Herzog, el budismo, los símbolos y el caos

«Gnosis-Kalachakra», o «La rueda del tiempo», es el título del documental que hoy os traemos. Bueno, en realidad no os lo traemos, pero está en Youtube, así que podéis ir a buscarlo. Nosotros, eso sí, lo comentaremos:

Se trata de un documental firmado por Werner Herzog -y eso ya es mucho decir-, en el año 2003. Supone un acercamiento sin precedentes al budismo, no tanto como cuerpo de creencias, como religión, sino como conjunto de rituales, y ahí está lo interesante: no en analizar el dogma, sino en retratar a la gente que lo practica.

El símbolo

Los rituales, todos los sabemos, son mundos simbólicos. Y los símbolos mueven el mundo… Pero pongamos algún ejemplo…

Besar la bandera es un ritual, un juramento. Tras el beso a la bandera, se muere por la bandera -o eso significa ese beso-. Otra cosa es que juremos en falso -que no besemos como la española, «que besa de verdad»-, o que la bandera, tras un cambio de régimen, por ejemplo, ya no nos represente. Pero ese ritual, ese beso casto, es un símbolo, un pequeño gesto que dará sentido a la vida.

La primera comunión es un ritual. Tras la ingesta del Pan ácimo, uno contrae un compromiso, con Dios y con el prójimo -o eso significa la Eucaristía-. A partir de ese momento, el Amor se superpondrá a todas las demás emociones, será la guía principal, de manera que la comunión habrá dado sentido a la vida.

Ir al fútbol es un ritual: uniformes, himnos, pinturas en el rostro… es la guerra, una guerra representada, una guerra simbólica, pero guerra. Ganar o perder dará sentido a las vidas de oficiantes y feligreses.

Sentarse a la mesa, ir al cine, ir a la discoteca, o a la biblioteca, o al cementerio. Dar mi palabra a alguien, comprometerme. Son rituales, mundos simbólicos, que se realizan siguiendo normas prescritas (negociadas entre todos) y que proponen un sentido para la existencia, un orden dentro del caos.

Y no, en la mesa no se habla con la boca llena.

El caos

La cultura nos protege contra el caos. Como el «manual de instrucciones para la vida» que es, la cultura está ahí para ofrecer respuestas a nuestros interrogantes. Saber hacer nudos marineros puede salvarte la vida.

Y el budismo

Es otra cultura más, una propuesta de sentido, que parece haber conectado especialmente bien con la esencia de la espiritualidad, mejor que otras religiones, en tanto en cuanto habla de la energía que nos compone (llamada «Ki») y educa a los fieles para que la perciban y la controlen. Ni Islam, ni Cristianismo, ni Judaísmo, parecen haberse ocupado específicamente, a lo largo de sus siglos de evolución, de esta dimensión energética del ser. Y ahora es la ciencia quien da la razón al budismo y a otros cultos orientales, reconociendo que sí, que somos energía, y que éstos se adelantaron a todos los demás.

Herzog, frente a este panorama, no dice ni pío. En su documental, no pretende hacer una comparativa de las religiones, ni crear un compendio de preceptos budistas. Ni siquiera pregunta al Dalai Lama por la reencarnación, por el exilio, o por otras cuestiones que suelen suscitar bastante interés entre el público, qué va: Herzog se queda más acá, en el sentido común, y se limita a preguntarse por qué la gente hace lo que hace. Frotarse contra una columna, pelear por unas pelotas de cebada, dibujar durante semanas un mandala con arena de colores, para después destruirlo, recorrer miles de kilómetros postrándose a cada paso… Podría parecer que esta gente está loca. Podríamos incluso apiadarnos de ellos. Pero en realidad, si lo pensamos bien, esas «locuras» dan sentido a sus vidas y eso, en este mundo del escaparate, de la traición al pueblo, en esta España huérfana de cultura, que no cree ni en sí misma, más que pena, da envidia.

Y es que, sin símbolos, estamos perdidos.

Sin miedo

«En los ojos del joven arde la llama, pero, en los del viejo, brilla la luz». (Víctor Hugo, «La leyenda de los siglos»)

«Juliette Binoche, una mirada íntima» es el título del documental que hoy os traemos. Aunque la traducción del título no sea muy acertada (hubiera sido mejor «Los ojos de Juliette Binoche»), no os dejéis engañar, porque la película es muy valiosa.

