Baraka

Resulta muy difícil hablar de Baraka. Cualquiera que haya visto esta joya, sabrá a lo que nos referimos.

Si se extinguiera la Humanidad y en el futuro alguien sintiera curiosidad por lo que somos -por lo que hemos llegado a ser- bastaría con que viera Baraka para comprenderlo todo. Sin una sola palabra, sólo mediante la mera concatenación de imágenes y músicas, Ron Fricke realiza el retrato más perfecto de la Humanidad que cabe concebir.

Se trata de una experiencia puramente emocional que agita las ramas del intelecto. Baraka habla a gritos de las similitudes y diferencias entre los humanos, de sus miedos y creencias, de sus misteriosos rituales, de sus alegrías, sus tristezas, de su relación con el medio, de la evolución que han sufrido… Sin decir nada.

Con su cadencia característica, Baraka detiene la mirada del espectador en aquello que merece ser visto, le dice: «mira esto». Y luego, «mira esto otro». «Y relaciónalo».

Necesariamente, el cine, la fotografía, acotan la realidad. Seleccionan de ella una porción que se convierte en mundo y en signo del mundo al mismo tiempo. Las buenas fotografías -las buenas películas- reproducen aquellas partes del mundo que aglutinan en sí mismas universos enteros. Son altamente significantes. Pero quizás se comprenda mejor esto si no usamos tantas palabras:

El cine convencional se rueda con película de 35 milímetros, esto es, concatenando 24 fotografías por segundo de tres centímetros y medio de ancho cada una. Como si el mundo no le cupiera en esos tres centímetros y medio, Ron Fricke construyó expresamente una cámara para rodar Baraka, una cámara que utilizaba fotogramas de siete centímetros cada uno. Todo era poco. Era la obra de su vida. La gran obra maestra del cine documental. Rodó en 24 países, de los cinco continentes. 24 países.

Cada plano de la película reproduce universos completos. La película completa es algo inconmensurable.

Ficha técnica

Anglosajonas y latinas

Anglosajonas y latinas_mini

En el monte Tabor

En el monte Tabor_mini

Un cadáver exquisito

Estamos bastante tocados, en general. Y queremos estar bien.

Antaño, locos y cuerdos estaban perfectamente diferenciados. El «loco» era «disfuncional» (no trabajaba, se dedicaba a hacer el loco, o se le encadenaba) y los cuerdos eran, por eliminación, todos los demás.

Ahora la cosa ha cambiado. Los considerados «cuerdos» a menudo nos hartamos de ansiolíticos, o desembolsamos sumas astronómicas en la consulta del psicoterapeuta, y no por ello se nos considera «locos». Ahora ya no hay blanco o negro (loco o cuerdo), sino una infinita gama de grises, una relativización de la salud mental que tiene su base en la evolución científica, en los descubrimientos que sobre la psique humana se han venido realizando.

Freud

Freud fue ese eminente loco que puso las cartas sobre la mesa (de hecho, aún hoy, muchos consideran que sus conclusiones son «una locura»). Contra viento y marea, Freud fue capaz de articular una teoría que colocase al «Inconsciente» en el centro del estudio, lo cual, evidentemente, no es tarea fácil. No es fácil porque del «Inconsciente», por definición, no somos conscientes. Y además, en el «Inconsciente» residen todos esos recuerdos olvidados, los deseos reprimidos, los miedos, las envidias, que a duras penas aceptaremos, ni siquiera ante nosotros mismos.

Ocuparse de esos deseos reprimidos, de esa dimensión inconsciente, es -según esta rama del conocimiento- beneficioso para el individuo, ya que identificar lo que íntimamente deseamos -o tememos- es el primer paso para afrontarlo.

Surrealistas

El Inconsciente habla el lenguaje de los sueños, y así se comunica con «nosotros»: a través de sensaciones, de imágenes, de breves destellos, de símbolos. Y es que el humano es un ser esencialmente simbólico.

Los surrealistas, aquellos niños terribles, se propusieron indagar en el Inconsciente para aprovechar -en sus obras de arte- los símbolos que éste maneja. Consideraban, con verdad, que en el Inconsciente se encuentran los símbolos más puros, más virginales, aquellos que no han pasado por el tamiz de la razón, así que emplearon mil herramientas para acceder a él, al Inconsciente: desde los estupefacientes -¡¡absenta!!-, hasta la escritura automática; pasando por la hipnosis, o el popular «cadáver exquisito».

