Demoliciones kármicas

Grupos de ayuda mutua, terapias teosóficas, Yoga, Chi Kung, Ayurvedha y hasta mil disciplinas están de acuerdo. Existe algo, a lo que comúnmente se denomina «Karma», que hace las veces de balanza, una ley universal de retribución por las obras hechas en vida. Creamos o no en la reencarnación, los humanos tenemos algo así como una noción primigenia -instintiva- de lo que está bien o mal. Estaremos de acuerdo en que aquello que construye, aquello que beneficia a los demás tanto como a uno mismo, es positivo, es bueno. En cambio, lo que destruye, lo que perjudica a los demás (aunque con ello se beneficie uno mismo) es negativo, es malo.

La burbuja

Pensaba uno, iluso, hace años, que la famosa burbuja inmobiliaria, al final, traería algo bueno, al menos para el pueblo. Si los constructores, ávidos de riqueza, se ponían a edificar como locos, por lo menos, cuando acabaran, habría pisos para todos. Esto podría incluso redundar en su karma: llevados por la avaricia, sí, pero construyendo. Ay, amigo.

La burbuja estalló y esto fue un «sálvese quien pueda». Los bancos se vieron con suficientes pisos como para desterrar la famosa batería de cocina y cambiarla por apartamentos en Benidorm (eso sí que sería «fresh banking»), pero ningún publicista consiguió convencerlos de ello. Ni siquiera bajaron los precios, qué va. Chulos ellos, potentes y potentados, dijeron «¿no compráis los pisos? Pues no los compréis». Ea.

Y siguen igual. Con miles de pisos inhabitados, vacíos. Algunos nuevos. Algunos sin terminar, expropiados a constructores que quisieron ordeñar la vaca un poco más, a última hora («que sí, que aquí yo hago dos mil pisos y me los quitan de las manos»). El caso es que no los venden ni a tiros, los bancos, porque se niegan a bajarlos de precio. Y como se niegan a bajarlos de precio -y no los venden- están al borde de la bancarrota. Y como los bancos no pueden quebrar -debido no sé a qué ley kármica-, pues los españoles hemos pedido a Europa un crédito de unos cien mil milloncejos para que estos bancos puedan seguir sin bajar el precio de sus pisos. Bien, ¿eh? Fácil.

¿¿Karma??

Y llegamos a la noticia esa. Sí, la de los irlandeses, la que dice que han decidido derruir los pisos que no se venden. Como lo oyen. La Ministra de Vivienda dice que, claro, «como nadie quiere vivir en ellos, lo más práctico es demolerlos». Qué bien pensado. Qué argumento. Demoledor.

Pasaba con la fruta. Si un año venía mucha fresa, y se veía que el precio iba a bajar, pues la tirábamos al mar. Lo importante era mantener el precio. No dar de comer al hambriento. No dar cobijo al indigente, no. Lo importante es mantener el precio.

A ojos de un niño -párvulo, casi inmaculado-, aquellos agricultores que tiraban la comida eran monstruos. De hecho, ver en el mismo informativo a una negra y raquítica mujer, muriendo de hambre bajo el inclemente sol africano, y a un grupo de blancos y orondos agricultores, tirando toneladas de fresas al mar, era motivo suficiente como para despreciar al conjunto de la especie humana (¿al conjunto?). Pero eso era años atrás, sí, cuando éramos niños. Ahora, de adultos, comprendemos que lo importante es mantener el precio, hombre no, faltaría más. Y si no tienes dinero para comprar un piso, pues a la (p***) calle.

Monstruos, por lo menos.

Pero nos queda el Chi Kung, hombre. Tenemos el karma (menos mal que somos budistas). Y si no, que se lo digan a Jorge Cordero, que lleva más de dos meses en huelga de hambre en la Plaza de la Escandalera de Oviedo, asceta él. O a ese 21 por ciento de la población española -y creciendo- que vive en riesgo de pobreza, con un techo de uralita que cualquier día miras y no está. Si no fuera por nuestra confianza en un Orden superior que -antes o después- pone a cada cual en su sitio, estaríamos tentados de demoler -esta vez sí, con razón- la casa de la propia ministra irlandesa.

