El examen final (Carmen Cereña)
He leído en la prensa que el Papa Francisco «ha desvelado qué preguntas habrá que responder en el Juicio Final», deleitándome de la ingenuidad del periodista que escribe un titular tal. O es un cínico que sabe reírse de todo o es la suya pura e ilusa simpleza.
El Juicio Final resulta ser un examen oral en la perspectiva no menos candorosa del Papa francisco: «Jesús nos reveló en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo las preguntas del examen en que seremos juzgados. El Señor nos reconocerá si nosotros lo hemos reconocido en el pobre, el hambriento, el marginado (este término es suyo; en el siglo I no se empleaba, demostrando que el actual es un papa à la page), el enfermo» Y añade: » Son cosas sencillas pero concretas». Gracias por tranquilizarnos. El examen está chupado puesto que, sabiendo las preguntas de antemano, bastará con preparar las respuestas en casa sin necesidad de apuntarse a una academia o de solicitar la ayuda de la empollona de clase. En cuanto al recurso de la chuleta, ¡que a nadie se le ocurra! Por allí anda siempre, vigilante y celoso de su deber el ujier celestial, Pedro, quien no se anda con chiquitas. Si en Getsemaní ya segó una oreja en un arrebato de cólera, en el día del Valle de Josafat, de una coz, mandará al tramposo rodando hasta el bálatro.
Más de uno, sin ambición. renunciando a la nota alta y conformándose con el aprobado, aunque sea raspón, establecerá un planning vital para, habiendo atendido un mínimo, el mínimo requerido, al enfermo, al marginado, al hambriento y al pobre, sin desgastarse demasiado, saque un 5 ó más bien un 6 por ser ésta la nota de corte en el sistema académico italiano y como el Vaticano se halla en Roma, seguro que la Gloria se rige por el plan de estudios de la República Italiana, lo cual no deja de ser ventajoso para todos pues sin llegar a ser un coladero como la española, tampoco es tan exigente como la germánica o la nipona, que así son ellos, tudescos y japoneses, unas cabezas cuadradas, unos hinca-codos que siempre estudian para matrícula y querrán ser los primeros también en el Juicio Final y como los hijos de Zebedeo sentarse a la derecha de Cristo en el Más Allá, que siempre juegan a ganar y por paliza además.
El examen final (Hydra de Lerna)
He leído en la prensa que el Papa Francisco ha “revelado las preguntas de examen” que nos harán en el día del juicio final…
¿Qué puedo decir? Pues que el titular de la noticia es, como poco, llamativo. Hay que seguir leyendo el artículo para encontrarnos con la verdadera “revelación” del Papa Francisco.
Me declaro agnóstica, aunque haya tenido una educación religiosa (o tal vez por eso). De cualquier forma, siempre he sentido una cierta rebeldía hacia todo lo eclesiástico. Que no hacia la religión católica en sí. Porque, para mí, la figura de Jesús es una figura heroica, plena y enigmática. De hecho, es uno de mis personajes favoritos. Y creo que se ha desvirtuado mucho todo lo que él predicó.
Nunca hubo un Papa que llamara especialmente mi atención, hasta que llegó el Papa Francisco. Es una persona singular, abierta, humilde… su sonrisa es candorosa. Se ha arrodillado ante el pueblo, como hiciera Jesús.
“Jesús nos reveló las preguntas del examen en que seremos juzgados. Las encontraréis en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo. El Señor nos reconocerá si nosotros lo hemos reconocido en el pobre, el hambriento, el marginado, el enfermo”. “Son cosas sencillas, pero concretas, y al vivirlas se llena nuestro corazón de alegría y nos convierte en testigos creíbles del amor de Dios ante las personas que nos encontramos cada día”.
Éstas fueron las palabras en su primera homilía después del paréntesis estival. Volvedlas a leer. ¿No os parecen unas palabras hermosas?
Al Papa Francisco le gusta comenzar sus homilías con “Las Bienaventuranzas”. No solo las recita, también las analiza.
Las Bienaventuranzas hablan de la dignidad humana. Son promesas paradójicas hechas para sostener al ser humano ante la adversidad.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos”.
