A currar
Más confío en el trabajo que en la suerte
Proverbio latinoRico o pobre, poderoso o débil, todo hombre ocioso es un ladrón
Jean Jacques Rousseau (1712-1778)
Trabajar dignifica, trabajar te hace libre, trabajar bla bla bla. Está claro que el trabajo es uno de los grandes temas para el ser humano. Hay quien trabaja por dinero, por placer, por realización personal o por obligación… Hay quien no trabaja, porque no quiere; quien quiere trabajar y no puede… Y hay quien ni siquiera sabe lo que es trabajar. De estos últimos hablaremos.
Los «steven spielbergs»
Centrándonos en el sector audiovisual -que es el que conocemos-, a poco que observemos, veremos que en él concurren animales de muy distinto pelaje. No es lo mismo coger la cámara y marcharse a cubrir la guerra en Crimea, que enrolarse en una teleserie casposa. Allí, en la teleserie, se vive bien -mucho mejor que en Crimea- y se trabaja ciertamente poco. Aunque pudiera parecer que la carga laboral es extenuante, en producciones medianas y grandes, el trabajo está tan estratificado, hay tantas personas implicadas, que la mayor parte del tiempo se pasa esperando. El que se encarga de enfocar no tiene nada que ver con el que dirige a los actores, o con quien los maquilla, los ilumina, o quien elige los escenarios. En Crimea es diferente. El profesional que viaja a una zona en conflicto (por seguir con el ejemplo) debe ser absolutamente autónomo, polivalente -un «hombre orquesta»- y con frecuencia una persona es capaz de obtener mejores resultados por sí sola, que veinte steven spielbergs de aquellos.
Autocomplacencia
Y esto se debe a la percepción que cada uno tiene de su propio trabajo. Para muchos -para demasiados- lo importante del medio audiovisual es lo que éste puede aportar a sus propias vidas, en términos de estatus socioeconómico (fama, prestigio, posición social, riqueza…) En la época del aparentar, hacer cine queda bien, con los amigos, con la familia, con las chicas en el bar; decir que he sido «director de producción» en tal o cual proyecto, ya hace que los demás me perciban como a alguien «importante», «con contactos», como a un «triunfador». Y si consigo engañarme a mí mismo, me irá bien engañando a los demás.
Los pasolinis
Para otros, evidentemente, el trabajo audiovisual es una tarea de responsabilidad y como tal, sacrificada, desagradecida, dura. Lo importante no es la medalla, sino la obra, y las cosas se hacen a base de esfuerzo, desde una intensa formación previa («el oficio») y con una humildad ante el resultado que no es sino reconocimiento a los genios que nos precedieron.
Por eso, a los que día a día nos esforzamos por hacer mucho con muy poco, nos molesta profundamente esa gente con ínfulas que no sabe lo que es trabajar. Nos molesta que consigan engañar a los demás, contándoles milongas, haciéndoles creer que se necesita un equipo de veinte personas para hacer algo que con dos profesionales de verdad se resuelve; que se apropien espacios que no les corresponden, que nos roben las subvenciones a base de fiestas y gin-tonics -para organizar más fiestas y tomar más gin-tonics- y lo peor, lo que más nos duele y molesta, es que estén tan contentos de haberse conocido.
Claro que a los pasolinis nos engañan poco, identificamos a estos especímenes a la primera: basta con ponerles a currar.
Arcos de triunfo
Sucede que, en ocasiones, las cosas pierden su sentido. Resulta complicado, en este mundo nuestro, comprender por qué hacemos lo que hacemos, especialmente cuando se nos dice que «esto se hace así», o que «siempre se ha hecho así» y que nosotros debemos hacerlo así, y ya está.
La tradición es una fuerza poderosa. Muy útil con frecuencia, pero demasiado tiránica cuando no se revisa. Y revisar la tradición es, por principio, algo delicado, ya que su poder radica precisamente en su capacidad para perpetuarse sin revisión alguna.
Madrid-Atleti
Aunque se quiera laica y aconfesional, la sociedad española es politeísta. Ya algún antropólogo ha apuntado que el propio Catolicismo es un culto politeísta, en tanto que sus fieles glorifican un gran número de divinidades -vírgenes, santos y demás-, pero no hablaremos tanto de eso como de otros iconos numinosos que estructuran nuestra cultura.
Este fin de semana, tendrán lugar en Europa dos celebraciones de corte espiritual -y de máxima importancia- relacionadas con los universos culturales político y deportivo (tan vinculados entre sí). La primera de ellas es la final de la Copa de Europa de fútbol (UEFA Champions League), el sábado, en la que por primera vez se enfrentarán dos equipos de la misma ciudad: el Real Madrid y el Atlético de Madrid. La segunda son las elecciones europeas, el domingo.
Así las cosas, podemos predecir que, el sábado por la noche, la estatua de un dios pagano será glorificada en Madrid. Si gana el Atleti (cosa poco probable), el dios Neptuno recibirá la peregrinación de miles de feligreses. Si el Madrid, la diosa Cibeles.
