El sexo que me hace feliz

Hablemos un poco de sexo, de género, y de la madre que lo parió, que hay un lío tremendo con esto…

La semana pasada, un colegio de Málaga saltaba a la palestra por negarse a permitir que uno de sus alumnos -nacido varón- vistiera uniforme femenino. La madre, que asegura que su hijo es exacerbadamente femenina, pide que sea tratado como cualquier otra alumna. La fiscal andaluza de «violencia contra la mujer y discriminación sexual de género» se ha dirigido al colegio solicitando que adopte las medidas necesarias para respetar la identidad de género de la menor. Y la Junta de Andalucía ha advertido que sancionará al colegio si no respeta dicha identidad de género. 

El sexo

Vamos a intentar esclarecer un par de conceptos, porque ya va haciendo falta. Y para ello, para iluminar en lugar de oscurecer, nos inspiraremos en algunos estudios antropológicos, eminentemente los publicados en el libro «Antropología de la sexualidad y diversidad cultural». Estudios cuya lectura recomendamos encarecidamente a fiscales, jueces, profesores, padres y/o psicólogos, antes de que sigan liando la cosa.

Sexos hay dos, pese a quien pese. Y esto es así. A excepción de algunos casos de hermafroditismo humano (personas que nacieron con genitales tanto masculinos como femeninos),  todos los seres humanos hemos nacido o con genitales masculinos o con genitales femeninos, y esto determina nuestro sexo. Podemos elegir entre los términos «femenino y masculino», «varón y hembra», «hombre y mujer» -o los que más nos plazcan- para distinguir a las de un sexo de los del otro sexo, pero no podemos evitar haber nacido con el sexo que nos ha tocado en suerte. Y lo mismo para los demás animales.

La sexualidad

La sexualidad, en cambio, está relacionada con las prácticas sexuales de cada uno. Los gustos y orientaciones varían infinitamente, y así pueden gustarnos tímidas, calvos, inteligentes, sencillas, gordos, sofisticadas, sumisos, negras, o vaya usted a saber. Lo que cada cual elija es cosa suya. Practicar sexo, no practicarlo, practicarlo siempre con la misma persona, cada vez con una distinta, en soledad… son opciones que no vienen necesariamente determinadas por el sexo con el que hayamos nacido, sino que dependen de otros muchos factores en los que no entraremos. Digamos sencillamente que todas las opciones para desarrollar la sexualidad son respetables, mientras que haya consentimiento de la otra parte: la violación es siempre censurable, así como las prácticas zoofílicas, pedófilas y tantas otras.

La sexualidad no es como el sexo, que nacemos con él. La sexualidad se desarrolla a lo largo de la vida de la persona y muy especialmente tras la pubertad. Es en la pubertad cuando las hormonas se desatan (valga la expresión) y el adolescente experimenta con nitidez unos deseos y pulsiones que hasta entonces apenas había atisbado. De ahí que a los niños se les considere «presexuales», porque no han tenido ocasión de desarrollar su sexualidad (no es que no tengan sexo, es que no han desarrollado su sexualidad). Y de ahí que la pederastia sea tan execrable.

El género (o la fiesta de disfraces) 

Ahora viene lo bueno. El humano es un ser social y las sociedades se ordenan gracias a las culturas, que son construcciones simbólicas. Pero pongamos algún ejemplo:

Un médico es aquél que está facultado para practicar la medicina. Para ser médico, en nuestra sociedad, hay que titularse en la Universidad, hacer el MIR y mil cosas más. Lo que la sociedad pretende con todas estas pruebas es que nadie se llame a sí mismo «médico» si no tiene los conocimientos necesarios para sanar: ése es el requisito fundamental.

Un alcohólico es aquél que no puede prescindir del alcohol. Podrá no beber, durante años, durante toda su vida incluso, pero en la medida en que lo necesite, lo desee y condicione su existencia, será alcohólico.

Un heavy es aquél que no sólo escucha música heavy, sino que además utiliza una indumentaria determinada, se comporta de una determinada manera, etc.

Como vemos, los humanos en sociedad tendemos a diferenciarnos de los demás pareciéndonos a otros a los que consideramos nuestros iguales, nuestros pares. Esto es lo que se llama «género social». Soy punk, soy independentista catalán, soy fontanero, soy pederasta: el género determina nuestra identidad.

Se puede ser médico y alcohólico, todo a la vez, pero cuanto más seamos de lo uno, menos podremos ser de lo otro (¿quien quiere que su cirujano beba?).

Visto así, hay tantos géneros como queramos construir porque, efectivamente, el género es una construcción puramente simbólica, cultural. Aunque no todos los géneros están al alcance de cualquiera: para ser de cierto género hay que cumplir ciertos requisitos (para ser millonario, hay que tener mucho dinero, para ser soldado, hay que jurar la bandera…) Y esto no se aplica menos cuando la sexualidad entra en juego.

Llegados a este punto, se ve el tremendo lío en el que estamos inmersos. Llamamos gay al hombre que tiene sexo con otro hombre, lesbiana a la mujer que tiene sexo con otra mujer, travesti al hombre que se viste con ropa de mujer, etc, etc, etc. Pero estos géneros son tremendamente equívocos, no como el género del médico, o el del alcohólico, que están perfectamente demarcados. ¿Un hombre es gay desde el momento en que besa a otro hombre? ¿O desde el momento en que tiene una relación sexual con él? ¿Y si no la vuelve a tener? Entonces es «bi«, ¿no?. ¿O queer? ¿¿O qué?? A ver, aclarémonos… ¿qué es un transexual? ¿Alguien que consume hormonas químicas? ¿Alguien a quien han extirpado sus genitales? ¿Alguien que prefiere el sexo homosexual? ¿O simplemente es un término que no sirve para nada, porque está tan vacío e indefinido que nadie sabe qué significa? Más bien eso, sí.

El transexual presexual

Y volvemos al colegio de Málaga, en el que un varón de seis años, presexual por tanto, quiere vestir falda. Y los adultos, como no entendemos nada, como lo confundimos todo, aprovechamos la coyuntura para hacer proselitismo, defender esto y aquéllo, insultarnos, llamarnos «carcas», «desviados», «hijoputas» y armar una ensalada mental en el chaval que le perseguirá toda la vida. Y ahí que van gobernantes y fiscales, con menos entendimiento si cabe, a marear la perdiz.

