Mundos inexistentes

Aquí os dejamos una pequeña muestra de cómo se construye esa maravillosa mentira que es el cine. Brainstorm es una de las más importantes empresas productoras de 3D y «Motion Graphics» (gráficos animados) del mundo. Han trabajado para directores como Scorsese, los hermanos Coen, Ron Howard, o Tim Burton. Este vídeo es su «reel» -o «bobina»- correspondiente a la segunda temporada de «Boardwalk Empire», serie ambientada en los años de la ley seca en Estados Unidos. Para dar una idea, diremos que producir el primer capítulo de esta serie costó 18 millones de dólares. Ver para creer…

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Fuerzas de la Naturaleza

Hablemos de Bunbury. Porque hablar sobre un único documental, en este caso, es quedarse corto. Sería como pretender que todo el mar, que todos los océanos y los ríos y los lagos y torrentes, y manantiales, pozas, cuencas, estuarios, cirros, nimbos y hasta nubes lenticulares cupieran en una copa. No caben. Me dirán que todos son agua -y es cierto-, poco más que hidrógeno y oxígeno en diversos estados, y que -la parte por el todo- una copa son todas las copas. Pero, visto así, tampoco las personas somos mucho más que alma y materia en descomposición, así que mejor no simplifiquemos.

Nada que objetar, no obstante, a «Porque las cosas cambian». Es un documental correcto en su género, profusamente documentado y coherente. Cuenta con la participación de figuras importantes en la carrera de este célebre «entretenedor» (como él mismo se define) y aporta datos que, incluso a los seguidores mejor informados pueden sorprender. Se echa de menos la aportación de Juan Valdivia, quien fuera guitarrista de Héroes del Silencio, y quizás un acercamiento más personal por parte del director (Javier Alvero) a la figura de Bunbury, una mayor profundidad en el análisis, un estudio de lo que en realidad representa este artista, pero todo no se puede tener.

¿Y qué representa?

Bunbury es la voz de toda una generación, y no sólo de una generación de españoles, sino de una generación de hispanohablantes. Sus seguidores, que se cuentan por millones, se extienden desde Tierra de Fuego hasta Tijuana, pasando por Aravaca, Berlín o Aichi (Japón). Las letras de sus canciones son aprendidas de memoria, coreadas en sus matices más nimios, y sus acordes estampados en internáuticas partituras pirata que circulan, aún hoy, entre las carpetas de los párvulos aprendices de ser humano.

Su gallardía, respetuosa pero irreverente, valiente hasta la temeridad, culta, tierna, ha sido el modelo para miles de conducirse con desaire en un mundo regido por la pompa vana y el corsé. Su feroz sacrificio, silenciado, menospreciado, ha insuflado bravura a raudales ante la abnegación y el abatimiento de la masa informe, ha animado en el sentido estricto de la palabra, ha investido de espíritu al individuo acallado e inconsciente de sí mismo.

Los temas que trata en sus composiciones hablan del mundo en sí, de la traición, de la soledad, del encanto, la pureza, de la muerte en vida, del desgarro… Dios, mundo y hombre en todas sus combinaciones y siempre un extrañado observador impaciente, sufridor agónico, que no puede más que ofrecer humilde testimonio para quienes quieran escucharlo.

Sí, y también ha unido a músicos de diversas estirpes. Y músicas de distintas eras. Su viaje por los sones ha involucrado ya a numerosas bandas de muy distinto corte. El circo, el cabaret, las músicas negras, las indígenas, folk norteamericano, ritmos electrónicos, bolero, ranchera, cumbia, aires orientales -del Próximo y del Lejano-, y por supuesto rock & roll conforman un repertorio en el que lo raro es encontrar dos canciones que suenen igual. De hecho, la banda que en estos días acompaña a Bunbury -los llamados «Santos Inocentes»- encuentra graves dificultades para adaptar músicas que ni siquiera fueron compuestas pensando en la actual configuración de instrumentos. Son grandes músicos, pero Bunbury resulta inasible.

Este perpetuo reinventarse -que sí fuera convenientemente señalado en el documental- convierte a nuestro histrión en Maestro. Y es que, hoy en día, no hay una figura equiparable en el panorama musical hispanoamericano, ni en repertorio, ni en seguimiento, ni en coherencia, ni en trayectoria. Bunbury, para orgullo de sus seguidores y acrimonia de sus detractores -que los tiene a espuertas, como buen histrión-, ocupa actualmente el trono de la música en español.