“Bienaventurado” en las Sagradas Escrituras, significa “dichoso”, “feliz”.
Evangelio proviene de un vocablo griego que significa “buena nueva”, haciendo referencia a la existencia y milagros de Jesús. Dicha historia está escrita en cuatro libros, porque cuatro fueron los que la escribieron, llamados “los evangelistas”: Mateo, Juan, Lucas y Marcos.
El Papa Francisco es un nuevo “evangelista”. Extraer de contexto una frase de su homilía es, como poco, imprudente. Pero hay que entender que algunos periodistas necesitan recurrir a estas “artimañas” para sacar jugo a una noticia.
Lo que nos quiso decir es que, si hay juicio final, nosotros, al practicar el amor hacia los demás, ya tenemos las respuestas…
Seas o no católico, hay que reconocer las bondades de este Papa. Seas o no católico, hay que reconocer que, tanto los Evangelios como las Bienaventuranzas, son textos preciosos de los que podemos aprender todos…
Ha sido un placer para mí escribir sobre este Papa, al que admiro. Y recordar todas aquellas tediosas clases de religión que solo con el tiempo he sabido apreciar.
La farmacia
De la industria farmacéutica se ha hablado ya bastante. Se ha dicho de ella que está mal montada porque, de la enfermedad, hace negocio: a más enfermos, más beneficios; y es cierto. Se ha dicho también con frecuencia que no se ocupa de investigar sino en productos rentables, como los cosméticos, en detrimento de medicamentos que de verdad constituyen la salvación para millones de personas. Y es cierto. Se ha señalado asimismo que dicha industria fija los precios de las medicinas, no basándose en costes de producción, sino en las leyes de la oferta y la demanda, en primer término, y en desproporcionados royalties derivados de sus patentes, en último. Y también es cierto. Y concluyen por tanto -estas voces que proscriben a la industria farmacéutica y tildan a sus empresarios de asesinos- que se trata de un negocio dirigido por el diablo. Y esto ya no es tan cierto.
Los empresarios, casi de cualquier ramo que provengan, no son más que agentes en un escenario mucho más amplio que los límites de su propia patronal, un escenario regulado -no lo olvidemos- por el cuerpo de instituciones civiles que conforman la sociedad y -más allá- por ese cuerpo simbólico que constituye la cultura, esa que todos compartimos.
Y no olvidemos tampoco que, al menos sobre el papel, en Europa el pueblo es soberano y decide sobre el funcionamiento de su dinámica social, incluyendo aquí a empresarios de toda procedencia.
Por tanto, en las democracias europeas, el empresario hace -al menos sobre el papel- lo que las instituciones dictan. Dirán que lobbies y demás grupos de presión controlan en definitiva el devenir de las políticas, y en parte es cierto, pero el pueblo soberano, representado en sus instituciones, tiene legitimidad -no lo negarán- y también una cierta capacidad para reorientarlas.
La farmacéutica del barrio no es ningún monstruo. Ella despacha las medicinas que los doctores recetan e intenta, día a día, ganarse el pan ayudando, atendiendo, a personas cuyas dolencias en su mayoría conoce, por su cotidiano trato con ellas. Al igual que ella, podemos imaginar a centenares de miles de trabajadores ganándose el pan en algún trabajo relacionado con la industria farmacéutica y tampoco verlos como a monstruos. Tomar la «industria farmacéutica» como un todo compacto y tildar a sus profesionales de «inmorales» y «asesinos» supone una gran injusticia que no debemos compartir. Tampoco el dueño de un laboratorio que fabrique crema anti-arrugas tiene por qué ser el demonio.
Otra cosa es que los empresarios incumplan las leyes, o que los recursos públicos se dilapiden en beneficio de unos pocos… Estaríamos ya ante otro fenómeno distinto, desgraciadamente frecuente y común a otros sectores: la prevaricación. Y la prevaricación, al menos sobre el papel, está penada.