Vamos a ver… ¿Tiene genitales masculinos? Sí. Pues entonces el sexo de la criatura lo tenemos claro. ¿Que no le gusta haber nacido varón? Mala suerte. Si uno nace blanco y quiere ser negro, poco puede hacerse, excepto aceptarlo. Y ésa es la cuestión… ¿Estamos educando bien al niño si no le enseñamos a aceptarse a sí mismo (con su pene y todo)?

En segundo lugar… ¿El niño ha desarrollado su sexualidad? No, está en ello, y hasta su adolescencia aún faltan diez años. Entonces ¿¿¿cómo podemos decir que es transexual??? ¡Si no tiene deseo sexual ni hacia los hombres ni hacia las mujeres! Será todo lo exacerbadamente femenina que quiera su madre («porque le gustan las diademas y el rosa») pero decir que es transexual implica, al menos, que sea sexual y no, no lo es: es presexual.

En tercer lugar… ¿De verdad no se nos ocurre una solución al tema de los uniformes y los baños? ¿A ningún colegio se le ha ocurrido implantar un uniforme unisex y dejar de distinguir aseos masculinos de femeninos?

Y para terminar… Señora madre que parió al niño: El colegio, religioso para más señas, bebe de una normativa interna, de unas creencias, de una visión del mundo, de una CULTURA que existía antes de que su hijo naciera y que usted ahora, unilateralmente, quiere modificar. El colegio se ha negado a cambiar su visión del mundo -una visión simplista, sí: los niños son marineros y las niñas princesas, pero una visión lícita al fin y al cabo- y usted debe aceptarlo, del mismo modo que su hijo debe aceptar la protuberancia que emerge de su entrepierna. Seguro que encuentra algún colegio en el que, a base de fiestas de disfraces, enseñen a su hijo a relativizar el género (a no darle más importancia de la que tiene), que es lo que parece necesitar. Su hijo, usted, y la fiscal, porque vaya tela.

Para saber más…

¿Quién tiene la culpa?

Hoy vamos a poner nuestra mirada malva sobre estas dos campañas publicitarias que han tenido su polémica en Reino Unido y en Chicago.

La primera de ellas incide en las desventajas que acarrean los embarazos tardíos; la segunda sobre las que conllevan los embarazos precoces, no deseados, entre los y las adolescentes.

La campaña abogando por el descenso de los embarazos tardíos no pasaría ningún test de igualdad de oportunidades. No aprobaría nuestro test malva.

Campaña de First Response. Foto: Nicky Johnston

Campaña ‘First Response’. Foto: Nicky Johnston

Es inaceptable que  también se culpe a las mujeres del retraso en la media de edad en el primer embarazo. Inciden muchos factores en  esta postergación: poca ayuda a la conciliación, poca corresponsabilidad de los hombres, poco mercado de trabajo, poca ayuda a la vivienda para jóvenes, el paro juvenil… Y tantas y tantas cosas que nos infantilizan como personas.

Segundo, ¿qué más da cuándo se decida tener descendencia? Existen protocolos médicos que favorecen la consecución normal de un embarazo a estas edades, y además la madurez de los progenitores y la voluntariedad del acto conlleva una mejor atención a la crianza del bebé.

No podemos negar las consecuencias de alargar la edad de maternidad para incidir en los  problemas demográficos de las sociedades occidentales, pero esa circunstancia no es culpa exclusiva de la mujer.  O todos somos responsables, o nadie lo es.

Be you, be healthy.

Campaña ‘Be you, be healthy’

Sin embargo, frente a la inoportunidad de esta campaña, al otro lado del charco se ofrece un ejemplo de sensibilización con criterios de igualdad. Un embarazo no deseado no sólo tiene que afectar a la chica, la figura del padre siempre está ahí, y él debe ser corresponsable de la opción que decida la mujer.

La responsabilidad de los embarazos no deseados también es de  los chicos…

Más información

Almudena Cueto es la directora de la consultoría en responsabilidad social «Más Innovación Social«

El nuevo mundo

Julián Muñoz y la Pantoja, la guerra en Siria, Urdangarín, la infanta, Bárcenas y el Coco; las preferentes…

La sociedad, entendida como sistema, está sujeta a fuerzas que la dirigen por terrenos intempestivos. Están las fuerzas del Lado Oscuro -muy poderosas- y las del Lado Luminoso -más poderosas aún, o eso queremos-, en perpetua batalla.

España lava la ropa

Durante años, por lo que se ve, aquí ha robado todo el mundo, las cosas se han hecho de mala manera y todos hemos mirado hacia otro lado. Ahora nos percatamos de que olía tan mal -nuestra ropa- que lo raro es que alguien se acercara a nosotros.

Pero queremos estar limpios y perfumados -o al menos el Lado Luminoso así lo quiere- de manera que algunos de nosotros (con una mención especial para los jueces) hemos sacado nuestro arsenal y nos hemos encomendado a la tarea de dejar la nación sin mácula.

«El origen del mundo» Gustave Courbet

A qué precio

Porque los sirvientes del Lado Oscuro no van a permitir que arrojemos Luz sobre sus turbios asuntos. Tendremos que sacrificar buenas dosis de esperanza, fe, entusiasmo -¡ánimo!- para conseguir nuestros objetivos. Ésas son nuestras armas, las que nacen de lo más luminoso, las que nos permiten levantar el vuelo después de la catástrofe.

Y el equilibrio

O la homeostasis, es el proceso por el cual podemos anunciar que la época que viene será luminosa. Es tanta la oscuridad que ha inundado -que inunda- el mundo, que el orden natural dicta necesariamente una reacción contraria. Y en ello estamos.

Concejo abierto

La mirada de Tierravoz -ya lo habíamos dicho- es limpia, es honesta, es constructiva. Carmen y César (sus promotores) son nuestros amigos, así que nuestro apoyo a su trabajo se presupone, pero no vamos a tirar de emoción fraternal, sino de argumentos, para defender su obra «Concejo abierto», la cual acaba de ser -a nuestro entender merecidamente- premiada en el Festival de Cine de Gijón.