Se trata de uno de los acercamientos más honestos a un personaje público que podemos concebir. Pensemos que los grandes rostros del cine, por lo general, cuentan con un margen de maniobra muy estrecho: determinadas apariciones públicas (otras no), asociación a ciertas marcas (y a otras no), etc.

En familia

Pero lo que hace tan singular a este documental es que ha sido dirigido por la propia hermana de Juliette, Marion Stalens, y por tanto arroja una mirada sobre la actriz que traspasa el mito y casi la carne, podría decirse.

¿Qué tiene Juliette? ¿Es sencillamente una mujer bonita? ¿Es la fama acaso? ¿Podría ser una mera cuestión de técnica teatral, o un éxito de la ciencia mercadotécnica? Nuestra respuesta es categórica: no. Y la mirada que su hermana posa sobre ella viene a corroborarlo.

Mirar

Cuando uno mira, al final ve, y Juliette Binoche mira constantemente. Se trata de una cuestión de voluntad, en última instancia, de querer saber, de desear comprender aquello que está fuera de su entendimiento. Y en ese proceso, crece, se hace mayor, evoluciona.

Pero para comprender de verdad, es necesario desprenderse de estereotipos, de prejuicios, de falsas cosmologías que se interponen entre el observador y lo observado. Hay que desnudarse, ser humilde, olvidarse de uno y nacer en el otro.

Mostrarse

Y eso hace Juliette con sus personajes: los explora hasta hacerlos suyos, hasta que no hay diferencia entre ella y su otra ella, hasta que consigue una total identidad entre lo que siente la actriz y lo que siente el personaje.

Obviamente, Juliette Binoche es una profesional: sabe posar, conoce la técnica, domina su cuerpo, y lo aprovecha, pero su grandeza no radica tanto en eso -en su oficio-, como en la capacidad que tiene para mostrarse con humildad. Porque la cámara da miedo -ella misma lo reconoce-, se adentra en la persona, la cámara capta la verdad, y si queremos transmitir amor, por ejemplo, o ternura, no podemos sentir miedo.

Iluminar

Y así, todo su trabajo se llena de luz. Baile, pinte, actúe o cocine, da igual, Juliette es brillante, su entrega es total, verdadera, íntima. No es el cuerpo lo que apasiona de ella, es el alma. No es la boca, sino la sonrisa, no los ojos, la mirada. Un alma tan pura que se ve en todo lo que hace y que sí, sencillamente, permea, con naturalidad, todo lo que toca.

Ver documental en la web de TVE

Morena ingrata

«No sabe actuar. No sabe cantar. Y además está ligeramente calvo. Puede bailar un poco».

Cuenta la leyenda que eso escribieron de Fred Astaire, en los estudios de RKO, tras uno de los castings a los que hubo de presentarse. Menos mal que al final le dejaron bailar un poco…

Morena ingrata

Así se refería Isaac Albéniz a España, como esa «morena ingrata» que no veía -ni por supuesto agradecía- lo que el genial compositor estaba haciendo por la música española. Se fue a Francia, Albéniz, y a Inglaterra, que allí lo valoraban. Y no volvió a España sino a morir al sol (y ni eso, que falleció en el lado francés de los Pirineos).

Conocer

Para muchos pueblos, el conocimiento es riqueza. A un dowayo (y de esto sabe mucho Nigel Barley) no se le puede preguntar por su cultura alegremente: pedirá un pago, una contraprestación, por compartir con nosotros su experiencia. Un curandero -ya no sólo dowayo, sino de múltiples etnias- exigirá una ofrenda a cambio de indicarnos qué yerba sanará nuestros males: las plantas están ahí, no son de nadie, pero conocer sus efectos exige dedicación, estudio, trabajo. Y el trabajo se paga.

En España parece que nos hemos olvidado de esto. Durante un tiempo, no fue así: apreciábamos el conocimiento y luchábamos por igualar a nuestros hermanos cultos de Europa -franceses, alemanes, ingleses-, quienes, al no haber vivido la cerrazón y la estrechez de miras características de la dictadura franquista, nos daban veinte vueltas (en todo). Y casi lo conseguimos. Pero ahora, miserere nobis, volvemos a las andadas: a menospreciar el conocimiento, la cultura, a pisotear el legado; a infravalorarnos en definitiva.

Y el agravio comparativo se hace más patente aún. Nuestros vecinos cultos fichan en España a ingenieros, biólogos, médicos, arquitectos, fotógrafos, actores, cineastas, músicos, escritores… mejor formados que los suyos, y más baratos de mantener y, a cambio, magnates estadounidenses nos convierten en el lupanar europeo, previa excepción de nuestro estado de derecho. No es posible concebir un mayor desprecio por lo propio; no se puede ser más ruin.