Lo audiovisual y lo humano

Y su visibilidad es máxima, pero siempre elegante. Incluso en su lidia con las majors, jamás se ha prestado al amarillismo. Su trabajo ha estado siempre en el centro de atención y su vida personal, siempre reservada. Incluso el reciente nacimiento de su hija Asia, fruto de su relación con la fotógrafo Jose Girl, ha sido relegado, con honrosas excepciones, al cuarto oscuro de la intimidad (¿y quién no quiere enseñar las fotos de sus hijos?).

Frente a esa discreción, la producción videográfica en torno a Bunbury es impresionante. En su haber quedan decenas de vídeos que han contado con la participación de directores como Juan Antonio Bayona («El orfanato»), con tecnologías como la grabación 3D -suyo es el primer concierto grabado en 3D en España- y se han sumergido en ambiciosos experimentos creativos, como un mediometraje de ficción para su último disco, «Licenciado Cantinas».

Podría creerse que, a ese nivel -al suyo-, todo es más fácil. Pero, no nos engañemos, no es cuestión de dinero, sino de muchísimo trabajo. Para hacernos una idea pensemos que, desde que los Héroes del Silencio volvieran a unirse en la gira del año 2007, Bunbury no sólo ha sido padre, sino que ha editado cuatro discos -con sus respectivas giras-, ha colaborado en la grabación de videoclips, de documentales como el que nos ocupa, y ha participado en incontables proyectos creativos (sus redes se extienden desde un sello discográfico hasta una editorial de libros de poesía), además de conceder cientos de entrevistas a medios de toda índole. En menos de cinco años. Su frenético ritmo parece no entender de limitaciones corpóreas.

Y es que Bunbury es una fuerza de la Naturaleza: imparable, inevitable, incombustible, inexplicable, irreductible. Por eso -desde nuestra posición de indígenas curiosos, semiadaptados a este medio caprichoso-, a esta Fuerza, como a las demás, como al Sol, a la Noche o al Magnetismo, nos conviene, si no comprenderla -porque no llegamos-, al menos, sí idolatrarla.

Entrevista Rolling Stone marzo 2012

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Arranca Docuxixón 2012

Este jueves comienza la tercera edición de Docuxixón, una muestra de documentales organizada por la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, que aspira a dar mayor visibilidad a las obras de los directores asturianos y a potenciar el desarrollo del género en la región. La jornada del día 3 es la dedicada a los documentales producidos en Asturias durante el año 2011, con la proyección de «El sueño de Luis Moya», «Filandón Fornelo»,  «Memoria de nuestras abuelas» y «Tom Zé, astronauta liberado».

El día 4 se proyectará, en cambio, una selección de documentales clásicos escogidos en colaboración con el Colectivo de Cine de Clase y la Filmoteca de Cataluña, entre los que destacan «El campo para el hombre» y «A la vuelta del grito», para pasar, el día 5, al estreno de «Ibiza Occidente», de Günter Schwaiger.

Todas las proyecciones tendrán lugar en el Salón de Actos del Centro de Cultura Antiguo Instituto (Gijón).

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Yatasto gana en Málaga

El documental «Yatasto», del director catalán Hermes Paralluelo, ha obtenido el máximo galardón en la presente edición del Festival Internacional de Cine de Málaga, el Biznaga de Plata, dotado con 8.000 euros.

«Yatasto» (el nombre proviene de un legendario caballo de carreras) cuenta la historia de tres niños que viven en Villa Urquiza, un barrio de Ciudad de Córdoba (Argentina), en el que la mayoría de la población se dedica al transporte con carro o a la recogida de cartones. Los sueños de los niños, su relación con la familia, con los animales y su mirada hacia el mundo que les rodea constituyen el tema principal de la película.

Reconocido en numerosos festivales europeos e hispanoamericanos, como la Vienale (Viena), o el BAFICI (Argentina), «Yatasto» se ha granjeado los elogios del público y de la crítica porque retrata con sensibilidad -pero sin sensiblería- los márgenes de nuestro mundo desde la perspectiva de sus habitantes.