Lo universal en lo local

Una de las tareas más difíciles para el director de documentales es la de escoger el tema a tratar (y la perspectiva). Los buenos temas, los bien escogidos, ejemplifican dilemas universales a través de hechos particulares. Da lo mismo dónde hayas nacido, o dónde vivas: «Concejo abierto» habla de ti. Habla de lo que no tienes, de lo que podrías tener y por tanto, habla de lo que eres y de lo que podrías (o incluso pudieras querer) ser.

En concreto, «Concejo abierto» se acerca a los vecinos de Madarcos,  un pueblo de la provincia de Madrid en el que sus menos de 100 habitantes han tomado las riendas de la administración local. Es pura Democracia participativa: el pueblo gobernando al pueblo. Y por ese motivo, el tema es tan candente que afecta tanto al Presidente de la Unión Europea como al último habitante del planeta, en un momento, además, en que a nivel global se está cuestionando -y atacando con fiereza- las bases del actual sistema socio-económico.

Casos de éxito

Así que, partiendo del ejemplo, del caso de éxito, Carmen y César critican lo depauperado del sistema vigente, sin mencionarlo. Es tanto lo que se puede criticar y condenar -y de hecho se critica y se condena, desde múltiples tribunas- al sistema, que centrarse en retratar sus múltiples injusticias no tiene apenas mérito. Lo difícil es dirigir la mirada a lo otro, a lo bueno, y no por desconocimiento de lo uno -de lo malo-, sino por elección moral.

Es muy inteligente «Concejo abierto». Esperanzador, real, actual, puro.

Y desnudo

Como las grandes obras. Carente de efectos y alejado de efectismos, nada hay de superfluo en este corto documental, ni un plano. Desde el árbol con el que da comienzo -grabado en detalle, en armonía, en un ejercicio poético de gran belleza-, hasta el árbol con el que concluye la pieza y se ilustra la cita de uno de nuestros más grandes historiadores (y etnógrafos) de todos los tiempos: Julio Caro Baroja. Nada es accidental. Todo está hilado, minuciosamente seleccionado y abordado desde la más absoluta pobreza de medios. Es la razón -y la poesía- la que se abre camino por sí sola: no hace falta 3D.

Conexiones

Pero es que, además, «Concejo abierto» es un trabajo que Tierravoz le regala al mundo. Y para eso lo comparte en Internet, lo licencia mediante Creative Commons y lo imbrica en 100jours.org, una iniciativa que durante los primeros meses de 2012 ha publicado en la Red, gratuitamente, un documental por día.

Así que vayan desde aquí nuestro agradecimiento y nuestras más sinceras felicitaciones, no a nuestros amigos Carmen y César, sino a los fabulosos directores de esta pequeña joya documental.

Ver «Concejo abierto»

El quinto (y único) poder

Lo vemos todos los días, el dinero manda. Allá por la época de la Ilustración (mil setecientos y pico), vivió en Francia un tal Montesquieu, cronista, filósofo, pensador, que se hizo un hueco en la Historia, sobre todo, por su idea de la «división de poderes». Montesquieu proponía una alternativa al poder absoluto de los reyes, quienes tradicionalmente habían aglutinado en su persona todas las decisiones de Estado. Él decía que juzgar, legislar y gobernar eran tres cosas muy distintas y que estos poderes no debían recaer en la misma persona.

Al final, se le hizo caso, a Montesquieu. Las sociedades vieron que lo mejor era no poner todos los huevos en el mismo cesto, así que decidieron que, a partir de ese momento, los jueces juzgarían, pero no podrían legislar ni gobernar, los legisladores harían lo suyo y los gobernantes lo propio, sin mezclar churras con merinas.

La idea parece buena y de hecho, por aquel tiempo fue revolucionaria. Tan revolucionaria, que a finales de ese mismo siglo se desató la Revolución Francesa, ahí es nada. Pero claro, de eso hace ya un par de siglos.

El cuarto poder

Y pasó el tiempo. Y nos fuimos acostumbrando a eso de que hubiera tres poderes -el ejecutivo, el legislativo y el judicial-, así que tuvimos que inventarnos otro, «el cuarto poder». Bueno, no fue exactamente así, en realidad lo que pasó fue que vimos claramente que los medios de comunicación tenían una relación muy estrecha con los otros poderes (quizás demasiado estrecha) y que eran (o parecían) el único estamento capaz de hacer temblar a jueces, legisladores y gobernantes; tenían tanto poder como ellos. Y de ahí lo de la etiqueta.

Sin embargo, en este caso no se estableció un sistema de incompatibilidades: un juez podía perfectamente escribir en un medio de comunicación, y un diputado, y un ministro; no estaba prohibido, aunque sí mal visto, ya que resultaba evidente que, según el tema a tratar, tarde o temprano surgirían conflictos de intereses.

El quinto (y único) poder

Y así llegamos al quinto poder, que había pasado desapercibido a la hora de repartir la tarta. Un poder en el que Montesquieu no reparó. Un poder, forjado en las llamas del abismo, que se utilizó para dominarlos a todos. El omnímodo poder económico.

Porque, en un sistema capitalista, el dinero es necesario para todo. Los propios gobiernos lo necesitan para gobernar, es decir, no están por encima de ese quinto poder, sino sometidos a él. Es el dinero el que limita sus acciones, el que motiva sus decisiones, el que les alumbra en las frías noches de invierno. El Congreso tiene que pagar la factura de la luz. Y los sueldos de sus empleados.

Algunos escépticos dirán que esto no es así, porque claro, el Gobierno puede tomar la decisión de imprimir más dinero. Pues responderemos que en España, ni eso. Imprimir más dinero depende, hoy, del Banco Central Europeo. O repondrá que los jueces son imparciales y no están influidos en sus decisiones por cuestiones económicas. A eso responderemos, primero, que un juez cobra, y si no cobrara, no trabajaría. Segundo, que todo el sistema judicial se sostiene con dinero (en concreto, en 2012, con 1.440 millones de euros, según los presupuestos generales del Estado). Y tercero, que si la Justicia es tan lenta, es por culpa del dinero, porque no se ha invertido, por ejemplo, en informatizarla, o en crear más juzgados.