De este tipo de experimentos surgieron imágenes tan poderosas como el ojo de Buñuel o los relojes de Dalí.

Un perro andaluz. Luis Buñuel.la-persistencia-de-la-memoria-dali2

Psicomagia

Llegamos a Jodorowsky. Se trata de un artista chileno que, en un determinado momento de su vida, decide emplear su arte para sanar a la gente. Así, emprende el viaje de la Psicomagia, una disciplina que él mismo inventa y que traza una ruta inversa a la de los surrealistas.

Los surrealistas, con sus juegos y brebajes, traían al Consciente lo que había quedado sepultado en el Inconsciente, lo que estaba oculto, para aprovecharlo. Jodorowsky intenta en cambio llevar al Inconsciente símbolos creados conscientemente: depositar allí, en la profundidad del pozo, imágenes que sirvan para sanar a la persona, para sosegar al monstruo interior.

Las críticas a esta perspectiva son muchas. Pero los casos de éxito también lo son.

Pintarse los testículos de rojo, abofetear al padre, robar la ropa interior de la madre… Los rituales psicomágicos son así de extremos, porque tratan de llegar al Inconsciente, penetrar en él, modificarlo. Y el Inconsciente no se anda con medias tintas, necesita emociones fuertes.

Ritos de paso

De manera que estos rituales se convierten para los «pacientes» en ritos de paso, de una edad a otra, de un grupo a otro, de una perspectiva a otra.

Los ritos de paso son una constante en las culturas. Tatuar la piel de un niño significa para los maoríes su acceso a la adolescencia, su abandono definitivo de la infancia. El matrimonio es asimismo un rito de paso para multitud de culturas, que suele aparejar un cambio de residencia, de estatus social, etc. El Brit Mila de los judíos, el Donga de los surma…

En la Europa contemporánea, los ritos de paso han perdido interés. O, mejor dicho, los ritos de paso prescritos por un grupo, por una cultura determinada, gozan cada día de menor seguimiento, en favor de otros ritos de paso con [aparente] carácter individual. El adolescente que se pone un pendiente a espaldas de sus padres, la niña que se tatúa un delfín en el hombro… son ritos de paso que los separan de sus progenitores y los igualan a sus pares. Esto es lo que hace Jodorowsky: proporcionar al individuo un rito de paso «a la carta», especialmente diseñado para él, para que avance, libremente, de una edad a otra.

Carta blanca

Televisión Española también ha asistido a numerosos ritos de paso en los últimos años. Allá por 2009 creó el canal «Cultural.es», en una decidida apuesta por la televisión de calidad. No duró mucho tiempo, su apuesta, ya que en junio de 2010 Cultural.es desapareció. Sin embargo, algunos de los contenidos que este canal albergó pueden aún verse en Internet.

Es el caso de «Carta blanca», aquel programa que en 2006 ideara Santiago Tabernero: misma apuesta por la televisión de calidad, semejante fracaso (sólo se grabaron 13 programas).

El capítulo número dos de «Carta blanca» le daba la palabra a Alejandro Jodorowsky.

Ver «Carta blanca» (Jodorowsky) en la web de TVE – completo

Ver entrevista de Sánchez Dragó a Jodorowsky

10 recetas para ser feliz de Jodorowsky

Chunda-chunda

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El Montalbano de Camilleri

¿Quién es Andrea Camilleri? Un siciliano, fumador empedernido, guionista, director teatral y televisivo y sobre todo un novelista de éxito. Militante comunista, comenzó a escribir en los años setenta sin mucho éxito. En los ochenta publicó una serie de novelas ambientadas en la ciudad imaginaria de Vigáta. En los noventa reinició la escritura después de un parón. Precisamente en 1994 publicó la primera novela –La sombra del agua- protagonizada por el Comisario Montalbano. Esta serie de novelas le catapultó al éxito. Su personaje es un héroe nacional que ha protagonizado hasta una serie de televisión, precisamente ahora se emite por la 2 de TVE, a las 21,30 horas del sábado –recomendable-.

El comisario Montalbano recibe su nombre como homenaje a otro gran escritor de novela policíaca, el catalán Manuel Vázquez Montalbán, conocido por ser el creador de otro gran investigador, Pepe Carvalho; aficionado a la gastronomía y a la literatura como Montalbano.

