «Estado Islámico» para referirnos no se sabe bien a qué, pero a algo que da mucho miedo. Y da miedo porque -sea lo que sea- es tiránico, es violento y es invasivo.
Los cinco bloques
Si nos fijamos en el siglo XX, veremos que la primera mitad estuvo marcada por las dos grandes guerras (la Primera Guerra Mundial, del 14 al 18, y la Segunda, del 36 al 45 -nótese que incluimos la Civil española-) y que las consecuencias de esas guerras marcaron a su vez la segunda mitad del siglo (con esa «Guerra Fría» entre la URSS y el bloque capitalista, con los conflictos en Palestina/Israel, etc.)
La guerra, aunque nos parezca algo lejano y ajeno, es una realidad que, cuando se produce -y ya lo creo que se produce- nos afecta a todos, especialmente a los pacíficos. Somos los pacíficos los primeros en morir, los peor castigados y los más indefensos. Somos nosotros quienes debemos evitarla y contrarrestarla y bloquear su resurgir y lo único que tenemos para ello es nuestra palabra, ahogada y débil, pero llena de verdad, de bondad y de Historia.
El bloque capitalista -Estados Unidos, Europa del Oeste…- se impuso al final sobre el otro gran bloque -soviético-socialista- y durante varias décadas, hemos asistido al auge de un imperio, con Washington-Hollywood a su cabeza y el consumismo por bandera. Pero esto tiene todos los visos de acabar. Las demás «potencias» han ido configurando su propia visión del mundo, uniéndose a éstas, separándose de aquéllas, definiéndose en suma, hasta formar otros cuatro bloques que no son -ni quieren ser- el capitalista. Nos referimos a Rusia, por una parte, China-India, por otra, el Magreb (recién bautizado como «Estado Islámico»), y el bloque hispano. El quinto bloque, por supuesto, sería el imperante anglo-germánico-helvético-capitalista. ¿Y África? Más adelante hablaremos de ella.
Caben muchas objeciones a esta división por bloques. No obstante, pedimos al lector que sea transigente, ya que este mapa, aunque simplista, resulta muy útil para explicar lo que está sucediendo en nuestras tristes vidas y lo que podría suceder en un futuro inmediato.
Cosmovisiones
Pero ¿qué distingue a unos bloques de otros? ¿Es una cuestión de territorio? La respuesta es no, no sólo. ¿De recursos, de dinero? Sí y no, es mucho más. ¿Se trata entonces de un choque de religiones? No, tampoco exclusivamente: Lo que se está poniendo en juego, en realidad, son distintas cosmovisiones, que es un concepto que va más allá del meramente religioso, económico o político. Los bloques encarnan distintas maneras de hacer las cosas, de tratar a las personas, de afrontar los retos, de conducirse. Y desde este punto de vista, la fortaleza de los bloques no está en sus fronteras políticas, en sus recursos económicos y ni siquiera en su arsenal armamentístico. Su fortaleza está en el número de personas afiliadas a esa cosmovisión. Ésa es la partida que se está jugando en el tablero global.
Tengamos en cuenta que cada uno de estos cinco grandes bloques aglutina en su seno a cientos de millones de personas: no es algo baladí. No podemos pensar que el bloque magrebí es totalmente uniforme y malo en términos absolutos. Ni que el bloque anglosajón sea totalmente bueno, ni mucho menos. Los individuos y los grupos tienen sus razones para adscribirse a uno u otro bloque y debemos pensar que son personas como nosotros, que tienen argumentos que les sirven, que les convencen o apremian, y que nuestra tarea -la de los hombres pacíficos- es la de armonizar unas visiones con otras, para impedir la guerra que se está gestando.
¿Pero qué cosmovisión encarna cada bloque? Esta pregunta sería objeto de un largo y profundo estudio que no emprenderemos, pero podemos dar algunas pinceladas que, si bien no conseguirán retratarlos, al menos sí los caricaturizarán.
El bloque magrebí, el «Estado Islámico», quedaría representado por el público asesinato -la decapitación- de un periodista. Este gesto simboliza lo que sus miembros están dispuestos a hacer -su falta de respeto por la vida-, lo que opinan de la libertad de expresión y quién es para ellos su gran enemigo -el bloque anglosajón-.
El bloque anglosajón, por su parte, podríamos representarlo por un «drone» (avión no tripulado) bombardeando una escuela en Pakistán y por los grandes -y libres- medios de comunicación a nivel global diciendo que se trata de «daños colaterales». Esta acción habla de cómo concibe Estados Unidos las relaciones internacionales (bombardeos por control remoto a 11.500 km. de distancia) y la libertad de información.
El bloque ruso se caricaturiza a sí mismo en una ley (aprobada casi por unanimidad) que prohíbe hablar de la homosexualidad, o publicar nada al respecto. Estamos ante el control férreo del pensamiento a través de la información.
El bloque chino podríamos ilustrarlo, también en esta línea, mediante la imagen de 30.000 censores de Internet organizados para controlar el acceso de la población a la gran red. Es lo que popularmente se conoce como «un trabajo de chinos».
Y el bloque hispano, tristemente, se reconoce por la pereza y la corrupción, vestidas de caciquismo. Aquí, mientras no cueste trabajo, estamos dispuestos a casi todo.
La tolerancia
De modo que cada uno de estos bloques significan distintos modelos socioeconómicos y morales, por lo que nos es lícito revisarlos y decidir cuál defendemos, por cuál apostamos. No todas las opciones morales son tolerables -y de hecho, muchas son censurables, a la luz al menos de los Derechos Humanos-, pero un verdadero estado de bienestar, un modelo sostenible, debería tener en cuenta las particularidades de los individuos y respetarlas: ser tolerante. La caricatura anterior es eso, una caricatura, pero nos indica en qué se convertiría el mundo si triunfara en solitario alguno de estos bloques.
Otro indicador de la sostenibilidad de esos modelos es la posición de las mujeres en cada uno. ¿Qué es la mujer en la sociedad que propone el Estado Islámico? Es menos que nada, es algo que se oculta tras un «burka» y que no tiene ni voz ni voto ni derecho a existir. Ablación y lapidación por adulterio son algunos ejemplos.
Para los anglosajones, en cambio -si nos guiamos por la imagen de ellas que proyecta el cine y la publicidad-, la mujer es un objeto de deseo, un ansiógeno, que se exhibe y se idolatra en carteles y grandes pantallas y que, cuando al final se obtiene, se veja, se mancilla, se abusa de él. Muestra de ello es la prolífica pornografía estadounidense que inunda la Red y que ejemplifica a la perfección el tratamiento que las princesas reciben en la alcoba. ¿Que la mujer anglosajona trabaja y puede votar? Sí, afortunadamente, pero no es oro todo lo que reluce.
La soviética, la china, son abnegadas trabajadoras, en un régimen de abnegados trabajadores. Ahí, al menos, hay igualdad, aunque sea por lo bajo.
¿Y la hispana? La hispana es como la africana: la gran madre sobre la que todo se sustenta.
Madres
«Reza para que el diablo regrese al infierno» es el título de un documental dirigido por Gini Reticker en 2008 que narra cómo un movimiento de mujeres fue capaz de acabar con el régimen del terror de Charles Taylor en Liberia. Estaban hartas de ver cómo sus familias eran masacradas en nombre de una revolución que no era tal. Sus armas: canciones, sentadas pacíficas, huelgas sexuales y la amenaza de mostrar sus propios cuerpos desnudos (ver el cuerpo desnudo de la madre se considera una maldición en África).
«La historia no contada de los Estados Unidos» es una serie documental dirigida por Oliver Stone en 2012 que habla del desmadre de este Imperio decadente. Líderes en la sombra, grandes manipulaciones y una decidida apuesta por la preponderancia bélica -tan fálica- basada en la tecnología, son algunas de las incontestables conclusiones que arroja.
Así que ahora que el Estado Islámico reivindica un «califato» que llega hasta Finisterre, ahora que el bloque anglosajón está desempolvando su arsenal nuclear -Rota, prepárate-, ahora que los rusos cierran el grifo del petróleo y los chinos amenazan con vender los bonos estadounidenses, nosotros, los hispanos -que por mucho que se quiera, ni somos germánicos, ni ganas que tenemos-, deberíamos consultar a nuestras madres. Primero, para que nos cuenten quiénes somos -madres de Cataluña, os necesitamos-; segundo, para que pongan orden en la casa -dejad de romper farolas y cortar cabezas-; y tercero, para que nos muestren lo verdaderamente esencial, lo que debemos defender: un vaso de vino, esa buena paella y la familia. Y el demonio, que tiene hambre, que quiere entrar, se dejará vencer.
Ver documental «Reza para que el diablo regrese al infierno»*
Ver capítulo 10 de «La historia no contada de los Estados Unidos»*
*Mientras que estén disponibles en la web de RTVE (y después, seguro que los podéis encontrar en Youtube)
La(s) tercera república(s) ¿española(s)? El nuevo apocalipsis
… ya está liadita la guerra
Alegrías, popularTodas las partes de mi monarquía se encuentran en terrible estado, y hay guerras y disturbios en cada rincón.