Pero es que, además, el quinto (y único) poder es tan fuerte y está tan mal repartido, que puede modificar las leyes de un país, las políticas de sus gobernantes y las sentencias de sus jueces. Los ejemplos abundan, pero uno reciente sería el de Eurovegas en Madrid.

Incompatibilidades

Y claro, uno piensa que debería ponérsele algún freno al quinto (y único) poder, establecer algún sistema de incompatibilidades, controlarlo de algún modo. Pero de esto nadie habla.

La Familia Real española, con muy buen criterio, estableció la regla tácita de no intervenir en empresas, de no buscar el lucro personal, porque se entiende que su posición es de algún modo incompatible con la actividad empresarial. Los Príncipes de Asturias, por ejemplo, desde su papel de «embajadores», promocionan la «marca» España, apoyan con su presencia a ciertos sectores de la población, a instituciones de relevancia, pero -en teoría- no tienen participación en ninguna empresa. Urdangarin se saltó esa regla y ahora es la oveja negra. Y puede hasta que vaya a la cárcel.

En un mundo en el que el dueño de una empresa tiene más capacidad de acción que varios países juntos, no pensar en ponerle freno al quinto (y único) poder, es no querer ver el problema.

¿Qué freno? Pues habrá que estudiarlo, pero alguno habrá. ¿Verdad, Montesquieu?

Engórdame (que me pone)

Archiconocido es el documental «Super size me»: probablemente, el más famoso de los editados en los últimos tiempos. Pero ¿por qué ha tenido tanto éxito?

Para quienes -extrañamente- no conozcan esta película, diremos que consiste, básicamente, en ver a su presentador y director, Morgan Spurlock, engordar como un ceporro, a base de comer hamburguesas -patatas fritas y Coca Cola- durante un mes. Se propone demostrar que la «comida rápida» no es buena para la salud. Y lo consigue.

Pero intentemos responder a la pregunta…

En primer lugar, la película ha tenido éxito porque aborda un tema de especial importancia para nuestra sociedad: la obesidad. Basándose en cifras realmente alarmantes, Spurlock pone el acento en una cuestión que nos afecta a todos y que se relaciona directamente con el modelo de vida que muchos de nosotros llevamos: sedentario (pasamos más tiempo sentados que de pie), holgazán (buscamos soluciones rápidas para saciar nuestras hambres) e hiper-consumista (una tarjeta de crédito sin límite es nuestro sueño).

En segundo lugar, Spurlock se castiga, y eso da morbo. Ver a alguien destrozar su hígado -cambiar de color, de forma, de actitud- es diversión en estado puro. No en vano el «jackass» ha pasado de ser una serie de televisión a un género televisivo en sí mismo.

Y en tercer lugar, el documental demoniza a una cadena de comida rápida en concreto, McDonalds. Esto es importante, porque culpar a alguien -rico, poderoso- de un problema que en realidad es nuestro, contribuye a que no nos sintamos tan culpables por ser gordos. Nadie nos obliga a comer hamburguesas hasta reventar, nadie nos impide hacer deporte, llevar una vida sana. Y si culpamos a alguien de nuestra propia irresponsabilidad, no estamos siendo justos.

La pobreza

Pero entre todos estos mensajes más o menos frívolos, la película deja caer una reflexión interesante, y es la relación entre pobreza y consumo de comida rápida. Al parecer -y esto aún no es así en España-, para los estadounidenses resulta más barato comer en un McDonalds que comprar los alimentos frescos -especialmente verduras- y cocinarlos. Por ese motivo, se aprecia una relación entre bajo poder adquisitivo y obesidad.

Este dato suscita un buen número de interrogantes -que no detallaremos-, pero por encima de todos, arroja una pregunta: ¿Cómo es posible? ¿Cómo va a ser más barato comer en un McAuto que hacer una fabada? La respuesta sólo podemos encontrarla a nivel macroeconómico. Es posible porque las políticas agroganaderas están controladas por grandes grupos de poder que determinan los precios. No incidiremos en este tema, porque -a quien le interese- puede ver, por ejemplo, el documental Food Inc, que aborda la cuestión frontalmente, pero diremos que posiblemente éste sea el punto más interesante de todo «Super size me».

El entretenimiento

Y es entretenida, la película. Puede que no sea seria -ni ortodoxa-, que sea frívola y populista, pero, al menos, su director consigue que el espectador -ese hiperconsumista haragán sedente- se interese por algo tan importante, tan cotidiano y tan cargado de implicaciones sociales, económicas, existenciales, como su propia dieta. Durante hora y media, no más, que hoy cenamos kebab.

 

De la familia

¿Qué es la familia? Según la Declaración Universal sobre Derechos Humanos, la familia es “El elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”. Hay leyes que amparan y protegen la familia. Pero nadie se pone de acuerdo en un término que sirva para definir qué es la familia. Porque claro, la familia no se elige. Cuando uno nace, llora. Nos cuentan la milonga de que lloramos porque los pulmones tienen que expandirse. Ya… Lloramos por la incertidumbre de la familia que nos habrá tocado en suerte.

Y así comienza nuestro periplo (en su acepción de “Viaje o recorrido, por lo común con regreso al punto de partida”). Porque de la familia uno nunca puede escapar. Y cada vez es más grande (nuevos miembros). Y te olvidas de cumpleaños. Y te importa un bledo lo que le pase a tu primo de Chiclana de Abajo, porque es un primo lejano. Y es lejano no porque viva a 1000 Km. de ti, es lejano porque ya ni se sabe dónde comienza el parentesco. Pero eso sí, hay una especie de “unión mística”. Un día, alguien decide reunir a todos los miembros de uno de los dos apellidos que nos marcan. Se sienta frente al ordenador y escribe en Google: “personas con apellido Trabuco”. Y el puto Google, le devuelve una lista de 80 personas que tienen ese apellido en primer o segundo lugar. Y en esa lista estás tú. ¿Pero quién me ha puesto en esa lista? ¿Quién le ha dado permiso a Google para incluirme? Y en esa lista, aparece tu nombre (con apellidos, claro), tu dirección, tu número de teléfono…

Y un día, recibes una llamada telefónica de un desconocido que, con voz tintineante, te pregunta si eres Fulanita Trabuco Recortado, que vive en la calle del Suplicio nº 20-3º A de Chungueiros. Y tu mente se dispara y ella – la mente-, sierva siempre, comienza a hacerse preguntas. Tímidamente dices “sí”. Y ya estás perdido. Ahí, en ese triste “sí”, termina tu libertad.