¿Cómo se puede tener la desvergüenza de decir que la gente «no quiere» los pisos? ¿Que si los regalan los rechazamos acaso? ¿Cómo un Estado -«la Verde Erín», por cierto- que proclama el Derecho Universal a una vivienda digna, puede permitirse siquiera tontear con esa idea?

España es la próxima, eso está claro: el karma nos la trae al pairo. Aunque el Censo de 2011 aún no está acabado, un avance de los datos dice que tenemos entre cinco y seis millones de viviendas vacías. Y recordemos que no cuentan las «segundas viviendas». Cinco millones de casas sin habitar: va a hacer falta una fuerte inversión para derruirlas. Y se pregunta uno, ya no tan niño, ya no tan iluso, nada inmaculado… ¿convocarán ayudas europeas para la demolición? ¿Las sacarán a concurso?

El pan y la sal

Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles. Y no desde la perspectiva de los grandilocuentes políticos y economistas (¿qué narices es eso de la prima de riesgo?), sino desde nuestra perspectiva: la perspectiva del pueblo. Un pueblo humilde, que no entiende muy bien las artimañas mediante las que está siendo robado, pero que tiene clarísimo que está siendo robado.

Hablamos de una España propia a la que, con muchísimo cariño y respeto, podríamos llamar «acogotada». Porque ha pasado hambre. Porque conoce la emigración (la huida). Y porque conoce la represión. Quizás el español de 20 años no haya experimentado eso, pero sus padres y abuelos sí. Y son miedos que se impregnan en nuestra manera de pensar, y en la de nuestros hijos y nietos.

Sabemos a lo que nos referimos cuando hablamos de la «España acogotada», ¿verdad?

El pan

Muchos lectores conocerán esta vieja costumbre: la de besar el pan cuando éste cae al suelo, o cuando -duro ya- se tira a la basura. Hay que besarlo, por pequeño que sea el pedazo, por duro, sucio o correoso que esté. Y así, besar el pan se convierte en un modo de conectar con el hambre de nuestros antepasados, con el hambre de los hambrientos actuales, y con el hambre que posiblemente pasaremos -nosotros mismos- en un futuro.

No se trata, como podría pensarse, de un rito cristiano (por aquello de «Este pan es mi cuerpo»). Ni siquiera se trata de una conducta relacionada con la religión o con la superstición más infundada, sino que este acto humilde, este beso casto, es pura cultura. Cultura de persona cabal, sencilla y consciente. Cultura de hambriento en potencia, descendiente de hambriento, vecino de niños hambrientos que mueren y matan por un poco de pan duro, o sucio, o correoso, o mojado en agua caliente.

Besar a diario el pan que se tira implica no separar nunca los pies de la tierra: saber dónde está lo esencial, la base desde la que lo demás se construye. Si no besas el pan que te sobra, no sabes quién eres.

La sal

Y con la sal sucede más o menos lo mismo. Cuando la sal se derrama, la tradición dice que debemos lanzar una pizca por encima de nuestro hombro izquierdo (el siniestro, por cierto). Y esto, que también se considera una superstición, en realidad es un signo de humildad y conciencia social. Porque la sal es muy valiosa. La sal se utiliza para conservar los alimentos, cuando no hay nevera, cuando no hay electricidad. La sal es difícil de extraer y de conseguir. No todas las sales son buenas. Y la buena sal es oro en tiempos de guerra.

Si accidentalmente se derrama la sal -este bien tan preciado-, o si tiramos la que nos sobra, debemos lanzar una pizca sobre nuestro hombro. Es un imperativo cultural. Es un modo de no quedarnos indiferentes, impasibles ante el derroche. Es un gesto que nos recuerda a diario que quizás no siempre haya sal cuando la necesitemos.

Los rituales privados

En privado. Estas cosas se hacen en la intimidad. No hay nada de vergonzoso en ello pero parece que, cuando uno manifiesta sus creencias en público, se está dando golpes en el pecho: alardea. Es como llorar. Llorar solo no es lo mismo que llorarle a alguien. Llorar solo es llorar; llorar de verdad.