Carta de Felipe IV a su confidente Sor María de Ágreda en junio de 1645Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada.
Apocalipsis 6, 4
1) españa
Así, con minúscula, para ir haciéndonos a la idea de su desaparición. La desposeemos de la inicial en mayúscula y luego, poco a poco, le vamos arrancando letritas: spaña, spañ, pañ, añ, ñ… ¡Y se acabó!
Con motivo de la abdicación del Rey y la posterior coronación de su hijo, Felipe VI, más de una voz se ha alzado exigiendo un referéndum que nos permita escoger entre monarquía o república, proclamando la necesidad moral de esta última y ensalzando sus virtudes.
Imaginemos que, por las circunstancias que fueran, se proclamara la Tercera República Española… Cuanto sigue es un relato de política-ficción. Que el lector se pregunte, si llega hasta el final, si cuanto en él se expone resulta tan descabellado como podría pensarse. Para ello habrá de hacer acopio de valentía y deslindar bien el deseo de la realidad, que aquél, con su buena voluntad o con su pensamiento mágico, no contamine a ésta.
Acaba de proclamarse la Tercera República. Esta república nace medio muerta ya y por mucho que se la traslade a la incubadora, tiene los días, cuando no las horas, contados. Y no por la amenaza de un golpe de Estado Militar, que es ya algo imposible en nuestro país, sino por otra forma de Golpe de Estado, civil éste, y desde luego mucho más eficaz. Hablamos, claro está, de los golpes de Estado nacionalistas.
2) Cataluña
Ésta sí, con letra inicial mayúscula e incluso, por qué no, con mayúsculas toda ella:
CATALUÑA.
Cataluña, en efecto, llevará a cabo su declaración unilateral de independencia, proclamando -como ya lo hiciera Companys durante la Segunda República Española- la República Soberana Catalana. Inmediatamente después, pues no puede ser menos, el País Vasco hará otro tanto. ¿Galicia? Quizá a esta región, convertida ahora en nación, le cueste un poquito más, pero como nadie quiere irles a la zaga a las otras y, además, Galicia posee lengua propia y fue Reino independiente, si bien fuera por muy poco tiempo, durante el siglo XI del Medioevo hispano. Así pues lo tiene todo a su favor.
Vemos pues que, de esta guisa, no podrá hablarse con propiedad de la República Española, sino de repúblicas ex-españolas. ¿Cuántas? Formulemos la pregunta bajo una nueva luz. ¿Cuántas autonomías componen nuestro Estado de las Autonomías? Diecisiete, más las plazas africanas de Ceuta y Melilla. ¿Se darán entonces diecisiete repúblicas ex-españolas y, además, anti-españolas? Sí, tras las repúblicas de las» nacionalidades históricas», surgirán muchas más, que es cuanto se irá viendo en el transcurso del relato.
Antes de proseguir, cabe preguntarse qué hará el Ejército en estas circunstancias. La respuesta no puede ser más fácil ni sencilla. No hará nada. Temeroso de que lo acusen de genocida, permanecerá en sus cuarteles (de invierno, claro está); por otra parte, a ver qué ejército puede luchar en diecisiete frentes a la vez. Pero sobre todo, y ésta es la cuestión fundamental, ¿el ejército de qué país o región o república? Como España habrá dejado de existir, el ejército nacional también. Cada república habrá de intentar, lo mejor que pueda, recomponer su propio ejército nacional con lo que encuentre.
3) La hora de Marruecos
Así las cosas, mutilado y desmembrado el Estado y en pleno desconcierto ex-nacional, Marruecos -como ya procediera en el pasado con el Sáhara Español- aprovechará el estado general de debilidad y confusión políticas para ocupar Ceuta y Melilla. El ejército recibirá la orden de no oponer resistencia y de entregar las armas. Como ya se ha dicho, lo que no se sabrá exactamente es de quién recibirá esa orden pues no estará claro quién (qué persona)manda, pero sobre todo desde dónde se manda, esto es desde cuál de las repúblicas. En cualquier caso, a ningún militar de estas dos plazas se le ocurrirá hacer uso de la fuerza u oponer una resistencia numantina, abocada de antemano al fracaso y que produciría luego una auténtica escabechina entre los ex-españoles. A la población civil de estas dos ciudades africanas se le planteará el siguiente dilema: permanecer como comunidad extranjera en el Reino de Marruecos e intentar convivir con una morisma muy crecida y hostil (con el riesgo de que se reproduzcan, pero a la inversa, claro, los hechos que acontecieron a los árabes del Reino de Granada una vez conquistado por los Reyes Católicos, o a los moriscos bajo Felipe III), o bien emigrar a la Península. A las Canarias, no, por aquello de que por saltar de la sartén, se da en caer en las brasas, por cuanto ahora se referirá.
Si nuestros ceutíes y melillenses optasen por abandonar sus hogares, sus trabajos, sus negocios, sus hábitos y querencias, su tierra, para reencauzar sus vidas en la Península, plantearían un problema similar, cualitativa y moralmente, si bien menor cuantitativamente, al que tuvo que afrontar Francia con sus pieds-noirs tras la independencia de Argelia, con el agravante de que, como España como tal no existirá ya, no se sabrá quién, cuál de las repúblicas, asumirá la responsabilidad de realojarlos. Posiblemente ninguna quiera cargar con ese muerto (ya las antiguas comunidades autónomas ofrecieron soberbios ejemplos del egoísmo más mezquino) y así ex-ceutíes y ex-melillenses se verán condenados a vagar como el judío o el holandés, errantes ambos, por lo que antes fuera la España peninsular, desconociendo a quién dirigirse o a quién reclamar. Como siempre, en el caso de que la tengan, la parte de familia peninsular o algún pariente no muy lejano, o un muy buen amigo peninsulares puedan echarles una manita. Y si no, siempre queda Cáritas, pero, claro, cuál de ellas: ¿la Cáritas, pongamos por caso, murciana, o la Cáritas asturiana?
Envalentonada, Marruecos se hará a la mar océana y ocupará asimismo las Islas Canarias, que en el imaginario magrebí son también tierra irredenta. Aguarán así la fiesta a la nueva República Canaria, proclamada unos días antes, circunstancia esta que debilitó aún más la posición del archipiélago y alentó la aventura marítima del reino alauí. Sí, pues, ante la nueva situación política y las proclamaciones de las «nacionalidades históricas» como repúblicas independientes, Coalición Canaria, apelando a la incuestionable identidad nacional de las islas, tras negar la existencia de la nación española, y repitiendo los términos recogidos en su ponencia ideológica del congreso de noviembre del 2008, expresa su voluntad de ser el «vehículo de la construcción democrática de la Nación Canaria» y clama por «la defensa de su identidad y el ejercicio de su autogobierno». «Canariedad». Lástima que el español genocida acabara con la lengua guanche, pues qué duda cabe que ello, junto a su condición insular y su «africaneidad», les hubiera conferido mayor carácter exótico que incluso a los harri jazoizatleak vascos. Ahora bien, ya había advertido el alcalde canarista de la Orotava, preocupado por la magnitud de la cuestión migratoria, que, por culpa de la despreocupación de Madrid, sus compatriotas quedaban permanentemente a merced de que «el moro venga un día y nos lleve por delante»; en su opinión la solución al problema residía («no queda otra alternativa») en la constitución de gobiernos nacionales en las administraciones canarias. (ABC, 1/12/2008). En un dominical de El Mundo de, si no voy errado, principios del 2007, por otra parte, se presentaba un magnífico dossier periodístico sobre los movimientos independentistas canarios. Había quien proponía, para empezar, la independencia de todas y cada una de las islas, para luego formar, a través de negociaciones, las confederaciones que fuera menester. Reminiscencias del MPAIAC del buen Cubillo. «A merced del moro». Ahora sí, pero no del pobre morito que llega para que cavar zanjas y acarrear ladrillos, sino de toda una Armada y de un todo un ejército que se sabe vencedor de antemano y asistido de razón patriótica. A pesar del tímido apoyo, meramente simbólico, de Argelia a la nueva república oceánica, el archipiélago dejará de ser independiente. Además, al parecer, la mar canaria tiene petróleo y Marruecos lo necesita. Los ex-españoles ya pusieron las infraestructuras; ahora toca al marroquí explotar las reservas de su nueva provincia oceánica. La verdad es que Marruecos ha crecido lo indecible en detrimento de España: primero, con la anexión del Sáhara, y con la ex-España luego, incorporándose Ceuta, Melilla y ahora las Canarias. Gracias a la desaparición de nuestro país, el fervor patriótico marroquí está en su apogeo, tanto como el nacionalismo árabe se halla pletórico de activa energía. ¿Dónde queda aquello que tanto se oyó durante la Transición de la «españolidad» de las Islas Canarias, cuestionada por Cubillo y los magrebíes, no sólo marroquíes? Mais où sont les neiges d´antan?