Ontogénesis. Filogénesis. Senescencia. Pero, vamos a ver, ¿de verdad son necesarias tantas discusiones para llegar a la certeza de que la familia es un invento? Pero hay más, mucho más…

Lévi-Strauss (antropólogo francés), fue el fundador de la Antropología estructural. En 1955, publicó “Tristes tópicos”. Una maravillosa obra en la que narraba sus viajes etnográficos a Brasil:

“El conjunto de las costumbres de un pueblo es marcado siempre por un estilo; dichas costumbres forman sistemas. Estoy persuadido de que esos sistemas no existen en número ilimitado y de que las sociedades humanas, como los individuos –en sus sueños, sus juegos o sus delirios- jamás crean de forma absoluta, sino que se limitan a elegir ciertas combinaciones en un repertorio ideal que resultaría posible reconstituir. Si se hiciera el inventario de todas las costumbres observadas, de todas aquellas imaginadas en los mitos así como de las evocadas en los juegos de los niños y de los adultos, de los individuos sanos o enfermos y de las conductas psicopatológicas, se llegaría a una especie de tabla periódica como la de los elementos químicos, donde todas las costumbres reales o simplemente posibles aparecerían agrupadas en familias y donde nos bastaría reconocer aquellas que las sociedades han adoptado efectivamente”.

– Disculpa que te llame a estas horas (eran las once de la noche). Mi nombre es Serapio Nomellames Trabuco.

– Ya… ¿y?

– Pues nada, que somos familia.

– ¿Familia?

– Sí, ¿no te has dado cuenta de que mi segundo apellido es igual que el tuyo?

– Tengo tres vecinos que se apellidan González y no tienen nada que ver entre sí.

– Ya, bueno, pero González es un apellido común, y Trabuco no lo es.

Bueno, ¿qué hago? Llega con su mejor sonrisa, con la mano tendida (en el mejor de los casos, en el peor, dispuesto a darte un beso que llene de babas tu mejilla). Le dejas pasar a tu reino. Toda tu intimidad queda a su disposición. Mira tus fotos, tus libros (que son muchos), tu cuarto de baño. Se sienta en tu sofá y sigue observando todo lo que su vista puede alcanzar.

Comienza el turno de preguntas. Respondes –a regañadientes- a las tres primeras. A la cuarta, le “envías” mensajes subliminales de tu incomodidad. Pero su parte “Nomellames” no está preparada para recibir ese tipo de señales. Se nota su peso genético. Porque claro, si pesara más su parte “Trabuco”, se daría cuenta inmediatamente. Llega la temida “quinta” pregunta, a pesar de estar rezando para que no llegara. Esa pregunta incómoda que no se le hace a nadie que vive solo. Nunca. Jamás. ¿Por qué? Pues porque si vive solo por elección, se añaden muchas más preguntas –y la duda sobre si serás o no homosexual-. Y si vivir solo es el producto de una relación fallida, para qué más… Porque después de los 30, todo se ve envuelto en una especie de halo misterioso. La gente –si son parientes, más-, necesitan saber las razones por las que vives solo.

– Vaya, veo que te gusta leer.

– Pues sí.

– Y qué te gusta leer?

– Pues ya ves…

– Se nota que tienes tiempo para hacerlo. Si tuvieras pareja, no lo tendrías.

– ¿Por qué? ¿Es incompatible?

– ¡No hombre! Simplemente porque hay que hacer más cosas en casa. Y luego está eso de compartir tiempo y aficiones. Porque no tienes pareja, ¿verdad?

La Ontogénesis se refiere a los procesos biológicos desde la fecundación hasta su madurez.

La Filogénesis se ocupa de la evolución de los seres vivos. Es decir, desde la forma de vida más sencilla hasta la aparición del hombre actual.

Y llegamos a la maravillosa palabra “Senescencia”. Si la repites, podrás incluso ver su color y oler su aroma.

Senescencia se refiere a la vejez. Viene del latín senex (viejo). Por eso, en biología, senescencia se refiere a  las células que han dejado de proliferarse. Leonard Hayflick (1928), descubrió que las células humanas solo se duplican 52 veces antes de morir. A este proceso se le llama Límite de Hayflick.

De pronto, Serapio se descubre como un experto en tu árbol genealógico. Y cuando tú te has perdido en la segunda generación, él sigue parloteando: “¡¡Mira, aquí estás tú!!”.

– ¿Yo?

Y te rindes ante la evidencia. Y le miras fijamente sin escuchar, pensando que perteneces a un gran clan. Y que -soledad al margen- es bueno sentir que, aunque solo sea para comidas familiares, puedes contar con el clan. Y sientes que el amor se universaliza. Y te da igual lo mucho que se ha escrito sobre las diferentes familias. Al fin y al cabo, es la que te ha tocado.

Hay un documental estupendo titulado “Tierra de mujeres”. En él podéis encontrar una visión distinta a la nuestra del significado “familia”.

Sed felices con la familia que os ha tocado en suerte. Y escoged con cuidado la que creáis…

Peter Pan no es feliz

No es una enfermedad. La vida tampoco se ve amenazada. Pero otra cosa es la salud mental y, en ese terreno, supone algo más que una incomodidad.

Un síndrome es un conjunto de síntomas que expresan una pauta social. El síndrome de Peter Pan es un complicado laberinto de causas y efectos. Estos hombres se entregan de una forma impetuosa, son narcisistas, se encierran dentro de sí mismos y sufren de una exaltación del ego que les convence de ser capaces de realizar cualquier cosa que su mente pueda imaginar.

La cruda realidad, el paso de los años, los convierte en inadaptados y van cambiando su “yo quiero” por un “yo debería”. Buscan la aceptación de los demás, como si fuera el único camino que tienen para encontrar la aceptación propia. Sus rabietas temperamentales se confunden con afirmaciones viriles. Entienden el amor como algo que se da por sentado –que se les debe-, sin aprender nunca a darlo como compensación. Saben fingir que son adultos pero, en realidad, su comportamiento es de niños consentidos.