Y España está llorando. Es tal el miedo, el desánimo que nos invade, que uno se derrumba por completo. A veces, una lágrima sorda brota sin sollozo, sin lamento, perdiéndose en un rostro ajado por los años, seco hasta el gesto, vacío de esperanza.

España se echa la culpa. La poderosa -la España rica, ladrona- dice que hemos vivido muy bien, sin merecerlo, que todo esto es culpa nuestra. La acogotada -aunque conozca y reconozca el saqueo- se lo cree. Porque es humilde, porque piensa que, durante años, ha tirado pan a diario y que quizás no debió hacerlo.

Pero, de verdad, no se trata de eso. Han sido otros quienes nos han arruinado. No el crédito que pidió ese peluquero para comprarse un coche. No el pisito en Benidorm del empresario medio. No las plazas de garaje arrendadas por el portero de la finca. Ni siquiera las chapuzas del fontanero que trabaja y no factura. Nada de eso. Nos han arruinado otros. Y lo peor es que sabían que iban a arruinarnos.

Los rituales públicos

Y llegamos a las manifestaciones. De dolor, de impotencia, de rabia, de indignación. La España que llora en privado comienza a gritar en público. Está desunida, pero se reúne. Cada uno protesta por su ultraje -profesores con camisetas verdes, funcionarios con camisetas negras, mineros con casco y bombilla, doctores con bata…- y los mensajes son muchos, pero también, en el fondo, es sólo uno: «El pan y la sal».

En un comunicado del 13 de julio, el ejército dice que su capacidad de aguante tiene un límite. Y que va a ser «totalmente beligerante contra todas aquellas medidas que sin suponer un ahorro económico supongan pérdida de derechos conquistados». Totalmente beligerante es totalmente beligerante.

Huyendo de catastrofismos, deberíamos hablar en serio sobre lo que nos está pasando a los españoles (esta frase me suena). Parece que nos dirigimos hacia una situación en la que no tendremos ocasión de besar el pan que nos sobre, porque nada sobrará. Quizás, una situación en la que nos veamos forzados a recuperar la sal como conservante, porque no tendremos ni nevera ni electricidad. Una situación en la que la muerte se vuelva mucho más cotidiana y en la que el dinero recupere su condición natural (de metal o papel inútil) frente a gallinas y gatos, bienes éstos mucho más codiciados.

Parece -decimos- que esa carrera se está acelerando y uno se pregunta…  ¿no hay más opción? ¿De verdad queremos la guerra?

Fotografía: «Muerte de un miliciano». Robert Capa. 1936

Taconazo patrio

Resulta que «digo» es «Diego» y ahora nos intervienen. A los españoles, claro. La de «El País» de hoy es una de esas ediciones que conviene guardar en la caja de los tesoros, para no olvidarla. En ella confluyen dos informaciones y un artículo con soporte de citas que, vistos en conjunto, hablan mucho y muy mal de lo que hoy somos. Pero vayamos por partes.

Truco o trato

Dice el titular: «Los socios del euro imponen a España una intervención suave de la economía». Uno lee esto y recuerda que, hace pocos, muy pocos días, Europa acordaba la recapitalización directa de la Banca española. Aunque no sepamos mucho de Economía, podíamos entender la cosa: Europa iba a prestar a los bancos españoles dinero para salir del atolladero. Directamente, sin que España tuviera que hacer nada: Europa presta a los bancos, los bancos devuelven la deuda. Punto.

Ahora resulta que ese préstamo está envenenado. Que España va a ser intervenida. Que nos obligan a subir el IVA, que nos obligan a bajar las pensiones, que nos obligan a reducir el subsidio por desempleo, que obligan a nuestros funcionarios a trabajar más horas -y por menos dinero- y que, además, cada tres meses vendrán los hombres de negro a meterse en nuestra cocina. Sin mencionar los recortes para las comunidades autónomas, que repercutirán en sanidad y en educación. Un desastre. Un engaño.