Como con los habitantes de las plazas norteafricanas, ¿qué ocurrirá con los canarios? Súbitamente empobrecidos, ¿adónde dirigirán sus pasos? Ante una España que no puede ya ni protegerlos ni darles cobijo, pues ya no hay España, y si no quieren soportar los previsibles desmanes y desafueros del amo marroquí, como no tomen el barco hasta Madeira o las Azores, intentando allí rehacer sus alteradas y menguadas existencias…
Bien, ya ha visto fenecer sus días, amén de las plazas norteafricanas, toda una señora república y todo un archipiélago soberano. Nos hemos quedado en dieciséis.
4) Nuevamente CATALUÑA. La gran CATALUÑA
Volvamos a Cataluña. Ésta, bajo el delirio ultranacionalista e irredentista de sus dirigentes, sólo aspira a retrotraerse al pasado y revivir los gloriosos tiempos de la Corona Catalano-aragonesa, cuando aquello de que, en aquel entonces, desde un chipirón hasta una ballena tenían que pedir permiso a Barcelona para dar aunque sólo fuera una brazada en el Mediterráneo. Si bien, de momento al menos, el Alguero queda fuera de sus reivindicaciones expansionistas, se habrán de incluir en la República Catalana las Baleares, el País Valenciano y, aunque renunciando también de momento al grueso de Aragón, se le reclamará a ésta la franja oriental catalanoparlante, sin olvidar la Catalunya Nord, que pertenece a Francia, a la República Francesa, complicándosele así las cosas al pan-catalanismo por el poder y la claridad de ideas de los gabachos.
Imaginemos que, mediante un hábil golpe de mano, las fuerzas pro-catalanistas baleáricas, aprovechando la confusión y la perplejidad reinantes y el, intrépido, «viaje del toro» de sus poderosos primos catalanes, logran hacerse con el poder del archipiélago, desarmando todo posible conato o iniciativa de resistencia al expansionismo catalán. Quienes no se muestren satisfechos con la situación, ya sea por pancismo, ya sea por sentirse incapaces de luchar y vencer con unas mínimas garantías de éxito, se resignarán ante este nuevo estado de cosas y, así, las Baleares formarán parte, desde aquel momento, de la República Catalana, la cual les habrá garantizado formalmente una cierta autonomía, aunque sólo sea, por estar inmersos en un espíritu histórico-medievalista que les lleva a rememorar aquello del Reino de Mallorca. Bien, ya ha desaparecido otra república. Quedan quince. Las dos desaparecidas corresponden a archipiélagos, están en medio del mar. Se ve que ese aislamiento insular, lejos de favorecerlas como históricamente sucedió con Inglaterra, les ha hecho inviable su independencia.
Hasta ahora hemos hablado de ocupación o de invasión, las que Marruecos llevarán a cabo en el océano y en las plazas españolas norteafricanas, mas no aún de guerra propiamente dicha. Ha llegado el momento, no obstante. En una entrevista de Blanca Torquemada, en el ABC del 16 de octubre del 2011, a José Manuel Otero Novas, antiguo ministro de la UCD, se le formula la siguiente pregunta: «El deterioro de la unidad territorial al que hemos llegado tiene aún arreglo?» y el ex-político responde lacónicamente: «Cada vez es más difícil». Luego Otero Novas explica la necesidad, para recomponer la unidad nacional, de una gran coalición entre las dos fuerzas nacionales mayoritarias, para a renglón seguido, expresar su escepticismo ante esa posibilidad; sugiere entonces el nacimiento de una fuerza política cuyo único objetivo político sea precisamente el de la unidad; por último apunta «otra posibilidad», afirmando que «la solución de esto puede venir también por algún drama». La periodista la coge al vuelo y le pregunta entonces: «¿No es descartable que acabemos en guerra por esta cuestión nacional?», Nueva respuesta más lacónica y tajante aún que la primera citada: «No lo es».
Ciertamente este tipo de opiniones no abundan pues el solo hecho de imaginarlas ya pone espanto en quien las formula y en quien las escucha o lee. Recordemos, llegados a este punto, la afirmación de Ortega por la cual «toda realidad ignorada prepara su venganza». No hace mucho, pero ya no recordamos ni por parte de quién exactamente, con sus nombre y apellido, ni en qué medio, un historiador o pensador, alguien -que, desde luego, no era un tonto- afirmaba que, en caso de independencia de Cataluña, la guerra entre Castilla y Cataluña estaba servida y que no podía ser de otra manera. En nuestro relato hay guerras, pero no precisamente entre los dos antiguos grandes reinos peninsulares, como se explicará en su momento.
Volvamos al relato. El País Valenciano. Aquí también los catalanistas llevarán a cabo sus maniobras para, lo más rápidamente posible, silenciar toda resistencia, pero una gran parte del pueblo valenciano no se avendrá a la nueva realidad pan-catalanista y hará frente, sacudirá coces y dará cornadas, echándose al monte parte de su población, reivindicando entre otras cosas su lengua propia, que sostienen -científicamente- es distinta al catalán, y una inalienable idiosincrasia que se les quiere ahora arrebatar. No sabemos entonces si se revivirán los tiempos gloriosos de la antigua corona de Aragón con aquello del chanquete y el pez espada pidiendo permiso al monarca catalán, pero sí, desde luego, se recrearán los tiempos broncos de las partidas carlistas. Habrá guerra. No será la de Irak, ciertamente, pero en toda guerra hay muertos y el sino de esta guerra es la de extenderse, balcanizarse y poder emular a la de la fragmentación yugoslava.
El País Valenciano, además, no lo olvidemos, posee unas comarcas occidentales y meridionales donde sólo se habla castellano; esas comarcas, económicamente importantes y muy pobladas también, rechazarán aún con mayor saña la dominación catalana y se echarán al monte, jugando a las dos barajas del apoyo y alianza con las fuerzas valencianistas y recabando, o al menos intentando recabar, el apoyo de Castilla, tentada así con una expansión de sus fronteras hacia el Este peninsular.
¡Castilla!, ¡Aragón! ¡Qué bello! En cuanto que mencionemos el Reino de Navarra y reconstruyamos uno nuevo de Granada, ya estamos otra vez en la Baja Edad Media…
Así pues dejamos a la República Valenciana, si no desaparecida del todo, sí, al menos, herida, desgarrada y dividida, sin gozar de plena soberanía, por quedar contestada desde muchos frentes, incapaz de mantener la autoridad del flamante Presidente «che», de tal manera que en la práctica podemos decir que es inexistente o no suficientemente consistente. Ya sólo quedan catorce de las antiguas comunidades autónomas de nuestro ex-país.
No queda aquí la cosa. Son franceses desde hace siglos, desde la Paz de los Pirineos que siguió a la Guerra de los Treinta Años en que la Corona Española quedó desposeída de ellos, el Rosellón, el Vallespir y la Cerdaña. Cataluña ha de reconquistarlos, pero surge un problema y es que Francia no es España, o más bien que Francia no es ex-España; no, Francia es un pan entero, ya sea baguette u hogaza, y no migajas de pan revenido… (¡Cómo no estará de rancio y revenido lo ex-español que es bajomedieval y todo!) Este hecho de la realidad francesa opone una absoluta dificultad a la labor irredentista del independentismo catalán. Por otra parte, no resulta muy claro a los catalanes franceses eso de pasar a ser ahora ciudadanos de una república pequeñita, por mucha expansión a la que aspire y que se encuentra además en francas dificultades. Si bien Barcelona les ha garantizado que pueden seguir organizando corridas de toros (con la única exigencia de que se les llame «curses de braus»), los catalanes franceses, tan buenos aficionados, no acaban de fiarse. No obstante, alentados por su independencia recién estrenada, las nuevas autoridades republicanas catalanas llevarán a cabo una labor permanente y contumaz de zapa y propaganda activa y agresiva del catalanismo en aquellos pagos irredentos con ánimo de sumárselos. Habrá incluso sabotajes y partidas de trabucaires operando en suelo francés. Llegarán a tanto en su osadía que Francia, verdadera república, habrá de responder. Militarmente, claro. Llevará a cabo acciones de castigo rápido e incluso podrá, para garantizar sus fronteras, seguridad y unidad nacional, llegar a ocupar partes importantes y extensas del Principado. Los franceses, además, han adquirido una gran práctica en el África negra y los vastos Sáhara y Sahel, y serán tan eficaces que llevarán a cabo una auténtica satelización de la República Catalana, reverdeciendo aquella otra que ya realizaran bajo Mazarino, arrebatando Gerona y Barcelona a Felipe IV, cuando comenzaba el declinar de España.