A la romana
¿Por qué? Porque lo dicta la tradición. Y aunque pocos se planteen los orígenes o el sentido de tales costumbres, siguen practicándolas con un convencimiento tal -con tamaña adhesión al icono- que bien arriesgarían su integridad física si alguien osara impedírselo. Y se verá, cuando a altas (o no tan altas) horas de la madrugada comiencen las cargas policiales para disolver la turba.
Los romanos sabían bien cómo celebrar las victorias. Ellos extendieron esta costumbre de recibir a sus vencedores a la sombra de monumentos gloriosos. Los soldados entraban en Roma, entre vítores, a través de puertas erigidas específicamente para ellos, en su nombre, a su salud: los arcos de triunfo.
Las elecciones
Y tiene sentido que los senadores mandaran construir semejantes monumentos. La prosperidad del Estado se basaba en su capacidad bélica y por tanto, los guerreros eran -metafóricamente- héroes (mitad humanos, mitad dioses) a quienes se debía reconocimiento. Era prudente hacerlo.
Los políticos tienen sus propios templos. Allí se congregan para rendir culto al pueblo (ese dios de la democracia), para comparecer ante él y para rezarle cuando conviene. Y, como hacemos con otros dioses, para olvidarlo una vez hayamos obtenido el milagro que anhelábamos.
Comparecencias
Recientemente, con ocasión de las elecciones europeas, y ya que nuestra empresa se encuentra alojada en el vivero más importante de Asturias (el Centro Europeo de Empresas e Innovación), hemos tenido la oportunidad de intercambiar impresiones con algunos de los candidatos que postulan para representar al Principado en Bruselas. Candidatos de distintos partidos vinieron a visitarnos y nos preguntaron que qué tal, que cómo veíamos la situación y que qué podría hacerse para mejorarla.
Con el debido respeto, respondimos a sus preguntas y les trasladamos algunas de nuestras sugerencias, quejas y reivindicaciones, por ver si aquello servía de algo. Dijimos que la cuota de autónomos es un lastre importantísimo para las pequeñas y medianas empresas y que nos incapacita para competir con igualdad de condiciones en el mercado europeo, puesto que otros países de la Unión no gravan de manera tan arbitraria la actividad de sus empresarios. Dijimos también que el éxito de sectores como el nuestro, el audiovisual, pasa por que las empresas tengamos acceso a recursos compartidos (cámaras, estudios, redes…); que el idioma es un impedimento central para que compañías de distintos países europeos colaboren en proyectos comunes; que la vociferada apuesta del Estado por los emprendedores no es tal, ya que cuando una iniciativa empresarial fracasa, es el emprendedor quien pierde su patrimonio y no el Estado, que cobra igualmente; y que las subvenciones públicas no llegan hasta nosotros, que se quedan por el camino, debido a dos motivos principalmente: a la carga burocrática que supone solicitarlas y a que las empresas grandes las acaparan, por disponer de departamentos especializados en su obtención, que revisan a diario los distintos Boletines Oficiales y ponen en marcha todo un aparato jurídico de contrastada efectividad.
El sentido
Y así, ante estas argumentaciones, algunos de los candidatos llegaron a reconocer que «hay que cambiar el modelo completo». Porque, está claro, cuando la tradición, la «manera de siempre» de hacer las cosas, no funciona, es necesario reconstruir los cultos. Esperemos que nuestras sugerencias, como tantas otras, no se las pasen por el arco del triunfo.
El amor al arte
«Eso lo hace mi suegro con el móvil»… «Bah, si para ti es fácil, no tardas nada»… «¿Te va mal? Bueno, siempre puedes buscarte un trabajo».
Hay una creencia muy extendida en nuestra sociedad con respecto a los que, de una u otra manera, nos dedicamos a algo relacionado con la «cultura», con la «creación», con la «expresión», con el «arte»: ya que nuestro trabajo en ocasiones es divertido -y como en general nos gusta hacerlo-, no tenemos derecho a cobrar por él.
Castigo divino
Resulta que buena parte de la población experimenta el trabajo como si fuera un castigo divino. Y así, el trabajo se convierte en el alto -altísimo- precio que hemos de pagar por sobrevivir. Si disfrutas haciendo tu trabajo, eso es que no estás trabajando.
Pero, paradójicamente, cuando uno se acerca a otros sectores, descubre que el trabajador allí no sólo no sufre tanto como proclama, sino que -en comparación con uno mismo-, vive bastante bien. Horarios llevaderos, sueldos suficientes y amplios márgenes de maniobra (una vida después del trabajo) son lo que más llama la atención a alguien que se dedica, por ejemplo, a realizar vídeos.
El arte
Si pensamos por un momento en lo que debe saber un editor de vídeo para realizar bien su trabajo, probablemente nos entre el vértigo. Ya no es cuestión de manejar complejos programas informáticos que cambian continuamente. Ni siquiera se trata de dominar eso que se conoce como «lenguaje audiovisual» (síntesis aditiva, valores de campo, «pan», «tilt», «fade» y encabalgamientos varios). O desenvolverse con soltura en el proceloso mundo de la transcodificación, los encapsulados, los códecs y el BitRate. Es mucho más. Para ser editor -buen editor-, hay que depositar en cada obra una parte muy importante de uno mismo. Hay que dar a los vídeos un «ritmo», un «tono», una «intención» y -en definitiva- dotarles de «alma».