Los hidalgos

¿Sabes lo que dice la gente? Chopito en la frente.

Así, con esta frase, de esta forma tan burda, conseguíamos en el colegio que nuestros compañeros menos avispados encajaran un golpe en su testuz, sin rechistar. Les hacíamos la preguntita y hostia que te crió, automático. Sus bocas abiertas reflejaban la estupefacción ante la injusticia socialmente aceptada.

Eugenio Scalfari es el fundador del diario italiano «La Repubblica». «El País» publica un artículo suyo en el que relata una conversación con Mario Draghi, el actual Presidente del Banco Central Europeo quien, además, es su amigo. Hablan de fútbol, de política… Pero lo más llamativo es lo que dicen acerca de los españoles:

Los españoles son muy orgullosos, son hidalgos, te miran a la cara con ojos desafiantes y dan taconazos de rabia si se les devuelve la misma mirada. Como en el flamenco, donde arquean la espalda y la ceja. Tratar con ellos no debe de ser fácil.

Esta idea del español está muy arraigada. La soberbia parece que nos define. Pero -siguiendo con el tópico- es mera pretenciosidad porque, al final, ni somos tan bravos, ni tan grandes, ni tan estupendos puesto que, como mendigos, vamos a reclamar limosna cuando el hambre aprieta.

Resulta indignante. El papel de soberbios segundones que se nos asigna parece justificar que se nos trate con acrimonia. Quieren bajarnos los humos, devolvernos la humildad perdida a base de chopitos en la frente. Ja.

Recordemos que «hidalgo» es la abreviatura de «hijo de algo». Ese «algo» puede ser un duque, un conde, un terrateniente… Pero lo más probable es que no sea nada y el hidalgo se dedique meramente a aparentar nobleza. Es una grave ofensa que el Presidente del Banco Central Europeo y el fundador del diario italiano más importante llamen, entre risas, a todos los españoles «hidalgos». Fanfarrón, soberbio y miserable es lo que en realidad esconde el apelativo.

El desarrollo moral

Y en este contexto -en este mismo número de «El País»-, otro artículo informa sobre la Ley General de la Comunicación Audiovisual que hoy espera aprobación por parte del Senado.

La nueva Ley, entre otros «ajustes» -los cuales, por ejemplo, permiten la privatización de las televisiones autonómicas- trata de evitar que los menores tengan a su alcance formatos perjudiciales para su desarrollo físico, mental o moral. Eh, repitamos: los menores no deben tener a su alcance contenidos televisivos que perjudiquen su desarrollo físico, mental o moral.

Señor Draghi. Señor Scalfari. Señor Rajoy. Señores «socios de la Eurozona». Sus acciones perjudican notablemente el desarrollo moral de nuestros menores. La mentira es de una bajeza moral infinita y ustedes la incorporan a sus discursos en todas las modalidades conocidas: desde la media verdad, hasta el burdo engaño que mira a los ojos y jura y perjura, que sí, por mis muertos, que te lo digo yo. Sería preferible -para el desarrollo moral de nuestros jóvenes- que ustedes quitaran el velo que pende sobre el porno y -en cambio- censuraran sus propias apariciones. Y sirva este taconazo patrio, de hidalgo, de miembro del clan que acunó a Miguel de Cervantes, nombró a Colón Virrey de las Indias y encumbró hasta el podio al mismísimo Iker Casillas para demostrar que, con chopito o sin él, el agraviado puede revolverse, morder y matar.

El derecho a sanar

«Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar» (Refranero popular)

Hoy hablamos de un documental estrenado en 2007, titulado «Sicko» y dirigido por el polémico cineasta Michael Moore. «Sicko» aborda el tema de los servicios sociales en Estados Unidos, especialmente el servicio sanitario, desde una perspectiva transcultural, esto es, comparando el sistema americano con sistemas implantados por otros países como Canadá, Gran Bretaña, Francia, o Cuba.