Como podemos apreciar, los catalanes estarán atareadísimos con tanto frente abierto, sí, pues habrán de considerar además otro nuevo, el de Aragón. En efecto, la República de Aragón habrá de garantizar su integridad territorial y no tolerará la ocupación de su franja oriental por muy catalano-parlante que sea, entre otras cosas porque ya demostró, no hace mucho, el Parlamento aragonés que allí lo que se habla es lapao, esto es una lengua aragonesa. También aquí habrá conflagración bélica. Los aragoneses no tolerarán que se les recorte territorio. Además se mostrarán muy celosos de su pasado pues la antigua corona se llamaba precisamente de Aragón, esto es como su actual República. Aragón, pues, aunque haya de afrontar dificultades, no desaparecerá como república, con lo cual seguimos manteniendo las catorce. De momento.
Si recordamos bien fue Marcelino Iglesias, a la sazón presidente de la extinta comunidad autónoma de Aragón, quien, con motivo de la guerra del agua peninsular, declaró algo así como que el Ebro, a su paso por Aragón, era propiedad de los aragoneses, pero que los no-aragoneses no se preocuparan pues él no consentiría, a pesar de no ser baturros, que se murieran de sed. Conmovedora solidaridad inter-autonómica. Ahora, constituida en república, dueña al fin de su destino, puede Aragón, mediante un ambicioso proyecto de presas y pantanos, frenar el avance del río justo antes de la frontera, condenando al enemigo catalán a un cauce seco y, así, doblegando su altivez, obligarle a desistir de su política expansionista. Queda probado con este ejemplo cuánto no deben las nuevas repúblicas a las sacrificadas autonomías y, por tanto, no será de extrañar que muchos de sus actuales presidentes hayan ostentado y ejercido, previamente, el cargo de presidente autonómico.
Hay algo que beneficia, y mucho, económicamente a la República Aragonesa. Como los pasos tanto de La Junquera-Port Bou como de Irún-Hendaya se han vuelto muy inseguros, se ha impuesto la necesidad de reabrir el paso de Canfranc con Francia. Los gobernantes aragoneses no pueden estar más ufanos, pues ello supone importantes ingresos en derechos de aduana y de peajes. No hay mal (ajeno) que por bien (propio) no venga.
¿Y Andorra? Las razones por las cuales permanecerá libre de toda agresión o iniciativa anexionista resultan tan meridianamente claras, más que el agua aun tras el reciente, que no el primero, escándalo Pujol, que no vamos a extendernos en ellas.
Frente aragonés, frente francés, frente valenciano… Son tantos los conflictos armados que Cataluña no sólo podría ver en entredicho su expansión, sino que incluso vería mermar su territorio continental. Además, en este contexto de debilidad catalana, en las Baleares podrían atreverse a surgir ya voces claramente discrepantes, dispuestas a restablecer la abolida República Balear, reminiscencia actualizada del medieval Reino de Mallorca, como ya se dijo, puesto que, como vemos, se trata ahora de reverdecer, modernizándolos bajo forma de república, los antiguos reinos medievales hispanos. Habrá incluso voces eruditas que reclamarán para las Baleares la antigua capitalidad de Perpiñán, pero sin llegar a formar una escuadra naval para su desembarque y reconquista. Permanecerá en el imaginario, eso sí, del irredentismo baleárico.
5) Euskal Herria
Cuanto acontezca en Cataluña, encontrará su réplica en el País Vasco. En efecto, el pan-vasquismo animará desde el primer día la República de Euskal Herria. La antigua reivindicación del Reino de Navarra se activará. La zona norte navarrica, dominada por el etarrismo, se sumará alegre a la nueva nación. El problema residirá en el resto del territorio. Toda la rabia, arrumbada y en sordina durante tanto tiempo contra el pan-vasquismo que ha asesinado, extorsionado y amedrentado, estallará de repente y con gran violencia, y ambas tierras de carlismo exasperado y ásperos requetés se enzarzarán en una lucha a muerte. Dicha lucha a muerte entre territorios hallará su pendant entre los lugareños de cada uno de los territorios considerados por separado pues no es imposible que, dentro del País Vasco, por razones idénticas a las que muevan a muchos navarros a empuñar las armas contra el abertzalismo, sean bastantes quienes ya no puedan contener más una impotencia y una humillación prolongadas durante demasiado tiempo y yergan cabeza, puños y fusil en busca, más que de venganza, de afirmación violenta de una dignidad escarnecida. Se acabó la contención y el temor. «Si hay que morir, muramos matando», se dirá más de uno. Y otros añadirán: «Sí, es hora de hablar de una vez y de responder a las armas con las armas». En este caso no nos retrotraemos a la Edad Media, sino a nuestra reciente Guerra Civil, con sus paseos y ajustes de cuentas en la retaguardia. Es cuanto pasa cuando se hunde el Estado de Derecho, que ostenta el monopolio de la violencia y contiene venganzas y luchas fratricidas. Lejos quedará la admiración de propios y extraños ante la prudencia y la renuncia a la venganza por parte de unas víctimas que sólo reclaman justicia.
Obviamente, el condado de Treviño, al segundo de proclamarse la República Vasca, pasará a ser ocupado y absorbido. Castilla no moverá un dedo por el enclave burgalés en tierra vasca, pues no dejan de ser unas tierrucas anecdóticas y, además, ganadas ya, a base de amenazas, a la causa pan-vasquista. La batalla se da de antemano por perdida y, por tanto, no se libra.
Por otra parte, como el hábito se convierte en segunda naturaleza, y han sido tantísimos los años de bombas, secuestros, palizas, insultos y amenazas de muerte, quienes los practicaron y jalearon, se verán llamados a ejecutar de nuevo esos actos que daban un sentido a sus vidas, requeridos por el fondo violento que impregna el País Vasco. Es más, incluso llevados de la inercia, no es descabellado pensar que pongan alguna bomba en la República de Madrid, aunque ya nada tengan que litigar con ella. La fuerza de la costumbre.
Al igual que para Cataluña, también existe un País Vasco Norte, secuestrado por Francia. Los constantes hostigamientos, acosos e incursiones en Euskadi Norte, moverán también a la República Francesa a intervenir en la República Vasca, ocupando zonas de importancia estratégica y castigando bases de operaciones vasquistas, de tal manera que también la República Vasca, lejos de expansionarse, menguará. Sí, pues ahora no ocurrirá como en 1638, en plena Guerra de los Treinta Años, en que la ofensiva francesa contra territorio español por Guipúzcoa fracasara y Fuenterrabía fuera liberada. Eso tan folklórico del Alarde dejará de celebrarse y ya no tendrá sentido pronunciarse a favor o en contra de que las mujeres tomen parte en él puesto que ya ni un sexo ni el otro lo harán.
Por otra parte, tanto en Catalunya como en Euskal Herria, los franceses, tan versados ya en castigar el terrorismo yihadista en el África, se encontrarán en las dos mencionadas repúblicas como pez en el agua, y además al lado de casa, que les bastará, como quien dice, alargar un poco la pierna y ya disponerse a repartir.
La Rioja. A una república tan pequeña, mono-provincial y tan penetrada del humor vasco, navarro y castellano, le será muy difícil sobrevivir. Bien pronto se verá desgarrada, ocupada, contra-ocupada y, al fin, se habrá de certificar su defunción definitiva por desmembramiento. Y, así, ya sólo quedan trece.
6) Al Andalus
La República Andaluza. Con Ceuta y Melilla anexionadas por el Reino Alauí, los andaluces han puesto sus barbas en remojo. Al cabo de tantos siglos, un nuevo Tarik podría cruzar el Estrecho y enseñorearse de nuevo del Sur peninsular ante la abulia e indiferencia fatalista de los habitantes, tal y como dicen ya ocurriera con una población visigótica desalentada que no opuso resistencia al avance de la media luna. Pues ahora, por no haber, no se dará ni batalla de Guadalete.
