De pena (¡qué desastre!)

«Escuchando al Juez Garzón» es premio Goya 2012 a mejor largometraje documental. Si uno lo viera así, de primeras, sin saber que lo dirige Isabel Coixet, estaría tentado de decir: «¡vaya cagada!». Pero, si uno piensa un poco más allá y recuerda alguno de los trabajos anteriores de la directora catalana -«Mi vida sin mí», «Mapa de los sonidos de Tokio»…-, es posible que encuentre un mensaje detrás de semejante desastre. O, por lo menos, se convencerá de ello, de que tiene sentido, de que todo está hecho adrede, porque no puede ser que a Coixet se le haya olvidado lo que parecía haber aprendido y que al Jurado de los Goya se la hayan dado con queso. Vamos a explicarnos.

El documental, por lo pronto, es una entrevista, ya que no incluye más documento que las palabras del Juez y las de su interlocutor, Manuel Rivas. Dividida en varios temas clave, aborda la trayectoria profesional de Garzón y su supuesta persecución por parte de altos estamentos públicos y privados. El Juez habla con corrección, con prudencia y los hechos que señala -profusamente documentados por la prensa y conocidos por todos- claman al cielo. Resulta muy interesante escuchar la perspectiva personal de quien instruyó casos tan sonados como el GAL, muchos de los procesos contra ETA, la acusación a Pinochet, o buena parte del caso Gürtel y ahora se encuentra inhabilitado para ejercer. Sin duda, darle la palabra a Garzón tiene sentido.

A nivel de realización, en cambio, el «documental» no podría ser peor. Está grabado a tres cámaras en lo que parece ser un salón-comedor, con los protagonistas sentados a una mesa -frente a frente- y un ventanal de fondo. Los fallos de grabación son tan evidentes que cualquiera puede percibirlos. Por ejemplo, el fondo -la calle- está «quemado» (como se dice en la jerga), de modo que no sólo no se ve lo que hay fuera, sino que la luz «se come» la silueta de los interlocutores. Es un efecto horrible, que cualquier estudiante de Imagen sabría corregir (simplemente, se trata de iluminar más el interior, de modo que se pueda cerrar el diafragma de la cámara). Por su parte, la cámara que capta los planos cortos del Juez parece estar operada por un niño: planos mal encuadrados, movimientos nefastos, zoom in y out imprecisos y erráticos y además foco y diafragma en «automático total», con los consiguientes errores: desenfoques, cambios bruscos de luz, etc.

Por si esto fuera poco, los cortes en los «totales» (en las declaraciones) se notan estrepitosamente, se atenta contra la regla de los 30º, y el blanco y negro «lavado» con el que se presenta la cinta hace sospechar, no una licencia poética como algunos podrían pensar, sino un frágil intento por ocultar las distintas colorimetrías de las cámaras, consecuencia de un balance de blancos mal hecho.

En resumen, una realización de pena.

Pero claro, es Isabel Coixet, esta mujer sabe de cine, lo ha demostrado antes. Así que tenemos que pensar que todos estos errores son intencionales. Y ¿por qué querría cometerlos? ¿Por qué el Jurado de los Goya se los ha perdonado? La respuesta ha de ser simple: porque la directora está dialogando con el espectador, no sólo sobre la figura de Garzón, sino -paralelamente- sobre la función y posibilidades del cine, sobre las prioridades del documental, sobre la propia cultura visual del espectador. Está diciendo que, en el documental, lo que ha de primar es la palabra dicha, la historia, y que lo demás es secundario y quizás también que los efectos debemos dejárselos a los cineastas -a los de ficción- y que cualquiera que tenga acceso a una declaración con interés debe plasmarla -en la Era de la reproductividad-, sin necesidad de ser periodista, y vaya usted a saber qué más.

Le ha salido bien la jugada, a Coixet. El jurado ha sabido ver el mensaje oculto en las connotaciones visuales de la película. Es cierto que resulta muy incómoda de ver, pero hay que dejarse llevar. Pensemos que la forma es también contenido («el medio es el mensaje», que decía McLuhan) y el contenido, en este caso, merece la pena.

O quizás nada de esto sea así y resulta que ese día Isabel Coixet le dio la cámara a su perro, porque estaba indispuesta. Que cada uno piense lo que quiera.