El servicio sanitario en Estados Unidos, como ya sabrán, no es ni universal ni gratuito, sino que depende de la afiliación -o no- del paciente a un seguro médico. Moore, a través de testimonios de afectados, dibuja un panorama desolador, en el que la inmensa mayoría de los ciudadanos estadounidenses quedarían -por una razón o por otra, de un modo u otro- excluidos de la cobertura sanitaria.

Para su sorpresa, los sistemas sanitarios europeos, así como el canadiense y el cubano, prestan un servicio gratuito e indiscriminado del más alto nivel, sin que por eso los ciudadanos se vean hipotecados para sufragarlo. En contraste con ellos, Estados Unidos emerge, no ya como un país despiadado, sino como el epicentro mismo del Mal.

Pero el Mal es contagioso, y ni los buenos médicos son capaces de erradicarlo, de tal modo que el panorama que describió Moore en 2007 quizás ya no sea aplicable hoy. En estos cinco años, muchas cosas han cambiado en Europa y aunque la situación de Estados Unidos siga siendo peor que la europea en cuanto a servicios sociales, los recortes que se vienen realizando aquí en los últimos tiempos amenazan con hacer tambalearse a este envidiable estado del bienestar.

Moore indaga en los orígenes de ese «estado del malestar» estadounidense y apunta a una única motivación: la económica. La codicia de los gobernantes, unida a un individualismo extremo -«egoísmo», podría decirse-, característico de la cultura «made in USA», han despojado en pocas generaciones a todo un pueblo de su derecho a sanar. En pocas generaciones, repetimos.

Es muy especial, este Moore. Sin perder el sentido del humor, critica con máxima dureza a su propio país, a su propia cultura, y lo hace por amor. Sí, porque para decir una verdad de este calibre, a la cara, es necesario no sólo ser valiente, sino sobre todo anteponer el bien ajeno al bien propio. ¿Qué es el amor, sino ese ejercicio de altruismo? Michael Moore puede costear sus propios tratamientos, no nos engañemos, tiene dinero y fama mundial, podría vivir en cualquier lugar del mundo, no necesita un sistema sanitario gratuito y universal en Estados Unidos. Pero, del mismo modo que un hijo se enfrenta a su padre alcohólico y le pide que pare de beber, Moore sigue haciendo documentales. Quizás el padre alcohólico no atienda a las razones del hijo, pero el hijo no puede hacer otra cosa… Al fin y al cabo, es su padre.

Web oficial 

Gestión, guillotina

La diferencia entre una buena gestión y una mala son los resultados.

Desempleo y crisis

Con más del 20% de su población activa en paro -y creciendo-, España encuentra en el desempleo su problema más grave y más urgente. Es necesario resolverlo ya.

No ya sólo porque la situación de las familias es crítica -al borde de la bancarrota-, sino porque los impuestos que sostienen al Estado -los impuestos que se usan para pagar las pensiones y los subsidios por desempleo- provienen de los trabajadores. La fórmula es fácil: más trabajadores = más dinero recaudado.

Si cada vez menos gente «mete dinero en la hucha» y más lo saca, la situación se vuelve insostenible. Y esto es de cajón.

Arcas vacías

El político que en 2011 haya llegado -recién elegido- a su despacho en el Ayuntamiento, en la Consejería, o en el Ministerio, y haya encontrado las arcas vacías, se habrá echado las manos a la cabeza. ¿Qué hago yo ahora? -se habrá preguntado-. ¿Cómo salgo de ésta?

Si el político en cuestión es medianamente inteligente, se preguntará: «¿De dónde proviene el dinero que llena mis arcas?» La respuesta es clara: «De los impuestos que pagan los trabajadores». «¿Y qué hago yo para ingresar más dinero?». ¡Pues conseguir más trabajadores!

Gestionar

El político inteligente se pondría, entonces, manos a la obra. Las prioridades son obvias. Primero, conseguir que todos los empleados mantengan su empleo. Segundo, emplear a los desempleados.

Estas medidas, unidas a algunas modificaciones fiscales, como por ejemplo igualar los impuestos que paga la población activa (alrededor del 40% del salario) a los impuestos que pagan los que viven de los rendimientos de su dinero (alrededor del 20% de los rendimientos), aumentarían la recaudación y «llenarían la hucha».