Innovar

Con este panorama, ¿quién se atreve a innovar en España? Sabiendo como sabemos que el mundo es otro, que ha cambiado, y que tenemos que adaptarnos al nuevo medio -es decir, sabiendo que la innovación es clave para la supervivencia-, ¿quién se arriesga? Innovar, sí, es una necesidad, pero implica un esfuerzo y un riesgo con frecuencia inasumibles, mucho más en la tan injustamente castigada España. ¡Que inventen ellos!, que diría Unamuno.

Ahora bien, si por lo menos supiéramos reconocer el valor, el arrojo, el heroísmo -¡la grandeza!- de nuestros emprendedores, la cosa iría bien encaminada, pero a menudo, ni siquiera. Los tenemos a nuestro lado, son nuestros amigos pobres, ésos a los que tenemos que invitar a café -porque ni para eso sacan-, ésos que dedican años a trabajar en proyectos que no terminan de prosperar, ésos que cada vez están más locos… y más solos.

Homenajear

Así que no rendiremos hoy homenaje a los que arrimaron el ascua a su sardina y huyeron de España -«pobrecitos»- cuando el temporal empezó a arreciar. El premio al ingeniero emigrado está en su cuenta corriente, con eso debería bastar (además de haberlos formado, no pretenderán que les agradezcamos la estampida).

En cambio, sí nos descubriremos ante aquellos que apostaron por sí mismos -es decir, por su pueblo- y se quedaron a construir una patria de la que sentirse orgullosos.

El secreto de la colmena

Con este título -y con la apostilla «Retratos de innovación»-, acaba de publicarse una serie de cortometrajes documentales dirigida por Carmen Comadrán. Los podéis ver gratis, en Youtube, y probablemente os sirvan de inspiración.

Carmen es una emprendedora que constituyó, pocos años atrás, una productora audiovisual en Asturias. A base de mucho esfuerzo y gracias a su valía personal y profesional, está consiguiendo lo imposible: es presidenta de la Asociación de productoras, miembro promotor del Cluster Audiovisual de Asturias, ganadora de uno de los premios del Festival de Cine de Gijón y ahora ha conseguido arañar una ayuda de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT) para realizar -junto a Pisa- «El secreto de la colmena». Y resulta que, con toda humildad, en estos «retratos de innovación», Carmen cede la palabra a emprendedores de distintos puntos de España, para que orienten a los demás, para que los animen, como si lo suyo estuviera exento de mérito.

Carmen, para ti nuestro homenaje… Tu trabajo es muy valioso, merece la pena, no te rindas… El precio que pagas es muy alto y -quién sabe- quizás nunca nadie te lo agradezca… España, es verdad, es esa «morena ingrata» de la que hablaba Albéniz… Fred Astaire -quién lo duda- bailaba como los ángeles… Y descuida, que tú no estás loca… Y no, tampoco estás sola.

Ver «El secreto de la colmena – Retratos de innovación»

Web oficial «El secreto de la colmena»

Te lo digo cantando

Un tipo vestido de romano, de pies a cabeza, con su pilum y todo; otro disfrazado de soldado nazi; alguien que representa a Galileo en sus tribulaciones, a Newton bajo el árbol, a Tesla electrificado. Un mafioso durante la ley seca…

Últimamente, se han puesto de moda los documentales que lo «reconstruyen» todo: barcos, estatuas, edificios, trincheras, lo que sea. Documentales basados en un extenso elenco de actores y en efectos especiales, que recrean situaciones históricas (con mayor o menor fortuna) y que hacen más difusa aún la frontera entre la ficción y la no ficción.

El documental, ese género informativo

¿Qué es lo más importante en un documental? ¿Que nos divierta? ¿O que nos informe?

Para la diversión pura, para el entretenimiento, podría decirse que ya existen otros géneros audiovisuales: desde la «peli de tiros», hasta el musical, pasando por todos esos programitas narcóticos que nadie ve y que todos conocemos. Pero el documental es otra cosa, ¿no?

El documental es ante todo un género informativo, y esta invasión de peliculitas autodenominadas «documentales» no hace sino desvirtuarlo. Su territorio no es el del attrezzo y la tramoya, sino el de la entrevista en la calle. Sus protagonistas no aprenden guiones de memoria, sino que aportan un punto de vista personal, informado, relevante, sobre un hecho que merece ser contado. Y si hay que elegir la foto fea, se elige la foto fea.