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Dylan y el corsé

«Quien no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo» (It’s Alright Ma, Bob Dylan)

Este truhán, este astuto oportunista que es Bob Dylan, aceptó en el año 2005 que se rodara un documental sobre su vida. No es la única película a propósito de su ajetreada trayectoria (ahí tenemos ese nefasto «I’m not there»), pero sin duda es la mejor. Dirigida por Martin Scorsese, «No direction home» ofrece la más completa panorámica que se podría concebir sobre este polémico artista, en tanto en cuanto no se limita a recopilar su obra, o a ofrecer datos de su biografía, sino que retrata toda una época de convulso cambio social alrededor de él. Es una película culta, maravillosamente documentada, crítica, incisiva, rabiosamente actual y profunda.

Tras un recorrido inicial por su infancia, su Iron Range natal -un pequeño pueblo al Norte de Estados Unidos, casi lindando con Canadá-, el documental se adentra en el viaje de Robert Zimmerman (auténtico nombre de Dylan) desde el anonimato hasta la cumbre que pocos años después ocuparía. El suyo es un viaje guiado por la curiosidad; es hambre voraz; sed de identificar aquello que destaca a ciertas personas sobre todas las demás. El propio Dylan reconoce que lo que a él más le interesaba, en los conciertos a los que acudía, eran los ojos de todos aquellos artistas: unos ojos que decían «yo sé algo que tú no sabes».

De este modo, de la mano de Dylan el «expedicionario», el documental rescata verdaderos tesoros musicales, relegados hoy a un rincón del trastero de la industria.

Pero Scorsese no se queda ahí. No se limita a redescubrirnos a un Woody Guthrie, o a una Odetta en la cima de su carrera, sino que sigue a Dylan en su desarrollo personal y nos muestra, tras esa primera etapa de búsqueda y autoafirmación, a un enjuto chico judío de Minessota -de quien se afirma que hizo un pacto con el Diablo- componiendo canciones como quien respira. Y como quien respira también, convirtiéndose -sin proponérselo- en aliento para toda una generación de jóvenes que anhela un nuevo mundo -son los 60- y toma partido frente a la guerra de Vietnam, por los movimientos raciales, feministas, etcétera. Así, canciones suyas como «Hard Rain» o «Blowing in the wind» se erigen en himnos de su tiempo, son fagocitadas por movimientos de izquierda que, ávidos de iconos, encuentran en Dylan y en su «amiga especial», Joan Baez, un espejo amable, donde mirarse sin horrorizarse.

Pero Dylan no es como el resto, su lucha no es esa: él hace Arte, no política. Él se resiste con todas sus fuerzas a ser absorbido por el discurso que todo lo simplifica, a calzarse el corsé de activista de izquierdas; para él, «no existe tanto la izquierda o la derecha, sino más bien arriba o abajo» y tiene claro hacia dónde quiere ir. Dylan no quiere el corsé. Y eso le cuesta caro.

Incomprendido, se expone entonces a los abucheos de un público que espera Folk y encuentra Rock, a las críticas de militantes que se sienten traicionados porque ya no va a las manifestaciones, a la denuncia de la moral puritana (¿qué son esos pelos?), a la condena de unos medios de comunicación que luchan en vano por convertirle en un mono de feria… Se convierte en enemigo de todos, simplemente por mantenerse en su postura. Y es aquí donde la película de Scorsese brilla intensamente, con luz propia. Porque el documental ya no va sobre un cantante, o sobre una época de luchas sociales, no es que recupere un magnífico catálogo de estilos musicales, trazando puentes entre ellos, sino que contempla a la sociedad -a la Humanidad, si nos apuran- y le dice «¿qué estás haciendo?». Los fans, que no entienden nada, las ruedas de prensa, como protocolo, las ciegas militancias -y los ciegos militantes-, los estereotipos de las estrellas de rock, la lucha entre estilos musicales, la creación de identidades conforme a las demandas del mercado, la avaricia… Y por supuesto, la libertad y su precio.

Bob Dylan no canta mejor que nadie, no toca mejor que nadie, no compone mejor que nadie. Pero, eso sí, ilustra este mundo necio y enloquecido mejor que nadie. Con la ayuda de Scorsese.

  

El derecho a sanar

«Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar» (Refranero popular)

Hoy hablamos de un documental estrenado en 2007, titulado «Sicko» y dirigido por el polémico cineasta Michael Moore. «Sicko» aborda el tema de los servicios sociales en Estados Unidos, especialmente el servicio sanitario, desde una perspectiva transcultural, esto es, comparando el sistema americano con sistemas implantados por otros países como Canadá, Gran Bretaña, Francia, o Cuba.