El desgaste que esto supone no se imagina. Todo parece fácil, porque el resultado pasa muy rápido («¡si sólo son dos minutos de vídeo!»), y un trabajo está bien hecho cuando no se notan las horas y horas que hay detrás de él.
La expresión
Y parece que, claro, el «creativo» se dedica a volcar sus propias «neuras» sobre el papel -o la pantalla-. Si los demás le prestamos nuestra atención, es por hacerle un favor, porque en realidad no nos importa que hable o calle, estamos saturados de tanto rollo. Y si -a base de pico y pala- consigue robarnos media sonrisa, quizás no le crucifiquemos.
El menosprecio
Todo lo cual nos legitima para menospreciarlo. Intentaremos que trabaje gratis («bah, pero si a él le gusta»), que trabaje mucho («éste no sabe lo que es trabajar»), que trabaje en cualquier momento («la Semana Santa, ¿cómo la tienes?») y por supuesto, si pretende cobrar por eso que hace, regatearemos el precio. En la farmacia no es así. Una medicina cuesta 32,64 euros y nosotros los pagamos. En el taller, el mecánico cobra 80 euros por su hora de trabajo. En la frutería, los kiwis valen más caros que las naranjas. Y si tengo que pagar 200 euros de luz, los pago.
El amor
Así que, para un diseñador gráfico, para un músico, para un actor, para un escultor, para un editor de vídeo, para un fotógrafo, y para tantos otros, alinearse cada día con el mundo constituye un ejercicio de amor. Pero de amor puro, amor del cristiano, amor al prójimo que te azota.
Y no es amor a la obra, no. Es amor a los ojos que la miran.
*Nota: Este texto es gratis, nadie cobra por su redacción o publicación. Si te ha gustado, por favor, deja un comentario.
Imagen de portada: «Haraganes», de Evaristo Valle (1947).
Gran estreno en Madrid
El próximo viernes 14 de febrero estrenamos en Beer Station Madrid, a las 19:00, “La venturosa señorita Milíbilis y el bueno de don Jaravito”, una chorrada impresionante.
Se trata de una mini-serie cómica concebida para su difusión gratuita a través de Internet (así que si no podéis ir al estreno, no pasa nada, la publicaremos más adelante). Se compone de varios capítulos breves y está protagonizada por estos dos personajes, la venturosa señorita Milíbilis y el bueno de don Jaravito, encarnación de la inocencia más absurda y herederos del mejor teatro de variedades. Os dejamos un pequeño adelanto…
Símbolos y ofensas
El símbolo, divino tesoro. Tan difícil de definir, tan etéreo, es para los humanos la ventaja evolutiva, lo que nos ha permitido crecer, medrar, organizarnos, llegar hasta aquí. Manejamos el símbolo mejor que cualquier otra especie en la Tierra, y trabajamos en él a diario, continuamente, como si nuestra única tarea fuera la de definir y redefinir sus significados. La adolescente que juega con el maquillaje ante el espejo -rojo pasión, verde esperanza-; el agente que activa la sirena de su coche patrulla…
¿Pero qué es el símbolo?
Como se trata de un concepto complejo de analizar, para no liarnos mucho, os proponemos que os acerquéis a él de manera intuitiva… ¿Qué es un «símbolo» para vosotros?
Peirce fue un pensador que dedicó buena parte de su vida al estudio de los signos y curiosamente, su definición es bastante intuitiva también. Sin ser del todo literales, para él, un signo sería «algo» que para un grupo de personas se refiere a «otra cosa». ¿No es genial?
Pues así, intuitivamente, nos hemos acercado mucho a lo que la ciencia entiende por «símbolo». Y es que un símbolo es un tipo de signo, es decir, algo que, para las personas, se refiere a otra cosa. Por ejemplo, la letra «a», para los españoles, simboliza el sonido /a/ (para los ingleses la misma letra representa el sonido /ei/). Un semáforo en rojo significa para los conductores la obligación de detener el vehículo. Un escote muy pronunciado, o una corbata, o un determinado perfume, significan también, para ciertas personas, ciertas cosas.
Así que, para que un símbolo sea símbolo, hacen falta al menos tres ingredientes: el propio símbolo (la señal de tráfico), el grupo de «interpretantes» (los conductores) y la realidad a la que hace referencia, el «referente» (detén el vehículo).
Una bandera
Quizás una de las claves de la supremacía económica de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX haya sido su magistral dominio de los símbolos. Han tenido a su disposición la mayor fábrica de signos que jamás se haya construido (Hollywood), y la han sabido aprovechar, qué duda cabe.