Hacer evolucionar el documental por un territorio que no le es propio (sino que corresponde a empresas de casting, a grandes estudios, etc) es un modo de despojar al ciudadano -otra vez más- de la palabra y del conocimiento. Los canales que sólo emiten esa clase de documentales, lejos de informar, están desinformando a la población, apoltronándola, ofreciéndole un señuelo, una versión conveniente de la Historia, y lo que es peor, le están inculcando la idea de que «ver es comprender».

La revancha

Pero, como sucede en la guerra de guerrillas, cuando el Imperio toma una plaza, la Resistencia toma un fortín, y así es como el documental (la «no ficción»), en su revancha, se ha colado en los lugares menos esperados: las series.

Las series de televisión, todos lo sabemos, por lo general son hiperbólicas, lo exageran todo. Pero en esa exageración, a menudo reside la verdad de las cosas. Como con Aaron Sorkin.

Él es un cineasta estadounidense, famoso por haber escrito el guión de «Algunos hombres buenos», adaptado el de «La red social» y sobre todo, por haber creado la serie titulada «El ala oeste de la Casa Blanca». Su último trabajo se llama «Newsroom». Ambientada en la redacción de informativos de una importante cadena de televisión, la serie explora el mundo de los medios de comunicación de masas. En su desarrollo -crítico, ácido, pero bienintencionado- «Newsroom» ofrece pautas para los periodistas del siglo XXI, tan marcados por la tecnología y tan condicionados por el capitalismo. Sus personajes -como no podría ser de otra manera- son defensores a ultranza de la libertad de información y de la democracia.

Informar

Lo sabemos bien: los informativos de las grandes televisiones apenas informan. Son tantos los intereses creados, tantas las presiones, tan escaso el margen de maniobra y tan dura la resistencia, que los periodistas acaban por apoltronarse y seguir el juego a políticos y poderosos. La independencia es un mito, la objetividad, otro, y rellenar la escaleta se convierte en el único objetivo de unos profesionales que bien podrían -si se lo permitieran- ayudar a la población a comprender por qué sucede lo que sucede. Para eso, haría falta poner en contexto las noticias y que los informativos dejaran de ser esos capciosos desmemoriados que son, pero no vamos a hilar tan fino.

Lo curioso del caso es que Sorkin, desde una serie de televisión massmediática, desde la ficción, consigue contextualizar lo que está sucediendo hoy en el mundo mejor que cualquier informativo que se emita hoy en el mundo (y mejor que muchos documentales). Habla de Egipto y del ascenso de la democracia. Habla del Tea Party y del fundamentalismo descerebrado. Habla de Fukushima y del oscurantismo que envuelve a la energía nuclear. De la gran estafa global, del «techo de deuda»… Y habla de todo ello desde la razón, desde el sentido común, con contundencia.

Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Juan 8:32)

Y al final, ganamos. Los que queremos que el periodismo sea libre, ganamos. Los que aborrecemos la media verdad torticera, ganamos. Los que defendemos el derecho del ciudadano a estar informado, ganamos. Y los que amamos la verdad desnuda, ganamos.

Porque sí, nuestros enemigos (quienes se oponen a todo ello) habrán tomado los informativos, es verdad, son suyos. Habrán tomado los canales de documentales, cierto, casi todos. Habrán encarcelado a colaboradores de Wikileaks, sí. Habrán establecido un sistema de espionaje mundial, qué duda cabe. Pero al final, por poderosos que sean, por mucho que quieran ocultar la verdad, nosotros ganamos. Porque, cuando tengo razón, te lo digo a las claras. Y si no puedo, te lo digo cantando.

Ver secuencia de Newsroom

Ver promo de Black Mirror

La educación prohibida

Por lo general, el espíritu inicial de los proyectos se desvirtúa en su desarrollo: así somos. Por ejemplo, tenemos la Declaración Universal de Derechos Humanos. Es un listado de principios fundamentales, muy básico, muy sencillo, de sentido común. Dice que los humanos tenemos derecho a vivir (a que no nos maten), a no ser torturados, a pensar lo que queramos, a comunicarlo… Cosas básicas.