Aunque Al-Andalus, como Sefarad, designe toda la península (y las Baleares), generalmente se da un uso restrictivo de la palabra, acotándola en los límites de la actual Andalucía. Córdoba, Granada, Sevilla aún excitan el imaginario del irredentismo musulmán. Si ya Al-Qaeda encontró en España un magnífico campo de acción debido no sólo a su pasado árabe-musulmán, sino además y sobre todo a su debilidad como nación, esto es a su desnacionalización, ahora en que España no existe, sus planes se habrán vuelto mucho más fáciles y audaces. Desde el otro lado del Estrecho, Marruecos proyecta su sombra sobre Andalucía y se la mira con deseo. Tanto, tan grande es en cuanto a territorio y, por otra parte, tan enclenque es esta República Andaluza, desnortada y desorganizada, que Marruecos, poseedora ya de Ceuta, Melilla y, no lo olvidemos, las Canarias, comienza a ocupar, como tanteando primero y luego ya con mayor seguridad, las tierras de la República Andaluza. No se atreve a poner el pie en el Sur de Portugal pues la República Portuguesa, si bien no represente ciertamente una gran potencia, no es un espantajo, y un ataque a un país miembro de la UE y de la OTAN no sería consentido por Occidente. España, sin embargo, es otra cosa pues ya no existe. España perteneció a la OTAN y a la UE, pero no las repúblicas emanadas de su seno, que no han tenido tiempo todavía de nada, más que de enzarzarse en guerras. En efecto los añicos de España son un imprevisible, vanidoso y belicoso enjambre, fuente de permanente inestabilidad por quien nadie apuesta un duro y que habría que sujetar. Y en el Sur, se ve que esa sujeción corresponde a una aliada de los EEUU, que no es otra que la morisma marroquí, satisfaciéndose así sus reivindicaciones históricas, reafirmando el poder real, asegurando, con el nuevo orden surgido tras la desagregación de España, la estabilidad en el Mediterráneo y dando ejemplo a los otros países musulmanes de cómo hay que hacer las cosas: siendo amigo de los americanos, siendo una monarquía y teniendo algo de democracia, esto es advirtiendo a los otros países árabes aquejados de «primavera» y mostrándoles cómo la prudencia es la madre de la política, a la par que invitándoles a desechar esas peligrosas alferecías que los sacuden y que sólo pueden ser fuente de su propia ruina. Hay más, y es que Marruecos le hace el trabajo sucio a Europa restableciendo el orden mediante la coerción, la ocupación militar y, si fuera menester, la violencia, algo que Europa rehúye como la peste.
La República Andaluza ha dejado de existir. Ahora es provincia marroquí. Ya sólo nos quedan doce.
Hablábamos de la necesidad de estabilidad. Al-Qaeda, sin embargo, no lo entiende así. Al Qaeda no renuncia a Al Andalus e insiste en ello. Insiste como ella suele insistir: con las bombas y la crueldad más despiadada. En ocasiones podrá aliarse con el Reino Alauí; en otras, podrá combatirlo, siempre en función de sus perentorias necesidades. Al Qaeda sabe que la instauración de un primer Califato Islámico en Europa constituye los cimientos de la futura conquista de Occidente, de la mundialización del Islam y su victoria final. Andalucía representa el primer paso. Andalucía vivirá aterrorizada. A la población sólo le quedará abrazar la nacionalidad marroquí, convertirse a la religión mahometana, o huir. Sí, pero ¿adónde?
Murcia. La república de Murcia. La cabra tira al monte. Reviviendo los más heroicos episodios del cantonalismo, la República pija se romperá al instante en mil y una republiquillas. Si ya por ser república mono-provincial, Murcia mostraba gran flaqueza, siendo ahora un buen número de liliputienses Estados, presentará algo más que debilidad: exhibirá un estado terminal y será absorbida por el Califato, con las manos libres para hacer y deshacer sin tener que componer u oponerse a Marruecos. De lo que puedan opinar los murcianos, si es que en su terror pueden alcanzar un pensamiento, a los de Al-Qaeda no se les da un adarme. Se extinguió la República de Murcia. Quedan once.
7) Galicia
Volvamos por un momento a Galicia. La República no padece de irredentismo enquistado. Tan sólo se han producido algunas escaramuzas con la vecina República Asturiana por la disputa de los pueblos agallegados de la parte más occidental de esta última, aquélla que hace frontera con la República Gallega. Sólo ha habido un muerto, del que nadie se responsabiliza pues al parecer se mostró excesivamente torpe en el manejo de una granada que acabó por estallarle en las manos, pero que ha obligado a sentar a ambos bandos, a ambas repúblicas, a una mesa de negociación, trazando una nueva frontera que incluye en la República Gallega a dos pueblos y tres aldeas de tendencia mayormente galleguista y galaicófona, tal y como quedó demostrado en el referéndum al modo de Crimea que se improvisó a tal efecto. Hablaron las urnas y Asturias tuvo que ceder por no ser tachada de anti-democrática.
El Presidente de la República Gallega ha presentado la negociación como una gran victoria de la democracia, la Razón, Galicia y, claro está , él mismo. El Presidente asturiano le ha quitado hierro al asunto, asegurando, para justificarse, que nada ha perdido Asturias pues, en realidad, la inclusión de aquellas localidades en el mapa asturiano correspondía a un falaz trazado de fronteras franquista, que él ya tenía pensado reconsiderar -pero se le adelantaron los acontecimientos-; por otra parte, él y los asturianos, sus compatriotas, sólo abogan por la libertad de los pueblos y que en buena ley -«hay que reconocer las cosas como son»- aquello es Galicia y no Asturias. Además, de esta manera, gracias a su largueza de espíritu y a su ecuanimidad, la República Asturiana pasa a ser homogénea y sin elementos espurios. Y, apagando el micrófono e inclinándose sobre el hombro de su ministro de Defensa, añade, susurrándoselo al oído, que «los villorrios de marras se los pueden meter esos paletos por el culo porque no valen ni un duro».
No obstante, la República Gallega, a pesar de la victoria obtenida a expensas de la vecina República de Asturias y de su estabilidad pues, entre otras cosas, no se halla expuesta a los desgarramientos de sus repúblicas hermanas, Cataluña y Euskadi, con quienes formara en el pasado, cuando aún existía el Estado opresor español, la hermandad internacional de Euskaga (Euskadi o Euskal Herria, Catalunya y Galicia); a pesar de todo ello, digo, es consciente de su aislamiento e inanidad. Por ello vuelve los ojos hacia el Sur, hacia Portugal, e incluso se rumorea con que ha planteado a los lusos la creación de una confederación. De hecho ha solicitado su ingreso, como miembro de pleno derecho, en la Comunidade dos Países de Lingua Portuguesa (CPLP), para codearse no sólo con Brasil, sino con Angola, Cabo Verde, Mozambique, Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Timor Oriental. Por otra parte ha podido llevar a cabo, ¡por fin!, aquella antigua reivindicación de los nacionalistas gallegos, consistente en alinear su horario con el de Portugal y Reino Unido, diferenciándose así un poco más del resto de la Península («Son las cinco en Galicia y Portugal; una hora más en España»).
Galicia organiza mil y un congresos, mil y un premios, mil y un juegos florales y encuentros literarios galaico-portugueses, mil y una reediciones de su antigua producción literaria medieval y de la obra de Rosalía de Castro. En todas las ocasiones corre a raudales el albariño Martín Códax. Los intelectuales, escritores, poetas, oradores y artistas varios de uno y otro lado del Miño, acuden encantados a todos los actos y congresos celebrados en los paradores nacionales (gallegos), donde se ponen las botas y son tratados a cuerpo de rey, y sin pagar un duro. Sin embargo, Portugal, el Estado Portugués, sin nunca mostrar un rechazo abierto, sin querer desairar, recibe todos aquellas aproximaciones y lisonjas con una cierta frialdad, sin comprometerse nunca. Cierto es que no ha renunciado a Olivenza, pero no le compensa mover guerra por tan poco, que estas cosas no sabe nunca nadie cómo acaban. Portugal ignora los nacionalismos en su seno (¡bendita sea!), ve lo que está ocurriendo en lo que otrora fuera España y no quiere introducir en casa ponzoña alguna. Envía representantes de su cultura a los congresos a que den un abrazo de parte del Presidente de la República al apóstol Santiago, financia algunos proyectos para cumplir el expediente y no indisponer al amable vecino del Norte que se desvive por sus vecinos del Sur, publicita, por corresponder, en la Unión Europea, así como en Angola y en Guinea-Bissau los mariscos gallegos y la queimada; a cambio, Galicia se compromete a hacer propaganda con entusiasmo de la queixada y de la brandada de bacalao entre los gallegos. Y poco más.
En cualquier caso, para Portugal, aunque España ya no exista, los gallegos siguen siendo españoles y prefieren no tener mucho que ver con ellos. En la memoria colectiva del país genera aún una gran desazón la unión que otrora les impusiera España, bajo Felipe II. ¡Qué gran alivio cuando, en 1668, por el Tratado de Lisboa, a España no le quedó otro remedio que reconocer la independencia de Portugal! «¡Glorioso San Sebastián, que de Cristo fuisteis paje, / libradme de este salvaje que me come todo el pan!» … un alivio, en fin, que surge de nuevo ahora como un profundo suspiro del pecho del buen portugués. ¡Qué buena fortuna no estar en ese fregado! Pero ¿y Olivenza?… Que se quede donde está por mucho tiempo.
8) Asturias
Asturias. Asturias, Galicia, la Montaña, el País Vasco, Extremadura, Andalucía, Murcia, Castilla, en definitiva el antiguo Reino de Castilla, tan poderoso otrora. Ya hemos visto qué ha sido de Andalucía, de Galicia, del País Vasco. Le toca el turno ahora a Asturias. Asturias, aunque sólo sea por aquello de que «Asturias es España; lo demás, tierra conquistada», por ostentar el título de cuna de la Reconquista, por orgullo patrio en definitiva, no puede someterse a la humillación de ser una provincia más, un ente anodino. Por otra parte, Asturias ya hizo sus pinitos regionalistas con el FAC, el partido asturianista de Álvarez Cascos. Carece, ciertamente, del entrenamiento exhaustivo de una Cataluña y un País Vasco e incluso de una Galicia, pero, en fin, está lo suficientemente desentumecida gracias, citémosle una vez más, a Francisco Álvarez Cascos.