El servicio sanitario en Estados Unidos, como ya sabrán, no es ni universal ni gratuito, sino que depende de la afiliación -o no- del paciente a un seguro médico. Moore, a través de testimonios de afectados, dibuja un panorama desolador, en el que la inmensa mayoría de los ciudadanos estadounidenses quedarían -por una razón o por otra, de un modo u otro- excluidos de la cobertura sanitaria.

Para su sorpresa, los sistemas sanitarios europeos, así como el canadiense y el cubano, prestan un servicio gratuito e indiscriminado del más alto nivel, sin que por eso los ciudadanos se vean hipotecados para sufragarlo. En contraste con ellos, Estados Unidos emerge, no ya como un país despiadado, sino como el epicentro mismo del Mal.

Pero el Mal es contagioso, y ni los buenos médicos son capaces de erradicarlo, de tal modo que el panorama que describió Moore en 2007 quizás ya no sea aplicable hoy. En estos cinco años, muchas cosas han cambiado en Europa y aunque la situación de Estados Unidos siga siendo peor que la europea en cuanto a servicios sociales, los recortes que se vienen realizando aquí en los últimos tiempos amenazan con hacer tambalearse a este envidiable estado del bienestar.

Moore indaga en los orígenes de ese «estado del malestar» estadounidense y apunta a una única motivación: la económica. La codicia de los gobernantes, unida a un individualismo extremo -«egoísmo», podría decirse-, característico de la cultura «made in USA», han despojado en pocas generaciones a todo un pueblo de su derecho a sanar. En pocas generaciones, repetimos.

Es muy especial, este Moore. Sin perder el sentido del humor, critica con máxima dureza a su propio país, a su propia cultura, y lo hace por amor. Sí, porque para decir una verdad de este calibre, a la cara, es necesario no sólo ser valiente, sino sobre todo anteponer el bien ajeno al bien propio. ¿Qué es el amor, sino ese ejercicio de altruismo? Michael Moore puede costear sus propios tratamientos, no nos engañemos, tiene dinero y fama mundial, podría vivir en cualquier lugar del mundo, no necesita un sistema sanitario gratuito y universal en Estados Unidos. Pero, del mismo modo que un hijo se enfrenta a su padre alcohólico y le pide que pare de beber, Moore sigue haciendo documentales. Quizás el padre alcohólico no atienda a las razones del hijo, pero el hijo no puede hacer otra cosa… Al fin y al cabo, es su padre.

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Bicicleta, cuchara, etc

«La gente no muere de Alzheimer. La gente muere con Alzheimer».

La magia de Internet y los impuestos desembolsados han hecho posible que el documental que ganó el Goya en 2011 esté ahora disponible -¡GRATIS!- en la web de Televisión Española. «Bicicleta, cuchara, manzana» es su título y Carles Bosch -«Balseros», entre otras-, su director.

«Bicicleta…» es un documental profundo pero sencillo. Su grabación se prolonga varios años (2007-2009), durante los cuales Bosch se adentra en la vida (privada) del antiguo Presidente de Cataluña, Pasqual Maragall, diagnosticado de -y aquejado por- esa incurable enfermedad degenerativa que es el Alzheimer. La evolución de la película es paralela a la evolución de la enfermedad, con lo que el documental se convierte así en testimonio de una pérdida irrecuperable.

Maragall es una persona culta, amante de la buena música, de la lectura, de la vida en familia y de su profesión. Muy activo, con carácter afable, este bromista constante resulta un tipo simpático, un excelente protagonista, cuando se dejan a un lado los posibles prejuicios ideológicos y se le conoce un poco.