Sin embargo, esta Declaración, que muchos países suscribieron encantados, porque expresa ese «sentir general», ese «espíritu fraternal», etc., hoy se cumple más bien poco, en pocos lugares, y España no siempre está entre ellos (ver informe Amnistía Internacional 2012, pps 185 y ss.). Para que se cumpliera esa Declaración, no deberíamos alejarnos -como pueblo- de ese espíritu inicial que la hizo posible, ni al hacer las leyes, ni al ejecutarlas, ni al cumplir con ellas.

La educación

No deja de sorprender que en los últimos 40 años España haya modificado siete veces sus Leyes Orgánicas sobre Educación. En 1970, la LGE, en el 80, la LOECE, en el 85, la LODE, en el 92, la LOGSE, en el 95, la LOPEG, en 2003, la LOCE y en 2006, la LOE.

Estas leyes orgánicas vienen acompañadas, naturalmente, de cambios profundos en toda la legislación relacionada, así como en los planes de estudio, lo cual genera gran desconcierto no sólo en la comunidad educativa (profesores, alumnos…), sino también en el resto de la comunidad.

Podría parecer que, con las sucesivas reformas, lo que se persigue es una evolución cultural, un mejor acceso de la ciudadanía al conocimiento, o quizás un mejor cumplimiento del Artículo 26 de la Declaración de Derechos Humanos. Sin embargo, lo cierto es que las críticas a la actual legislación son muchas y bien fundadas, es decir, el sistema educativo español no gusta, no convence, y no parece mejorar.

El aprendizaje

Frente a esto, los principios en los que se basa el verdadero aprendizaje han pasado a un segundo plano. Apenas se atiende a pedagogos, psicólogos, antropólogos, sociólogos, filósofos, ni a los propios educadores, a la hora de establecer «mejoras» en los sistemas educativos. El criterio económico se impone, y pesan sobremanera las ideologías, haciendo imposible una conciliación entre los principios fundamentales de la educación y el supuesto desarrollo de esos principios.

El documental que hoy os traemos habla de todo ello. Está dirigido por German Doin, un joven argentino que comenzó a investigar sobre el tema, allá por 2009, para realizar un cortometraje, y terminó produciendo una película de dos horas y media: tal era el clamor de los educadores y el interés social por el objeto.

La película incluye entrevistas a profesionales de distintos países, España entre ellos, en un intento por cruzar voces diversas y armonizarlas. La diversidad en el discurso, a pesar de ello, no es tanta, porque todos los entrevistados parecen beber de las mismas teorías, de Piaget, Montessori, Dewey, etc. Es decir, que están -también ellos- alineados ideológicamente, en defensa de una «educación» a la que podríamos denominar «libertarista». No extraña esta reacción, en sistemas políticos que imponen un criterio economicista, con leyes sin consenso –ad hoc y de partido-, que no escuchan al ciudadano y que, en su desarrollo, contravienen principios fundamentales del Estado.

Alineado o no, conviene ver el documental, por aquello de dar pábulo a quienes no lo tienen.

Ver documental

Web oficial

El código de Dios

Ya nos vamos acercando. Poco a poco, el ser humano está aprendiendo a desprenderse de la superstición, de la mentira poética, del mito. Y también de la religión.

La serie de documentales que hoy os traemos podría cambiar vuestra perspectiva sobre Dios, sobre el Mundo y sobre el Hombre, así que vedlos exclusivamente si sois de espíritu inquieto, explorador, y no tenéis miedo a que se os expulse -a patadas- de la poltrona intelectual donde probablemente os habréis instalado.

Las leyes

«Y ahora os calláis, porque ésta es mi fiesta y aquí mando yo». Con tales palabras concluía hace pocos meses una discusión pública, en un foro público, el cual no identificaremos. Alguien airado reclamaba desde el púlpito su soberanía, arrebatada momentos antes por la turba ruidosa, sin derecho, ilegítima. Y en ese momento, la discusión acabó: la ley es la ley.

Igual sucede con todas las demás leyes: se cumplen y punto. Se hacen cumplir.

Dios

No iba a ser menos. De hecho, su gran Acto creador del Universo parece haberse limitado al establecimiento de unas cuantas leyes muy sencillas, diseñadas para amargarnos la vida.

Una de ellas, ya lo sabéis, es la necesidad de la muerte, para la vida, para la muerte, para la vida, y así. Memento Mori, que decían los clásicos, «recuerda que vas a morir».

Pero hay otras leyes más sutiles, sencillas igualmente, a las que sólo se llega tras no pocos experimentos y fórmulas matemáticas.

