De la guerra
Todo apunta a que estamos en guerra y es que no hay dos sin tres.
Hoy os traemos un documental que arroja algo de luz sobre el fenómeno de la guerra en Oriente Medio y más concretamente, sobre la situación en Pakistán. Se trata de «El padrino del terror», dirigido por Ghafoor Zamani, un periodista independiente radicado en Alemania y especializado en temas relacionados con el Magreb.
El documental se rueda cinco años atrás, por lo que no hay referencia en él al denominado «Estado Islámico» pero, a través de las sucesivas entrevistas que Zamani mantiene con distintos agentes sociales, consigue ofrecer una valiosa panorámica sobre la cultura de la «Guerra Santa», germen de lo que ahora sucede, por ejemplo, en territorio francés.
Hay una declaración en la película que sorprende especialmente y no proviene precisamente de ningún líder militar, sino de un simple taxista. Al saber que nuestro periodista proviene de Alemania, este taxista no duda en alabar la política alemana con respecto a los judíos: la política de Hitler. Es decir que, para un sector de la población paquistaní, Hitler actuó correctamente al enviar a cientos de miles de personas a la cámara de gas.
El rodaje del documental se desarrolla además en un ambiente opresivo, propio de una película de espionaje. De hecho, uno de los colaboradores de Zamani muere asesinado al día siguiente de encontrarse con él.
La película estará disponible en la web de Televisión Española hasta el 25 de enero. Os recomendamos también que os acerquéis a la obra de este comprometido director quien, entre otros, ha dirigido el documental titulado «Fortaleza Europa: un continente cierra sus fronteras». Cercano, ¿no?
Ver documental (mientras esté disponible en la web de RTVE)
Madres
Como mujer, no tengo país. Como mujer, no quiero país. Como mujer, mi país es el mundo entero.
Virginia Woolf «Tres guineas» (1938)
Mucho miedo da lo que está sucediendo en el mundo de los hombres. Últimamente, hemos creado el término «Estado Islámico» para referirnos no se sabe bien a qué, pero a algo que da mucho miedo. Y da miedo porque -sea lo que sea- es tiránico, es violento y es invasivo.
Los cinco bloques
Si nos fijamos en el siglo XX, veremos que la primera mitad estuvo marcada por las dos grandes guerras (la Primera Guerra Mundial, del 14 al 18, y la Segunda, del 36 al 45 -nótese que incluimos la Civil española-) y que las consecuencias de esas guerras marcaron a su vez la segunda mitad del siglo (con esa «Guerra Fría» entre la URSS y el bloque capitalista, con los conflictos en Palestina/Israel, etc.)
La guerra, aunque nos parezca algo lejano y ajeno, es una realidad que, cuando se produce -y ya lo creo que se produce- nos afecta a todos, especialmente a los pacíficos. Somos los pacíficos los primeros en morir, los peor castigados y los más indefensos. Somos nosotros quienes debemos evitarla y contrarrestarla y bloquear su resurgir y lo único que tenemos para ello es nuestra palabra, ahogada y débil, pero llena de verdad, de bondad y de Historia.
El bloque capitalista -Estados Unidos, Europa del Oeste…- se impuso al final sobre el otro gran bloque -soviético-socialista- y durante varias décadas, hemos asistido al auge de un imperio, con Washington-Hollywood a su cabeza y el consumismo por bandera. Pero esto tiene todos los visos de acabar. Las demás «potencias» han ido configurando su propia visión del mundo, uniéndose a éstas, separándose de aquéllas, definiéndose en suma, hasta formar otros cuatro bloques que no son -ni quieren ser- el capitalista. Nos referimos a Rusia, por una parte, China-India, por otra, el Magreb (recién bautizado como «Estado Islámico»), y el bloque hispano. El quinto bloque, por supuesto, sería el imperante anglo-germánico-helvético-capitalista. ¿Y África? Más adelante hablaremos de ella.
Caben muchas objeciones a esta división por bloques. No obstante, pedimos al lector que sea transigente, ya que este mapa, aunque simplista, resulta muy útil para explicar lo que está sucediendo en nuestras tristes vidas y lo que podría suceder en un futuro inmediato.
Cosmovisiones
Pero ¿qué distingue a unos bloques de otros? ¿Es una cuestión de territorio? La respuesta es no, no sólo. ¿De recursos, de dinero? Sí y no, es mucho más. ¿Se trata entonces de un choque de religiones? No, tampoco exclusivamente: Lo que se está poniendo en juego, en realidad, son distintas cosmovisiones, que es un concepto que va más allá del meramente religioso, económico o político. Los bloques encarnan distintas maneras de hacer las cosas, de tratar a las personas, de afrontar los retos, de conducirse. Y desde este punto de vista, la fortaleza de los bloques no está en sus fronteras políticas, en sus recursos económicos y ni siquiera en su arsenal armamentístico. Su fortaleza está en el número de personas afiliadas a esa cosmovisión. Ésa es la partida que se está jugando en el tablero global.
Tengamos en cuenta que cada uno de estos cinco grandes bloques aglutina en su seno a cientos de millones de personas: no es algo baladí. No podemos pensar que el bloque magrebí es totalmente uniforme y malo en términos absolutos. Ni que el bloque anglosajón sea totalmente bueno, ni mucho menos. Los individuos y los grupos tienen sus razones para adscribirse a uno u otro bloque y debemos pensar que son personas como nosotros, que tienen argumentos que les sirven, que les convencen o apremian, y que nuestra tarea -la de los hombres pacíficos- es la de armonizar unas visiones con otras, para impedir la guerra que se está gestando.
¿Pero qué cosmovisión encarna cada bloque? Esta pregunta sería objeto de un largo y profundo estudio que no emprenderemos, pero podemos dar algunas pinceladas que, si bien no conseguirán retratarlos, al menos sí los caricaturizarán.
El bloque magrebí, el «Estado Islámico», quedaría representado por el público asesinato -la decapitación- de un periodista. Este gesto simboliza lo que sus miembros están dispuestos a hacer -su falta de respeto por la vida-, lo que opinan de la libertad de expresión y quién es para ellos su gran enemigo -el bloque anglosajón-.
El bloque anglosajón, por su parte, podríamos representarlo por un «drone» (avión no tripulado) bombardeando una escuela en Pakistán y por los grandes -y libres- medios de comunicación a nivel global diciendo que se trata de «daños colaterales». Esta acción habla de cómo concibe Estados Unidos las relaciones internacionales (bombardeos por control remoto a 11.500 km. de distancia) y la libertad de información.
El bloque ruso se caricaturiza a sí mismo en una ley (aprobada casi por unanimidad) que prohíbe hablar de la homosexualidad, o publicar nada al respecto. Estamos ante el control férreo del pensamiento a través de la información.
El bloque chino podríamos ilustrarlo, también en esta línea, mediante la imagen de 30.000 censores de Internet organizados para controlar el acceso de la población a la gran red. Es lo que popularmente se conoce como «un trabajo de chinos».
Y el bloque hispano, tristemente, se reconoce por la pereza y la corrupción, vestidas de caciquismo. Aquí, mientras no cueste trabajo, estamos dispuestos a casi todo.
La tolerancia
De modo que cada uno de estos bloques significan distintos modelos socioeconómicos y morales, por lo que nos es lícito revisarlos y decidir cuál defendemos, por cuál apostamos. No todas las opciones morales son tolerables -y de hecho, muchas son censurables, a la luz al menos de los Derechos Humanos-, pero un verdadero estado de bienestar, un modelo sostenible, debería tener en cuenta las particularidades de los individuos y respetarlas: ser tolerante. La caricatura anterior es eso, una caricatura, pero nos indica en qué se convertiría el mundo si triunfara en solitario alguno de estos bloques.
Otro indicador de la sostenibilidad de esos modelos es la posición de las mujeres en cada uno. ¿Qué es la mujer en la sociedad que propone el Estado Islámico? Es menos que nada, es algo que se oculta tras un «burka» y que no tiene ni voz ni voto ni derecho a existir. Ablación y lapidación por adulterio son algunos ejemplos.
Para los anglosajones, en cambio -si nos guiamos por la imagen de ellas que proyecta el cine y la publicidad-, la mujer es un objeto de deseo, un ansiógeno, que se exhibe y se idolatra en carteles y grandes pantallas y que, cuando al final se obtiene, se veja, se mancilla, se abusa de él. Muestra de ello es la prolífica pornografía estadounidense que inunda la Red y que ejemplifica a la perfección el tratamiento que las princesas reciben en la alcoba. ¿Que la mujer anglosajona trabaja y puede votar? Sí, afortunadamente, pero no es oro todo lo que reluce.
La soviética, la china, son abnegadas trabajadoras, en un régimen de abnegados trabajadores. Ahí, al menos, hay igualdad, aunque sea por lo bajo.
¿Y la hispana? La hispana es como la africana: la gran madre sobre la que todo se sustenta.
Madres
«Reza para que el diablo regrese al infierno» es el título de un documental dirigido por Gini Reticker en 2008 que narra cómo un movimiento de mujeres fue capaz de acabar con el régimen del terror de Charles Taylor en Liberia. Estaban hartas de ver cómo sus familias eran masacradas en nombre de una revolución que no era tal. Sus armas: canciones, sentadas pacíficas, huelgas sexuales y la amenaza de mostrar sus propios cuerpos desnudos (ver el cuerpo desnudo de la madre se considera una maldición en África).
«La historia no contada de los Estados Unidos» es una serie documental dirigida por Oliver Stone en 2012 que habla del desmadre de este Imperio decadente. Líderes en la sombra, grandes manipulaciones y una decidida apuesta por la preponderancia bélica -tan fálica- basada en la tecnología, son algunas de las incontestables conclusiones que arroja.
Así que ahora que el Estado Islámico reivindica un «califato» que llega hasta Finisterre, ahora que el bloque anglosajón está desempolvando su arsenal nuclear -Rota, prepárate-, ahora que los rusos cierran el grifo del petróleo y los chinos amenazan con vender los bonos estadounidenses, nosotros, los hispanos -que por mucho que se quiera, ni somos germánicos, ni ganas que tenemos-, deberíamos consultar a nuestras madres. Primero, para que nos cuenten quiénes somos -madres de Cataluña, os necesitamos-; segundo, para que pongan orden en la casa -dejad de romper farolas y cortar cabezas-; y tercero, para que nos muestren lo verdaderamente esencial, lo que debemos defender: un vaso de vino, esa buena paella y la familia. Y el demonio, que tiene hambre, que quiere entrar, se dejará vencer.
Ver documental «Reza para que el diablo regrese al infierno»*
Ver capítulo 10 de «La historia no contada de los Estados Unidos»*
*Mientras que estén disponibles en la web de RTVE (y después, seguro que los podéis encontrar en Youtube)
La(s) tercera república(s) ¿española(s)? El nuevo apocalipsis
… ya está liadita la guerra
Alegrías, popularTodas las partes de mi monarquía se encuentran en terrible estado, y hay guerras y disturbios en cada rincón.
Carta de Felipe IV a su confidente Sor María de Ágreda en junio de 1645Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada.
Apocalipsis 6, 4
1) españa
Así, con minúscula, para ir haciéndonos a la idea de su desaparición. La desposeemos de la inicial en mayúscula y luego, poco a poco, le vamos arrancando letritas: spaña, spañ, pañ, añ, ñ… ¡Y se acabó!
Con motivo de la abdicación del Rey y la posterior coronación de su hijo, Felipe VI, más de una voz se ha alzado exigiendo un referéndum que nos permita escoger entre monarquía o república, proclamando la necesidad moral de esta última y ensalzando sus virtudes.
Imaginemos que, por las circunstancias que fueran, se proclamara la Tercera República Española… Cuanto sigue es un relato de política-ficción. Que el lector se pregunte, si llega hasta el final, si cuanto en él se expone resulta tan descabellado como podría pensarse. Para ello habrá de hacer acopio de valentía y deslindar bien el deseo de la realidad, que aquél, con su buena voluntad o con su pensamiento mágico, no contamine a ésta.
Acaba de proclamarse la Tercera República. Esta república nace medio muerta ya y por mucho que se la traslade a la incubadora, tiene los días, cuando no las horas, contados. Y no por la amenaza de un golpe de Estado Militar, que es ya algo imposible en nuestro país, sino por otra forma de Golpe de Estado, civil éste, y desde luego mucho más eficaz. Hablamos, claro está, de los golpes de Estado nacionalistas.