Camilleri

«Sólo se puede ser siciliano con ironía» Andrea Camilleri

El lugar donde se desarrollan las historias, Vigáta, en la provincia de Montelusa, es en realidad Porto Empedocle y Agrigento respectivamente. El comisario además tiene múltiples colaboradores, Augello, Facio, Gallo, Catarella (que tiene graves problemas con el lenguaje), Galuzzo…

Montalbano es un excelente policía, con un celo profesional fuera de toda duda, aunque no duda en saltarse la ley para resolver complicados casos, es un gran lector y amante de lo culinario y un enamorado de su tierra siciliana.

Es irónico, los casos con los que se enfrenta son una representación de lo más sórdido de esta Europa en la que vivimos actualmente. Lucha contra la injusticia; su concepto de la justicia es profundo, va más allá de lo que dictan las leyes, y la sociedad. Su deber como ser humano es hacer lo mejor posible su trabajo como policía. No es un cruzado moderno, solo piensa en defender a los débiles y los necesitados, en esta sociedad hostil.

Su adaptación para televisión, dirigida por Alberto Sironi, está protagonizada por un excelente Luca Zingaretti (Salvo Montalbano). La ambientación es fantástica, pero quizás la acción sea algo lenta. Sin embargo, escuchar los diálogos en siciliano, plagado de palabras de origen catalán y español, es muy interesante.

Sin ser una excelente serie, es enormemente creíble, representa al antihéroe, que resuelve casos a base de sentido común, sin ningún tipo de herramienta tecnológica. Su claridad en las tramas le confiere una vitalidad y una belleza verosímiles; es una referencia a la vida.

La Sicilia que aparece es luminosa, de una grandilocuencia arquitectónica venida a menos, decadente, en ella el tiempo está ausente, parece no pasar, es lento; el silencio lo invade todo, las calles, los interiores, la propia comisaría. El ambiente rural cobra una especial importancia, al igual que el mar azul, dándole un tono costumbrista propio de la serie; una belleza salvaje. Sin olvidar que se debe ver en italiano, o debería decir en siciliano, para apreciar la humanidad, el humor y el carisma con el que se desenvuelven los personajes; en medio del silencio u «omertá», la Cosa nostra, la venganza, el miedo, la corrupción, la verdadera actualidad.

Las novelas de Camilleri son vitales y crueles, son hermosas, son intensas, y difieren en parte con respecto a la serie. Soy consciente de que el género policíaco, o «novela negra», es un género literario menor, según algunos, pero las novelas de este hombre me han enganchado.

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Montalbano es como Maigret, no toma notas; es un método poco convencional, es más, en las últimas novelas ha perdido memoria (hay que recordar que el comisario es mayor en las novelas, mientras en la serie es bastante más joven). El personaje en su esencia es hijo del mayo del 68. Uno de los relatos del libro

 «Un mes con Montalbano«, lo retrata como protagonista de los disturbios callejeros de su época universitaria, una experiencia que lo convertirá en crítico contumaz de la burocracia, la prepotencia de los políticos, de los policías corruptos o malos profesionales, de los periodistas sensacionalistas, de las injusticias sociales…

Las novelas de Camilleri son verdaderas crónicas de la vida siciliana, la comida, las casas, la gente y su lengua, las costumbres, sus relaciones…

Las novelas de Camilleri repasan sus gustos literarios, Sciascia, Pavese, Borges, Kafka, Leopardi, Pirandello, Dürrenmatt…

A pesar de su relación con Pepe Carvalho, está lejos de sus excesos. Está más cerca de Maigret, pero el belga no comía, no se bañaba, no iba con mujeres, no bebía, era un calvinista redomado.

¡Viva la novela negra! Vivan todos los escritores que se dedican o han dedicado a ella, Arthur Conan Doyle, Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Agatha Christie, Patricia Highsmith, Georges Simenon, Manuel Vázquez Montalbán, Leonardo Sciascia, Andrea Camilleri, Petros Márkaris, Assa Larsson y tantos otros.

Honoris causa

Honoris causa

La música, el universo y Kraus

La música es vibración. La musicoterapia es una disciplina que intenta, mediante el uso de la música -esto es, de diversas vibraciones-, restablecer la salud (física, emocional, social…) del paciente.

Con frecuencia, el musicoterapeuta indaga en la identidad sonora del paciente (en su «cultura musical») para traer al presente emociones que se instalaron en su inconsciente, que quedaron tapadas, y así actualizarlas. Por ejemplo, la sintonía de Lucky Luke, la serie infantil de televisión, puede brindarnos una emoción semejante a la que experimentábamos cuando, de niños, la escuchábamos. Y quizás, hacernos llorar.