En Estados Unidos, conviven gentes de toda edad y condición. Es un pastiche tremendo, con personas de múltiples razas, credos, orientaciones, de muy diferentes poderes adquisitivos… Y sin embargo, la bandera de los Estados Unidos, en cierta manera, les une a todos. Es rarísimo ver a un estadounidense mancillar su bandera, quemarla o tratarla sin reverencia, porque por lo general, el estadounidense se siente representado en esa bandera: quemarla, deshonrarla, sería como deshonrarse a sí mismo.
¿Es esta adhesión algo natural? ¿Es voluntaria? ¿Está razonada? Son interrogantes que podríamos plantearnos, pero en este caso dirigiremos la atención a lo que acaba de suceder en España, que nos toca más de cerca.
La bandera
El Ministro del Interior anunciaba recientemente que la nueva Ley de Seguridad Ciudadana sancionará las ofensas contra los símbolos españoles con multas de hasta 30.000 euros (equivalentes al sueldo íntegro de dos años de un asalariado medio). Es decir que, si en el curso de una manifestación -de las muchas que se producen en una España indignada-, a alguien se le ocurre atentar de alguna manera contra el escudo, el himno, o la bandera de España, de sus comunidades autónomas, de sus ayuntamientos y/o demás instituciones, podrá ser condenado a dos años -valga la expresión- de «trabajos forzados» -expresión metafórica, claro, ya que muchos ni siquiera tendrán trabajo con el que asumir la deuda-.
Un pequeño excursus: A propósito del himno, uno recuerda cómo en los colegios, durante los años ochenta, se cantaba eso de «Franco, Franco, que tiene el culo blanco…». Era pegadiza, la canción, pero sin mayor malicia. Ahora, probablemente supondrá una grave ofensa a la nación, sancionable por tanto (¿escribir «nación» con minúscula será también objeto de sanción?)
Mi bandera
Así que en éstas estamos… Los gobernantes pretenden conseguir nuestra adhesión a los símbolos patrios mediante el miedo, mediante la represión, adueñándoselos, pero no es así como funciona. Los españoles, el pueblo español, soberano, tiene derecho a decidir sobre sus símbolos. Si la bandera, como símbolo, ha dejado de significar lo que significaba -ese estado social, democrático y de derecho que define nuestra constitución-, si la bandera ha dejado de representarnos, los españoles tenemos derecho a reivindicar una vuelta al significado original, tenemos derecho a una bandera en la que proyectarnos como pueblo, como comunidad, con orgullo.
E incluso a mostrar nuestra rabia públicamente –significar nuestra decepción en esa bandera-, como se hace con el padre, o con Dios, cuando sentimos que nos han abandonado y renegamos de ellos.
No dejemos que nadie se apropie nuestros símbolos, especialmente los gobernantes. Mejor que quemar la bandera, o sustituirla por otra, ondearla bien alto. Mejor que componer un nuevo himno, corear el que ya tenemos. Mejor que atentar contra el signo, construir, entre todos, su significado. Y así, al final, convertirnos en el pueblo soberano que nos dijeron que seríamos, y en el pueblo unido que nunca llegamos a ser.
El sexo que me hace feliz
Hablemos un poco de sexo, de género, y de la madre que lo parió, que hay un lío tremendo con esto…
La semana pasada, un colegio de Málaga saltaba a la palestra por negarse a permitir que uno de sus alumnos -nacido varón- vistiera uniforme femenino. La madre, que asegura que su hijo es exacerbadamente femenina, pide que sea tratado como cualquier otra alumna. La fiscal andaluza de «violencia contra la mujer y discriminación sexual de género» se ha dirigido al colegio solicitando que adopte las medidas necesarias para respetar la identidad de género de la menor. Y la Junta de Andalucía ha advertido que sancionará al colegio si no respeta dicha identidad de género.
El sexo
Vamos a intentar esclarecer un par de conceptos, porque ya va haciendo falta. Y para ello, para iluminar en lugar de oscurecer, nos inspiraremos en algunos estudios antropológicos, eminentemente los publicados en el libro «Antropología de la sexualidad y diversidad cultural». Estudios cuya lectura recomendamos encarecidamente a fiscales, jueces, profesores, padres y/o psicólogos, antes de que sigan liando la cosa.
Sexos hay dos, pese a quien pese. Y esto es así. A excepción de algunos casos de hermafroditismo humano (personas que nacieron con genitales tanto masculinos como femeninos), todos los seres humanos hemos nacido o con genitales masculinos o con genitales femeninos, y esto determina nuestro sexo. Podemos elegir entre los términos «femenino y masculino», «varón y hembra», «hombre y mujer» -o los que más nos plazcan- para distinguir a las de un sexo de los del otro sexo, pero no podemos evitar haber nacido con el sexo que nos ha tocado en suerte. Y lo mismo para los demás animales.
La sexualidad
La sexualidad, en cambio, está relacionada con las prácticas sexuales de cada uno. Los gustos y orientaciones varían infinitamente, y así pueden gustarnos tímidas, calvos, inteligentes, sencillas, gordos, sofisticadas, sumisos, negras, o vaya usted a saber. Lo que cada cual elija es cosa suya. Practicar sexo, no practicarlo, practicarlo siempre con la misma persona, cada vez con una distinta, en soledad… son opciones que no vienen necesariamente determinadas por el sexo con el que hayamos nacido, sino que dependen de otros muchos factores en los que no entraremos. Digamos sencillamente que todas las opciones para desarrollar la sexualidad son respetables, mientras que haya consentimiento de la otra parte: la violación es siempre censurable, así como las prácticas zoofílicas, pedófilas y tantas otras.