I+D+iotas
Un idiota es, por definición, aquél que no se preocupa por los asuntos públicos. Y por idiotas nos han tomado los prevaricadores del gremio farmacéutico, los cuales, al parecer, son muchos. Pero, afortunadamente, la sociedad civil no está precisamente compuesta por idiotas, sino más bien todo lo contrario: aquí, cuando pasa algo en el foro, cuando nos meten la mano en el bolsillo, o intentan torearnos, nos enteramos todos. Quizás nos hagamos los locos, o no movamos un dedo para resolverlo pero, en general, nos falta tiempo para percibir y señalar la injusticia.
Hoy os traemos un documental que es precisamente eso y emerge directamente de la sociedad civil, de las personas que la sustentan, reunidas para denunciar el expolio de recursos públicos. Pues así debe ser entendido el aprovechamiento individual, en exclusiva, de aquello que es de todos. Como por ejemplo -y esto se dice en el documental- las medicinas creadas con dinero público. Producida por una fundación sin ánimo de lucro, «Investigación médica: Houston, tenemos un problema» es una película, lo veréis, muy austera en su realización, diríase casi franciscana, pero que pone el acento en lo verdaderamente esencial, en aquellos temas que, por dejación y también autocensura, apenas se tratan en los medios de comunicación. Universidades públicas al servicio de intereses privados, más que miopía, ceguera cultural hacia un «tercer mundo» agonizante, especulación desaforada de los brokers con el precio de los medicamentos, fortunas amasadas a costa de la salud del pobre… la lista es larga y bien nutrida.
Podría achacársele, al documental, que no incorpore mucha más documentación que las declaraciones de sus entrevistados y también que tampoco incluya la voz contraria, la de aquellos que encarnan el statu quo. Pero, al fin y al cabo, lo que defienden sus realizadores es bien legítimo: un acceso universal a los medicamentos, una orientación de la investigación pública hacia intereses públicos… Y por tanto, se trata de una iniciativa a reseñar. Porque es inteligente. Porque es pura. Y porque es necesaria.
Ver documental «Investigación médica: Houston, tenemos un problema»
Diezmados
«Disparad sobre nosotros, el enemigo está dentro».
Con esa heroica frase, el coronel Pinilla, allá por 1936, ordenaba a su propio ejército que le matara. Sí, como lo leéis, el coronel pidió a sus barcos por radio que les bombardearan a él y a sus hombres, pues acababa de perder contra los republicanos el cuartel que defendía en Gijón.
«El enemigo está dentro…»
Los barcos no le hicieron caso y el coronel murió igualmente, aunque no por «fuego amigo», sino a manos de sus enemigos los republicanos, pero la cita viene al pelo para hablaros de eso que queremos hablaros hoy: de lo que se supone que deben hacer los amigos y de lo que, en cambio, hacen los enemigos.
El Gobierno es nuestro amigo
Esta frase debemos repetirla en DOKULT varias veces al día, por la mañana, para creérnosla, porque, de lo contrario, podríamos caer en la tentación de pensar que el Gobierno es, paradójicamente, nuestro más letal enemigo.
La nuestra, lo sabéis, es una pequeñísima empresa creada por dos profesionales de los medios de comunicación, hermanos para más señas. Dichos hermanos pusieron en juego, hace casi ocho años ya, no sólo su patrimonio personal y profesional, sino todas sus esperanzas e ilusiones, bajo la creencia de que, si uno se esfuerza, si defiende aquello que es correcto y justo, si es constante y disciplinado, metódico, trabajador y valiente, puede conseguir lo que se proponga. Y no vamos a decir lo contrario ahora, pues seguimos confiando en esos principios. Pero sí os alertaremos de las mayores amenazas que se ciernen contra alguien que comparta esta mentalidad.
Y para ello, a modo de ejemplo, os relataremos cuál ha sido nuestro periplo al obtener una ayuda pública -la primera y única que nos han concedido-, pero permitidnos primero que mencionemos algunos obstáculos estructurales con los que debemos lidiar a diario.
La multa
«La multa» es el nombre que, entre nosotros -y siempre cariñosamente, pues con cariño se ha de tratar a los amigos- recibe la cuota de Autónomos. Una multa de unos 4.000 euros por persona al año, que se dice pronto. Y no importa si tu empresa carece de clientes, si tiene unos pocos, si cobras un euro al mes, o si apenas te puedes permitir comprar café en el supermercado: la multa, la tienes que pagar.