2) Cataluña
Ésta sí, con letra inicial mayúscula e incluso, por qué no, con mayúsculas toda ella:
CATALUÑA.
Cataluña, en efecto, llevará a cabo su declaración unilateral de independencia, proclamando -como ya lo hiciera Companys durante la Segunda República Española- la República Soberana Catalana. Inmediatamente después, pues no puede ser menos, el País Vasco hará otro tanto. ¿Galicia? Quizá a esta región, convertida ahora en nación, le cueste un poquito más, pero como nadie quiere irles a la zaga a las otras y, además, Galicia posee lengua propia y fue Reino independiente, si bien fuera por muy poco tiempo, durante el siglo XI del Medioevo hispano. Así pues lo tiene todo a su favor.
Vemos pues que, de esta guisa, no podrá hablarse con propiedad de la República Española, sino de repúblicas ex-españolas. ¿Cuántas? Formulemos la pregunta bajo una nueva luz. ¿Cuántas autonomías componen nuestro Estado de las Autonomías? Diecisiete, más las plazas africanas de Ceuta y Melilla. ¿Se darán entonces diecisiete repúblicas ex-españolas y, además, anti-españolas? Sí, tras las repúblicas de las» nacionalidades históricas», surgirán muchas más, que es cuanto se irá viendo en el transcurso del relato.
Antes de proseguir, cabe preguntarse qué hará el Ejército en estas circunstancias. La respuesta no puede ser más fácil ni sencilla. No hará nada. Temeroso de que lo acusen de genocida, permanecerá en sus cuarteles (de invierno, claro está); por otra parte, a ver qué ejército puede luchar en diecisiete frentes a la vez. Pero sobre todo, y ésta es la cuestión fundamental, ¿el ejército de qué país o región o república? Como España habrá dejado de existir, el ejército nacional también. Cada república habrá de intentar, lo mejor que pueda, recomponer su propio ejército nacional con lo que encuentre.
3) La hora de Marruecos
Así las cosas, mutilado y desmembrado el Estado y en pleno desconcierto ex-nacional, Marruecos -como ya procediera en el pasado con el Sáhara Español- aprovechará el estado general de debilidad y confusión políticas para ocupar Ceuta y Melilla. El ejército recibirá la orden de no oponer resistencia y de entregar las armas. Como ya se ha dicho, lo que no se sabrá exactamente es de quién recibirá esa orden pues no estará claro quién (qué persona)manda, pero sobre todo desde dónde se manda, esto es desde cuál de las repúblicas. En cualquier caso, a ningún militar de estas dos plazas se le ocurrirá hacer uso de la fuerza u oponer una resistencia numantina, abocada de antemano al fracaso y que produciría luego una auténtica escabechina entre los ex-españoles. A la población civil de estas dos ciudades africanas se le planteará el siguiente dilema: permanecer como comunidad extranjera en el Reino de Marruecos e intentar convivir con una morisma muy crecida y hostil (con el riesgo de que se reproduzcan, pero a la inversa, claro, los hechos que acontecieron a los árabes del Reino de Granada una vez conquistado por los Reyes Católicos, o a los moriscos bajo Felipe III), o bien emigrar a la Península. A las Canarias, no, por aquello de que por saltar de la sartén, se da en caer en las brasas, por cuanto ahora se referirá.
Si nuestros ceutíes y melillenses optasen por abandonar sus hogares, sus trabajos, sus negocios, sus hábitos y querencias, su tierra, para reencauzar sus vidas en la Península, plantearían un problema similar, cualitativa y moralmente, si bien menor cuantitativamente, al que tuvo que afrontar Francia con sus pieds-noirs tras la independencia de Argelia, con el agravante de que, como España como tal no existirá ya, no se sabrá quién, cuál de las repúblicas, asumirá la responsabilidad de realojarlos. Posiblemente ninguna quiera cargar con ese muerto (ya las antiguas comunidades autónomas ofrecieron soberbios ejemplos del egoísmo más mezquino) y así ex-ceutíes y ex-melillenses se verán condenados a vagar como el judío o el holandés, errantes ambos, por lo que antes fuera la España peninsular, desconociendo a quién dirigirse o a quién reclamar. Como siempre, en el caso de que la tengan, la parte de familia peninsular o algún pariente no muy lejano, o un muy buen amigo peninsulares puedan echarles una manita. Y si no, siempre queda Cáritas, pero, claro, cuál de ellas: ¿la Cáritas, pongamos por caso, murciana, o la Cáritas asturiana?
Envalentonada, Marruecos se hará a la mar océana y ocupará asimismo las Islas Canarias, que en el imaginario magrebí son también tierra irredenta. Aguarán así la fiesta a la nueva República Canaria, proclamada unos días antes, circunstancia esta que debilitó aún más la posición del archipiélago y alentó la aventura marítima del reino alauí. Sí, pues, ante la nueva situación política y las proclamaciones de las «nacionalidades históricas» como repúblicas independientes, Coalición Canaria, apelando a la incuestionable identidad nacional de las islas, tras negar la existencia de la nación española, y repitiendo los términos recogidos en su ponencia ideológica del congreso de noviembre del 2008, expresa su voluntad de ser el «vehículo de la construcción democrática de la Nación Canaria» y clama por «la defensa de su identidad y el ejercicio de su autogobierno». «Canariedad». Lástima que el español genocida acabara con la lengua guanche, pues qué duda cabe que ello, junto a su condición insular y su «africaneidad», les hubiera conferido mayor carácter exótico que incluso a los harri jazoizatleak vascos. Ahora bien, ya había advertido el alcalde canarista de la Orotava, preocupado por la magnitud de la cuestión migratoria, que, por culpa de la despreocupación de Madrid, sus compatriotas quedaban permanentemente a merced de que «el moro venga un día y nos lleve por delante»; en su opinión la solución al problema residía («no queda otra alternativa») en la constitución de gobiernos nacionales en las administraciones canarias. (ABC, 1/12/2008). En un dominical de El Mundo de, si no voy errado, principios del 2007, por otra parte, se presentaba un magnífico dossier periodístico sobre los movimientos independentistas canarios. Había quien proponía, para empezar, la independencia de todas y cada una de las islas, para luego formar, a través de negociaciones, las confederaciones que fuera menester. Reminiscencias del MPAIAC del buen Cubillo. «A merced del moro». Ahora sí, pero no del pobre morito que llega para que cavar zanjas y acarrear ladrillos, sino de toda una Armada y de un todo un ejército que se sabe vencedor de antemano y asistido de razón patriótica. A pesar del tímido apoyo, meramente simbólico, de Argelia a la nueva república oceánica, el archipiélago dejará de ser independiente. Además, al parecer, la mar canaria tiene petróleo y Marruecos lo necesita. Los ex-españoles ya pusieron las infraestructuras; ahora toca al marroquí explotar las reservas de su nueva provincia oceánica. La verdad es que Marruecos ha crecido lo indecible en detrimento de España: primero, con la anexión del Sáhara, y con la ex-España luego, incorporándose Ceuta, Melilla y ahora las Canarias. Gracias a la desaparición de nuestro país, el fervor patriótico marroquí está en su apogeo, tanto como el nacionalismo árabe se halla pletórico de activa energía. ¿Dónde queda aquello que tanto se oyó durante la Transición de la «españolidad» de las Islas Canarias, cuestionada por Cubillo y los magrebíes, no sólo marroquíes? Mais où sont les neiges d´antan?
Como con los habitantes de las plazas norteafricanas, ¿qué ocurrirá con los canarios? Súbitamente empobrecidos, ¿adónde dirigirán sus pasos? Ante una España que no puede ya ni protegerlos ni darles cobijo, pues ya no hay España, y si no quieren soportar los previsibles desmanes y desafueros del amo marroquí, como no tomen el barco hasta Madeira o las Azores, intentando allí rehacer sus alteradas y menguadas existencias…
Bien, ya ha visto fenecer sus días, amén de las plazas norteafricanas, toda una señora república y todo un archipiélago soberano. Nos hemos quedado en dieciséis.
4) Nuevamente CATALUÑA. La gran CATALUÑA
Volvamos a Cataluña. Ésta, bajo el delirio ultranacionalista e irredentista de sus dirigentes, sólo aspira a retrotraerse al pasado y revivir los gloriosos tiempos de la Corona Catalano-aragonesa, cuando aquello de que, en aquel entonces, desde un chipirón hasta una ballena tenían que pedir permiso a Barcelona para dar aunque sólo fuera una brazada en el Mediterráneo. Si bien, de momento al menos, el Alguero queda fuera de sus reivindicaciones expansionistas, se habrán de incluir en la República Catalana las Baleares, el País Valenciano y, aunque renunciando también de momento al grueso de Aragón, se le reclamará a ésta la franja oriental catalanoparlante, sin olvidar la Catalunya Nord, que pertenece a Francia, a la República Francesa, complicándosele así las cosas al pan-catalanismo por el poder y la claridad de ideas de los gabachos.
Imaginemos que, mediante un hábil golpe de mano, las fuerzas pro-catalanistas baleáricas, aprovechando la confusión y la perplejidad reinantes y el, intrépido, «viaje del toro» de sus poderosos primos catalanes, logran hacerse con el poder del archipiélago, desarmando todo posible conato o iniciativa de resistencia al expansionismo catalán. Quienes no se muestren satisfechos con la situación, ya sea por pancismo, ya sea por sentirse incapaces de luchar y vencer con unas mínimas garantías de éxito, se resignarán ante este nuevo estado de cosas y, así, las Baleares formarán parte, desde aquel momento, de la República Catalana, la cual les habrá garantizado formalmente una cierta autonomía, aunque sólo sea, por estar inmersos en un espíritu histórico-medievalista que les lleva a rememorar aquello del Reino de Mallorca. Bien, ya ha desaparecido otra república. Quedan quince. Las dos desaparecidas corresponden a archipiélagos, están en medio del mar. Se ve que ese aislamiento insular, lejos de favorecerlas como históricamente sucedió con Inglaterra, les ha hecho inviable su independencia.
Hasta ahora hemos hablado de ocupación o de invasión, las que Marruecos llevarán a cabo en el océano y en las plazas españolas norteafricanas, mas no aún de guerra propiamente dicha. Ha llegado el momento, no obstante. En una entrevista de Blanca Torquemada, en el ABC del 16 de octubre del 2011, a José Manuel Otero Novas, antiguo ministro de la UCD, se le formula la siguiente pregunta: «El deterioro de la unidad territorial al que hemos llegado tiene aún arreglo?» y el ex-político responde lacónicamente: «Cada vez es más difícil». Luego Otero Novas explica la necesidad, para recomponer la unidad nacional, de una gran coalición entre las dos fuerzas nacionales mayoritarias, para a renglón seguido, expresar su escepticismo ante esa posibilidad; sugiere entonces el nacimiento de una fuerza política cuyo único objetivo político sea precisamente el de la unidad; por último apunta «otra posibilidad», afirmando que «la solución de esto puede venir también por algún drama». La periodista la coge al vuelo y le pregunta entonces: «¿No es descartable que acabemos en guerra por esta cuestión nacional?», Nueva respuesta más lacónica y tajante aún que la primera citada: «No lo es».
Ciertamente este tipo de opiniones no abundan pues el solo hecho de imaginarlas ya pone espanto en quien las formula y en quien las escucha o lee. Recordemos, llegados a este punto, la afirmación de Ortega por la cual «toda realidad ignorada prepara su venganza». No hace mucho, pero ya no recordamos ni por parte de quién exactamente, con sus nombre y apellido, ni en qué medio, un historiador o pensador, alguien -que, desde luego, no era un tonto- afirmaba que, en caso de independencia de Cataluña, la guerra entre Castilla y Cataluña estaba servida y que no podía ser de otra manera. En nuestro relato hay guerras, pero no precisamente entre los dos antiguos grandes reinos peninsulares, como se explicará en su momento.