Ficha técnica

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Combinado de glorias

Wim Wenders es uno de los grandes directores europeos. Sus películas son bien conocidas en según qué círculos, aunque completamente ignoradas en otros. Quizás las más famosas sean «El hotel del millón de dólares» -con actuación de Mel Gibson y banda sonora de U2- «El cielo sobre Berlín» -con Bruno Ganz y Peter Falk (Colombo)-, «Lisbon Story» -con la banda portuguesa Madredeus- y el documental que hoy nos ocupa, «Buena Vista Social Club».

«Buena Vista…» en principio trata sobre la gira que en 1998 realizó un grupo de música cubana formado por viejas glorias, grandes maestros olvidados, alrededor del mundo. Rescatados por el guitarrista y productor musical estadounidense Ry Cooder, figuras como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer o Rubén González obtienen, octogenarios ya, poco antes de morir, el reconocimiento que merecen.

Canciones arrancadas del recuerdo popular y sentidas en carne propia cobran forma en estas voces pulposas y densas, curtidas durante décadas de puros habanos aliñados con ron. En este sentido, el documental es un testimonio insustituible. Registra esos momentos tan especiales que tuvieron lugar en el estudio de grabación, durante los ensayos, los preparativos, las actuaciones…

Pero Wim Wenders no se conforma con cubrir el evento, él siempre explica el mundo alrededor, o por lo menos lo retrata. Mediante entrevistas a cada uno de los componentes del grupo, accedemos a una perspectiva de Cuba que nunca antes se había plasmado. Es una visión en la que castristas y anti-castristas estarán de acuerdo, en la medida en que Wenders observa la sociedad cubana sin juzgarla. No se centra en las bondades o vilezas del Régimen, ni en la pobreza o riqueza económica de la isla, sino que nos invita a conocer el modo de vivir de sus gentes. Preeminentes cantantes como Ibrahim Ferrer se ganan la vida limpiando zapatos, pero exhalan una clase de felicidad muy difícil de encontrar por estos lares.

Y esto es lo que consigue Wenders, hablar de lo uno y de lo otro, al mismo tiempo, en la misma imagen, en el mismo espacio. Así, no sólo talento es capturado, sino carácter, creencias, relaciones, habitación, transporte, educación, y en definitiva todos los elementos que configuran el mapa de una cultura. No es la música cubana la retratada en este documental: es Cuba misma. Y, por contraste, el mundo entero.

*Durante un tiempo peligrosamente indeterminado, el documental completo se puede ver en Youtube. No os lo perdáis.

De pena (¡qué desastre!)

«Escuchando al Juez Garzón» es premio Goya 2012 a mejor largometraje documental. Si uno lo viera así, de primeras, sin saber que lo dirige Isabel Coixet, estaría tentado de decir: «¡vaya cagada!». Pero, si uno piensa un poco más allá y recuerda alguno de los trabajos anteriores de la directora catalana -«Mi vida sin mí», «Mapa de los sonidos de Tokio»…-, es posible que encuentre un mensaje detrás de semejante desastre. O, por lo menos, se convencerá de ello, de que tiene sentido, de que todo está hecho adrede, porque no puede ser que a Coixet se le haya olvidado lo que parecía haber aprendido y que al Jurado de los Goya se la hayan dado con queso. Vamos a explicarnos.

El documental, por lo pronto, es una entrevista, ya que no incluye más documento que las palabras del Juez y las de su interlocutor, Manuel Rivas. Dividida en varios temas clave, aborda la trayectoria profesional de Garzón y su supuesta persecución por parte de altos estamentos públicos y privados. El Juez habla con corrección, con prudencia y los hechos que señala -profusamente documentados por la prensa y conocidos por todos- claman al cielo. Resulta muy interesante escuchar la perspectiva personal de quien instruyó casos tan sonados como el GAL, muchos de los procesos contra ETA, la acusación a Pinochet, o buena parte del caso Gürtel y ahora se encuentra inhabilitado para ejercer. Sin duda, darle la palabra a Garzón tiene sentido.