El Código

Y así entra en escena el profesor Marcus du Sautoy, un matemático inglés que alterna sus clases en Oxford con el rodaje de «The Code», la serie documental que hoy os presentamos y que indaga en estas leyes de Dios que rigen el universo (él dice, muy laicista, leyes de la «Naturaleza»).

«The Code» nos transporta al mundo de las regularidades, de los futuribles, de las matemáticas, y por eso aniquila buena parte de la magia que se activa en nuestro cerebro a la hora de explicar aquello que no entendemos. Sin embargo, la Naturaleza es tan sabia («Dios es tan grande», que diría aquél), que la magia borrada queda inmediatamente sustituida por un asombro arrebatado, casi infantil, por una clarividencia que permea todas las dimensiones del ser. O, dicho con otras palabras, «alucinas con lo que sabe este tío».

Por ejemplo, du Sautoy explica el vuelo de esos grandes bancos de aves que tanto nos asombran. Explica los sencillos principios en que se basa, pero no se queda ahí, en explicar por qué no se chocan entre sí, sino que también explica por qué en conjunto, en el aire, forman esas figuras que nos resultan tan plásticas, tan bellas, y tan sobrecogedoras.

Y el despertar

El famoso «awakening» parece que se está produciendo. En los últimos años, hemos descubierto tantas realidades esenciales que, al procesarlas en conjunto, al asimilarlas, uno percibe que no es el mismo, que ha cambiado, que la especie no es la misma, y que el mundo, visto con estos ojos nuevos, también es otro.

Las repercusiones que entraña este saber sobre las formas geométricas, sobre los fractales -¡Pollock!-, o sobre las curvas radicales, no puede dejarnos indiferentes. Sus aplicaciones son infinitas. Su conocimiento es salvación, poder divino. Y nosotros somos los elegidos.

A no ser que formemos parte de ese grupo humano que no entiende nada -porque no llega- y que se extinguirá, absorbido por su triclinio, en pocas generaciones, como los neandertales, que puede ser.

Por cierto, la serie completa está en Youtube, como la mayoría de vídeos que os recomendamos, pero ya que algunos próceres están intentando ponerle puertas al campo con leyes y reglamentos contra natura y nos podrían emascular si enlazamos aquí los documentales que comentamos, os toca buscarlos a vosotros solitos.

Ver «The Code» en la web de BBC

Estrujar la gallina

¿Sabéis para qué se construyó el coche eléctrico? Para tirarlo a la basura.

El documental que os traemos hoy, ¿Quién mató al coche eléctrico?, dirigido por Chris Paine en 2006, habla sobre ello. Dice que el coche eléctrico ya está inventado, desde finales de los 90, que este coche es mucho mejor que los gasolina, y que General Motors -su inventor- no lo comercializa porque llegó a un acuerdo con empresas petrolíferas para estrujar las reservas planetarias de combustible un poco más aún. Por dinero.

EV1

El documental se acerca en concreto al modelo EV1 (Electric Vehicle 1), un prototipo que satisfacía las aspiraciones de la mayoría de conductores. Era un vehículo rápido (permitía rodar a más de 130 km/h), con bastante autonomía (una carga de batería permitía hacer unos 200 km.) e incorporaba un diseño atractivo a un precio asequible (entre 250 y 500 dólares al mes, según una de las entrevistadas). Y por supuesto, el consumo energético era más barato y menos contaminante que el de los coches de combustión -incluso si la electricidad había sido obtenida mediante la quema de carbón-.

Se construyeron tan sólo 1.500 unidades y se comercializaron por «leasing», es decir, los compradores no eran propietarios del vehículo, sino que General Motors se lo «alquilaba» durante un periodo de tiempo determinado. Al expirar ese periodo, durante el cual los conductores disfrutaron de la experiencia «cero emisiones», General Motors lo retiró misteriosamente del mercado y lo destruyó, a pesar de las soflamas de los indignados usuarios.

Estrujar la gallina

De manera que, en este caso, según sostiene el documental, pudo más don Dinero que cualquier ética, moral o principio. No importó haber llegado a una solución eficaz para las emisiones de CO2, o que el EV1 levantase pasiones en todo aquél que lo conducía. Lo que prevaleció fue que la escasez de petróleo permitía hacer mucho dinero con su venta. Y nada más.