Volvamos al relato. El País Valenciano. Aquí también los catalanistas llevarán a cabo sus maniobras para, lo más rápidamente posible, silenciar toda resistencia, pero una gran parte del pueblo valenciano no se avendrá a la nueva realidad pan-catalanista y hará frente, sacudirá coces y dará cornadas, echándose al monte parte de su población, reivindicando entre otras cosas su lengua propia, que sostienen -científicamente- es distinta al catalán, y una inalienable idiosincrasia que se les quiere ahora arrebatar. No sabemos entonces si se revivirán los tiempos gloriosos de la antigua corona de Aragón con aquello del chanquete y el pez espada pidiendo permiso al monarca catalán, pero sí, desde luego, se recrearán los tiempos broncos de las partidas carlistas. Habrá guerra. No será la de Irak, ciertamente, pero en toda guerra hay muertos y el sino de esta guerra es la de extenderse, balcanizarse y poder emular a la de la fragmentación yugoslava.
El País Valenciano, además, no lo olvidemos, posee unas comarcas occidentales y meridionales donde sólo se habla castellano; esas comarcas, económicamente importantes y muy pobladas también, rechazarán aún con mayor saña la dominación catalana y se echarán al monte, jugando a las dos barajas del apoyo y alianza con las fuerzas valencianistas y recabando, o al menos intentando recabar, el apoyo de Castilla, tentada así con una expansión de sus fronteras hacia el Este peninsular.
¡Castilla!, ¡Aragón! ¡Qué bello! En cuanto que mencionemos el Reino de Navarra y reconstruyamos uno nuevo de Granada, ya estamos otra vez en la Baja Edad Media…
Así pues dejamos a la República Valenciana, si no desaparecida del todo, sí, al menos, herida, desgarrada y dividida, sin gozar de plena soberanía, por quedar contestada desde muchos frentes, incapaz de mantener la autoridad del flamante Presidente «che», de tal manera que en la práctica podemos decir que es inexistente o no suficientemente consistente. Ya sólo quedan catorce de las antiguas comunidades autónomas de nuestro ex-país.
No queda aquí la cosa. Son franceses desde hace siglos, desde la Paz de los Pirineos que siguió a la Guerra de los Treinta Años en que la Corona Española quedó desposeída de ellos, el Rosellón, el Vallespir y la Cerdaña. Cataluña ha de reconquistarlos, pero surge un problema y es que Francia no es España, o más bien que Francia no es ex-España; no, Francia es un pan entero, ya sea baguette u hogaza, y no migajas de pan revenido… (¡Cómo no estará de rancio y revenido lo ex-español que es bajomedieval y todo!) Este hecho de la realidad francesa opone una absoluta dificultad a la labor irredentista del independentismo catalán. Por otra parte, no resulta muy claro a los catalanes franceses eso de pasar a ser ahora ciudadanos de una república pequeñita, por mucha expansión a la que aspire y que se encuentra además en francas dificultades. Si bien Barcelona les ha garantizado que pueden seguir organizando corridas de toros (con la única exigencia de que se les llame «curses de braus»), los catalanes franceses, tan buenos aficionados, no acaban de fiarse. No obstante, alentados por su independencia recién estrenada, las nuevas autoridades republicanas catalanas llevarán a cabo una labor permanente y contumaz de zapa y propaganda activa y agresiva del catalanismo en aquellos pagos irredentos con ánimo de sumárselos. Habrá incluso sabotajes y partidas de trabucaires operando en suelo francés. Llegarán a tanto en su osadía que Francia, verdadera república, habrá de responder. Militarmente, claro. Llevará a cabo acciones de castigo rápido e incluso podrá, para garantizar sus fronteras, seguridad y unidad nacional, llegar a ocupar partes importantes y extensas del Principado. Los franceses, además, han adquirido una gran práctica en el África negra y los vastos Sáhara y Sahel, y serán tan eficaces que llevarán a cabo una auténtica satelización de la República Catalana, reverdeciendo aquella otra que ya realizaran bajo Mazarino, arrebatando Gerona y Barcelona a Felipe IV, cuando comenzaba el declinar de España.
Como podemos apreciar, los catalanes estarán atareadísimos con tanto frente abierto, sí, pues habrán de considerar además otro nuevo, el de Aragón. En efecto, la República de Aragón habrá de garantizar su integridad territorial y no tolerará la ocupación de su franja oriental por muy catalano-parlante que sea, entre otras cosas porque ya demostró, no hace mucho, el Parlamento aragonés que allí lo que se habla es lapao, esto es una lengua aragonesa. También aquí habrá conflagración bélica. Los aragoneses no tolerarán que se les recorte territorio. Además se mostrarán muy celosos de su pasado pues la antigua corona se llamaba precisamente de Aragón, esto es como su actual República. Aragón, pues, aunque haya de afrontar dificultades, no desaparecerá como república, con lo cual seguimos manteniendo las catorce. De momento.
Si recordamos bien fue Marcelino Iglesias, a la sazón presidente de la extinta comunidad autónoma de Aragón, quien, con motivo de la guerra del agua peninsular, declaró algo así como que el Ebro, a su paso por Aragón, era propiedad de los aragoneses, pero que los no-aragoneses no se preocuparan pues él no consentiría, a pesar de no ser baturros, que se murieran de sed. Conmovedora solidaridad inter-autonómica. Ahora, constituida en república, dueña al fin de su destino, puede Aragón, mediante un ambicioso proyecto de presas y pantanos, frenar el avance del río justo antes de la frontera, condenando al enemigo catalán a un cauce seco y, así, doblegando su altivez, obligarle a desistir de su política expansionista. Queda probado con este ejemplo cuánto no deben las nuevas repúblicas a las sacrificadas autonomías y, por tanto, no será de extrañar que muchos de sus actuales presidentes hayan ostentado y ejercido, previamente, el cargo de presidente autonómico.
Hay algo que beneficia, y mucho, económicamente a la República Aragonesa. Como los pasos tanto de La Junquera-Port Bou como de Irún-Hendaya se han vuelto muy inseguros, se ha impuesto la necesidad de reabrir el paso de Canfranc con Francia. Los gobernantes aragoneses no pueden estar más ufanos, pues ello supone importantes ingresos en derechos de aduana y de peajes. No hay mal (ajeno) que por bien (propio) no venga.
¿Y Andorra? Las razones por las cuales permanecerá libre de toda agresión o iniciativa anexionista resultan tan meridianamente claras, más que el agua aun tras el reciente, que no el primero, escándalo Pujol, que no vamos a extendernos en ellas.
Frente aragonés, frente francés, frente valenciano… Son tantos los conflictos armados que Cataluña no sólo podría ver en entredicho su expansión, sino que incluso vería mermar su territorio continental. Además, en este contexto de debilidad catalana, en las Baleares podrían atreverse a surgir ya voces claramente discrepantes, dispuestas a restablecer la abolida República Balear, reminiscencia actualizada del medieval Reino de Mallorca, como ya se dijo, puesto que, como vemos, se trata ahora de reverdecer, modernizándolos bajo forma de república, los antiguos reinos medievales hispanos. Habrá incluso voces eruditas que reclamarán para las Baleares la antigua capitalidad de Perpiñán, pero sin llegar a formar una escuadra naval para su desembarque y reconquista. Permanecerá en el imaginario, eso sí, del irredentismo baleárico.
5) Euskal Herria
Cuanto acontezca en Cataluña, encontrará su réplica en el País Vasco. En efecto, el pan-vasquismo animará desde el primer día la República de Euskal Herria. La antigua reivindicación del Reino de Navarra se activará. La zona norte navarrica, dominada por el etarrismo, se sumará alegre a la nueva nación. El problema residirá en el resto del territorio. Toda la rabia, arrumbada y en sordina durante tanto tiempo contra el pan-vasquismo que ha asesinado, extorsionado y amedrentado, estallará de repente y con gran violencia, y ambas tierras de carlismo exasperado y ásperos requetés se enzarzarán en una lucha a muerte. Dicha lucha a muerte entre territorios hallará su pendant entre los lugareños de cada uno de los territorios considerados por separado pues no es imposible que, dentro del País Vasco, por razones idénticas a las que muevan a muchos navarros a empuñar las armas contra el abertzalismo, sean bastantes quienes ya no puedan contener más una impotencia y una humillación prolongadas durante demasiado tiempo y yergan cabeza, puños y fusil en busca, más que de venganza, de afirmación violenta de una dignidad escarnecida. Se acabó la contención y el temor. «Si hay que morir, muramos matando», se dirá más de uno. Y otros añadirán: «Sí, es hora de hablar de una vez y de responder a las armas con las armas». En este caso no nos retrotraemos a la Edad Media, sino a nuestra reciente Guerra Civil, con sus paseos y ajustes de cuentas en la retaguardia. Es cuanto pasa cuando se hunde el Estado de Derecho, que ostenta el monopolio de la violencia y contiene venganzas y luchas fratricidas. Lejos quedará la admiración de propios y extraños ante la prudencia y la renuncia a la venganza por parte de unas víctimas que sólo reclaman justicia.
Obviamente, el condado de Treviño, al segundo de proclamarse la República Vasca, pasará a ser ocupado y absorbido. Castilla no moverá un dedo por el enclave burgalés en tierra vasca, pues no dejan de ser unas tierrucas anecdóticas y, además, ganadas ya, a base de amenazas, a la causa pan-vasquista. La batalla se da de antemano por perdida y, por tanto, no se libra.
Por otra parte, como el hábito se convierte en segunda naturaleza, y han sido tantísimos los años de bombas, secuestros, palizas, insultos y amenazas de muerte, quienes los practicaron y jalearon, se verán llamados a ejecutar de nuevo esos actos que daban un sentido a sus vidas, requeridos por el fondo violento que impregna el País Vasco. Es más, incluso llevados de la inercia, no es descabellado pensar que pongan alguna bomba en la República de Madrid, aunque ya nada tengan que litigar con ella. La fuerza de la costumbre.
Al igual que para Cataluña, también existe un País Vasco Norte, secuestrado por Francia. Los constantes hostigamientos, acosos e incursiones en Euskadi Norte, moverán también a la República Francesa a intervenir en la República Vasca, ocupando zonas de importancia estratégica y castigando bases de operaciones vasquistas, de tal manera que también la República Vasca, lejos de expansionarse, menguará. Sí, pues ahora no ocurrirá como en 1638, en plena Guerra de los Treinta Años, en que la ofensiva francesa contra territorio español por Guipúzcoa fracasara y Fuenterrabía fuera liberada. Eso tan folklórico del Alarde dejará de celebrarse y ya no tendrá sentido pronunciarse a favor o en contra de que las mujeres tomen parte en él puesto que ya ni un sexo ni el otro lo harán.
Por otra parte, tanto en Catalunya como en Euskal Herria, los franceses, tan versados ya en castigar el terrorismo yihadista en el África, se encontrarán en las dos mencionadas repúblicas como pez en el agua, y además al lado de casa, que les bastará, como quien dice, alargar un poco la pierna y ya disponerse a repartir.
La Rioja. A una república tan pequeña, mono-provincial y tan penetrada del humor vasco, navarro y castellano, le será muy difícil sobrevivir. Bien pronto se verá desgarrada, ocupada, contra-ocupada y, al fin, se habrá de certificar su defunción definitiva por desmembramiento. Y, así, ya sólo quedan trece.
6) Al Andalus
La República Andaluza. Con Ceuta y Melilla anexionadas por el Reino Alauí, los andaluces han puesto sus barbas en remojo. Al cabo de tantos siglos, un nuevo Tarik podría cruzar el Estrecho y enseñorearse de nuevo del Sur peninsular ante la abulia e indiferencia fatalista de los habitantes, tal y como dicen ya ocurriera con una población visigótica desalentada que no opuso resistencia al avance de la media luna. Pues ahora, por no haber, no se dará ni batalla de Guadalete.