Guillotinar

Un político con pocas luces no haría lo que acabamos de describir. Asustado, pensaría: «si tengo poco dinero en la hucha, voy a ahorrar todo lo que pueda». Y se pondría a recortar gastos, olvidando de dónde provienen sus ingresos. «¿Necesito investigación científica?» -se diría-. «No es momento de investigar, recortaré en investigación». «¿Necesito arreglar las carreteras? No es buen momento, recortaré en obras públicas». Y así seguiría, con los museos, los colegios, los hospitales…

A cada paso de su camino, este político reduciría -junto con sus gastos- decenas, centenares de puestos de trabajo. Y por tanto, reduciría sus fuentes de ingresos. Y cada vez tendría que recortar más… «¿Necesito agua?»… «¿Necesito patatas?»…

Un ejemplo

Esta mañana, los trabajadores de la Unidad de Gestión del Parque Tecnológico de Asturias anunciaban el cierre de dicha Unidad a partir del 1 de febrero de 2012, y su consiguiente despido. Estos trabajadores se encargan de fomentar la relación entre las empresas e instituciones del Parque, con otras empresas e instituciones. Se dedican a labores de promoción regional, nacional e internacional, organizan actividades formativas, encuentros, conferencias… Son unos excelentes trabajadores, capaces de conseguir mucho con muy poco, capaces de implicar a diversas empresas en objetivos comunes y sus resultados, con los datos en la mano, son óptimos.

La Unidad de Gestión del Parque, en suma, genera mucha riqueza.

Con su cierre, no sólo se envía a dos personas a engrosar la lista de desempleados -con las consecuencias que ello entraña para sus familias y para el erario público-, sino que además se pierde un elemento vital para otras muchas empresas -muchos trabajadores-, que se verán directa o indirectamente afectadas.

Y es que ya nos lo enseñó la Revolución Francesa: la guillotina, mal dirigida, no es una buena herramienta de gestión.

 

Felicidad Interior Bruta

Diez buenos años atrás (lo de “buenos” es porque quizás sean quince), un profesor de Economía en la Universidad dijo algo en lo que mis compañeros no repararon, pero que para mí fue la revelación más inquietante y esclarecedora de toda la carrera. Estaba explicando las políticas internacionales, la autorregulación del mercado y esas cosas. Afirmó que la política de la Unión Europea se basaba en igualar los precios en todos los países, con la seguridad de que los salarios se igualarían también, ellos solos, con el paso del tiempo. Yo pregunté lo obvio: ¿cuánto tiempo tardarán los salarios españoles en igualarse con los de los demás países europeos? Mi profesor respondió: “Con suerte, 30 años”. En ese momento, me di cuenta de que toda mi vida estaría marcada por la recesión económica.

El precio de los pisos en Bruselas es, a día de hoy, igual o inferior al precio de los pisos en Madrid. El salario mínimo interprofesional en Bélgica es de 1.331 euros al mes. En España, de 600.

Un par de años atrás, una nonagenaria tía-abuela mía me dijo: “los jóvenes de hoy lo tenéis muy mal”. Yo pensé que, si esta mujer, que había vivido la Guerra y la posguerra, la Dictadura, la Transición y lo que llevamos de Democracia, se compadecía de los jóvenes actuales, muy mal debía de estar la cosa. Me puso un ejemplo: “Fíjate, cuando mi marido y yo compramos nuestro piso, nos hipotecamos a cinco años. Y lo hicimos con mucho miedo, porque ¿quién podía saber lo que pasaría de ahí en cinco años?”.

El piso al que hacía referencia era relativamente amplio, céntrico, en Madrid. Hay que decir que no contaban con más ingresos que los de su marido, alfarero de profesión y que, además, criaron a varios hijos.

Las hipotecas actuales, caso de ser concedidas, se extienden durante 20, 30 o 40 años. Y para costearlas, no suele bastar con un sueldo –de abogado, de médico-, sino que ambos cónyuges deben aportar.