A nivel de realización, en cambio, el «documental» no podría ser peor. Está grabado a tres cámaras en lo que parece ser un salón-comedor, con los protagonistas sentados a una mesa -frente a frente- y un ventanal de fondo. Los fallos de grabación son tan evidentes que cualquiera puede percibirlos. Por ejemplo, el fondo -la calle- está «quemado» (como se dice en la jerga), de modo que no sólo no se ve lo que hay fuera, sino que la luz «se come» la silueta de los interlocutores. Es un efecto horrible, que cualquier estudiante de Imagen sabría corregir (simplemente, se trata de iluminar más el interior, de modo que se pueda cerrar el diafragma de la cámara). Por su parte, la cámara que capta los planos cortos del Juez parece estar operada por un niño: planos mal encuadrados, movimientos nefastos, zoom in y out imprecisos y erráticos y además foco y diafragma en «automático total», con los consiguientes errores: desenfoques, cambios bruscos de luz, etc.

Por si esto fuera poco, los cortes en los «totales» (en las declaraciones) se notan estrepitosamente, se atenta contra la regla de los 30º, y el blanco y negro «lavado» con el que se presenta la cinta hace sospechar, no una licencia poética como algunos podrían pensar, sino un frágil intento por ocultar las distintas colorimetrías de las cámaras, consecuencia de un balance de blancos mal hecho.

En resumen, una realización de pena.

Pero claro, es Isabel Coixet, esta mujer sabe de cine, lo ha demostrado antes. Así que tenemos que pensar que todos estos errores son intencionales. Y ¿por qué querría cometerlos? ¿Por qué el Jurado de los Goya se los ha perdonado? La respuesta ha de ser simple: porque la directora está dialogando con el espectador, no sólo sobre la figura de Garzón, sino -paralelamente- sobre la función y posibilidades del cine, sobre las prioridades del documental, sobre la propia cultura visual del espectador. Está diciendo que, en el documental, lo que ha de primar es la palabra dicha, la historia, y que lo demás es secundario y quizás también que los efectos debemos dejárselos a los cineastas -a los de ficción- y que cualquiera que tenga acceso a una declaración con interés debe plasmarla -en la Era de la reproductividad-, sin necesidad de ser periodista, y vaya usted a saber qué más.

Le ha salido bien la jugada, a Coixet. El jurado ha sabido ver el mensaje oculto en las connotaciones visuales de la película. Es cierto que resulta muy incómoda de ver, pero hay que dejarse llevar. Pensemos que la forma es también contenido («el medio es el mensaje», que decía McLuhan) y el contenido, en este caso, merece la pena.

O quizás nada de esto sea así y resulta que ese día Isabel Coixet le dio la cámara a su perro, porque estaba indispuesta. Que cada uno piense lo que quiera.

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Ver lo invisible

El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) publicaba recientemente los resultados de un estudio realizado por su Media- Lab, mediante el que han construido una cámara capaz de ver lo invisible, esto es, grabar imágenes que están fuera de su ángulo de visión. El sistema se basa en un rayo láser que, al chocar contra una superficie, estalla en haces de fotones, los cuales son posteriormente capturados por la cámara. De este modo, los diferentes tiempos que los fotones tardan en volver a la lente son identificados como distintas distancias al objeto escondido, haciendo posible su reconstrucción en 3D.

Las aplicaciones de esta invención son muy variadas y aún están por descubrir. Se intuye que será útil para los sistemas de rescate durante un incendio, para los sistemas de seguridad de los coches y también para la Medicina. 

Las gafas inteligentes

Responder a nuestras llamadas y mensajes, consultar un recorrido en el mapa, grabar vídeo, escuchar música y mil cosas más, todo mediante unas gafas que se controlan con nuestra voz. Project Glass es el último invento de Google, tan revolucionario que está causando una intensa conmoción a nivel mundial, por las repercusiones que entraña.

La llamada «realidad aumentada» parece que ha encontrado en este producto su mejor aliado. Se trata de un instrumento capaz de ofrecernos las capas de datos que necesitemos en cada momento. Horarios de conciertos, información sobre nuestras cuentas bancarias, sobre el personaje a que haga referencia un monumento con el que nos topemos y en definitiva toda la información disponible en la web.

Existen incluso aplicaciones que permiten el reconocimiento de rostros, de modo que en poco tiempo será posible cruzarse con un desconocido por la calle y conocer automáticamente su «perfil público» (profesión, número de teléfono, estado civil, o lo que esa persona haya decidido hacer público).

Según el New York Times, estas gafas estarán a la venta a finales de este mismo año, por un precio similar al de un «smartphone».