Aunque Al-Andalus, como Sefarad, designe toda la península (y las Baleares), generalmente se da un uso restrictivo de la palabra, acotándola en los límites de la actual Andalucía. Córdoba, Granada, Sevilla aún excitan el imaginario del irredentismo musulmán. Si ya Al-Qaeda encontró en España un magnífico campo de acción debido no sólo a su pasado árabe-musulmán, sino además y sobre todo a su debilidad como nación, esto es a su desnacionalización, ahora en que España no existe, sus planes se habrán vuelto mucho más fáciles y audaces. Desde el otro lado del Estrecho, Marruecos proyecta su sombra sobre Andalucía y se la mira con deseo. Tanto, tan grande es en cuanto a territorio y, por otra parte, tan enclenque es esta República Andaluza, desnortada y desorganizada, que Marruecos, poseedora ya de Ceuta, Melilla y, no lo olvidemos, las Canarias, comienza a ocupar, como tanteando primero y luego ya con mayor seguridad, las tierras de la República Andaluza. No se atreve a poner el pie en el Sur de Portugal pues la República Portuguesa, si bien no represente ciertamente una gran potencia, no es un espantajo, y un ataque a un país miembro de la UE y de la OTAN no sería consentido por Occidente. España, sin embargo, es otra cosa pues ya no existe. España perteneció a la OTAN y a la UE, pero no las repúblicas emanadas de su seno, que no han tenido tiempo todavía de nada, más que de enzarzarse en guerras. En efecto los añicos de España son un imprevisible, vanidoso y belicoso enjambre, fuente de permanente inestabilidad por quien nadie apuesta un duro y que habría que sujetar. Y en el Sur, se ve que esa sujeción corresponde a una aliada de los EEUU, que no es otra que la morisma marroquí, satisfaciéndose así sus reivindicaciones históricas, reafirmando el poder real, asegurando, con el nuevo orden surgido tras la desagregación de España, la estabilidad en el Mediterráneo y dando ejemplo a los otros países musulmanes de cómo hay que hacer las cosas: siendo amigo de los americanos, siendo una monarquía y teniendo algo de democracia, esto es advirtiendo a los otros países árabes aquejados de «primavera» y mostrándoles cómo la prudencia es la madre de la política, a la par que invitándoles a desechar esas peligrosas alferecías que los sacuden y que sólo pueden ser fuente de su propia ruina. Hay más, y es que Marruecos le hace el trabajo sucio a Europa restableciendo el orden mediante la coerción, la ocupación militar y, si fuera menester, la violencia, algo que Europa rehúye como la peste.
La República Andaluza ha dejado de existir. Ahora es provincia marroquí. Ya sólo nos quedan doce.
Hablábamos de la necesidad de estabilidad. Al-Qaeda, sin embargo, no lo entiende así. Al Qaeda no renuncia a Al Andalus e insiste en ello. Insiste como ella suele insistir: con las bombas y la crueldad más despiadada. En ocasiones podrá aliarse con el Reino Alauí; en otras, podrá combatirlo, siempre en función de sus perentorias necesidades. Al Qaeda sabe que la instauración de un primer Califato Islámico en Europa constituye los cimientos de la futura conquista de Occidente, de la mundialización del Islam y su victoria final. Andalucía representa el primer paso. Andalucía vivirá aterrorizada. A la población sólo le quedará abrazar la nacionalidad marroquí, convertirse a la religión mahometana, o huir. Sí, pero ¿adónde?
Murcia. La república de Murcia. La cabra tira al monte. Reviviendo los más heroicos episodios del cantonalismo, la República pija se romperá al instante en mil y una republiquillas. Si ya por ser república mono-provincial, Murcia mostraba gran flaqueza, siendo ahora un buen número de liliputienses Estados, presentará algo más que debilidad: exhibirá un estado terminal y será absorbida por el Califato, con las manos libres para hacer y deshacer sin tener que componer u oponerse a Marruecos. De lo que puedan opinar los murcianos, si es que en su terror pueden alcanzar un pensamiento, a los de Al-Qaeda no se les da un adarme. Se extinguió la República de Murcia. Quedan once.
7) Galicia
Volvamos por un momento a Galicia. La República no padece de irredentismo enquistado. Tan sólo se han producido algunas escaramuzas con la vecina República Asturiana por la disputa de los pueblos agallegados de la parte más occidental de esta última, aquélla que hace frontera con la República Gallega. Sólo ha habido un muerto, del que nadie se responsabiliza pues al parecer se mostró excesivamente torpe en el manejo de una granada que acabó por estallarle en las manos, pero que ha obligado a sentar a ambos bandos, a ambas repúblicas, a una mesa de negociación, trazando una nueva frontera que incluye en la República Gallega a dos pueblos y tres aldeas de tendencia mayormente galleguista y galaicófona, tal y como quedó demostrado en el referéndum al modo de Crimea que se improvisó a tal efecto. Hablaron las urnas y Asturias tuvo que ceder por no ser tachada de anti-democrática.
El Presidente de la República Gallega ha presentado la negociación como una gran victoria de la democracia, la Razón, Galicia y, claro está , él mismo. El Presidente asturiano le ha quitado hierro al asunto, asegurando, para justificarse, que nada ha perdido Asturias pues, en realidad, la inclusión de aquellas localidades en el mapa asturiano correspondía a un falaz trazado de fronteras franquista, que él ya tenía pensado reconsiderar -pero se le adelantaron los acontecimientos-; por otra parte, él y los asturianos, sus compatriotas, sólo abogan por la libertad de los pueblos y que en buena ley -«hay que reconocer las cosas como son»- aquello es Galicia y no Asturias. Además, de esta manera, gracias a su largueza de espíritu y a su ecuanimidad, la República Asturiana pasa a ser homogénea y sin elementos espurios. Y, apagando el micrófono e inclinándose sobre el hombro de su ministro de Defensa, añade, susurrándoselo al oído, que «los villorrios de marras se los pueden meter esos paletos por el culo porque no valen ni un duro».
No obstante, la República Gallega, a pesar de la victoria obtenida a expensas de la vecina República de Asturias y de su estabilidad pues, entre otras cosas, no se halla expuesta a los desgarramientos de sus repúblicas hermanas, Cataluña y Euskadi, con quienes formara en el pasado, cuando aún existía el Estado opresor español, la hermandad internacional de Euskaga (Euskadi o Euskal Herria, Catalunya y Galicia); a pesar de todo ello, digo, es consciente de su aislamiento e inanidad. Por ello vuelve los ojos hacia el Sur, hacia Portugal, e incluso se rumorea con que ha planteado a los lusos la creación de una confederación. De hecho ha solicitado su ingreso, como miembro de pleno derecho, en la Comunidade dos Países de Lingua Portuguesa (CPLP), para codearse no sólo con Brasil, sino con Angola, Cabo Verde, Mozambique, Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Timor Oriental. Por otra parte ha podido llevar a cabo, ¡por fin!, aquella antigua reivindicación de los nacionalistas gallegos, consistente en alinear su horario con el de Portugal y Reino Unido, diferenciándose así un poco más del resto de la Península («Son las cinco en Galicia y Portugal; una hora más en España»).
Galicia organiza mil y un congresos, mil y un premios, mil y un juegos florales y encuentros literarios galaico-portugueses, mil y una reediciones de su antigua producción literaria medieval y de la obra de Rosalía de Castro. En todas las ocasiones corre a raudales el albariño Martín Códax. Los intelectuales, escritores, poetas, oradores y artistas varios de uno y otro lado del Miño, acuden encantados a todos los actos y congresos celebrados en los paradores nacionales (gallegos), donde se ponen las botas y son tratados a cuerpo de rey, y sin pagar un duro. Sin embargo, Portugal, el Estado Portugués, sin nunca mostrar un rechazo abierto, sin querer desairar, recibe todos aquellas aproximaciones y lisonjas con una cierta frialdad, sin comprometerse nunca. Cierto es que no ha renunciado a Olivenza, pero no le compensa mover guerra por tan poco, que estas cosas no sabe nunca nadie cómo acaban. Portugal ignora los nacionalismos en su seno (¡bendita sea!), ve lo que está ocurriendo en lo que otrora fuera España y no quiere introducir en casa ponzoña alguna. Envía representantes de su cultura a los congresos a que den un abrazo de parte del Presidente de la República al apóstol Santiago, financia algunos proyectos para cumplir el expediente y no indisponer al amable vecino del Norte que se desvive por sus vecinos del Sur, publicita, por corresponder, en la Unión Europea, así como en Angola y en Guinea-Bissau los mariscos gallegos y la queimada; a cambio, Galicia se compromete a hacer propaganda con entusiasmo de la queixada y de la brandada de bacalao entre los gallegos. Y poco más.
En cualquier caso, para Portugal, aunque España ya no exista, los gallegos siguen siendo españoles y prefieren no tener mucho que ver con ellos. En la memoria colectiva del país genera aún una gran desazón la unión que otrora les impusiera España, bajo Felipe II. ¡Qué gran alivio cuando, en 1668, por el Tratado de Lisboa, a España no le quedó otro remedio que reconocer la independencia de Portugal! «¡Glorioso San Sebastián, que de Cristo fuisteis paje, / libradme de este salvaje que me come todo el pan!» … un alivio, en fin, que surge de nuevo ahora como un profundo suspiro del pecho del buen portugués. ¡Qué buena fortuna no estar en ese fregado! Pero ¿y Olivenza?… Que se quede donde está por mucho tiempo.
8) Asturias
Asturias. Asturias, Galicia, la Montaña, el País Vasco, Extremadura, Andalucía, Murcia, Castilla, en definitiva el antiguo Reino de Castilla, tan poderoso otrora. Ya hemos visto qué ha sido de Andalucía, de Galicia, del País Vasco. Le toca el turno ahora a Asturias. Asturias, aunque sólo sea por aquello de que «Asturias es España; lo demás, tierra conquistada», por ostentar el título de cuna de la Reconquista, por orgullo patrio en definitiva, no puede someterse a la humillación de ser una provincia más, un ente anodino. Por otra parte, Asturias ya hizo sus pinitos regionalistas con el FAC, el partido asturianista de Álvarez Cascos. Carece, ciertamente, del entrenamiento exhaustivo de una Cataluña y un País Vasco e incluso de una Galicia, pero, en fin, está lo suficientemente desentumecida gracias, citémosle una vez más, a Francisco Álvarez Cascos.
La República Asturiana existe pues y, además, como ya hemos visto, no está sujeta ya a conflictos bélicos. Su problema reside en su reducido tamaño, amén de su empobrecimiento de las últimas décadas y su pérdida de población. Es, junto con Galicia, tierra de gran tradición migratoria, pero ¿adónde van a emigrar ahora los asturianos? A la República Asturiana sólo le cabría la dependencia de la República Castellana (de la que luego se hablará), pero esa posibilidad se rechaza de plano por lo indicado más arriba. Asturias sería a Castilla lo que Bielorrusia a Rusia, a escala liliputiense, claro está. Ahora bien, la cuestión estriba en saber si cabe la mínima comparación entre España y Rusia y, por tanto, con mayor razón, entre Rusia y Castilla. En ambos casos los rusos se desternillarían.
9) La Montaña
Aunque algo costara, cuando tras la muerte de Franco se debatía la nueva organización territorial, Cantabria logró obtener su reconocimiento como comunidad autónoma. Se daba, así y por fin, la puntilla a esa oprobiosa dependencia cifrada en el dicho de «Santander, mar de Castilla». Además, si Asturias tuvo su Álvarez Cascos, los montañeses pueden alardear desde mucho antes del Presidente Hormaechea, quien fuera presidente autonómico durante bastante más tiempo y que, consciente de sus responsabilidades patrias, afirmó aquello de que era deber suyo convertir Cantabria en problema para España, parejamente a lo que ya era el País Vasco. Los cántabros, por tanto, no se encuentran mal preparados para mantener y defender la independencia de su flamante república frente al codicioso castellano. Se encuentran, no obstante, aquejados del mismo problema o misma limitación que los asturianos y que no es otro que el tamaño de su patria. Por ello Santander y Cantabria miran hacia Inglaterra, mas el Imperio Británico y el Reino Unido ya no son lo que eran. Tampoco han caído tan bajo como España puesto que sigue vivo el Reino, pero de ahí a esperar la creación de una especie de protectorado o algo similar en Cantabria, hay mucho trecho.
