La quimera del espacio cinematográfico
Hacia finales de los años cuarenta, el pintor “tubista” Fernand Léger afirma que el cine es una “invención enorme” (la truculencia de la expresión es hugoliana o surrealista) frenada en su desarrollo por objetivos comerciales, lo cual obliga (siempre según él) a la práctica y cultivo del cine de vanguardia y a la creación de un auténtico espacio cinematográfico; “mais comment et quand?”, acaba preguntándose.
Ya en el inicio del año dos mil, podemos afirmar que el cine, más que “séptimo arte”, es espectáculo de masas, negocio, frivolidad, convencionalismo. Las películas son “novelas rodadas” que el espectador ve “por distraerse” o por obligación inconsciente tras eficaces y machaconas campañas mercadotécnicas que agitan el fantasma de estar “out”, de quedar fuera y marcado socialmente -con la ansiedad que ello genera-, en caso de no haber visto la película que hay que ver. (Y, si bien esto es cierto en prácticamente todos los campos sociales, lo es sobre todo en el del cine, por su inmensa popularidad y su facilidad de “acceso intelectual”)
El cine al estado puro es sólo imagen en movimiento, sin soporte sonoro. Charlot, Harold Lloyd y Pamplinas realizaron un cine cómico insuperable y, desde este punto de vista (la imagen pura), el acompañamiento de piano era una adulteración y una concesión que aguaba el producto. Los surrealistas verán en el cine -mudo por aquel entonces-, un poderosísimo medio de expresión de las fuerzas inconscientes. Los trucos de cámara y montaje posibilitan dar vida, esto es movimiento, al misterio imposible de un Magritte, a la fantasía ingrávida de un Chagall, incluso al inquietante silencio de un de Chirico, detenidos inexorablemente por las imposiciones limitativas del lienzo. El cine, en cambio, escapa a los condicionantes de tiempo y espacio e introduce en una nueva dimensión, plena de potencialidades, que no es otra que la onírica. ¿Cómo no entusiasmarse? Y sin embargo, los resultados dejan mucho que desear. Los cortos y mediometrajes de Man Ray y sus correligionarios, vg “Le château du Dé”, son decepcionantes, al menos a unos sesenta años de distancia.
Los psicólogos estudiosos de la creatividad establecen dos criterios que todo producto debe observar para poder ser calificado de “creativo”: la originalidad y la relevancia (que inevitablemente condena todo subjetivismo a ultranza). Falta desde luego, en la obra cinematográfica de Ray y los suyos, la segunda condición; pero también carecen de “relevancia”, consideradas en su conjunto, las celebradas películas “Le chien andalou” y “Ĺâge d́or”, posiblemente de gran valor histórico, pero de mínimo valor intrínseco. Son solemnes mamarrachadas adolescentoides.
El Buñuel maduro sigue interesado en el cine por ser éste el medio que mejor recoge el mundo de los sueños y mejor traduce las pulsaciones ocultas, mágicas e inexplicables de los deseos reprimidos. Sus productos se hacen relevantes y auténticos en tanto que él es medium de otros mundos, y no actuando al revés, esto es imponiendo convencionalmente unas formas y unos objetivos -una moral en definitiva- al inconsciente, ese dios amoral, falseándolo pues indefectiblemente. En esta perspectiva, Buñuel es posiblemente el más genuino -¿el único?- de los cineastas y Bertrand Blier, entonces, un muy digno epígono.
Tras más de cien años de existencia, el espacio cinematográfico que reclama Léger aparece hoy más imposible que nunca. Recuérdese que hasta Eisenstein y quienes con él firmaron el manifiesto contra un nuevo cine desvirtuado por la incorporación de sonido y color, acaban cediendo a imperativos que son, en definitiva, comerciales. Quizá el poeta pueda ser un ermitaño; el cineasta, desde luego, está condenado a ser hombre de mundo, pesadísima tiranía para el artista pues, así, va siéndolo cada vez menos.
Polifemo sólo posee un ojo, como el cineasta tras de su cámara. Es sin embargo, en ambos casos, un ojo telúrico y etéreo a la vez, bestial y divino, amoral -al igual que el inconsciente, como ya se señaló-, que lo abarca todo, “sur-réaliste”, o sea “sobre-realista” o “super-realista” como certeramente traduce Octavio Paz; pero le hincan una estaca al rojo vivo y se lo revientan. Así al cine. Y de aquí el título de esta sección pesimista.
Mariano Aguirre
Actor, dramaturgo, productor teatral y director de «La Troupe del Cretino».
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La distribución cinematográfica parece que por fin está evolucionando hacia un modelo sostenible. El DVD está agonizando y el Blu-Ray ni siquiera ha conseguido levantar cabeza. Los video clubs que han conseguido sobrevivir en esta etapa de transición lo han hecho gracias al sistema de cajeros 24 horas que también amenaza con extinguirse. Los avances tecnológicos han traído consigo un colapso del modelo económico y un cambio del sistema cultural y ya no hay vuelta atrás.
En España, el 99 por ciento de las descargas de cine por Internet incumple la Ley de Propiedad Intelectual, según Rafael Sánchez, director de Filmotech. Y esta situación está arruinando al sector. Netflix se perfila como la alternativa legal al pirateo. Es un videoclub online, con más de 100.000 títulos, que cobra a sus suscriptores una cuota mensual por descargar películas y series. Su implantación en España está prevista para enero de 2012 y el precio mensual de este servicio se calcula en torno a los 15 euros. En Estados Unidos, las cifras les avalan, puesto que el 22 por ciento de todas las descargas de vídeo correspondieron en marzo de este mismo año a Netflix. Y a nivel mundial, ya cuentan con 22,5 millones de suscriptores.
El problema es que la cultura de la piratería ya ha calado muy hondo en España y va a ser muy difícil modificarla. Plataformas como Megavideo, en conjunción con portales como Cinetube ofrecen un servicio mucho más completo, que no se reduce a 100.000 títulos, sino que es infinito y está permanentemente actualizado, con todo tipo de películas y series, aplicaciones, juegos, libros y música. Todo gratis. Pero también ilegal.
En cualquier caso, no deberíamos perder de vista el gran privilegio que supone poder acceder en cualquier momento y desde cualquier lugar a una filmoteca infinita. El crecimiento cultural que implica es inmenso. Un sueño para cualquier cinéfilo. Una escuela universal. Renunciar a él sería una necedad (¡no lo hagamos!), pero regularlo es una necesidad.
Festival de cortos Pepe Bocanegra
Proyección de los cortometrajes ganadores.
Fecha: 19 de septiembre de 2011. 19:00
Lugar: Centro de Cultura Antiguo Instituto (Gijón)
Más información: http://cultura.gijon.es/eventos/show/18645-festival-de-cortos-pepebocanegra-proyeccion-del-palmares-de-2011