Ésta es una reivindicación constante de los pequeños empresarios («si no gano, obviamente, no puedo pagar»), no es nada nuevo, pero conviene poner, una vez más, la cuestión sobre la mesa, para que el lector haga la cuenta y trate de imaginar la angustia que supone desembolsar decenas de miles de euros, mes a mes, año tras año, cuando no se tienen.
El diezmo
Como sabéis, el diezmo era el impuesto que recaudaban la iglesia y otros estamentos públicos antiguamente, que equivalía a una décima parte de los frutos obtenidos por el contribuyente. Un diez por ciento de las ganancias.
Pues bien, hoy el diezmo se ha multiplicado por dos. Veréis… Si después de pagar «la multa», el alquiler de la oficina, los gastos comunes (agua, luz, teléfono), desplazamientos, seguros, costes de producción, etc, si después de eso, te sobra algo de dinero, te toca pagar a Hacienda: como mínimo, el 20 por ciento de lo que te quede, es decir, un doble diezmo. Y después, de eso que queda, si es que queda, pues ya puedes cobrar tú para comer.
«El Gobierno es nuestro amigo…»
La ayuda
Y claro, tras este continuo esfuerzo de contribución al fondo común, uno confía en que el Gobierno, nuestro amigo, echará sus cuentas y repartirá equitativamente lo recaudado. Y lo hará bien, poniéndonos las cosas fáciles, asegurándose de que su ayuda de verdad sirve para algo.
Primer paso: Agosto de 2014. La convocatoria
Como somos unos chicos atentos y aplicados, en lugar de estar en la playa en agosto, estábamos trabajando, y por eso nos enteramos (a través del tweet que publicaba un alto mandatario gubernamental) de que se iban a convocar unas ayudas para la consolidación de empresas. Alegría, ilusión, esperanza. Rápidamente buscamos más información, para lo que nos dirigimos a diversos organismos que no nos saben responder a ciencia cierta, pues aún no se ha hecho oficial la iniciativa.
Cuando por fin se publican las bases, descubrimos que, para solicitar la ayuda, es preciso realizar un plan de consolidación empresarial y que ese plan sea aprobado por técnicos cualificados. «Es lógico» -pensamos- y nos ponemos manos a la obra. También hay que recabar todo tipo de documentación (certificados, más certificados y algún que otro certificado), solicitar presupuestos de todos los bienes que pretendes adquirir, etc. A ello.
Segundo paso: Septiembre de 2014. El crédito.
Una productora audiovisual (una que de verdad realice los vídeos que vende) necesita invertir en equipo técnico casi continuamente. La tecnología que usamos es muy cara y su obsolescencia es muy rápida, así que apenas ganamos para comprar maquinaria. Para eso y para pagar impuestos. Y por eso mismo, para una productora pequeña, saber qué tecnología comprar y cuándo comprarla es una decisión estratégica de primer nivel. Uno arriesga continuamente su patrimonio presente y futuro y el crédito debe usarse siempre con máxima cautela.
No queríamos endeudarnos.
Sin embargo, las bases de la convocatoria exigían que todos los equipos que pretendíamos adquirir estuvieran comprados y pagados antes de noviembre. Y claro, nosotros no teníamos ni la liquidez suficiente como para comprarlos ni la intención de hacerlo si no nos concedían la subvención.
Así que nuestro amigo el Gobierno nos volvía la espalda: nos estaba obligando a endeudarnos (¡a nosotros, a sus amigos!) antes de decidir si nos ayudaría o no. Amigo Gobierno, no nos hagas esto. Si nos vas a devolver una pequeña parte de esas decenas de miles de euros que, mes a mes, trimestre a trimestre, responsable e intachablemente, hemos ido aportando al erario público (¡gracias!), por lo menos dánosla antes de que vayamos a la tienda. Porque ir a comprar cámaras sin dinero en el bolsillo es un poco desagradable.
Y, sobre todo, amigo Gobierno, cuestión básica: ya que no nos vas a devolver el dinero en el momento adecuado, eso sí, dinos al menos si nos vas a devolver algo, porque ir a comprar sin saber si vas a poder pagar es… algo más que desagradable.