La sexualidad no es como el sexo, que nacemos con él. La sexualidad se desarrolla a lo largo de la vida de la persona y muy especialmente tras la pubertad. Es en la pubertad cuando las hormonas se desatan (valga la expresión) y el adolescente experimenta con nitidez unos deseos y pulsiones que hasta entonces apenas había atisbado. De ahí que a los niños se les considere «presexuales», porque no han tenido ocasión de desarrollar su sexualidad (no es que no tengan sexo, es que no han desarrollado su sexualidad). Y de ahí que la pederastia sea tan execrable.
El género (o la fiesta de disfraces)
Ahora viene lo bueno. El humano es un ser social y las sociedades se ordenan gracias a las culturas, que son construcciones simbólicas. Pero pongamos algún ejemplo:
Un médico es aquél que está facultado para practicar la medicina. Para ser médico, en nuestra sociedad, hay que titularse en la Universidad, hacer el MIR y mil cosas más. Lo que la sociedad pretende con todas estas pruebas es que nadie se llame a sí mismo «médico» si no tiene los conocimientos necesarios para sanar: ése es el requisito fundamental.
Un alcohólico es aquél que no puede prescindir del alcohol. Podrá no beber, durante años, durante toda su vida incluso, pero en la medida en que lo necesite, lo desee y condicione su existencia, será alcohólico.
Un heavy es aquél que no sólo escucha música heavy, sino que además utiliza una indumentaria determinada, se comporta de una determinada manera, etc.
Como vemos, los humanos en sociedad tendemos a diferenciarnos de los demás pareciéndonos a otros a los que consideramos nuestros iguales, nuestros pares. Esto es lo que se llama «género social». Soy punk, soy independentista catalán, soy fontanero, soy pederasta: el género determina nuestra identidad.
Se puede ser médico y alcohólico, todo a la vez, pero cuanto más seamos de lo uno, menos podremos ser de lo otro (¿quien quiere que su cirujano beba?).
Visto así, hay tantos géneros como queramos construir porque, efectivamente, el género es una construcción puramente simbólica, cultural. Aunque no todos los géneros están al alcance de cualquiera: para ser de cierto género hay que cumplir ciertos requisitos (para ser millonario, hay que tener mucho dinero, para ser soldado, hay que jurar la bandera…) Y esto no se aplica menos cuando la sexualidad entra en juego.
Llegados a este punto, se ve el tremendo lío en el que estamos inmersos. Llamamos gay al hombre que tiene sexo con otro hombre, lesbiana a la mujer que tiene sexo con otra mujer, travesti al hombre que se viste con ropa de mujer, etc, etc, etc. Pero estos géneros son tremendamente equívocos, no como el género del médico, o el del alcohólico, que están perfectamente demarcados. ¿Un hombre es gay desde el momento en que besa a otro hombre? ¿O desde el momento en que tiene una relación sexual con él? ¿Y si no la vuelve a tener? Entonces es «bi«, ¿no?. ¿O queer? ¿¿O qué?? A ver, aclarémonos… ¿qué es un transexual? ¿Alguien que consume hormonas químicas? ¿Alguien a quien han extirpado sus genitales? ¿Alguien que prefiere el sexo homosexual? ¿O simplemente es un término que no sirve para nada, porque está tan vacío e indefinido que nadie sabe qué significa? Más bien eso, sí.
El transexual presexual
Y volvemos al colegio de Málaga, en el que un varón de seis años, presexual por tanto, quiere vestir falda. Y los adultos, como no entendemos nada, como lo confundimos todo, aprovechamos la coyuntura para hacer proselitismo, defender esto y aquéllo, insultarnos, llamarnos «carcas», «desviados», «hijoputas» y armar una ensalada mental en el chaval que le perseguirá toda la vida. Y ahí que van gobernantes y fiscales, con menos entendimiento si cabe, a marear la perdiz.
Vamos a ver… ¿Tiene genitales masculinos? Sí. Pues entonces el sexo de la criatura lo tenemos claro. ¿Que no le gusta haber nacido varón? Mala suerte. Si uno nace blanco y quiere ser negro, poco puede hacerse, excepto aceptarlo. Y ésa es la cuestión… ¿Estamos educando bien al niño si no le enseñamos a aceptarse a sí mismo (con su pene y todo)?
En segundo lugar… ¿El niño ha desarrollado su sexualidad? No, está en ello, y hasta su adolescencia aún faltan diez años. Entonces ¿¿¿cómo podemos decir que es transexual??? ¡Si no tiene deseo sexual ni hacia los hombres ni hacia las mujeres! Será todo lo exacerbadamente femenina que quiera su madre («porque le gustan las diademas y el rosa») pero decir que es transexual implica, al menos, que sea sexual y no, no lo es: es presexual.