Si queréis obtener más información sobre realidad aumentada, os recomendamos que veáis la conferencia que se impartió a finales del año pasado en el CEEI. 

Dylan y el corsé

«Quien no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo» (It’s Alright Ma, Bob Dylan)

Este truhán, este astuto oportunista que es Bob Dylan, aceptó en el año 2005 que se rodara un documental sobre su vida. No es la única película a propósito de su ajetreada trayectoria (ahí tenemos ese nefasto «I’m not there»), pero sin duda es la mejor. Dirigida por Martin Scorsese, «No direction home» ofrece la más completa panorámica que se podría concebir sobre este polémico artista, en tanto en cuanto no se limita a recopilar su obra, o a ofrecer datos de su biografía, sino que retrata toda una época de convulso cambio social alrededor de él. Es una película culta, maravillosamente documentada, crítica, incisiva, rabiosamente actual y profunda.

Tras un recorrido inicial por su infancia, su Iron Range natal -un pequeño pueblo al Norte de Estados Unidos, casi lindando con Canadá-, el documental se adentra en el viaje de Robert Zimmerman (auténtico nombre de Dylan) desde el anonimato hasta la cumbre que pocos años después ocuparía. El suyo es un viaje guiado por la curiosidad; es hambre voraz; sed de identificar aquello que destaca a ciertas personas sobre todas las demás. El propio Dylan reconoce que lo que a él más le interesaba, en los conciertos a los que acudía, eran los ojos de todos aquellos artistas: unos ojos que decían «yo sé algo que tú no sabes».

De este modo, de la mano de Dylan el «expedicionario», el documental rescata verdaderos tesoros musicales, relegados hoy a un rincón del trastero de la industria.

Pero Scorsese no se queda ahí. No se limita a redescubrirnos a un Woody Guthrie, o a una Odetta en la cima de su carrera, sino que sigue a Dylan en su desarrollo personal y nos muestra, tras esa primera etapa de búsqueda y autoafirmación, a un enjuto chico judío de Minessota -de quien se afirma que hizo un pacto con el Diablo- componiendo canciones como quien respira. Y como quien respira también, convirtiéndose -sin proponérselo- en aliento para toda una generación de jóvenes que anhela un nuevo mundo -son los 60- y toma partido frente a la guerra de Vietnam, por los movimientos raciales, feministas, etcétera. Así, canciones suyas como «Hard Rain» o «Blowing in the wind» se erigen en himnos de su tiempo, son fagocitadas por movimientos de izquierda que, ávidos de iconos, encuentran en Dylan y en su «amiga especial», Joan Baez, un espejo amable, donde mirarse sin horrorizarse.

Pero Dylan no es como el resto, su lucha no es esa: él hace Arte, no política. Él se resiste con todas sus fuerzas a ser absorbido por el discurso que todo lo simplifica, a calzarse el corsé de activista de izquierdas; para él, «no existe tanto la izquierda o la derecha, sino más bien arriba o abajo» y tiene claro hacia dónde quiere ir. Dylan no quiere el corsé. Y eso le cuesta caro.

Incomprendido, se expone entonces a los abucheos de un público que espera Folk y encuentra Rock, a las críticas de militantes que se sienten traicionados porque ya no va a las manifestaciones, a la denuncia de la moral puritana (¿qué son esos pelos?), a la condena de unos medios de comunicación que luchan en vano por convertirle en un mono de feria… Se convierte en enemigo de todos, simplemente por mantenerse en su postura. Y es aquí donde la película de Scorsese brilla intensamente, con luz propia. Porque el documental ya no va sobre un cantante, o sobre una época de luchas sociales, no es que recupere un magnífico catálogo de estilos musicales, trazando puentes entre ellos, sino que contempla a la sociedad -a la Humanidad, si nos apuran- y le dice «¿qué estás haciendo?». Los fans, que no entienden nada, las ruedas de prensa, como protocolo, las ciegas militancias -y los ciegos militantes-, los estereotipos de las estrellas de rock, la lucha entre estilos musicales, la creación de identidades conforme a las demandas del mercado, la avaricia… Y por supuesto, la libertad y su precio.

Bob Dylan no canta mejor que nadie, no toca mejor que nadie, no compone mejor que nadie. Pero, eso sí, ilustra este mundo necio y enloquecido mejor que nadie. Con la ayuda de Scorsese.