Esto no se le hace a los amigos.
Tercer paso: Noviembre de 2014. La justificación
Con todo y con eso, como entendíamos que era necesaria una inversión en maquinaria, y como no sólo somos responsables, sino también valientes, decidimos solicitar un crédito, para el cual hubo que movilizar otra tanta documentación. Pero, al fin, tras vueltas y más vueltas, sin saber aún si nuestro amigo nos ayudaría o no, pero con la esperanza por bandera, compramos el equipo.
Y sí, por fin nuestro amigo respondió, semanas después, diciendo que algo nos daría. Satisfacción, gozo; radiantes como estábamos, de júbilo y emoción, pensamos que el dinero llegaría tarde, pero bueno, lo peor había pasado, llegaría de manera inminente.
Claro, que aún teníamos que justificar esa compra, ya no con las facturas, sino también con una memoria explicativa, resguardos compulsados por nuestras entidades bancarias y quién sabe qué más. Si hasta nos cobraron 18 euros en nuestro banco (otro amigo que tenemos) por tramitarnos el dichoso certificado.
Cuando todo parecía en orden, la documentación en plazo y en regla… ¡Horror! No habíamos caído… En esos meses transcurridos, desde que concurrimos a la convocatoria hasta que conseguimos comprar el equipo, habían cambiado algunos precios y la cantidad no coincidía exactamente con la presupuestada, de manera que se requirió una revisión de las cuantías, que al final se cifró en la nada desdeñable suma de 100 euros, que restaron a lo que tenían previsto devolvernos, para lo que hubo que aceptar la revisión pericial y la enmienda parcial y venga papeles arriba y papeles abajo, y formularios, modelos, cartas y poemas, que hasta la guardesa de seguridad de la Consejería nos conoce por nuestro nombre.
Y a todo esto, paga el IVA de todo ese equipo, paga «la multa» mensual, paga el doble del diezmo trimestral y tal y tal y tal. Pero no te olvides de añadirle la cuota del crédito, que el banco es también nuestro amigo y necesita puntualmente nuestra aportación.
Cuarto paso: Mayo de 2015. ¿Amigo? … ¿Amigo?
La respuesta a esa pregunta es el sordo sonido de un grillo a lo lejos… Cri, cri… Cri, cri…
Mayo de 2015. En el recuerdo queda el arrojo que demostraron estos dos valientes, al empeñar su vida para poder hacer bien su trabajo. Quedan las suelas gastadas de restregarlas contra felpudos de entidades amigas. Queda la frente bien alta de orgullo, por haber atendido cada pago sin demora, vencido cada obstáculo, superado cada prueba.
Mayo de 2015, amigos, casi junio. Diez meses de trámites… Y el Gobierno no paga.
Y sabemos que, de lo que pague, cuando lo pague, tendremos que devolver un 20 por ciento, pues se ve que con lo que contribuimos no es suficiente.
Así que, cuando alguien nos pregunta que qué tal nos va, que cómo estamos, invariablemente respondemos… ¿Nosotros? Diezmados.
«Disparad sobre nosotros, el enemigo está dentro».
Muerte del uno a manos de los muchos (versión Carmen Cereña)
He leído en la prensa que han matado a patadas al portero de una discoteca de Tenerife. Lo atacaron entre cuatro y a fuerza de coces, al parecer de kickboxing, le quitaron la vida.
El portero era ruso, medía más de un metro noventa y pesaba ciento veinticinco quilos. Imagino, además, que, siendo como era portero de sala de fiestas, sabría luchar, inmovilizar, sacudir y poner de patitas en la calle a los turbulentos y alborotadores en busca de pendencia, así como a los borrachos. A priori, al menos, no debería ser sólo fachada y a la postre tampoco resultaría un paquete como pudiera serlo Toro, el púgil protagonista de «Más dura será la caída». Sin embargo, lo han matado. Uno de los agresores es un buen practicante de kickboxing que ha llegado incluso a tomar parte en competiciones internacionales. En definitiva, que porque eran cuatro frente a uno y, además, entrenados en una modalidad pugilística tremendamente agresiva, acabarían por derribarlo y, una vez caído, le atizarían lo indecible en la cabeza y en el tronco, lesionándole el cerebro y los órganos vitales. Patada tras patada. ¡con la fuerza colosal que tienen las piernas!