Para superar su mal, ellos deben recorrer la distancia más larga: la que hay entre la boca y los oídos.

Ser un niño por acciones y un hombre por edad es algo triste. Porque el hombre quiere tu amor, pero el niño quiere tu compasión. El hombre necesita estar cerca, pero el niño teme que lo toquen. Si miras más allá de su orgullo, verás que es vulnerable y hasta podrás sentir su miedo.

Ilustraciones Trina Schart Hyman

Para poder ayudarle, hay que entender su complejidad. Hay que tratar de entender que es un hombre que sufre y que tiene dificultades para reconocerlo. Descubrir la ubicación de su espacio vital es tan confuso como comprender esta indicación: “tercer piso a la izquierda y después, todo recto hasta la noche”.

Ya sé, ya sé, las mujeres pueden identificar esta conducta en muchos de los hombres que conocen. Pero hay que ser muy cuidadoso a la hora de etiquetar a un hombre bajo este síndrome. Primero, porque se corre el riesgo de “negativos verdaderos” (el síndrome parece que se cumple, pero no) y segundo, porque se corre el riesgo de los “positivos falsos” (el síndrome parece que no está, pero sí).

Todo esto se puede complicar aún más, porque muchos hombres tienen uno o más de los síntomas del síndrome, sin sufrirlo en realidad. Un hombre sensible, con una gran imaginación y capaz de luchar por mantenerse joven, puede confundirse con un Peter Pan. Pero no olvidemos que estas cualidades son caminos hacia la serenidad inteligente. Sería como confundir a una persona inconsciente con una que está muerta.

Un hombre es víctima de este síndrome cuando éste le impide desarrollar relaciones con otras personas e interfiere en su funcionamiento diario.

Creo que todos conocemos la historia del despreocupado Peter Pan. Fue este personaje el que nos mostró lo maravilloso de la eterna juventud. Fue él quien enfureció al Capitán Garfio. Fue él quien, con sus juegos, rompió el corazón del Capitán, y por eso, fue lanzado, por la borda del barco, a las fauces del cocodrilo que se había tragado un reloj.

Él simboliza la esencia de la juventud. La alegría y la presencia de ánimo. Infatigable, nos tiende la mano de un eterno compañero de juegos. Cuando permitimos que él toque nuestros corazones, nuestras almas son alimentadas.

Hasta ahí, el maravilloso cuento de J.M. Barrie, nos toca la fibra y es como si Campanilla hubiera esparcido sobre nosotros su “polvo de hadas” y pudiéramos volar. Volar con la imaginación de un niño. Sentir la brisa acariciando nuestra piel. Volar hacia el país de Nunca Jamás, donde no existe el tiempo y todo se puede “arreglar” de forma sencilla. Porque hasta perseguir nuestra sombra resulta algo divertido.

Crecer es duro, y Peter Pan se resiste con rabia. Pero si miramos atentamente al personaje, descubriremos que, en realidad, Peter Pan es un joven muy triste. Su vida está repleta de contradicciones, conflictos y confusión. Porque sentirse atrapado entre el hombre que uno no quiere ser y el niño que ya no se puede seguir siendo, es duro, muy duro y triste.

El neutralizante de los polvos mágicos es la realidad. Tratar de comprender a estos hombres y ayudarles a superar el síndrome es cosa de todos. Comenzando por las madres que -guiadas por el amor y sentido de protección- impiden el normal desarrollo de los hijos varones. Los convierten en inútiles cuando, sin mala intención, les impiden realizar tareas cotidianas. Frases como “ya tendrá tiempo de aprender que la vida es dura”, forman parte de la educación de muchos niños. Actitudes permisivas se han colado en muchas facetas de nuestra vida: literatura, filosofía educativa, comunicación… Ellas les han dado a nuestros padres la idea de que, al criar a los hijos, hay que evitar la autoridad y el castigo, y nunca implementar límites al espacio de crecimiento.

Al adoptar esta forma de educación se fomenta la irresponsabilidad. No estoy hablando de ser vago, sino de ser absolutamente irresponsable, donde el niño cree que las reglas no se le aplican. Cuando se llega a esos límites, donde la irresponsabilidad no es contraatacada, los niños dejan de aprender los necesarios hábitos de cuidarse ellos mismos.

El niño ha de aprender, desde su más tierna infancia, las cosas básicas, como el aseo personal, o a ser ordenado. De no hacerlo, se convertirá, sin duda, en un adulto perezoso que ha enterrado la confianza en sí mismo.

Los hombres víctimas de este síndrome están llenos de ansiedad. Ansiedad que aprendieron siendo niños. Y la aprendieron de sus padres. Porque la ansiedad es el resultado de la infelicidad. Padres que no supieron disimular su agónica tristeza provocada por la insatisfacción.

El padre disimula su dolor con una imagen de “hombre duro” que todo lo puede. Y la madre, a menudo, hace gala de la batalla contra el martirio, bajo el velo del sacrificio. La frase más típica de una madre así es “Solo quiero la felicidad de mis hijos” o “Todos nuestros esfuerzos son para que nuestros hijos tengan lo mejor”. El resultado de estos mensajes es que los hijos no aprendan a comunicarse bien con los adultos de referencia. Esto provoca un sentimiento de culpa. Este sentimiento produce ansiedad. Y esta ansiedad es como un ruido ensordecedor que impide al niño escuchar sus propias necesidades y verbalizarlas.

En muchos casos, los padres, erróneamente, fingen ser felices. Tienen miedo de enfrentar sus sentimientos con la verdad. Esto sucede porque se sienten desdichados. Así, ponen falsas sonrisas en sus caras y se fuerzan a salidas familiares fingiendo, nuevamente, satisfacción.

Aparentemente, son una familia bien adaptada y hasta parecen felices. Dan a sus hijos dinero en vez de tiempo. De esta guisa, los hijos aceptan la comida, la vivienda y la seguridad como algo que se da por sentado, y se concentran en la búsqueda de nuevas formas de placer. Después, al disponer de demasiado tiempo y muy poca seguridad en casa, buscan identidad en el grupo. Con demasiada frecuencia, buscan desesperadamente un lugar al que pertenecer.