Ahora -remata el documental- nos venden los vehículos híbridos como si fueran la panacea, como si fueran el culmen tecnológico, pero no lo son. Suponen simplemente un innecesario paso intermedio entre una tecnología moribunda y otra puntera. Un paso que permite a los granjeros estrujar un poco más la gallina de los huevos de oro, a costa de la salud pulmonar de la población y de aumentar la brecha social entre aquellos que pueden comprar combustible y los que no podemos.

Weiwei es guay

Pues sí, Weiwei es guay, pero no «un guay» de esos que no llegan a «chachi», sino un enrollado –«guay» a secas-, un tío guay, alguien que no necesita que los demás le llamen guay para ser guay, vaya.

Tampoco necesita mucha presentación, este Weiwei, porque sus obras se han expuesto en las más importantes salas de Arte del mundo pero, por si algún despistado no lo conoce, diremos que se trata de un «artivista» chino, es decir, un tipo que tiene más de activista político que de artista, y que canaliza su creatividad -que es mucha- hacia un movimiento social libertario, en China y no sólo.

Ha estado en la cárcel, Weiwei. Ha padecido los abusos de las autoridades. Ha sido golpeado y vejado. Pero cuanto más se le intenta silenciar, mayor repercusión adquieren sus palabras. Lo que viene siendo un mártir, de toda la vida.

Never Sorry

Es el título del documental dirigido por Alison Clayman en 2012 a propósito de este polémico chino. Se trata de un documental correcto, que profundiza, a través de un seguimiento cotidiano y exhaustivo (que el propio Weiwei propicia mediante un despliegue continuo de camarógrafos), en la figura del autor de obras como ésta:

Weiwei

Ai Weiwei. 2008.

Arte 

Y al final, uno se vuelve a preguntar, por enésima vez, qué es el Arte. En una sociedad de la censura, del mercado, del arte-por-dinero, del arte-como-medio, ¿el artista es aquél que consigue alzar lo suficiente su voz para incomodar al Estado? ¿Aunque no cante bien? (y no, Weiwei no canta nada bien).

Hay mucho Twitter en la creación artística de Weiwei, mucho Twitter como soporte. Y mucha improvisación. ¿Pero soporte de qué? ¿De otro panfleto más? ¿De reivindicaciones políticas? ¿Eso es Arte? ¿Cualquier cosa que se le ocurra publicar a Weiwei desde el sofá de su casa será Arte?

Política

Y uno termina concluyendo que lo que sucede es que, a nivel político, a nivel mundial, hay tanta necesidad de una voz lo suficientemente libre, lo suficientemente honrada y lo suficientemente potente para alzarse contra un sistema socioeconómico que se nos cae, que cuando aparece alguien así, lo llamamos «artista», lo llamamos «santo», o lo que haga falta, con tal de que se quede.

Como en Turquía, donde la expresión artística de un coreógrafo -de alguien que se dedica a la danza- ha sido guardar silencio, y permanecer inmóvil, en público, solo, ante la bandera.

Ver videoclip Dumbass de Ai Weiwei

Ver trailer del documental «Ai Weiwei: Never sorry»

Madoz, los bebés y el ‘branding’ emocional

¿Cómo vender agua a precio de néctar? ¿Cómo conseguir que mi agua -el-agua-que-yo-vendo- se convierta en «El Agua», que no haya otra igual, que sea mucho más que agua, que sea el-agua-por-antonomasia? Muy fácil: convirtiéndola en otra cosa.

Y para ello, para convertirla en otra cosa, no hace falta cambiar absolutamente nada de su composición química, de su aroma inodoro, de su sabor, o de su incoloro color. Basta con conseguir que mi agua sea percibida como algo único y diferente.

Madoz-Agua-Puzzle (2004)

Chema Madoz. 2004.

Los bebés

Basel Ramsis es un director de cine documental. Allá por 2005, impartió en Madrid un taller de guión en el que, entre otras cosas, criticaba el uso de bebés que se venía haciendo en el cine. Aseguraba que, con frecuencia, los bebés se utilizan para suscitar en el espectador una cierta emoción, una ternura que se aprovechará para dirigir el mensaje por un cierto derrotero. Él lo explicaba así:

«Existe un pacto entre el espectador y los bebés: cuando un bebé aparece en pantalla, al espectador se le cae la baba. Es un recurso demasiado fácil».

Tenía razón. Los bebés son el icono de la desprotección, de la dependencia, y por eso despiertan en los adultos el instinto paternal. Además, los bebés no mienten, no fingen, son puros, y representan todo aquello que hemos perdido con los años. Cuando un bebé aparece en pantalla, literalmente, «se nos cae la baba».