«Pero eran cuatro puñales / y tuvo que sucumbir». Se defendería como un jabato de los agresores, pero tal y como le ocurriera a Antoñito el Camborio, ante el número, él solo, le llegó el momento en que de nada le valdría ya su fuerza. Y sucumbió.
Ahora han cambiado mucho las cosas, tanto que he leído en la prensa que hay muchachas jefas de bandas juveniles violentas integradas por mozos y mozas; por otra parte, quién no conoce a las célebres malotas que por un quítame allá esas pajas le parten a una las narices como le sucedió hace años a mi amiga Diana en Móstoles, población de la provincia de Madrid. Antaño, no obstante, las niñas, y aún menos las chicas, no jugábamos nunca a arrearnos, pero recuerdo a mis hermanos y primos, envueltos en reyertas de varios, decir aquello de «Dos contra uno, mierda para cada uno».
«Estoy borracho, les gritaba, y soy buen gallo / cuando una bala atravesó su corazón». A Juan Charrasqueado, el personaje de uno de los corridos más célebres, los maridos, hermanos y padres ultrajados lo persiguen para matarlo; también otros que no son ni maridos ni hermanos, pero a los que corroe la envidia. Él, como héroe popular que es, siempre va solo. Quienes buscan su muerte, sabedores del valor temerario de Juan y medrosos de encontrárselo frente a frente, se reúnen en nutrida partida como jauría a la busca del lobo solitario con quien nadie osa toparse cara a cara y sin nutrido acompañamiento.
«Charrasco» o «charrasca», en México, es término popular con que se designan cicatrices y chirlos producidos con armas blancas. ¡Cuántos de esos charrascos, cosechados en lances de macho, no adornarán el cuerpo de Juan Charrasqueado, como las carnes de un torero! Juan, nos dice la canción, es «borracho, parrandero y jugador» y, en el amor, «valiente y arriscado». Aunque la canción no lo diga, las mujeres sabemos también que es apuesto, bien agestado y magnífico en sus palabras de amor… mas volvamos a la canción: Juan Charrasqueado está bebiendo solo en la cantina y allí un alma caritativa corre a advertirle del grave trance en que pronto se hallará como no huya a tiempo. «A la cantina lo corrieron a llamar / Cuídate, Juan, que ya por ahí te andan buscando. / Son muchos hombres, no te vayan a matar». Pero al Charrasqueado no le dieron tiempo ni de subir a su caballo, que «pistola en mano, se le echaron de a montón» y lo apiolaron.
César es tan grande que, a traición, para darle el pasaporte al bálatro, se han de conjurar unos cuantos ganelones. Entre ellos había de todo: rencorosos, envidiosos, malvados, pero también alguno animado de ideales de libertad que veía en la puñalada certeramente asestada el, por desgracia, único medio de impedir la dictadura en ciernes. Mas esa nobleza, llamémosla de esta manera, queda desmentida desde el momento en que se entra en una conjura y, así, por poner dos ejemplos, el fanático católica Ravaillac o la parva Charlotte Corday se nos antojan menos deplorables que los asesinos de Julio pues al menos actuaron -asesinaron- en solitario
«Tu quoque, fili mi». En su agonía, es lo que más le duele a César. Como ya se ha dicho, uno de los matones de la paliza al portero ruso practicaba el kickboxing y había competido en campeonatos internacionales; sabe pues que un combate de ley es un combate en buena lid, con las mismas garantías para ambos luchadores, sin ventaja de ningún orden para ninguno. Y que así gane el más ducho. No es una encerrona de matones en que la única regla es que, como sea, hay que eliminar al otro. «¿Tú también, boxeador?»…
Me apena aún más el hecho de que ese pobre portero sea extranjero, que muera tan lejos de su tierra y de los suyos. ¿Qué dirán las autoridades españoles cuando repatríen el cadáver? Acuden a la memoria las acongojadas palabras de Marie de France, poetisa en la corte anglo-normanda de los Plantagenêt en Londres: «Señores, no os asombréis. Un extranjero sin apoyo es un desdichado en otro país cuando no tiene a quien pedir ayuda». ¡Pobre Marie, poetisa en tierra foraña! ¡Pobre portero ruso!