En tercer lugar… ¿De verdad no se nos ocurre una solución al tema de los uniformes y los baños? ¿A ningún colegio se le ha ocurrido implantar un uniforme unisex y dejar de distinguir aseos masculinos de femeninos?
Y para terminar… Señora madre que parió al niño: El colegio, religioso para más señas, bebe de una normativa interna, de unas creencias, de una visión del mundo, de una CULTURA que existía antes de que su hijo naciera y que usted ahora, unilateralmente, quiere modificar. El colegio se ha negado a cambiar su visión del mundo -una visión simplista, sí: los niños son marineros y las niñas princesas, pero una visión lícita al fin y al cabo- y usted debe aceptarlo, del mismo modo que su hijo debe aceptar la protuberancia que emerge de su entrepierna. Seguro que encuentra algún colegio en el que, a base de fiestas de disfraces, enseñen a su hijo a relativizar el género (a no darle más importancia de la que tiene), que es lo que parece necesitar. Su hijo, usted, y la fiscal, porque vaya tela.
Bunbury, Iker, el periodismo y la verdad
«De todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios, decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza». (Jaime Gil de Biedma, «Apología y petición», 1961)
Hace no tanto, los políticos españoles sentían eso a lo que se conoce como «vergüenza torera»: si hacían mal su trabajo, o si simplemente perdían la confianza del electorado, dimitían, en el acto, con gran deshonra para ellos y sus familiares.
Últimamente, son tantos los escándalos aireados, tantísima la corrupción en España, que el honor ha pasado a un segundo plano. Agarrados con uñas y dientes al establishment, se habla de 300 políticos españoles imputados judicialmente, una circunstancia que, al parecer, en el parlamento valenciano afecta ya al 20% de los diputados.
Plano por arriba
Con este panorama, el pueblo ha perdido su capacidad de asombro. Ya a nadie sorprende que un alcalde haya robado, que un ministro trafique con influencias, o que se destape una estafa como la de las preferentes, la cual endeuda al país para la próxima década e involucra a lo más granado de la élite político-financiera. Esto es como un concierto de Metal del duro, en el que todo resulta tan extremo, tan brutal y descarnado, que ninguna nota -ningún grito- destaca por encima de las demás: es un estado de shock, plano por arriba.
El goteo
Y los medios de comunicación no cejan en ese incesante goteo de hechos luctuosos. Los informativos han incorporado la corrupción a la parrilla como uno de sus temas de agenda (¿hoy quién roba?), y lo tratan de manera anecdótica, casi igual que al hablar de la «vuelta al cole» en septiembre, o de la «operación salida» en julio. Es una escalada peligrosa, naturalizar la corrupción, porque supone una modificación de las reglas del juego e implica que todos acabemos practicándola. Como en Méjico, donde la «mordida» es casi una institución.
El contexto
Los periodistas debemos contextualizar la información, para que el lector pueda entender los hechos sucedidos. Que un avión aterrice en el aeropuerto de Castellón, por ejemplo, quizás no sea una noticia, a menos que conozcamos el contexto en el que se produce este hecho. De igual manera, no puede entenderse el porqué de un caso de corrupción, si no profundizamos en el análisis del sistema político y económico, pero aquí hemos tocado en hueso.
Lo cierto es que pocos medios de comunicación se atreven a ahondar tanto, precisamente porque ellos forman parte de este sistema político y económico y tienen mucho que perder. Y así, el deseable y necesario periodismo de análisis -que, cuando se hace bien, es incontestable- se ve sustituido por un sensacionalismo lagrimero y por ese periodismo de declaraciones y opiniones cruzadas que, lejos de aportar luz, oscurece todo lo que toca.
La conspiración
Llegados a este punto de la Historia, deberíamos ir aceptando que la conspiración, la gran conspiración, existe, es una realidad. El poder económico, concentrado en poquísimas manos, dispone a su antojo de los otros tres poderes, y el mundo entero se convierte así en un tablero donde las fichas somos nosotros y a los jugadores ni se les ve.
Cuando, por una razón o por otra, interesa la guerra, se produce la guerra. Y si conviene la paz, se fabrica la paz. Dominado por los mantras y eslóganes omnipresentes, el individuo actúa exactamente como estaba previsto, de acuerdo a un marco de referentes construido y controlado científicamente, por expertos que luego dan conferencias y obtienen nuestro aplauso.
La resistencia
Pero donde hay imperio, hay resistencia, y más en el mundo de Internet, de manera que las voces que denuncian ese mamoneo, las personas que lo investigan y los valientes que lo combaten, son cada vez más.* Y muchos tienen poco peso, pero otros no. Como Bunbury. O como Iker Jiménez.
Hoy por hoy, Bunbury es nuestra figura más internacional. Ni los actores más celebrados -«Pe», Bardem…-, ni los futbolistas, esos héroes efímeros, pueden hacerle sombra. Bunbury arrasa dondequiera que va, y sus palabras son tenidas en cuenta por gentes de toda edad y condición. Si Bunbury dice «¡despierta!», esa noche no se duerme.