Vibraciones

Pero la música es algo más que cultura, algo más que memoria: la música, en tanto que vibración, nos afecta a un nivel físico, a nivel material, a nivel energético. Del mismo modo que un ruido fuerte nos hace saltar -sobresaltarnos-, una melodía armoniosa consigue que nos relajemos. Y de ahí el refrán «la música amansa a las fieras».

Sin entrar en demasiados tecnicismos, hay que señalar que existe una teoría científica, la Teoría M, que supone que el universo está vibrando continuamente. Es decir, que todas las partículas del universo serían una especie de «cuerdas» que vibran a una cierta frecuencia. Y nosotros, como parte del universo, también estaríamos compuestos por esas «cuerdas», también vibraríamos.

En esta línea, no deja de asombrar que tengamos un sentido tan desarrollado como el oído, que sirve precisamente para captar esas vibraciones (aunque no todas: pensemos en las ondas de radio), lo cual supone una conexión biológica con lo que no se ve, no se toca, no se huele, pero existe.

Y ahí tenemos el Yoga, con su «Om», que según las religiones dhármicas, no es más que el sonido del Todopoderoso, el sonido primero, el sonido del que emergen los demás sonidos, el sonido del universo.

Universales

Y llegamos a Bobby McFerrin. Es un célebre músico de Jazz, una especie de mago del sonido que consigue conectar con ese «todo cósmico» que nos compone. En cierta ocasión, fue invitado a un congreso sobre neurología en el que se debatía sobre la existencia -o no- de un «coro común», de una identidad sonora universal, al margen del espacio y del tiempo, al margen de la cultura. Bobby McFerrin demostró lo que sabía de la siguiente manera:

Y lo que sabía es que las notas musicales son iguales para todos, son una especie de vibraciones prefijadas por el universo, ordenadas de cierta manera, relacionadas entre sí. La música, en tanto que vibración, es un fenómeno universal.

La Ópera

Pero la música también contiene una importantísima componente cultural. El ‘rap’, por ejemplo, se asocia con un cierto tipo de personas, de vestimentas, de conductas, al igual que el Heavy Metal, o el Gospel. Los himnos, el Canto gregoriano, los ejemplos son múltiples.

¿Y la Ópera? Pues la Ópera (en su vertiente musical), efectivamente, es música culta, música asociada a personas con poder, con prestigio, posición social y riqueza, o al menos así es percibida (desde dentro y desde fuera de esa cultura). Pero en la esencia de la música de Ópera está también la vibración, mucho más pura en este caso, mucho más cuidada, especialmente trabajada. Saber cantar Ópera es saber cantar.

La Ópera busca la perfección, trata de dominar por completo el instrumento vocal, lo cual exige no sólo cualidades innatas, sino muy especialmente años de intensa preparación técnica, una excepcional forma física y un amplio marco de conocimientos intelectuales (idiomas, historia, lírica…) Por eso, el cantante de Ópera es un personaje por lo general refinado, sutil hasta el extremo y culto.

Y Kraus

De entre todos, es el mejor. Los españoles bien podemos enorgullecernos de haber alumbrado a este genio o, mejor dicho, de haber sido alumbrados por él. Porque la voz de Kraus, efectivamente, es luz, es pura vibración cósmica, es voz sin carne, energía que atraviesa el universo para penetrar, a través de nuestros oídos, en el interior mismo de nuestras células, en las «cuerdas» que nos componen.

Haced la prueba: libraos de prejuicios, olvidad vuestra cultura y escuchad una canción de Kraus como si fuerais nuevos en el mundo, como si estuvierais recién nacidos, como meros receptores de una vibración que no se sabe bien de dónde proviene. Notaréis que cala, que se instala en vosotros y que os purifica.

Deberíamos valorar la Ópera, mucho más ahora que, asfixiada por el imperialismo del ‘Marketing’, casi aniquilada por los intereses comerciales, se debate en una guerra a vida o muerte. El cantante de Ópera es un abnegado luchador, un perpetuo aprendiz, y un héroe. En él recae toda esta sabiduría, fruto de milenios de evolución humana: él es el verdadero mesías, el ungido, el iluminado.