Muerte del uno a manos de los muchos (versión Hydra)
He leído en la prensa que Roberto Narcis Danceanu, de origen rumano, murió a causa de los golpes que recibió en una pelea. Era portero en una discoteca de Adeje (Tenerife).
No murió en el acto. Murió tres días después. Roberto recibió “varios puñetazos” en la cara que le provocaron “una fractura de suelo de órbitas”. La autopsia determinó como causa “última” de la muerte “un cuadro de edema agudo pulmonar”.
Roberto medía 1’90 y pesaba más de 125 Kg. En su juventud, fue boxeador. Murió por intentar mediar entre los que luego serían sus asesinos y su cuñado.
M.R. de 39 años y conocido luchador de kick boxing, junto con otro joven tinerfeño, fueron las manos ejecutoras que truncaron las ilusiones de Roberto.
Asesinos y asesinado tenían madre. Probablemente mujer e incluso hijos. Estoy triste, muy triste. No solo por la muerte violenta de un ser humano a manos de otro ser humano, también por sentir que nos estamos deshumanizando. Que el valor de una vida ya no tiene valor.
Me pregunto si la intención del asesino era matarlo o hacer gala de sus conocimientos de un deporte de contacto. ¿Es esto importante? Sí, porque los deportes de contacto deben ir acompañados de una mente en armonía. Porque una persona que practica este tipo de deporte (kick boxing, kárate, etc, etc.), debe estar en línea con el Universo. Saber que sus puños y sus piernas son armas y, por lo tanto, él está en superioridad de condiciones. Los que practican este tipo de deporte saben que un golpe puede ser mortal.
Y luego están los espectadores. Aquellos que, viendo lo que estaba sucediendo, no hicieron nada.
¿Qué sentirán la madre de uno y las madres de los otros? ¿Qué sentirán? Dolor. Un dolor desgarrador porque a una le han quitado la vida que ella creó. Y las otras porque nunca podrán entender que aquellos bebés que parieron hayan sido capaces de semejante atrocidad. Se preguntarán en qué se equivocaron. En qué punto del camino les perdieron. Se culparán. Pero ellas no son culpables. Necesitarán buscarlos porque el dolor las ofuscará. Y no atenderán a razones. Porque para una madre, un hijo siempre es ese niño pequeño al que enseñó a caminar…
Y no entenderán que la culpa está repartida entre toda la sociedad: unos por activos y otros por pasivos.
Y no entenderán que aquella frase que les dijeron siendo niños “si te pegan, pega”, es como una semilla que, con el tiempo, germina.
Y echarán la culpa a “la mala influencia de los amigos”. A las fiestas en el parque. A la muchacha que le rompió el corazón cuando lo dejó por otro.
Le echarán la culpa al inmigrante… pero nunca tendrán en cuenta que fue una lucha desigual. Que no fue un “cuerpo a cuerpo”. Porque para “tumbar” a un hombre de 1’90 y 125 Kg. hace falta algo más que fuerza: hace falta ser mayoría.
La noticia no habla del cuñado, origen de la disputa. Ni de las razones de ésta.
¿Y qué pasará ahora? Los rumanos ¿buscarán venganza? Porque la venganza no es simple. La venganza es un modo de recordar a los demás que deben tomarte muy en serio. Las personas más vengativas son aquellas que están motivadas por el poder, por la autoridad o por el deseo de mantener un determinado estatus social. Las personas menos individualistas están también más predispuestas a sentir deseos de venganza cuando alguien ofende a una persona que forma parte de su grupo, porque un daño a esa persona (con quien tiene una identidad compartida) se considera como un daño a uno mismo.
Pero la venganza solo hace daño al vengador porque, lejos de sentir alivio, crece en su interior el sentimiento de rencor.
“Me quedaré en España, compañero, me dijiste con gesto enamorado. Y al final, sin tu edificio tronante de guerrero, en la hierba de España te has quedado”. Elegía segunda de Miguel Hernández