Una persona, Maragall en este caso, es -sobre todo- su memoria: perder la memoria supone perder la identidad; de eso habla la película, pero no sólo. Como decimos, es un documental profundo, que apunta en muchas direcciones, la familia, la cultura, la lucha, la política, el cine… Una de esas direcciones hacia las que apunta -en la que nosotros nos centraremos- resulta especialmente interesante, ya que es políticamente incorrecta y por ello ha sido escasamente comentada por la crítica, que se ha centrado más en los aspectos trágicos de la enfermedad, en la valentía del paciente, en la solidaridad…

Resulta que, una vez diagnosticado de Alzheimer y retirado de la política, Pasqual Maragall, quien tanto poder administrativo tuvo durante sus tiempos de President, se embarca en una cruzada personal contra la enfermedad. Valiéndose de contactos y prebendas obtenidos durante los años de ejercicio, crea una fundación que lleva su nombre y se destina exclusivamente a la investigación de tratamientos y curas para el Alzheimer. Se trata de una acción aparentemente filantrópica: Maragall, hombre poderoso, quiere ayudar a otros que se encuentran en su situación.

Sin embargo, en la película de Bosch, varias veces se le oye decir, con resignación, «yo no llegaré» [a beneficiarme de la cura]. Y esto transforma la historia.

Socialmente es algo bueno, de esto no cabe duda, que se investiguen tratamientos contra el Alzheimer. Y en este sentido, si la Fundación Maragall halla la cura, el ex-President le habrá hecho un gran bien a la humanidad. Pero, siendo estrictos, no es pura filantropía lo que le mueve. La compasión hacia este preeminente enfermo no nos debe tapar los ojos, ni aún la boca. Maragall, como otros agentes en la economía de Mercado, busca, en primer lugar, su propio beneficio y después, el bien común. Así, una empresa que recicle plásticos, por ejemplo, buscará, primero, obtener ingresos y -segundo- hacerle un favor al planeta. Y es que Maragall no ha creado una fundación contra el SIDA.

Esta lectura está incluida en la película. Bosch lanza la crítica de un modo sutil, elegante, poco ofensivo; es una reflexión, más que una denuncia. Pero la crítica está ahí, para quien sepa verla y tenga el valor de hacerlo.

Por este motivo, la película es para descubrirse. El tratamiento respetuoso hacia el enfermo no obsta para que la cámara se adentre en reuniones familiares, en pruebas médicas, en la pérdida progresiva de facultades. Es una mirada cariñosa, íntima, pero rigurosa, que no sacrifica la integridad en pro del proselitismo. No paga con silencios respuestas incómodas a dudas legítimas. Una lección de profesionalidad que, afortunadamente, ha encontrado suficiente apoyo social.

Animamos a ver la película. Al fin y al cabo, aunque Bosch se haya lucrado al hacerla, aunque se haga publicidad a ciertas instituciones, aunque los beneficiados sean, primero, ellos, y luego, la sociedad en general, nuestro beneficio como ciudadanos no es menos beneficio por ello. Y esa es la razón por la que, entre todos, pagando su precio, la hemos hecho posible. La película es nuestra.

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Cosechar o morir

Hoy hablamos de un documental, ya clásico, que merece ser rescatado: «Los espigadores y la espigadora», dirigido por Agnès Varda.

En la aldea global que habitamos, se desperdicia de todo, especialmente, alimentos. Y no siempre por encontrarse en malas condiciones. De hecho, casi nunca por encontrarse en malas condiciones.

Agnès Varda busca, cámara en mano, de manera casi ingenua, la esencia de la supervivencia. Hombre, hambre y comida. Se busca a sí misma -su función- en los vertederos, en los desechos de una sociedad que no solo malgasta alimentos, sino que tampoco quiere a los ancianos, a los impedidos y -en general- a quienes no pueden producir. Varda nos critica a todos por derrochar, por despreciarnos, pero empieza por sí misma, en un ejercicio de recolección de imágenes, palabras y hechos, que no es sino una re-escritura del mundo despojado de artificio.

Un biólogo que rescata lo sobrante de los mercadillos. Un alcohólico. Un juez que cosecha en campo ajeno. Un misántropo. Una familia de inmigrantes españoles, un artista… Los perfiles de sus entrevistados son tan variados que parecen reflejar la inmensa complejidad del mundo. Pero el entrevistado de honor, para Varda, es ella misma: ella y su lucha por conseguir respuestas sobre su posición en el mundo, sobre su actitud frente a él, sobre su miedo a la muerte, sobre la libertad, sobre el juego… Un interrogatorio en tercer grado, del que no sale completamente ilesa.

«Los espigadores y la espigadora» reúne todos los ingredientes que hacen de un documental una pieza sabrosa: novedad, documentación, originalidad, pluralidad, libertad, sencillez y cordura. Se estrenó allá por el año 2000 y sigue con la misma vigencia -o mayor- que entonces. Hoy está disponible en Youtube. Afortunadamente.