La República Asturiana existe pues y, además, como ya hemos visto, no está sujeta ya a conflictos bélicos. Su problema reside en su reducido tamaño, amén de su empobrecimiento de las últimas décadas y su pérdida de población. Es, junto con Galicia, tierra de gran tradición migratoria, pero ¿adónde van a emigrar ahora los asturianos? A la República Asturiana sólo le cabría la dependencia de la República Castellana (de la que luego se hablará), pero esa posibilidad se rechaza de plano por lo indicado más arriba. Asturias sería a Castilla lo que Bielorrusia a Rusia, a escala liliputiense, claro está. Ahora bien, la cuestión estriba en saber si cabe la mínima comparación entre España y Rusia y, por tanto, con mayor razón, entre Rusia y Castilla. En ambos casos los rusos se desternillarían.
9) La Montaña
Aunque algo costara, cuando tras la muerte de Franco se debatía la nueva organización territorial, Cantabria logró obtener su reconocimiento como comunidad autónoma. Se daba, así y por fin, la puntilla a esa oprobiosa dependencia cifrada en el dicho de «Santander, mar de Castilla». Además, si Asturias tuvo su Álvarez Cascos, los montañeses pueden alardear desde mucho antes del Presidente Hormaechea, quien fuera presidente autonómico durante bastante más tiempo y que, consciente de sus responsabilidades patrias, afirmó aquello de que era deber suyo convertir Cantabria en problema para España, parejamente a lo que ya era el País Vasco. Los cántabros, por tanto, no se encuentran mal preparados para mantener y defender la independencia de su flamante república frente al codicioso castellano. Se encuentran, no obstante, aquejados del mismo problema o misma limitación que los asturianos y que no es otro que el tamaño de su patria. Por ello Santander y Cantabria miran hacia Inglaterra, mas el Imperio Británico y el Reino Unido ya no son lo que eran. Tampoco han caído tan bajo como España puesto que sigue vivo el Reino, pero de ahí a esperar la creación de una especie de protectorado o algo similar en Cantabria, hay mucho trecho.
10) Extremadura
Extremadura tampoco acepta integrarse en la República Castellana. La República Extremeña tiene su propia personalidad, incontrastable, que no han de ser en balde tantos años de calentamiento autonómico y de exaltación de los productos de la tierra, de la cultura y de la historia extremeñas. Su dificultad reside, no obstante, en su tamaño y en su situación geográfica, justo al Norte del Al Andalus árabe-marroquí. Quizá, a imagen y semejanza de los Estados-tampón bálticos, marcas defensivas contra el comunismo, a la República Extremeña le corresponda un papel similar, de tal manera que pueda garantizar su existencia, si bien de facto sea «extremeñadamente» dependiente de las decisiones foráneas. Ahora bien, su Presidente y sus dirigentes se darán buenas trazas para ocultar esta situación de vasallaje y saber ensalzar, en cambio, la dignidad castúa, que sólo puede garantizar su república soberana. Y, en cualquier caso, de lo que se trataba era de no ser ya españoles, de no serlo nunca más, y ello se ha conseguido sobradamente.
Incluso cabe imaginar que Extremadura llegue a organizar unos Juegos Olímpicos en Mérida y en el Guadiana. Para los deportes necesariamente marítimos, ya se negociaría con Portugal -obviando el contencioso de Olivenza- que queda al lado y, sobre todo, habla otra lengua, evitando así toda interpretación malévola que vincule a los castúos con los españoles, o lo que sean ahora. En dichos Juegos se incluirían nuevas modalidades de deportes populares propios de la tierra extremeña, que hagan posible la obtención de medallas y el refuerzo de la auto-estima patria. Uno de ellos podría ser la parada de ruedas de molino en movimiento con un sola mano, rememorando y rindiendo homenaje a Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, más fuerte que cinco gevos vascos juntos. Ganaría quien la tuviera detenida durante más tiempo.
Bien cierto es que, próximas como se hallan a la raya de Portugal, en algunas localidades se habla portuñol e incluso portugués. Dichas poblaciones se marginarán de la República Extremeña y solicitarán su ingreso en la portuguesa, pero ésta, como ya se ha dicho, considera con extremado recelo todo cuanto ocurre en la Península al este y al norte de sus fronteras: un magnífico y sanguinario guirigay, un caos de colosales dimensiones; por lo cual declinará, eso sí con suma cortesía retórica portuguesa, la oferta de inclusión en la patria lusa por parte de esos pueblos, que, por otra parte, habiendo ya dado el paso, no querrán reconocer su fracaso y, a la manera del Conde Lozano de «Las Mocedades del Cid» de Guillén de Castro («pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla» -frase definitoria del hombre español, según Unamuno-), sostendrán y no enmendarán y se constituirán en un nuevo Kosovo, menos aún que liliputiense pues su territorio quedará comprendido entre el del Vaticano y el de San Marino. Dicho nuevo Kosovito vivirá del contrabando y del tráfico de armas de las que las nuevas repúblicas ex-españolas andan tan necesitadas. La República Extremeña debería darles una buena lección y reconquistarlas, pero, sabedora de que una guerra interna, la debilitaría y pondría en peligro su subsistencia, rehuyendo los ejemplos vasco y catalán, e imitando la prudencia portuguesa, decidirá, siempre por el bien de «los extremeños y extremeñas», mirar para otro lado.
11) Castilla
Y llegamos a Castilla. En la perspectiva de la generación del 98, Castilla se impone como la esencia y la explicación de España. Sabido es que tanto para Unamuno como para Ortega, Castilla hizo a España y Menéndez Pidal atribuye al español las características psíquicas que supuestamente tanto adornan como dan baldón al castellano. Sea como fuere, qué duda cabe que Castilla ha sido elemento aglutinador de la nación española y, aunque mermada económica y socialmente, es más exhausta desde mediados del siglo XVII, es siempre referente cultural y político y su importancia no puede ser ni preterida, ni menospreciada, ni obviada.
La cuestión es que, tras la era autonómica, hay tres Castillas en liza. Ni Castilla la Vieja, ni Castilla la Nueva. Ahora se dan Castilla-León, Castilla-La Mancha y Madrid.
León. Lo de León viene de muy atrás. Lo de León se veía venir, que «antes que Castilla leyes, León tenía reyes». León proclama su propia república, desgajándose de Castilla, esa advenediza. Es república mono-provincial pues, aunque le duela, sabe que no puede recomponer territorialmente su antiguo reino; al menos ha logrado su propio Estado. (Ya se ha dicho: ¡Qué bella es la Edad Media!) El Presidente de la República Leonesa no es ningún tonto. Sus ministros, tampoco, y, aunque lo disimulen a los votantes para no defraudarlos, son bien conscientes de lo arduo que se le hará a la nueva república el, aunque sólo sea, sobrevivir. Sí, mas aquello de que «de la necesidad se hace virtud», tan castellano (en este caso, tan leonés), le ofrecerá la solución al problema. León, frío, inhóspito, despoblado, sin atractivo turístico de masas, sin industria, puede convertirse en tierra de acogida para las denostadas centrales nucleares que nadie quiere ver ni en pintura y ceder así sus páramos no sólo a las ciclópeas torres que tanto fuman por sus enormes bocas, sino también a los vertederos de residuos de todo tipo de toda la Unión Europea. Con ello obtendrá pingües beneficios y sus raros habitantes podrán darse la vida padre. El proyecto, que será realidad, se presentará a los leoneses como una magnífica, y única, oportunidad para convertir la nueva república, ex-española y ex-castellana, en la Suiza mesetaria.
Además, de esta guisa y desmintiendo así a los agoreros que sólo ven reducción del originario número de diecisiete repúblicas soberanas, gracias a la gallardía de los leoneses, hemos aumentado su número con respecto a las démodées autonomías. Gracias a esta nueva república, a esta realidad insoslayable ahora, pero que el opresor Estado de las Autonomías había soslayado hasta entonces, las once repúblicas que nos quedaban, pasan a doce. No son las diecisiete primigenias, ciertamente, pero el daño, la merma, quedan algo amortiguados y disminuidos. Por otra parte, consideremos el Kosovo extremeño que describimos anteriormente. Es minúsculo, sí, pero existir, existe; y así, gracias a él, nos ponemos en trece.
Segovia. Ya quiso, al igual que Cantabria, contar en el momento de la reorganización territorial del antiguo Estado de las Autonomías, hogaño abolido por los hechos, con su propia autonomía; mas su situación geográfica interior -frente a la periférico-marítima de Santander y su provincia-, su semejanza a las provincias vecinas y, sobre todo, la envidia y la proterva intención de aquellos legisladores (que no en vano García de Enterría era cántabro y arrimó el ascua a su sardina del Cantábrico), la condenaron a la sumisión y a ser una más del montón. Mas ha llegado ahora el tiempo del desquite. Segovia proclama su independencia y se erige en república. Una más. Vamos ahora ya por las catorce. La tendencia se va revirtiendo. Tres más y habremos reequilibrado la situación, alcanzando el guarismo del inicio, a despecho de los moros.