10) Extremadura
Extremadura tampoco acepta integrarse en la República Castellana. La República Extremeña tiene su propia personalidad, incontrastable, que no han de ser en balde tantos años de calentamiento autonómico y de exaltación de los productos de la tierra, de la cultura y de la historia extremeñas. Su dificultad reside, no obstante, en su tamaño y en su situación geográfica, justo al Norte del Al Andalus árabe-marroquí. Quizá, a imagen y semejanza de los Estados-tampón bálticos, marcas defensivas contra el comunismo, a la República Extremeña le corresponda un papel similar, de tal manera que pueda garantizar su existencia, si bien de facto sea «extremeñadamente» dependiente de las decisiones foráneas. Ahora bien, su Presidente y sus dirigentes se darán buenas trazas para ocultar esta situación de vasallaje y saber ensalzar, en cambio, la dignidad castúa, que sólo puede garantizar su república soberana. Y, en cualquier caso, de lo que se trataba era de no ser ya españoles, de no serlo nunca más, y ello se ha conseguido sobradamente.
Incluso cabe imaginar que Extremadura llegue a organizar unos Juegos Olímpicos en Mérida y en el Guadiana. Para los deportes necesariamente marítimos, ya se negociaría con Portugal -obviando el contencioso de Olivenza- que queda al lado y, sobre todo, habla otra lengua, evitando así toda interpretación malévola que vincule a los castúos con los españoles, o lo que sean ahora. En dichos Juegos se incluirían nuevas modalidades de deportes populares propios de la tierra extremeña, que hagan posible la obtención de medallas y el refuerzo de la auto-estima patria. Uno de ellos podría ser la parada de ruedas de molino en movimiento con un sola mano, rememorando y rindiendo homenaje a Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, más fuerte que cinco gevos vascos juntos. Ganaría quien la tuviera detenida durante más tiempo.
Bien cierto es que, próximas como se hallan a la raya de Portugal, en algunas localidades se habla portuñol e incluso portugués. Dichas poblaciones se marginarán de la República Extremeña y solicitarán su ingreso en la portuguesa, pero ésta, como ya se ha dicho, considera con extremado recelo todo cuanto ocurre en la Península al este y al norte de sus fronteras: un magnífico y sanguinario guirigay, un caos de colosales dimensiones; por lo cual declinará, eso sí con suma cortesía retórica portuguesa, la oferta de inclusión en la patria lusa por parte de esos pueblos, que, por otra parte, habiendo ya dado el paso, no querrán reconocer su fracaso y, a la manera del Conde Lozano de «Las Mocedades del Cid» de Guillén de Castro («pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla» -frase definitoria del hombre español, según Unamuno-), sostendrán y no enmendarán y se constituirán en un nuevo Kosovo, menos aún que liliputiense pues su territorio quedará comprendido entre el del Vaticano y el de San Marino. Dicho nuevo Kosovito vivirá del contrabando y del tráfico de armas de las que las nuevas repúblicas ex-españolas andan tan necesitadas. La República Extremeña debería darles una buena lección y reconquistarlas, pero, sabedora de que una guerra interna, la debilitaría y pondría en peligro su subsistencia, rehuyendo los ejemplos vasco y catalán, e imitando la prudencia portuguesa, decidirá, siempre por el bien de «los extremeños y extremeñas», mirar para otro lado.
11) Castilla
Y llegamos a Castilla. En la perspectiva de la generación del 98, Castilla se impone como la esencia y la explicación de España. Sabido es que tanto para Unamuno como para Ortega, Castilla hizo a España y Menéndez Pidal atribuye al español las características psíquicas que supuestamente tanto adornan como dan baldón al castellano. Sea como fuere, qué duda cabe que Castilla ha sido elemento aglutinador de la nación española y, aunque mermada económica y socialmente, es más exhausta desde mediados del siglo XVII, es siempre referente cultural y político y su importancia no puede ser ni preterida, ni menospreciada, ni obviada.
La cuestión es que, tras la era autonómica, hay tres Castillas en liza. Ni Castilla la Vieja, ni Castilla la Nueva. Ahora se dan Castilla-León, Castilla-La Mancha y Madrid.
León. Lo de León viene de muy atrás. Lo de León se veía venir, que «antes que Castilla leyes, León tenía reyes». León proclama su propia república, desgajándose de Castilla, esa advenediza. Es república mono-provincial pues, aunque le duela, sabe que no puede recomponer territorialmente su antiguo reino; al menos ha logrado su propio Estado. (Ya se ha dicho: ¡Qué bella es la Edad Media!) El Presidente de la República Leonesa no es ningún tonto. Sus ministros, tampoco, y, aunque lo disimulen a los votantes para no defraudarlos, son bien conscientes de lo arduo que se le hará a la nueva república el, aunque sólo sea, sobrevivir. Sí, mas aquello de que «de la necesidad se hace virtud», tan castellano (en este caso, tan leonés), le ofrecerá la solución al problema. León, frío, inhóspito, despoblado, sin atractivo turístico de masas, sin industria, puede convertirse en tierra de acogida para las denostadas centrales nucleares que nadie quiere ver ni en pintura y ceder así sus páramos no sólo a las ciclópeas torres que tanto fuman por sus enormes bocas, sino también a los vertederos de residuos de todo tipo de toda la Unión Europea. Con ello obtendrá pingües beneficios y sus raros habitantes podrán darse la vida padre. El proyecto, que será realidad, se presentará a los leoneses como una magnífica, y única, oportunidad para convertir la nueva república, ex-española y ex-castellana, en la Suiza mesetaria.
Además, de esta guisa y desmintiendo así a los agoreros que sólo ven reducción del originario número de diecisiete repúblicas soberanas, gracias a la gallardía de los leoneses, hemos aumentado su número con respecto a las démodées autonomías. Gracias a esta nueva república, a esta realidad insoslayable ahora, pero que el opresor Estado de las Autonomías había soslayado hasta entonces, las once repúblicas que nos quedaban, pasan a doce. No son las diecisiete primigenias, ciertamente, pero el daño, la merma, quedan algo amortiguados y disminuidos. Por otra parte, consideremos el Kosovo extremeño que describimos anteriormente. Es minúsculo, sí, pero existir, existe; y así, gracias a él, nos ponemos en trece.
Segovia. Ya quiso, al igual que Cantabria, contar en el momento de la reorganización territorial del antiguo Estado de las Autonomías, hogaño abolido por los hechos, con su propia autonomía; mas su situación geográfica interior -frente a la periférico-marítima de Santander y su provincia-, su semejanza a las provincias vecinas y, sobre todo, la envidia y la proterva intención de aquellos legisladores (que no en vano García de Enterría era cántabro y arrimó el ascua a su sardina del Cantábrico), la condenaron a la sumisión y a ser una más del montón. Mas ha llegado ahora el tiempo del desquite. Segovia proclama su independencia y se erige en república. Una más. Vamos ahora ya por las catorce. La tendencia se va revirtiendo. Tres más y habremos reequilibrado la situación, alcanzando el guarismo del inicio, a despecho de los moros.
A Segovia le sucede cuanto a León, mas, como a grandes males aplicará grandes remedios, competirá con León en aquello de la cuestión nuclear y de los residuos, dividiendo así eso de la Suiza mesetaria en dos: media Suiza para León y la otra media para Segovia. Felizmente, ambas repúblicas no se tocan pues, de ser vecinas, la guerra entre ambas se haría inevitable para dirimir cuál de las dos se lleva la Suiza al agua.
Hay más y es que, por la gestión y posesión del Parque Natural del Guadarrama, la República Segoviana y la República Madrileña (de la que luego se hablará) han roto las hostilidades. «La culpa», aseguran los segovianos, «es de los madrileños, que empezaron primero». No les falta razón pues recordamos perfectamente cómo, allá por 1992, en el puerto de Guadarrama, bajo una señal de «prohibido aparcar», la Comunidad de Madrid había añadido que esa interdicción tan sólo se aplicaba a los vehículos no radicados en Madrid y su territorio. Así es que el conflicto viene de antiguo, de cuando las matrículas exhibían la primera letra de la provincia correspondiente. Bien, inexplicablemente, la ONU ha intervenido en esta ocasión, acordonando el territorio, de tal manera que ya nadie, ni segovianos ni madrileños pueden gozar del Parque, tan sólo los oficiales y soldados canadienses, suecos e italianos de la fuerza internacional de contención, que se pasan el día esquiando. La población de osos y lobos ha aumentado de forma alarmante, adentrándose en ambas repúblicas de Segovia y Madrid y devorando ovejas y pastorcicas. «Eso no ocurría antes de las repúblicas de marras», reflexionan algunos lugareños, pero nadie los escucha y los dos o tres gatos que, sin escucharlos, los oyen a su pesar, los motejan de «paletos reaccionarios, nostálgicos del franquismo».
Los más preclaros castellanistas, reunidos con carácter de urgencia en Villalar de los Comuneros, consideran con preocupación estos procesos separatistas y el desmembramiento de la patria. Renuncian por unanimidad a intervenir militarmente y devolver por la fuerza al redil a estas ovejas díscolas. Se saben asistidos por la razón, pero no desean, recurriendo a las armas, actuar con respecto a las provincias secesionistas -ahora en que se ha reconstituido la patria castellana- de la misma manera en que las distintas monarquías y Franco actuaron con respecto a su conjunto, esto es reprimiendo a Castilla entera y obligándola contra su voluntad a formar parte de España. ¡Por qué demonios perderían la guerra los intrépidos Comuneros! ¡Maldita sea la…! Además, forzosamente han de renunciar al uso de la fuerza por sus firmes convicciones pacifistas y asimismo porque han asumido desde el primer momento, como si fuera el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, el «derecho a decidir» de los pueblos y de cualquier hijo de vecino, por mucho que les perjudique. Eso sí es longanimidad, señores míos. El pueblo, los descendientes de los míticos comuneros, emocionados, aplauden. Para acabar, los preclaros castellanistas, comuneristas de pro, redactan un manifiesto en castellano (que no en español), repleto de buenos propósitos y, esperanzados, de recomendaciones para que vuelvan a casa un día los hijos pródigos. Y luego se disuelven.
Castilla-La Mancha, por su parte y para mayor desesperación de los castellanistas preclaros, no acepta hermanarse bajo el mismo techo republicano que Castilla-No León (pretextan que en la Vieja Castilla hace mucho frío), sino que genera tres repúblicas soberanas: La Alcarria, la Mancha y otra que reúne en su seno a La Sierra, la Manchuela, los Montes y ya no sé cuántas comarcas más. Estas tres repúblicas establecen una confederación a la helvética, manteniendo cada una su propio gobierno, su propio parlamento, su propia Hacienda, sus propias leyes de educación, su propia sanidad, sus propias costumbres y su propia parla. La presidencia de la Confederación se ejerce de manera rotatoria entre las tres repúblicas por un período de tres años. Hay que evitar a toda costa que la más poderosa de las tres, la Mancha, llegue a dominar a las otras dos. José Bono, que sigue hecho un chaval, ostenta de forma vitalicia la Presidencia honorífica y ejerce de moderador, en caso de litigio entre las tres repúblicas.
Ya tenemos diecisiete repúblicas pues. Hemos reequilibrado la situación. Una más tan sólo y, aunque por poco, habremos ganado.
Ahora bien, ¿de qué van a vivir estas tres nuevas repúblicas confederadas? Porque, claro, eso de la Suiza mesetaria y nuclear ya está muy visto, no da más de sí y, como León y Segovia se les adelantaron -Segovia los plagió, según aseguran con saña los leoneses-, ya han llegado tarde y es mejor que ni lo intenten. Realmente, por mucho que uno se devane los sesos, no logra dar con nada que les aclare y asegure el porvenir y como lo de José Bono es sólo honorífico… Se podrá intentar de nuevo llevar a cabo aquel proyecto tan bello del parque temático de Don Quijote, con su aeropuerto y su campo de golf, etc., pero parece que no hay ninguna fe en ello y ni siquiera se intenta. Quizá la solución estribe en que la Confederación, al igual que la República Extremeña, se especialice en Estado-tampón frente al islamismo y alcance de esta forma a vivir subvencionada por las potencias occidentales, interesadas en contener el Islam lo más lejos posible de sus fronteras.
La República de Castilla la Vieja. Está tan mermada la pobre, tan despoblada, que del machadiano «Envuelta en tus harapos, desprecias cuanto ignoras», sólo le queda lo de envolverse en sus harapos -si es que no va desnuda- pues no le quedan ya ni fuerzas ni ganas para despreciar a nadie ni a nada.