El documental que hoy os dejamos habla de él, de Kraus:

Ver documental «Alfredo Kraus, mi propia historia»

Ver ópera «Fausto» de Gounod, con Alfredo Kraus

Y también os dejamos otro sobre los descubrimientos del Dr. Masaru Emoto, a propósito de los efectos que diversas «vibraciones» parecen tener sobre el agua:

Ver documental «Los mensajes del agua»

El hombre tranquilo

Es Innisfree el punto final, el objetivo de todo hombre, el paraíso perdido, la Arcadia moderna, el lugar donde uno puede olvidar los problemas y encontrarse consigo mismo, con la felicidad. Un lugar donde uno se convierte en un hombre pacífico y enamoradizo, donde uno se fusiona con la naturaleza, una naturaleza idílica. Sean Thornton (John Wayne) encarna a ese hombre tranquilo (un ex boxeador) que vuelve a sus orígenes, después de haber tenido una vida intensa en los proverbiales Estados Unidos. Un irlandés que quiere olvidar su pasado, para reinventar su futuro. Allí conoce a la temperamental Mary Kate Danaher (Maureen O´Hara) de la cual se enamora, pero las dificultades son inmediatas. Su formación choca con las conservadoras costumbres irlandesas y la oposición de un fornido hermano que se convierte en el enemigo a batir. La historia se repite, es la lucha del hombre por superar las barreras que impone la vida. Innisfree está plagada de gentes de una profunda humanidad, pero a veces enormemente distantes.

Innisfree es un pueblo ficticio que toma el nombre de un poema del escritor y Premio Nobel William Butler Yeats. La trama se desarrolla en un lugar indeterminado y en un tiempo indefinido, porque John Ford quería crear una atmósfera de ensueño. Precisamente esto supuso rodar las secuencias en escenarios naturales, cerca del hogar de sus antepasados irlandeses.

El sentido del humor predomina en toda la cinta, las escenas de puñetazos son de las más gloriosas de la historia del cine, la cerveza corre en abundancia, las canciones son nostálgicas, el romanticismo… Todo ello en medio de un paraje idílico, la hermosísima isla de Innisfree, donde la vieja Erin o Éire está plena de vida cubierta por un manto verde.

La película es una de las obras maestras de John Ford, con una soberbia fotografía de Winton C. Hoch, colaborador también en películas como Centauros del desierto o La Legión invencible. El guión es una adaptación de Frank Nugent de una novela de Maurice Walsh titulada Green Rushes.

Obtuvo dos Óscar, al mejor director y a la mejor fotografía, contó con la participación de John Wayne, Maureen O’Hara -están excepcionales- Barry Fitzgerald, Ward Bond, Victor McLaglen, Jack MacGowran, Arthur Shields, Mildred Natwick, realizando todos ellos excelentes trabajos de actuación.

Se estrenó en Estados Unidos el 14 de septiembre de 1952 en copias en 35 milímetros y en un sofisticado sistema llamado Technicolor. Consistía en la filmación de tres negativos o películas, cada uno de ellos en un color -verde, rojo y azul-. Se introducían posteriormente en la cámara cinematográfica y, finalmente, se combinaban en el positivado de la película, reproduciendo el color con gran exactitud y brillantez. El resultado era una textura tan especial que fue el sistema reinante en el Hollywood clásico hasta los años 90.

El hombre tranquilo quedó en un vacío legal tras la muerte de su protagonista, también copropietario de la película junto a Paramount Pictures. Los herederos de John Wayne y el estudio litigaron durante años para llegar a un acuerdo sobre la futura restauración de su negativo y para exhibirlo en salas de cine de nuevo.

Recientemente, los herederos de John Wayne y Paramount Pictures por fin llegaron a un acuerdo para recuperar la genial obra. El negativo original ha sido escaneado a 4 K, fotograma a fotograma, y minuciosamente restaurado, para ser proyectado en los cines de hoy en día. Desgraciadamente solo se proyectará en salas de Madrid y Barcelona, disfrutando de la fotografía en alta definición digital.

La he vuelto a ver por enésima vez, pero ahora en pantalla grande y con la calidad digital da una sensación verdaderamente espectacular, y por supuesto me sigue entusiasmando, sobre todo porque los valores que nos muestra son eternos.

La película está filmada con el corazón, es pura poesía visual, acompañada por la soberbia fotografía. Es un canto a lo humano. Es una verdadera obra de arte; su calidad pictórica queda patente en cada imagen, con una composición perfecta, plagada de texturas, luz y color.

Comienzo de «Innisfree», de José Luis Guerín

 

Entre Cantinflas y Galahad

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