Ficha técnica

Magia y misterio

El pensamiento mágico es consustancial al ser humano. Se sitúa en la raíz misma del aprendizaje, puesto que se ocupa de buscar relaciones entre los distintos elementos que nos rodean. El trueno, por ejemplo -esa realidad tan difícil de comprender- ha sido interpretado por múltiples culturas a lo largo de la Historia. Asombra la cantidad de dioses del trueno existentes, los cuales constituyen un perfecto ejemplo de lo que es en verdad el pensamiento mágico y de cómo funciona eso a lo que llaman «la dotación de sentido».

No creamos que el pensamiento mágico muere con el nacimiento de la Ciencia, no. Es bien cierto que, valiéndose de su empirismo característico, la Ciencia ha destronado a la Fe como método de conocimiento, pero el pensamiento mágico aún encuentra su lugar en los límites de ésta. La magia, o mejor dicho, la creencia en la magia, sirve de acicate para los buscadores de respuestas. El niño que cree en la existencia efectiva de los Reyes Magos -como entidades más o menos corpóreas que visitan anualmente su casa y le cubren de regalos- es un apasionado detective. El niño buscará indicios del difícilmente ocultable paso de los camellos, dormirá agitado -alerta-, y despertará temprano, ilusionado y radiante. La magia -su misterio- tiene este poder de apasionarnos e intrigarnos como ninguna otra cosa.

Pero, en su búsqueda, el humano halla respuestas, y es entonces cuando se establece la diferencia. Creer en la magia antes de hallar la respuesta a un dilema tan complicado como el del trueno -o el de los Reyes Magos- es legítimo, natural, provechoso. Creer en la magia después de haberse topado con la evidencia es de necios.

El Doctor Fernando Jiménez del Oso (1941-2005) fue un psiquiatra madrileño de prestigio que, en un momento de su vida, atraído por ese poder que emana de lo desconocido, dio el salto a la pequeña pantalla, con documentales que le valdrían el reconocimiento -y también la enemistad- del gran público. Jiménez del Oso vive la magia y nos la hace vivir; busca apasionadamente explicaciones a lo confuso, a lo misterioso; y a veces las encuentra. Y cuando las encuentra -esto es lo más importante-, actúa, no como un necio, simplón y tozudo -supersticioso-, sino como el sabio que es.

Jiménez del Oso es ése que sabe que no sabe, pero que busca hasta conseguir saber.

Excepcional orador, sus documentales son un verdadero viaje por la cordura, por la sencillez carente de efecto, por la duda justificada. En el capítulo que aquí podemos ver, dedicado al «Astronauta de Palenque», el Doctor hace además gala de una tremenda elegancia. Expone los argumentos mágicos de manera que uno casi los cree, y después los refuta sin acritud. Es decir, nos regala la magia y después nos quita la ignorancia con cuidado.

Hay en Internet toda una serie de sus trabajos, disponible para quien los quiera ver. Un privilegio.

 

La mirada de los dioses

«¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Foster?»

Desde Babel, la Arquitectura es un Arte sublime y por tanto peligroso. Dios, en su infinita sabiduría, condenó entonces a los hombres a hablar cientos de lenguas distintas y por ende, a no entenderse, como castigo a su soberbia. Y es que los hombres quisieron construir una torre que les llevara al Cielo, un atajo; quisieron probar qué se sentía al mirar el mundo desde allá arriba, al ser un dios. Y la liaron.

El señor Foster sabe bien cuánto pesa su edificio. Conoce cada uno de los materiales con los que está construido, prevé y prescribe usos para las distintas zonas, programa la incidencia de la luz en unas u otras horas del día, determina las sensaciones que experimentarán quienes lo perciban. No se limita a llegar hasta el cielo; su conocimiento, sus aspiraciones, van mucho más allá. Y por eso se puede decir, sin temor a equivocarse, que el señor Foster es -aunque él declare lo contrario- un dios.

La pregunta no es baladí… «¿Cuánto pesa su edificio?». Tratándose de la Arquitectura de Norman Foster, uno está tentado de responder: «¡Nada, no pesa nada, menos que eso!». Porque lo que más pesa en su obra -cualquiera que la contemple coincidirá con nosotros- es la poesía -esto sí lo reconoce-; y la poesía, como todo el mundo sabe, no sólo no pesa, sino que permite levitar, elevarse, sin moverse del asiento.