Un par de días atrás, el diario “El País” publicaba los resultados de un “juego” llamado “El mejor País”, en el que los lectores escribían las noticias que les gustaría leer. Destacaba un titular: “La Felicidad Interior Bruta, aceptada como índice de referencia socioeconómico internacional”.

Quizás los precios, los salarios, el desempleo y las demás hipotecas no sean buenos indicadores de la Felicidad Interior Bruta.

Pero mi intuición me dice que algo tienen que ver.

Dossier RTPA

El futuro de la Radio Televisión del Principado de Asturias (RTPA), emisora pública creada en el año 2005, es incierto. A día de hoy, el Ente Público de Radiotelevisión ha dejado de percibir por parte del Principado los fondos que lo sostienen. Consecuentemente, los proveedores que han suscrito contratos con RTPA no están cobrando. Y los empleados están en vilo, puesto que la directiva de la Entidad asegura que no cuenta con dinero suficiente para abonar las nóminas de este mismo mes.

La intención del Gobierno del Principado es la de prescindir de una televisión autonómica que considera superflua y gravosa, lo cual ya había sido expresado en el programa electoral de su partido, Foro Asturias. En una situación de crisis, argumentan, la última prioridad es una televisión pública.

Demanda

RTPA ya ha anunciado que demandará al Gobierno del Principado de Asturias por un impago que inevitablemente desembocará en el cierre de la Entidad. Porque, aunque se estén manejando los términos «recorte» o «ajuste», lo cierto es que el impago que se está produciendo no es ninguna de estas dos cosas.

Los presupuestos destinados al mantenimiento de la emisora durante el año 2011 fueron aprobados por la Junta General del Principado en 2010 y publicados en la Ley de Presupuestos, por lo que al Gobierno actual le corresponde, con la Ley en la mano, atender a los pagos pertinentes, fuera cual fuera su programa electoral.

Hay que tener en cuenta que RTPA, basándose en los presupuestos aprobados, ha establecido contratos a lo largo de todo el año con proveedores de todo tipo, desde servicios de conexión vía satélite, hasta producción de contenidos, pasando por los servicios más básicos de mantenimiento, limpieza, electricidad, agua… Si RTPA no recibe el dinero que iba a recibir, no podrá atender a las facturas de sus proveedores los cuales, naturalmente, dejarán de prestarle servicio e iniciarán acciones legales contra ella.

Procedimientos

Antes o después, el Principado pagará sus deudas. Lo que sucede es que, si no reacciona a tiempo y el asunto se resuelve en los tribunales, el contribuyente tendrá que sufragar no sólo la cantidad que ahora se debe, sino también las multas por impago, las indemnizaciones por daños y perjuicios y las costas judiciales. Es decir, con esta medida, no sólo no se ahorra, sino que se pierde mucho dinero y se sobrecarga inútilmente los tribunales.

Si se desea cerrar una empresa pública (el Ente de Radiotelevisión del Principado es una Sociedad Anónima Unipersonal), o redimensionarla, ésta no es la vía. Es en la Junta General del Principado donde se deben dirimir tales cuestiones, y siempre en atención a los presupuestos del año siguiente. Si el presupuesto de 37 millones de euros anuales con que cuenta hoy RTPA es demasiado para unas arcas castigadas, se puede consensuar un presupuesto inferior. Si se desea reconvertir la empresa, aumentar en ella la participación privada -o privatizarla por completo-, cabe la posibilidad de hacerlo. Si se desea cerrarla, existen los procedimientos oportunos. Pero desatender las deudas nunca es una buena política.

Consecuencias 

De hecho, Asturias ya está pagando las consecuencias. La Agencia Internacional de Calificación Crediticia Fitch ha rebajado la nota de solvencia de la región, lo cual constituye el prólogo a una estampida de inversores. Desde múltiples foros se está demandando al Gobierno asturiano que pague sus deudas.

Los empleados de RTPA, por su parte, ya han iniciado una recogida de firmas contra el cierre. La mayoría de ellos obtuvieron su plaza mediante oposición (o concurso oposición) cinco años atrás y no entienden que la Administración se desentienda de este modo de las obligaciones contraídas.