Ya vimos cómo abandonó el Condado de Treviño. Y León se le desgajó. Y luego Segovia. A pesar de estas defecciones, frente a la fragmentación de Castilla la Nueva, ostenta el título de Castilla, Castilla a secas -como secos son sus páramos-, sin añadirle ningún adjetivo. Sus fronteras son seguras, no se ven cuestionadas y la guerra en que están sumidas las repúblicas nororientales le quedan relativamente lejos. Ello va a favorecer, según sus gobernantes, su prosperidad, si bien habrá de ganarse la buena voluntad de una recelosa Cantabria para asegurarse una salida al mar. ¿Prosperidad? Sí, hay que ganar votos, pero lo cierto es que nadie cree en su posibilidad y tanto gobernantes como gobernados caminan apesadumbrados y melancólicos, como Unamuno por los claustros de la Universidad de Salamanca, caviloso y hundido en sus meditaciones.
Como se dijo ya , no sabemos qué historiador o pensador afirmaba que, en el caso de que se diera la independencia de Cataluña, la guerra entre ésta y Castilla estaba servida. La cuestión es que Cataluña está inmersa en varias con todos sus vecinos y ya tiene bastante. Castilla, por otra parte, ha decidido enterrarse en su mediocridad y rechaza toda aventura. Castilla se retraerá aún más, azorrándose en su prolongado invierno vital.
Entonces, de aquello que más arriba afirmábamos, a propósito de Castilla, de que, por razones históricas, debido a que fuera elemento aglutinador de España y permanente referente cultural y político, etc., de todo ello ¿qué queda? ¡Nada! y así, a pesar de lo dicho y de su pasado, sí que puede ser preterida y dejada de lado. «¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras / de las eras… paramentos, bordaduras, / e çimeras?»
12) Madrid
Nos queda Madrid, la República de Madrid. Madrid lleva tantos siglos siendo capital, que ha llegado a ser distinta y algo más que Castilla a secas o que Castilla la Nueva, a la que pertenecía administrativamente. La cuestión es que Madrid ha pasado a ser ahora capital de nada y anda por ahí como alma en pena, sin saber a qué aplicarse. No obstante, por mucho que le cueste, ha de hacer de tripas corazón y adaptarse a la nueva situación de proliferación de repúblicas soberanas. Por otra parte, también Madrid posee tradición pues fue declarada autonomía y como tal ejerció, pero tras unos cuantos avatares. En un primer momento se dudó de si dotarla de plena autonomía o si integrarla en Castilla-La Mancha. Tamames, por aquel entonces, era comunista y esgrimió que no se debía desgajar Madrid, por ser de izquierdas, de Castilla la Nueva, por ser ésta en su conjunto de derechas, lo cual suponía favorecer las predilecciones personales políticas a la coherencia territorial y, por tanto, un despropósito pues precisamente se trataba de organizar el país en función de criterios exclusivamente territoriales, ajenos por tanto al binomio derecha-izquierda. Sea como fuere y dejando en paz a Tamames, Madrid fue autónoma y, lo que son las cosas, bien pronto Castilla-La Mancha se erigió en feudo socialista, mientras que algo más tarde, Madrid lo sería de la derecha. Mas todo aquello, ahora, importa bien poco. El principal problema actual de Madrid es su encaje como república independiente. En la Confederación alcarreño-manchego-etcétera, no se la admite y Castilla, a secas, le da la espalda pues recela en ella el antiguo -si bien felizmente superado- imperialismo español que tanto daño le hiciera. Madrid, que lleva siglos gestionando, como queda dicho, no tiene actualmente qué gestionar. Se ha estrechado tanto su horizonte, constreñida ahora entre la Sierra y el Jarama, que sólo abarca de Titulcia a Buitrago, postrada como se halla, mano sobre mano, aburrida y melancólica. Se la ve condenada a morirse de asco. «Ancha es Castilla», sin embargo, pero aquí ponemos el dedo en la llaga pues Madrid ya no es Castilla. Además, como Madrid ha oprimido a todos, ha robado y esquilmado a todos, ha menospreciado a todos y de todos ha hecho befa, como todos los males de las que ahora son repúblicas tienen su origen en Madrid, nadie quiere bailar ni el schotís ni los respectivos bailes nacionales con la República Madrileña.
La economía. Madrid ha desarrollado un tejido industrial, es centro financiero y tiene al Real Madrid, pero esas industrias y esas finanzas eran en función de un Estado que ya no existe. También lo era el Real Madrid, que sólo encuentra potencial competidor de nivel en el Atleti, pero tanto Madrid como Atleti están en el dique seco porque la Liga Ibérica que proponía el antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, el independentista señor Laporta, y que iba a agrupar a Portugal, España y Cataluña, no acaba de cuajar, con tanta guerra y tanta difidencia como hay. El fútbol necesita éxitos permanentes y este desfallecimiento deportivo se prolonga demasiado. Quizá el futuro de Madrid se cifre en convertirse en paraíso fiscal. Bien asesorada y dirigida por los políticos ex-españoles, a los cuales se debería otorgar la doble nacionalidad (madrileña y otra ex-española, la que fuera) para que pudieran actuar con total libertad en beneficio no sólo de la República Madrileña mas sobre todo de ellos mismos, podrá hallar en ello una fructífera senda futura. Las infraestructuras las posee; la buena voluntad y la fe de los políticos ex-españoles en su conjunto, también y de sobra. Por aire está excelentemente comunicada y por tierra, como la República Aragonesa ha reabierto el paso de Canfranc para asegurarse un presente y un futuro, las mercancías podrán llegarle sin peligro, evitando así la guerra noroccidental, que se libra entre el País Vasco y Navarra y bajo forma de guerra civil en su seno, así como la guerra nororiental que tiene lugar en Cataluña. Habrá de pagar peajes a Aragón y a Castilla, pero los políticos ex-españoles darán pruebas de longanimidad y pagarán sin rechistar.
Por otra parte, quién sabe, podría reactivarse el proyecto de Eurovegas en Alcorcón. Atraería muchas inversiones y un turismo de posibles.
13) Consideraciones finales
Manifestamos nuestra desazón por haber quedado, en este tiempo de guarismos y estadísticas omnímodas, en un empate entre el número de comunidades autónomas previas y el de repúblicas, pues hubiéramos deseado que, en aras del progreso (que es siempre más), éstas se presentaran más numerosas que aquéllas. Si hubiéramos hecho un poco más de caso, hubiéramos prestado una mayor atención a aquellos circunspectos intelectuales y lúcidos políticos nuestros de antaño que reclamaban, para lo que un tiempo fue España, la fórmula federal asimétrica o cualquier otra tan bienintencionadamente contradictoria y falaz, otro gallo nos cantaría ahora y las repúblicas hubieran batido por paliza a las antiguas comunidades autónomas, sin llegar a este mediocre empate; pero nadie quiso escuchar a aquellos sabios, más leídos que Ortega, más indagadores que Américo Castro, más sesudos que Claudio Sánchez-Albornoz, más curiosos que Salvador de Madariaga… y, claro, de aquellos polvos, estos lodos…. pero… ¡No!, ¡Sí!… ¿Sí? ¡Sí! ¡Eureka! ¡Dadnos albricias, ex-compatriotas todos! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Aunque por la mínima, un gol, habremos ganado… ¡El Valle de Arán! El Valle de Arán proclamará su propia república, no acatará la catalana -desacato que aprendió precisamente de quien ahora se escinde- y le creará un nuevo frente y un auténtico quebradero de cabeza. La República Aranesa buscará el crear lazos con la Francia de lengua occitana. No le harán mucho caso, pero el parentesco lingüístico reafirmará su espíritu patriótico. «No estamos solos. No somos los únicos».
¡Lo logramos! Hemos ganado. Dieciocho repúblicas por diecisiete comunidades autónomas. La cosa tiene su mérito, máxime cuando por el camino nos han escamoteado más de una y más de dos repúblicas.
No dejará de haber, ciertamente, quien , confiando en que las condiciones de bienestar que han caracterizado a la sociedad española, no sólo en los últimos tiempos sino desde el desarrollismo bajo Franco, hayan curado al español de su temeridad y facilidad para empuñar las armas y salir a matar a otros españoles, descarte, por más que improbables, las lindezas que aquí se narran. Respondamos que la cabra tira al monte, que el pasado pesa y el pasado español, desde el siglo XIX, es de enfrentamientos armados; que la irracionalidad suele triunfar, al menos momentáneamente, pero para cuando la Razón despierta, el mal no sólo está hecho, sino que no puede ya enderezarse y tan sólo, y no siempre, se puede intentar paliarlo; que precisamente las crisis llevan a los agotamientos de los sistemas y, precipitando su caída, suscitan el caos; que… pero basta así pues podríamos eternizarnos. Con recordar cuanto están azuzando contantemente en Cataluña los nacionalistas, uno puede darse cuenta de hasta qué punto la emoción más irreflexiva, el sentimentalismo más viscoso y el odio más exacerbado nublan el entendimiento. Poco importa que descienda el nivel de vida, que el nuevo país quede aislado, que todo se le ponga cuesta arriba… Lo importante, lo único importante, es dejar de ser españoles.
Por otra parte, estimamos que este proceso de desintegración no podrá dejar indiferente a Hispanoamérica, quien lo considerará con perplejidad no disimulada y creciente. Que España, origen de lo que son esos países, se vaya al garete, no puede por menos que intranquilizarlos y agitarlos y quién sabe si nuestras sacudidas no los alcancen, resucitando agravios, avivando rencores y excitando a la guerra, en definitiva fragmentándose ellos también.
Tampoco queremos imaginar qué sería de la lengua española. Mauricio Wiesenthal, con toda razón, dijo que «el español es más moderno que el castellano». Ahora, con la muerte de España, se pondrá en entredicho su presente pujanza universal y su esplendente futuro. ¿Quién recogería el testigo, qué nación? ¿México?… Difícilmente.
Afirmó Ortega, en una de sus frases aparentemente paradójicas y siempre de gran efecto que América era el origen, y no al revés, de la nación española.
14) Conclusión (épica)
Para acabar, digamos que hemos conseguido importar a nuestras tierras el avispero balcánico, que pasará a llamarse ahora hispánico. Saldremos en los papeles, como ya hiciéramos en el 36, mostrando nuestras auténticas conducta y personalidad, conformadas por la envidia, la intolerancia, el totalitarismo, el egoísmo más ruin, la violencia y el odio sectario y nacionalista. Como en los programas de Tele 5 saldremos diciéndonos de todo y tirándonos los trastos a la cabeza unos a otros, pero tirando a matar de verdad y matando de veras. Paradójicamente, queriendo dejar de ser españoles, reafirmaremos nuestra españolidad hecha de sangre y cruezas, para regocijo de los nuevos Hemingway, Montherlant, Malraux y Huxley que vengan a visitarnos en busca de emociones fuertes. ¿Quién recordará ya esa Serbia, esa Croacia, esa Eslovenia, esa Bosnia-Herzegovina, ese Montenegro, esa Macedonia, ese Kosovo, incluso esa Voivodina, espejos de naciones gloriosas, como Amadís lo fuera de caballeros andantes? Nuestros ex-compatriotas pueden más y mejor e, incluso, en eso del genocidio o escabechina del enemigo (todo el que no sea de los míos o como yo), podríamos superar el récord Guinness de Srebrenica.
¡Ha muerto España! ¡Por fin! ¡Sí, por fin la Guerra!
¡Vivan la pequeñez y la mezquindad! ¡Viva lo ínfimo!
¡Viva el derecho inalienable a decidir! ¡Viva el derecho inaplazable a separar, romper y descuartizar! ¡Viva la desunión! ¡Viva el caos! ¡Viva la Guerra y viva la Muerte! ¡Vivan las Repúblicas ex-españolas!
Sin novedad en el frente
“¡La gente recordará el verano de 1914!”
Stefan Zweig
El mundo de ayer, 1942
El aire era cálido, la música sonaba a lo lejos, los soldados venían desfilando por la calle. Poco a poco aumentaba la intensidad del sonido; desde la ventana veíamos la banda de música precediendo a los soldados que marchaban marciales y contentos entre los vítores de la gente.
El viejo profesor Kantorek nos arengaba, nos comía el coco, exaltaba la grandeza y el honor de la patria, lo que suponía defenderla de sus enemigos. El orgullo de convertirse en héroe de la nación, vistiendo el honroso uniforme militar, para ir a la guerra y volver victoriosos.