En un estado que podríamos denominar de “pánico”, los niños son atraídos por los medios de publicidad que les aseguran que la clave del éxito es hacer lo mismo que hacen los demás. Como consecuencia, la presión a la que son sometidos, invade cada aspecto de sus vidas.

Si eres mujer y conoces a un hombre con este síndrome, no te rindas. Con amor y paciencia, él puede solucionarlo. Si eres madre, no conviertas a tu hijo en un Peter Pan, guíalo para que encuentre su propio espacio y llegue a ser un adulto responsable y comprometido con su felicidad. Ayúdale a desarrollar sus habilidades y nunca finjas ni tristeza ni alegría.

Si crees que eres Peter Pan, sal de la prisión de la soledad. Deja de mentirte a ti mismo. Y recuerda que ese mundo -ese que pertenece a tu infancia- se llama –y no en vano- el País de Nunca Jamás.

Albéniz y las tetas

La cultura no es lo que aparece con ese nombre en los suplementos dominicales de los periódicos, esto se sabe. Fernando Alonso y su trayectoria en Ferrari, por ejemplo, la receta del guiso de la abuela, o las técnicas para un satisfactorio cultivo hidropónico son también cultura. Hay muchas definiciones del concepto «cultura» -y no siempre coinciden en cuanto a su objeto-, pero intuitivamente todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de ella. La cultura es una herramienta para vivir, una especie de manual de instrucciones que debemos aprender para desenvolvernos en un mundo que hemos heredado y que puede llegar a ser verdaderamente hostil. Tener cultura es saber utilizar un tenedor, pero también es saber cuándo callar.

Los debates en torno a esta noción de cultura, en la comunidad académica, son encendidos. Por ejemplo, hay corrientes de pensamiento que aseguran que la cultura es propiedad exclusiva de los seres humanos, es decir, que los demás animales carecen por completo de ella. Animal igual a instinto, humano igual a cultura. Pero claro, todo depende de qué consideremos cultura.

Sin embargo, hay un par de rasgos en los que parece que -más o menos- todos se ponen de acuerdo. El primero sería el aprendizaje: la cultura se aprende, no se nace con ella, puesto que -si no-, sería instinto. Y en este aprendizaje -que puede ser infinito-, la cultura se reinterpreta, se modifica, se adapta, cambia.

El segundo rasgo en el que también todos parecen coincidir -y aquí queremos hacer hincapié- es que la cultura se asocia a un grupo determinado de individuos, más o menos extenso, estableciendo así sus límites. Por ejemplo, los chinos tienen su cultura y los noruegos, la suya propia. Son dos grupos diferenciados por razón de su cultura. Pero no pensemos que los límites de la(s) cultura(s) son iguales a los límites de las naciones, esto es un engaño. Existe, por ejemplo, la cultura de los pescadores, que será muy parecida en Noruega y en China, o la de los surfistas. Existe la cultura de los punkies, con manifestaciones similares en multitud de países. Existe la cultura judeocristiana, que también establece sus propias fronteras, las cuales no coinciden con las de las naciones donde la hallamos. Forofos del Real Madrid y forofos del Barcelona componen dos culturas opuestas, pero ambas pertenecientes a una cultura común, la cultura «futbolera». Y así indefinidamente, hasta trazar un mapa insondable de culturas y subculturas que nos agrupan y nos separan.

España

Nuestros referentes culturales son, en primer lugar, nuestros padres. De ellos aprendemos no sólo a usar el tenedor -y a callar cuando es preciso-, sino a hablar y a pensar. De ellos aprendemos lo que es importante, lo que es bueno, lo que es bello, lo que es divertido… Sus prioridades son asimiladas por nosotros y luego renegociadas, adaptadas a nuestras propias necesidades (como decimos, la cultura es algo dinámico, cambiante). Así, la adolescencia podría estudiarse como ese momento en el que el hijo revisa el modelo cultural que ha mamado, lo compara con otros modelos existentes (con los de sus amigos, los sus ídolos, etc) y empieza a crear el suyo propio, normalmente por oposición al heredado.

España es cuna de grandes literatos, pintores, músicos y artistas en general. Sin embargo, a muchos españoles no les interesa esto en absoluto. Su cultura, igualmente española, camina en un sentido distinto al de la cultura de aquellos artistas: no comparten con ellos sus referentes. Estar al día de lo que sucede en las rutas ciclistas es cultura. Conocer la discografía de Aerosmith, la lista de ganadores de Operación Triunfo, o la tabla de precios de una peluquería canina es también cultura.

Albéniz

A nivel internacional, Isaac Albéniz está considerado como uno de los grandes músicos españoles de todos los tiempos. Aún más, se le considera uno de los mejores músicos de todos los tiempos -sin la etiqueta «españoles»-. Albéniz reinventó la música española. Lo hizo a finales del siglo XIX, es decir, no hace tanto. Y lo hizo en menos de 50 años, los que vivió.

Albéniz murió muy decepcionado. Consideraba que España era esa «morena ingrata» a la que había dedicado su vida y que no le devolvió ni siquiera el reconocimiento. Y eso que Albéniz, para componer, bebió de la música tradicional española. Cabría suponer que así, basándose en el folclore, conectaría mejor con el público, pero no. Una sociedad ocupada en otros menesteres no supo apreciar lo que tenía.

Hoy Albéniz goza de un cierto reconocimiento en España. Sus músicas al final trascendieron, como era natural y ahora a todos nos suena, por lo menos, su «Asturias». Sin embargo, si preguntáramos a 100 adolescentes españoles -al azar- que quién fue Albéniz, probablemente la gran mayoría respondería con un lacónico «no sé».

Televisión Española tiene en su página web un documental sobre Isaac Albéniz que se llama «Los colores de la música». Se puede ver gratuitamente, en cualquier momento.

Las tetas

Hay otro documental en la web de TVE titulado «Tetas: un valor en alza». También se puede ver gratuitamente, en cualquier momento. Habla, como cabría esperar, de la importancia que tienen los pechos en la vida de las personas. Aborda temas como la cirugía estética, los cánones de belleza, la politización del cuerpo, la construcción de la identidad conforme a la percepción de los demás… Es un documental interesante el cual, si bien no profundiza en exceso, ofrece al menos algunas pinceladas de este fenómeno.