Y otro tanto para Iker. Millones y millones de almas hispanohablantes le conocen y le quieren. Sus crónicas y reportajes se han convertido en el paradigma del «periodismo del misterio», y hay que descubrirse ante él, por lo que está consiguiendo.
El misterio
¿Pero qué está consiguiendo? Pues, precisamente, hablar de lo que nadie habla: de los conspiradores, de esas nuevas fuentes de energía que acabarían con el hambre y con las guerras del petróleo, de los robots que controlan los mercados bursátiles, de la vulneración de nuestra intimidad por parte de organismos públicos, de Wikileaks, de Anonymous, de las drogas, las mafias, de Fukushima y de lo que haga falta. Iker habla de lo que de verdad está pasando en el mundo, por rocambolesco que parezca, y su visión, aunque siempre marcada de una incertidumbre -que es a la vez su mayor fortaleza y su más terrible flaqueza-, adquiere más valor que la de tanto experto y la de tanto tertuliano apoltronado.
Bien mirado, es lo que hiciera Larra un par de siglos atrás: saltarse la censura.
Despertar
Esta semana salía a la luz «Despierta», el último videoclip de Bunbury. En él, se hace una referencia más que directa a todo este problema: el propio Enrique revienta una televisión con Rajoy en pantalla. Y el propio Iker nos invita a despertar.
Leer «Bunbury, fuerza de la Naturaleza» en dokult TV
Ver documental «Las venas abiertas»
*Cuidado con las guerrillas, son fáciles de controlar. La piedra no es el camino, el símbolo sí.
Transparencia, visibilidad y porno de fondo
A menudo, nuestro trabajo consiste en convencer a nuestros clientes de que la arruga es bella.
Porno de fondo
Internet lleva con nosotros, con los españoles, menos de dos décadas. Antes, las películas porno, en VHS, circulaban de mano en mano entre los adolescentes. Eran tan escasas y su demanda tan fuerte, que uno se veía obligado a pedir la vez, como en el mercado, si quería optar a tan indudable beneficio.
Se aprendía mucho con esas películas. Ya no sólo de «técnica sexual» -esa gran desconocida-, sino también de cine, de hacer cine, de cómo hacer cine. Y precisamente, se aprendía tanto, porque las películas porno, por lo general, eran de ínfima calidad: se veía el truco.
Transparencia
De manera que los realizadores de aquellas abominables producciones (y no por abominables menos deseadas), en su pereza, en su incompetencia, o quizás en su paroxismo, se mostraban -fielmente reproducidos en su obra- tal y como eran: unos chapuzas.
Y aquello le daba más encanto a la cosa, porque en el sexo, si bien la seducción marca la pauta -y la seducción es engaño, media verdad y maquillaje-, lo que de verdad excita es la sinceridad. Uno no quiere que le regalen el oído -o la vista, en este caso- con fraseos manidos, con ojos en blanco, con gritos heréticos, con mentiras. Uno quiere ver -y escuchar- una excitación real en el otro. Uno quiere sentirse deseado por lo que de verdad es. Y uno quiere encontrarse con el otro, en plena desnudez, en el placer mutuo.*
Aquellas pelis tenían mucho de realidad. De hecho, podrían analizarse como ingenuos documentales: erráticos, sin propósito historiográfico, pero fieles al objeto: transparentes. Y entre tanta transparencia, a veces, con suma satisfacción, un observador atento podía, al fin, atisbar un destello -en ellas, claro, en las actrices- de sincero placer robado.
Visibilidad
Con la publicidad sucede lo mismo. El espectador de hoy está tan saturado de mentiras -engaños, medias verdades, maquillajes- que busca desesperadamente algo real, que le muestre que la empresa con la que va a contratar está gestionada por seres humanos de verdad, y no por una máquina de construir falsedades, aunque sean bellas. Quiere gente honesta, gente de la que pueda fiarse. Gente normal.
Y aquí aparece de nuevo Internet, ese medio que lo ha cambiado todo, empezando por la pornografía. Internet permite no sólo que el ex-novio resentido publique una grabación de su antigua amada en circunstancias poco decorosas, sino también que todas las empresas tengan una página web, que publiquen sus fotos y vídeos, que establezcan una relación continuada con los clientes… Que se muestren, en definitiva.
Cómo mostrarnos es una decisión que hoy todos debemos tomar. Y todos somos todos, desde los individuos hasta los gobiernos, pasando por las familias, las instituciones, y por supuesto, las empresas. Mostrarlo absolutamente todo no parece razonable, ni siquiera de buen gusto (pensemos en la moda y en sus regímenes de visibilidad), pero de ahí a construir una gran mentira de nuestra empresa… ¿Queremos ofrecer una imagen de algo que no somos? ¿Eso nos beneficia? Y la gran pregunta: ¿lo lograremos?
Lo más probable, si intentamos engañar al espectador, es que no lo consigamos. Porque el espectador -recordemos- no se cree nada, y siempre -desde su más párvula infancia- está buscando la verdad detrás de la mentira, como un incansable detective, que quizás no detecte siempre el engaño, pero que con frecuencia sí detecta la verdad, la verdad que no se le ha querido contar. Y, por eliminación, pensará que todo lo demás es mentira.