El documental así titulado -«¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Foster?»- intenta plasmar su mirada, la de Foster, y casi lo consigue. Cuando uno lo ve, se siente tan pequeño como un microbio en el Himalaya, nanopartícula en un mundo que jamás comprenderá y que otros construirán para él.

La mirada de los dioses, no obstante, es benévola. Con su amor característico, Dios sufre por los diminutos habitantes de este cruel mundo material y su condena es vernos perecer uno tras otro, sin haber entendido nada, o prácticamente. Es la soledad del genio, la preocupación del padre y la añoranza del viudo.

Debemos ver la película. Es el modo de acercarnos a la problemática de los que, impedidos por nuestra materialidad, intentan investirnos de Gracia.

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¿Quién dijo Arte?

¿Todos somos artistas? Ésta es quizás la gran pregunta que arroja el documental «Exit through the gift shop», del popular autor británico Banksy.

Se puede decir, y todo el mundo coincidirá con nosotros, que Banksy es, indudablemente, un artista. Sus pinturas han sido expuestas en los mejores muros del planeta. Baste, a modo de ejemplo, la siguiente fotografía, tomada en la barrera que separa a Israel de Palestina:

Además de ser mundialmente conocido por sus graffiti, Banksy también es famoso por haber colado obras suyas en el Museo Británico, en la galería Tate, o en el MOMA de Nueva York, aprovechando descuidos de los vigilantes. Y es que en eso consiste precisamente el Arte de este enigmático personaje, en recontextualizar un mundo que damos por sentado, en cambiar el manual de instrucciones de la percepción humana.

«Exit through the gift shop» es su primer documental. Narra la historia de Thierry Guetta, un aficionado a la grabación en vídeo que accidentalmente se introduce en el mundo del «Street Art» («Arte callejero»), estableciendo contactos con los mayores exponentes de este Arte a nivel mundial -entre los que Banksy se incluye- y consiguiendo quizás el mayor archivo documental existente en este ámbito.

La película parte de las grabaciones de Guetta para ilustrar el nacimiento y desarrollo de una tendencia artística que reivindica la ciudad como soporte para sus obras, que la integra dentro de ellas. La obra no se entiende sin la ciudad a la que hace referencia, sin el muro que la sostiene. Y no se trata ya de ensuciar las paredes con firmas más o menos feas, sino de transmitir una idea, un sentimiento, un mensaje. Con belleza. Conforme avanza el documental, en el espectador surgen preguntas como «¿en qué consiste ser artista?, ¿se es más artista por exponer en una galería que por decorar una fachada?, ¿cuáles son los límites del Arte?, ¿cuál es su esencia?». Y por supuesto, la pregunta que iniciaba este texto, «¿somos todos artistas?».

El documental de Banksy es una llamada al sentido común, en todos los aspectos. Observa la sociedad que le rodea y la critica sin aspavientos, sin violencia, igual que en el resto de su obra. Pero con una efectividad decisiva.

«Exit through…» ha sido nominada al Oscar a mejor película documental en 2011. Las obras de Banksy se venden en subastas, se exponen en galerías, personajes como Brad Pitt o Angelina Jolie las coleccionan; el autor tiene amigos y enemigos tanto en los círculos de críticos de Arte como entre los graffiteros. Es un personaje polémico, siempre enmascarado y siempre requerido. Y su película -reflejo de todo esto- maravilla, desconcierta, entretiene y apasiona.

Web oficial Banksy

Enhorabuena, Birmania

Ayer El País publicaba una noticia de esas que uno lee por encima: «El partido de Aung San Suu Kyi podrá participar a las elecciones birmanas». A primera vista, no parece gran cosa. Pero «la cosa» empieza a coger dimensión a medida que uno conoce la historia. Esta señora, demócrata, Premio Nobel de la Paz -por cierto-, ha pasado 15 años en arresto domiciliario. Por demócrata.

Desde hace medio siglo, Birmania ha sido una dictadura militar regida con mano de hierro, en la que el mero hecho de grabar con una videocámara por la calle constituía un delito de primera magnitud. Y ahí es donde queríamos llegar.