El sector del audiovisual en Asturias se encuentra en plena emergencia. La creación en 2005 de la RTPA sirvió para que en un plazo de dos años se formaran 22 nuevas empresas audiovisuales en la región (un aumento del 19 por ciento sobre la cantidad anterior). Se calcula que en torno a 1000 familias obtienen hoy sus ingresos mediante actividades relacionadas con el Ente. RTPA ha propiciado la creación de un Cluster del Audiovisual en Asturias, de la Asturias Film Commission y ha posibilitado la existencia de la mayor escuela audiovisual de la región; en definitiva, ha impulsado el sector, haciéndole alcanzar cotas imposibles anteriormente. Pero esta andadura comenzó hace poco más de cinco años, y el audiovisual asturiano apenas ha tenido tiempo de despegar.

Gestión

Ciertamente, la gestión del Ente en los últimos años es criticable. No se ha fomentado tanto el desarrollo de empresas de la región como sería deseable. Por ejemplo, se han destinado inversiones millonarias a la adquisición de Derechos de retransmisión de la Fórmula 1, o de la Liga de fútbol, cuando estos contenidos estaban siendo emitidos simultáneamente por cadenas nacionales. Se ha practicado una opacidad en la contratación que fue denunciada por la Asociación de Productoras de Televisión de Asturias (APTVA). Se ha abusado de las conexiones en directo durante los informativos, no siempre justificadas, con el alto coste que ello implica. Y, según Francisco Álvarez Cascos, presidente del Principado, es un medio que «se ha puesto al servicio de la vanidad del Gobierno».

No obstante, Demométrica ha realizado una encuesta según la cual el 81 por ciento de los asturianos está satisfecho con RTPA. En buena medida, este balance positivo del ciudadano se basa en que el servicio que presta una televisión autonómica no tiene sustitutivos, es decir, ninguna televisión nacional ofrecerá la misma atención a una región en concreto que una televisión autonómica, y ése es un factor a tener en cuenta.

Reconversiones

El gran peso de la minería, la industria, la pesca y la ganadería en Asturias a lo largo del siglo XX provocó que, en los albores del siglo XXI, frente a la nueva situación impuesta, la economía asturiana tuviera que reconvertirse. Las actividades tradicionales dejaron de ser rentables para la región, el cumplimiento de la normativa europea restó competitividad y los asturianos se vieron obligados a explorar nuevos sectores productivos. Creció entonces exponencialmente el peso del turismo y también, progresiva y consecuentemente, el de la Cultura. La creación y acondicionamiento del Centro Niemeyer y de Laboral Ciudad de la Cultura ejemplifican bien esta reconversión.

RTPA acude a apoyar, desde la Cultura y desde las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, esta diversificación de la actividad económica de la región. No sólo crea empleo en el sector de la televisión, sino que sirve de embajador en todo el mundo a través de su canal en Internet -muy especialmente en Iberoamérica- y la producción cinematográfica asturiana, aunque aún es incipiente, podría encontrar a un gran aliado en la cadena, si ésta se mantuviera.

Su cierre denotaría un drástico cambio en las políticas de reconversión económica, más cuando también se teme por el futuro del Centro Niemeyer. ¿Asturias ya no aspira a convertirse en potencia turística, en capital cultural? ¿A qué han de dedicarse los asturianos, en qué deben invertir? ¿Dónde está la clave de la riqueza en Asturias? Volver a la mina no es una alternativa, después de haber cobrado millones de euros de los fondos europeos para la reconversión, así que la vía del turismo y la Cultura, toda vez que ya son caminos iniciados, no parecen tan mala opción.

Que TPA necesita un cambio -una evolución- es algo que incluso los propios empleados reconocen, pero su extinción, lejos de resolver la crisis, contribuirá a agravarla. Y en cualquier caso si -tal y como reza su Constitución- España es un Estado de Derecho, sería exigible que el Gobierno pagara sus deudas y cumpliera las leyes.