Pero, sobre todo, lo que consigue el documental es acercarnos al modo de ser de gran parte de nuestros vecinos (a cierta zona de la cultura). Ver a varias veinteañeras tan preocupadas por su busto -y por cómo les sentaría la ropa con dos tallas más- es llamativo. Oírles decir que con las tetas siliconadas se consiguen mejores puestos de trabajo es… decepcionante. Qué afán de superación.

Crisol 

Y esa es su cultura. Una cultura de una España adolescente que desprecia lo heredado y busca su identidad en lo concreto inmediato, en lo fácil. Una cultura efebocrática -de culto a la juventud- que iguala el éxito personal al número de votos obtenidos en Badoo. Que desprecia a Albéniz mientras paga 6.000 euros por cada teta.

Pero lo más gracioso es mezclarlo todo. Imaginar a estas veinteañeras como si fueran personajes de un cómic: sentadas frente a la tele, viendo el documental de Albéniz. Sobre sus cabezas, un bocadillo -de esos que muestran lo que el personaje está pensando- y en su interior, el dibujo de unas enormes tetas encarnadas.

Albéniz era -y esto es bien sabido- un mujeriego: probablemente, le encantaban las tetas (en esos años también se llevaban gordas). Pero fue capaz de sobreponerse a ellas, a su influjo imperialista; fue capaz de apartarlas de su centro de atención, al menos, durante el tiempo necesario para reinventar la música española. Y reinventándola -olvidándose de tanta teta-, engrandeció la cultura.

 

Culpables

A lo largo de la segunda mitad del siglo pasado se ha tratado de sistematizar los trastornos de la personalidad en grandes síndromes y en más de una ocasión se ha hablado de la depresión -o de la ansiedad- como la «enfermedad» mental -o emocional- más importante del momento. A esto se han añadido estadísticas para hacernos ver que nadie está a salvo de cualquiera de esos cuadros conflictivos.

Cada vez hay más personas que caen en un estado depresivo importante, o que entran en crisis agudas de ansiedad, sin conocer el motivo de los mismos. Pero siempre hay un motivo. A veces es consciente o reactivo de una situación concreta, pero otras su etiología es inconsciente.

La mayoría de los conflictos de personalidad, estados depresivos, o crisis de ansiedad, provienen de la capacidad que algunas personas tienen para sentirse culpables, lo cual genera una tendencia inconsciente al auto-castigo.

Vivimos en una sociedad de la que no podemos sustraernos. En esta sociedad hemos nacido, hemos sido criados, educados y condicionados, y por tanto, todo lo que ha influido en nuestra biografía también lo ha hecho en nuestra personalidad.

El hombre es culpable de lo que le ocurre -enfermedad, sufrimiento,  muerte-, por haber contravenido las leyes que imperaban en el Paraíso. Eso -de manera inconsciente- es algo que llevamos adherido a nuestra existencia y potencia -sin darnos cuenta- y –en muchas ocasiones- se traduce en un sentimiento de culpabilidad.

Por otro lado, subliminalmente, existe la lectura relacionada con el tabú sexual. Esta lectura dice que el mal que ha generado el hombre al privarse de la vida eterna -y de su morada en un continuo paraíso- es su deseo sexual. De ahí la cantidad de conflictos de esta índole y los frecuentes sentimientos de culpabilidad y frustración que muchos padecemos respecto a nuestros propios deseos y necesidades en este ámbito tan natural del ser humano.

¿Quién no conoce el mito de Adán y Eva, la Serpiente y el Paraíso? La cultura cristiana ha generado una sensación de desfondamiento precisamente con este mito. Ambos conceptos –sexo y culpa- están siempre presentes en el mundo en que vivimos y han sido ampliamente tratados, tanto por la filosofía, como por la teología, o incluso la literatura.

El sentimiento de culpabilidad inconsciente se encuentra encerrado en esa zona de la personalidad que Sigmund Freud llamó el “Ello”, y con frecuencia tiene una réplica en la conciencia en forma de autocastigo. Pensemos, como ejemplo, en algunas situaciones que viven muchos seres humanos y que con frecuencia nos resultan inexplicables desde el punto de vista de la lógica: Personas que -sin desearlo- continuamente se implican en situaciones que les acarrean cientos de problemas; personas que se niegan el éxito, teniendo todo a favor para conseguirlo; personas con una actitud negativa hacia la pareja, a la que aman con fervor… Son reacciones aparentemente contradictorias, que llevan en la mayoría de las ocasiones al individuo a una negación de la felicidad –o al menos de una felicidad temporal: la única forma de felicidad posible para los seres humanos-.

Existe otro factor que suele generar sentimientos inconscientes de culpa: el chantaje emocional. Con frecuencia, este chantaje es involuntario y producto de una necesidad de protección exagerada hacia la persona a la que se chantajea; o bien consecuencia de una actitud egoísta del que chantajea. Por ejemplo, esas madres que -para que los hijos tengan los comportamientos deseados- se quejan de sufrimiento moral o físico cuando esos mismos hijos no ceden a sus requerimientos. O esa mujer -o ese marido- que entran en estado de melancolía cuando la pareja es capaz de disfrutar de su propio espacio.

Pero también existen los chantajes conscientes, voluntarios, muy sutiles y contaminantes. Estos se realizan con plena actitud, casi maquiavélica, por parte del chantajista y siempre para tener dominado al chantajeado. Suele ocurrir con más frecuencia en relaciones de pareja y en relaciones laborales. En estos casos, el chantajeado, si es persona de carácter débil, acaba por crearse sentimientos de culpa que le llevan a debilitarse todavía más y a manifestar comportamientos auto-punitivos.

Descubrir los propios sentimientos de culpabilidad inconsciente lleva a la persona a lograr una autonomía de pensamiento y acción, a alcanzar la confianza en sí misma, a aumentar su autoestima y -sobre todo- a dejar para siempre la tendencia al autocastigo, lo cual generará una calidad de vida emocional que le permitirá dirigir su propia existencia.