«Birmania VJ: Informando desde un país cerrado» es el título de un documental dirigido en el año 2009 por el danés Anders Østergaard. La práctica totalidad de las imágenes que lo ilustran fueron obtenidas por reporteros birmanos que -en 2007- escondiendo sus cámaras, jugándose la vida, consiguieron documentar el antecedente histórico que desencadenó la caída del Régimen -en marzo de 2011- y posibilitó esta noticia de ayer, tan desapercibida.

Cientos de miles de monjes budistas se manifestaron entonces contra el «Régimen de los Generales», ellos iniciaron la revuelta, de eso habla el documental. De eso y de la labor del medio centenar de periodistas que consiguieron sacar del país las imágenes de las manifestaciones, de la represión, de los asesinatos. «Birmania VJ…» se convierte así, no sólo en la excelente película que es, llena de pasión, de intriga, de emoción, sino fundamentalmente en una herramienta de cambio social, en un elemento más -quizás el más importante- de la lucha por la libertad.

El documental contiene abundancia de imágenes que se quedan grabadas en la retina. Un monje muerto flotando en el río. Una interminable hilera de túnicas naranjas recorriendo las calles. Miles de personas aplaudiendo a su paso, uniéndose tímidamente a la protesta. «Cuencos de las almas» vacíos…

Enhorabuena, San Suu Kyi. Enhorabuena, monjes. Enhorabuena, periodistas anónimos, lo habéis conseguido.

Ver documental

Ficha técnicaAyer El País publicaba una noticia de esas que uno lee por encima: «El partido de Aung San Suu Kyi podrá participar a las elecciones birmanas». A primera vista, no parece gran cosa. Pero «la cosa» empieza a coger dimensión a medida que uno conoce la historia. Esta señora, demócrata, Premio Nobel de la Paz -por cierto-, ha pasado 15 años en arresto domiciliario. Por demócrata.

Desde hace medio siglo, Birmania ha sido una dictadura militar regida con mano de hierro, en la que el mero hecho de grabar con una videocámara por la calle constituía un delito de primera magnitud. Y ahí es donde queríamos llegar.

«Birmania VJ: Informando desde un país cerrado» es el título de un documental dirigido en el año 2009 por el danés Anders Østergaard. La práctica totalidad de las imágenes que lo ilustran fueron obtenidas por reporteros birmanos que -en 2007- escondiendo sus cámaras, jugándose la vida, consiguieron documentar el antecedente histórico que desencadenó la caída del Régimen -en marzo de 2011- y posibilitó esta noticia de ayer, tan desapercibida.

Cientos de miles de monjes budistas se manifestaron entonces contra el «Régimen de los Generales», ellos iniciaron la revuelta, de eso habla el documental. De eso y de la labor del medio centenar de periodistas que consiguieron sacar del país las imágenes de las manifestaciones, de la represión, de los asesinatos. «Birmania VJ…» se convierte así, no sólo en la excelente película que es, llena de pasión, de intriga, de emoción, sino fundamentalmente en una herramienta de cambio social, en un elemento más -quizás el más importante- de la lucha por la libertad.

El documental contiene abundancia de imágenes que se quedan grabadas en la retina. Un monje muerto flotando en el río. Una interminable hilera de túnicas naranjas recorriendo las calles. Miles de personas aplaudiendo a su paso, uniéndose tímidamente a la protesta. «Cuencos de las almas» vacíos…

Enhorabuena, San Suu Kyi. Enhorabuena, monjes. Enhorabuena, periodistas anónimos, lo habéis conseguido.

Ficha técnica

El documental del mes

Los Centros Municipales Integrados de Gijón hace tiempo ya que proyectan, con entrada libre, un documental cada mes. Se trata de un convenio que firmaron el Ayuntamiento y la productora catalana Parallel 40 y que pretende acercar este género audiovisual al espectador, en concreto al adolescente.

En este mes de diciembre -en concreto el martes 13 a las 19:30 horas- se proyectará, en el Centro de La Calzada, «Vidal Sassoon», documental del estadounidense Craig Teper que narra la historia del popular peluquero, desde su infancia en un orfanato de Londres hasta la cumbre empresarial.

Parallel 40 acaba de anunciar que «El documental del mes», a partir de ahora, podrá verse también por Internet, eso sí, pagando. El videoclub online Wuaki.tv ofrece estos documentales, un mes después de su proyección en los Centros culturales, por 2,99 euros.

Web oficial «El documental del mes»

Agenda cultural de Gijón

Ficha técnica «Vidal Sassoon»