A Segovia le sucede cuanto a León, mas, como a grandes males aplicará grandes remedios, competirá con León en aquello de la cuestión nuclear y de los residuos, dividiendo así eso de la Suiza mesetaria en dos: media Suiza para León y la otra media para Segovia. Felizmente, ambas repúblicas no se tocan pues, de ser vecinas, la guerra entre ambas se haría inevitable para dirimir cuál de las dos se lleva la Suiza al agua.
Hay más y es que, por la gestión y posesión del Parque Natural del Guadarrama, la República Segoviana y la República Madrileña (de la que luego se hablará) han roto las hostilidades. «La culpa», aseguran los segovianos, «es de los madrileños, que empezaron primero». No les falta razón pues recordamos perfectamente cómo, allá por 1992, en el puerto de Guadarrama, bajo una señal de «prohibido aparcar», la Comunidad de Madrid había añadido que esa interdicción tan sólo se aplicaba a los vehículos no radicados en Madrid y su territorio. Así es que el conflicto viene de antiguo, de cuando las matrículas exhibían la primera letra de la provincia correspondiente. Bien, inexplicablemente, la ONU ha intervenido en esta ocasión, acordonando el territorio, de tal manera que ya nadie, ni segovianos ni madrileños pueden gozar del Parque, tan sólo los oficiales y soldados canadienses, suecos e italianos de la fuerza internacional de contención, que se pasan el día esquiando. La población de osos y lobos ha aumentado de forma alarmante, adentrándose en ambas repúblicas de Segovia y Madrid y devorando ovejas y pastorcicas. «Eso no ocurría antes de las repúblicas de marras», reflexionan algunos lugareños, pero nadie los escucha y los dos o tres gatos que, sin escucharlos, los oyen a su pesar, los motejan de «paletos reaccionarios, nostálgicos del franquismo».
Los más preclaros castellanistas, reunidos con carácter de urgencia en Villalar de los Comuneros, consideran con preocupación estos procesos separatistas y el desmembramiento de la patria. Renuncian por unanimidad a intervenir militarmente y devolver por la fuerza al redil a estas ovejas díscolas. Se saben asistidos por la razón, pero no desean, recurriendo a las armas, actuar con respecto a las provincias secesionistas -ahora en que se ha reconstituido la patria castellana- de la misma manera en que las distintas monarquías y Franco actuaron con respecto a su conjunto, esto es reprimiendo a Castilla entera y obligándola contra su voluntad a formar parte de España. ¡Por qué demonios perderían la guerra los intrépidos Comuneros! ¡Maldita sea la…! Además, forzosamente han de renunciar al uso de la fuerza por sus firmes convicciones pacifistas y asimismo porque han asumido desde el primer momento, como si fuera el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, el «derecho a decidir» de los pueblos y de cualquier hijo de vecino, por mucho que les perjudique. Eso sí es longanimidad, señores míos. El pueblo, los descendientes de los míticos comuneros, emocionados, aplauden. Para acabar, los preclaros castellanistas, comuneristas de pro, redactan un manifiesto en castellano (que no en español), repleto de buenos propósitos y, esperanzados, de recomendaciones para que vuelvan a casa un día los hijos pródigos. Y luego se disuelven.
Castilla-La Mancha, por su parte y para mayor desesperación de los castellanistas preclaros, no acepta hermanarse bajo el mismo techo republicano que Castilla-No León (pretextan que en la Vieja Castilla hace mucho frío), sino que genera tres repúblicas soberanas: La Alcarria, la Mancha y otra que reúne en su seno a La Sierra, la Manchuela, los Montes y ya no sé cuántas comarcas más. Estas tres repúblicas establecen una confederación a la helvética, manteniendo cada una su propio gobierno, su propio parlamento, su propia Hacienda, sus propias leyes de educación, su propia sanidad, sus propias costumbres y su propia parla. La presidencia de la Confederación se ejerce de manera rotatoria entre las tres repúblicas por un período de tres años. Hay que evitar a toda costa que la más poderosa de las tres, la Mancha, llegue a dominar a las otras dos. José Bono, que sigue hecho un chaval, ostenta de forma vitalicia la Presidencia honorífica y ejerce de moderador, en caso de litigio entre las tres repúblicas.
Ya tenemos diecisiete repúblicas pues. Hemos reequilibrado la situación. Una más tan sólo y, aunque por poco, habremos ganado.
Ahora bien, ¿de qué van a vivir estas tres nuevas repúblicas confederadas? Porque, claro, eso de la Suiza mesetaria y nuclear ya está muy visto, no da más de sí y, como León y Segovia se les adelantaron -Segovia los plagió, según aseguran con saña los leoneses-, ya han llegado tarde y es mejor que ni lo intenten. Realmente, por mucho que uno se devane los sesos, no logra dar con nada que les aclare y asegure el porvenir y como lo de José Bono es sólo honorífico… Se podrá intentar de nuevo llevar a cabo aquel proyecto tan bello del parque temático de Don Quijote, con su aeropuerto y su campo de golf, etc., pero parece que no hay ninguna fe en ello y ni siquiera se intenta. Quizá la solución estribe en que la Confederación, al igual que la República Extremeña, se especialice en Estado-tampón frente al islamismo y alcance de esta forma a vivir subvencionada por las potencias occidentales, interesadas en contener el Islam lo más lejos posible de sus fronteras.
La República de Castilla la Vieja. Está tan mermada la pobre, tan despoblada, que del machadiano «Envuelta en tus harapos, desprecias cuanto ignoras», sólo le queda lo de envolverse en sus harapos -si es que no va desnuda- pues no le quedan ya ni fuerzas ni ganas para despreciar a nadie ni a nada.
Ya vimos cómo abandonó el Condado de Treviño. Y León se le desgajó. Y luego Segovia. A pesar de estas defecciones, frente a la fragmentación de Castilla la Nueva, ostenta el título de Castilla, Castilla a secas -como secos son sus páramos-, sin añadirle ningún adjetivo. Sus fronteras son seguras, no se ven cuestionadas y la guerra en que están sumidas las repúblicas nororientales le quedan relativamente lejos. Ello va a favorecer, según sus gobernantes, su prosperidad, si bien habrá de ganarse la buena voluntad de una recelosa Cantabria para asegurarse una salida al mar. ¿Prosperidad? Sí, hay que ganar votos, pero lo cierto es que nadie cree en su posibilidad y tanto gobernantes como gobernados caminan apesadumbrados y melancólicos, como Unamuno por los claustros de la Universidad de Salamanca, caviloso y hundido en sus meditaciones.
Como se dijo ya , no sabemos qué historiador o pensador afirmaba que, en el caso de que se diera la independencia de Cataluña, la guerra entre ésta y Castilla estaba servida. La cuestión es que Cataluña está inmersa en varias con todos sus vecinos y ya tiene bastante. Castilla, por otra parte, ha decidido enterrarse en su mediocridad y rechaza toda aventura. Castilla se retraerá aún más, azorrándose en su prolongado invierno vital.
Entonces, de aquello que más arriba afirmábamos, a propósito de Castilla, de que, por razones históricas, debido a que fuera elemento aglutinador de España y permanente referente cultural y político, etc., de todo ello ¿qué queda? ¡Nada! y así, a pesar de lo dicho y de su pasado, sí que puede ser preterida y dejada de lado. «¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras / de las eras… paramentos, bordaduras, / e çimeras?»