Me llamo Paul Baümer (Lew Ayres). Siempre recordaré la última frase escrita en la pizarra, estaba en griego, era el comienzo de la Odisea de Homero:
“Dime oh musa sobre el héroe ingenioso que viajó a lo largo y ancho…»
¡Estamos listos para ir al frente, viva nuestra nación!
El entusiasmo de mis jóvenes compañeros fue multitudinario, salimos a la calle gritando de júbilo, arrojamos los libros al aire y, nos fuimos a alistar.
Éramos muy jóvenes, inconscientes, no entendíamos de vanos sacrificios, lo hacíamos por una causa justa. Nos creíamos invulnerables, eternos. Muchachos fácilmente manipulables por hombres sin conciencia, que siempre nos utilizarán para dominar y satisfacer sus despreciables ambiciones. No sabíamos que íbamos al sacrificio, a la muerte por ellos. Nada ha cambiado. En Europa los hombres iban al matadero, en nombre de sus emperadores, de sus reyes, de sus políticos, de sus generales.
Tras un breve periodo de instrucción, donde Himmelstoss –el cartero de nuestra localidad – nos hizo la vida imposible, llegamos al frente. Hemos conocido a los veteranos. Se han sorprendido al vernos, con nuestra ingenuidad; se lamentan porque nos convertiremos en carne fresca para el matadero. Sin embargo nos acogen con cariño, se han convertido en nuestros camaradas, en nuestros protectores, sobre todo Katczinsky (Louis Wolheim), el alma del grupo, inteligente, astuto, era como un padre protector.
Nuestra primera misión nos pone en contacto con uno de los elementos más terribles de la guerra, las alambradas. Nuestras cabezas, finalmente estaban en el campo del honor, con el canguelo en el vientre y la mierda en el culo. Kat – como llamábamos cariñosamente a Katczinsky -, nuestro veterano protector, nos explicaba cómo deberíamos evitar la muerte.
Pueblos convertidos en escombros, bosques reducidos a astillas, miles de tumbas improvisadas. Mis amigos, mis compañeros van desapareciendo uno tras otro, Müller, Kropp, Tjaden, Werthus, Kemmerich…
Nos enrolamos pensando en que era una aventura heroica, estábamos seguros de que combatíamos por una causa justa, pero la desilusión, la muerte nos golpeaba de tal manera, que nuestro maravilloso mundo va desapareciendo en un instante. Toda una generación quedaría destruida por esta infame guerra.
El olor de la pólvora y de la sangre, los cuerpos reventados, los gritos de los agonizantes, la continuidad en las trincheras, todo nos sacaba de nuestras casillas. No podíamos escapar, estábamos atrapados en esta salvajada, alimentada por un odio en uno y otro bando, hacía ya más de cuarenta años –La Guerra franco-prusiana 1870-1871-.
Organizamos las trincheras, teníamos la idea de quedarnos largo tiempo con el objetivo de romper las líneas enemigas, pero no lo pasábamos bien, atrapados por aquella guerra salvaje. Los bombardeos de la artillería, el tableteo de las ametralladoras, en medio del lodazal; nos diezmaban. Nuestro refugio es hediondo, húmedo, glacial en invierno, agobiante en verano; los jergones de paja se convierten en estiércol, las ratas, los piojos, los pedos, los pies, los cadáveres, el hambre, son nuestra mejor compañía. Éramos los futuros muertos de una gloriosa guerra a mayor grandeza de nuestra patria.
En el frente llega el momento para la salida, el toque de silbato y comenzamos a avanzar en una ofensiva definitiva. El enemigo replica y comienza a avanzar mientras nosotros retrocedemos, la artillería nos machaca, y yo debo refugiarme en algún sitio. El cráter de un impacto artillero servirá.
El enemigo se acerca, con tan mala suerte que un poilu –»peludo», así llamábamos a los soldados franceses– saltó sobre mí intentando matarme, pero yo he respondido hundiéndole la bayoneta en el tórax. Su agonía es lenta, bajo la noche lo siento respirar, es desesperante. Cada minuto que pasa, me siento más agobiado, más culpable. ¡Pobre tipo! Me siento responsable y le pido perdón una y mil veces. Él es como yo, un hombre nada más. Murió al amanecer, con mi promesa de escribir a su familia. Ya no le odiaba, la guerra tiene la culpa, la guerra sigue.
Una nueva incursión, me han herido, me siento morir, tiemblo de miedo, el dolor es insoportable, creo que la vida se me va poco a poco.
¡Dios! Estoy en el hospital, tiemblo cuando las manos del doctor tocan mi cuerpo ¿sobreviviré? ¿Me ocurrirá como a mis amigos? Quiero vivir, necesito vivir. He derrotado a la muerte, vuelvo a casa con un permiso.
Antes de la guerra estudiaba, jugaba con mis amigos, coleccionaba mariposas, era un niño amado y mimado. Ahora regreso y soy un hombre triste, he madurado, he crecido rápido y de una manera violenta. Mi casa, mi familia, mi pueblo, la escuela, ya no son lo que eran para mí. En la escuela, el profesor Kantorek pretende que yo aleccione a los jóvenes, no puedo –la guerra es luchar y morir-, y me marcho de allí como un traidor.
Soy un extraño, no es mi lugar, me siento desplazado e incomprendido. El frente es mi verdadero hogar, con mis camaradas, con Katcinsky, son mis camaradas, son mi familia, los vivos y los muertos; deseo regresar cuanto antes.
Mi madre me despide:
“La madre a Paul Baümer: – ¿Tienes mucho miedo?
-No, mamá.
-Quiero decirte una cosa: ten mucho cuidado con las mujeres francesas. Son malas…
-¡Ah madre! Para ti todavía soy un niño… ¿Por qué no puedo apoyar la cabeza en tu regazo y llorar? ¿Por qué siempre he de ser el más fuerte y el más sereno? Yo también quisiera, de vez en cuando, sollozar y ser consolado. En realidad no soy mucho más que un niño; en el armario está colgado todavía mi pantalón corto. ¡Hace tanto tiempo de esto! ¿Por qué ha pasado ya?”
El sueño se había convertido en una pesadilla. Combatíamos y moríamos en una guerra de tales dimensiones, que llegamos a creer que era la definitiva y por tanto sería la última de las guerras. ¡Qué risa me da! La historia del hombre, es una historia llena de conflictos.
Vuelvo al frente, me encuentro con mis camaradas, bueno, los que quedan. La guerra parece no acabar nunca. Además he perdido a mi amigo más querido, Katcinsky. Nadie gana, todos perdemos.
Regreso a las trincheras, vuelta a empezar, mi deber de defender a la patria se desvanece con cada bomba, con cada muerte…
Es un día tranquilo y sereno, la guerra parece que se acaba, está perdida, solo nos queda resistir y esperar el armisticio. Me despisto, la belleza de una mariposa en medio del infierno. ¿Por qué intenté salir de este agujero? Hubiera podido reaccionar de otra manera, soy un hombre, soy un veterano y debería saber que ciertas cosas no se deben hacer; por un momento he vuelto a mi infancia.
Es la hora undécima, del undécimo día, del undécimo mes del año 1918, se firmaba el armisticio, pero yo ya estaba muerto, ya no podía aguantar más…
Finalmente llegó la paz, pero desgraciadamente a esa paz le han sucedido numerosas más. Decían que era la guerra que acabaría con todas las guerras.
Celebramos el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el 28 de julio de 1914. Un armagedon provocado por el hombre, que generó la muerte de 10 millones de soldados, debido a una política malintencionada de los hombres. Muchos de los conflictos que se dieron y se dan son por decisiones políticas. La huella de la Gran Guerra llegó y afectó a muchas partes del mundo, precedente de conflictos, Balcanes, Líbano, Irlanda del Norte, Palestina, Irak, Ruanda…
Pero no hay que olvidar que La Gran Guerra fue el origen de las ideologías autoritarias, comunismo, nazismo, fascismo…
Ésta es la historia de un descenso a los infiernos, la historia de unos hombres que murieron por la sinrazón de otros hombres, los poderosos.
“Sin novedad en el frente” (All quiet on the western front), es una soberbia película que se inspiró en la obra homónima del escritor alemán Erich Maria Remarque, pseudónimo de Erich Paul Remark. Novela de orientación antibelicista, fue publicada en Alemania en 1929.
De una obra literaria conmovedora, surgió una versión cinematográfica intensa.
Dirigida por Lewis Milestone, estrenada el 1 de abril de 1930, obtuvo numerosos premios, entre ellos el óscar al mejor director y a la mejor película. Es contundente desde su inicio, intensa en las descripciones, provocadora, con unos personajes que se acercan de una manera inmediata, provocando nuestra compasión, personajes a los que constantemente les ronda la muerte; mostrándonos la destrucción del ser humano cuando va a la guerra.
Es una obra maestra, filmada en blanco y negro, la primera película norteamericana de éxito del cine sonoro. Milestone en su afán perfeccionista, supo mantener el mensaje antibelicista de la novela.
Para la realización de la película, Milestone fue asesorado por veteranos de guerra alemanes. El montaje es espléndido para la época. La cámara sigue en todo momento a los soldados –los travellings laterales son constantes– en sus movimientos en el frente.
Los actores protagonistas no eran conocidos, esto hizo que su trabajo fuera más realista, se muestran sin ningún pudor, sin adornos, sin idealizaciones, es emocionante.
En su belleza, en su elegancia, la película nos muestra lo bueno y lo malo del ser humano, la descripción, la lucha, sin saber por qué lo hacen. Es la historia de una generación que volvió a sus casas con la decepción en sus vidas.
El montaje es excepcional, las trincheras son enormemente veraces, hasta el punto que fueron clausuradas por la inspección sanitaria, los ambientes, la participación de excombatientes alemanes; la fotografía está muy cuidada y estuvo nominada para el óscar –precisamente dicha fotografía contribuye al verismo y la crudeza de la rivalidad humana, los planos son impresionantes y el montaje fue muy puntero para la época-, así como, por el guión. El director de diálogos fue George Cukor, que había comenzado a trabajar en Hollywood en 1929.
Ochenta y ocho años han pasado y sigue siendo un auténtico alegato, una película profunda y plenamente actual, conservando su fuerza y su mensaje. Una de las mejores películas bélicas de todos los tiempos.
El film fue boicoteado en Alemania, se arrojaron bombas incendiarias contra las salas de proyección. Los nazis quemaron rollos de la película, al igual que lo hicieron con las obras de Remarque, que tuvo que huir de Alemania, por considerarlo antinazi. Quizás fue el mejor favor que hicieron a esta obra.
La película es totalmente recomendable, y es un buen momento para revisarla, para visionarla.
El horror de la guerra inspiró a muchos hombres, como por ejemplo a J.R.R. Tolkien, que participó en la guerra como oficial de comunicaciones en la famosa Batalla del Somme (1916), hasta que enfermó de fiebre de las trincheras, transmitida por el piojo humano. En su obra “El Señor de los Anillos”, el enemigo está representado por el mal absoluto, que habita en la tierra oscura de Mordor; pudiera ser la representación del frente en la guerra del 14.
La Gran Guerra debería ser un ejemplo para los hombres del presente, para aprender de los errores del pasado, y así poder mirar al futuro desde el mencionado presente, evitando perder las generaciones futuras.
Ficha de la película en: http://www.filmaffinity.com/es/film541905.html
Diez obras cinematográficas imprescindibles para conocer la Primera Guerra Mundial:
“Senderos de Gloria” Stanley Kubrick, 1957
“El gran desfile” King Vidor, 1925
“La gran ilusión” Jean Renoir, 1937
“Armas al hombro” Charles Chaplin, 1918
“Johnny cogió su fusil” Dalton Trumbo, 1971
“Capitán Conan” Bertrand Tavernier, 1996
“Adiós a las armas” Frank Borzage, 1932
“La patrulla perdida” John Ford, 1934
“Lawrence de Arabia” David Lean, 1962
“La Reina de África” John Huston, 1951
“La Gran Guerra” Mario Monicelli, 1959
Diez libros imprescindibles para entender la Primera Guerra Mundial:
“El buen soldado Svejk” Jaroslav Hasek, 1922
“Nos vemos allá arriba” Pierre Lamaitre, 2014
“1914-1918, la historia de la Primera Guerra Mundial” David Stevenson, 2014
“Adiós a las armas” Ernest Hemingway, 1929
“El miedo” Gabriel Chevallier, 1930
“Viaje al fin de la noche” Louis-Ferdinand Céline, 1932
“El mundo de ayer” Stefan Zweig, 1942
«Missing of the Somme», Geoff Dyer, 1994
«La belleza y el dolor de la batalla», Peter Englund, 2008
“Poemas de guerra” Wilfred Owen, 2011
J. Antonio Aguiar
Se rompe o se raja
«Se rompe o se raja» es una expresión frecuentemente utilizada en México. Se usa para manifestar un total compromiso, una adhesión incondicional a algo. «Ir a por todas», que se dice en España.