El elixir de la eterna juventud

Así que, si queremos que nuestra agua -el agua que nosotros vendemos- sea percibida como un líquido mágico, como un elixir que nos devuelve la vitalidad, la espontaneidad y el tiempo que perdimos, pondremos un bebé en nuestro anuncio. Y si además lo ponemos bailando «break dance», pues mejor que mejor.

De esta manera llegamos al vídeo que abre la página. Es un anuncio de agua, perteneciente a cierta empresa que empieza por «Dan» y acaba por «one»-, visto -sólo en Youtube- por unos 50 millones de personas. Eso -por si cabía alguna duda- significa que «funciona». Y recordemos que no es más que un anuncio de agua embotellada.

Branding emocional

Un anuncio que bebe de una larga tradición de estudios sobre la persuasión publicitaria, desde los Strilloni romanos, hasta el edipo no resuelto del sobrinito de Freud, y más allá; estudios que desembocan en esta técnica de venta a la que petulante y anglosajonamente se ha denominado «Branding emocional».

Y es tan simple, tan facilón este «Branding emocional», como el mecanismo de un botijo. Consiste en asociar una emoción a nuestra marca. Ya está. ¿Qué emoción? La que mejor convenga.

¿Y cómo asociamos una emoción a nuestra marca? Pues obvio: provocando en el espectador esa emoción. La baba que se nos cae cuando vemos al bebé -o cuando nos plantan ante los ojos un suculento pastel de chocolate-; el complejo que sentimos al comparar esa piel tan tersa -o esa figura tan esbelta de la chica del anuncio- con la imagen que nos devuelve el espejo cada mañana; o el «buen rollo» que se nos queda tras ver un anuncio de Coca Cola. Es así: tan fácil como contar una historia emocionante y firmarla con nuestro logo.

Y Madoz al fin

Es ese poeta que juega con las imágenes. Es una persona sencilla y honesta, sin pretensiones comerciales, un fotógrafo que reconoce -y reivindica- la inutilidad del Arte, que se crece en esta inutilidad y que la habita de consuno. Madoz es el fotógrafo de las pequeñas cosas, de la esencia; el ingenuo genio de las metáforas visuales, el gurú de los mensajes ocultos. Madoz es ese niño que mira y que, en su mirada, nos hace crecer.

Y es la inspiración para los publicistas.

El documental que hoy os traemos habla sobre él.

Los diez mandamientos del ‘Branding emocional’

Ver documental sobre Chema Madoz 

Baraka

Resulta muy difícil hablar de Baraka. Cualquiera que haya visto esta joya, sabrá a lo que nos referimos.

Si se extinguiera la Humanidad y en el futuro alguien sintiera curiosidad por lo que somos -por lo que hemos llegado a ser- bastaría con que viera Baraka para comprenderlo todo. Sin una sola palabra, sólo mediante la mera concatenación de imágenes y músicas, Ron Fricke realiza el retrato más perfecto de la Humanidad que cabe concebir.

Se trata de una experiencia puramente emocional que agita las ramas del intelecto. Baraka habla a gritos de las similitudes y diferencias entre los humanos, de sus miedos y creencias, de sus misteriosos rituales, de sus alegrías, sus tristezas, de su relación con el medio, de la evolución que han sufrido… Sin decir nada.

Con su cadencia característica, Baraka detiene la mirada del espectador en aquello que merece ser visto, le dice: «mira esto». Y luego, «mira esto otro». «Y relaciónalo».

Necesariamente, el cine, la fotografía, acotan la realidad. Seleccionan de ella una porción que se convierte en mundo y en signo del mundo al mismo tiempo. Las buenas fotografías -las buenas películas- reproducen aquellas partes del mundo que aglutinan en sí mismas universos enteros. Son altamente significantes. Pero quizás se comprenda mejor esto si no usamos tantas palabras:

El cine convencional se rueda con película de 35 milímetros, esto es, concatenando 24 fotografías por segundo de tres centímetros y medio de ancho cada una. Como si el mundo no le cupiera en esos tres centímetros y medio, Ron Fricke construyó expresamente una cámara para rodar Baraka, una cámara que utilizaba fotogramas de siete centímetros cada uno. Todo era poco. Era la obra de su vida. La gran obra maestra del cine documental. Rodó en 24 países, de los cinco continentes. 24 países.

Cada plano de la película reproduce universos completos. La película completa es algo inconmensurable.

Ficha técnica