Nuestra posición ante esto, ya lo decíamos al principio, se resume en la frase «la arruga es bella». Señores, que todos envejecemos, que todos somos humanos, que todos morimos, y que nadie es perfecto: acéptense, apuesten por ustedes mismos, ¡quiéranse!, identifiquen sus fortalezas y debilidades, sus deseos y expectativas, sus principios y valores, y cuéntenselos al mundo, sin miedo, sin medias tintas. El mundo les querrá por ello.
Notas
Foto de portada: «Aullido» por Miguel Peláez
*Aquí cabe un análisis mucho más profundo, vinculado a la Antropología y a la Psicología -pulsiones inconscientes, relaciones de poder…- en el que no entraremos ahora, pero sí en futuros artículos.
La salvación alienígena
Con los extraterrestres, uno nunca sabe… Ahora resulta que sí, que existen, y no sólo existen, sino que han contactado con nosotros, o al menos eso dice el antiguo ministro de Defensa de Canadá. Además, son bonachones y quieren enseñarnos a vivir, que a nosotros se nos da un poco mal.
Según ha declarado este señor, llamado Paul Hellyer, hay cuatro especies alienígenas distintas conviviendo con nosotros y los Gobiernos de múltiples países están colaborando con ellos. Con ellos, con los extraterrestres, no con nosotros, con los humanos, a los que en teoría estos Gobiernos se deben, pero a quienes no dicen ni palabra sobre el asunto.
Deus ex machina
Aunque, tras «La guerra de los mundos» o «Independence Day», ¿quién se fía? ¿No sacarán un rayo cósmico que nos pulverice? Uno quiere pensar que no, que las intenciones de estas entidades -a las que podríamos considerar divinas- son buenas. Uno quiere pensar que los extraterrestres nos van a traer la solución a tanto desahucio, a tanta estafa, a tanta desigualdad creciente y asumida; a tanto mamoneo, vaya.
Como en las tragedias griegas. Cuando la cosa se liaba demasiado y el autor no sabía muy bien cómo cerrar la historia, tiraba de Deus ex machina, es decir, sacaba a escena a un actor que decía ser Zeus y asunto resuelto. Zeus, claro está, no se andaba con minucias: tú allí, tú acá, tú acullá y yo me vuelvo al Olimpo. Y todos tan contentos.
Pero no todo va a ser tan fácil, ¿o creéis que sí? ¿De verdad alguien cree que este embrollo en el que andamos inmersos se va a resolver de la noche a la mañana y sin que hagamos nada? Difícilmente. Y por eso, en Turquía, en Brasil, ¡en España! hay quienes han optado por tomar la palabra y reivindicar, para los humanos, gobiernos humanos.
Y por eso, nosotros, si bien damos la bienvenida a los extraterrestres amistosos, tampoco callamos.
Ver declaraciones de Paul Hellyer (en inglés)
Dibujo de portada: «Stoned Alien Face» de Jesus-at-art (CC)
Dale a imprimir
Lo de la austeridad, al parecer, no termina de beneficiarnos. Hemos pasado de comer pollo con patatas a comer sólo patatas y después menos patatas y ahora vamos a eliminar las patatas, que con el caldo vale. Y dicen, claro, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y uno se pregunta si dormir sobre sábanas que no se transparentasen era un lujo.
Es que el «gratis total» no puede ser -comentaba cierto trabajador público no hace mucho-. «En Alemania y en Inglaterra y en sitios así pagan por todo» -concluía, cargándose de razón con un enérgico gesto de barbilla-.
Pues en Alemania quién sabe, pero aquí, en España, gratis gratis, lo que se dice gratis, nada. Y si no, que se lo pregunten a los libros de contabilidad de cierta productora audiovisual, formada hace un lustro por dos hermanos menores de 30 años, con poco dinero, algunas ideas y muchas ganas. Esos libros responderán indignados que no hay derecho, que 40.000 euros es una fortuna, y que ésa no es manera de ayudar a los emprendedores.
Marca de agua
Lo que pasa es que hay dos clases de dinero: el limpio y el sucio. El sucio puede perfectamente ser legal, pero es sucio. Y el limpio sólo se gana trabajando. Y no, jugar al golf no es trabajar.
Así que habría que empezar a identificarlos, a diferenciarlos -a los dos dineros-, poniéndoles una marca de agua, o algo, de manera que uno supiera perfectamente con qué dinero trafica. Porque evidentemente no tiene el mismo valor el dinero sucio que el dinero limpio, y son tan diferentes, tan opuestos, que el solo hecho de llamarlos con el mismo nombre debería ser causa de delito.
Ctrl + P
Y una vez diferenciados, darle a imprimir, pero darle con ganas. Porque ya está bien. Porque uno se cansa de ver cómo medran siempre los peores, los más tramposos; de ser tonto de bueno. Uno se cansa de oír al proletario defender la oligocracia financiera, el Capital. Y uno está harto de ser siempre pobre y no parar de currar.