En el año 2008 se publicaba «Living in Emergency», el documental que hoy os ofrecemos. Cuenta la historia de cuatro médicos sin fronteras, dos novatos y dos veteranos, durante sendas misiones humanitarias, en el Congo y en Liberia. Desde la entrada en el campamento, hasta su cierre, la película se adentra en las emociones que experimentan estas personas y trata de dibujar -con el telón de fondo que todos podemos imaginar: guerra, pobreza, necesidad- el panorama al que se enfrentan.
Aunque bondadoso con la Organización, el documental es sano. Las dudas y flaquezas de los propios cooperantes no se limitan al terreno personal, al miedo, a la inseguridad, a la frustración derivada de la escasez, de la impotencia. Esas dudas llegan a cuestionar, durante la película, los propios fundamentos -y decididamente también el funcionamiento- de Médicos Sin Fronteras, e incluso de todas las ONG’s. El documental es, por tanto, algo más que propaganda.
Y África
Es el sitio adonde no miramos. Cada foto que nos llega del vecino continente es peor que la anterior, así que optamos por romperlas todas. El testimonio de esta gente -de los doctores- es muy ilustrativo: la mayoría va, coopera, resiste lo que puede, y no vuelve nunca más. Y quién podría reprochárselo.
Cara extrema del mundo, África, dicen que duermes… Pero eso es porque, cuando sueñas, todo parece posible.
Vergüenza
Y como veníamos anunciando, la cosa se calienta. ¿Habéis visto el vídeo que abre la página? Mejor vedlo ahora, que nada de lo que podamos escribir nosotros igualará lo ahí recogido.
25-S
Esta semana ha sido la del 25-S. Por mucho órdago a la grande que lancen los catalanes, por mucho que se quiera tapar la creciente conflictividad en la sociedad española, el acontecimiento más importante de la semana ha sido éste. No entraremos a discutir si han sido cientos, miles, decenas o centenares de miles de manifestantes. Tampoco vamos a valorar los objetivos de la protesta (que con ese gesto simbólico de rodear el Congreso pretendía, en definitiva, deponer el Gobierno y reunir una Asamblea Constituyente: otro órdago). Lo que haremos será analizar -someramente- el escenario de juego.
Periodismo ciudadano
Tenemos móviles. Todos. Nuestros móviles -muchos- graban vídeo. Y nuestros móviles -muchos también- se conectan a Internet.
Internet, por si alguien aún lo duda, ha cambiado el mundo irreversiblemente: la forma de relacionarse (ahora se liga en Badoo, olvídate del bar de copas), la forma de trabajar (tenemos las posaderas como los ojos: rojas), y también la forma de aprender. El aprendizaje es un intercambio de información, esto se sabe, y dependiendo de quién proporcione esa información, ésta será más o menos fiable, más o menos relevante, más o menos plural y -por tanto- el aprendizaje, más o menos profundo.
Pero dejémonos de teorías. Poder emitir en directo, a nivel internacional, lo que yo estoy grabando ahora con mi móvil es la mayor revolución que se ha producido en toda la Historia del Periodismo. Mayor que la invención de la imprenta, sí. Mayor. Los periodistas no sabemos por dónde nos llueven los palos, y esto hay que reconocerlo. Antiguamente, nuestras palabras -las de los periodistas- tenían valor, no porque fueran mejores que las de otro: tenían valor por los medios que usábamos para difundirlas. Ahí, en el medio, estaba nuestra fuerza. Pero ahora ya no y ya nunca más.
Claro que lo de procesar la información es un arte (con minúscula). Las facultades de Periodismo nos enseñan, por encima de cualquier otra cosa, a discriminar -a seleccionar- información (y sea esto dicho sin ninguna acritud, sino más bien con orgullo). No todo es igual de relevante, no todo merece ser contado. Seleccionar aquella información relevante -y descartar la irrelevante- es una cuestión de perspectiva. Y por eso es tan importante que la mirada del periodista sea limpia, pero cargada de criterio: culta. El trabajo periodístico es una tarea eminentemente moral.
Dicho esto, tiraremos otra piedra contra ciertos aburguesados compañeros que han hecho del refrito su especialidad. Uno no puede pretender informar sin informarse. Recordemos aquello que decía el fotógrafo Robert Capa: «si tu fotografía no es buena, es porque no te has acercado lo suficiente».
Bien cerca de los palos y las piedras estuvo nuestro reportero ciudadano. De hecho, alguno se llevó.
Disturbios y antidisturbios
Pues le rompen la cámara, al reportero. Y no por accidente. A la policía le molesta mucho que se publiquen sus tropelías y por eso reacciona atacando a la prensa. Porque sí, nuestro ciudadano reportero es -y a todos los efectos así debe ser considerado- prensa. Y sí, los golpes de la policía -por ejemplo- a inocentes viajeros de cercanías son abusos de poder, tropelías. Como también lo son [tropelías, abusos de poder, mezquindades] los golpes que propinan cuando el agredido yace en el suelo. Una persona abatida, herida, que no ofrece resistencia, no debería recibir ni un solo golpe de la policía. Y ¿cuántas patadas, porrazos y demás vejaciones de ese estilo hemos visto? Pues bien, este periodista, éste que escribe, este profesional moral, en este editorial -en este espacio natural para la opinión- declara que ni una sola de esas tropelías es aceptable.
Son vergonzosos, los golpes. Y en buena medida, innecesarios. La policía confunde su función en el teatro. Ellos no son jueces ni verdugos. No depende de ellos castigar a la población manifestada. Las porras no son armas de castigo, sino de intimidación y de defensa. No. Los manifestantes no son sus enemigos y ellos, los policías, por mucho que vayan en formación, no son un ejército. Y además, esto, aún no es la guerra.
La violencia engendrará más violencia. Sobre todo cuando los policías, esos violentos funcionarios, cambien de frente. Porque no van a estar indefinidamente descargando su frustración -justificada, sin duda- en las cabezas equivocadas.
El pan y la sal
Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles. Y no desde la perspectiva de los grandilocuentes políticos y economistas (¿qué narices es eso de la prima de riesgo?), sino desde nuestra perspectiva: la perspectiva del pueblo. Un pueblo humilde, que no entiende muy bien las artimañas mediante las que está siendo robado, pero que tiene clarísimo que está siendo robado.
Hablamos de una España propia a la que, con muchísimo cariño y respeto, podríamos llamar «acogotada». Porque ha pasado hambre. Porque conoce la emigración (la huida). Y porque conoce la represión. Quizás el español de 20 años no haya experimentado eso, pero sus padres y abuelos sí. Y son miedos que se impregnan en nuestra manera de pensar, y en la de nuestros hijos y nietos.
Sabemos a lo que nos referimos cuando hablamos de la «España acogotada», ¿verdad?
El pan
Muchos lectores conocerán esta vieja costumbre: la de besar el pan cuando éste cae al suelo, o cuando -duro ya- se tira a la basura. Hay que besarlo, por pequeño que sea el pedazo, por duro, sucio o correoso que esté. Y así, besar el pan se convierte en un modo de conectar con el hambre de nuestros antepasados, con el hambre de los hambrientos actuales, y con el hambre que posiblemente pasaremos -nosotros mismos- en un futuro.
No se trata, como podría pensarse, de un rito cristiano (por aquello de «Este pan es mi cuerpo»). Ni siquiera se trata de una conducta relacionada con la religión o con la superstición más infundada, sino que este acto humilde, este beso casto, es pura cultura. Cultura de persona cabal, sencilla y consciente. Cultura de hambriento en potencia, descendiente de hambriento, vecino de niños hambrientos que mueren y matan por un poco de pan duro, o sucio, o correoso, o mojado en agua caliente.
Besar a diario el pan que se tira implica no separar nunca los pies de la tierra: saber dónde está lo esencial, la base desde la que lo demás se construye. Si no besas el pan que te sobra, no sabes quién eres.
La sal
Y con la sal sucede más o menos lo mismo. Cuando la sal se derrama, la tradición dice que debemos lanzar una pizca por encima de nuestro hombro izquierdo (el siniestro, por cierto). Y esto, que también se considera una superstición, en realidad es un signo de humildad y conciencia social. Porque la sal es muy valiosa. La sal se utiliza para conservar los alimentos, cuando no hay nevera, cuando no hay electricidad. La sal es difícil de extraer y de conseguir. No todas las sales son buenas. Y la buena sal es oro en tiempos de guerra.
Si accidentalmente se derrama la sal -este bien tan preciado-, o si tiramos la que nos sobra, debemos lanzar una pizca sobre nuestro hombro. Es un imperativo cultural. Es un modo de no quedarnos indiferentes, impasibles ante el derroche. Es un gesto que nos recuerda a diario que quizás no siempre haya sal cuando la necesitemos.
Los rituales privados
En privado. Estas cosas se hacen en la intimidad. No hay nada de vergonzoso en ello pero parece que, cuando uno manifiesta sus creencias en público, se está dando golpes en el pecho: alardea. Es como llorar. Llorar solo no es lo mismo que llorarle a alguien. Llorar solo es llorar; llorar de verdad.
Y España está llorando. Es tal el miedo, el desánimo que nos invade, que uno se derrumba por completo. A veces, una lágrima sorda brota sin sollozo, sin lamento, perdiéndose en un rostro ajado por los años, seco hasta el gesto, vacío de esperanza.
España se echa la culpa. La poderosa -la España rica, ladrona- dice que hemos vivido muy bien, sin merecerlo, que todo esto es culpa nuestra. La acogotada -aunque conozca y reconozca el saqueo- se lo cree. Porque es humilde, porque piensa que, durante años, ha tirado pan a diario y que quizás no debió hacerlo.
Pero, de verdad, no se trata de eso. Han sido otros quienes nos han arruinado. No el crédito que pidió ese peluquero para comprarse un coche. No el pisito en Benidorm del empresario medio. No las plazas de garaje arrendadas por el portero de la finca. Ni siquiera las chapuzas del fontanero que trabaja y no factura. Nada de eso. Nos han arruinado otros. Y lo peor es que sabían que iban a arruinarnos.
Los rituales públicos
Y llegamos a las manifestaciones. De dolor, de impotencia, de rabia, de indignación. La España que llora en privado comienza a gritar en público. Está desunida, pero se reúne. Cada uno protesta por su ultraje -profesores con camisetas verdes, funcionarios con camisetas negras, mineros con casco y bombilla, doctores con bata…- y los mensajes son muchos, pero también, en el fondo, es sólo uno: «El pan y la sal».
En un comunicado del 13 de julio, el ejército dice que su capacidad de aguante tiene un límite. Y que va a ser «totalmente beligerante contra todas aquellas medidas que sin suponer un ahorro económico supongan pérdida de derechos conquistados». Totalmente beligerante es totalmente beligerante.
Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles (esta frase me suena). Parece que nos dirigimos hacia una situación en la que no tendremos ocasión de besar el pan que nos sobre, porque nada sobrará. Quizás, una situación en la que nos veamos forzados a recuperar la sal como conservante, porque no tendremos ni nevera ni electricidad. Una situación en la que la muerte se vuelva mucho más cotidiana y en la que el dinero recupere su condición natural (de metal o papel inútil) frente a gallinas y gatos, bienes éstos mucho más codiciados.
Parece -decimos- que esa carrera se está acelerando y uno se pregunta… ¿no hay más opción? ¿De verdad queremos la guerra?
Fotografía: «Muerte de un miliciano». Robert Capa. 1936