12) Madrid
Nos queda Madrid, la República de Madrid. Madrid lleva tantos siglos siendo capital, que ha llegado a ser distinta y algo más que Castilla a secas o que Castilla la Nueva, a la que pertenecía administrativamente. La cuestión es que Madrid ha pasado a ser ahora capital de nada y anda por ahí como alma en pena, sin saber a qué aplicarse. No obstante, por mucho que le cueste, ha de hacer de tripas corazón y adaptarse a la nueva situación de proliferación de repúblicas soberanas. Por otra parte, también Madrid posee tradición pues fue declarada autonomía y como tal ejerció, pero tras unos cuantos avatares. En un primer momento se dudó de si dotarla de plena autonomía o si integrarla en Castilla-La Mancha. Tamames, por aquel entonces, era comunista y esgrimió que no se debía desgajar Madrid, por ser de izquierdas, de Castilla la Nueva, por ser ésta en su conjunto de derechas, lo cual suponía favorecer las predilecciones personales políticas a la coherencia territorial y, por tanto, un despropósito pues precisamente se trataba de organizar el país en función de criterios exclusivamente territoriales, ajenos por tanto al binomio derecha-izquierda. Sea como fuere y dejando en paz a Tamames, Madrid fue autónoma y, lo que son las cosas, bien pronto Castilla-La Mancha se erigió en feudo socialista, mientras que algo más tarde, Madrid lo sería de la derecha. Mas todo aquello, ahora, importa bien poco. El principal problema actual de Madrid es su encaje como república independiente. En la Confederación alcarreño-manchego-etcétera, no se la admite y Castilla, a secas, le da la espalda pues recela en ella el antiguo -si bien felizmente superado- imperialismo español que tanto daño le hiciera. Madrid, que lleva siglos gestionando, como queda dicho, no tiene actualmente qué gestionar. Se ha estrechado tanto su horizonte, constreñida ahora entre la Sierra y el Jarama, que sólo abarca de Titulcia a Buitrago, postrada como se halla, mano sobre mano, aburrida y melancólica. Se la ve condenada a morirse de asco. «Ancha es Castilla», sin embargo, pero aquí ponemos el dedo en la llaga pues Madrid ya no es Castilla. Además, como Madrid ha oprimido a todos, ha robado y esquilmado a todos, ha menospreciado a todos y de todos ha hecho befa, como todos los males de las que ahora son repúblicas tienen su origen en Madrid, nadie quiere bailar ni el schotís ni los respectivos bailes nacionales con la República Madrileña.
La economía. Madrid ha desarrollado un tejido industrial, es centro financiero y tiene al Real Madrid, pero esas industrias y esas finanzas eran en función de un Estado que ya no existe. También lo era el Real Madrid, que sólo encuentra potencial competidor de nivel en el Atleti, pero tanto Madrid como Atleti están en el dique seco porque la Liga Ibérica que proponía el antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, el independentista señor Laporta, y que iba a agrupar a Portugal, España y Cataluña, no acaba de cuajar, con tanta guerra y tanta difidencia como hay. El fútbol necesita éxitos permanentes y este desfallecimiento deportivo se prolonga demasiado. Quizá el futuro de Madrid se cifre en convertirse en paraíso fiscal. Bien asesorada y dirigida por los políticos ex-españoles, a los cuales se debería otorgar la doble nacionalidad (madrileña y otra ex-española, la que fuera) para que pudieran actuar con total libertad en beneficio no sólo de la República Madrileña mas sobre todo de ellos mismos, podrá hallar en ello una fructífera senda futura. Las infraestructuras las posee; la buena voluntad y la fe de los políticos ex-españoles en su conjunto, también y de sobra. Por aire está excelentemente comunicada y por tierra, como la República Aragonesa ha reabierto el paso de Canfranc para asegurarse un presente y un futuro, las mercancías podrán llegarle sin peligro, evitando así la guerra noroccidental, que se libra entre el País Vasco y Navarra y bajo forma de guerra civil en su seno, así como la guerra nororiental que tiene lugar en Cataluña. Habrá de pagar peajes a Aragón y a Castilla, pero los políticos ex-españoles darán pruebas de longanimidad y pagarán sin rechistar.
Por otra parte, quién sabe, podría reactivarse el proyecto de Eurovegas en Alcorcón. Atraería muchas inversiones y un turismo de posibles.
13) Consideraciones finales
Manifestamos nuestra desazón por haber quedado, en este tiempo de guarismos y estadísticas omnímodas, en un empate entre el número de comunidades autónomas previas y el de repúblicas, pues hubiéramos deseado que, en aras del progreso (que es siempre más), éstas se presentaran más numerosas que aquéllas. Si hubiéramos hecho un poco más de caso, hubiéramos prestado una mayor atención a aquellos circunspectos intelectuales y lúcidos políticos nuestros de antaño que reclamaban, para lo que un tiempo fue España, la fórmula federal asimétrica o cualquier otra tan bienintencionadamente contradictoria y falaz, otro gallo nos cantaría ahora y las repúblicas hubieran batido por paliza a las antiguas comunidades autónomas, sin llegar a este mediocre empate; pero nadie quiso escuchar a aquellos sabios, más leídos que Ortega, más indagadores que Américo Castro, más sesudos que Claudio Sánchez-Albornoz, más curiosos que Salvador de Madariaga… y, claro, de aquellos polvos, estos lodos…. pero… ¡No!, ¡Sí!… ¿Sí? ¡Sí! ¡Eureka! ¡Dadnos albricias, ex-compatriotas todos! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Aunque por la mínima, un gol, habremos ganado… ¡El Valle de Arán! El Valle de Arán proclamará su propia república, no acatará la catalana -desacato que aprendió precisamente de quien ahora se escinde- y le creará un nuevo frente y un auténtico quebradero de cabeza. La República Aranesa buscará el crear lazos con la Francia de lengua occitana. No le harán mucho caso, pero el parentesco lingüístico reafirmará su espíritu patriótico. «No estamos solos. No somos los únicos».
¡Lo logramos! Hemos ganado. Dieciocho repúblicas por diecisiete comunidades autónomas. La cosa tiene su mérito, máxime cuando por el camino nos han escamoteado más de una y más de dos repúblicas.
No dejará de haber, ciertamente, quien , confiando en que las condiciones de bienestar que han caracterizado a la sociedad española, no sólo en los últimos tiempos sino desde el desarrollismo bajo Franco, hayan curado al español de su temeridad y facilidad para empuñar las armas y salir a matar a otros españoles, descarte, por más que improbables, las lindezas que aquí se narran. Respondamos que la cabra tira al monte, que el pasado pesa y el pasado español, desde el siglo XIX, es de enfrentamientos armados; que la irracionalidad suele triunfar, al menos momentáneamente, pero para cuando la Razón despierta, el mal no sólo está hecho, sino que no puede ya enderezarse y tan sólo, y no siempre, se puede intentar paliarlo; que precisamente las crisis llevan a los agotamientos de los sistemas y, precipitando su caída, suscitan el caos; que… pero basta así pues podríamos eternizarnos. Con recordar cuanto están azuzando contantemente en Cataluña los nacionalistas, uno puede darse cuenta de hasta qué punto la emoción más irreflexiva, el sentimentalismo más viscoso y el odio más exacerbado nublan el entendimiento. Poco importa que descienda el nivel de vida, que el nuevo país quede aislado, que todo se le ponga cuesta arriba… Lo importante, lo único importante, es dejar de ser españoles.
Por otra parte, estimamos que este proceso de desintegración no podrá dejar indiferente a Hispanoamérica, quien lo considerará con perplejidad no disimulada y creciente. Que España, origen de lo que son esos países, se vaya al garete, no puede por menos que intranquilizarlos y agitarlos y quién sabe si nuestras sacudidas no los alcancen, resucitando agravios, avivando rencores y excitando a la guerra, en definitiva fragmentándose ellos también.
Tampoco queremos imaginar qué sería de la lengua española. Mauricio Wiesenthal, con toda razón, dijo que «el español es más moderno que el castellano». Ahora, con la muerte de España, se pondrá en entredicho su presente pujanza universal y su esplendente futuro. ¿Quién recogería el testigo, qué nación? ¿México?… Difícilmente.
Afirmó Ortega, en una de sus frases aparentemente paradójicas y siempre de gran efecto que América era el origen, y no al revés, de la nación española.
14) Conclusión (épica)
Para acabar, digamos que hemos conseguido importar a nuestras tierras el avispero balcánico, que pasará a llamarse ahora hispánico. Saldremos en los papeles, como ya hiciéramos en el 36, mostrando nuestras auténticas conducta y personalidad, conformadas por la envidia, la intolerancia, el totalitarismo, el egoísmo más ruin, la violencia y el odio sectario y nacionalista. Como en los programas de Tele 5 saldremos diciéndonos de todo y tirándonos los trastos a la cabeza unos a otros, pero tirando a matar de verdad y matando de veras. Paradójicamente, queriendo dejar de ser españoles, reafirmaremos nuestra españolidad hecha de sangre y cruezas, para regocijo de los nuevos Hemingway, Montherlant, Malraux y Huxley que vengan a visitarnos en busca de emociones fuertes. ¿Quién recordará ya esa Serbia, esa Croacia, esa Eslovenia, esa Bosnia-Herzegovina, ese Montenegro, esa Macedonia, ese Kosovo, incluso esa Voivodina, espejos de naciones gloriosas, como Amadís lo fuera de caballeros andantes? Nuestros ex-compatriotas pueden más y mejor e, incluso, en eso del genocidio o escabechina del enemigo (todo el que no sea de los míos o como yo), podríamos superar el récord Guinness de Srebrenica.
¡Ha muerto España! ¡Por fin! ¡Sí, por fin la Guerra!
¡Vivan la pequeñez y la mezquindad! ¡Viva lo ínfimo!
¡Viva el derecho inalienable a decidir! ¡Viva el derecho inaplazable a separar, romper y descuartizar! ¡Viva la desunión! ¡Viva el caos! ¡Viva la Guerra y viva la Muerte! ¡Vivan las Repúblicas ex-españolas!